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Capítulo 21

El Dios castigador de un alma enamorada


Para nuestros protagonistas las consecuencias de pasar casi una noche entera tras las rejas de una celda habían sido diferentes para cada uno de ellos, lo normal era que sus progenitores les prohibieran a sus respectivos hijos volver a ver al muchacho más involucrado y culpable. Sin embargo, a esas alturas, con más de dos décadas de vida, una mala compañía no era algo que estuviera dentro de lo que los adultos podían prohibirles a sus jóvenes. Pero la advertencia quedaba, "no volveré a salvarte", habían sido claras sus palabras. Al menos, los Thompson y los Berry habían preferido razonar de aquella forma, ya que el matrimonio Mawson nunca se enteró del paradero de su hija aquella noche, "se me pasó la hora en casa de Rey", había sido la excusa de Camile. Por otro lado, la señora Marks sintió una completa indignación con la demora de su primogénita, ni siquiera dejó que esta pudiera explicar algo de lo ocurrido, su hora de llegada fue motivo más que suficiente para amoratarle la cadera con un palo que había hallado en la cocina fuera de lugar. Mientras tanto, en otro hogar, el silencio se hizo más denso a la hora del desayuno, la pareja de Ned y Jennifer no pronunciaron palabra alguna a su acogido, apenas se percataron de que no bajaría en la mañana a la mesa, pensaron que se habría desvelado en la calle peleando con alguien porque ese ni a fiestas iba. La indiferencia se acentuó en lo de Wood y él sabía que no había nada peor que ello. Como buen escorpión, su cumpleaños se aproximaba y para él este periodo no era sino un argumento malo para ausentarse a clases, siempre fue el único "regalo" que pidió, lo único que le bastaba, aunque, muy dentro en su pecho, un deseo de hacer algo diferente nació. De cualquier modo, no estaba dispuesto a saciarlo.

Los días de noviembre habían llegado con algo de lluvia, pocos días de sol que apenas se asomaba para luego irse muy rápido, los niños no salían de sus hogares si no era con casacas y chalinas, las parejas no paseaban a menudo por los parques y el amor no era precisamente lo que se respiraba. Aun así, con el gélido clima de Atlanta, Harley y Riley se las arreglaban para visitar a Jude, quien, al enterarse de lo sucedido aquella noche en casa de Josua, no se despegaba del calor de este último. Cada tarde era un nuevo desafío para la joven que tenía que ver a los ojos y pasar las horas con dos muchachos cuyo reflejo no podía denotar mayor oposición, pues estaban las tiernas sonrisas de Riley y las muecas de Harley. Este solía tirarse en algún mueble cercano de la habitación de la muchacha o se asomaba por la ventana a suspirar mientras que aquel se sentaba a su lado en su cama, cepillaba su cabello, la ayudaba con las tareas de la universidad, platicaban sobre temas cotidianos y bastante superfluos haciéndose reír o burlándose de la soledad en la que se forzaba su acompañante a permanecer.

—¡Hey, Harley! —llamó Jude—. ¿No quieres ver una película con Riley y conmigo? Podemos ver El juego del miedo.

—Lo que quiero es irme a mi casa, flacucha —contestó el chico ingresando al dormitorio ya que se había recostado en el balcón por casi media hora—. Además, seguro te orinas de miedo con esa cosa y no estoy para cambiar pañales.

—¡No sé por qué vienes a hacer bulto y estorbo! —vociferó desde su cama—. ¡Ni quién te necesite!

—Admite que adoras mi presencia, —declaró acercándosele con lentitud— porque si no fuera por mí, te mojas con estar a solas con Riley por dos segundos.

Desde el mentón hasta las orejas pálidas como la nieve, la cara de Jude adquirió el tono más rojizo del que era capaz, apenas balbuceó, farfulló y se escondió bajo sus sábanas.

—¡Ay, te odio! ¡Eres un idiota!

—Harley, sabes que nadie te obliga a quedarte, la puerta está... —Riley aclaraba con un tono de voz sereno, tranquilo mientras señalaba lo que decía hasta que él lo interrumpió.

—Sé perfectamente dónde está la puerta, pero el que me obliga a quedarme soy yo mismo... Así que déjenme... —afirmó esto último con un volumen de voz más bajo y se sentó en la silla que se hallaba junto a la cama de Jude—. Oye, cochinada, —picó la sábana en donde parecía que Jude había escondido su cabeza— si tienes la película, has que Riley la ponga de una vez.

—¿¡A quién llamas 'cochinada', imbécil!? —saltó descubriéndose pero teniendo cuidado con el yeso de su pierna.

—¡A ti pues, a quién más!

—¡Me harás lanzarte el control remoto de nuevo!

—¡A mí no me vas a venir a lanzar nada, mocosa!

—¡Te lanzaré un ladrillo si lo quiero!

—¿Cuál de todas las de Saw veremos, chicos? —preguntó Thompson, inmutable.

***

—¡Hey, Jos! —alzó la mano en alto desde las gradas del campus para que él la viera. El muchacho había estado limpiándose el sudor de la frente con una toalla después de su práctica de fútbol cuando la oyó y respondió el saludo con una radiante sonrisa—. ¡Te traje el almuerzo, ven aquí, atleta!

Quizás el pasar unas horas tras las rejas de una celda no había estrechado la relación de algunos, pero Camile se había dado cuenta de la cruda verdad que podía llevar a una misma sintonía su corazón con el de Josua. Y es que la fragilidad con la que podían haber sido enviados al mundo real, ambos, siempre habían querido esconder hasta las últimas consecuencias, pues tenían secretos que preferían que sus familias no descubrieran. Pero no era malo, ella lo sabía y en algún momento hablarían de ello. Mientras tanto, gustaba demasiado de estar a su lado.

—¡Hey, preciosa! —contestó enérgico mientras subía los escalones hasta donde ella estaba—. Gracias por venir, se te extrañaba desde el miércoles, Cam. —Acarició la mejilla de la chica con la yema de sus dedos y ni cuenta se daba de lo rápido que iba el corazón de ella con cada micro segundo en el que solo se rozaran.

Todos los días desde el siguiente del desafortunado encierro, ella le llevaba comida que por su cuenta preparaba, especial para él, con verduras, y carnes que él más disfrutaba. Cada tarde en la que Josua practicaba alguno de los deportes del que era capitán en la universidad, ella lo esperaba hasta que la luz ya se hubiera ido si era necesario. Al principio él seguía su misma rutina de siempre, entrenaba hasta que sus músculos ya no se lo permitieran, pero luego comenzó a salir un poco antes para tenerla en cuenta, para no hacerla esperar mucho, para irse juntos.
En algún momento él soltó una carcajada por algo que ella había dicho y para Camile no hubo sonido más delicioso de escuchar que su risa, que sus bromas, que sus comentarios hacia la vida, los problemas, las dichas, lo oscuro y lo claro. Se dio cuenta de lo mucho que le gustaba uno de los chicos más populares de Emory y lo bien que se llevaban, lo increíble que la pasaban en el solo trayecto de su universidad a sus hogares.

—No hay de qué, fortachón, te gustan los camarones, ¿no es así? ¡No sabes lo que he hecho para conseguirlos! —rió, linda.

—Con tal de que no estés al borde de la prostitución —bromeó lanzando una de esas sonrisas que lograban que ella se derritiera.

—¡Oh, si solo tú supieras, grandote! —ambos rieron.

Se sentaron en las gradas sintiendo el ambiente un poco más cálido de lo normal para la estación de invierno en la que todavía se hallaban, él destapó la pequeña caja de comida que ella le había traído y le ofreció saborearla con él pero ella confesó que estaba a dieta, "si no, ¿cómo mantenía la figura? " Los compañeros del equipo de Josua lo observaban a lo lejos, pues les parecía digno de resaltar que una chica rompiera con su hábito de almorzar todos juntos, aunque no importaba, era una rubia despampanante, "¡seguro se la tira más tarde! Porque qué difícil que la quiera de verdad, a Josua le gustan muchas, pero nada serio, nuestro capitán no se enamora".

Pasadas las cuatro de la tarde, con el entrenamiento acabado y luego de que los muchachos se ducharan, Camile y Josua se alejaron caminando al lado del otro, él llevaba la mochila de ambos y el corazón de ella latía fuerte por los dos también. "¿Sabes que la paso muy bien contigo, bonita?" Las flores seguían escondidas en los arbustos de los parques y el viento movía con ira las hojas de los árboles, pero qué frío hacía. "Muchas gracias por traerme la comida todos los días. ¡Cocinas muy bien, preciosa! A mí me gusta mucho, ¿sabes?" Algunos pajarillos cantaban en las copas, pocos autos atravesaban las calles, había tanto silencio que el solo suspiro de un enamorado hubiera retumbado en la zona como bombos y platillos de una serenata. "Podríamos ir este fin de semana al cine, ¿te gustaría? Creo que te encantaría esa película animada que se acaba de estrenar, es una de Disney... Espera que me acuerde su nombre..." Los dos universitarios vivían en un mundo diferente al que los ojos de cualquier otro mortal veía, uno en el que no hacía tanto frío, el tiempo transcurría más lento, las bocanadas de aire eran más profundas, las miradas, más densas, más sinceras, y percibían más de lo normal, como las aceleradas pulsaciones de uno de ellos, y solo uno. "Qué genial es el brillo de tu cabello, tan rubio, y es que hace juego con tus ojos claros, qué bonita que eres... Disculpa, me siento raro. Te lo dicen siempre seguro, pero yo quiero ser sincero, me gusta mucho ser tu amigo, mucho, mucho". Y si tan solo se hubieran tomado de la mano, si solo hubieran hablado de temas extraordinarios, de esos que los escritores novelan, y no solo se hubieran perdido divagando en sentimientos comunes de muchachos jóvenes e inexpertos, pues la madurez en ciertos asuntos no se la habían dado ni siquiera las decenas de labios que habían besado ni los cientos de "me gustas" pronunciados, a veces ni con eso aprendían, ni con eso llegaban a entender que había algo importante fuera de sensaciones efímeras que ocasionaban las figuras bonitas de cuerpos y rostros tiernos. "¿Sabes que te quiero mucho, pero mucho, mucho, bonita?" Ella quería creer que las sustancias tan hechizantes que emitían esas hormonas inquietas tenían un porqué con sentido, comprensible en su totalidad, es porque empatizo con él, porque yo también siento como él, porque tenemos mucho en común, porque sé que ni él ni yo somos malos, aunque los demás sí puedan condenar nuestros actos con la ley. "Gracias por acompañarme, gracias por quedarte hasta tarde, gracias por estar aquí, Camile, gracias solo por estar".

Llegaron a la calle West, atravesaron un pasaje lleno de tierra y cruzaron un parque amplio lleno de bancas, árboles frondosos y hasta una laguna antes de llegar al edificio en el que Josua compartía un departamento con su primo Tyler. Ni siquiera se preguntaron si ella se quedaría un rato más con él, solo lo siguió hasta su hogar y se sentó en el sofá en que habían jugado videojuegos la semana anterior y él acababa de dejar las mochilas. El chico entró a la cocina y comenzó a preparar té para ella y café para él, ella preguntó si quería ayuda, pero él se apresuró en decir que ella ya hacía mucho por él, ahora él se encargaría.

—¡Los increíbles! —exclamó con fuerza a lo que se asomaba a la sala—. ¡Así se llama! ¿Te gustaría ir a verla, Cam? Parece divertida.

—Suena increíble, —rieron— pues vamos este fin de semana. Podemos preguntarles a los chicos si quieren ir —sugirió esperando su reacción, deseando que él corrigiera que solo quería ir con ella.

—Es cierto. Podemos ir con Riley, Penélope, Regina... Si es que Jude puede, enhorabuena... —se silenció como desanimándose de continuar.

—¿Qué hay de Harley? ¿Le decimos?

—¿Siquiera sabes algo de él? —el ambiente y tono de la conversación cambió por completo—. Oí que no ha ido a clases estos últimos días.

—Ya veo... Por eso no lo he visto desde ese día... Me pregunto en qué pensará Harley...

—Solo Dios sabe...

Desde esa noche en lo de Josua, Harley había decidido no ir a clases, por lo menos hasta que llegara el nueve de noviembre, pues era la época en la que se sentía más solo y desganado, lleno de desidia, nostalgia y ganas de volver al pasado, aquellos días en los que era muy inocente como para presumir su felicidad. Los ecos de voces de fantasmas se hacían presentes en su imaginación, por más que hubiera querido permanecer en el mundo que le rodeaba, le era difícil hasta concentrarse en las películas de terror que más le gustaban, aunque estuviera en compañía de Riley y Jude, los únicos a los que lograba tolerar. Se perdía en la nada y no mostraba emoción en ninguna escena, hasta para alguien insensible como él, para sus acompañantes, ese comportamiento era extraño.

—Harley, ¿estás mirando o viendo la película? —preguntó Riley.

El aludido guardó silencio.

—Oye, atarantado, ¿nos escuchas? —Jude se acercó y tiró de su cabello con fuerza.

—¡Oye! ¿¡Qué tienes, loca!? —se incorporó de inmediato al sentir dolor.

—¡¿Estás aquí con nosotros o dónde?! Sé que no eres el más expresivo pero creo que te estás durmiendo.

—Ni siquiera estás yendo a la universidad y te desvelas... —comentó Riley llamando la atención de su amiga.

—¿Cómo que no estás yendo a clases, Harley? ¿Por qué? ¿Qué tienes? —preguntó ella con sorpresa.

El chico de ojos grises siguió sin responder, vació todo rastro de vida en su faz y permaneció impasible, sin intenciones de contestar. Se clavó en la película, entonces Riley se puso de pie, rodeó la cama, se detuvo frente a Harley y le tiró una leve bofetada.

—¡Hey! —se quejó Wood.

—Tú no faltas así como así, aunque eres idiota, eres buen alumno, ¿qué es lo que te pasa? No hemos hablado de eso —señaló Thompson con un ceño duro, yendo directo al grano.

Apenas soltó un bufido y volvió el rostro al piso, no iban a obligarlo a hablar, ¿quiénes eran ellos para hacerlo?

—¡Harley! —exclamaron al unísono.

—¡Ya déjenme en paz! —vociferó—. Tengo mis razones para hacer lo que se me dá la gana y no tengo por qué compartirlas con ustedes, ¿¡quiénes creen que son para mí!? Solo porque me até a ti —señaló a Jude— por lo que te hiciste no significa que haya algo más entre nosotros, por lo menos, no lo tienen conmigo.

Se silenció por algunos segundos todo en la habitación, solo se oían los gritos de los personajes que eran asesinados en la película, pero tanto Riley como Jude tenían la vista fija en el muchacho de pie junto a ellos, no estaban enfadados ni ofendidos, pero cuánta tristeza... Riley dio una bocanada profunda de aire y suspiró con pesar.

—Harley, lo que te dije en Aspen... —pronunció Riley—, lo dije por cólera, ya no es tu obligación quedarte... Yo cuidaré de Jude, eres libre de irte si quieres...

Wood abrió grande sus ojos y se quedó mirando al muchacho delante de él, con gran sorpresa.

—No te necesito, Harley —confirmó ella—. Quería que te quedaras pero vete si quieres...

Pero qué gran vacío sintió en su pecho en ese momento, no esperaba esas respuestas, ¿no querían que se quedara? Se hizo miles de preguntas mientras se hallaba todavía allí de pie, en la oscura habitación que habían ambientado él y Riley para ver la película, pero ya no más. En cuanto se dio cuenta que ya no era el momento, prefirió marcharse.

—Bien... Yo tampoco los necesito. —Su voz se quebró, se pasó la mano por el rostro y salió del dormitorio sin mirar atrás.

Atravesó la sala, se asomó a la cocina ya que allí se hallaba la madre de Jude, se disculpó con una leve reverencia a la mujer y antes de que esta pronunciara palabra alguna, salió del departamento, del piso y del edificio. Por varios minutos estuvo caminando sin tomar en cuenta su destino, todo en lo que pensaba era en los gritos de ira de Jude, las bromas de Riley, las sonrisas de su madre, los castigos de su padre y las mejillas rosadas de su hermana menor. Se le hizo un nudo en la garganta, le dolía el corazón, sus ojos se tornaron vidriosos, sabía que quería llorar pero no iba hacerlo, se forzaba a no dar la imagen de una persona débil, no toleraría jamás que alguien pudiera aprovecharse de él en un momento de tal desnudez, cuando dejaba libre todo lo que le molestaba. No, él no podía llorar, no iba a extrañar, no iba a arrepentirse más de lo que ya lo había lo había hecho antes. De pronto recordó su quinto cumpleaños, en el que sus padres decoraron toda la casa con motivos de Garfield, el gato panzón, había globos naranja por todas partes, el pastel era de tres pisos, las cajitas de las sorpresas, las piñatas, los dulces, el mantel, el pequeño toldo que pusieron en el patio por si osaba llover, los juegos, las risas, todo estaba hecho con amor y no había niño en el planeta con la sonrisa más grande que Harley. "¡Feliz cumpleaños, Harley!", exclamaba cada vez que lo recordaba su hermana Penélope, o Penny como la llamaba, quien en aquel entonces, apenas contaba con tres abriles.

Se embriagó de melancolía con voces del pasado, solo deseaba sentir como antes, no esconderse del resto, por qué le dolía así esa fecha, como hacía mucho tiempo estaba sintiendo ese día, ardía y quemaba la soledad más que nunca.
Su instinto lo llevó al camino hacia la casa de Ned y Jennifer, por un momento quiso ir al orfanato en el que había conocido a Dorothy, pero la desidia le ganó y antes de que se diera cuenta se hallaba en un puente que cruzaba una calle de vías rápidas. Caminó sobre él con mayor lentitud que la que había tenido hasta ese momento y cuando llegó al otro extremo del puente, solo se detuvo y contempló las pistas en las que corrían los autos...

***

—Me pregunto si Harley estará bien...

—¿Lo dices porque ha estado faltando, ciruelita?

—Sí, es que...

—¿O es porque te gusta? —interrumpió, pícara, a lo que codeaba a su amiga mientras iban por los pasillos de uno de los pabellones de Emory—. A mí no me puedes engañar.

—¡Que no! —resaltó Penélope con las mejillas acaloradas—. Desde ese día no ha venido, no sé si se siga viendo con Riley o Jude, ¿crees que se haya enfermado?

—Penny, siempre he pensado que los chicos con los que has estado se preocupaban por ti más de lo que te merecías, es la primera vez que un muchacho te importa tanto... —reflexionó.

—No. En serio, Rey, ¿crees que sus padres lo hayan castigado?

—¿¡Sus padres!? —exclamó, absorta—. Suflé, ¿en qué mundo vives? Primero, ¿tú crees que hay algún adulto capaz de castigar a ese? Segundo, Harley no tiene padres. ¿No recuerdas las presentaciones de la escuela? Sus padres nunca iban porque él no tiene.

—¿Qué dices? Yo vi una vez que una mujer lo traía a la escuela y le besaba la cara antes de irse.

—Seguro era la mujer que lo adoptó...

—¿Cómo sabes tanto?

—Me lo contó hace años una profesora de secundaria, siempre quisieron mantenerlo en secreto porque Harley no era agradable y no querían empeorar su relación con sus compañeros sabiendo esas cosas de él, pero creí que con los años había dejado de ser un secreto. Como a mí no me interesa la gente que se hace la víctima de lo que le pasa, tampoco lo comenté con nadie.

Ya habían finalizado las clases de todos sus cursos y, para variar, como en la última semana, Camile no se había ido con ellas, así que se acompañaban entre las dos hasta llegar a la camioneta de Regina, en la que se iban juntas. Si bien prefería no decirlo en voz alta para que sus amigas no se rieran o incomodaran con ella, Penélope no había dejado de pensar en Harley desde ese día en el que él fue el único por quien nadie llegó a buscar, por la boca de Josua había oído que había salido muy tarde de su celda, pero poco después de que amaneciera, él ya se había ido. Como nadie sabía de él y Riley, su mayor contacto, se iba temprano de la universidad para ver a Jude, ninguna de las tres supo del paradero de Wood. Ni siquiera ella misma se esperaba tener al muchacho tan presente en su memoria, latente en su pecho, quería verlo y necesitaba saber que estaba bien, solo para estar tranquila...

—Rey, ¿sabes tú quién puede saber de Harley?

—Pero, panquecito... —fue tomada de los hombros por su amiga, con firmeza.

—Por favor, solo quiero saber. No lo veré, solo quiero saber...

Regina suspiró.

—Pues sí. Hay alguien...

***

—Ay, me encanta tu habitación... —suspiró extendiendo sus brazos—. Es tan tú.

Josua soltó una leve risa.

—¿Y eso qué significa? —preguntó, divertido.

Habiendo terminado de tomar su café y té respectivamente, comenzaron a platicar sobre películas que les gustaría ver. Ya que la sala de estar no contaba con un DVD, el muchacho la invitó con naturalidad a pasar un rato al santuario de su recámara, en la que tenía pegados diversos posters de equipos de fútbol, baloncesto y béisbol, esas leyendas que naces justo a tiempo para ver triunfar en la cancha más importante del mundo; así como algunas imágenes pequeñas de Jesucristo, el credo constantinopolitano, algunas bandas de pop del momento, y clásicos como los Beatles y Rolling Stones. También tenía en las paredes algunos recortes de periódico en los que se anunciaba la llegada del Papa al país o de alguna de las leyendas del deporte de las que era fanático; en los muebles como su mesa de noche tenía varias fotografías en las que se apreciaba mujeres y hombres de rostros reacios que acompañaban a dos niños demasiado alegres como para ser llamados parte de esa familia, sus compañeros de la escuela a juzgar por el uniforme que usaban, algunas mascotas que ya no tenía como lagartijas y hámsters, entre otros. Demás estaba mencionar el edredón de Toy Story que cubría su cama.

—Significa que te veo en cada rincón de este cuarto —sonrió Camile sin despegar la mirada de cada detalle que podía contemplar—. Basta con entrar aquí para conocerte, ¡porque hasta huele a ti!

—¿En serio? —alzó su brazo para oler su axila—. Te juro que me baño a diario... o interdiario.

Ella soltó una carcajada.

—Ni digas, tú hueles muy bien...

—Gracias... —pronunció con algo de timidez.

Había cientos de discos de películas y música en las estanterías, los cuales captaron la atención de la joven por poco tiempo, ya que le pareció más interesante observar con cuidado cada foto que se hallaba en la cómoda del chico, pues eran los recuerdos que él sentía dignos de enmarcar. Entre tantos hombres y mujeres de ropa gris, ella rió al preguntarle si se trataba de su familia, a lo que él asintió. "Los Cox son peculiarmente aburridos, nunca te los presentaría a menos que te odiara", confesó con desdén. Ella siguió mirando foto por foto, había varios grupos de jóvenes en los que destacaba sus radiantes sonrisas, compañeros del grupo de su parroquia, amigos de la escuela, del barrio y primos lejanos, cualquiera notaba su gran popularidad y carisma en cada sitio al que iba, no era muy difícil de todas formas con ese atractivo que se traía. De repente, Camile encontró una imagen que le llamó la atención más que las demás: una niña de mejillas coloradas, el cabello oscuro como la noche, un flequillo recto y una tímida sonrisa se hallaba en lo que parecía el jardín de una casa, abrazada a un simpático rottweiler.

—¿Y ella? —preguntó, curiosa.

—Se llama Miranda. —Se iluminó su rostro al decir aquel nombre—. Es una fotografía de hace años, allí solo tenía once, ahora ya tiene diecisiete. Linda, ¿no?

—¿Amiga, pariente tuyo?

—No... Es una persona muy... importante para mí, Cam. —Una sonrisa nostálgica se dibujó en su faz—. Le hice una promesa antes de venirme a Atlanta. —Acomodó la fotografía sobre el mueble y limpió el polvo que tenía encima.

Algo dentro de Camile, muy en su interior, quería saber qué promesa era, se moría por preguntárselo pero prefirió callarse por miedo a que la respuesta le doliera. De alguna forma, por el tono en la voz de su amigo, por sus ojos y su sonrisa, sobre todo porque desde que la había mencionado, él no despegaba su mirada de esa foto, ella sabía que había algo con esa niña, algo que no deseaba conocer, pues ya lo imaginaba y le resultaba terrible para ella y sus sentimientos que apenas habían florecido durante los últimos días.

—Jos, —Tiró de su camiseta, a lo que él la miró—, ¿sabes que me gustas?

Las manecillas del reloj de mesa se apoderaron del único sonido en la habitación, pues hasta el corazón de ella había dejado de latir. La luz se iba escondiendo con el día, por la ventana apenas entraban los rastros del crepúsculo que también iba terminando, por ello, apenas eran visibles las lágrimas que ella no se animaría a dejar brotar y la mirada dura, penetrante de él, que tampoco tenía idea de qué decir o hacer a continuación, hasta que se le ocurrió la mejor forma que tendría jamás de expresar sus afectos con alguien que no podría corresponder: la estrechó entre sus fuertes brazos, con delicadeza, y besó su cabeza con ternura.

—También me gustas... —declaró—. Pero estoy enamorado de alguien más.

Las pupilas de ella se dilataron, no lo hubiera hecho, no debió decirlo, ¿por qué dolía así? ¡A tantos que había rechazado, más atractivos y populares que él! Pero eso escocía en la piel, ojalá no hubiera accedido a ver una película en su habitación o a acompañarlo a su casa, a darle almuerzo cada día, a jugar videojuegos en su casa o a ir al campus de Emory cierto día a ver al equipo de fútbol entrenar. Dios hubiera querido evitarle esa experiencia. ¿Por qué la castigaba?

Soltó un quejido, apretó la camiseta del chico de la parte de la espalda e hizo un esfuerzo digno de un dios al guardarse todas sus lágrimas para ella, para un poco más tarde, cuando estuviera en su dormitorio a solas.

—¡Ella ha de estar muy contenta! —exclamó fingiendo alegría—. Yo también me quiero enamorar así algún día —dijo alzando su rostro para verlo, esbozó una gran sonrisa.

—Y ni creas... —Acarició su cabeza—. Soy tan imperfecto, he cometido tantos errores, no creo poder ser digno de Miranda, alguien con tanta luz en su corazón... Ni tampoco de ti, mi Cam. —Besó su frente.

Ella sintió el nudo más doloroso en su garganta, ese hueco en el pecho, apretó la mandíbula y volvió a sonreír. Juntaron sus frentes y ella besó su mejilla, luego se separaron. Un "te quiero" se le escapó a él, un "yo igual", a ella. Guardaron silencio, qué lento iban los minutos, caía la noche, el viento azotaba las ventanas, Camile paseaba sus ojos por las películas del estante cuando tuvo que fingir que ya lo había superado.

—¿Y qué vamos a ver, Cam?

"Solo quiero irme a mi casa".

—Pues no sé... ¡pero que sea una de acción! —clamó.

***

Harley se perdió en más memorias al estar al borde del puente, imaginaba que su madre lo abrazaba por la espalda, a lo que sus ojos se llenaban con lágrimas que no aceptaría que existían. Extrañaba a los únicos que había llamado su familia, siempre se negó a darle paso a otras personas en su vida, nunca quiso admitir que necesitaba del calor humano después de que su padre lo olvidara, su madre lo dejara y su hermana muriera, ¿para qué si todos se iban en algún momento? Aun así, los días que solía compartir con ellos todavía dolían, pues después de ellos, nunca tuvo mejores recuerdos, siempre hubo de añorar el ayer que no volvería hasta ese instante...

—¡Harley!

Una voz aguda como la de una niña, lo despertó del ensueño en el que se hallaba. Sacudió su cabeza y masajeó por unos instantes el puente de su nariz, ya sabía de quién se trataba, pese a que hacía varios días que no la veía, parecía que nunca podría librarse de ella. Y no estaba enfadado por ello exactamente.

—¡Harley! —volvió a gritar, agitada, mientras corría a lo largo del puente y el moño mal hecho que siempre llevaba en su cabeza se deshacía con el viento dejando suelto su largo cabello castaño—. ¡Harley!

—Marks... —pronunció en voz baja.

Con lo veloz que iba no se dio tiempo suficiente para detenerse al estar frente a él, por lo que solo se dejó llevar por su impulso y lo abrazó con fuerza posando su oreja en el pecho del chico, cuyo cuerpo había quedado paralizado y su rostro, helado. Ella pudo oír sus latidos, raudos como el trote de un caballo fiero y desbocado. Se alejó con cuidado hasta ya no tener ningún contacto físico con él, notó que la veía con los labios entreabiertos, ella seguía jadeando con el pulso a mil por hora cuando exclamó:

—¡Feliz cumpleaños, Harley!

Las pupilas del joven se dilataron, incrédulo balbuceó términos indescifrables, pues no sabía qué era más sorprendente: que ella, con quien jamás había intercambiado datos sobre su vida personal, supiera la fecha de su cumpleaños, o lo bien que se veían sus rizos cayendo sobre sus hombros y a sus espaldas, agitados con el aire que golpeaba, gélido, la cara de ambos y ni así lograba quitar ese rojizo color. Luego de largos segundos en los que él no supiera qué decir y ella pudiera al fin calmar su respiración, añadió:

—Estaba preocupada porque no te veía desde ese día, pensé que algo te había pasado... Pero creo que solo has estado meditabundo como ahora. —Se dibujó a sí misma una débil y tímida sonrisa mientras entrelazaba sus manos delante de su pecho para calentarse—. Entonces, dime, ¿qué harás hoy por tu cumple?

Fueron un poco más eternos de lo normal esos incómodos segundos de mutismo en el que lo único que se movía eran sus cabellos y los autos y personas que no se hallaban con ellos en el puente que pronto cubriría la lluvia que empezaba a caer, sigilosa, precavida.

—Eres la única... —musitó.

—¿Mm?

—Que me ha... —cubrió parte de su rostro con su puño, intentando disimular su vidriosa mirada— deseado un feliz cumpleaños. Créeme, no haré nada, Marks.

—Pero, ¿por qué?

—¿Eh?

—Sé que no eres el más sociable de todos los que conozco, de hecho, eres bastante hosco, grosero, gruñón, antipático, odioso, huraño, terco y seguiría toda la tarde pero... —Tragó saliva— hasta tú te mereces pasarla bien en tu cumpleaños, feliz cumpleaños, Harley.

—¿Qué dices? —Alzó una ceja.

"Pide un deseo, hermanito, y sopla las velas"...

—Feliz cumpleaños. —A ella también le brillaba la visión—. Espero que el resto del día sea bueno para ti, que Dios te colme de bendiciones y apruebes todos tus exámenes. No tienes la apariencia de alguien que es feliz o está contento con su vida, pero genuinamente espero que seas feliz en lo que te resta de vida comenzando lo antes posible. Y disculpa porque no te traje un regalo. —Sonrió, apenada.

Wood no podía recordar la última vez que alguien le había deseado en voz alta tanta luz, más de lo que merecía, más de lo que deseaba, más de lo que pedía. En su oscuridad, ni siquiera en su imaginación había cabida a lo que acababa de oír, y no podía mover un músculo ni pronunciar palabra alguna. Siempre trató de verse rudo y fuerte frente a los demás, irrompible, pero jamás había fracasado tan magistralmente.

"Pide un deseo, Harley, el primero que te venga a la mente"...

—Lamento no ser una persona que esperarías ver, Harley... Pero dime algo... —pidió con una voz quebrada.

Ella debía estar bromeando, nunca como en ese instante deseó que solo ella fuera quien se hallara a su lado, o al menos, delante de él, expectante, esperando alguna reacción de su parte. El nudo en su garganta crecía, faltaba tan poco para que se deshiciera su fortaleza que le avergonzaba admitir lo que sentía y estaba a punto de hacer. Solo un poco más, una palabra más y se sentiría irreconocible, cualquiera menos Harley Wood.

"Pide un deseo, el que te haga más feliz"...

—Si quieres vamos a comprar un pastel, Harley, —rió apenas, incómoda— como me dijiste que nadie te ha saludado aún... Y luego pide un deseo —¿Por qué?— y soplas las velas...

—No... —susurró y, al fin, se rindió y dejó que sus lágrimas, finas, indelebles, ácidas, cayeran de sus ojos hasta su mentón e incluso llegaran a su cuello y camiseta y chaqueta. Ella se asustó un poco, antes nadie había oído hablar de Harley llorar, no lo habían visto así hasta ese momento en el que su debilidad solo le perteneció a ella—. Penélope...

—Harley... —Dejó ir su último aliento.

—La extraño... —Se sintió forzado a admitir, a lo que se acercó a su compañera de universidad, de la preparatoria y de la escuela, la tomó entre sus brazos, para gran sorpresa de ella, y hundió su rostro en su frondoso cabello mientras seguía llorando—. Penélope... Penélope... No te vayas...

Le quemaba en el alma admitir que su nombre no era la única similitud que Penélope Marks tenía con Penélope Wood, había más que la sonrisa traviesa, la mirada pícara, la ingenuidad que tenía al creer que a él podían convencerlo, más que su voz aguda y sus cabellos revueltos que odiaba peinar. Debía aceptar aunque no quisiera, que desde aquel día en primero de primaria que ella golpeó en la cara a un niño más alto, más gordo y más fuerte que había querido meterlo a un cesto de basura, él se había enamorado de la presencia de esa niña, tan parecida a la hermana menor que tenía y amaba con cada fibra. Por tantos años se supo ignorado por ella, que en algún momento de su vida, prefirió solo acabar con esos sentimientos y comenzar a imaginar una vida destinada a la soledad, pues no hallaría cabida en su corazón para algo tan puro como el amor. Se olvidaría de Penélope Marks, siempre extrañaría a Penélope Wood, pero no aprobaría el hecho que, pasaban los años, y todavía sus latidos le pertenecían a esa niña descuidada y torpe que apenas se había percatado de su existencia, solo cuando hubo de protagonizar una pelea en la universidad, en la que ella se había visto involucrada.

Ella no supo qué hacer, no sabía por qué decía esas cosas, no entendía si era para ella o para alguien más, era una esas veces en las que Harley se embriagaba sin alcohol, sino con tristeza. Prefirió guardar silencio y corresponderle el abrazo, entrelazó sus manos sobre la espalda de él con fuerza, "puedes llorar todo lo que quieras". Y se quedaron así, bajo la lluvia que ya imponía su llegada, sobre el puente que las personas comenzaban a atravesar corriendo para llegar a sus hogares lo antes posible, donde un corazón los esperaba, una sonrisa los acobijaría, una mirada los recibiría y un alma compartiría con ellos la dicha de estar reunidos y tener a alguien, alguien que llaman familia o quieren hasta sus últimos suspiros. 








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