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Capítulo 22

Lo que la tormenta dejó

—Creo que me he hecho más débil, Dorothy... —divagó con los ojos vacíos mientras posaba su mandíbula en la mesa frente a la hermana—. No recuerdo cuándo fue la última vez que lloré tanto...

—No me sorprendería, Harley —contestó secando la innumerable loza del almuerzo—. Esa chica te ha gustado por mucho tiempo, pero pensé que ya la habías superado. Me imagino que no hay nadie más o esa niña es el amor de tu vida.

—Bah —resopló—. No te puedes equivocar más.

—¿Estás seguro? Yo sí me acuerdo de tu carita cuando viniste ese día del colegio y me dijiste "Dorothy, Dorothy, hay una niña muy linda que es fuerte y divertida. ¿Cómo hago para casarme con ella?" —Soltó una carcajada—. ¿Lo recuerdas?

—¿En serio dije eso? —preguntó sintiendo el horror en los músculos de su cara.

—A veces solo debes de hacerle caso a lo que sientes en el pecho, Harley. Ya has hecho mucho daño, hijo... —Se acercó a él a paso lento y llevó una de sus manos al rostro del chico—. Puedes tener todos los amigos que tú quieras y estar con la chica que desees, pero hasle caso a tu corazón, siente, ama, admite que ya no podrás volver al pasado. ¿No prefieres darte un buen futuro en lugar de arruinar tu presente con recuerdos de gente que ya no está?

—Dorothy,... —Bajó la mirada tratando de evitar volver a llorar— extraño a mi madre y a mi hermana.

—¿Por qué? Si ellas viven en el amor de las personas que te rodean... Es que no te das cuenta, Harley... Jamás se han ido, pero las rechazas constantemente.

No sabía ni para qué iba al orfanato otra vez a hablar con la hermana que hubo de cuidar de él hasta que fue adoptado. De algún modo, era la única que conocía su dolor, con quien no tenía que volver a contar la misma historia, la única persona en la faz de la tierra que sabía cuánto había sufrido cuando un día dejó de ver a su madre, cuando recibió la noticia de que su hermana había muerto mientras jugaba con los otros niños y de ver los días pasar y que nadie se animaba a llevarlo a casa. Aun así, por eso con exactitud, era la única que tocaba heridas todavía abiertas y le molestaba tener que oír la verdad saliendo de unos labios que parecían que aunque supieran todo, no lo comprendían. No podía acercarse a Marks así como así, decirle que la quería y pedirle ser su novio, tendría que haber estado demente, ¿no es así?

Aquella carga la sintió demasiado para él, para su alma, salió del orfanato con la promesa de que volvería uno de esos días, volvió a casa de Jennifer y Ned, caminó de largo por el pasillo hasta su habitación y se lanzó de frente a su cama sin quitarse las botas enlodadas. Gruñó, furioso por la debilidad que había tenido la tarde anterior con "ella" en el puente. No sabía ni cómo reaccionar, no supo en qué momento se dio cuenta de lo que hacía, solo se separó de ella y tanto las palabras de ella como las propias todavía resonaban en los rincones de su memoria: "No digas jamás lo que acabas de ver, Marks..." "Harley, está bien llorar, no tienes que esconderte, ¡para eso tienes amigos!" "¡Es que tú...! Tú no sabes nada"... y se había ido dejándola sola allí, bajo la lluvia.
¿Y si le hubiera hecho caso a sus fuertes latidos y hubiera actuado de manera diferente? Si tan solo le fuera sencillo ser sincero como lo era para ella.

Se quedó dormido con las manecillas más largas apuntando las seis de la tarde. Luego de un sueño intranquilo y el pulso ansioso, el contacto con agua tibia hizo que se despertara de un brinco de su cama lanzando un leve grito al sentir que casi se había orinado encima. Vio a todos lados, algo asustado de la impresión, entonces oyó una risotada burlona a su lado.

—¡Maldita sea, Riley! —Vio a su compañero al borde de su cama con un tazón en la mano, en el que, al parecer, había sumergido su mano instantes antes mientras dormía—. ¿¡Cómo te metiste a mi casa!?

Riley se levantó, le lanzó una penetrante mirada y le acestó un golpe en la cabeza.

—¿¡Pero qué te pasa!?

—¿¡Harley, dónde has estado todo el puto día!? —regañó con una mano en la cintura fingiendo un tono maternal—. Te llamo al teléfono y no contestas, te llamo en la uni y me ignoras, te toco la puerta y te duermes. Me he tenido que meter por tu ventana. A la próxima, que se meta un negro y te coja, ¡que te coja, dije!

Wood se limitó a frotarse la cabeza y a mirarlo, irritado.

—Idiota...

—Ya, Wood, ¿qué onda contigo? —Su expresión cambió, dejó el tazón con agua tibia sobre la mesa de noche a un lado y se sentó en la cama junto a Harley—. Cuéntame todas tus penurias, hijo mío.

Su acompañante lo miró, alzó una ceja y entrecerró los ojos mirándolo de lado, desconfiando de cada palabra que le podría hacer decir con tanta facilidad, que le costaba creer que no mentía.

—¿Mis penurias, dices? ¿Ahora eres mi padre?

Riley se encogió de hombros.

—Si quieres, puedo ser tu novio si no... mi amor.

—Mmm...

—O tu amigo...

Por unos incómodos instantes, a Harley le faltó la respiración.

—No puedes ser mi amigo, si no puedes confiar en mí. Deja tu vida en mis manos y puede que mueras, es lo que soy, Riley. Ni siquiera alguien como yo te desea eso, a alguien como yo cerca...

—¿Tratas de protegerme, Harley? —Alzó una ceja, incrédulo—. Porque así suena, que me quieres proteger de ti mismo y por eso te fuiste y nos dejaste ayer solos a Jude y a mí. ¿O era otro el motivo? —Harley negó con la cabeza, lento—. ¿Tu cumpleaños? Feliz cumpleaños, Harley. —Esbozó una media sonrisa ante la atónita mirada del chico de ojos grises y sacó de su chaqueta una cadena larga con tintes opacos de metal, tenía dos amuletos en ella: un talismán con un dibujo que contenía pequeñas figuras que parecían motivos marinos, y una frase en latín alrededor que Harley no supo entender: "felix qui potuit rerum cognocere causas", y la cruz de caravaca al lado.

Riley le estiró la cadena y Harley, circunspecto, la recibió sin quitarle la mirada a los talismanes que esta traía. En ese momento deseó no ser tan ignorante y solo comprender lo que le había querido decir con aquel obsequio. Eso sí, era lo más interesante que había recibido en mucho tiempo.

—¿Y esto? —preguntó con una suave voz.

—La cruz de caravaca es para que te quite todo el Satán que tienes dentro y el otro es un talismán que le hace juego. Lindo, ¿no? —Se encogió de hombros.

Harley soltó una carcajada en voz baja, se alcanzó a dibujar una sonrisa en sus labios y negó con la cabeza aun observando su regalo.

—No podrás hacerme amar al mundo y a la vida con una crucecita, he visto mejores intentos. Y yo no soy creyente.

—Bueno, suelen decir "gracias", pero lo tuyo también es válido, teniendo en cuenta que eres Harley y no me has insultado o golpeado, es un gran progreso. —Asintió con la cabeza.

—No voy a decir nada de lo que me arrepienta después o que no sienta, Riley. Pero admitiré, pese a ese sabor ácido en la boca que me dan esas palabras, que si yo quisiera a alguien, los cuales serían muy pocos, existe la posibilidad de que, tal vez y solo tal vez, yo no te desee a alguien como yo en tu vida, y por eso creo que deberías alejarte.

—Wood, he conocido peores personas que tú. Créeme si te digo que puedo cuidarme solo, puedo ser peor que tú. Además, me agradas...

—¿Por qué?

—Porque eres un maldito cabrón que me hace enfadar, me sorprende con la crueldad que puede llegar a tener hacia personas inocentes, a veces me siento identificado mucho contigo y me asusta creer que puedo ser así de malvado también. —Dejó de mirar a su interlocutor y fijó su mirada en el vacío como si en verdad necesitara concentrarse—. Eres de esos pendejos que sé no se apiadarán de mí, serán siempre sinceros aun cuando tengan que romperte el corazón y creo que es lo que necesito. No sé si te has dado cuenta pero la mayoría de las personas es muy amable conmigo, demasiado miel y no es que lo odie pero... Siempre se necesita también a alguien como tú, los tipos como tú no traicionan. No lo veo así.

Harley lo miró, imperturbable, apretó con fuerza los amuletos de la cadena e inclinó ligeramente la cabeza al resoplar como quien ya no aguantaba sostener por un segundo más ese aliento de vida que ansiaba su escape.

—¿Te das cuenta de que me acabo de declarar y tú ni te inmutas? —preguntó Riley, cambiando por completo el tono de su voz.

—Oh, lo siento. ¿Tengo que declararme también, supongo?

—No, ya no eres mi tipo. Demasiada inseguridad de un cabrón que no vale la pena. —Se cruzó de brazos torciendo el rostro.

—Auch. Y dices que el malvado soy yo.

—Ansío que alguien nos escuche —dijo soltando una leve risa.

—Creerán que somos gays de verdad.

—¿No sería gracioso?

—No. —Riley rió y luego Harley lo acompañó—. Bueno, ya que has roto mi corazón... Te contaré algo, si tú quieres...

—¿El porqué de tus miserias? Pensé que no hablabas con nadie de eso. —Sonrió con ironía.

—Serás la primera persona que se entera, solo lo sabe la hermana que me cuidaba en el orfanato y Jennifer y Ned, los sujetos que me tienen de arrimado en esta casa... —Tomó aire, sujetó su cadena con ambas manos y evitó la mirada de Riley, quien lucía una mueca de desinterés—. Vivía con mi madre, mi padre y mi hermana menor, Penélope, hasta mis cinco años. Ella era menor que yo por dos años. Puedo decir... Ah, —tragó saliva— que teníamos una buena vida, no nos faltaba nada y estábamos bien. No sabía en qué trabajaban exactamente mis padres hasta que un día se metió la policía a la fuerza a nuestra casa, nos tomaron a mis padres, a mi hermana y a mí... Al día siguiente, solo sé que lo único que me quedaba en la vida era Penélope... Mi hermana... Mis padres vendían droga, por eso tenían dinero, los llevaron presos y a nosotros nos dejaron en un orfanato. Al principio, mi madre iba cada domingo a vernos, de repente un día dejó de hacerlo... No sé qué pasó, solo dejó de venir y siempre estuvimos esperándola porque dijo que sí volvería... hasta que un día me cansé y le dije a mi hermana que mejor nos olvidábamos de Susan y de Jean, ellos no aparecían más... —Negó con la cabeza, Riley seguía impasible, oyendo con atención—. Tratamos de rehacer nuestras vidas en el orfanato, no era tan malo, teníamos educación, abrigo, comida y techo. Creí que en algún momento nos adoptarían y seríamos felices por siempre como en los cuentos que nos leía la hermana Dorothy, pero un día, cuando yo tenía siete, volví del colegio y me... —Hizo una pausa, sus ojos volvieron a tornarse vidriosos y mordió su labio inferior antes de continuar.

—¿Qué sucedió?

—Me dijeron que mi hermana estaba muerta. Había estado jugando a las escondidas en el bosque, cerca del río con los otros niños. Se empujaba con un tal Thom por un escondite, ella cayó al agua y nadie pudo salvarla... Mi vida, en ese punto, se arruinó. Solo se arruinó porque me quedé solo, me enamoré de una niña que me recordaba a mi hermana y ni siquiera sabía de mi existencia aunque estudiáramos en el mismo salón de clases por más de diez años... —Sonrió, irónico—. Me deprimí, los adultos no me adoptaban, cuando tenía ocho llegó una pareja que dijo que se habían enamorado de mí pero no tenían medios para sustentarme así que me prometieron que volverían por mí cuando los tuvieran. ¿Sabes cuándo fue eso? Cuando cumplí catorce años. Me adoptaron y estoy seguro de que sienten que ha sido el peor error de su vida hasta el día de hoy. Esperé seis años para salir de un lugar que no era tan malo... Nadie me quería... Pensé que nunca me iría como los demás...

—¿Y por eso odias a la gente?

—Por eso me di cuenta de que las personas pueden mentir, se van, te traicionan, parecen ser algo que no son, mis padres eran ángeles hasta que supe que vendían drogas y, quizás, hasta la consumían. Al final, las personas se van, los niños del orfanato, mi hermana, las promesas de la mayoría de las personas se deshacen con gran facilidad, no necesito a nadie, no quiero tener a nadie. ¿Para qué? Si de todas formas, todos se van... Moriré si tengo que volver a soportar... ese dolor... Solo soy un maldito cobarde, Riley, nada más.

—Entiendo...—Riley lanzó un profundo suspiro—. Bueno, Woody, he escuchado toda tu historia y solo te voy a decir algo: las personas son irremplazables, hay gente que nunca se va aunque ya no la veamos, no quiero sonar cursi ni ñoño, pero sé que podemos ver en los ojos de otros a los que fueron queridos para nosotros... —Encogió un hombro—. Y, si bien, no te prometo mostrarte a tu familia en mi cara, deberías de empezar a apreciar a las personas que estamos a tu alrededor y nos podemos encariñar aun con la peor de todas tus versiones, porque es difícil ver algo bueno o agradable en ti, pero, hey, yo lo hice.

Harley no contestó, se limitó a mirarlo por unos segundos para luego, inevitablemente, reír junto a él. Sintió como si un peso se le hubiera quitado de encima, jamás, ni siquiera en sus sueños, le había contado a alguien sobre su familia y lo que sentía por ella, pues, al parecer, a nunca nadie le interesó lo suficiente, siempre se esforzó por ser lo bastante huraño como para alejar a cualquiera que hubiera querido acercarse. Era la primera vez que se le encogía el corazón por su cumpleaños, la primera vez que se sinceraba, la primera vez que recibía un obsequio que significaría para él un recuerdo importante, ya que sabía que aun cuando no quisiera, ese día quedaría grabado en su memoria por muchos años, cuando fuera un anciano cansado y todo lo que le quedara por decir de la vida fuera "lo odié todo, pero un día conocí a un tal Riley..."

—¿Alguna vez trataste de buscar ayuda? —preguntó Riley poniéndose de pie de la cama.

—¿Te refieres a un psicólogo? —Riley asintió—. No,  porque jamás le he dicho esto a nadie y no es que me sea fácil hacerlo, no quiero que nadie sepa sobre mi vida, no necesito que me entiendan y tengan lástima. Además, los psicólogos no curan tus heridas, no te devuelven lo que perdiste, solo te enseñan a vivir con el dolor y eso ya lo sé.

—Pues no creo que te sientas mejor estando solo, puedes hablar con Jude y conmigo si quieres. A pesar de todo, ella te tiene estima. —Tomó el recipiente con agua que se hallaba en la mesa de noche.

—Qué absurdo es creer que sigas aquí... —Negó con la cabeza—. Eres lo más cercano que he tenido a un amigo. Y si lo fueras, serías un buen amigo... El mejor, de hecho.

—El único que has tenido. —Le arrojó el agua del pequeño contenedor en la cara, empapándolo—. Es porque soy tu amigo, imbécil.

—Ah, pedazo de idiota... —Escupió el agua que se había tragado, se puso de pie y exprimió sus mechones—. Vas a ver, Thompson.

—¿Qué veré, Woody? —cuestionó con una divertida sonrisa.

Harley amenazó con acercarse, a lo que Riley salió corriendo de la habitación y Wood fue tras él dispuesto a abrir todas las llaves de los lavabos que se encontraran en la casa y arrojarle agua. En algún momento aprovechó para dejar una cubeta sobre la ducha de uno de los baños del segundo piso, Riley llegó a la cocina buscando con qué defenderse, pero el dueño de casa sí sabía dónde estaban las cosas, por lo que le fue más sencillo sacar lo que necesitaba para arrojarle cualquier líquido que se encontrara en botellas o jarrones, como el agua de los floreros. Por fortuna, Jennifer y Ned habían salido, por lo que no pudieron ser testigos del desastre que dejó ese par de jóvenes que se comportaban como niños riendo de forma escandalosa, empujándose, insultándose, burlándose el uno del otro, disfrutando de su inmaduro comportamiento como si nunca hubieran jugado así en su juventud más temprana. Terminaron empapados de pies a cabeza y con lodo en varias habitaciones y pasillos. Al término de la tarde, se quitaron la ropa, la pusieron a colgar, Harley le prestó una camiseta y unos pantalones a Riley para que lo ayudara a limpiar el desorden. Con todo finiquitado y las prendas de vestir ya secas, Thompson se marchó diciendo que vería a Jude, que ya hora de que cenara y sus padres le habían pedido de favor que los ayudara con eso, pues a ella no le gustaba comer si él no se encontraba cerca.

Rondaba las siete de la noche cuando, tirado en su cama, Harley recibió un mensaje de texto a su celular en el que Camile Mawson lo citaba a una cafetería con carácter de urgencia. Si Riley era su amigo y Jude era soportable jugando con la línea que la lanzaba a lo insoportable, no entendía con exactitud qué podría significar para él esa rubia, con quien solo había tenido sexo en una ocasión y había hablado un par de veces, sin embargo, era quien menos le desagradaba antes de contar con Riley. Así que solo por eso, se puso su chaqueta oscura y la cadena que le habían obsequiado y salió a verla. De todas formas, no planeaba hacer la tarea o ponerse al día de los cursos que había perdido durante su ausentismo en clases.

Las luces eran tenues para la cantidad de personas que se hallaban platicando sobre temas variados y tomaban algún café o comían una galleta, siempre ruidosos. A Camile la pudo ver en una de las mesas del fondo del lugar, casi en un rincón junto al baño, mientras doblaba unas servilletas en su espera por el chico de ojos grises. Harley solo llegó, tomó la silla frente a ella y se sentó. La joven no pareció inmutarse, pero al cabo de unos segundos sonrió y alzó la mirada para preguntarle cómo estaba.

—Mejor que tú porque para que llames a alguien como yo para hablar significa que te peleaste con tus amigas...

—No me he peleado. —Esbozó una mueca—. Solo quería hablar con alguien del sexo opuesto que no fuera Josua, amigos tengo muchos pero me he acostado contigo así que eres lo más adecuado para hablar por ahora.

—¿Quieres que nos acostemos de nuevo? Oye, no sé si estoy de humor... —Rascó su cabeza.

—¡No! —interrumpió—. Solo hay que hablar, Harley, qué chico tan malo eres. —Suspiró—. En fin... Dime algo, iré al grano, si tú estuvieras comprometido con alguien con quien te planeas casar dentro de varios años, ¿te darías la oportunidad de salir con otras chicas hasta que tú y tu prometida puedan verse? Porque, resalto, tú y tu prometida viven en estados diferentes y su diferencia de edades es de siete años más o menos.

Harley parpadeó un par de veces sin quitarle la mirada de encima.

—Qué.

Camile volvió a suspirar masajeándose las sienes.

—Dije, si tuvieras una prometida...

—¡Aguanta, ya te oí! —interrumpió—. A ver... Aj. Primero, jamás me comprometería con alguien menor que yo, después, no soy de los que se comprometen y menos pensando en el futuro de aquí a diez años. Tercero, imaginando que soy de los que salen con chicas, claro que saldría con otras hasta antes de casarme, si mi "prometida" es una niña que no veré hasta que sea legal, tengo todo el derecho de estar con quien yo quiera.

—Creo que me equivoqué. No sé por qué te pido tu opinión, eres muy distinto de él... —Volvió a suspirar.

—¿Y por qué tantos desinfles? ¿No quiere estar contigo por el cuento de que está comprometido? —Bufó—. ¿Y le creíste? ¿Te dijo que la ama o algo así? —Rió.

—No entiendo por qué te ríes tanto —Frunció el ceño—, porque seguro que a ti también te han roto el corazón varias veces. ¿No es así? —Harley detuvo su risotada y la observó con un semblante más serio, más duro—. Já. A ti te gusta alguien porque me cambiaste la cara, a que sí. —Reclinó su mentón en un puente que formó al entrelazar sus manos sobre la mesa y sonrió—. También apostaría a que la viste hace poco, ¿no es así?

Harley no pudo evitar ruborizarse ligeramente, volvió a bufar y desvió la mirada.

—Qué sabrás tú...

—Lo suficiente, chico malo. ¿Es una chica que yo conozco? —Él arrugó la nariz—. Ah... Ya veo, ¿alguien muy cercana a mí?

—Cierra la boca.

—¿Es Penélope?

—¿¡Otra vez!? —Dibujó en su cara una mueca de fastidio—. Lo mismo me preguntaste el día de la fiesta, ¿que no entiendes que me confundí? Mi hermana tenía el mismo nombre. Bah.

—¡No seas tonto! Esa confusión no viene al caso y solo es una excusa barata. Harley, escúchame, —Tomó las manos del chico sobre la mesa y le encajó la mirada directo a sus ojos— uno de los peores males es comerse nuestros sentimientos, siempre tenemos que hallar la forma de expresarlos, si no puedes decirlo, tienes los gestos, las miradas, los abrazos, el cariño, el solo preguntarle cómo está. Me dijiste que no sentías pero estoy segura de que el motivo por el cual te veo a la cara y no siento vida en ti es porque te estás muriendo por dejar salir lo que sientes... Comprende, Harley, si lo que ocultas no es malo, no hay razón para no dejarlo salir... ¿Qué es lo peor que puede pasar?

Como un repentino impulso, Harley se puso de pie y juntó su frente a la de su compañera, sobre la mesa que los dividía y contestó en un muy bajo y grave tono de voz:

—El rechazo. De esos que te parten a la mitad. El miedo, de esos que te convierten en algo que no eres. ¿Cómo puedes decirle a alguien que lo quieres cuando no sabes cómo se hace eso? ¿Sabes lo que es tener un amigo y no saber cómo ser uno?

—Cuando quieres a alguien, por más que trates lo contrario, te sale natural quererle. Yo sé en el fondo, que quieres a Penélope, ¿o es que alguna vez trataste de hacerle daño?

—Trato de hacerle daño a las personas. —No dudó en contestar.

—¿Y a ella?

—Es lo que menos quiero.

—¿Y has tratado de hacer lo contrario?

—Con mantenerme alejado es suficiente.

—Así que eso piensas... —Suspiró, soltó las manos del chico y se volvió a sentar. Unos instantes después llegó una azafata con dos vasos de café late y dos galletas de avena que Camile había pedido antes de que su acompañante llegara—. Bueno, Harley, digas lo que digas, lo niegues con fuerza o no, no hay mejor salvación que confesar lo que no nos deja dormir por las noches. Si me disculpas, chico malo, iré al baño. No te vayas aún. —advirtió señalándolo con el dedo índice.

La muchacha se puso de pie y se alejó hacia el servicio higiénico dejando su vaso de café a medias, su galleta entera a un lado y su celular en el centro de la mesa. Harley se disponía a volver a su hogar, pues hasta ese punto, aquel había sido un día bastante peculiar en su vida, había hablado más de lo que estaba acostumbrado, peor que si hubiera estado ebrio; sin embargo, la noche apenas empezaba. Antes de que se pusiera de pie el celular de la chica vibró unas siete veces seguidas, no iba a revisar a qué se debía, pero el aparato se movía con tanta insistencia que Wood no pudo con su curiosidad y tomó el teléfono para leer rápidamente los mensajes que acababan de llegar. Todos eran de un mismo contacto, un tal "Señor T".

«Señorita Mawson, son más de las siete de la noche. Creo haber sido bastante paciente con usted, la he estado esperando en mi habitación por más de dos horas. Creí que sabría a qué recepcionista pedirle la llave y como creí que ese habría sido el problema, llamé a la susodicha, pero de usted ni se ha oído. Usted debe de tomar este como cualquier otro empleo, me decepciona su falta de profesionalismo que se da casi a diario con sus tardanzas. Si está en esos días, tiene que avisarme por anticipado, pero no hay noticias suyas. Espero su respuesta, ya no se moleste en venir. Después de lo que he hecho por usted y su familia, me sorprende su ingratitud. Buenas noches.»

Había palabras clave no escritas, términos que hasta el más inocente hubiera podido deducir y con lo dicho era más que suficiente para comprender lo que ocurría. Camile, al llegar a la mesa, tuvo que detenerse a unos pasos de Harley cuando lo vio sosteniendo su celular. Él fijó sus ojos en ella con algo de curiosidad, ni atisbo de culpa sobre lo hecho, y empeoró cuando el teléfono comenzó a tocar una melodía que la universitaria sabía a qué contacto la había conectado para saber siempre, de anticipo, que no podría contestar aquella llamada con personas conocidas cerca. Él dejó el celular sobre la mesa, se cruzó de brazos y bajó la mirada. Ella se acercó, temerosa, a su silla, apagó el teléfono y tomó un sorbo de café tratando de sacar fuerzas para ocultar su vergüenza. El silencio les duró minutos casi eternos.

De pronto, ella se animó a pronunciar con sus manos sobre su falda:

—Ahora entiendes que a algunos nos mata guardar secretos que no podemos decir... Cosas que las personas condenan sin darte la oportunidad de dar tus motivos... —Sonrió de lado y sus ojos se llenaron de lágrimas—. Así que si tienes algo que confesar, dilo... Dilo mientras puedas, mientras no lastimes a nadie con ello, mientras nadie te odie o se decepcione por eso, dilo... Dilo porque puedes, porque eres libre...

Entonces se deshizo en lágrimas, y lloró sin esperar consuelo ni cobijo de alguien sin corazón que solo la miraba, en silencio, sin mover un músculo, pensativo, perdido en sí mismo. Lloró como lo hacía sobre su almohada, lloró de vergüenza e ira, lloró porque se sentía sucia y sentía que, a diferencia de Harley, ella no había tenido elección y cómo deseaba que Josua estuviera allí para decirle que él la entendía, que todo pasaría, que ella también era libre.

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