Capítulo 26
Enferma
Jude agradecía en su mente que las aulas en las que ella y Harley recibían clases las primeras horas por la mañana estuvieran tan cercanas, así él pudo ayudarla llevándola de un salón a otro, solo lamentaba que Riley no la hubiera visto hasta ese momento. "Le ahorraste una decisión que no quería tomar", comentó Harley en determinado momento como si hubiera podido leer su mente. "Sé que lo hiciste por él, pero... trata de que sea más por ti la próxima vez", agregó siendo muy impropio de sí mismo. Jude alzó la mirada para ver la expresión en su rostro, pero él la ignoró, dejó sus ojos turbios en el frente.
Cuando ingresó a su segunda clase y Harley la hubo dejado junto a una de las mesas más cercanas a la puerta, Jude notó a Ana en la otra esquina del aula. Se veía más delgada que la última vez que la había visto, lucía igual de pálida que ella y aunque se notaba que tenía varias capas de ropa encima, cualquiera podía darse cuenta de que era anoréxica. Su mirada la delataba, el vacío en sus ojos reflejaba miedo.
De pronto Ana la vio, Jude se estremeció y deseó con fuerza que el suelo la tragase cuando vio que ella se acercaba de prisa, casi con desesperación, como si fuera a arrebatarle algo.
—¡Jude, volviste! —Se reclinó en su mesa muy cerca de su rostro—. Tenemos que estar juntas a partir de ahora en adelante, por favor.
El labio inferior de Ana tembló, sus ojos se tornaron vidriosos, Jude pensaba que iba a llorar. Se preguntó de pronto dónde estaba Mia, pues hasta ese día nunca se había topado con solo una de ellas. Ana sin compañía parecía mucho más frágil, enferma y transparente.
—Ana, ¿qué te pasó? —susurró apenas Jude.
—Ahora entiendo por qué lo hiciste, Jude... —respondió con una voz temblorosa, de pronto tomó las manos de la joven—. Tenías razón todo este tiempo, es mejor morirse si no se puede lograr lo que uno quiere.
Lessin no supo qué decir, balbuceó sin lograr una palabra coherente. Entonces tuvo miedo de que algo malo le hubiera sucedido a Mia, o, al menos, que Ana lo hubiera provocado sin buenas intenciones.
El profesor de turno ingresó al aula y Ana se marchó corriendo hacia su carpeta al fondo de la habitación. La clase había dado inicio, agradeció que el maestro no hubiera realizado ningún tipo de mención respecto a su accidente o al hecho de que recién volvía a estudiar, ni siquiera había reparado en su silla de ruedas. Mas sabía que no sería así en todas sus asignaturas.
Cuando la clase terminó Ana volvió corriendo con su mochila en su espalda a donde estaba Jude, se ofreció a empujar su silla a su siguiente salón de clase, por lo que Jude no pudo negarse pues aún le dolían las heridas de las palmas de sus manos. Apenas salieron del aula y vieron a Riley de pie junto al umbral de la puerta esperando. Al verlo, la joven pelirroja se estremeció y le pidió a Ana que se detuviera.
—¡Riley, hola! —levantó la voz poco más de lo que hubiera querido.
—Hola, Jude —sonrió con ternura hacia la muchacha, luego fijó la vista al rostro huesudo de Ana y frunció el ceño—. Hola.
—¿Te puedo ayudar? —preguntó la esquelética muchacha alzando una ceja.
—Vine para llevar a Jude a su próxima clase —respondió tajante sin ningún ánimo de seguir intercambiando palabras con la joven y Jude se percató de ello.
—No te preocupes, yo la llevaré —acotó con una sonrisa forzada.
—Sí, me preocupo porque debe tomar algunas medicinas, su madre me entregó sus horarios y algunas píldoras que dejó en casa —intervino con rapidez y se puso de pie justo delante de la silla de Jude para evitar que siguiera avanzando.
—¿En serio? ¿Su mamá te dio sus medicinas? —sonrió mientras negaba con la cabeza llena de incredulidad—. Pues, ¿dónde están? Comparto varias clases con ella, así que yo puedo dárselas.
—Eh, no, lo siento. —Se encogió de hombros—. Jude no necesita la ayuda de otra persona enferma con el mismo mal que ella.
El semblante de ambas chicas cambió por completo. Jude se puso más pálida de lo que ya estaba y Ana dejó que cierta oscuridad se apoderara de su mirada, soltó con violencia la silla de Jude, le lanzó una mirada asesina a Riley y se alejó casi trotando de ambos. Lessin la observó marcharse con cierta tristeza y miedo, sabía que no le esperaba nada bueno para sus próximos encuentros y, aun así, lo que más le dolía era que Riley hubiera admitido con tanto desprecio que ella padecía de anorexia. Siempre había sido consciente de ello, pero no fue hasta ese momento que lo dijo directamente. La veía como a una enferma.
—Jude... —Riley se agachó a su altura para verla a los ojos, ella estaba a punto de lagrimear—. Sin importar lo que ella te haya dicho, no dejes de avanzar como hasta ahora.
—¿En verdad mi mamá te dijo qué pastillas debo tomar? —Mordió su labio inferior para evitar romper en llanto.
—No —rio—, claro que no, pecocita. —Reubicó detrás de la oreja de Jude uno de sus mechones pelirrojos que se había desordenado.
—Lo siento mucho... —Cubrió su boca para ejercer presión en algún lugar de su rostro y así evitar que sus lágrimas corrieran, pero fue en vano, sentía tanta vergüenza ante el chico que le gustaba, que se echó a llorar sin vuelta atrás.
Riley se inclinó para abrazarla sobre sus hombros, ya que su cuerpo era tan delgado que cualquiera hubiera creído que se quebraría con el más mínimo roce. Pegó su frente a la de ella y sonrió con los ojos cerrados.
—Está bien, esto es parte del camino... —susurró grave solo para ella—. Un día estarás orgullosa de lo que decides ahora.
La joven presintió que Riley le decía aquellas palabras por la razón equivocada, pues todo lo que había en su corazón era pena por sí misma porque a partir de ese momento ella sería consciente de que todo aquello que lo moviera a hacer algo para ayudarla era lástima. Para él ella era una niña enferma que necesitaba ayuda, mientras que, para ella, él era la única razón por la que quería estar sana algún día. Y eso le dolía.
***
Ya por la tarde, pero varias horas antes del turno que los muchachos tenían en Mex, Riley y Josua acudieron a su práctica de fútbol como era habitual. "Ahora que Jude ha vuelto a clases, no tienes que seguir yendo a su casa y puedes quedarte en el equipo en lugar de buscar a sus profesores", le había dicho Jos bastante optimista. De pronto Riley había sonreído bajo sus oscuras ojeras.
Harley llevaba ya varios días esperando a que Riley apareciera en la loza deportiva en la que el equipo habituaba practicar; cuando lo vio esa tarde casi se sorprendió. No había muchos alumnos en las gradas, solo un par de porristas sin el uniforme platicando con sus agudas voces, al menos tres muchachos de primer ciclo con sus cuadernos abiertos y hojas sueltas hablando de sus trabajos finales, uno que otro alumno o profesor caminando de prisa o muy lento en los alrededores, Melissa estaba sentada en la primera grada y lejos de ella, una muchacha unos años mayor que Harley y sus amigos. Esta llevaba el cabello muy largo, tal vez hasta la cintura, y tenía las puntas teñidas de verde; además, lucía un abrigo gris que Harley podía jurar haber visto en alguna revista de moda o algún afiche en las calles. No parecía otra estudiante más. Al llegar Josua y Riley al pie de las gradas, aquel se acercó a la chica de cabello verde y este se quedó con Melissa un momento. Cualquiera hubiera podido suponer que Harley no tenía el menor interés en ninguna de estas dos parejas por la expresión de indiferencia que adornaba su faz. Pero, en realidad, no les quitaba la mirada de encima.
Riley reía al platicar con Melissa. Ella estaba de espaldas para Harley por lo que no podía adivinar la expresión en su rostro mientras su amigo parecía coquetearle. Le indignaba ver que él prefería conversar con una mujer que guardar silencio a su lado. Mientras tanto, a unos cuantos metros a la derecha, también en las gradas bajas, Josua hablaba sin ánimo con la chica de cabello verde. Él movía los labios, aunque Wood no pudiera oírlo, solo entendía que no prestaba mucha atención a la muchacha, ya que sus ojos estaban en la loza, atento si el equipo se formaba, o si llegaba el profesor.
Luego de unos minutos Wood empezó a preguntarse si en ese momento en el que estaba tan cómodo con esa atleta Jude siquiera se asomaba por la mente de Riley. Sin darse cuenta comenzó a fruncir el ceño.
—¡Eh, Woody! —llamó Riley devolviéndole la mirada al chico de ojos grises—. ¿Jude está en clases ahora?
Después de medio segundo de impacto, Harley respondió también alzando la voz para ser oído:
—¡S-sí! Por eso vine.
Riley levantó el pulgar en alto para su amigo. De inmediato el silbato de su entrenador de fútbol sonó: era hora de empezar la práctica. Thompson se despidió de la chica con una sonrisa, pero incluso cuando se alejó, ella no se marchó de las gradas. Se quedó allí observando todo el entrenamiento. Josua también salió corriendo en dirección a donde se encontraba todo el equipo formado.
Tanto durante el calentamiento como en todo el partido que realizó el equipo de fútbol de Emory, Riley no podía quitar los ojos de Melissa cada cinco minutos. A veces le guiñaba el ojo, en otras ocasiones le dedicaba media sonrisa. Harley seguía sin distinguir la reacción de la chica, pero imaginaba que le correspondía. Sus coqueteos hacían que le ardiera el estómago, podía admitir ser un idiota de muchas formas, pero tenía bien claras todas aquellas maneras de idiotez que detestaba y el ser un mujeriego, o, jugar con los sentimientos ajenos, lo enfermaba. Aun así, decidió no golpear a nadie en esa ocasión solo porque apretó con fuerza el amuleto que colgaba de su pecho, el que Riley le había regalado el día de su cumpleaños. Por una vez, quiso confiar, el temor a equivocarse era el mínimo e insignificante.
Eran casi las cuatro de la tarde cuando el entrenador dio por finalizada su sesión. Los muchachos jadeaban, se tiraban al suelo, transpiraban con las mejillas coloradas, alguno decidió quitarse la camiseta a pesar de la baja temperatura de invierno. Riley corrió como pudo hasta llegar a donde estaba Melissa. Harley esperaba que la parejita se tomara otros varios minutos platicando, coqueteando sin siquiera rozarse, pero no fue así. Melissa se puso de pie al tener a Riley delante de ella, besó su mejilla, el chico sonrió, y supuso Wood que se habían despedido antes de que ella se alejara. Entonces Josua se acercó a él con la chica de cabello verde. Riley le hizo un gesto a Harley con la cabeza para que bajara de las gradas.
—Chicos, esta es mi hermana Atalia —presentó Josua de forma casual mientras se secaba el sudor de su frente.
—Hola. —Sonrió la muchacha con una mueca que no llegaba a sonrisa.
—¿Qué hay, Atalia? —Saludó Riley cruzándose de brazos—. Siempre quise conocer a la hermanita mayor de Jos. Soy Riley.
—Wood —intervino Harley acomodando su chalina sobre sus hombros.
—Creo que Josua me dijo que son... ¿como delincuentes? —Señaló a ambos chicos con curiosidad a lo que Riley soltó una carcajada.
—Él es un delincuente —Señaló a Harley—. Yo estoy en el cuadro de mérito.
—Ni siquiera hay cuadro, pelmazo —reclamó Harley, por lo que sus tres acompañantes rieron.
—Ellos no son hijos de Dios, Ata —repuso Josua—. Así que cuídate de ellos.
—Ah, no se preocupen —Se dirigió ella a los muchachos aludidos—. Mis padres tampoco creen que sea hija de Dios. Pero así sientes la libertad de hacer lo que quieras, ¿o no? —Guiñó un ojo a Harley, quien no había dejado de fruncir el ceño.
Harley resopló y desvió la mirada.
—No lo sé. Yo me siento más libre creyendo que existe el Paraíso. —Sonrió Riley.
—Ok, hablaré un rato con mi hermana antes de ponernos filósofos, chicos. —Josua empujó a Atalia a un lado—. Disculpen un momento.
Los hermanos se alejaron unos pasos, Josua parecía, a los ojos de sus amigos, un poco exaltado. Movía los brazos mientras le hablaba a Atalia, quien apenas parecía escucharlo.
Harley sacó un chicle de un bolsillo de su oscura chaqueta para masticarlo mientras calmaba ciertas ansias.
—Dame uno —exigió Riley.
—No tengo más.
—Dame el que tienes en la boca entonces.
—Ahora lo escupo, espera... —Harley siguió masticando el chicle mirando el vacío hasta que ya no pudo mantenerse en silencio—. Sabes que vas a destruir a la pecosa, ¿verdad?
Riley guardó silencio unos segundos mirando el suelo bajo sus pies.
—¿Por qué?
—No creo que no sepas que piensa que eres su futuro marido, ¿o sí?
Thompson esbozó una media sonrisa, dirigió sus ojos a su amigo y respondió solo audible para ambos.
—Tal vez nunca haga las cosas totalmente bien, Harley... —Suspiró—. Pero si Jude se siente mejor cuando estoy cerca, trataré de estar con ella todo el tiempo que haga falta. Al menos, hasta que se recupere y sea fuerte... O hasta que yo ya no pueda.
—¿Fingirás sentir algo que no sientes para que se sane? ¿Porque te necesita o porque tú crees que te necesita? —Se giró hacia Riley para confrontarlo.
—Jude me importa. Quiero que esté bien. Tal vez, solo quizás, Harley, puedo ayudarla. Estar con otra persona no ayuda en nada.
—¿Melissa? ¿Es porque sí es una chica fuerte y saludable o qué? ¿Crees que eres un santo por no herir los sentimientos de una debilucha ingenua y quedarte con ella a pesar de que no sientes lo mismo que ella? —Alzó la voz y frunció el ceño. Escupió el chicle al suelo.
—Sí, Harley, sí. —Se giró también hacia él—. Romperle el corazón a una ilusionada niña frágil y enferma me haría un idiota.
Una fría ventisca se interpuso entre ambos, casi la pudieron oír ulular con indiferencia ante la plática que desarrollaban. Los cabellos de Harley cubrían su frente y parte de su vista debido al fuerte viento, Riley también se despeinaba, pero mantenía su mirada fija en los ojos grises de su amigo. Buscaba su aprobación, la necesitaba.
—Entonces cuando se recupere, cuando camine como antes y la enviemos a una maldita institución mental o un puto internado para anoréxicas, se lo dirás.
Riley bufó.
—¿Decirle qué?
—¡De hecho, a ambas! —gritó con énfasis.
—¿¡Qué!?
—¡La verdad! Que quieres cogerte a Melissa, no a la pecosa.
—Harley Wood, eso no va a ayudar en nada a nadie.
—Te ayudaría a ti.
—No todo es acerca de mí, Harley.
Ambos guardaron silencio, dejaron que solo el viento hablara por los dos. Ya no sabían qué decir, se habían dejado claro la posición por la que habían optado. No lo expresaron en palabras, pero sabían en el fondo que no volverían a tocar el tema. Dijeran lo que dijeran, ninguno iba a cambiar de opinión, discutir entre ellos era en vano. Sentían que tenían demasiada razón.
***
Regina Berry salió en silla de ruedas del pabellón de Estabilización. Su madre se encontraba en la sala principal esperándola. Ambas sonrieron en cuanto se vieron, una de ellas con un dolor más profundo en el pecho que la otra. Solo cuando la enfermera que llevaba a Regina se acercó a la mujer conduciendo a la muchacha, Rey se percató de la presencia de Green. Había estado sentado justo al lado de su madre.
Regina podía caminar, por lo que en ese momento se puso de pie con delicadeza y se apoyó en su amigo para no fatigarse, hacía varios días que no usaba las piernas. La enfermera le entregó la receta del doctor a la señora Berry, le dio algunas indicaciones y se marchó llevándose la silla de ruedas. La mujer no se contuvo para besar las mejillas de su hija y abrazarla con fuerza. Solo ella podía saber cuánto tiempo en soledad le había costado su ausencia, lo mucho que había pensado en ella, cuántas veces se había culpado de lo sucedido.
"Mi preciosa niña, ¿cómo pasaste la última noche? ¿Comiste todo lo que te dieron? ¿Esta ropa que llevas está limpia? ¿Por qué tienes las mejillas frías? ¿Cepillaste tu cabello esta mañana? ¿Te duele algo? ¿Podrás perdonarme? Al cielo le he pedido tanto, tanto, que regreses, perdóname, mi Regina, perdón", lloraba.
Los tres fueron a casa de las Berry en la camioneta de Regina, ambas mujeres en los asientos de piloto y copiloto, mientras que Green observaba a su amiga desde el asiento de atrás. Lucía pálida y cansada, pero, a diferencia de cuando estuvo en la cama del hospital, la veía, de alguna forma, más satisfecha, más feliz. Notó cómo una sonrisa se dibujó con timidez en sus labios, aunque tuviera los ojos cerrados buscando quedarse dormida.
***
Por la tarde Riley llevó a Jude, en compañía de Harley, en su auto al hospital. La joven había insistido en que sus padres pasarían por ella, ya que se había decidido a iniciar su terapia de rehabilitación para volver a caminar o al menos fortalecer sus piernas como para andar en muletas. Detestaba depender de una incómoda silla desde la cual todos la veían hacia abajo; y, en realidad, aunque no se lo comentara a nadie, quería volver a caminar pronto para sorprender a Riley y alguna vez tomar su mano.
"No te preocupes, pequeña, vamos al hospital entonces. Harley nos acompañará y luego nos iremos al restaurante", le había dicho Riley con una sonrisa cuando oyó que ella se prepararía para volver a caminar. No puso resistencia, le era imposible discutir con él, aunque fuera una vez y con delicadeza.
A medio camino Harley se quedó dormido recostado en la ventana del auto. Sin habérselo esperado, Jude viajaba en el asiento de atrás y su amigo Wood era el copiloto. Aquella situación no dejaba de darle vueltas en su mente. Temía que esa disposición de sus lugares en el auto Riley la hubiera decidido después de confirmar la enfermedad que padecía. Tenía la mirada sobre sus rodillas, las cuales apretaba con sus pálidas manos cuando el chico que ponía sus nervios en punta habló mientras manejaba.
—Desde aquí sí puedo controlar que no ande babeando nada.
Jude pudo ver su sonrisa en el espejo retrovisor, por lo que ella le devolvió el gesto. Pero en el fondo sabía que solo había sido amable, no dejaba de pensar que Riley ya no quería estar tan cerca de ella o al menos, no pretendía hacerle creer que sus intenciones eran diferentes de las que tendría un buen amigo. Se le hizo un nudo en la garganta y contempló cómo se humedecieron sus ojos, pero contuvo cada lágrima mordiendo su labio inferior y apretando sus dedos de los pies.
El auto se detuvo junto al letrero del Departamento de asuntos veteranos del hospital.
—Tus padres, ¿verdad, Jude? —Riley señaló con el mentón a una pareja que conversaba con un médico, a juzgar por su bata blanca, a unos metros de la entrada al aparcamiento.
—Sí —respondió Jude impostando la voz.
Riley codeó a Harley en las costillas para despertarlo. Como este tenía la boca abierta se atoró con su saliva al recibir el golpe y abrir los ojos. Se incorporó con violencia frunciendo el ceño.
—Ayúdame con Jude —pidió Riley.
Harley emitió un quejido antes de salir del auto, descendió la silla de ruedas de la joven, la cual habían atado en el techo, y la armó con algo de torpeza. Mientras él se ocupaba en ese asunto, Jude no sabía cómo despedirse de Riley sin mostrarle sus mejillas encendidas.
—Has tu mejor esfuerzo, mi querida Jude —pronunció el muchacho girándose hacia el asiento de atrás—. Yo también quiero que vuelvas a caminar.
—Sí... —Jude ya no pudo esconder sus ojos vidriosos y la elevada temperatura de su rostro. Su pulso se aceleró de repente—. Riley, cuando pueda caminar —balbuceó—, ¿verdad que saldremos todos juntos a pasear? —En un arranco de impulso extendió una de sus manos y la dejó sobre una de las de él.
Riley envolvió la fría mano de Jude entre las suyas y le sonrió achinando los ojos.
—Claro que sí. Tú me dirás cuándo —agregó.
Aunque fuese por solo un instante, el corazón de ella se detuvo, ya no sintió mayor temor ante la posibilidad de que él ya no la quisiera cerca. Estaba segura de que todo había sido un invento de su imaginación. De pronto, el cielo le sonrió entre las densas nubes.
En ese instante Harley abrió la puerta del auto.
—Ya, J, sal —ordenó.
Riley se separó con delicadeza de la muchacha. Ella no desvió sus acaramelados ojos de los de él mientras se deslizaba en el asiento para acercarse a la puerta desde donde Harley la esperaba. De repente sintió los fuertes brazos del muchacho rodeando sus hombros y sus pantorrillas. Harley la tomó con demasiada brusquedad para ser una chica tan delgada, y la sentó en su silla de ruedas.
—Mejor lánzame a la próxima —masculló ella.
—Soy amable contigo, no te quejes, colorada —reprochó él.
Jude le torció la mirada y se cruzó de brazos con el ceño fruncido. Harley la miró unos segundos, ya erguido. Fue cuando se percató de lo pequeña y frágil que se veía, que él la había puesto en esa silla de ruedas, había sido su culpa su accidente, pero ella desde un principio había sido frágil y pequeña. Sintió un malestar indescriptible en el pecho, no quiso ponerle un nombre ni explicarlo con palabras con las que nunca había querido involucrarse; solo sabía que no quería hacerle más daño y por razones que no se iba a explicar ni a él mismo, tampoco quería que nadie más le hiciera daño, ni siquiera Riley.
Los padres de Jude llegaron a donde estaban los jóvenes, agradecieron a Harley y a Riley su atención y se llevaron a su hija al interior de las instalaciones del Centro médico de Atlanta. Cuando Harley volvió a ingresar al auto su mirada era distinta, tenía el gesto fruncido y no quería mirar a su acompañante. "Ten cuidado", musitó. "Así será", Riley respondió sin pensarlo.
***
Sé que hace días que no hablamos y sé que estás ocupada, pero si quieres, podríamos salir uno de estos días, Peny. Sería divertido. Al menos yo me divertí la última vez.
Un mensaje de texto de James había llegado al celular de Penélope poco después de que iniciara su turno en Mex. Ella leía la pantalla de su teléfono y no podía evitar gesticular muecas. Su compañero James ya había intentado enseñarle a montar bicicleta en una ocasión y no recordaba aquel día como uno aburrido, pero la desanimaba la idea de pasar toda una tarde con alguien que se ruborizara al verla a los ojos. Su corazón no se agitaba a su lado, ella sabía que él sí lo sentía, pero aún así, no estaba convencida. No le costaba admitir que la atraía mucho más la adrenalina.
—Permiso. —Escuchó una voz grave a sus espaldas.
Ella se hizo a un lado al pie de las escaleras del segundo piso del restaurante. Harley pasó por su lado deprisa, casi empujándola, con una bandeja de sopas en una mano. De inmediato ella guardó su teléfono en su bolsillo de la cadera y caminó detrás del chico siguiendo su ritmo.
—Eh, Harley —llamó, a lo que él se detuvo en seco sin girarse hacia ella—, ¿podemos hablar un momento luego?
—¿Sobre qué?
—Ah, pues... —balbuceó—. Lo del otro día, pues...
—Marks, —Se dirigió a ella, pero antes de pronunciar otra palabra, cubrió sus ojos y nariz con el dorso de su mano libre— olvídate de eso.
Penélope no pronunció otra palabra, se quedó de pie en mitad de las escaleras sin comprender en lo absoluto la volubilidad del chico. Por su parte, Harley se alejó lo más rápido que pudo frotando con fuerza el puente de su nariz para así, tal vez, deshacerse del rubor y el nerviosismo.
Estaba a tan solo unos quince pasos de la mesa a la que debía llevar las sopas cuando Riley se le unió trotando a su lado.
—Te vi en las escaleras, Woody —musitó para que solo ambos se oyeran—. Deberías ser más sincero con tus sentimientos.
—¿Como tú? —preguntó alzando una ceja.
—Touché.
Dicho aquello, Riley se separó para pedir la orden de una mesa contigua. Harley entregó los platillos a los comensales correspondientes, al igual que lo hacían varios otros meseros a lo ancho y largo del gran restaurante. Gracias a la agitación en las salas, nadie, ni siquiera los cocineros o el gerente en su oficina, percibieron que Camile y Josua conversaban en un rincón debajo de las escaleras, junto a los baños del primer piso. Que mis padres quieren que regrese a Minnesota. Que aún no has acabado la carrera. Que volveré apenas la termine y también pasaré allá las vacaciones de invierno. Que eres un adulto y no te pueden obligar. Que nunca entenderías a mi familia, bonita, pero volveré, solo los convenceré de que no sirvo allá, yo siempre gano los pleitos, no te preocupes, seguiremos siendo amigos, a mí no me va a atar mi familia.
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