Capítulo 2
De regresos al pecado y otros demonios
De diferente manera a como lo hacía todos los días, se levantó de su cama dadas las seis de la mañana, se dirigió al baño con pesadez y duchó su delgado cuerpo. El agua estaba tibia, de seguro su madre había cambiado la temperatura para ella. Sin pensarlo demasiado, llevó su mano a la llave y pronto las gotas que caían de la regadera se helaron.
Ya en su habitación, tomó un estuche de maquillaje y cubrió en sí aquellas marcas que no disfrutaba de observar. Cuidó lo suficiente su delicadeza y precisión, con ternura, como si estuviera acariciando el lomo lastimado de un indefenso gatito. Terminada esa tarea, escogió una corta, pero no descarada, falda verde tableada, un bivirí amarillo que le quedara holgado, zapatos de charol que usaba cuando era más pequeña, brazaletes de colores para su mano izquierda y un abultado moño color mostaza para su alta coleta de rojizo cabello. Ni siquiera existía un pequeño rastro de que los cosméticos la hubieran tocado.
Con el tiempo había aprendido a maquillar a la perfección cada rincón de su ser.
Se contempló a sí misma de pies a cabeza ante el espejo de cuerpo entero pegado en su ropero y suspiró. El frío la estaba matando y no era para menos, ya era invierno pero aun así, la pelirroja creía que sin importar la estación, debería de ser fiel a su estilo a la hora de vestir. Después de todo, valía la pena, la hacía sentir bonita y femenina.
Tomó su mochila sobre la silla junto a su cama y se dirigió a la cocina. El aroma de un estofado preparado por su mamá la embriagó de inmediato mientras caminaba en el corto y estrecho pasillo, se abrazó a sí misma, mordió sus labios y siguió adelante.
—Buen día, má —saludó y dejó su mochila sobre el suelo para sentarse a la pequeña mesa con comodidad.
La mujer de robusta contextura dejó la cocina por unos instantes para dedicarle una mirada y una respuesta a su hija, pero al verla solo pudo exclamar llena de sorpresa:
—¿¡Así vas a ir a la universidad!? ¡Pero si está haciendo muchísimo frío, niña!
—Ya sé... —murmuró.
—Jude, ve a cambiarte ahora mismo. Te vas a enfermar.
—Estoy bien, mamá... —Bajó la cabeza.
—¡No, nada de que estoy bien! Luego vas a estar con la garganta y...
—Me gusta estar así.
—Pero, ¿¡tú estás loca!?
—¿Sabes, mamá? Ya no quiero desayunar —aseveró y se puso de pie, tomó su mochila y se dirigió a la puerta de su casa.
—¡Oye, Jude! —gritó y la siguió alarmada—. Por lo menos ponte un abrigo porque te vas a resfriar... ¡Jude!
—Uno no se enferma por el frío, solo acelera el proceso cuando ya tienes el virus —contestó sin detener su ligero caminar.
—¿¡Quién te ha dicho eso!?
La muchacha se giró antes de salir por la puerta, miró a su progenitora, desafiante, y soltó encogiéndose de hombros:
—Internet. —Cerró la puerta tras de sí.
—Esta chica de miércoles... Cuando regrese verá. Una que se preocupa por su salud y a ella que le importa un carajo... —habló para sí con un notorio enfado en su tono de voz y su ceño fruncido.
Jude bajó del edificio por las escaleras aunque el ascensor estaba disponible, saludó con una leve venia y una media sonrisa al portero, quien la observó perplejo debido a su atuendo, bajó las pocas gradas que la separaban del asfalto peatonal y siguió su camino.
Una brisa fresca la estremeció por completo. Cinco grados Celsius no era la temperatura a la que ella estaba habituada, sin embargo, demostrando su mal humor decidió no volver a casa por un abrigo y solo aceleró el paso para tratar de calentarse.
Georgia le mostraba un cielo despejado con frondosos árboles que amenazaban con dejar caer sus hojas en próximas semanas. Amplias casas decoradas con las más finas flores en sus techos, el silencio de las pistas al no presentarse vehículos en ellas, personas con chompas y guantes que no se molestaban en lanzarle una mirada de reproche, niños con uniforme subiendo sus autobuses que los llevarían a la escuela, una que otra pareja perdida en los ojos del otro, algún entusiasta del atletismo recorriendo los parques, un anciano paseando a su única compañía y viento, brisas y más aire que amenazaba con alzar su diminuta falda, no observaba nada que le llamara la atención.
Un suspiro cargó su alma de pesadez y se arrepintió de haber rechazado el consejo de su madre. "Pero qué estúpida... ¿en qué estaba pensando?", se preguntó y esbozó una incómoda morisqueta.
Las risas y bromas de una pareja de estudiantes de preparatoria la distrajo de su caminar por unos instantes. Él llevaba una prenda en sus manos y corría para no ser alcanzado, ella lo perseguía gritando que se detuviera. Ambos reían y se alejaban con cada paso. Le pareció que tan solo había sido ayer que ella se hallaba en las mismas circunstancias, pero, en realidad, había sido tres meses atrás y ya le parecía una eternidad.
En aquel instante, mal vestida para la estación, Jude sentía que era un pésimo día para tener su primer día universitario. Su intuición le avisaba insistente que un suceso negativo opacaría lo que podría llegar a ser una gran experiencia, sin embargo, contradiciendo su personalidad habitual, decidió ignorarla. No quería ir pero lo hizo.
Pronto se halló rodeada de arbustos, más árboles y bellas y altas construcciones. "Universidad de Emory", decía una piedra rectangular en la entrada de la "casa única del saber". Debería estar contenta, debería sonreír, debería entusiasmarse por comenzar una nueva etapa de su vida y prepararse para brillar en el mundo pero era muy difícil que su semblante luciera más serio y calmado. Sin embargo, mientras su cuerpo y rostro decían "aburrimiento", por dentro solo quería gritar y salir corriendo a su casa para esconderse bajo las sábanas de su cama. Su corazón había comenzado a agitarse con violencia y a medida que avanzaba su paso, esto solo empeoraba. "En cualquier momento me desmayaré, ¿y ahora quién me llevará a la enfermería?", se preguntó a sí misma tratando de calmarse.
Chicas de vaqueros ceñidos conversando junto a las tequillas y chicos de chaquetas, tirados en el suelo durmiendo sobre sus mochilas: la universidad era igual a la sociedad. Su bajo perfil no logró que la atención que captara fuera nula y sus pecosas mejillas no tardaron en ruborizarse al darse cuenta de que inclusive los muchachos más atractivos la observaban con extrañas expresiones en sus caras. Jude hubiera querido que nadie la mirara de esa manera pero era lo que se había ganado debido a su imprudencia.
Escondió sus manos en los brazaletes de sus muñecas y aceleró el paso orando mentalmente porque su falda no se alzara de más.
Cuando hubo terminado de atravesar los desordenados y bulliciosos corredores repletos de alumnos y maestros, se detuvo sobre la gruta de un jardín y giró para ver aquello que había dejado atrás.
—Ellas ríen y sonríen como idiotas llenas de hipocresía, lo único que quieren es que un tarado las lleve a la cama. Ellos se desarman en vana arrogancia y creen seducirlas con esos músculos de vitaminas y esas sonrisas recién blanqueadas. Todos están fingiendo ser simpáticos. Todos quieren ir a la cama. A eso han venido —se dijo a sí misma en voz alta imaginando que se hallaba en un importante monólogo de una película juvenil digna de un Óscar—. Creí que aquí todos serían más maduros que en la escuela, creí que ya sabrían lo que realmente importa y se dedicarían a estudiar para tener qué llevarse a la boca mañana... pero me equivoqué. Siguen siendo los niños que necesitan a mamá y no pueden vivir sin sexo. Qué asco, qué gran decepción. —Frunció el ceño y antes de seguir con su camino desvió sus ojos a sus manos y parpadeó un par de veces. Luego observó sus piernas y soltó un profundo suspiro que pudo haber sido confundido con un quejido con facilidad—. Dios mío, soy toda una hipócrita... —dijo con los ojos llenos de tristeza.
Los pajarillos cantaban, las hojas de los árboles rozando entre sí creaban la sensación de oír las olas del mar y por un segundo, por más breve que este fuera, Jude trató de sonreír pues sintió, pese a sus últimas palabras, algo lejano y extraño que la solía abandonar cuando más la necesitaba: paz.
Lo único que deseaba era que ese segundo fuera eterno, solo ella y el mutismo del aire acariciando su piel.
—¡No puede ser! ¿¡Penélope Marks!?
Una aguda y desesperada voz femenina atravesó sus tímpanos de repente, sobresaltándola. Se giró en dirección al escándalo y halló a dos muchachas que atravesaban el jardín con prisa.
—¡Sí, sí! La del cabello todo así con rulitos y que a veces se hace un moño feo. ¿¡Puedes creerlo!? ¡Ya vino la ambulancia! —exclamó, exaltada, una chica de corta cabellera como si hubiera contado el chisme del siglo.
—¡La ambulancia! ¿Se la van a llevar?
—¡Seguro!
—¡Ay, pero quién como ella!
Ambas chicas se perdieron entre paredes y plantas ante los ojos interrogantes de Jude. Parpadeó un par de veces y fijó bien sus pies en las rocas sobre la tierra.
"Penélope...", murmuró.
Llevó su atención al azul cielo, creyó ver una pequeña nube casi imperceptible moviéndose en dirección al lugar al que se habían dirigido las muchachas de hacía un instante. Una punzada en su pecho le dolió y tuvo que volver a suspirar, intranquila.
—Ah... Recién vengo y alguien ya se está muriendo...
Resopló, pensó que después de ese día habría muchos otros momentos para presenciar cómo alguien se fallecía, dio un cuarto de vuelta y se dirigió a un pabellón en busca de su aula correspondiente.
Después de revisar los diminutos carteles de las puertas de los salones, se dio cuenta de que no tenía idea de a dónde estaba yendo, por lo que se detuvo y decidió buscar la Secretaría para pedir información. Pocos minutos le tomó hablar con un hombre enjuto y de bigote que le entregó un pequeño mapa en una hoja usada señalando su aula y la zona en la que se hallaban. Se despidieron con una cálida sonrisa, y cuando Jude se percató de que el pasillo en el que debía hallarse su casillero no estaba encerrado en un pequeño círculo negro en su hoja, ya había atravesado dos pabellones por lo que decidió preguntarle dicha dirección a la primera persona que viera confiable en su camino.
Sintió desmoronarse su más reciente decisión cuando no vio oportunidad de acercarse a nadie, pues todos aquellos que se hallaban transitando en su campo visual se dedicaban a susurrar con su compañía mientras la observaban. "Están hablando de mí", pensaba, "¿Será por mis pecas? ¿Se tratará de mi cabello rojizo? ¿Es por mi piel blanca? ¿Habrán notado mis marcas? ¿O es que es por mi falda y el frío? De cualquier modo, ya me acostumbré a estas alturas. ¡Debería acercarme sin importar lo que digan de mí! ¡Así es, puedo hacerlo! ¡Si yo no soy tímida! ¡Hagámoslo, Jude! ¡Pregúntale a cualquiera!"
Agarró con fuerza los brazales de su mochila, endureció el gesto y apresuró su paso al girar un pasillo llena de la disposición de interactuar con la primera persona que viera.
Para su mala fortuna, se topó de repente con un muchacho alto y delgado que vestía ropas oscuras y sobresalía del resto no solo por su nula compañía, sino por los piercings en su labio inferior, cejas y nariz y, sobre todo, por la sangre que de esta brotaba. Jude ahogó un gemido al verlo y retrocedió con lentitud evidenciando la sorpresa que sintió al toparse con un muchacho que sentía que había salido de alguna serie extraña de "MTV".
"¡Mejor no, mejor no, mejor no, mejor no! ¡Corre, Jude, corre!", gritó en su conciencia.
Treinta minutos después, con la cabeza gacha y arrastrando sus pies con pesar, Jude cupo en la cuenta de que su inseguridad había llegado demasiado lejos. Revisó la hora en su celular y su corazón la asaltó con fuertes latidos al percatarse de que había perdido temas de su primera clase. Aceleró su paso por los ya desiertos corredores mientras pensaba en lo mucho que extrañaba a los maestros llamándole la atención para que ingresara a su aula. "Por lo menos así ya hubiera hallado mi casillero", se lamentó.
Los pasos a su alrededor cesaron, ya no había nadie en el pabellón, fue cuando se arrepintió por no haber vencido sus miedos con la seguridad que sentía dominarla la mayor parte del tiempo, para preguntarle a cualquiera una simple ubicación.
Giró a la izquierda en el pasillo de casilleros más próximos. Sus palpitaciones se detuvieron al contemplar por fin a una persona solitaria que no le prestaba la más mínima atención a pesar de que la había oído. Un muchacho de mangas tres cuartos con tatuajes específicos en sus brazos, larga cabellera castaña para tratarse de un hombre, de contextura delgada y altura considerable, se hallaba revisando sus pertenencias frente a una taquilla abierta. Jude tomó aire y tardó poco menos de un segundo en dirigirse hacia él.
A solo un paso de distancia y, para su sorpresa, con el chico todavía sin siquiera mirarla de reojo, abrió los labios por primera vez en un largo rato.
—Disculpa, ¿podrías decirme en dónde se encuentra el bloque D de los casilleros, por favor?
El chico cerró con fuerza la taquilla frente a él sobresaltando a Jude. De inmediato, le dirigió una seria mirada a su nueva compañía, quien sintió un escalofrío recorriéndole cada parte del cuerpo bajo las ligeras prendas que llevaba. Ella se preguntó cientos de veces en solo esos segundos qué había dicho mal.
—¿Tengo cara de portero, profesor, tu guía turístico o qué? —señaló con una antipática mueca congelada en su semblante—. ¿Por qué debería saberlo, roja?
El ánimo de Jude cayó al suelo de un solo golpe. Dejó entreabiertos los labios mientras él le daba la espalda para marcharse, no podía creer lo rudo y directo que había sido con ella, a quien no conocía, por lo tanto no tenía idea si se merecía tan poco tacto al hablarle. Por su mente se atravesaron cientos de pensamientos: creyó que no era justo pero al mismo tiempo le llamó la atención la facilidad que él poseía para expresar con exactitud lo que quería. Ella se contenía cuando quería gritar en medio de una película de terror, cuando deseaba llorar cada vez que alguien se mostraba agresivo, cuando debía de escoger lo que le gustaba y lo que no, cuando necesitaba criticar o solo reír con fuerza; en realidad, se comía casi todos sus pensamientos y emociones como si de un concurso se tratase...
Jude no podía gritarle con ira a alguien que no quería cerca y esa fue la razón por la cual, aun sin saber su nombre, ella sintió una gran simpatía y admiración por Harley Wood.
"Seré algo rara, pero este ya me cae bien", pensó con brillo en sus ojos color miel.
—¡Oye, espera! —Alzó la voz y se le acercó—. Parece que hoy no ha sido tu día, pero esa no es razón para hablarme así. Solo te hice una pregunta, contéstame y te dejaré en paz por el resto de...
—De todos los estudiantes y profesores de este lugar, —la interrumpió al girarse con violencia para verla— ¿tenías que preguntarme a mí? Es tu primer ciclo, ¿verdad?
Bajó sus ojos a las raídas botas oscuras de su interlocutor y aun cuando su corazón comenzaba a acelerarse y a vivir lo que la palabra "intimidación" le había significado toda su vida, quiso seguir hablando con él, pensando en que lo mejor era alejarse con rapidez. Un mal presentimiento la asaltó pero decidió ignorarlo.
—Sí, acabo de terminar la pre... Y bueno, tú eres quien está cerca... —murmuró cabizbaja como si hubiera recibido un fuerte regaño de alguien con mayor autoridad que su madre.
Harley contrajo el gesto ante la respuesta balbuceada por ella, suspiró, resignado, y frotó el puente de su nariz antes de decir:
—Este es el bloque E. Solo tienes que ir al final de los casilleros y dar la vuelta... Es todo, roja.
Ella alzó el rostro al oírlo y arqueó las cejas. No sabía si se trataba de sus ropas oscuras y envejecidas, tal vez eran los curiosos tatuajes en ambos brazos, su descuidada cabellera larga, su pequeña complexión, su sincero carácter o el hecho de que hubiera decido mostrarse algo amable sin dejar de ser él mismo, lo que le llamaba la atención.
Ella deseaba mantenerse fiel de la misma manera, optó por no perder el contacto con él pese a todas las desgracias por las que, quizá, pasaría estando a su lado...
Jude eligió a Harley Wood y desde ese momento no conseguiría la llave para abrir la puerta del retorno.
—Ahora, si me lo permites, tengo más problemas de los que crees así que déjame solo... No te mueras hoy.
Y justo cuando creyó haberse librado de la joven, esta pronunció:
—¡Espera, por favor! —Tomó su brazo y tiró de él.
—¿¡Pero qué mierda!? —Se deshizo del contacto de un solo tirón—. ¡¿Qué demonios te pasa?! Dije que tengo que irme, ¿qué más quieres?
—Todavía no me has dicho cómo te llamas. ¿Cómo se supone que te encontraré luego?
—No lo harás. Vete ya, me estorbas... —Siguió con su camino.
Jude comenzaba a creer con más fuerza que se estaba equivocando, que no era sano lo que intentaba, que él no era su tipo de persona favorita, que lo mejor era alejarse le decía una voz en su cabeza. Pero deseaba algo que nunca antes había tenido y sintió que para obtenerlo, debía de hacer algo que nunca antes había hecho. "Al diablo la lógica".
—¡Si no me dices tu nombre, te llamaré "Chico tatuajes"! ¿Está bien que lo haga? —gritó a quien se alejaba cada vez más sin siquiera mostrar indicios de que la escuchaba—. ¡Mi nombre es Jude, chico tatuajes! ¡No me llames "roja", con un demonio!
Esperó una respuesta, un simple "de acuerdo" o "bien" que le demostrara que le importaba por lo menos un ápice de lo que a ella. Pero no obtuvo ni un simple gesto de despedida con la mano, apenas lo notó suspirar y luego perderse tras un muro.
Reconoció que no era buena haciendo amigos, su apariencia siempre era la que se encargaba de llamar a personas nuevas al captar su atención. Sencillos "me gustan tus pecas", "qué lindo cabello" o "qué pálida eres" habían bastado en el pasado para que comenzara infinitas conversaciones con chicas y chicos que, con el tiempo, la abandonaban, aun así creía que solo eso necesitaba para sentirse como una muchacha más sobre la tierra. No era la primera vez que le sucedía pero, de todos modos, se sorprendió ante las nulas cuestiones que el chico de los tatuajes le había hecho con respecto a su apariencia, o, aunque sea, su atuendo.
Rascó su cabeza, corrió en dirección a su casillero y comenzó a imaginar lo molesto que sería empezar desde cero en un grupo de clases nuevo.
"Será un largo día... y ya estoy cansada".
***
La misma sensación incómoda que la había invadido en años anteriores de su vida fue la que llegó a ella en aquel momento en que se hallaba de pie, justo en el umbral de la puerta de su aula mientras observaba a las decenas de estudiantes. Algunos reían en grupo, otros conversaban, casi nadie se encontraba consigo mismo como única compañía, varios demostraban tanto miedo como ella, algunas la observaron por unos segundos y luego volvieron a sus asuntos sin prestarle mayor atención. Su cuerpo entero se entumeció y prefirió lidiar con el chico de los tatuajes todo el día antes que entrar a su nueva aula, no quería creer que volvía a sentirse tan cobarde e insegura, ella quería cambiar aquella Jude pero no le estaba funcionando.
"¿Y si no le agrado a nadie? ¿Qué haré si nos piden hacer grupos y nadie quiere estar conmigo? ¿Cómo inicio una conversación? ¡Necesito mostrarme segura y creo que no falta mucho para que me orine encima! De nada sirve que esté seria... Ellos huelen el miedo... ¡Malditos animales universitarios!", se decía ansiosa, "Vamos, respira, mierda... Respira... Relájate... Sonríe... Uh.... Ah...". Tomó aire y suspiró hondo. Cogió los brazales de su mochila ya casi vacía y se acercó al primer asiento libre lo suficiente cerca de los chicos que consideraba los más ruidosos, como del escritorio del profesor. El lugar perfecto era el del centro, creía.
Dejó su pertenencia en el suelo, tomó asiento y comenzó a observar a todos a sus alrededor. No vio nada fuera de lo común, solo treinta alumnos más.
Aunque hubiese perdido su primera clase, se agradeció a sí misma por haber llegado tan temprano a la segunda. Comenzó a planear qué tipo de chica sería, cómo se presentaría ante los demás, qué palabras escogería, si sonreiría o no, sabía que ser ella misma no funcionaba cuando no existía nada en ella.
De pronto, un manotazo sobre su mesa la sacó con brusquedad de sus fríos pensamientos.
—¡Hey, hola! —saludó una chica de larga cabellera oscura con una sonrisa tan contraproducente que Jude dudó de sus intenciones decenas de veces en menos de un segundo—. Es tu primer día, ¿verdad? Disculpa si te ofendo pero se te nota en la cara. —Expandió la curva en sus labios.
—Hola, ¿qué tal? —Se colocó frente a ella una chica que, a diferencia de su compañera, llevaba el teñido cabello tan corto como un muchacho, pero la misma sonrisa que aquella—. No te vayas a asustar. —Rió.
—Nos gusta tu cabello. Mi amiga es Mia y mi nombre es Ana. Un gusto, ¿cuál es tu nombre?
Ante tal acercamiento, tan abrupto, Jude dudó de si debería aceptar la amistad que aquellas chicas parecían ofrecerle pero antes de responder, ni siquiera lo dudó.
—Soy Jude. —Intentó sonreír con simpatía pero sus dedos tembleques sobre sus muslos le recordaron el nerviosismo que sentía y falló.
—Jude, ¿quieres sentarte con nosotras? —preguntó Mia y señaló los asientos más cercanos a la puerta—. Estamos allá, cerca al tacho de basura, por si acaso.
—Ah... —balbuceó.
—No te vamos a comer, Jude. —Ana volvió a sonreír—. No es fácil conseguir amigos aquí y menos si eres reservada pero si lo deseas, podemos estar contigo. De paso te mostramos el edificio en el receso.
—Entonces, ¿vienes? —preguntó Mia.
Apretó sus dientes al reflexionar sobre lo rápido que había sucedido todo hasta el momento. No pensó que fuera tan normal agradarle a alguien por su apariencia aun cuando ella había elegido a varias de sus amistades gracias a ese mismo detalle.
"Qué va... Exagero. Seguro así es la vida universitaria. Ellas se ven más viejas que yo, sabrán...", se dijo para calmar el sudor en sus manos y para seguir ayudándose a sí misma, sonrió para relajarse y asintió a ambas muchachas.
—Bien, vamos. —Se puso de pie y tomó su mochila del suelo.
—¡Genial! Disculpa si sueno estúpida, pero creo que me agradarás mucho, Jude —comentó Mia risueña observando a Jude de pie a cabeza—. Linda falda —agregó.
—Ah, gracias.
—Sí, es linda... —dijo Ana imitando la acción de su amiga hasta que halló algo que le pareció interesante y curvó sus labios de lado—. Me encantan tus pulseras.
Ante tales palabras, el corazón de Jude se detuvo para reanudar su pulso mucho más acelerado que el anterior. Su sonrisa radiante desapareció de su rostro y aunque no detuvo su paso en medio de las otras dos chicas, cualquiera hubiera sido capaz de notar su atónita expresión. Su silencio pareció comunicarlo todo para ellas, por lo que la miraron de lado y no pudieron contener una sonrisa cómplice, muy distinta a las que habían mostrado hasta el momento. "¿Se habrá dado cuenta?", se abrumó con la pregunta interna hasta que se dio cuenta de que el tiempo no se había detenido para los demás como para ella, así que poco le importó no haberse preparado para una respuesta sin titubeos.
—Eh... Gracias, gracias. —Bajó la mirada.
—Mia y yo llevamos unas parecidas. —Ambas alzaron sus muñecas y le mostraron a Jude unas gruesas y coloridas muñequeras.
—Es una lástima que no se luzcan con mangas largas —comentó Mia—. Pero, oye, Jude, a lo mejor mañana Ana y yo también venimos con bivirí para vernos iguales las tres. —La tomó del brazo y rió. Ana solo negó con la cabeza con una risueña expresión de plástico en la faz.
Jude apenas pudo celebrar con ellas el anterior comentario. Trataba de mantenerse fuerte pero por dentro su voluntad se iba desmoronando a medida que seguía escuchando en su cabeza los nombres de "Ana" y "Mia". Tenía que ser la más perversa coincidencia. Todavía hallándose en sí misma, se dio cuenta de la increíble delgadez de sus nuevas amigas. Su pasado la seguía a donde fuera y aquello la acabaría muy pronto.
Una vez reubicada, sus nuevas conocidas con intenciones de ser sus amigas, no tardaron en comenzar a organizar sus planes para el resto de las clases que tenían juntas, la tarde después de salir de las instalaciones, el fin de semana y como era de esperarse, cuestionaron a Jude sobre su nombre completo, aquello que más le gustaba, su domicilio, edad, escuela de procedencia y demás aspectos que resaltan antes de conocer a alguien por completo. Durante la avalancha de preguntas, la novata temblaba en su interior y hacía su mejor esfuerzo por parecer tranquila y relajada en su totalidad, después de todo, no debía temerles, no eran monstruos ni nada parecido. Esa era la razón por la cual no entendía por qué sentía que debía salir corriendo.
Una vez más, la chica insegura que aparentaba fortaleza para esconder su gran vulnerabilidad caía con ingenuidad en los brazos de cualquier persona que le sonriera y le dijera que todo estaría bien.
"No temas, Jude, todo estará bien..." ¿Cómo hallar un mejor consuelo que el que podía darse ella misma?
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