Capítulo 25
La expectativa de una anémona
Pasaron dos días antes de que pudieran encontrar un reemplazo para Rey, puesto que, si bien los muchachos estaban preocupados por la salud de su amiga, sabían que el motivo por el cual habían comenzado a trabajar en el restaurante era para conseguir dinero extra con el que ayudar en sus gastos a Camile, y la ausencia de Berry no representaba ninguna facilidad. Su nombre era Melissa, compañera de Riley y Josua, otra deportista admirada por varios alumnos de años y ciclos inferiores. Aparentemente, ya había trabajado con anterioridad en restaurantes como mesera para pagar los primeros ciclos de sus estudios, pero al ganar estabilidad económica gracias a una prima con quien consiguió vivir, pudo enfocarse de llano en la universidad. Sin embargo, parecía tener un par de favores que le debía a Riley, por ello, a vista de todos, aceptó de inmediato el trabajo temporal sin paga.
A simple vista cualquiera, no solo sus compañeros de institución, sino también sus compañeros del local de comida, podían decir que era bastante obvia la estrecha relación que Riley tenía con Melissa. Por momentos se quedaban hablando en las escaleras mientras llevaban platos a las mesas o a la cocina, compartían risas y se lanzaban guiños y gestos aun cuando la distancia era considerable entre ellos. Tanto Camile como Harley comenzaron a sospechar al respecto, puesto que era la primera vez que veían cierto tipo de sonrisa en el rostro de Riley, aun cuando él fuera amable con la mayoría de las personas con las que interactuaba.
La esbelta muchacha era una de las mejores atletas de Atlanta, con algunos concursos ganados en el pasado, era difícil no reconocerla por lo menos en su universidad con su cabello castaño de delicadas ondas, sus ojos ligeramente achinados color caramelo, similares por ese lado a los ojos de Jude, además de tener la piel más libre de lunares, manchas y pecas que se podía apreciar en los días de invierno que atravesaban.
—Peny, ¿algo nuevo sobre Rey? —preguntó Camile con disimulo durante un instante en el que se cruzaron en el baño mientras seguían de servicio.
—Se siente mejor, pero todavía debe estar bajo vigilancia hasta que se vuelva a sentir fuerte... —respondió distraída mientras lavaba sus manos y veía sus desordenados rizos en el espejo frente a ella—. Está súper enfadada con su papá, no quiere ni verlo.
—Lo imagino... —Suspiró al arreglar su blusa mientras se veía en el espejo—. Pero poniéndonos en el lugar de ese hombre, su error fue muy humano... Sabemos que el señor Berry ama a Rey.
—Sí, ha de sentirse muy triste... pero no le podemos reprochar nada a Rey... —reflexionaba mientras salía de la habitación de los servicios higiénicos.
Al abrir la puerta se cruzó con Harley, quien justo iba a ingresar al baño de varones, el cual estaba justo al lado del femenino; por lo que la distancia entre ambos era de unos pocos centímetros. Ninguno emitió palabra en los primeros segundos, tanto Penélope como el muchacho solo eran capaces de oír sus propios corazones acelerándose cada vez más. El nerviosismo se hizo presente en las mejillas de la joven cuando alzó la vista y vio sus decaídos ojos grises.
—¡Hola, Harley! —saludó Camile justo saliendo del baño detrás de Peny.
La voz de la muchacha de rubios cabellos devolvió el sentido del sí a Marks, por lo que se sobresaltó al igual que Wood, quien no respondió el saludo, solo esbozó una mueca en los labios, resopló e ingresó raudo a los servicios.
—¿Dije algo malo? —preguntó Camile con un susurro a su amiga.
—No... —Suspiró—. Creo que eso hasta fue amable para él.
Camile rio.
***
—No era necesario que vinieras hoy también —aseveró Regina mientras miraba sus pálidas manos que sujetaban con fuerzas las sábanas de la camilla.
—Pero quería saber cómo estabas, si ya ibas a volver a clases... —suspiró Green, su compañero en varias materias, quien iba por segunda vez a verla al hospital llevando flores.
—Lo más probable es que en un par de días me den de alta —confirmó ya con una sonrisa que se animó a dedicarle—. Pero gracias por preocuparte...
Las mejillas del muchacho de rojizo cabello se tornaron rosadas de la impresión porque, por una vez, Regina Berry fuera amable, hasta dulce, con él. Pese a que se conocían desde la secundaria y en varias oportunidades, Eloy Green le había demostrado sentir una especie de afecto especial por ella, que no se animaba a declarar con claridad y seguridad, Regina nunca se había permitido acercarse a él con la intención de darle a entender que correspondía sus sentimientos, y prefería divertirse con otro tipo de muchachos, de esos con los que se podía jugar a quererse sin sentirlo realmente.
—Sí... Yo... —balbuceaba buscando con los ojos un tema de conversación diferente hasta que encontró las flores en el pequeño jarrón sobre la mesa de noche a un lado de la camilla—. Yo, yo, no estaba seguro de qué tipo de flores te gustarían, así que pensaba traerte un tipo diferente cada día que estuvieras aquí.
—¡Dios Santo, no lo hagas! —Soltó una carcajada—. No sabré qué hacer con tantas y que se mueran me dará mucha tristeza. Últimamente ando muy ocupada y no tengo tanto tiempo como para cuidarlas...
—Entiendo... —Bajó la mirada a sus rodillas—. Te prestaré los cursos que quieras para repasar un poco...
—Sí, sería de mucha ayuda —sonrió.
A pesar de que, por microsegundos, se sentía sobre espuma de fresa en el cielo con solo oír la melodía de su aguda voz, no podía ignorar el tono apagado de esta, el que su rostro luciera tan pálido que apenas podría afirmar que tenía vida; notaba sus cabellos desordenados y opacos, al igual que sus uñas, las cuales solían llevar un rosa casi rojizo con naturalidad pero, más bien desde el día anterior las lucía moradas de frío y tan enfermas como el resto de su cuerpo. Si él no hubiera sabido la razón por la que Regina había sido ingresada de emergencia, hubiera jurado que moría, muy lejos de recuperarse a cada instante. Y eso le dolía en el pecho, pero no podía expresarlo.
—Creo que mejor te dejo descansar... —Forzó una sonrisa para verse más relajado de lo que en verdad se sentía—. Espero que cada día amanezcas sintiéndote... más fuerte.
—Gracias, Green... —También forzó una sonrisa para ocultar que le causaba tristeza el volver a estar sola.
—Te estaré viendo, Rey... —Se puso de pie de la silla en la que había estado sentado los últimos cuarenta minutos y dudó por un momento si despedirse con un beso en la mejilla.
Él se quedó viéndola por un par segundos, vacilante, ella le dirigió una severa mirada oscura directamente a los ojos como reprobando la duda que tenía. Por lo que Green, raudo, se inclinó y besó el rostro de la joven con cierta torpeza. Sintió su gélida faz y se estremeció, quiso quedarse y abrazarla hasta que pudiera subir su temperatura corporal, pero supo que tenía que irse cuando ella se alejó de él unos pocos milímetros casi imperceptibles después de sentir el roce de sus labios en su piel.
Cuando el muchacho abrió la puerta de la habitación para salir en silencio, sin esperarlo, escuchó su voz añadiendo:
—Es la anémona, Eloy —alzó la voz—. Esa es mi favorita...
Él le dedico una mirada llena de confusión desde el umbral, pero cuando ella sonrió traviesa, él también rio y negando con la cabeza salió del cuarto.
El muchacho no se detuvo en detalles, no le importó su alrededor cuando en ese momento su corazón latía agitado al darse cuenta de que en menos de una hora Regina le había dedicado más sonrisas que en los últimos cinco años. Se sentía feliz, a diferencia del hombre de ropas oscuras sentado en una banca a un lado de la entrada a la habitación de Rey. Este llevaba el rostro escondido en sus manos, sus lentes los había colocado en el bolsillo del pecho de su chaqueta y el aire le faltaba desde lo más profundo en su garganta, se esforzaba por no ver al chico pelirrojo que se alejaba y por no dejar que las lágrimas salieran furiosas de sus ojos.
***
Ya había oscurecido, algunas ramas de un árbol próximo a su ventana acariciaban con torpeza los cristales que crispaban su piel mientras se prolongaba aquel sonido. Su dormitorio estaba oscuro, había preferido solo mirar los mensajes que le había enviado la última semana a Riley y lo que este le había contestado con toda la ternura y delicadeza del mundo, con la luz apagada en su cama. Aunque lo hubiera querido, su movilidad todavía era mínima para evitar el dolor en sus huesos y aunque estaba lo suficiente medicada como para salir de su domicilio por algunas horas en silla de ruedas acompañada de alguien que la vigilara, Jude todavía no sentía la confianza que necesitaba para volver a clases. Temía, sobre todo, los rumores que pudieron haber surgido sobre su accidente en su ausencia.
De pronto, se abrió la puerta dejando ingresar algo de luz del pasillo.
—Jude, no estés a oscuras —ordenó su madre enciendo el interruptor junto a la puerta. Jude cubrió su rostro con las frazadas al ser enceguecida con la luz repentina—. Ya es hora de comer, cariño.
La mujer se acercó a la joven con una bandeja en sus manos, la cual contenía un plato de sopa de verduras y aparte, un pequeño recipiente con dos huevos duros. Jude se descubrió con lentitud y entrecerró los ojos para curiosear lo que tendría que comer en esa ocasión. Las comidas eran muy difíciles para ella, puesto que no tenía gran apetito, y solía hacer su mayor esfuerzo solo cuando Riley la observaba, pero sin él, no sentía gran motivación.
—No me hagas muecas y come, por favor —regañó con un tono ya cansino—. Muy buena eres para quejarte, pero nunca ves el esfuerzo que ponemos tu padre y yo para que también te mejores. No creas que a él le gusta que dos muchachos vengan a verte a tu habitación, aunque estés con la puerta abierta.
—¡Mamá! —exaltó la muchacha—. Solo son mis amigos, que piensen mal no es mi problema.
—No es como si fueras muy buena eligiendo amistades y más te vale no alzarme la voz, muchachita —amenazó con autoridad dejando la bandeja de comida sobre la falda de su hija.
Jude suspiró con resignación. La mirada reprobatoria de su mamá la fastidiaba, movió los ojos a su comida y luego a ella con los labios torcidos para darle a entender que esa situación la incomodaba. Su madre pareció entender puesto que también suspiró para dar media vuelta e irse cerrando la puerta del dormitorio detrás de sí.
Así, a solas, cuando estaba disponiéndose a tomar la primera cucharada de su sopa, su celular vibró a un lado en su cama. De inmediato lo tomó para darse con la grata sorpresa de que Riley le había respondido a su pregunta sobre si iría o no a su casa esa noche.
"Seré feliz de verte, pecosita. Espero que te hayas sentido mejor hoy 😉" decía el mensaje de texto que había recibido. El rostro de la joven se iluminó de inmediato, apretó su móvil contra su pecho y se dibujó una enorme sonrisa que no tardó en acompañarse de unas mejillas rosadas y un acelerado corazón que le devolvían la vida y una razón para querer seguir respirando, al menos, una noche más, una noche más para verlo y sentir que no estaba tan sola como se sentía en la oscuridad.
***
—¡Vuelva a trabajar, joven Thompson! —canturreó Melissa en el oído del muchacho al verlo revisar con atención la pantalla de su celular.
Él la miró alejándose con una sonrisa juguetona, a lo que él no pudo evitar curvar los labios de la misma forma antes de recoger los platos sucios de una mesa vacía y seguir su camino hacia la cocina.
La escena fue detenidamente observada por Harley y Josua a unos metros de distancia, quienes recibían la orden de otros comensales cerca. Casi como si se hubieran comunicado telepáticamente, luego de escuchar y ver a Thompson, coincidieron miradas cómplices que se hacían la misma pregunta el uno al otro. Creyeron que era imposible no darse cuenta, por lo que, con un gesto de cabeza, Josua le indicó a Harley que hablaran en la cocina. Este obedeció guiado por la curiosidad.
Al ubicarse cerca a la puerta de acceso, en un rincón al que no muchos llevaban la atención, pudieron intercambiar un par de palabras mientras vigilaban, a su vez, que nadie de autoridad se acercara.
—¿Quién es esa chica? —preguntó Wood tratando de fingir indiferencia.
—Melissa McClain es atleta y la conocemos porque hemos ido un par de veces juntos a los campeonatos deportivos —respondió con rapidez—. Somos amigos, pero es la primera vez en meses que la veo interactuar con Riley, no sabía que le gustaba.
—Eso parece, pero por la cara de Riley no creo que le haya dicho nada...
—Podemos abordar a Riley en un momento e incitarlo a decírselo, ¿no crees? Harían buena pareja un par de deportistas —comentó con sinceridad.
—Ah... —balbuceó Harley al darse cuenta de lo que ello significaba.
De pronto la imagen de Jude llegó a su mente y se le revolvió el estómago. Se dio cuenta de que no quería formar parte de algo que podría lastimar una vez más a una persona que ya había herido... Pero luego se preguntó si en realidad era "amable" dejar que solo se ilusionara cuando lo más probable era que Riley nunca pudiera corresponderle. Prefirió dejar que lo que tenía que suceder, solo pasara.
—¿Qué están haciendo allí? —preguntó una compañera que era mesera al igual que los muchachos.
Ambos respondieron con un "nada" y enseguida volvieron a sus posiciones anteriores para seguir con el servicio al menos lo que quedaba de la noche.
Por el lado de Penélope, durante toda su jornada de tiempo parcial detuvo sus ojos sobre Harley cada vez que se cruzaba con él o lo encontraba en su campo visual. No veía ningún tipo de interés de su parte por hablar lo que quedó sin decirse hacía dos noches, el día en que Rey se hubo de desmayar. La consternaban los cambios de afectividad tan bruscos que sufría hacia ella en particular: por días podía ignorarla, pero de pronto, si acaso tenían la oportunidad de hablar, él era muy efusivo con ella, la abrazaba y hasta derramaba lágrimas a su lado aun cuando nunca habían sido demasiado cercanos. Debía considerar que ella apenas conocía a Harley y él tampoco se mostraba muy interesado en preguntarle intimidades, de esas que conocían personas como Camile o Regina. Le lanzaba una mirada e incluso de reojo podía decir que era un muchacho muy dañado, que tampoco comprendía lo que sentía por ella, tal vez por todo el mundo, e incluso por su propia vida.
Al salir del turno, los chicos de Emory se subieron al auto de Riley. No lo habían planeado antes, pero trabajando juntos habían estrechado tanto su amistad que se tenían la confianza suficiente como para subirse sin permiso todos al mismo vehículo y esperar ser llevados a casa. Melissa también se incluyó, pues, quizás entre todos los presentes, era quien mantenía mayor afinidad con Riley.
La joven atleta se sentó en el asiento del copiloto, mientras que los otros chicos tuvieron que repartirse en los asientos de atrás y la maletera ya que no entraban los cuatro juntos.
Mientras conducía Riley iba charlando y riendo con Melissa, compartiendo anécdotas en sus clases con los profesores o en algún partido o competencia en el que hubieran estado. Se sentían tan familiares que no daban lugar a silencios incómodos, entendían sus bromas, sus gestos, ni siquiera necesitaban verse el uno al otro para compartir la plática o saber si el otro se había incomodado o sonreía. A sus voces se adicionaban las de Camile y Josua, que, si bien este último estaba en la maletera, esta conectaba con los asientos delanteros y era bastante amplia por lo que Camile solo debía girarse y sentarse sobre sus rodillas para hablarle sin problemas. Entonces, al lado, estaban Penélope y Harley en completo silencio. Harley tenía una mirada fija y tensa en Riley, llevaba los brazos cruzados sobre el pecho y fruncido el ceño. Peny lo miraba de reojo mientras jugaba con sus manos sobre sus rodillas y esperaba que él la notara, que dijera algo respecto a su última conversación, pero nada ocurría, solo oía los latidos de su propio corazón.
Riley dejó a sus amigos en sus respectivos domicilios empezando por Camile, luego Josua, Melissa y finalmente Penélope, puesto que iría con Harley a visitar a Jude unos minutos. Tan pronto como Marks dejara el auto y se despidiera de ambos chicos, resaltando el hecho de que Harley ni siquiera le dirigió una mirada cuando ella pronunció su nombre, mas bien, dejó los ojos puestos en Thompson; el chico de ojos grises exclamó hacia el conductor del vehículo:
—¿¡Qué estás ocultando, eh!?
Riley lo miró por primera vez desde que habían subido al auto con la mayor de las inocencias y respondió con suavidad.
—¿Por qué lo dices?
—Encontraste a alguien muy rápido para reemplazar a Berry, ¿no?
Riley se encogió de hombros todavía sin arrancar el auto.
—Me debe.
—¿Ah sí? —Entrecerró los ojos.
—Sí —contestó cortante y se volvió a girar hacia el frente—. Vamos con Jude que se hace tarde.
Durante el resto del recorrido Harley prefirió guardar silencio, aunque seguía frunciéndole el ceño a su amigo. No podía evitar pensar que Riley, en los últimos días, se había invitado a su vida por su cuenta y debido a ello había conocido muchos aspectos que guardaba con reserva de otras personas; sin embargo, Harley no había tenido la oportunidad de conocer a profundidad otras facetas de la vida de Riley que no lo involucraran a él o a Jude. Por algún motivo que no hubiera podido explicar a nadie, eso lo incomodó. Le molestaba no saber quién era Melissa hasta ese día. De igual forma pensó que una deportista sana y afable como esa muchacha era mucho mejor pareja para Riley que una pobre niña enferma e insegura, con tanto temor y tanta negatividad hacia el mundo.
Igual, debido a esa conclusión a la que llegó, se dio cuenta de que él mismo tampoco era buena pareja para nadie, ni para Marks o quien fuera. "No es como si no lo hubiera pensado antes...". Suspiró y bajó, al fin, la mirada a sus pies.
El departamento de Jude estaba muy silencioso cuando ingresaron los muchachos, la madre de aquella los recibió con cierto cansancio que no pudo disimular, pero les sirvió unas galletas que deseaba, aparentemente, compensara su actitud inicial. Jude los esperaba con una ansiosa sonrisa y sus libros y cuadernos junto a ella en la cama. Riley encendió la luz de la habitación al ingresar y saludó:
—¿Cómo has estado, pecosita? —Se acercó a ella.
—¡Riley, hola! —sonrió de oreja a oreja—. Quería estudiar algunas cosas con ustedes...
El joven dejó un delicado beso en la mejilla de la muchacha, quien se ruborizó casi de inmediato y faltó muy poco para oír en todo el dormitorio los latidos fuertes en su pecho.
Harley se quedó de pie en el umbral y los observó a ambos con cierto desdén.
—Harley, ¿y tus modales? —recriminó Riley.
—Roja —saludó con los brazos cruzados recostándose en la pared.
—Gris —respondió Jude con la misma indiferencia.
Riley se sentó en un mueble junto a su cama, observó por unos instantes la férula en la pierna de la joven y no se contuvo al mostrar una triste mirada llena de compasión. Tomó uno de los libros sobre la cama, lo abrió y se dispuso a repasar con ella todo tema que no hubiera comprendido. Por sus repuestas mientras él le iba preguntando algunos datos puntuales, pudo darse cuenta de que la muchacha prestaba más atención a un lunar que había hallado en el cuello del chico, a un hoyuelo que se formaba en una de sus mejillas, a un mechón de cabello que casi llegaba a su ojo izquierdo, a un intento fallido de hacerse un agujero para aretes en la oreja derecha, a una pequeña y casi imperceptible cicatriz sobre una de sus cejas y las sombras oscuras bajo sus ojos, que denotaban el cansancio que sentía desde que, no solo iba por las noches a ayudarla con sus estudios, también trabajaba por las tardes y estudiaba por las mañanas. Entonces surgió una duda en Jude.
—Riley, disculpa —interrumpió mientras él le explicaba algunos hechos puntuales de Historia, él la miró con dulzura—. ¿Todavía estás en el equipo de fútbol americano?
—¿Eh? —rio levemente—. Bueno, trato de seguir mis prácticas entre clases, pero por el poco tiempo que me queda es probable que tenga que dejarlo uno de estos días.
—¿Qué? ¿Estás seguro? —preguntó afectada.
—Sí, pequeñita. —Sonrió—. No habrá problema con que lo deje un tiempo, entenderán en el equipo.
—Pero a ti te encanta esa cosa —intervino Harley por primera vez desde que habían llegado.
—No tengo opción... —Riley se encogió de hombros—. Hay cosas más importantes que correr con un balón, ¿no crees, Woody?
La mirada de Jude se volvió sombría, tal vez en ese momento una idea que le resultaba dolorosa llegó a su mente. Pero de algún modo, logró que esta valiera la pena. Después de todo, se encontraba en una etapa de su vida en la que volver realidad sus peores pesadillas solo tendrían sentido, solo valdrían la pena si beneficiaba a una persona.
Hasta las once y media de la noche los muchachos se quedaron en la habitación de Jude tratando de ayudarla a ponerse al día en las clases. Solían quedarse hasta un poco más temprano, pero esa noche ella insistió en que deseaba tener todo lo más claro posible y solo Harley denotó fastidio, pero, claro, a ella no le importaba.
—Nos vemos mañana, Jude. Hoy sí que fue un día productivo, espero que todo haya quedado claro —concluyó poniéndose de pie.
—Muchas gracias por ayudarme —expresó tratando de ocultar sus manos temblorosas.
—No tienes por qué. —Mostró en sus labios un esfuerzo por curvarlos, pero sus ojos se cerraban, estaba muy cansado.
—Sí... —Entreabrió sus labios resecos que había pintado con un labial muy leve para no verse tan enferma. Sus ojos brillaron con la luz del fluorescente en el techo, sus mejillas se sonrosaron y no supo qué más decir.
—A mí sí me debes, pecosa, me muero de sueño. —Harley estiró su mano hacia ella como si esperara que le pagara con dinero. También tenía pronunciadas las ojeras.
Jude le frunció el ceño.
—Está bien... —Puso una de sus manos sobre la de el chico—. Te pagaré cuando pueda.
—No era lo que quería oír —resopló.
—Chicos, vámonos a dormir —alentó Riley acercándose a la puerta del dormitorio.
El día estaba por terminarse para todos, fuera para Riley y Harley que tenían un camino no lo suficiente corto por delante, para Jude que dormiría con una sonrisa y cierta ansiedad, para Rey que pasaría una noche más en el frío hospital, para Peny y Camile que gozaban de la calidez de sus camas o para Josua, quien no lograba conciliar el sueño después de recibir un mensaje de texto inusual al celular de parte de su hermana mayor, Atalia.
***
Temprano por la mañana del día siguiente, cuando Emory ya se encontraba al menos a un setenta por ciento de su capacidad y varias clases habían dado inicio, una joven de rojizo cabello y pecas en la nariz y en las mejillas del mismo color fue el centro de atención de los estudiantes que se hallaban todavía en la entrada, pues ingresaba con lentitud sobre su silla de ruedas y con una férula en la pierna. A medida que la joven avanzaba con cierta dificultad, pues era la primera vez que tenía que mover las ruedas de su silla para recorrer una distancia tan larga como lo era el campus, se topaba con más muchachos que en algún momento había visto durante los días que pudo asistir a clases como una más de ellos.
Su vergüenza se iba incrementando; trató de ignorarlos, pues no disfrutaba ser el centro de atención fuera cual fuera el motivo por el cual su accidente llamaba a los susurros alrededor. Lo único que tenía en mente era salir del camino de piedra por el que se ingresaba al primer pabellón, ya que, debido a su superficie irregular se estaba lastimando las manos al realizar la fricción con sus ruedas ya sucias con tierra para ese momento. De repente se cortó la palma con algo filoso que sintió en la llanta y fuertes deseos de llorar estallaron en su interior. Pensaba que había sido una mala idea ir a clases aun cuando todavía no era capaz de caminar siquiera con muletas.
De pronto su silla comenzó a moverse con mayor rapidez y facilidad sobre el camino empedrado, y sintió la fuerza en el respaldar de esta. Al girarse, vio a Harley con su rostro inexpresivo de siempre mirando hacia el frente.
—Me das vergüenza —masculló el muchacho.
Jude le dedicó su mirada unos segundos más antes de reír con suavidad, volvió a mirar al frente y puso sus manos sobre su regazo para sostener mejor su mochila, la cual había estado a punto de caer en varias oportunidades. Suspiró más tranquila, deseaba con toda su fuerza que ese día fuera bueno gracias a Riley, y, tal vez, y solo tal vez, gracias a Harley.
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