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Capítulo 3

Miedos e inseguridades: típica adolescente o extraña joven

Cuando se dio cuenta de lo desproporcionados y torcidos que podían ser sus dibujos, soltó un suspiro y luego sonrió, resignada. "Mejor me concentro en mis estudios y luego hago mis garabatos", se dijo abriendo uno de sus libros de texto sobre su cama.
La respuesta de Penélope sobre situaciones que le alteraban los sentidos o emociones era siempre la misma: dibujar. No se consideraba "buena" en ello, sus retratos jamás habían recibido elogios ni mucho menos, en algún momento de su vida se había creído maldita por no conseguir mejorar en lo que más disfrutaba hacer, pero continuó. No había mejorado pero su vida todavía no había finiquitado y mientras tuviera la oportunidad de seguir tratando al día siguiente, no se detendría. Al pensarlo, una sonrisa se escapó de sus labios.

Su mente se perdió en pensamientos centrados en sus habilidades y cómo estas repercudirían en su futuro. Pese a que fijaba sus ojos en las anotaciones y teorías, su cabeza volaba en días más felices que aún no llegaban. Un simple desvío de sus pupilas a su cubrecama, después al suelo y por último, al reloj que traía sobre su mesa de noche, el cual marcaba las veinte horas, la hizo saltar de su cama y pegar un grito al cielo, pues en sesenta minutos su madre aparecería en casa.

El tiempo ya había comenzado a jugar en su contra cuando Penélope comenzó a barrer la cocina, la sala, el pasillo y las habitaciones; cuando comenzó a trapear las mismas áreas; cuando se dispuso a frotar con un trapo húmedo cada adorno y mueble que hubiera en su casa; y cuando inició con su labor de preparar la cena para su progenitora. Maldijo una y mil veces más el haber dejado sus quehaceres para último momento, igual que siempre.

Limpió con su antebrazo el sudor de su frente y resopló. Apenas hubo apagado la hornilla cuando oyó moviéndose la manija de la puerta principal. Entonces corrió a la sala y se enderezó frente a la entrada. Dos segundos después, se presentó ante sus oscuros ojos una mujer de corta cabellera negra, un saludable cuerpo uniformado y de una altura mayor a la de ella.
La mujer soltó un quejido y trató de masajear la base de su cuello con una mueca de dolor dibujada en el rostro.

—Buenas noches, mamá —pronunció Penélope, firme y tiesa.

—Hola, hija —contestó con aires cansinos.

Su madre caminó unos pasos, ella corrió a recibir su maletín y se inclinó para ayudarla a deshacerse de sus tacones aguja. La mujer no perdió ni una décima de segundo olfateando a su hija y observando cada rincón de su hogar que le era visible.

—Penélope, apestas. Dúchate.

—Sí, lo siento. He estado transpirando. Ahora tomaré una ducha. Iré a traerte tus pantuflas. —Se incorporó y antes de oír una respuesta, salió corriendo rumbo a la habitación de su madre.

La joven dejó el portafolio a un lado en la cama, tomó las pantuflas de la repisa en la que su madre ordenaba su calzado y las reemplazó por los tacones. De inmediato, volvió a salir corriendo por el pasillo sin siquiera pensarlo, al igual que cada noche.

—Aquí tienes, mamá.

Penélope se acercó al sillón en el que la mujer se había recostado y le colocó las pantuflas. Al incorporarse fue apenas que notó el cinturón que su mamá llevaba en sus manos, sobre sus piernas.
Se tensó, pasó saliva y miró a su progenitora muy fija, a los ojos. Su corazón se había acelerado y ya podía sentir el sudor segregando de su piel.
"Y ahora... ¿qué habré hecho?", pensó con un nudo en la garganta.

—Penélope, mira. —Alzó su dedo índice y ambas pudieron contemplar que este tenía rastros de polvo—. ¿Qué has estado haciendo toda la tarde? ¿Por qué no has limpiado la casa? Sabes muy bien que estudiar y limpiar son tus únicas obligaciones.

A la mente de la muchacha llegó una lista más larga de sus obligaciones, tales como realizar las compras en el supermercado, preparar todas las comidas del día, lavar la ropa de ambas, mantener cada rincón de su hogar impecable y ser una alumna destacada, aunque esta última no la cumpliera.
Para su mala fortuna, nada de lo que pensara en ese instante hubiera sido bien recibido por su madre de manera tranquila. Por eso, sus ojos se limitaron a tornarse vidriosos.

—Penélope, te estoy hablando —dijo denotando el pésimo humor que traía en su tono y volumen de voz.

—Mamá, sí limpié. Todo estaba limpio, lo juro. —Su voz se quebró.

—¿¡Y qué cosa es esto, entonces!? ¿¡Puedes verlo o no!? —Acercó su dedo sucio al rostro de su hija y esta vio el cinturón en su otra mano.

—Mamá, no sé. Todo estaba limpio, en serio.

La mujer se puso de pie y suspiró. Sacó un pañuelo de uno de los bolsillos de su saco azul, limpió su índice con él y tomó con firmeza el cinturón que había traído consigo en su cintura hasta hacía un momento.

—Date la vuelta y arrodíllate —ordenó sin ánimos de ser contrariada.

Penélope mordió su labio inferior y aunque pusiera en sus acciones cierta lentitud, obedeció. Ni siquiera esperó la mujer a que su hija se bajara los pantalones, como solía hacer, solo recostó una de sus manos en el hombro de la joven y con el cinturón comenzó a azotarla con fuerza.

Apretó sus puños, tensó sus piernas y endureció el gesto en su rostro pero ni así consiguió evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas. Con cada golpe que sentía, una voz en su cabeza le repetía más y más fuerte: "Uno menos. Ya se va a terminar". Penélope desvió los ojos al suelo, los muebles, las blancas paredes, los cuadros, el teléfono, la cocina, y cada pequeño adorno que descansaba sobre una repisa. Se lamentaba tanto que dichos objetos no pudieran hablar para decirle a su madre que ella sí había limpiado, que sí había cumplido con sus deberes, que por simples detalles siempre terminaba siendo castigada y eso... dejaba de parecerle justo.

***

Muy temprano por la mañana, cuando el despertador hubo anunciado las cinco y media, Penélope abrió sus irritados ojos, los frotó mientras se colocaba sus pantuflas e ingresaba al baño para ducharse.

Elegía un conjunto de ropa seleccionado al azar, zapatillas sucias que había olvidado lavar, la cara impecable, un moño desordenado sobre su cabeza y ya estaba lista. Bajó las escaleras hasta la cocina y se dispuso a preparar el desayuno para ella y su madre. Una vez listo, lo dejó sobre la mesa del comedor al alcance de la mujer al despertar, para lo que escaseaban los minutos o, quizá, segundos.
Terminada su labor, Peny tomó su mochila de un brazal y la dejó en su espalda. Así, salió llevando sus llaves en uno de los bolsillos de su casaca. No sintió temor por cometer una falta de educación, ya que desde que había iniciado la universidad, Penélope debía de salir de casa antes que su madre y como aquella tenía estrictamente prohibido despertar a esta, ambas iniciaban sus jornadas sin ver a la otra hasta la noche. Nunca le pareció lo más adecuado a la joven, pero al no tener otra opción, terminó por ceder y, con el tiempo, acostumbrarse.

Al salir de su hogar, las gélidas brisas del húmedo ambiente le erizaron la piel por completo y se abrazó a sí misma con fuerza. Caminó de esa forma hasta llegar al final de su calle a unos metros y casi de inmediato, apareció la camioneta de su amiga dispuesta a recogerla, al igual que todos los días.

—¡Buen día, cheesecake! —saludó, radiante, desde el interior del vehículo.

Ella sonrió y se inclinó para abrir la puerta del auto e ingresar.

—Rey, hola. —Besó su mejilla y después de dejar su mochila en el suelo, se colocó el cinturón de seguridad—. ¿Qué tal dormiste?

—Bien, no hubo ningún intruso en mis sueños como supongo que hubo en el de otros...

—Rey, no me hace gracia...

Su amiga rió mientras encendía la camioneta.

—¡Tranquila, brownie! Te cuento que hoy me madrugué como no te imaginas porque papá y yo fuimos a llenar el tanque de gasolina muy temprano.

—Y aparte, a correr. Vaya... —Bostezó y se giró hacia la ventana cuando el auto comenzó a moverse.

Aquella mañana gélida de octubre, en la que la espesura de la niebla diluía una que otra imagen que las muchachas hubieran podido apreciar, ambas se perdieron en difusas conversaciones de no mayor importancia que la que tenía una hoja seca que recién caía de uno de los más altos y frondosos árboles que mostraba la ciudad de Atlanta. Los edificios altos, calles saturadas, personas agitadas corriendo en las aceras, un limpio cielo azulado, mucho ruido y la poca armonía del paisaje siendo destruida por las fábricas que irrumpían entre otras edificaciones imponentes no consiguieron desanimar el trayecto a la universidad de las dos muchachas que, entre risas y alguna que otra broma por teléfono a algún conocido, llegaron a su destino más rápido de lo que hubieran querido.

Al dejar a un lado la camioneta estacionada y con la alarma activada, comenzaron a caminar rumbo a sus aulas por uno de los amplios corredores de la Universidad. Entonces, cuando reflexionaban el partido de béisbol del día anterior oyeron unos pasos raudos y ligeros que se acercaban hasta ellas produciendo un eco. Regina sonrió al reconocerla de inmediato, mientras que Penélope no le dio importancia si no hasta sentir un peso en su espalda.

—¡Fulana y Sutana! —exclamó Camile trepada de ambas chicas—. ¿¡Cómo están!?

—Ángel... —se quejó Regina al sentir cómo jalaban su largo cabello.

—Muy bien, Mengana —contestó Penélope liberándose del peso—. ¡Hasta que decidiste venir!

Camile rió y se abrazó a ambas para seguir caminando unida a ellas.
Tras dar una mirada fugaz a uno de los relojes colgados en las paredes de ciertos corredores, Penélope siguió dilatando el tiempo con un paso menguante y tocando tópicos triviales. Pero sus risas se vieron interrumpidas cuando el teléfono de Regina vibró y Camile soltó un grito agudísimo y se sobresaltó. Rey rió.

—Debe ser mi papá. —Sacó su teléfono del bolsillo de sus vaqueros y contestó mientras seguía caminando con sus ya silenciadas amigas—. ¡Hola, papi! ¿Pasó algo? ¿Qué tal el trabajo hasta ahora?

Mientras ella continuaba con su llamada nada sorpresiva, porque el señor Berry solía llamar a su hija casi cada dos horas, Camile siguió con su plática con Penélope, pero en forma susurrante.

—¿Ya estás bien, Peny? ¿No te duele la cabeza?

—A veces, pero con los medicamentos que me dieron se me pasa muy rápido. —Medio sonrió.

—¿Y qué te dijeron? ¿Vas a estar bien sí o sí? ¿Ya no pasa nada?

Al ser bastante escasas las ocasiones en las que Camile demostraba un semblante serio, Penélope confundió el gesto, mas supuso que la situación lo meditaba, por lo que le siguió la corriente. Sin embargo, el hecho de que poquísimos asuntos preocuparan a Camile Mawson quedó flotando en la mente de Marks por algunos instantes.

—Mm... No te preocupes, Cam. Estaré bien. —Al recibir en respuesta una dura mirada, decidió agregar—: Podría sufrir alguna secuela luego, pero no es tan probable.

—Oh, Peny. —La joven se acercó a su amiga y besó su cabeza de alborotados y ensortijados cabellos.

Camile no acostumbraba demostrar ese tipo de afecto, por lo que Penélope estaba un poco incómoda, un poco confundida, un poco extrañada, un poco mareada. Se dijo a sí misma: "Voy a estar bien" y, por lo menos en ese momento, lo creyó.

—También te amo, papá. —Regina colgó el teléfono y dirigió una sonrisa a sus amigas, quienes no tardaron en reanudar su plática.

Para lástima de Regina y Camile, el tiempo que continuaron con cuanta noticia quisieron compartir se redujo a breves segundos del reloj cuando los ojos de Penélope desviaron sus pupilas a un pasillo que la interceptaba pero que no iban a tomar para llegar a sus aulas.
Con la misma velocidad que la hornilla se enciende al acercar un cerillo en llamas, Rey notó el sentimiento disturbio que invadió a Penélope al ver a Harley sentado a una banqueta con un libro en manos, así que decidió empujarla a la piscina que esta no quería lanzarse o, quizá, solo dudaba.

—Agradécele las flores.

Tanto Peny como Camile la observaron de inmediato.
Aquella entreabrió los labios pero estos no produjeron sonido alguno.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Cam.

—Am... —balbuceó Penélope girando su rostro hacia todos lados sin saber qué decir o hacer.

—¡Anda, Crema! No seas tonta. Quieres acercarte y se te nota en toda la cara. —Regina empujó el tenso cuerpo de su amiga hacia el pasillo en el que se hallaba el susodicho.

—Sí, pero...

—¿De qué están hablando? —Volvió a preguntar Camile.

—Ve. Te vemos en el salón, frambuesita.

Regina le dio un empujón más fuerte a Penélope, por lo que esta se adelantó tres pasos por accidente. Cuando se hubo dado la vuelta para ver a sus amigas, ya era demasiado tarde: Regina se llevaba a Camile a otro pasadizo de un tirón en la muñeca por lo que apenas pudo oír las exclamaciones de esta:

—¡Rey, espera! ¡Yo quiero ver! ¿Qué pasa? ¿Quién es él? ¿Es lindo?

Al verse sola tan temprano por la mañana y con las frías brisas de aire recorriendo hasta el rincón más inexplorado de su cuerpo, Penélope creyó que no tenía más remedio que acercarse a Harley, quien ni siquiera la había visto.
Así, cada paso significó una duda nueva en su pecho, más nudos en la garganta y el reflorecimiento de miedos e inseguridades perdidos en la adolescencia. "Me estoy volviendo más estúpida", pensó.

Vio un reposicionamiento de Harley sobre la banca para recostarse sobre la columna a su lado y Penélope desvió su camino a uno de los casilleros que se hallaban detrás del muchacho. Sin que ella lo hubiera querido, se vio a sí misma contra una tequilla que no podría abrir porque no le pertenecía. Entonces se volvió a cuestionar: "¿Qué demonios estoy haciendo?"
Un par de pasos dando brincos que se aproximaban a su ubicación fue el causante de que Penélope no se marchara. Cuando oyó que una persona se sentó con cierta torpeza al lado de Harley, se paralizó por completo.
"¿Harley tiene amigos?"

—Hola, chico tatuajes.

Reconoció esa voz, era más aguda que la que había oído el día anterior, pero no podía equivocarse. Se trataba de la misma persona.
Así, Peny giró su cabeza con el mayor disimulo del que fue capaz: se trataba de Jude, tan poco cubierta como hacía horas.

—Bueno, en un momento como este un caballero diría "Hola, Jude, buen día"... ¡Pero te importa una mierda! —Jude lo empujó sin mucha fuerza y Harley levantó una ácida mirada hacia ella con lentitud.

"¿¡Pero qué carajos!?"

—¿Qué quieres ahora, pecosa? —preguntó con fastidio volviendo a dirigirse al libro en sus manos.

—Salúdame primero —ordenó como si creyera que él iba a obedecerla—. Y mi nombre no es "pecosa", es Ju...

—Entonces, "J", así está bien, ¿no? —interrumpió.

—Pues...

—Perfecto. —Volvió a silenciarla—. Ahora aléjate.

—¡Oye! ¿Qué mierda te pasa? ¿Eres así todos los días o qué?

Harley cerró su libro de un golpe sobresaltando a la chica a su lado. De pronto, acercó su rostro ojeroso al de ella y endureció su gesto lo más que pudo. Jude quedó inmóvil.

—Escúchame bien, J, no te engañes creyendo que por ser flaca, débil y fea, me apiadaré de ti y seré tu ángel azul. Es mejor que te marches y no me vuelvas a dirigir la palabra, ¿o acaso ya olvidaste lo que te dije ayer? —Agravó su voz y al no ver movimiento en los labios de la chica, insistió—. ¡Dime! ¿Qué te dije ayer?

Jude vaciló con la mirada fija en la boca de su interlocutor. Por extraño que le pareciera, no sentía deseos de besar ni siquiera a un muchacho tan atractivo como Harley, en ese momento no podía querer más que alejarse.
La grisácea mirada insistente que él lanzó a sus acaramelados ojos la obligó a farfullar mirando hacia el suelo:

—Los huesos son asquerosos...

—¿¡Y!? —volvió a preguntar él.

—Y si no soy mi amiga, no tendré otros...

El muchacho se alejó con lentitud de ella sin quitarle la atención de encima. Jude se preguntaba qué tipo de pensamientos podían estar recorriendo la mente del "chico tatuajes" para que su semblante luciera tan impenetrable. Le pareció que él no sentía y por eso, no tenía idea de lo difícil que había sido para ella pronunciar las palabras que el día anterior, dichas por él en el estacionamiento, después de que ella le pidiera que la llevara a casa por la lluvia que se avecinaba, la habían regresado a los días de un azul intenso en los que se dedicaba a llorar...

"Él no tiene idea... No quiso lastimarte, Jude, supéralo", se dijo a sí misma ejerciendo fuerza en sus dientes para evitar las lágrimas que correrían su maquillaje.

Harley se puso de pie, recogió su mochila del suelo y la colocó en su espalda.

—Bien. Solo recuérdalo y no te mueras aún, ¿quieres?

Dicho esto, el muchacho se marchó a lo largo del pasillo y desapareció tras introducirse en otro.
Solo hasta ese instante, el corazón de Jude se normalizó y pudo volver a sentir el aire corriendo libre y armonioso en sus pulmones, y a la ansiedad desapareciendo poco a poco. Inhaló y exhaló con fuerza.

Con una tensa mirada vidriosa, Jude se perdió en sus vomitivos recuerdos del año anterior y miró sus brazos y piernas con lástima. Creyó que había vuelto a caer en un pasado fructuoso que nunca debió pertenecerle, entonces oyó un ruidoso y cercano estornudo.

Ella se sobresaltó y de inmediato se giró en dirección al ruido que había oído. Su sorpresa fue grande cuando se topó con la molesta chica que el día anterior le había ofrecido llevarla hasta su hogar en la camioneta de su amiga. Sus reminiscencias casi le permitían oír con claridad sus desafinadas notas al cantar: "Hey, Jude".

—¡Hey! —Se puso de pie y se acercó a la muchacha con su mochila en mano—. Penélope, ¿no?

La nombrada se giró hacia ella con la cara pálida en su totalidad y sonrió con torpeza y cierta vergüenza. Pero claro, no más que la que sentía Jude en ese momento al darse cuenta de que habían oído su plática con Harley.

—¡Rojita! —exclamó, eufórica—. ¡Hola! ¡Qué sorpresa que no estés resfriada!

"Ugh", Jude soltó un quejido mental. ¿Por qué siempre que conocía a alguien nuevo la llamaban 'flaca', 'nieve', 'pelirroja', 'pecosa' y ahora 'rojita' pero nunca por su nombre? Su paciencia había llegado hacía mucho al hartazgo pero seguía corrigiendo a las personas con toda la amabilidad de la que era capaz. "¿Ya me habré ganado un lugar en el cielo?", se preguntaba.

—Sí... No me enfermo mucho —mintió—. Por cierto, ¿hace cuánto nos ves?

—¿Verlos? ¿A quiénes? —preguntó con un exagerado tono ingenuo en su voz.

—A Harley y a...

—No, ¿por qué habría de? —Volvió a atropellarse con las palabras—. Es solo que no recuerdo la contraseña de mi casillero.

—Contraseña...

—Oh, bueno, clave. —Rió mientras trataba de abrir la tequilla con combinaciones al azar.

Jude entrecerró sus ojos al ver a Penélope y vaciló sobre cuán falsas eran sus palabras. Pero al no conocerla, decidió otorgarle el beneficio de la duda. Después de todo, ella aparentaba ser alguien atolondrada y torpe... o eso pensó Jude.

—¡Estúpido casillero! —regañó Penélope dándole un golpe a la pequeña puerta de metal frente a ella—. Por cierto, Rojita, no sabía que eras amiga de Harley.

La joven de rojizos cabellos bajó la cabeza y pensó un poco antes de responder. Lo más probable era que le desagradara como el limón en el paladar pronunciar cada sílaba.

—Ayer nos conocimos... Y es mucho más sincero que otras personas que conozco —musitó.

Penélope parpadeó un par de veces y la desaparición del color pálido en sus mejillas fue alertada por Jude, quien no supo interpretar su reacción hasta que su interlocutora comenzó a balbucear una explicación que Jude no consiguió entender.

—No me refiero a ti, Penélope —aclaró para alivio de la aludida—. Hablo de otras personas... No vienen al caso. Harley y yo no somos los mejores amigos pero, ¿sabes? Él es el tipo de persona con el que en verdad me gustaría estar.

La determinación en su voz silenció a Penélope. "¿Ya dejarás de meterte en donde no te llaman?", sentenció Jude en el fondo de su mente.
Notó que la muchacha no iba a decirle ya nada por más que esperara una contestación, por lo que no tardó en despedirse.

—Bueno, me voy. Hasta luego, salúdame a Regina.

—Sí, adiós, Ro...

—No me llamo así —interrumpió, abrupta—. Soy Jude, ¿sí?

—Ah... Sí, sí. Está bien,... Jude...

Dicho esto, la muchacha que recordaba a Peny el nombre de una añeja canción, se marchó por el pasillo luego de dedicar una sonrisa que Penélope no supo interpretar como auténtica o por cortesía, inclusive, tal vez, solo era hipocresía.
De cualquier modo, ya existía en su interior un sentimiento de rechazo hacia la caucásica pecosa, y de pensar que era correspondida, se le erizaban los vellos en sus brazos, ya que no había tenido disputa alguna con uno de sus compañeros desde que había finalizado la primaria.
Una fuerte ventisca alborotó sus ensortijados cabellos y refrescó su memoria: Harley había hablado con Jude el día anterior y por eso, esta se mostraba decaída. Decidió cegarse del sentido común que aparecía en ella sin asiduidad, y concluyó lo que, a simple vista, le beneficiaba más: Jude se lo merecía. Al final del día, a quien conocía desde la escuela era a Harley y no, a Jude. Así razonó.

Sin más que reflexionar, la joven dio media vuelta para reunirse con sus amigas y entonces recordó. "No le agradecí las flores", pronunció para ella y golpeó su frente con la palma de su mano.

A medida que los minutos corrieron en el reloj, cada inseguridad boba desapareció de ella hasta que resolvió actuar y ya no pensar. Sería la primera vez que Penélope Marks se saltaba una clase por propia voluntad, era consciente de que aquello mermaría sus calificaciones aceptables pero creyó que agradecerle a alguien lo antes posible era más importante.

Ni siquiera se dio cuenta pero estaba actuando como una niña boba que corre detrás de un muchacho que no vale la pena. No le importó, solo dejó que una risa traviesa fluyera de sus labios mientras corría enérgica hacia el gimnasio de su universidad.

El tiempo siguió transcurriendo a su ritmo habitual, la alarma que anunciaba el inicio de las clases en cierto pabellón se hizo presente. Pronto los pocos minutos de retraso se convirtieron en una jadeante y adrenalínica media hora en la que Penélope se halló corriendo rumbo al gimnasio, y cuando su mente ya no consiguió seguir reflexionando sobre la repentina manera en la que estaba rompiendo su récord de asistencia perfecta que mantenía desde niña, llegó al sótano de uno de los edificios.

La hiperactiva joven logró abrir la puerta con sumo cuidado y delicadeza para que esta no produjera un sonido muy llamativo. Entonces, desde su ubicación alcanzó a divisar las canchas de básquet y fútbol: no había nadie.
Suspiró e ingresó al lugar sin meditarlo.

El reloj de pared indicaba las ocho en punto de la mañana. Ella supuso que en cualquier momento aparecería Harley, por lo que corrió a esconderse detrás de las repisas de balones, claro está, lanzando al medio de la cancha uno de básquet.
Así, esperó por cinco, diez, quince y hasta veinte minutos a punto de quedarse dormida, hasta que Harley apareció.

El muchacho de prendas oscuras aceleró de forma enfermiza las pulsaciones de Penélope puesto que esta ya casi podía sentir la ira que le provocaría si la descubría espiándolo. "¿Por qué estoy haciendo esto?", no fue un pensamiento al que Peny enfocara atención.

Harley Wood era de contextura delgada, lo cual solo lo hacía ver más alto de lo que ya era con ciento ochenta centímetros. Él caminaba rengueando, casi como si se hallara en una nube de depresión y lo cubriera una espesa aura de melancolía, Penélope podía verlo en sus ojos y ojeras.
Por primera vez, tal vez, segunda, la muchacha creyó que Harley era una persona llena de gritos que silenciaba con sus actitudes sombrías.
"¿No había sido a él al que vi pintándose la boca de negro junto al bebedero del primer piso de la escuela?", se preguntó a sí misma. En aquella ocasión, él la descubrió observándolo y debido a su expresión en el rostro, él rió y se marchó. Esa vez contaban con catorce años y las hormonas en rebelión.

"Pero no creo que sea gay... ¿o sí?"

Aparentando que no la había visto, Harley dejó su mochila en las gradas y se acercó al balón que Penélope había lanzado. De inmediato, comenzó a realizar
tiros libres, de los cuales todos consiguieron encestar.

Desde el otro extremo de la cancha, desde la zona de lanzamiento opuesta, desde la mitad del campo de juego, desde el área de ataque y hasta delante de la canasta, no importaba dónde se ubicara, siempre encestaba directo al recuadro de la tabla. La muchacha oculta no sabía cómo disimular el asombro que le causaba verlo jugar de manera tan prolija e impecable. Había olvidado que él siempre había pertenecido al equipo oficial de Georgia pero por una u otra razón desconocida, lo había dejado hacía algún tiempo.

Las imperceptibles corrientes de aire contras las que Harley corría y saltaba, meneaban de lado a lado los mechones húmedos de sudor que llenaban su cabeza. Poco a poco, con cada lanzamiento, el claro color en la piel de Harley iba abandonándolo hasta dejarle un tono más rojizo que llegó, más que al resto de su faz, a sus labios. Él era el que corría, pero ella sentía la tensión en cada músculo, el precipitado ritmo cardiaco en su pecho y una molesta temperatura ascendente. Penélope no supo si el motivo de sus reacciones era el probable descubrimiento de su presencia, o el espectáculo que observaba en "primera fila".

Harley Wood se movía con el ritmo y agilidad de un jugador experto en medio de un partido de campeonato. Penélope no tenía idea de qué tanto podía amar Harley pero si algo sentía, era adoración hacia el básquet. De eso no existía la menor duda. Pensó que podría quedarse allí, entumecida, todo el día sin molestarse.

Sin previo aviso, Harley detuvo la fluidez de sus movimientos y se posicionó con el balón a mitad de la cancha. Pocos segundos le tomó realizar un cálculo mental que a Penélope le pareció errado, puesto que, a simple vista, no lograría encestar como las veces anteriores. Pese a aquello, el muchacho lanzó el balón con fuerza; en efecto, sobrepasó la canasta, chocó contra el poste y cayó en la cabeza de Penélope.

—¡Ay, cara...!

La joven chilló de dolor y se puso de pie en el instante en que decidió morderse la lengua antes de terminar con su grosería.
Al sentir la mirada de extrañeza de Harley sobre ella, toda molestia corporal se disipó y con la máxima coloración en su rostro, solo pudo balbucear un poco antes de echarse a reír como si le hubieran contado la mejor broma.

Con la nula respuesta de Harley, la irresponsable estudiante decidió callarse y murmurar, llena de vergüenza:

—Lo siento...

Él solo ablandó el gesto, suspiró, dio media vuelta, recogió su mochila y se marchó por donde había llegado. Peny se quedó sola una vez más, llena de deseos de convertirse en sólida e inalterable piedra. Acababa de adherirse a la imagen de una chiquilla "rara", por lo que no supo si la risa que aquello le provocó estaba o no fuera de lugar.

Las horas siguieron su curso y a medida que Penélope iba perdiendo su atención a los maestros o todo interés por asistir a clases, era cada vez más notorio el fastidio que Harley sentía cuando cruzaba miradas con la joven. Es que dentro de la cabeza de ella muchas voces la advertían del chico y la aconsejaban que saliera despavorida, pero existía una voz más potente y ruidosa que silenciaba su juicio: la de Rey. "¡Arándano, despierta! Lo estás mirando, ¿verdad? ¡Entonces, acércate!", "No entiendo tu interés por Wood pero te aviso que, sentada, no vas a llamar su atención", "¿Te vas a acercar o no?", "¡Penélope, ve!", ¿¡Qué carajos te pasa!?"

A lo largo del día y lo consecutivo en la tarde, en el almuerzo y cada receso, Penélope Marks se dedicaba a verlo a la distancia con la misma insistencia que había tenido con sus maestros de matemática para que no la reprobaran en la secundaria. Por segundos, era decidida y mostraba determinación en lo que quería, lo cual solo se trataba de agradecerle las flores y, tal vez, charlar un poco; pero durante minutos se convertía en una niña miedosa. Sus balbuceos y vacilaciones consiguieron hartar a Regina y confundir a Camile en un tema al que otorgaba importancia por lapsos nada más, de hecho, ni siquiera sabía quién era el muchacho en cuestión.

Sin embargo, Peny podía sí podía afirmar que en los momentos en que Jude se acercaba a Harley, sentía más deseos de hablarle al chico. Pero una vez que él rechazaba a la flacucha pecosa, Peny se retorcía a carcajadas y paralizaba todo movimiento aun cuando el mismo Harley la observara con una expresión en su rostro mezcla de preocupación y, quizás, un poco de miedo.

Así, se acabó el día y llegó el final del siguiente. Penélope no había realizado un gran progreso pero las ansias en su oscuro iris seguían tan plasmadas como en el instante en que había recibido el delicado presente en el hospital. En determinada ocasión decidió solo observarlo a la distancia, tal y como lo había hecho siempre.

—¡Penélope! —gritaron al unísono Regina y Camile, sobresaltando de un susto a la muchacha.

—¡Ay! ¿¡Qué pasa!? ¿¡Qué pasa!? Oh... —Peny bajó la voz al ver a cierto compañero junto a sus amigas.

—Olvidaste devolverle a James su cuaderno ayer —contestó Regina con un cansino tono en la voz—. ¿Lo tienes o no?

—Hola,... Peny —saludó James Smith con una sonrisa torcida y dudando de si menear o no una de sus manos.

—¡Ah, recórcholis! —exclamó Penélope y comenzó a rebuscar en su mochila—. Sí, sí, lo tengo por aquí... ¡Aquí está! Toma y muchísimas gracias.

Ella estiró la libreta hacia el chico y este demoró en sujetarla con firmeza, por lo que Penélope no tardó en reírse. Luego, James observó su cuaderno como si estuviera buscando algún desperfecto y sin despegar la mirada de él, susurró:

—De nada...

Penélope sonrió debido a la ternura que le despertaba el chico con aquella pinta de jovencito delicado y pulcro. Se acercó a la altura de su rostro y murmuró en el mismo volumen que él había usado.

—Mil disculpas por la tardanza.

James pasó saliva con prisa y se alejó con violencia mientras rascaba su cabeza y desviaba los ojos hacia cualquier otra área del corredor o persona.

—No te preocupes, Peny. Bueno, ya me voy. Cuídense. Adiós.

Entre chicos y chicas que reían y dialogaban casi a gritos, James se perdió con el tambaleante pero presuroso paso que había tomado. A los ojos de Penélope, él se marchó sin darle la oportunidad de decir ni un breve "Hasta pronto".
De inmediato, se oyó la risa de Regina y los silbidos de Camile que se mofaban de ella.

—¡Uy, Peny! —exclamó Cam con picardía y se posicionó al lado de la joven para pellizcar sus mejillas y picar sus costillas—. ¡Así que ya tienes nuevo galán, eh! ¡Qué bien guardado te lo tenías, ah! Ese James se puso como un tomate. ¿Era de él de quien hablaban?

—Nah —contestó Penélope sin interés y alejándose de su amiga.

—Es cierto, ya que a mi zarzamora quien le gusta es otro pastrulo —añadió Rey—. ¿No es verdad?

—¿¡Qué!? —preguntó la aludida con gran énfasis.

—Ah, por la puta... Justo cuando se ponía bueno... —Camile rodó los ojos y salió corriendo—. ¡Ya vengo! ¡Necesito el baño que me hago encima!

Penélope y Regina poca importancia le tomaron a su rubia amiga y dejaron que se fuera. Mientras lo que, para Peny, se convirtió en un momento de alivio, Regina decidió ser menos discreta con sus preguntas, por lo que se acercó a su amiga lo suficiente como para que esta retrocediera y pudiera acorralarla contra la pared.
Apestando a maldad artificial, Regina esbozó una de sus sonrisas acusadoras, de las que hacían confesar a sus amigos y familiares cualquier tipo de secreto. Penélope palideció.

—¿Qué estás esperando que no vas a ver a Harley? Todavía quieres hablarle, ¿no?

—Am...

—¡Peny, contesta! —Regina la zarandeó sin importarle la atención que atraían.

—¡Sí, sí! —contestó de prisa.

—¿Entonces?

—Te prometo que ya se me va a pasar... —susurró con la mirada plantada en el suelo y un notorio bajón en su ánimo.

—Pero, pastelito, ¿por qué quieres que se te pase?

—Mm... Él no es alguien así... como tú o yo... Me lo has dicho siempre, yo solo...

—¡No! —gritó sujetándola con fuerza de los hombros para sacudirla una vez más—. ¡Peny! Eres muy inteligente como para hacerle caso a tu amiga que aunque sea más lista que tú, no sabe del corazón y esas vainas... Decide tú pero decide. No importa si te equivocas, los errores que cometerás ahora no serán peores que los que cometerás en un futuro. Si no aprendes ahora y lo dejas para después, te vas a arrepentir como no tienes idea...

La voz quebrada de Regina llevó a Penélope a pensar que era demasiada exageración para solo tratarse de un muchacho. La joven no consiguió captar la experiencia que su amiga no era buena escondiendo... ¿o sí?
Lo único que distinguía era la dilatación de sus negras pupilas y el acelerado ritmo al que cabalgaba su corazón.

—Rey...

—Peny, ya no dudes, ¿sí? No le temas al rechazo y menos al de un idiota como él. Si te acepta, coman perdices y si no, que se joda. ¿De acuerdo?

Una discreta sonrisa se escapó de los labios de la joven que llevaba la espalda contra la pared. Suspiró y luego miró de frente a su amiga antes de enderezarse y pronunciar más su sonrisa y asentir. Regina le devolvió el gesto.

—¡Hey, hola!

Ante tales palabras, tanto Regina como Peny se giraron para ver de quién se trataba. Una expresión de sorpresa y otra, de fastidio fueron las que Jude contempló por menos de un segundo.

—¡Rojita! —exclamó Regina—. ¿Qué tal? Creí que no volveríamos a verte.

Jude forzó una curva en sus labios y alzó ambas cejas hacia las muchachas.

—Sí, hola. Lo que pasa es que estaba buscando a Harley. ¿Lo han visto?... ¿Penélope?

Hasta ese momento, la recién aludida dio muestras de que le interesaba la plática e imitó a Jude alzando sus cejas.

—Eh... Sí, lo vi hace un rato en el tercer piso... —mintió.

—¿En serio? —volvió a preguntar para recibir como respuesta el asentimiento de la cabeza de Penélope—. Bien. Entonces, nos vemos luego. Adiós y cuídense, chicas.

—¡Adiós, Rojita! Cuídate mucho —despidió Regina.

De forma poco esperada para ella, Jude detuvo su andar y se volvió hacia Rey para aclarar con un tono muy sugestivo, no tan diferente de una amenaza pero bien disfrazado en sencilla amabilidad:

—No, no me llames "Rojita", por favor. Mi nombre es...

—Entonces, "Pequitas", ¿qué te parece? —Era notorio el intento de Regina por sonar igual que una recepcionista y no se esforzó en, por lo menos, aparentar naturalidad.

—No. Mi nombre es Jude. Jude como Hey, Jude. ¿Está...?

—Oh, Pequitas... No me entiendes. Yo nombro a las personas como se me da la puta gana. ¿Sí? —Amplió su sonrisa—. Mi suflé lo sabe muy bien, ¿no?

Señaló a Penélope con la palma y esta atinó a vocalizar "No digas más" sin emitir sonido, en un intento por alejar a su amiga de la cólera que le producía que le negaran el uso de los apodos que con tanto cariño pronunciaba, según ella misma.
Jude asintió con lentitud, incluso la exageradísima sonrisa de Regina le era más escalofriante que la del Jocker de Batman. Mismo motivo por el cual trató de parecer convencida y murmuró un "Adiós" antes de acelerar su paso hacia las escaleras.

Una vez solo rodeadas por sus compañeros de universidad, que no cesaron sus risas y conversaciones, Rey miró a Penélope, esta le sonrió mostrando sus dientes y aquella volvió a posar la atención en el lugar en el que había perdido de vista a la pecosa antes de arquear una ceja.

Los muchachos que las rodeaban eran altos, bajos, regordetes, enjutos, con los cabellos lacios y rizados, cortos y largos, de varias tonalidades de piel y distintos colores y tamaños en sus ropas, por lo que nadie sobresalía en particular. Dado esto, a Penélope le fue indescriptible el escalofrío que sintió al darse cuenta de que aun así, fue capaz de notar la figura de Harley entre el mar de gente con una gran facilidad, como si se hubiera tratado de una luz en la oscuridad... o una oscuridad en medio de la luz.

Los labios de Penélope se entreabrieron pero no ejecutó palabra alguna, dio un paso y se detuvo allí. Quería acercarse... pero 'algo' la atemorizaba. Jamás se había sentido de esa manera.
Creyó que no podría avanzar y Harley se marcharía.

Entonces sintió la mano de Regina sobre la suya y se giró para verla. Su amiga de la infancia le dedicó una sonrisa afable y después de dos segundos, ella también sonrió.
Así, apretó la delgada mano de Regina y la soltó para, acto seguido, correr hacia Harley entre el mar de personas que los separaban.

Penélope perdió pronto la vista hacia aquello que dejaba atrás. Cada vez que sus zapatillas tocaban el suelo sentía menos deseos de detenerse y más determinación por seguir corriendo. Para su mala suerte, incluso alguien con la cabezota de pelos despeinados de Harley se perdió entre el gentío y los varios alumnos que iban saliendo de las aulas con las que ella se topaba en el camino no colaboraban.

Tropezó un par de veces, trastabilló varias, se deslizó de más en decenas de oportunidades y en cada ocasión que debía de girar se chocaba con alguien a quien no conocía pero igual le sonreía al disculparse. No se trataba de un mal día y ella lo sabía, sino de su gran habilidad para perder el control de sus pies.
Aun así, siguió su camino siguiendo a la imagen de Harley cada vez más alejada.

El que él decidiera girar en un estrecho pasillo la tomó por sorpresa, por lo que al tratar de frenar su velocidad para imitar al muchacho, chocó con una morena de rubios cabellos provocando que esta derramara su café sobre su blusa. Un "¡Ay, estúpida!" seguido de un "¡Perdóname! Te pagaré luego" se oyó en el corredor. Algunos rieron, varios murmuraron y Penélope siguió con su camino sujetando con fuerza el brazal de su mochila.

Harley giró a la derecha, detrás de una fila de casilleros. Peny giró también y tumbó los documentos y el portafolios de un maestro a quien no vio el rostro pero sí le dedicó un fuerte "¡Discúlpeme, por favor!"

Luego, antes de llegar a caminar los cincuenta metros, el muchacho volteó a la derecha para bajar las escaleras que lo llevarían a la gruta del primer piso. Marks jadeó y pensó que Harley caminaba muy rápido, pues tenía las piernas largas, pero no era nadie a quien ella no pudiera alcanzar corriendo de no haber sido por las personas que la obstaculizaban.

En su último intento, la joven tomó tanto impulso que cuando quiso girar hacia las escaleras, se resbaló y cayó de espaldas en el piso recién lustrado. Un chico al que ella no prestó importancia trató de ayudarla a levantarse pero su adrenalina era la misma de la de un policía en busca del fugitivo, por lo que ignoró el gesto, se puso de pie y bajó los peldaños de dos en dos. Razón suficiente para que volviera a caer estando muy cerca del suelo firme.

El sonido de las botas de Harley cada vez más lejos la obligó a levantarse sin siquiera limpiar de su rostro la tierra que este tenía. Tambaleándose y con la mochila a sus pies, vio cómo aquella larga figura de oscuras ropas se alejaba por el sendero de piedra en medio de un amplio y casi desértico jardín.
La muchacha apretó los dientes y puños. Entonces, después de varios roces, empujones y de haber tocado algo que no debía; dio un solo paso más al frente antes de gritar con toda la fuerza que llevaba en sus pulmones luego de haberla mermado un poco con varios golpes y rasguños:

—¡Harley!

El único chico delante de ella, a unos veinte metros de distancia, detuvo su caminar de repente.
El rubor se apoderó de las mejillas de Penélope, sintió cómo sus pupilas se dilataban y con un corazón que en un su pecho iba descendiendo la velocidad de sus bruscos latidos, relajó su humanidad entera.

Harley se giró hacia ella con una tortuosa lentitud y la fría expresión en su faz fue cambiando por una amable sonrisa antes de decir:

—Creí que nunca me hablarías de nuevo.

Ella jamás había sentido más paz.

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