Capítulo 15
Una diferencia entre el vacío oscuro y la plenitud luminosa
Pese a las interrupciones de su estadía en la habitación de Jude debido al término del horario de visitas, tanto Harley como Thompson habían permanecido en las instalaciones del hospital, esperando a que pudieran volver a ver a la niña de pecas rojas. La actitud de Harley era contradictoria y Riley lo había notado; sin embargo, para evitar una posible pelea y el descontento de la joven en cama, este prefirió quedarse con sus sospechas para sí, aquellas que le dictaban que Wood los acompañaba por razones egoístas como impedir que lo acusaran con las autoridades o eliminar en él la sensación de aburrimiento. Así, el muchacho de ojos grises se convertía en una gran interrogante para él, tan misteriosa como la que se plantearía ante cualquier desconocido, pero no se esforzaba por descubrirlo. Con que Jude sonriera sin importarle la presencia de Harley era suficiente para Riley. Es más, en sus momentos de soledad con la pequeña pelirroja le había preguntado sobre sus sentimientos hacia el culpable de su estado, su respuesta no había sido menos extraña que el chico en cuestión: "No me importa que esté aquí... La culpa fue mía. Él no me hará daño, Riley... No te preocupes, estoy segura con él, con ustedes. Lo sé".
No era sencillo que una universitaria de diecinueve años, tan ingenua como Jude Lessin, lo engañara, ya que sus veintitrés años no habían transcurrido sin dejarle lecciones sobre el reconocimiento de las mentiras. Existía un 'algo' en el tono de Jude que lo convencía de lo contrario a lo que sus labios pronunciaban, lo mismo ocurría con la mirada que desviaba. No obstante, mientras ella suplicara paz, Riley no podía alterarla cuestionando a Wood sobre las maldades que ya no ejercía sobre la joven. O eso le parecía.
Al día siguiente de la llamada que los doctores habían realizado al matrimonio Lessin, muy temprano por la mañana, la niña de pecas terminó con su sueño profundo y se levantó de la cama como un resorte. Oyó los ronquidos de Harley en el sillón, quien llevaba una postura torcida, posible causante de un posterior dolor en la columna, y la boca abierta, dejando que se deslizara un hilo de saliva hasta el mentón. Jude esbozó una morisqueta de asco al verlo.
—¿Ya no puedes dormir?
Una suave voz la sobresaltó de pronto, obligándola a girarse para toparse con la media sonrisa de Riley bajo sus cansados párpados. Él había pasado la noche en un simple banco, recostado en la pared. Ella lo sabía: debía de estar adolorido, no era hora de causarle molestias con sus caprichos y aun así...
—No, no puedo —susurró la joven con el volumen suficiente para ser oída.
—¿Tienes hambre?
—No.
—¿Frío?
—No. —Arrugó las sábanas bajo sus puños, con fuerza, e inclinó el rostro.
—¿Qué pasó, entonces? —Se enderezó en su asiento—. ¿Llamo a una enfermera?
—No... Yo... —Tragó saliva—. El corazón me late tan fuerte que me duele el pecho. —Dirigió sus ojos hacia los de su acompañante consciente y permitió que su labio temblara al continuar—: Tengo miedo, Riley. Estoy muy ansiosa...
No había dudado en expresarle sus más vívidas sensaciones y aunque el electrocardiograma la evidenciara, ella necesitaba decírselo aun cuando algunas lágrimas humedecieran su faz en el intento. Riley se había percatado de ello y por eso se acercó a su amiga, se sentó junto a ella en la camilla y tomó una de sus manos entre las suyas obligándola a conectar su mirada con la de él.
Después de eternos segundos, él besó con la delicadeza que se trata a una escultura de cristal, los nudillos de ella y le sonrió. No fue de la forma en la que un príncipe de cuentos infantiles le sonríe a la protagonista de la historia, sino como lo hacía un confidente, un amigo, un padre, alguien en quien ella podría ver su alma reflejada sin sentir la menor vergüenza. No se trataba de un coqueteo, solo era Riley... siendo Riley.
—¿A qué le tienes miedo, Jude? —murmuró obviando por completo la velocidad que había tomado el aparato que medía las pulsaciones de la chica—. ¿A este patán?
Riley señaló con la mandíbula a Harley a un lado, a lo que Jude rió, divertida, y negó con la cabeza.
—No le tengo miedo a ese idiota —recalcó—. Es algo más...
Jude se estremeció bajo las sábanas y sintiendo un dolor punzante que iniciaba en la punta de su pierna alzada con la férula, y descendía hasta su estómago vacío, se deshizo del contacto con Riley y volvió a bajar la mirada. El muchacho a su lado decidió esperarla, solo suspiró y aguardó a que ella decidiera continuar expresándose. Jude lo apreciaba; sin embargo, en su mente solo cabía la imagen de sus padres gritándole por haber huido de casa, por haberse accidentado y, sobre todo, por haber vuelto a sus viejos vicios, una enfermedad de la que ella debía hallarse limpia. Quizá, el que ella hubiese intentado suicidarse aminoraría la furia de sus padres y acrecentaría su lástima, por lo que evitaría castigos muy estrictos y eternos sermones. Ah, si ella jamás hubiese tenido que internarse en una clínica, ya hubiera estado viviendo en su departamento, bajo sus propias reglas.
Al ver que el tiempo transcurría y lo único inquieto en Jude eran sus ojos, Riley decidió avanzar con su comunicación dándole un beso a la muchacha sobre una de sus mejillas. Tal vez notó el rubor que su gesto produjo en el rostro de ella, o, sino, oyó el electrocardiograma acelerándose; pero no importaba, pues la joven se había girado para verlo y sus ojos de caramelo brillaban más que nunca. Riley volvió a sonreír.
—Yo me encargo de que nadie te haga daño —susurró en su oído—, solo dime su nombre y lo saco a patadas. Es Harley, ¿verdad? Ahora lo mato...
Esta vez, ella rió a carcajadas y él acentuó la curva en sus labios.
"Riley, Riley, Riley, Riley... Ay, Riley...", se repetía ella en su mente. Las notas en aquella voz masculina conseguían que la muchacha olvidara el temor que la estremecía, mas sus pulsaciones no se normalizaban, más bien, se aceleraban al tenerlo tan cerca y todavía observándola. Algunos balbuceos se escaparon de sus húmedos labios, ya que, ¿por qué tendría tantas atenciones con ella? ¡Debía gustarle también! Era el momento, debía de decírselo o no podría nunca más verlo a los ojos.
—Riley, yo...
—Dime.
—Oye, yo te... Te, te, te... —Sonreía nerviosa, miraba sus dedos, jugaba con ellos, mordía su lengua, se topaba con la sonrisa de él, luego veía la ventana y oía sus pulsaciones tan ruidosas como las de la máquina a la que estaba conectada. Cuando su corazón explotó, se rindió. "Mierda"—. Oye, tengo hambre. ¿Me traerías algo?
El muchacho la miró de lado y entrecerró los ojos. ¿Se había dado cuenta de sus verdaderas intenciones? Jude no halló mayor remedio que esconder su colorada cara bajo las sábanas.
—¡Riley, por favor! —pidió de forma implícita que olvidara lo sucedido. Tal vez, sí se había dado cuenta—. ¡Tengo hambre!
Él rió.
—De acuerdo, Jude. ¿Qué se te antoja?
—Una buena follada para que se le quite la mañosería.
Ambos se giraron hacia el sofá y vieron a Harley, ya despierto, recostado en el brazal y observándolos, atento, con el semblante más serio que habían notado en él. Alzó una ceja dando a entender que sus palabras podían ser tomadas tan en serio, como no.
—¡Imbécil! —gritó Jude, tomó el florero que yacía sobre una pequeña mesa a su lado y se lo lanzó.
***
Luego de hecha la debida limpieza en la habitación por un hombre del personal del hospital; Harley volvió con la pelirroja, ya con un algodón pegado en la zona de su frente que había recibido el golpe de la cerámica. Supo que Jude le había pedido a Thompson, como un gran capricho, un postre con muy bajas calorías que solo podría hallar a unas diez calles del hospital si es que decía rodear el gran parque central, tan repleto de árboles como de medicamentos las farmacias.
—Vamos, Harley —le dijo Thompson mientras se colocaba su chaqueta para salir.
Harley parpadeó un par de veces al no conseguir asimilar que ese sujeto lo hubiera llamado por su nombre y además, prácticamente le ordenaba que saliera con él por el dulce de la muchacha. ¡Válgame Dios! ¿Existía alguien de cabeza más fresca?
—¿Qué? —solo atinó a responder.
—Que vamos a la pastelería —repitió el chico mirándolo a los ojos—. No está muy lejos, apúrate.
—¿Qué? ¡No! ¿Por qué debería ir? Ella puede comer cualquier cosa que haya aquí o más cerca. ¡Lo está haciendo a propósito! ¿No te das cuenta? —Señaló a Jude, quien permanecía callada y solo los miraba—. Es una pequeña embustera.
—Ya. ¿Vas a ir así? Vámonos ya, que más tarde hará más frío —respondió rascando su cabeza.
—No voy a ir.
—Sí vendrás.
—No, no lo haré. No quiero. —Se encogió de hombros.
—Que sí.
—¡No!
—Sí.
—No.
—Sí.
—Oblígame.
***
Después de siete minutos de haber caminado sobre las resbaladizas aceras, tanto Harley como su compañía comenzaron a sentir las frías ventiscas que rozaban sus rostros. No había muchas personas transitando bajo los diminutos copos de nieve que caían, tan solo los infantes que llevaban sus mochilas de una mano y de la otra, a su padre o madre; algún vendedor de frutas y verduras cuidando su mercadería; parejas que se perdían en los ojos de su compañía y autos que avanzaban con gran lentitud para no perder el control de las llantas. Sin importar el bullicio que lo rodeara, los pensamientos de Harley no se desviaban de su pregunta inicial: "¿Qué estoy haciendo aquí?"
Antes de que se diera cuenta, su silencioso compañero y él llegaron a la esquina de un bloque en la que debían de elegir si atravesar el parque central o rodearlo. Raudo, Thompson se giró hacia él, Harley alzó una ceja y aquel se volvió para decir:
—Démonos prisa. Cuando oscurece, es peor entre los árboles. —Y cruzó la pista.
—¿No vamos a rodearlo?
—¿Te dan miedo los bosques, Wood? —Rió seco.
—Es demasiado grande, no se ve el otro lado y está lleno de discontinuidades, ¿cómo podríamos no perdernos?
—¿Te da miedo este bosque, Wood? No te preocupes, vas conmigo.
—Idiota.
Thompson volvió a reír e ignorando por completo que el otro muchacho no iba a su lado, sino, varios pasos detrás de él, se internó en el parque que, más bien, tal y como él mismo lo había dicho, parecía un pequeño bosque.
El tiempo siguió transcurriendo, varias hojas caían, la temperatura no colaboraba con su descenso y el silencio de ambos chicos solo alargaba la tarde, cuando uno de ellos decidió soltar una pregunta casi al aire.
—¿Y te gusta la lucha libre?
Harley detuvo su andar y, extrañado, miró a Thompson esbozando una mueca. Este siguió caminando entre los árboles y sus fuertes raíces.
—¿En serio quieres iniciar una conversación conmigo?
—Oh, vamos, Wood. No te hagas el interesante y contesta que me aburro.
El muchacho de ojos grises parpadeó un par de veces y frunció los labios antes de darse por vencido.
—No.
—¿Entonces qué te gusta? —preguntó Thompson luego de una breve pausa.
—El básquet, supongo.
—El básquet es genial, pero prefiero el fútbol americano, aunque no soy muy bueno en él.
—El capitán de eso en Emory es un fortachón gay, ¿no es así?
—Bueno, es Josua y le gustan las chicas tanto como a ti y a mí, supongo.
—¿Cómo lo sabes?
—Es mi amigo.
—Ah.
Sus pies rompiendo las húmedas hojas a cada paso se adueñaron del silencio, además del constante agitar de los árboles con el viento. Ninguno pronunció otra palabra en varios minutos. Thompson tomaba el camino fructuoso de hierbas y tierra y Harley lo seguía sin que le pareciera extraño que evitara a las pocas personas del lugar y todo suelo pavimentado. Había una zona en aquel lar que se hallaba lejana al barullo de familias, una zona abandonada cubierta por nada más que la maleza y el gélido viento, aquella por la que los estudiantes de Emory decidieron cruzar.
Algún tropiezo, alguna toz o una planta difícil de saltar solo interrumpían su incómodo mutismo. Ninguno se esforzaba por ser amigo del otro, estar juntos era suficiente en ese momento y lo hubiera sido por el resto del día de no ser por el profundo y largo aullido que oyeron.
—¿Y eso? —preguntó Harley observando el posible lugar del que había provenido aquel sonido—. ¿Un perro?
—No, los perros no aúllan así... —rectificó Thompson—. Eso es... un lobo.
—¿¡Un lobo!?
—Sí... —Se volvió a oír el aullido—. ¡Corre!
De inmediato, los muchachos partieron en la primera dirección opuesta que se le ocurrió, pero siempre juntos. Olvidaron ver el suelo, tener cuidado con las plantas venenosas y respirar como debían para resistir, solo corrieron a ciegas con los pulsos a mil por minuto. Tropezaron varias veces, se levantaron y gruñeron pidiéndole al otro que no lo dejara. La imagen de un can con el hocico húmedo de saliva, el pelaje sucio de barro y los colmillos rojos de sangre, apareció en sus mentes, tan alborotadas como las frondas en lo alto.
Cuando un par de patas ligeras comenzó a seguirlos, de sus gargantas emanó un grito, tal vez, demasiado agudo como para que su masculinidad lo permitiera. Con la adrenalina brotando de sus poros no se dieron cuenta de la pendiente que los esperaba, por lo que rodaron, con brusquedad, hasta el fango de una hendidura de tierra bajo el césped.
—Mierda... —Resopló Harley con la cara enterrada en lodo.
Pocos segundos después, una pequeña criatura cayó por la misma pendiente hasta unos centímetros de distancia de ellos. Al levantar sus rostros contemplaron a un pequinés de oscuro pelaje que se levantó de la tierra, se sacudió y soltó varios ladridos a Harley y a Thompson, mientras meneaba la cola.
—Un puto perro... —Suspiró el chico de grises ojos.
Un breve silencio de parte de ellos se pronunció antes de que el alumno de penúltimo ciclo reflexionara:
—Ah, claro. Estamos en zona urbanizada, aquí no hay lobos.
—Te odio.
Los llamados de una mujer que exclamaba el nombre de Goliat, interrumpieron el contacto visual de los chicos. Ni dos llamados después, el pequinés se alejó corriendo en la dirección de la que provenía la femenina voz. El trémulo choque de las ramas en las alturas erizó la piel de Harley; se dio cuenta de que estaban perdiendo el tiempo y ya quería desayunar, por lo que se puso de pie, quitó el fango de su rostro y ropas como pudo, y siguió caminando. Thompson lo imitó siguiéndolo a unos pasos detrás, con gran tranquilidad, como si no hubieran gritado ni huido de un cachorro unos segundos antes.
"Yo no digo nada si también te callas", pronunció el amigo de Jude, sin detener su paso ni mirar a su interlocutor a los ojos. "De acuerdo,... Riley", contestó Harley vocalizando aquel nombre como si se hubiera tratado de una palabra en árabe de la que jamás había oído. Mientras él sentía un ácido sabor en la boca, el mismo Riley sonreía y bajaba la mirada. "Bien,... Harley".
Sus comentarios consecutivos no pasaron de "Qué frío" o "Tengo comezón" ni llegaron a convertirse en una plática breve, pero sentían el contacto y la presencia del otro; por eso, de alguna u otra forma, no se les hizo incómoda su compañía. Estaba bien guardar silencio. Al cabo de diez minutos terminaron de cruzar el diminuto camino empedrado que desembocaba en acera, frente a la cual ya se hallaban las tiendas, un pequeño mercado, el jaleo, las bocinas, la contaminación, las risas y los problemas. Para ese entonces, ambos seguían encerrados en sí mismos, sus miradas los delataban y realmente no importaba.
Con un gesto de cabeza, Riley le indicó a su compañero que el lugar en el que debían de conseguir el pedido de Jude se hallaba cruzando la pista, por lo que había que darse prisa. Harley siguió su paso con gran parsimonia y tedio.
Las calles estaban cubiertas por una capa de diminutos cristales de nieve, lo que dificultaba el paso de los transeúntes, sobre todo en una zona comercial como aquella: llena de bodegas, cafeterías, restaurantes, pastelerías y unos pocos puestos de periódicos y frutas. Riley se dirigió hacia una pastelería de toldo magenta, sobre el cual se hallaba un letrero que decía Bon' Ami y casi cubriendo la entrada, yacía estacionada una camioneta de una compañía de gaseosas.
—Vamos —pronunció el muchacho de casaca roja al encaminarse hacia Bon Ami como si conociera el vecindario desde siempre.
Sin titubear e inquieto por volver a tener la oportunidad de dormir, Harley siguió a su compañero sin rechistar. Ambos ingresaron a la panadería y el rosa escandaloso de sus paredes, así como los adornos florales al pie de ventanas, mostradores y algunas mesas, les provocó una morisqueta de incomodidad.
—Buen día, ¿en qué puedo ayudarlos? —preguntó, amable, una regordeta señora de sonrisa y mandil tan azucarados como el resto del local.
Harley y Riley posaron su atención en la mujer que los quería atender y, de inmediato, se percataron de un tercer cliente (un hombre corpulento y grasoso de bivirí sudado y tupido bigote), el cual era despachado por otra señora. El sujeto agradeció el paquete que le habían entregado sobre el mostrador y mientras se marchaba, sacó de él una caja de plástico que contenía un dulce muy parecido a un bizcocho y lo miró con el deseo de un cliente a una prostituta.
Harley, al observar la escena, se estremeció sintiendo asco y esperó no volverse a topar con ese hombre en su vida.
—Buenos días —saludó Riley—. ¿Podría darme un scone bajo en grasas, por favor? El más pequeño que tenga.
—Oh... —lamentó la mujer con exagerada e improvisada pena fingida en su rostro—. El señor que acaba de salir se llevó el último scone como el que me pides.
—¿¡Qué!? —soltó Harley indignado y elevando la cólera hasta sus sentidos.
—¿Está segura de que no tiene más? —insistió Riley.
—Bueno, iré a ver, ¿sí? —La mujer sonrió con amplitud y dio media vuelta para dirigirse a la cocina.
Riley agradeció con un asentimiento de cabeza y para cuando quiso dirigir la mirada a su acompañante, este ya se perdía, falaz, tras la puerta de vidrio del local. El muchacho apenas consiguió exclamar el nombre de Harley, mas este ya no quiso volver o, quizá, no lo escuchó. Lo cierto era que lo que el joven de cabellera desordenada vio en las calles fue la camioneta de gaseosas alejándose con lentitud para luego arrancar, veloz. No había señal del hombre del scone, por lo que Wood supuso que era el vehículo donde aquel se hallaba. Con esa creencia comenzó a correr tanto como se lo permitían sus oxidadas piernas, golpeando la camioneta y gritando que se detuviera, que le pagaría el doble de lo que valía aquel postre si se lo entregaba intacto. Para su infortunio, el mettal a todo volumen en el interior del camión impedía que tanto el conductor como el hombre grasoso del scone oyeran los gritos del universitario, quien cada vez perdía más el control de su velocidad.
No atravesaría el parque o rodearía las tres calles adyacentes hasta llegar al hospital para volver con la chica de pecas rojas, con las manos vacías. Ni siquiera toleraba la idea de hallar aquel postre especial en una tienda cercana porque, entonces, ese pequeño viaje habría sido en vano. Intolerable. Aunque le costara un esfuerzo más, Harley detendría a esa camioneta.
Los gritos de Riley se oían cada vez más lejanos, mientras él apenas percibía el entorno que lo rodeaba. Unas cuantas imágenes difusas que dibujaban las siluetas de los transeúntes, así como colores sin definición, era lo que veía con su vista periférica, por lo que no le prestaba atención a lo que pisaba en realidad. Varios metros más adelante, quién sabe si habría logrado correr un bloque entero, alguien gritó "¡Cuidado!" y acto seguido, Harley tropezó con unas cajas de madera que contenían naranjas, provocando que toda la fruta rodara por la acera y la pista. La caída fue tan tosca y el golpe tan fuerte que el muchacho dio un volantín antes de estrellarse en el suelo, y dos cajas terminaron destruidas.
—¡Pero qué estás haciendo, muchacho! ¿¡Acaso vas a pagarme toda esa fruta!? —vociferó un diminuto hombre de sucio delantal, dueño del puestecillo—. Vaya mierda. ¡Levántate y recoge todo!
—Maldita sea... —susurró Harley tendido en el piso sintiendo nieve en el interior de sus pantalones.
El cuerpo entero del chico latía adolorido, ya antes contaba con moretones y rasguños pero parecía que con su reciente golpe, todas aquellas llagas habían despertado para suplicarle que fuera a un médico como si él no supiera cómo calmar su dolor. Apretó los dientes y los puños, dominado por la furia, y, soltando improperios en voz baja, se sentó como pudo para comenzar a juntar las naranjas en un solo sitio. Su parsimonia era tal que el dependiente de baja estatura azuzó los brazos, soltó otra lisura y se alejó unos metros para distraer las notorias ganas que tenía de cometer un homicidio.
Harley refunfuñó, gruñó y fue tan tosco como pudo sin estropear la delicada fruta entre sus manos. Todo era culpa de la inútil de J que siempre se le ocurrían nuevos caprichos; culpa del idiota de Riley que lo había obligado a ir; y culpa suya por ser siempre un canijo impaciente.
Lanzó una palmada a su rostro y resopló. Antes de que pudiera continuar con su labor, ante sus ojos aparecieron un par de zapatillas sucias de barro y húmedas de copos. Al alzar la mirada, se topó con una desagradable sonrisa burlona de Riley.
—Es tu culpa —acusó Harley.
—Oye, yo no fui el idiota que salió corriendo detrás de un camión cuando lo único que debía de hacer era esperar que la amable señora trajera otro scone de la cocina.
—¿Tenía más?
Su interlocutor le mostró una bolsa blanca con el logo del establecimiento de compra, a lo que Harley soltó un quejido y se tumbó boca arriba en el pavimento.
—Mátame —ordenó, rendido.
—Creo que ya no es necesario. Anda, levántate.
El joven de casaca roja se arrodilló en el suelo, dejó el scone en su empaque a un lado e inició con el mismo trabajo que Harley había estado realizando. Este se incorporó sin dar a relucir la sorpresa que le había causado su acompañante al querer ayudarlo. Mientras sus cejas permanecían firmes y sus labios eran una línea, por dentro pensaba que ese sujeto era extraño, defendía a pelirrojas debiluchas y fastidiaba a cretinos grises como él, mas aún así, había algo más, él quería ser su amigo... o eso parecía.
Sin hallar otra salida que no fuera la resignación, torció la boca y siguió acomodando naranjas. Las miradas cómplices que se lanzaron ambos muchachos ya fueron escasas y poco sincronizadas pero fueron. Y nada más importó.
En un intento de Thompson por unir las barras de madera que se habían separado de la caja de naranjas, sin tener el cuidado que debía para no clavarse astillas en los dedos, una muchacha de diminuta falda y largo cabello teñido de rubio se acercó con una gran sonrisa, al puesto de frutas y se dirigió a Riley, ya que, a lo mejor la había asustado el ceño fruncido de Harley.
—¿Cuánto está el kilo de naranjas? —preguntó la susodicha al colocar una de sus manos en su cintura.
La voz oída por ambos muchachos había sido tan aguda, tan chillona, tan fingida, que al girarse hacia ella, Harley esbozó una morisqueta y levantó una ceja, a lo que la chica borró su sonrisa y retrocedió un paso. "Esta barbie de mentira... Bah"...
Por su parte, Riley soltó una risa seca sin despegar los labios y medio sonrió a la rubia frente a él al contestar:
—Diez dólares el kilo.
Riley pasó por desapercibida la mirada de extrañeza e incredulidad que Wood le lanzó casi de inmediato, evidenciando la inverosimilitud de sus palabras. Pero no sucedió lo mismo con los ojos saltones de la rubia, los cuales parecían haberse salido de sus cuencas.
—¿Diez dólares por unas cuantas naranjas?
—Sí, flaquita. Ni un centavo más, ni un centavo menos.
—Bueno... Eh... —Acomodó uno de sus mechones detrás de su oreja y trató de volver a sonreír con amplitud para ocultar su asombro—. Olvida las naranjas. ¿Crees que tengas unas horas libres esta noche?
"Puta. Puta. Puta. Puta".
—Tal vez pueda hacer un espacio, pero no estoy seguro porque esta noche me acostaré con mi novia.
Ella abrió aún más los ojos, vaciló unos instantes, soltó un dubitativo "Ya..." y se marchó a toda prisa, con la cara roja de vergüenza. Harley rió en voz baja al ver a la muchacha marchándose, Riley se encogió de hombros y siguió tratando de armar la caja de madera. El silencio posterior fue bastante breve y poco laborioso.
—No sabía que tenías novia —señaló Wood tratando de bromear.
—No tengo.
—Ah.
Dos pestañeos después ambos se hallaban riendo de la mentira.
—Pero conozco a alguien que le gustaría ser tu novia.
Riley lo miró y frunció ligeramente el ceño.
—¿Quién?
—Jude.
—¿Jude?
—Ajá.
—Oh... —Instantes nada más le tomó reflexionar lo que iba a decir mientras seguía con su labor—. Pero solo somos amigos. Así está bien.
—Mm...
"Le romperás el corazón, entonces..."
Se trataba de un cretino sincero, que, aunque lograba ser amable con varias personas, también era capaz de asesinar con palabras. De pronto, Harley sintió una pequeña identificación y sonrió de lado. Le agradaba Riley.
***
Por testarudos motivos que ninguno quiso admitir, terminaron tomando caminos diferentes y perdiéndose en el interior del parque. "Es por acá". "No, es por acá". "¡Que no! Yo me acuerdo". "¿Y tú crees que vine vendado? ¡Ven, es por acá!" "¡Que no!" Así, con el postre en mano, tal vez Riley llegaría antes, o quizá Harley, con el deseo desbordante de desayunar. Sin embargo, este hubiera podido asegurar horas más tarde, que pese a sus firmes pasos sobre el césped durante veinte minutos, se hallaba completamente perdido. Era un parque muy grande y él ni siquiera había hallado la zona pavimentada.
Los pensamientos vagos y extrañas ideas comenzaron a invadirlo de repente, como una ametralladora a su objetivo. Despejó su mente para dar paso a las mismas imágenes que lo habían perseguido desde hacía más tiempo del que hubiera querido admitir. Las voces volvían y se confundían con los choques que se daban las ramas debido a las fuertes ventiscas. Estaba solo, mas los susurros seguían llamándolo, acompañándolo, atormentándolo...
"Harley, ven a jugar conmigo", decía aquella voz aguda y femenina.
"Comprenderás, mi amor, que no puedo quedarme toda la tarde. Ya me tengo que ir, pero volveré el próximo domingo. Te amo, Harley... A ti y a Peny..."
La cabeza le daba vueltas; los árboles se hacían más altos, la tierra bajo sus pies, más profunda; el cielo se alejaba y una tormenta se avecinaba entre todas las hojas. Y las voces seguían, las ánimas del ayer jamás lo habían dejado tranquilo, el pasado era su presente y tanto "te amo, mi amor" estaba por volverlo loco si es que todavía poseía algo de cordura. La visión de Harley se hizo borrosa, un agudo dolor atravesó sus sienes y la nariz comenzó a sangrarle, por lo que tuvo que apretarla mientras seguía caminando sin rumbo.
Estaba cansado, harto, nostálgico. Las razones para ya no seguir volvieron a presentársele como un recordatorio de que nada valía la pena, ni ahora ni nunca. Solo quería lanzarse en el fango... y llorar... Llorar como no lo hacía hace años. Su respiración comenzaba a entrecortarse, sentía cada vez menos oxígeno y pese a que no podía hallarse en un ambiente más sano y tranquilo, una tormenta se desataba en su interior acelerándole el pulso y multiplicando la ansiedad.
"¿Por qué mamá se va, Harley?"
"Volveré, cariño, cuídense entre los dos. Recen todas las noches, coman todo lo que les ponen en el plato, no peleen, cámbiense la ropa interior a diario y no lloren, ¿sí? Yo volveré... Papá los ama y yo también..."
Ni siquiera el filo de su navaja dolía más que el recuerdo latiendo en el pecho, porque pensar y estar solo le hacía daño. Aun así, no toleraba la compañía de los demás y nada lo había convertido más en un ser sin sentir que el mismo vacío de la soledad. Él lo sabía, pero no quería salir de aquella jaula en la que se había encerrado, como si fingiera que no sabía la cura. A veces, no comprendía por qué se empecinaba en permanecer lastimado y roto; luego recordaba lo que la pérdida había dolido y volvía a retroceder. "No voy a amar a nadie..."
En consecuencia, se ocultaba de ese agujero en su interior y apagaba toda sensación que le fuera posible. Sin embargo, sin nada que lo distrajera, todo llenaba su mente y se aglomeraba como información reciente, por lo que su cuerpo gritaba con mareos, jaquecas y sangrados.
En medio del bosque infinito que su imaginación había creado, su ambiente se tornó borroso y tropezando con sus propios pies, tomó su cabeza entre sus manos y pellizcó sus sienes hasta amoratarse la piel y que tuviera que apretar sus dientes y cerrar los ojos del dolor que lo embargaba.
"Harley, nunca vas a estar solo, tienes a tu familia. Te amamos, tesoro. Siempre".
"¡Cállense!", gritaba él en silencio.
"Oye, Harley, tengo hambre. ¿Dónde están papá y mamá?"
"¿No ha sido ya suficiente? ¿¡Por qué siguen aquí!? ¡Déjenme en paz!"
Perdió el equilibrio, por lo que tuvo que sostenerse del tronco de un árbol y rodearlo, de pronto se topó con ella a tan solo unos centímetros de él. Y todo en su mente se silenció. Ya solo existía en el aire el rumor de las hojas chocando entre sí.
Sus ojos oscuros como el chocolate vacilaban buscando alguna zona agradable en el rostro de él para observarlo, pero con solo moretones, rasguños y sangre por ver, ¿cómo podría culparla por haberse asustado? Ninguno había creído en la posibilidad de hallar compañía y menos de aquel tipo.
La muchacha de moño desordenado en la cabeza apretó los labios y retrocedió un paso en señal de alerta. Harley tampoco dio indicios de querer iniciar una conversación, se limitó a mirarla sin que siquiera le importara la incomodidad del silencio. Su nariz seguía sangrando pero el dolor había desaparecido.
Transcurrieron unos segundos más hasta que ella decidiera sacar un poco de papel higiénico de uno de los bolsillos de su chaqueta, y ofrecérselo al chico estirando su brazo. Él miró el papel con recelo, luego alzó sus ojos hacia los de ella y frunció el ceño.
—¿Qué estás haciendo?
La joven pasó su lengua por sus labios antes de contestar con timidez:
—Sangras. Toma.
—Me refiero a qué haces aquí.
—No importa. Ten. —Siguió estirándose, a lo que Harley tomó el papel y lo arrojó al lodo antes de limpiarse el rostro con la manga de su chaqueta.
—Te perdiste, ¿verdad, Marks?
—Qué asco. Por hacer eso siempre hueles a sangre seca.
—¿Siempre huelo a sangre? —Arqueó una ceja.
—Sí.
—Genial. Eso repele.
—Todo en ti repele. —Frunció el entrecejo.
—Mejor aún. —Desvió la mirada.
Dicho aquello, el muchacho se dispuso a seguir andando sin despedirse ni mirarla una vez más. Al pasar por su lado, para su sobresalto, ella lo tomó de una de las mangas, con delicadeza. Harley esbozó una mueca y se dio cuenta de que ella tampoco lo veía cuando comenzó a despegar sus labios para susurrar:
—Sí, estoy perdida.
Entonces, lo soltó, como si solo hubiera querido que él lo supiera. Aunque, tal vez, no era más que un sucio truco, Harley decidió caer, pues sabía que cualquier intento de negación de su parte terminaría con Marks aferrándose a él como única salida de un lugar desconocido. Ya había sucedido y, de cualquier modo, no tenía energías para discutir.
Así, el chico soltó un quejido y masajeó su entrecejo ya marcado de tanto fruncirse.
—Ya, vamos. —Tomó una de las manos de la chica y tiró de ella para forzarla a seguirlo—. Es por acá.
Harley ya no se dio cuenta pero Penélope estaba tan confundida por aquella reacción que apenas podía concebir que él fuera quien apretaba su mano y ella la tuviera suelta. Extrañada y algo asustada, solo se dejó guiar por ese muchacho, quien, creía, había tratado de asesinar a Jude empujándola al vacío. Desde el día anterior había querido convencerse de que, tal vez, se habría equivocado y las consecuencias no eran más que el resultado de un desafortunado accidente. Nadie más que ella, y nunca más que en ese momento: perdidos en un absurdamente grande parque, había deseado que Harley Wood fuera un buen chico; algo estúpido y necio, pero un buen chico. Le dolía creer en la posibilidad de que aquel niño de ojos grises que tocaba el piano con melancolía en la primaria, su compañero de clase, se hubiera convertido en una mala persona, un homicida. ¿Pudo haber hecho ella algo diferente para evitarlo? Seguía torturándose con esa pregunta.
El corazón de Penélope se aceleraba constantemente, la saliva se le hacía difícil de pasar y todavía no lograba apretar la mano del chico como él lo hacía con la suya. Sin lugar a dudas, aquel se estaba convirtiendo en el "paseo" más tedioso.
Durante todo el trayecto el rostro de Wood permaneció duro y reacio, como quien se mantiene concentrado, aunque tal vez solo se había acostumbrado a contraer su cara y ya le parecía normal. Pero a Penélope no terminaba de estremecerla. Su plan era claro: si él trataba de hacerle daño, ella lo patearía con toda su fuerza en la entrepierna y saldría corriendo tan rápido como pudiese.
Cada uno de los universitarios, perdidos en sus propios océanos de pensamientos, uno más desatinado que el otro, siguió andando entre los árboles de cientas de frondas, las raíces que huían de la tierra y el gélido viento que los golpeaba por momentos. En el fondo, ambos sabían que iban sin rumbo, mas, aun cuando sus manos entrelazadas comenzaban a sudar, prefirieron no soltarse, sino, solo aferrarse a lo más conocido para ellos. Después de todo, lo único peor que estar juntos y perdidos era estar separados y perdidos.
Por fortuna, luego de no transcurridos demasiados minutos, saltaron unos arbustos y se toparon con las húmedas calles de autos corriendo y personas transitando bajo sus paraguas. Apenas eran capaces de digerir que lo habían logrado.
Recogiendo su mandíbula, Harley carraspeó la garganta y soltó a Penélope de la mano.
—Ya. Yo me voy por allá. —Señaló un pasaje que se hallaba cruzando la pista—. Tú pregunta por dónde está el hotel.
Dispuesto a irse, comenzaba a marcharse cuando la joven volvió a sujetarse de su brazo.
—¡Espera! ¿No irás conmigo al hotel?
Wood se zafó del agarre con un osco movimiento y entrecerró uno de sus ojos con gran fastidio.
—No jodas. Ve por ti misma, no soy tu padre, Marks.
El muchacho volvió a alejarse ignorándola por completo. Ella frunció el entrecejo, hastiada, y al ver a su compañero de clase ya lo suficiente lejos como para que no la notara, movida por unos impulsos y deseos que solían gobernarla con facilidad, decidió seguirlo.
Ya no se trataba de espiar al niño pianista o al atractivo jugador de básquet, no iba a tratar de sacarlo del camino de las drogas ni muchos menos, en realidad ella estaba convencida de que a veces necesitaba confirmar sus corazonadas más descabelladas aunque para hacerlo tuviera que llevar acabo un acto de estupidez. Para ella valía la pena.
¿Era realmente Harley Wood un monstruo?
Enormes se abrieron sus pardos ojos cuando Penélope vio que el lugar al que Wood ingresaba con total normalidad era un hospital, el mismo en el que se hallaba internada Jude Lessin. ¿La iba a visitar a diario?
Aun confundida, tragó saliva e imitó al muchacho entrando a la institución con la mayor naturalidad que pudo fingir.
Entre los ríos de enfermeros, doctores y pacientes que parecían hormiguitas en fila, Peny halló la desordenada cabellera de Harley y fue tras él. Subieron varias escaleras, atravesaron diversos pasillos, se toparon con distintas personas y confundieron algunas puertas pero al final, ella se quedó de pie en la esquina de un pasadizo y vio cómo él abría la puerta de una habitación e ingresaba.
La chica no había sido descubierta por aquellos ojos grises, se felicitó mentalmente por ello y corrió hacia la ventana de la habitación a la que Harley había entrado. El vidrio era de aquellos que permitían ver a través de ellos desde un solo lado y el otro, servía como espejo. La vista de lo que pasaba más allá de la luna la tenía Penélope.
Jude estaba tan vendada y enfermiza como el día anterior, la única diferencia visible era la enorme sonrisa que decoraba su rostro, la cual podía deberse a Riley, quien la contemplaba sentado a un lado de la cama, o a Harley, quien acababa de llegar y su aspecto o algo que habría dicho les había hecho gracia a sus acompañantes. Luego Harley se había acercado a la pelirroja y había despeinado su cabeza, a lo que la muchacha lo zarandeó de la chaqueta y Riley rió... Harley tenía amigos. Y Penélope no era ninguno de ellos, pero aun así, estaba bien. Él poseía la suficiente luz como para agradarle a alguien, no todo su interior era oscuro.
Con una lentitud que la hizo casi imperceptible, una curva se formó en los labios de Peny y de pronto, sintió como si su corazón comenzara a latir a otro ritmo. No estaba enamorada, pero sí estaba segura de que una persona que no está arrepentida por haber herido a alguien, no visita al convaleciente.
Harley Wood no era un monstruo, era misterioso, impulsivo, grosero, hosco, silencioso, cortante y, quizá, dueño de mil defectos más; pero todos los poseían y uno se debía esforzar por hallar siempre el mejor lado, sobre todo cuando los ojos tristes de aquella persona gritan ayuda.
Después de muchísimas tardes de invierno cerca a Harley Wood, de las cuales la gran mayoría lo había ignorado por completo, Penélope se dio cuenta de que en su interior, mientras el viento soplaba, el polvo se alzaba, los recuerdos salían a flote y el granizo y la lluvia caían para enterrar sus miedos, había comenzado a nacer el deseo de estar junto al muchacho de los brazos de tatuajes y los pantalones agujereados, o por lo menos lo quería así una parte de ella, solo una pequeña parte.
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