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Capítulo 16

¿Luminiscencia intermitente o perpetua?

No te vayas... —supliqué tirando de su mano.

Ella bajó la mirada hasta mis ojos y acarició mis nudillos con ternura.

Amor, ya es hora de irme. Por favor, cuida de tu hermanita, ¿sí?

¿La próxima semana vendrás con papá?

Noté la piedad que sus ojos reflejaban, hubiera querido responderme miles de cosas explicándome lo que sucedía y lo que estaba a punto de suceder, pero no pudo. Tenía siete años y me había dado cuenta de la mentira en sus palabras... mas decírselo me hubiera roto el corazón.

Sí. La próxima semana...

Luego de aquello me dio un beso en la comisura de los labios, acarició mi cabello y sonrió llenándose de lágrimas pero antes de que pudiera llorar se puso de pie y me dio la espalda. Dijo que me amaba y la perdí detrás de la puerta.

No volví a ver a mamá ni a papá, ambos desaparecieron detrás de una oscura nube de olvido y desesperación. Por más que quise aferrarme a ellos no lo conseguí y lo único que obtuve fueron los llantos desconsolados de mi hermana cada noche, cada tarde, en cada desayuno. Al principio traté de consolarla diciéndole que pronto los veríamos, solo debíamos esperar a este domingo o al siguiente o al que seguía... pero nunca más volvieron... y yo me rendí.

"Si no como, me enfermo, ¿no, Harley? Y si me enfermo, papá y mamá vendrán a llevarme a casa, ¿no es así? ¿Harley? ¡Dime que sí! Por favor..."

De un respingo, el muchacho se levantó de su asiento y despertó en mitad del viaje con el corazón latiendo con fuerza en sus sienes, el estómago, el pecho y cada uno de sus dedos. Incluso sudaba y un hilo de sangre comenzaba a deslizarse por su nariz. De pronto, sintió que le pegaban con algo en la cabeza y luego vio una revista cayendo sobre sus piernas.

—¿Todo bien? —preguntó él desde el asiento de al lado—. Qué horrible. ¿Pesadilla?

Harley se giró y vio la figura de Riley iluminada a la mitad por las opacas luces de los diminutos focos sobre sus cabezas. Le esbozaba una morisqueta de incomodidad y alzaba una ceja; esa preocupación, por pequeña que fuese, no podía ser sincera.

—Sí... —musitó Harley recobrando la respiración y tratando de calmar sus latidos.

El cielo ya se había ensombrecido hacía varias horas y la mayoría de los pasajeros en el avión dormían con tranquilidad en las hileras de asientos grises, o eso parecía. El único sonido era el del rumor de los motores y algún teléfono que reproducía música a todo volumen con los auriculares conectados, ni un chasquido o un ronquido, la quietud era desesperante.
El viernes apenas llevaba un par de horas de vigencia y mientras el resto de sus compañeros de Emory todavía dormirían en el hotel de Aspen una noche más, Harley y Riley volvían a Georgia, pues Jude hacía lo mismo, solo que en compañía de sus padres.

—¿Te gusta Penélope Marks? —preguntó Riley con naturalidad.

—¿¡Qué!? —exclamó Harley con el gesto contraído y por poco, semejante a la expresión de uno cuando un pañal apesta.

Riley se encogió de hombros.

—Te oí llamando a Peny mientras dormías.

—Más de una persona tiene ese nombre.

—Ya veo...

La plática terminó en un suspiro y aunque todavía había lugar a más preguntas, ambos guardaron silencio y dejaron que sus pensamientos se atiborraran en pila. Ni la caída de un clip o el crujir de unos huesos perturbaron ya la noche. Harley limpió la sangre en su rostro, se giró sobre su asiento y perdió la conciencia.

Colorado había dejado en los muchachos una mella que sería difícil de sanar.
Los padres de Jude habían llegado por la tarde, cuando ella todavía comía su scone ante la tediosa mirada de Harley. De un momento a otro, una enfermera abrió la puerta de la habitación y una mujer corpulenta ingresó a empujones. Ignoró por completo la presencia de los jóvenes, solo corrió hacia su hija y la abrazó con fuerza pronunciando su nombre una y otra vez en medio de lágrimas. Riley y Harley no sabían cómo reaccionar, por lo que, intercambiaron una mirada y se pusieron de pie.

El señor Lessin fue más educado al presentarse: medio sonrió a los chicos sin preocuparse por demostrar el verdadero fastidio que sentía, ellos hicieron una leve reverencia y se marcharon en silencio.
Hubo algunos gritos. "¿¡Cómo pudiste lanzarte!? ¿¡Te has vuelto loca!?" "¿¡Quiénes son esos muchachos!?" Ella lloraba, solo lloraba. Luego se oyeron desde afuera algunas conversaciones más calmadas, un grito repentino de vez en cuando y volvía el silencio. Riley se mantenía de pie con las manos en los bolsillos y la vista fija en el suelo. Harley lo ojeaba de rato en rato pero su ocupación se basaba más en el encendedor que manipulaba con inquietud. Tal vez, ninguno de los dos hubiera deseado estar allí o, quizá, ningún otro lugar hubiera sido mejor.

El matrimonio Lessin decidió continuar con el internado y rehabilitación de su hija en Georgia, en consecuencia, la partida fue atolondrada y forzada, sobre todo por parte de Wood y Thompson, quienes no hallaron motivo para quedarse en Aspen si la niña de pecas rojas no iba a estar. Las razones de Harley para actuar como lo hacía, ni él las conocía. Ya fuera por una fuerte culpa, llenar el espacio hueco de su agenda, o para evitar que las autoridades lo sorprendieran acusándolo por agresión contra Jude; lo cierto era que el chico se estaba manteniendo ocupado por su propia voluntad. De algún modo, le importaba. La pelirroja poseía un carácter insoportable y variable, y el otro muchacho era meloso con ella a más no poder, pero debía admitirlo: al lado de ellos era más difícil que se perdiera en sus recuerdos y volviera a las ideas que lo habían llevado al pie de un abismo cierto día gris.

Con la nieve de Aspen se quedó el escándalo juvenil de los rebeldes de Emory, pero en el fondo nada había cambiado: Harley seguía ahogándose en lluvia que cada vez era más nieve, y ante esto solo podía preguntarse cuándo se acabaría el invierno, pues ya iba durando muchos años.

***

Tan fácil como solo decir "te quiero" era para Harley llegar a casa y no hacer nada más que ignorar a Jennifer y a Ned, quienes susurraban en el interior de su habitación. Atravesó el corredor con la cabeza baja y un raudo paso para evitar el ruido que hacían sus botas sobre la madera, pero antes de que llegara a su habitación, la luz se encendió y él tuvo que frenar en seco.

—Harley... —musitó la mujer con el poco aliento que le quedó al verlo.

El muchacho se giró hacia ella, la vio en el umbral de su dormitorio y congeló el gesto de inmediato, sin intención alguna por abrir los labios.

—Qué bueno que volviste...  —Sonrió—. Temí lo peor... ¿Está todo bien?

Sus palabras brotaban de su boca con energía que luego desaparecía. La humedad en sus ojos delataba sus ganas de echarse a llorar pero apretaba el puño sobre su pecho y las lágrimas ya no caían.

—Sí —contestó Harley rascándose un ojo.

—Me alivia... —suspiró Jennifer.

De pronto salió al pasillo el hombrezote de barba y espalda ancha que era Ned y dirigió una dura mirada a Harley.

—Muchacho —saludó.

—Ned —respondió el chico alzando levemente la cabeza.

Terminado el diálogo, Harley dio media vuelta y se dirigió a su habitación. Le pareció oír un "buenas noches, cariño" de la mujer pero no contestó ni volvió para verificarlo. La pareja lucía igual que el día en el que se marchó, tan cansada y resignada a lo que tenían como siempre. Al dejar caer su maleta al suelo, quedó libre para tirarse sobre su cama y cuando se hubo puesto cómodo oyó la discusión: "¡Déjate de contemplaciones! No importa cuánto tiempo pase, él sigue igual... Jamás cambiará". "¿Y qué quieres que haga? ¡Es mi hijo, es mi bebé, no lo puedo abandonar!" "¡Sácate eso de la cabeza! Ese chico de mierda no es tu hijo... No es nuestro hijo" y de repente todo se silenciaba.

Wood colocó la almohada sobre su cabeza y trató de vaciarse, mas la idea de que no le quedaba mucho tiempo en esa casa lo acechaba cada vez más de cerca, por lo que debía dejar a un lado su indiferencia y ponerse a trabajar para solventarse. Luego recordó que no tenía grandes motivos para seguir adelante y cayó en la misma duda: ¿Cuánto tiempo más duraría esa vida sin sentido ni motivación? Hacía mucho tiempo que se había dado cuenta de que, aunque el básquet lo entretuviera, la navaja y las peleas lo liberaran de algún modo por instantes, disfrutaba de algunos libros y la mayor parte del tiempo lo ocupaban los estudios de la universidad; cuando esta terminara ya no tendría nada. Por el momento respiraba para terminar su ciclo, pero después qué.

A un lado, sobre el ropero que casi tocaba el techo, se ubicaba una vieja fotografía enmarcada de Jennifer y Ned en sus mejores años, la cual solo permanecía allí debido a la pereza y al olvido del dueño del dormitorio. Jennifer seguro la había dejado allí muchos años atrás y la habría buscado con ansiedad, pero al no poseer una estrecha relación con Harley, jamás pudo buscarla en esa habitación.

Los días de los postres dulcísimos de aquella dama delicada y amable se habían terminado para iniciar con la era de la tristeza en los ojos y un profundo dolor en el pecho. Había tratado por demasiado tiempo que Harley le sonriera, le hablara, la quisiera, y de pronto, un día, lo único que le importó era que él se dejara querer aunque no sintiera afecto por nadie. Los días de aquella lucha aún no habían finiquitado. Wood todavía recordaba todas las noches en las que esa mujer quiso que la llamara "madre", dormía a su lado, le preparaba las tres comidas con amor y besaba sus heridas con cariño; pero esos momentos ya no volverían porque él era un monstruo que solo se esforzaba por alejarla a ella y todo aquel que se le acercara, incluso Ned.

El barbudo hombre también había tratado de alegrar las mañanas del chico de grises ojos invitándolo al estadio, al cine, al teatro, al campo, a la playa, a la montaña y todo país de Europa que se hallara entre los mejores destinos turísticos. Pero siempre fue rechazado. De nada servía reírse, bromear o contar historias y anécdotas frente a un adolescente que se mantenía ecuánime ante cualquier situación y lejos de demostrar una actitud agradecida, acusaba a sus apoderados del mayor crimen cometido, solo con aquellos grises ojos.

Si la miseria y la desgracia habían llegado al matrimonio de Ned y Jennifer Lawson con el aborto espontáneo de su primogénito, la llegada de Harley Wood solo acrecentó el dolor, abrió viejas heridas y creó nuevas. Hacía tanto tiempo que vivían de ese modo que no recordaban que existían otras posibilidades.

Al cabo de pocos minutos en la oscuridad, el celular de Harley vibró en el interior de su abrigo, por lo que, con gran desgano, se vio obligado a contestar. Ni siquiera se fijó en quién lo llamaba a altas horas de la madrugada.

—Qué.

—Oye, ¿ya estás en tu casa? —Era la voz de Aylin.

—¿Qué quieres?

—Una taza de azúcar. ¿¡Qué mierda crees que quiero!?

—No jodas. Estoy cansado.

—Ya. Buscaré a Thom.

—Mándale mis saludos, idiota —contestó con una voz impostada, colgó y lanzó su celular a un montón de frazadas tiradas en una esquina de la habitación.

Después de un suspiro de resignación, Harley pensó que no le quedaba otra opción distinta de abandonarse al sueño, por lo que cerró los ojos y trató de relajarse e ignorar que fuera de su habitación una discusión continuaba. Apenas hubo perdido la conciencia, su celular vibró con fuerza a lo lejos. "Mierda...", resopló el muchacho antes de tirarse al piso y arrastrarse hasta el teléfono.

"Cambio de planes.

Riley"

En la pantalla de su móvil había leído un mensaje, a lo que maldijo el instante en el que le dio su número al chico de la casaca roja.
Un segundo después, dos piedras se estrellaron contra su ventana.

—Carajo...

El momento en que Harley se asomó a través del vidrio debió saber que sus acciones de los últimos dos días habían determinado lo que sucedería con su vida los años siguientes, y quizás más allá, porque allí se encontraba Riley, de pie en su jardín, con la expresión más ansiosa que le había visto, con una bolsa de papel de la cafetería más cercana. Mucho tiempo después, sintiéndose viejo y frustrado, Wood todavía habría de recordar aquella mirada en sus oscuros ojos.

—¡Apúrate, baja! —exclamó Thompson.

Harley resopló y abrió su ventana.

—¡Dijiste 'mañana temprano'! —susurró para que no lo oyeran Jennifer y Ned.

—Y luego te escribí 'cambio de planes'. ¿Qué esperas? ¡Vamos!

—Ni siquiera lo pienses. Estoy cansado y...

—Vendrás, Wood...

—¡Oblígame! —gritó y cerró su ventana de un golpe.

***

—A veces te comportas muy gay... —comentó Riley mientras caminaba junto a Harley por las calles.

—Cállate.

Más temprano, luego de bajar del avión, Riley había llamado a la señora Lessin para preguntarle sobre posibles dificultades al trasladar a Jude hasta Georgia. Esta le comunicó, con amabilidad, que la joven dormía y ya se hallaban rumbo al hospital para realizarle un nuevo diagnóstico. En consecuencia, todo indicaba que la niña pecosa no podría recibir a sus "amigos" hasta el día siguiente, pero bastaba un solo mensaje de texto de ella para que Riley corriera a sus pies.

—¿"Tengo frío, Riley"?¿Solo por esa idiotez me estás haciendo ir hasta su casa? ¡No me jodas!

—Al hospital, no está en su casa —corrigió.

—¡Como sea! ¡Yo me voy a dormir!

Harley azuzó los brazos antes de dar media vuelta y emprender la marcha de regreso a su hogar, del cual había salido sin avisar a los adultos con los que vivía; pero Riley alzó la voz.

—Tienes que ir. No creas que te busco porque me fascina tu compañía, mequetefre. Solo lo hago porque le debes, ¿te quedó claro?

—¿Cómo que 'mequetefre'? ¿Cuántos años tienes?

—No importa tanto como la denuncia por agresión física que te podría poner, ¿comprendes?

A la sombra de la noche, en ese instante lo único que se oyó fue el frote de las patas de un grillo. Sus miradas iban y venían hasta que Riley se encogió de un hombro, dio media vuelta y siguió caminando. Harley maldijo, harto, pero fue detrás de él. Se odió por ello.

Anduvieron por las calles varios minutos más, con la incomodidad resguardada en los bolsillos y el cansancio, en cada aliento exhalado. Riley empuñó sus manos y mordió sus labios para soportar un poco el frío que sentía, mientras a Harley le temblaban hasta los huesos y lo disimulaba lo mejor posible agachando la cabeza. La gelidez de Georgia apenas era comparable con la de Aspen pero aquella noche no era el clima, sino la zozobra y el resentimiento lo que diferenciaba a ese Harley de cualquier otro. "¿Por qué no lo golpeo y solo me voy?", se preguntaba el chico de ojos grises al fruncirle el ceño a la nuca de su compañero. Por qué no esto, o por qué no lo otro. Lo único que sabía era que odiaba a Riley por lo que lo obligaba a hacer, pero nunca buscaría agredirlo... ¿Entonces era miedo?

—La culpa no es de nuestras estrellas, Wood —rompió el silencio Riley lanzando un comentario aparentemente al azar.

—Cállate, Shakespeare. A veces sí lo es.

—No me jodas, Green. —Rió—. Qué estupidez.

Harley refunfuñó y desvió la mirada, a lo que Riley soltó otra pequeña risa. En determinado momento Wood perdió la consciencia de lo que hacía su cuerpo y siguió caminando por inercia esperando, tal vez, que un ruido ensordecedor los detuviera o una ventisca demasiado agresiva los obligara a dar media vuelta; pero lejos de que algo sorprendente sucediera, llegaron a un estacionamiento en el que uno de los autos parpadeaba sus luces traseras pese a que no tenía conductor ni persona cerca.

—¿No se supone que hay policías y eso cuidando el hospital? —preguntó Harley deseando recibir una respuesta afirmativa.

—No en la parte de atrás.

—¿¡No hay nadie cuidando los autos!?

—No hoy. El guardia debe estar en su caseta durmiendo si ya son más de las diez.

—¿Cómo lo sabes?

—Conozco este hospital.

—¿Por qué...? —Esbozó una mueca de extrañeza.

—Porque sí. Apúrate, Wood.

Omitiendo del todo más comentarios que se escaparan del tema, ambos muchachos ingresaron al estacionamiento enrejado a través de los veinte centímetros vacíos que se habían formado al posicionar mal una columna que se había construido muy lejos de la puerta levadiza. Con un gran esfuerzo por contener la respiración, Riley y Harley pasaron sin ser detectados. Entre cada vehículo estacionado aligeraron sus pasos, por infortunio, sin dejar de lado los tropiezos e imprecaciones soltadas al aire que el cansancio los llevaba a cometer.

—En un estacionamiento así de un hospital mataron a un pobre muchacho tonto... —susurró Riley—. Por la noche fue... También tenía ojos grises y cabello de doncella...

—¿¡A quién llamas doncella, idiota!? —vociferó Harley empujándolo con fuerza.

—¡Sshh! Nos van a oír,... doncella...

—Idiota.

Para cuando los universitarios llegaron al ascensor que los conduciría al interior del edificio, Thompson ejercía poco esfuerzo para controlar su risa mientras Harley permanecía en silencio, con los puños apretados y el entrecejo fruncido.

Algún enfermero durante los turnos nocturnos siguientes habría de comentar a sus compañeros que aquel viernes en la madrugada, al ritmo del segundero del reloj colgado en la pared más alta, se oyeron pasos en algunos de los corredores del hospital. A veces, justo sobre su cabeza, instantes después, en las escaleras más contiguas a él; y cuando se hubo de acercar al sospechoso sonido, no vio a nadie merodeando en la zona que él debía supervisar. Ya fuera por su ingenuidad propia de su juventud o la inexperiencia característica de un novato, aquel enfermero no halló a persona o personas a las que se les atribuyeran las caídas de las escobas en los pasillos, los choques de estantes con camillas en el paso o esos murmullos que exclamaban coléricos "¡Apúrate que te me pierdes!" Con las luces apagadas en varios sectores y los guardias de seguridad que debían vigilar las cámaras, ocupados en el baño, una plática o merienda de medianoche; el reloj más alto siguió emitiendo su desesperante "tic tac" y Harley y Riley siguieron corriendo sobre las puntas de sus pies tratando de hallar la habitación de Jude y el segundero siguió tragándose el tiempo. "¡Mira ese pelo, Wood! ¡Pareces una chica!" "¡Cállate, idiota!", fue lo último que oyó el enfermero.

Un ligero chirrido se oyó antes de que los muchachos pudieran ingresar a la habitación oscura, de cortinas cerradas, electrocardiograma encendido y la silueta de una muñeca de trapo deshecha sobre la camilla cuya pierna envuelta en una férula era levantada por varios cables como aquel cuyo fin se perdía en su muñeca agujereada. J parecía dormida envuelta en tantas frazadas y con el rostro en dirección a las ventanas; sin embargo, aquello no fue impedimento para que Riley se acercara cogiendo con firmeza la bolsa de café entre sus manos.

—Jude, Jude... —susurró Riley cerca de la oreja de la muchacha.

—¿Mmh? —ronroneó ella con los ojos cerrados.

—Discúlpame por demorarme. Aquí te traje café para que te calentaras, ¿está bien?

—¡Riley! —gritó J sentándose de un brinco con las pupilas dilatadas.

—Disculpa. ¿Te asusté? —Rió Riley.

—Por Dios, no me esperaba que vinieras... Solo te dije que tenía frío y... —Se echó un vistazo—. Mira cómo estoy, ay... —Cubrió su rostro, apenada—. Lo siento, Riley...

—No te preocupes por tonterías. Mira, Wood también vino. —Señaló con su cabeza a sus espaldas, ya que el chico de gris mirada había permanecido en la sombra de la puerta hasta ese momento.

—¿¡Harley!? ¿Tú qué haces aquí? ¡Vete!

—¡Ni creas que quise venir a verte, pecosa!

—¡Baja la voz! Mi papá está en el baño y ya no tarda en volver —advirtió, nerviosa.

—Ya, entonces te veo mañana, Jude —se despidió Riley suavizando su voz—. Descansa y di que una enfermera te trajo el café, ¿sí? Adiós. —Besó la frente de J y se alejó, ágil.

Nadie en la habitación alcanzaba a visualizar con nitidez a sus acompañantes, en aquella oscuridad no eran más que voces en el aire y sombras tupidas de un negro intenso, apenas perceptibles. Aun así, Harley notó el arranque de velocidad en los latidos de Jude después del beso debido al electrocardiograma. Él suspiró, Riley rió, divertido, y Jude se limitó a esconder su rostro en las sábanas. 

—Nos vemos, Jude —repitió Riley.

—Ajá...

Ya cuando los chicos se disponían a salir, el quejido del estómago de Jude invadió el cuarto, provocando, desde luego, una reacción en el electrocardiograma. La muchacha pecosa volvió a avergonzarse por lo que refunfuñó apenas audible y cubrió más su rostro.

—¿Tienes hambre? —preguntó Thompson.

—Ah... Sí... —musitó ella.

—No tengo nada que darte, maldición... Qué hago, qué hago... —murmuró el chico con la inquietud clara en una de sus rodillas.

Cuando la máquina que conectaba a la joven volvió a acelerarse, Harley llevó sus gélidas manos a los bolsillos de su abrigo e, inesperadamente y como castigo del inexistente Lucifer, halló una barra de chocolate. Entonces recordó que no había ingerido alimento desde la mañana del día anterior pero había olvidado el hambre que sentía debido al cansancio de su cuerpo y la llegada de Riley. Sin embargo, al tocar los desniveles de la golosina sobre su envoltura se le abrió el apetito y nada deseaba más que comérsela.

El estómago de Jude volvió a rugir.

—Qué hago, qué hago... —se decía Riley aún pensando.

Harley resopló, hastiado, y sin tener la seguridad del porqué de sus acciones ni en ese momento o los días consecutivos, se acercó a la pecosa y dejó caer la barra sobre la camilla.

—Toma —ordenó, frío y seco.

La chica tomó el dulce entre sus manos, le dio varias vueltas, lo palpó y olió para cerciorarse de lo que era antes de decir:

—No me gusta el chocolate.

—¡Te la comes igual, flacucha! —vociferó.

—¡Para lo que me importa! —respondió usando el mismo volumen en su voz.

—¡Se dice 'gracias', malcriada!

—¡Gracias, pues!

—¡Ya!

—¡Ya!

Con la cólera hirviéndole en cada poro, Wood deslizó sus dedos sobre la cabellera de la pelirroja, despeinándola, y se alejó de ella. Ya ni siquiera le dirigió mirada alguna a Riley pero hubiera podido jurar que este lo observaba, quizás, extrañado, o, tal vez, confundido.

—Hasta mañana, Jude. —Volvió a despedirse Thompson.

—Adiós... Cuídense.... —contestó con una frágil voz.

Esa friolenta noche en Georgia, Harley y Riley fueron descubiertos al salir del hospital por la puerta del frente debido a una estridente carcajada que este había soltado burlándose del cabello de su acompañante. Los asuntos legales los arreglaron ellos mismos, por supuesto que sí; bueno, con ligeras intromisiones del matrimonio Thompson. A Riley no le importó recibir regaños y castigos de parte de sus padres y las autoridades como si se tratase de un inmaduro y rebelde adolescente sin causa, y a Harley, mucho menos, aunque las decepciones de Jennifer y Ned aumentaban poniendo en peligro su estadía en una casa que él no pagaba.

A partir de ese día, el hospital de Georgia cambió a su guardia de seguridad nocturno del estacionamiento por uno que aseguraba hacer bien su trabajo; aumentaron las cámaras de seguridad; cubrieron con cemento el área libre que existía entre la columna y la puerta por la que salían los autos, y pasaron al turno de la mañana al ingenuo y descuidado enfermero. Mientras, para Harley y Riley el horario de visita disminuyó en una hora; además que debían de marcar unas tarjetas que les dieron para asegurarse de que no se pasaban con el tiempo, de modo que si permanecían en el hospital cinco minutos más, ese sería el tiempo que se les mermaría al día siguiente. Ninguno lamentó lo sucedido. De hecho, fueron pocas las lamentaciones de las siguientes semanas, aun cuando para bien o para mal Harley era prácticamente arrastrado por Riley para ver a Jude cada día sin contar los domingos, a excepción de lo acontecido el más cercano lunes a aquel poco común viernes.

Por simple coincidencia, aquella mañana en Emory, Harley visualizó a lo lejos, al final del pasillo en el que se hallaba, a Marks y su amiga de cabello negro conversando.

—Pero, fresita, ¿no te duele?  —preguntó la amiga.

—Nah, no te preocupes, Rey, es el precio de la aventura. —Rió Marks.

Solo entonces la muchacha del desordenado moño dejó de darle la espalda a Harley y este pudo contemplar la mitad de su rostro: un moretón verdoso se hallaba en su mejilla izquierda.

—Ay, Peny... Cada vez es más agresiva...

—No, solo se le pasó la mano. ¿Vamos a clase?

Harley permanecía quieto y expectante, detrás de un bebedero mientras oía una plática que no lo invitaba. No sabía por qué les prestaba atención, pero supuso que su aburrimiento lo había vencido.
De pronto, los acelerados pasos de alguien que se acercaba a las muchachas se convirtieron en un llamado —"¡Peny!"— y luego, en un atolondrado muchacho que jadeaba detrás de ellas.

—Hey, Smith —saludó la amiga de Marks.

—Muy buenos días, James. —Sonrió la muchacha.

—Peny... —jadeó el supuesto James reclinado en sus rodillas—. Buenos dí... —Al verla a la cara, exclamó—: ¿¡Qué te pasó!? ¿¡Te encuentras bien!?

—Sí, sí, solo me caí... —Se apresuró en contestar.

—¿¡Pero cómo!? ¡Tienes que tener más cuidado! ¿Te duele mucho? —Llevó una de sus manos a la zona herida del rostro de Marks y esta retrocedió de inmediato.

—¡Auch, oye! ¿¡No ves que está inflamado!?

—Lo siento, lo siento, lo siento mucho —balbuceó, ansioso—. Perdóname, Peny. Discúlpame, lo lamento, yo solo...

Para cuando la amiga de Marks rió, Harley ya se hallaba sumergido en el pasado, épocas mejores o ayeres melancólicos que erizaban su piel.

"¡Auch, oye, Harley! Si me lastimo así todos los días, ¿mamá y papá vendrán pronto a recogernos?"

—Ya, James, pero no me toques. Qué brutalidad la tuya.

"Quiero ver a mi papá y a mi mamá, Harley..."

—Lo siento mucho, Peny...

"Ya no me gusta estar aquí... La señorita Dorothy no es como mi mamá..."

—Ya no te tortures, Smith. Peny te perdona, ¿no, frambuesa?

"Quiero volver a casa, Harley... ¿Harley? ¿Por qué lloras?"

—Ajá... Puff...

"¿Harley?... ¡Harley!"

—¿Harley? Hey, ¿qué haces ahí?

La voz de Marks lo sacó de las reminiscencias y después de fruncir los labios, tomó una decisión sin sentido, que era tan impulso como el haber salido raudo de aquel pasillo para no tener que enfrentar a Marks y su voz de niña.

***

—¿Qué haces aquí, Harley?

—No lo sé, Dorothy... Hace tiempo... que no sé nada...

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