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Capítulo 17

El contradictorio reflejo de una sonrisa frágil


El matrimonio Mawson hubo de conocerse muchos años atrás, en los albores de su atolondrada juventud a los escasos diecinueve abriles cuando eran parte de dos familias muy distintas pero ambas, muy trabajadoras, llenas del deseo por sobresalir en un barrio humilde. Brittany estudiaba en aquel entonces en la universidad, Diseño de Interiores y Brian trabajaba en el taller de mecánica de un primo suyo al mismo tiempo que llevaba un curso de contabilidad por las noches.

Eran muy jóvenes y tenían futuros brillantes por delante. Tal vez, sus vidas hubieran tomado rumbos diferentes si no se hubieran conocido y hubieran heredado el negocio de sus padres. Después de todo, ¿qué tan malo podía ser para Brittany dedicarse a la industria textil y para Brian, reparar autos? Podía ser más duro dejar Mississippi e ir a Los Angeles o Nueva York para trabajar y estudiar al mismo tiempo. ¿Por qué no se quedaron? ¿Por qué se conocieron? ¿Por qué tuvieron que enamorarse?

Como fruto de una pasión desmedida y efímera, Brittany dio a luz a una niña de cabellos tan dorados como el oro y ojos tan verdes como los muérdagos. La pareja de amantes no contaba con el apoyo ni aprobación de sus padres, solo con aquello que llamaban 'amor' al tomarse de la mano, poco dinero, estudios truncados, dos décadas de vida cada uno, y Camile, su preciosa hija. Con ello decidieron lanzarse a la ciudad de Nueva York para tratar de surgir así como ya lo habían hecho muchos en el pasado. Sin embargo, su poca y, a veces, nula experiencia para realizar cualquier tipo de trabajo los llevaba al despido antes de recibir un salario mensual, hecho que los ponía en aprietos cada vez que oían el llanto de la bebe y sentían los párpados pesados, la espalda adolorida y los sueños rotos.

Las discusiones, los pleitos, los gritos, las acusaciones y la desesperación ante la falta de dinero se convirtieron en el pan de cada día que terminó hasta con el último rastro de un amor que habían creído sincero. A lo largo de los años, Brittany quiso huir con su hija en varias ocasiones demasiado lejos como para que pudieran alcanzarlas la desgracia y la ignorancia, pero la obstinación y sentimientos difícilmente descifrables de Brian siempre terminaban por hallarla. Es que ninguno estaba preparado para desatarse de la monótona y rutinaria vida llena de ansiedad y depresión a la que se habían encadenado estando uno al lado del otro. No conocían nada más, dejarlo les era imposible. Por lo tanto, como una pareja de almas viejas y cuerpos jóvenes deshicieron todas las posibilidades que tenían para sobresalir cada uno por su cuenta, y se quedaron atrapados en la agonía de cada día que era lidiar con el temperamento ya predecible e insoportable del otro. Cualquier vecino o simple conocido hubiera podido asegurar que los Mawson eran infelices y desgraciados solo porque así lo deseaban ellos mismos, porque no querían separarse. Tenían miedo.

Sin embargo, si existía algo de lo que en algún momento pudieron acreditarse los Mawson fue inculcar a su hija la fortaleza necesaria para sonreír aun en la desgracia porque ni siquiera importaba si tenían o no qué comer, la vida tenía que seguir siendo bella. O eso le mencionaban más que el Padre Nuestro mientras trataban de creérselo ellos mismos.

—Eres como un ángel...

Con seis años de vida bien cumplidos, Camile se percató de las ojeras bajo los opacos ojos de su madre y de los suspiros llenos de pesadez que soltaba su padre cada vez que lograba sentarse por cinco segundos antes de volver a ponerse de pie y seguir trabajando. Era difícil de explicar aquella presión en el pecho que la niña sentía cada vez que era testigo de lo que era el sacrificio en su hogar. Pero de una u otra forma, ello era lo único que conocía, algo diferente no habría tenido tanto sentido como para otros niños de su edad que llevaban una vida más acomodada y la veían como a alguien diferente.

—¿Un ángel?

Con el arduo trabajo de día y noche del matrimonio Mawson, Camile logró asistir a una escuela de buen nivel académico al cumplir los siete años de edad; por lo que hubo de conocer a niños que veían con extrañeza que llegara en un autobús corriente a estudiar, que jamás hablara de los temas que ellos conocían debido a la televisión o que sus padres siempre se ausentaran en los eventos y presentaciones de la institución. Asimismo, cada vez que la llamaban por teléfono o querían ir a su hogar a visitarla, Camile respondía que estaba muy ocupada por las tardes, pues tenía que hacer los quehaceres, incluso las compras de la semana aunque estas fueran solo en el centro comercial frente a su domicilio. No era para menos, con sus padres trabajando de sol a sol para mantenerla con una vida decente, la pequeña de rubios cabellos aprendió a una temprana edad lo que era ser independiente y lo dura que podía llegar a ser la vida cuando no se nace en una cuna de oro. De cualquier modo, ella no conocía nada diferente a su estilo de vida, por lo que, lo que era normal para ella, para sus compañeros era extraño y, en cierto punto, para algunos, hasta admirable.

—Sí, un ángel. Así es como te miran tus padres... Además, físicamente también te pareces a uno. ¿Te molestaría si te llamo así?

Por reconocimiento de la vida o el destino, Camile nunca tuvo problemas para socializarse con sus demás compañeros, pues su enérgica risa, su sentido del humor hosco y la radiante sonrisa que destilaba más fuerza que felicidad siempre hubo de acercar a niños y niñas. Ni siquiera su apretado horario o el hecho de que tuviera que estudiar cuanto pudiera para permanecer con el primer puesto y ganarse una beca para la secundaria evitaba que ella siempre se hallara rodeada de amigos. Sin embargo, las únicas muchachas que dicidieron quedarse a su lado aun cuando las tormentas parecían asomarse durante sus días más cálidos, fueron aquellas que conoció en el tercer año de secundaria. Con el tiempo las llamaría con distintos apodos según fuera la ocasión como 'gruñidos' y 'cabeza de cinta malograda', o 'sutana' y 'fulana', pero en un principio se le habían presentado como Regina y Penélope. Sus únicas y mejores amigas, siempre.

—¿Que me llames ángel? Oye pero... ¿Y yo cómo te voy a llamar a ti?

Para muchos adolescentes de su edad la vida que Camile llevaba implicaba demasiada responsabilidad la mayor parte de las veces, sobre todo cuando parecía que la bella niña rubia no tenía tiempo para sí misma. Solía ocuparse de sus padres como si de sus hijos se trataran, y estaba bien para ella, después de todo, ellos le daban el techo bajo el cual se refugiaba y la comida de la que se alimentaba. Como si fuera poco, sin importar la relación que Brittany y Brian tuvieran entre ellos, Camile los amaba más que nada en el mundo y hubiera sido capaz de hacer cualquier cosa por que ellos descansaran un poco; necesitaba ayudarlos.
Ese fue el motivo por el cual decidió buscar un trabajo.

—Regina, ángel. Me llamo Regina, pero a ti te puedo dejar que me llames 'Rey' o como quieras.

Poco antes de que Camile terminara la primaria, su padre conoció a un hombre de posición acomodada que estaba dispuesto a ofrecerle el puesto de asistente de contabilidad para su empresa de compra y venta de piedras naturales como el cuarzo, mármol o granito; únicamente porque lo había conocido en un bar, le había agradado y al conocer su necesidad, decidió comportarse como un "filántropo".
El señor Takahashi, tal y como Brian debía llamar a su nuevo jefe, fue una noche a cenar al pequeño departamento de los Mawson, fue allí donde conoció a Camile, quien entonces apenas había cumplido los diez años de edad pero deslumbraba por su carácter fuerte, su seguridad y madurez. Esa noche algo se percibió en los ojos del señor Takahashi que hubo de incomodar a Camile por varios años cada vez que se hallaba en su presencia.

Las estaciones del año siguieron su curso, la nieve cayó, la tormenta cesó, el sol se ocultó y se quebraron las hojas varias veces antes de que el señor Mawson cayera de las escaleras del edificio en el que vivía y se fracturara una pierna. La señora Mawson tuvo que trabajar el doble o hasta el triple para pagar los tratamientos de su marido, además de lo que significaba el arriendo mensual, la comida, los servicios y los pasajes. Dicha situación envejecía más deprisa a Brittany y pese a que Brian solo descansaba, se sentía como si se hubiera estado muriendo por partes con la falta de actividad y el estrés de ver las deudas sin pagar lo iba consumiendo poco a poco. Fue en esa época que cruzó por la mente de la joven Camile, quien ya iba en preparatoria por ese entonces, que el único que podía ofrecerle un trabajo de medio tiempo bien pagado, o por lo menos lo suficiente como para alivianar la situación económica en su hogar, era el excéntrico señor Takahashi.

—¿Y conseguiste trabajo, Cam?

Una tarde cualquiera, aquella en la que ya no pudo soportar ver las lágrimas de su padre incapacitado de caminar por su cuenta, Camile se dirigió a las oficinas de la empresa Emporium para solicitar el empleo de solo medio tiempo y que le pagaran como si trabajara todo el día. "Takahashi sabe nuestra situación, seguro nos va a ayudar... Me dará el trabajo", pensaba con matices de esperanza en su mirar; sin embargo, la respuesta no fue la que esperaba oír en un principio.

—Eh... Sí, sí, Peny. Ya estoy trabajando...

¿Qué sabía hacer Camile? ¿Cuál era su experiencia? ¿Cuáles eran sus estudios? ¿Haría un trabajo que implicara fuerza bruta teniendo un cuerpo tan fino? ¿Cómo pretendía obtener tanto dinero siendo menor de edad? Desde un principio, Takahashi le dejó en claro a la joven que no necesitaban a nadie como ella en la empresa, no sin un currículum decente y la mayoría de edad cumplida. ¡Pero señor Takahashi, Camile haría cualquier cosa! ¿Cualquier cosa? Cualquier cosa.

—¡Qué maravilla, Ángel! ¿Y en qué trabajas? ¿Cuánto te pagan?

Le parecía increíble y más que eso, completamente repudiable y denunciable la "oferta de trabajo" que tenía Takahashi para ella. La había denunciado en un primer momento, desde luego, así que se emprendió con otro tipo de trabajos en panaderías, cafeterías, restaurantes, hoteles, bodegas y demás de ese calibre pero el dinero que recibía apenas alcanzaba para pagar la comida. Aquello no disminuía la ansiedad y preocupación que los señores Mawson sentían, pero se lo decían a Camile todo el tiempo: "No es tu culpa, cariño. Ya haces bastante. Estudia, por favor. Piensa en ti. Eres la mejor hija que podríamos desear... Gracias, mi amor". Un año de aquellas palabras y sobre todo, esas miradas tan lánguidas de sus progenitores, terminaron por desmoronar la dignidad que Camile había tratado de mantener. Es que el dinero no era suficiente y tal vez los amaba más a ellos que a ella misma.
Una tarde cualquiera de enero, aceptó la propuesta del señor Takahashi.

—Es un secreto...

Desde aquel día, con tan solo dieciocho años de edad, Camile Mawson se convirtió en una mujer que tomaba sus propias decisiones para bien o para mal, guardaba sus propios secretos y asumía las responsabilidades de cada equivocación; aunque, claro, no pretendía, bajo ninguna circunstancia, que sus padres y amigas se enteraran algún día de los detalles de su nuevo empleo. Después de todo, tenía varias características de lo que siempre había considerado como "mujer" teniendo de modelo a su madre: muy sacrificada, siempre risueña, un poco cansada, con alguna mentira por delante, algo decepcionada, un poco vacía, un poco rota...

"Camile, tú eres importante..."

Y cada tarde de miércoles recibía su llamada al teléfono celular, en la que le solicitaba una 'visita'.

"Tú vales la pena, Camile..."

Y si llegaba tarde, tenía un castigo. Si no ponía todo su empeño, también. Si no llegaba a la satisfacción plena, igual.

"Mereces ser feliz, Camile..."

Terminaba agotada, humillada, un poco más decepcionada, un poco más vacía, un poco más rota y siempre tratando de hallarle más sentido a su vida. Pero luego llevaba el dinero recibido a su hogar y sus padres sonreían, la abrazaban, decían que la amaban y hasta podía quedarse dormida en los brazos de su madre.

"Ya se va a terminar... Algún día se va a terminar, Camile..."

Ni sus amigas o maestros, nadie más que ella conocía su verdadero trabajo y deseaba que siempre fuera así. Después de todo, no culpaba a otro que no fuera a sí misma. Ella había tomado esa decisión porque quiso, porque lo necesitaba. Llegaría hasta las últimas consecuencias de sus acciones, solo temía que algún día pudiera levantarse de la cama, verse al espejo y no reconocer el rostro que vería. Pero tenía que seguir siendo Camile, siempre se lo repetía, tenía que hacerlo, hablar consigo misma para tratar de llenar ese vacío. Nada más.

"Tú puedes, Camile, tú puedes."

Al llegar a la universidad Camile tomó otra decisión: reiría más fuerte, gritaría más fuerte, disfrutaría hasta caer agotada y nunca se arrepentiría de resoluciones que ya se hallaran en el pasado. Así, sabiéndose bellísima, muy inteligente y lo suficiente valiosa como para permitirse ciertas denigraciones en la oscuridad, y nada más, corría rauda a diario al tomar el bus, corría por los corredores de su universidad, corría detrás del balón cada vez que jugaba fútbol en sus recesos, corría detrás del muchacho que le gustaba y siempre corría con esa sonrisa llena de miedo; pues solo quería huir... Pero nunca lo iba a decir.

"Eres una tonta, Camile..."

—Señorita Mawson, —carraspeó la garganta mientras volvía a atarse la corbata— espero que la próxima vez no llegue con esos dieciséis minutos de retraso, ¿he sido claro?

—Sí —musitó desde la cama.

—Bien. La llamaré en dos días, ¿correcto?

—Sí.

—De acuerdo. Ya puede retirarse. Hasta nuevo aviso, señorita Mawson.

—Sí. Adiós.

Pronunciadas las últimas palabras por la muchacha, el señor Takahashi dejó la habitación sin dirigirle una mirada más a la joven, quien llevaba la vista perdida en algún punto de la alfombra del dormitorio. Solo ella sabía en ese momento lo que significaba aquella desesperación de sentirse ahogada en la nada, tanta impotencia, tanta ira, tanta miseria. Lo peor era que sabía que no tenía que seguir, por ello apretaba los puños sobre sus piernas, mordía sus labios y cerraba los ojos con fuerza para deshacer el nudo de su garganta y evitar dejar caer las lágrimas. "Tremenda estúpida que eres, Camile", se repetía.
La vibración de su celular en el bolsillo de sus pantalones la sacó de su somnolencia de repente.

—¿Hola? —preguntó al aparato.

—¡Ángel! —exclamó tan fascinada como solía estarlo.

—Rey, ¿qué pasó? ¿Qué onda?

—¿¡Qué crees!? Agatha confirmó su fiesta del treinta y uno para la próxima semana.

—¿¡Qué!? —exclamó, poniéndose de pie de un brinco—. ¿Con disfraces y todo?

—¡Sí!

Camile soltó un agudísimo grito.

—¡Ya, entonces vamos pues!

—¡Sí, ya le dije a Peny! Invita a quien quieras, Agatha quiere que haya mucha gente.

—Listo. Nos vemos luego para ver cómo elegimos los disfraces.

—Ya. Cuídate, Ángel, nos vemos. —Mandó un beso y colgó.

Una fugaz sonrisa atravesó los labios de la niña rubia, dejó caer su celular sobre la alfombra y volvió a perderse en el vacío. Hizo lo que pudo por alejar de su mente las imágenes de cada encuentro con Takahashi, pero hallándose aun tan frescas las memorias, le era más complicado de lo que le había parecido. "¿Y qué se siente estar rota ahora?"
Se dejó caer de rodillas y paseó los ojos por el techo, tan impecable, las paredes tan impolutas, tan ostentoso cada pieza en el tocador, del cual ella solía hacer uso; y aún así qué vacío era todo. Ya no lo sentía, ya había terminado, ya debía ser normal, ya había regresado a esa libertad...

***

A un ritmo pesado, algo estoico y ajeno al mundo que hubiera podido deshacerse a pedazos a su alrededor sin que él lo notara, Harley recorría las frías calles de Georgia luego de haber visitado a una conocida de su infancia, los días menos lúcidos que recordaba. Bajo su gris mirada se hallaban los charcos que habían dejado una tarde lluviosa y sin siquiera importarle, los pisaba para salpicarse las botas y los dobladillos de los pantalones pues en ese momento solo quería distraerse de la verdad que lo embargaba cada vez que visitaba aquel orfelinato.

"Sigues siendo insensible y estás más vacío que la última vez que te vi. Te daría una bofetada pero siento tanta lástima por ti, Harley. Qué podría ser peor que vivir por siempre en el pasado..."

Maldita sea... —refunfuñó con el ceño fruncido sin despegar los ojos del suelo.

De pronto se detuvo en seco, sollozó un par de veces y sintió su pecho agujerearse antes de oír una voz que le pareció remotamente conocida.

—¿Hola?

Harley alzó la cabeza y vio, a unos metros delante de él, a punto de cruzar la calle, a esa muchacha de pechos grandes y cabellera rubia que estudiaba en su universidad y en ese momento llevaba la misma expresión de confusión que él.

—Wood... —pronunció ella.

—Mawson... ¿Creo?

Una sonrisa serena se dibujó en los labios de la chica y sin presentir el menor rastro de oscuridad o, quizá, sin siquiera importarle, se acercó con seguridad al joven de las botas negras.  Él la vio con cierto desconcierto, un poco de sospecha en su mirada de soslayo; mas ella permaneció risueña y fuerte a su lado.

—No estoy de humor para ligar... O lo que sea que pasó en Aspen.

—Tampoco estoy de humor para eso. Pero, ¿qué piensas si solo caminamos juntos mientras hablamos?

—¿Hablar? —torció el gesto.

—Sí, eso que hace la gente...

—¿Nos conocemos o algo?

—Vamos a la misma universidad y compartimos varias clases. —Se encogió de hombros—. ¿No es suficiente?

—Nunca es suficiente —dijo escupiendo cada palabra y siguió con su camino sin importarle lo que ella hubiera querido responder.

—¡Oh, vaya! Olvidé que hablaba con el matón de Emory, Harley Wood, el de los pelos chuecos. —Azuzó los brazos para darse mayor énfasis.

—¿Pelos chuecos? —preguntó al detenerse en seco y girando para verla de frente.

—Suena... Bien. —Se encogió de hombros.

Harley sonrió lleno de ironía, desvió sus ojos de ella y pensó mil veces en cuáles habían sido las posibilidades para que tantas personas se aglomeraran ante él en un mismo ciclo, solo para presenciar su patética existencia y darse cuenta por la fuerza que no había nada bueno que descubrir en él. No entendía por qué se había rodeado de gente tan 'estúpida' en un abrir y cerrar de ojos.

—Suena raro. —Volvió a darse media vuelta y siguió andando.

Mawson, por su parte, frunció el ceño ante la idea de volver a quedarse sola con sus pensamientos, por lo que no reflexionó mucho el volver a acercarse a Wood.

—Te rechacé... Y sigues aquí... —masculló.

—No es que mate por tu compañía pero he tenido un largo día y solo quiero pensar en otra cosa...

—O sea... Me estás usando para tu distracción...

—Sí.

—Qué lindo... —comentó alzando las cejas.

—Sí, soy un encanto.

De pronto, el ambiente se silenció y todo lo que oían eran las pisadas que daban sobre el congelado asfalto y quizás, alguna voz del exterior que no lograba perturbarlos. Caminaron juntos por varias cuadras sin emitir palabra, llegaron a olvidar que se hallaban al lado del otro y que, tal vez, hubieran sido capaces de leer los pensamientos del otro de haber esbozado más morisquetas a medida que se despistaban de su camino original. Ya qué importaba. Pues Harley nunca se había sentido más cómodo con la compañía de alguien, siempre en silencio pasando por desapercibida pero aún encontrándose allí. Entonces recordó que nunca había pedido más.

—¿Y qué es lo qué has hecho hoy? —Por fin soltó, sorprendentemente, Harley, a lo que Mawson solo le clavó sus verdes ojos encima tratando de comprender entre líneas por más tiempo del que al muchacho pareció agradarle—. ¿Qué? —preguntó, incómodo.

—Trabajo.

—¿En qué trabajas?

—¿Me estás tratando de conversar? —Alzó una ceja.

—Eso creo... —Entrecerró los ojos y apretó con fuerza los brazales de su mochila sobre sus hombros.

—Ah... Bueno, compadre, mi trabajo me da suficiente para vivir y por eso se hace... —Bostezó.

Harley observó cada gesto en ella, desde las apenas perceptibles ojeras en su pálido rostro hasta esa mirada tan cansada y, tal vez, hasta miserable que no se había dado cuenta que estaba mostrando. Él pudo darse cuenta con facilidad que ella no quería que se notara el desagrado que sentía con ese tema, no podía engañarlo pues él mismo había querido evadir pláticas y aparentar desinterés por aspectos de su vida que hasta el momento seguían lacerando su piel con el recuerdo.

—¿Has pensado en hacer algo más?

Mawson lo miró, sorprendida del interés del chico que parecía aumentar con forme avanzaba su conversación.

—Al principio busqué muchas otras alternativas, créeme que lo hice... Dios sabe que lo hice pero... Me di cuenta de que cualquier empleo de medio tiempo no me daba el suficiente dinero como para pagar Emory y ayudar con los gastos en mi casa pero, o sea, ¡es Emory! ¿Entiendes? Además, me quitarían bastante tiempo y si yo no estoy en casa, ¿quién cuida de mi padre?

—Aún así creo que no vale la pena.

—¿Tú trabajas?

—No.

—¿Te preocupa la gente con la que vives?

—No.

—Entonces no tienes una puta idea —dijo soltando una risa sarcástica.

—Que te quede claro que si eres infeliz es porque tú quieres. Algunos no tienen, nunca tuvieron elección a serlo.

—Mientras mis padres tengan una vida decente, yo soy feliz, Wood. No solo se trata de mí, que te quede claro.

"¿Y cómo se llama ese sentimiento cuando te importan otros más que tú mismo? ¿Empatía?"

Harley suspiró, cansado, y con desánimo suficiente como para seguir dialogando. Sin embargo, Camile ya tenía una nueva idea para seguir con la plática, la cual no esperaba que tomara el rumbo inicial de hacía unos instantes mas ya sabía cómo aligerarla. Sonrió para sus adentros y luego de dos cuadras más de caminata, supo qué decirle.

—Habrá una fiesta por Halloween en casa de una chica de la universidad  —comentó con una sonrisa.

—¿Y? —preguntó sin mirarla.

—Y si quieres, puedes ir. Disfrázate de ti mismo, eres todo un personaje —soltó dándole una fuerte palmada en la espalda.

Harley frunció el ceño ante el gesto de la muchacha.

—Yo no voy a fiestas.

—¡Anímate, hombre! Ya nos vamos a morir y no te quieres divertir una noche, ¡bah!

—¿Ya nos vamos a morir?

—Sí, sí. El tiempo se pasa muy rápido —chasqueó los dedos—, como en un parpadeo.

—Mm...

"Ojalá así lo fuera para mí".

—¡En fin! —Suspiró con fuerza—. Ya me voy por allá —dijo señalando la acera del frente a la izquierda—. Ten cuidado, chico malo. —Se empinó, tomó el mentón de Harley, le dio un fuerte beso en la mejilla y sin darle la oportunidad de reaccionar, salió corriendo para cruzar la calle con el semáforo aún en rojo—. ¡Para mayor información sobre la fiesta visita la biblioteca.com! —gritó ya desde el otro lado.

—¿La biblioteca.com? ¿¡Qué es eso!?

—¡O sea, la biblioteca! —Rió—. ¡Hay un folleto sobre la fiesta escondido en uno de los libros de Sherlock Holmes!

—¿¡Punto com!?

Ella se encogió de hombros, divertida—. ¡Añadirle "punto.com" a los lugares los hace más...! ¿¡Creíbles!?

De una carcajada, Camile dio media vuelta, agitó uno de sus brazos en señal de despedida y se marchó dejando a Wood solo en el frío, lleno de preguntas sobre esa chica. Camile Mawson... Se decía a sí mismo mientras buscaba el camino a su casa.
Aquella muchacha rubia tal vez iría a su hogar a pensar sobre la fiesta y preparar su disfraz, si no, lloraría toda la tarde lamentando su existencia, o quizá, solo comería o dormiría, ¿cómo saberlo? Aun así, Wood creía que a simple vista cualquiera pensaría que la vida le había sonreído a ella, pero él sí se percataba de ese sutil vacío en su mirada, pues sabía detectar la desgracia ajena teniéndola presente todo el tiempo en su propio día a día.
Oh, la sonrisa de esa rubia podía llegar a ser tan frágil, ¿pero qué era lo que en realidad reflejaba? Tal vez, ella era algo... ¿fuerte?

Casi de inmediato, el celular de Harley vibró dos veces en sus bolsillos. Lo tomó entre sus manos y vio que tenía dos mensajes no leídos.

"Vamos a ver a Jude ahora.

Riley"

"Voy a tu casa ahora.

Ailyn"

No le tomó demasiado tiempo elegir a quién contestarle, por lo que escribió un rápido mensaje de texto, guardó nuevamente su teléfono en su bolsillo y siguió caminando. Su mente amenazó por un momento con traerle sus más frescos recuerdos con Dorothy, pero ya que no deseaba atosigarse en ese momento, pudo pensar en aquellos más livianos como la última risa de Camile Mawson, las palabras de Regina Berry en Aspen, las pecas de Jude, la voz de Marks pronunciando su nombre y el fastidio que era Riley en general en su vida, mas también, una rara compañía; y, para su sorpresa, se estaba distrayendo...

"Te veo allá, Thompson.

Wood"

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