Capítulo 14
Conatos de caridad con la culpa en los labios
La oscuridad se apoderaba de él incluso en sueños. Por más que gritara, llamara y llorara, solo conseguía ver el reflejo de un enjuto niño de cara sucia, con una mirada tan vacía y gris como el paisaje que lo rodeaba. De repente, alcanzaba a visualizar las sonrisas de aquella mujer y cierta niña, pero era todo: ellas lucían risueñas y luego se desvanecían para dejarlo solo en la miseria, el miedo, un mundo peligroso y el alma incompleta. Poco faltaba para que lo consumieran las sombras que lo rodeaban cuando, de pronto, lograba abrir sus pesados párpados.
La luz que ingresaba por la ventana lo encegueció por el tiempo suficiente como para que pudiera sentir las caricias que recibía en la cabeza. Unos finos dedos se enredaban entre sus rizos casi extintos y al darse cuenta de que debajo de sus propias manos ya no había más que sábanas, se incomodó.
Harley alzó el rostro con lentitud hasta toparse con los ojos de J, quien lucía bastante concentrada en su cabellera. El muchacho frunció el ceño lleno de extrañeza, ella lo ignoró y continuó con su tarea por unos segundos más. Luego, la joven retiró sus manos y miró sus dedos con atención para después frotarlos entre sí.
—Tenías una planta —aclaró ella sin darle importancia—. Ah, y me gusta tu cabello.
Harley la observó con una ecuánime expresión en el rostro.
—Bien... —musitó.
El silencio de un reloj despertador fue el único protagonista del momento. Quizá por la mente de cada uno corrían con fiereza tantos pensamientos como granos de arena existen en una playa, o, tal vez se hallaban tan vacíos como aquello en lo que habían fijado la vista. Por algún motivo, no sentían incomodidad alguna, ni el deseo por hallar un tema al azar y conversar; sin embargo, uno de ellos decidió abrir la boca para saciar un deseo de comentar que lo había carcomido por horas, quizá, días; o, tal vez solo se trataba del resultado de un inhóspito impulso.
—Eres más parecido a mí... de lo que hubiera imaginado —masculló ella apretando la tela bajo sus puños.
—¿Qué? —enfatizó con una mueca—. No nos parecemos en ningún sentido siquiera. No digas idioteces.
Ella negó con una media sonrisa y bajó la mirada.
—¿Por qué estás aquí? —cuestionó, segura, escrutando ya su faz.
Harley se puso de pie, acomodó su abrigo y deslizó sus dedos por sus cabellos antes de fingir que no la había escuchado, viendo hacia la ventana. La verdad no podía ocultarla su acelerado corazón. Entonces, la pecosa tomó su mano, provocando que él se sobresaltara y ya no pudiera evitar observarla desde su más pequeño lunar hasta su enredada coleta rojiza.
Ella le sonreía, llena de un desubicado agradecimiento. Y por razones de escasa lógica, Wood solo consiguió que el enfado y la molestia lo embargaran, por lo que se deshizo del contacto con ella de un tirón hosco de su brazo.
—¿Acaso son así todas las mujeres? —cuestionó, retórico—. Si yo fuera tú, me sacaría del hospital por la ventana de una patada en el trasero. ¿Por qué ser amable con un malnacido como yo? Eso solo demuestra el desprecio que te tienes.
—Siempre he sido algo masoquista y, pues, no sé... —Frotó su nuca y bajó la cabeza—. Tal vez, algunas podemos ver en otros, cosas especiales que no cualquiera capta... Quizá, solo queremos creer en algo falso para que todavía exista el sentido... No lo sé, Harley, hago lo que me nace. —Se encogió de hombros—. Tendrías que preguntárselo a otras mujeres. Pero a mí no me dan ganas de lastimarte,... jamás lo haría.
—Ah, fantástico —farfulló—. ¡Entonces eres un puto ángel! ¡Felicidades, te ganaste un lugar en el cielo! —exclamó con una falsa sonrisa, lleno de exaltación y sarcasmo.
—Ah... Oye, Harley... —Quiso continuar ella pero la puerta de la habitación se abrió, silenciándola.
El muchacho se giró al ver que J había desviado la mirada y, acto seguido, sus mejillas habían adquirido un leve tono rojizo.
Imprecó en su interior al ver a la persona que se hallaba de pie, frente a él.
—Qué bueno que despertaste, Jude. —Sonrió Thompson—. ¿Quieres que te traiga el desayuno?
El nuevo chico en la habitación se acercó a la muchacha en la camilla, sin prestarle la más mínima atención a Harley. Fue como si Wood hubiera sido invisible.
Jude trató de sonreír, mas solo consiguió acentuar una mueca que delataba su incomodidad. Al chico de cabellos negros no le importó, es más, se sentó en la cama, junto a ella.
—Eh... Si quieres, Riley... —balbuceó ella—. Puedes traerme de tus galletas si tienes...
—¿Quieres las galletas? —preguntó Thompson con una amplia sonrisa de ilusión en el rostro. J asintió—. Bien, entonces, ya vuelvo. Espérame, Jude.
La chica volvió a asentir, risueña y solo contempló cómo Thompson se alejaba de ella, pero antes de cerrar la puerta a sus espaldas, el muchacho decidió advertir:
—Ten cuidado, Wood. —Y se marchó.
—¿Desde cuándo está acá tu novio? —preguntó Harley, harto por la indiferencia recibida.
La elevación de la temperatura en la joven se dio a notar con el violento enrojecimiento de sus mejillas. A continuación, ella relamió sus labios, desvió la mirada y trató de eludir la pregunta en vano, pues Harley la seguía observando con total seriedad.
—Vino anoche... Te vio cuidándome, me dijo que no te despertara y se durmió en el sofá. Es todo —explicó—. Y... no es mi novio...
Wood resopló y a un paso lento, lleno de pesar, se acercó a la ventana de la habitación y plantó la mirada en los jardines del hospital. Era una mañana tan fría como las que se acostumbraba en Aspen, no había enfermero ni doctor que no llevara la suficiente ropa encima como para no congelarse, sucedía lo mismo con los pacientes. Con el cielo nublado, las aves cantando en los árboles y el estremecimiento subiendo desde la punta de sus dedos, Harley se preguntó qué sería de él a partir de ese momento.
De pronto, el timbre de un teléfono celular sobresaltó a ambos muchachos. Él la miró a ella y ella miró al celular que yacía a un lado, sobre la mesa de noche. Ninguno se movió, ni siquiera parpadearon. Él suspiró.
—Contesta —ordenó.
—No —respondió ella.
—¿Por qué no?
—Son mis padres.
—Y...
—Me matarán.
—El que te va a matar soy yo si no contestas.
La chica tomó entre las yemas de sus dedos la punta de su coleta, ya baja y deshecha, y sin ánimos por obedecer lo que le decían, tomó el teléfono y lo silenció. Soltó un cargado suspiro sintiendo cómo parte de su calma volvía a ella; le quedaba poco tiempo.
En un arrebato de cólera, Harley se abalanzó sobre ella para quitarle el celular y pese a que esta trató de evitarlo con empujones, gritos y tirones de cabello, lo consiguió. Él se alejó unos pasos de ella y empezó a manipular el aparato sin importarle la mirada de soslayo que la dueña del objeto le lanzaba.
—¡Ciento treinta llamadas perdidas de mamá y papá! —exclamó con fuerza—. ¿Sabes? Yo soy un caso aislado, pero hasta donde sé, una llamada perdida de la madre significa que te llegó la hora si eres un adolescente estúpido.
—¡No tienes derecho a revisar mis cosas! ¡Devuélvemelo! —Extendió su mano.
—Como si me importara...
Al dejar caer el teléfono sobre la palma de la joven, Harley no pudo evitar ver de forma muy rápida, las arrugas que esta tenía en las yemas de los dedos, así como las cicatrices horizontales que cubrían una parte de su muñeca. Algunas líneas eran más finas que otras, así como más profundas y visibles, pero todas tenían la apariencia de heridas añejas, alguna vez bosquejadas con tirria pero ya hacía mucho tiempo.
El labio inferior de Harley tembló al ver aquellas marcas, y J lo notó, por lo que recogió su antebrazo para esconderlo en la manga de su blusón.
Ambos sabían que el silencio estaba a punto de romperse por cualquiera de ellos, pues tenían tanto que decir y, al mismo tiempo, nada en realidad. Apenas Harley logró vocalizar un "Eres una..." cuando la puerta de la habitación se abrió de golpe.
—Jude, solo tenía unas cinco galletas —informó Riley cerrando la puerta detrás de sí—, así que te traje un jugo de naranja en lata y un postre raro, pero me dijeron que era delicioso. ¿Está bien?
Habiendo sido tomada por sorpresa, forzada a cambiar su humor y semblante debido al cambio de realidad que suponía pasar de Harley a Riley, Jude dejó que una espontánea sonrisa brotara de sus labios resecos, al igual que sucedía cada vez que trataba a este último muchacho.
Mientras, Harley permaneció de pie, observando a la niña pecosa.
—Es perfecto... Muchas gracias, Riley —pronunció ella, animada de repente.
El chico en cuestión sonrió denotando sus típicas arrugas en los contornos de sus ojos, y entregó a la joven el desayuno prometido. La mirada grisácea de Wood conseguía incomodar en sobremanera a J, quien trataba de comer, aunque sea por el chico que había madrugado para llamar a una enfermera para que la revisara aun cuando su estado, según el electrocardiograma, permanecía inmutable.
Thompson desapareció la sonrisa de su semblante y miró a Harley con total señal de alerta, tan desconfiado como se ha de estar de un asesino. Este le devolvió el gesto y por segundos eternos la densidad del ambiente se incrementó, con solo ambos estudiantes expectantes por que el otro dijera la más breve palabra que les diera la libertad de iniciar una pelea. Sin embargo, por lo visto después, aquella tensión no tenía lugar más allá de la mente de Harley... o tal vez sí.
—Iré a hablar con tu doctor, Jude —anunció Thompson de repente—. Me parece que tus padres están en camino. Ya se comunicaron con ellos.
Ante aquella última oración, la niña de pecas detuvo su merienda en seco con la boca abierta y una media galleta en la mano. Al parecer, solo Wood se percató de aquella reacción.
—Todo estará bien, Jude, ¿de acuerdo? —trató de calmar Thompson con el tono de voz más dulce que alguna vez se había oído de un muchacho—. Intenta pensar en algo más y si sientes dolor, solo dime e iré corriendo por un enfermero o doctor. —Se acercó a la altura del rostro de la muchacha y le aseguró, cálido—: Yo no voy a dejar que te lastimen más, Jude, ¿si?
Thompson apretó una de las manos de J, le sonrió de lado y se alejó de ella, raudo, cerrando la puerta detrás de sí. Harley esbozó una morisqueta hacia la puerta, por lo que no se percató de la coloradísima cara de su compañera, a quien todavía le temblaban las manos.
***
La tarde llegó más de prisa de lo que los estudiantes de Emory hubieran podido advertir. Por las frías calles, a la hora en la que las familias más ordenadas y puntuales, almorzaban, Harley Wood caminaba con trotes en la acera. Empuñaba con fuerza sus manos escondidas en los bolsillos de su abrigo y llevaba la cabeza tan ida que apenas se percataba de las personas que lo rodeaban en las bodegas, dentro de sus autos, corriendo hacia el autobús o disfrutando de la basta nieve.
Se sentía a punto de hervir, pues los recuerdos más recientes que tenía del hospital seguían achacándolo y ni siquiera así, después de mucho meditarlos y tratar de comprenderlos, conseguía hallarles un sentido o razón de ser, alguno que le dictara su más sensato juicio.
Había vuelto a gritar a la niña pecosa. Y las heridas en su rostro, al igual que los moretones en su caja torácica, dejaban de existir, no los sentía, no ardían ni quemaban, no provocaban en él mayor preocupación que sus más frescas memorias.
"Eres una anoréxica", le había dicho él, enfadado, con la voz más grave y despectiva de la que era capaz. "No puedes contigo, ¿qué vas a poder contra el mundo? ¿Tienes idea de lo que involucra que tengas vida?"
Y Jude había llorado de la misma forma que antes, con la desgracia brotando de sus ojos marchitos de caramelo. "No sabes cómo funciona el mundo" y de nuevo, "Eres una anoréxica". "Ni quien quiera tu compasión, personas como tú no saben dar nada", solo para volverle a recordar, "Eres una anoréxica". "Un saco de huesos por el que ningún hombre pagaría si quiera porque estás toda oxidada" y "Eres una maldita anoréxica y vales menos que un fierro desgastado".
Ante sus ojos grises ella ya no merecía el mismo trato que cualquier otra persona pues era una chiquilla inmadura que se había metido en su propia desgracia. Si tan solo ella comprendiera la suerte que tenía, porque muchos miserables nacían sin la opción de elegir, las desgracias solo llegaban y Harley estaba seguro que ese no había sido el caso de J.
Tal vez solo era cuestión de tiempo para que Harley se hubiera percatado de que la pecosa J no era saludable, y no había sucedido menos que un milagro al no matarla aquella caída que él mismo había provocado. Su palidez, el exceso de maquillaje 'disimulado', las decenas de pulseras en sus muñecas, ese desgano en su actitud e incluso su mirada siempre triste debieron de haberle dado al muchacho una gran y obvia señal. De cualquier modo, jamás se había caracterizado por prestarles atención a las personas, no más de la que ponía en las edificaciones que veía en sus recorridos en el bus.
La enfermedad, adicción, o como él prefería llamarla: deseo masoquista por hallar una muerte lenta, de Jude, no era lo que más sorprendido lo había dejado. ¿Qué más podía esperar de una mocosa flacucha y débil? Las palabras que ella había pronunciado seguían persiguiéndolo como un eco en su mente.
"Con razón tus padres te matarán... Yo también lo haría si tuviera una hija estúpida como tú", le había comentado sin reparo, a lo que ella había murmurado, con las manos enlazadas en su pecho y sin más lágrimas que derramar sobre las sábanas: "Por favor, Harley... Por favor,... Si te preguntan, yo me lancé... No les digas la verdad o me castigarán... Yo me lancé porque quería morir, ¿ya?"
El razonamiento que ella empleaba era vago e insulso para él. Miles de preguntas surgían de inmediato, tales como "¿Por qué?" o un simple "¿Qué?", mas no podía optar por desobedecerla a menos que quisiera ir a prisión. Aun así, se vio obligado a detener su paso sobre la acera para preguntarse por primera vez en mucho tiempo, qué tan correcto era lo que estaba haciendo con la pecosa.
—¿Harley? —llamó una voz femenina a unos pasos delante de él, por lo que alzó el rostro y se topó con una desagradable compañía—. ¡Wood, tú!
Los muslos fuertes, los brazos formados y el semblante duro: Regina, la amiga de Marks. Aquella muchacha de paso firme se acercó a Harley con intenciones impredecibles, entonces, una vez que se halló frente a él, lo golpeó en la cabeza con una de las bolsas de compras que cargaba en ambas manos.
—¡Dime qué carajos le hiciste a Peny para que esté así! —vociferó.
—¡Ah! ¿¡Qué mierda te pasa!? —exclamó frotándose la zona adolorida y alzando un brazo en defensa para cubrirse de otra posible agresión—. ¿¡Estás loca o qué!?
—¡Dime qué le hiciste, animal! —Siguió golpeándolo con sus bolsas, pero con menor fuerza y en lugares que, sabía, no sentiría tanto dolor—. ¡Ha estado decaída todo el día! Si me entero que le hiciste algo, te fundes. Te juro que te muelo a patadas, Harley Wood —amenazó con el dedo índice en alto.
—Carajo... —Resopló.
***
Fue tan inesperado para Regina como para el mismo Harley el que él ofreciera paz al invitarla a sentarse en una banqueta y conversar, desde luego que de la forma menos cortés posible pero sin llegar a lo vulgar; parecía que la persona que acompañaba a Berry era alguien más, cualquiera, pero no Wood. Lo veía en su semblante, más tranquilo que de costumbre, o, tal vez, solo estaba más vacío.
—Dime qué le hiciste a mi frambuesa —exigió Regina, abrazando sus bolsas de compras.
—¿Frambuesa? Ugh, no hablas en serio... —Soltó un quejido y frotó su rostro con la palma de su mano, hastiado.
—Me refiero a Penélope, idiota. —Lanzó un pisotón sobre la bota del muchacho haciéndolo chillar una vez más.
—¡Cálmate! ¡No le he hecho nada! —vociferó alejándose un poco.
—¡La lastimaste! —objetó ella con una voz que iba quebrándose.
—Ella tiene la culpa por ilusionarse con alguien que jamás le dio motivos para sentir esperanza... Lo que ven es lo que soy, no hay más en mí. Despierten, dejen de creer que pueden cambiar a las personas.
—Ella no quería cambiarte, quería conocer ese lado amable que se suponía que ocultabas... Pero, tal vez tienes razón y ella se equivocó. No hay nada en ti.
Harley la miró a los ojos, correspondiéndole el gesto que ella había tomado segundos atrás. Las pupilas de ambos danzaron al escrutar el rostro del otro, tratando de leer entre las palabras que se habían pronunciado, creyendo que quizás existía algo que no se había dicho y debía ser descubierto. Pero Regina solo conseguía desesperarse al no conseguir ver más allá de aquellos ojos grises, tan fríos como témpanos del mortal hielo.
Ya no hubo palabra que estorbara, ni siquiera una respiración agitada y tampoco las habría en segundos posteriores, porque a Harley podían llamarlo 'monstruo' y él no se inmutaría, pues así era como se sentía.
En ese instante, la joven Berry sintió un aire pesado de depresión, soledad y angustia, aquello que componía la energía que movía a Harley. Ella no pudo más, suspiró, sujetó con fuerza sus bolsas y decidió marcharse.
La joven no había dado más de cinco pasos cuando el chico sintió la necesidad de saciar una curiosidad infantil que había brotado en él desde el instante en que la vio saliendo del pequeño súper mercado, con cuatro pesadas bolsas de compras.
—¿Para qué tanta comida? —preguntó al aire sin despegar la mirada del suelo.
Regina se detuvo, dio media vuelta y lo observó, aún sentado en la banqueta.
—¿Sabes algo, Wood? Quizá, no todos compartimos tu tipo de penas, pero sufrimos a nuestra manera y en nuestra medida. El mundo no gira a tu alrededor y así como tu guardas tus secretos, preferiría que mis problemas también lo fueran —contestó—. No hay nada en estas bolsas que no tenga una razón para estar en mis manos, todos son un pequeño secreto, señor Misterio. Creo que puedes comprenderlo.
Dicho aquello, la amiga de Marks dio media vuelta y siguió andando hasta perderse en la espesura de la neblina y las sombras de los demás transeúntes.
Viéndose solo y sin deseos por hallar a nadie en el hotel, en los pasillos de este o en la cafetería, decidió volver al hospital... Jude debía almorzar y, por alguna razón, quería asegurarse de que así lo hiciera.
A veces se creía bueno, en otras ocasiones, malo; la mayor parte del tiempo no hacía mayor daño que un cactus al ser tocado y por eso pensaba que realmente no importaba de qué bando estaba siempre y cuando nadie se le acercara. Ni él sabía hacia qué lado se inclinaba pero sus espontáneos arranques de compasión solían sorprenderlo cuando menos lo esperaba y por ello actuaba. El deseo de ver que J estuviera mejorando y no lo contrario, quizá, debía tratarse de uno de aquellos y nada más.
"Las niñas son débiles, frágiles y bobas... Fingen fortaleza y valentía, pero en el fondo tienen tanto miedo como siempre lo han tenido. Todas son variantes de una misma inseguridad. Qué repudiables...", se decía a sí mismo mientras se balanceaba en sus pies al caminar bajo una noche que jamás veía terminarse.
***
Existía en las pupilas de Jude un 'algo' impalpable que no desaparecía por diferente que fuera la situación en la que ella se hallaba. Harley le gritaba, la insultaba y amenazaba; ella se derrumbaba, lloraba y se sentía a punto de morir; luego Thompson le sonreía, le obsequiaba algún dulce o dialogaba con ella de cualquier nimiedad y esta volvía a brillar en su mirada. Ese constante ir y venir para insistir de la pecosa, era un 'algo' que Wood no poseía y tampoco envidiaba, ya que no hallaba motivo válido para sonreírle al enemigo, aquel que te hace daño y por más compasión que le tengas, seguirá haciéndolo. 'Estupidez', él solía nombrar a ese 'algo', pero, tal vez, había más.
Al ingresar de nuevo a la habitación de Jude Lessin, la vio risueña, con un tazón de maníes sobre la falda y platicando con Thompson, tan animado como ella. Ambos se percataron de la llegada de Harley pero solo el muchacho lo miró, ella bajó la mirada y trató de esconderse como si aquello le hubiera sido posible.
El recién llegado cerró la puerta detrás de sí, avanzó hasta la camilla, llevó un banco a su lado y se sentó sobre él antes de coger un puñado de maní y llevarlo de frente a la boca de Jude.
—Come, come —le dijo sin importarle que ella no pudiera masticar tanto.
—Cuidado, Wood —advirtió el otro muchacho.
—Ya lo tengo, Thompson —contestó Harley sin quitar su mano de la boca de Jude.
La muchacha soltó algunos quejidos y alejó el brazo del violento chico para darse la libertad de respirar mejor. Tosió un poco y con la cara colorada debido a una casi asfixia, masticó lo que tenía en la boca.
Tanto Wood como Thompson la escrutaron en busca de señales aprobatorias y cuando ella hubo pasado el maní, golpeó a Harley en el brazo.
—Idiota —acusó ella.
—Solo come, ¿quieres? —Volvió a llevar un puñado del fruto seco a la boca de la joven—. Estás muy flacucha, ahora te lleva el viento.
Jude protestó y Thompson medio sonrió.
Al cabo de varios puñados de maní más, cada uno con menos contenido que el anterior, Thompson se puso de pie y avisó a J que iría al baño y que no tardaría. Una vez que se volvió a cerrar la puerta de la habitación y solo había dos personas en su interior, el silencio no duró mucho antes de que las miradas se encontraran y se comunicaran la misma incomodidad que debía sentir una víctima al lado de la persona que casi se convierte en su asesino.
—No se lo digas a Riley —pidió Jude en tono suplicante.
El segundero del reloj se habría movido unas quince veces mientras Harley tomaba aire, paseaba su vista sobre el maní, las muñecas de la pecosa y su yeso; y negaba con la cabeza. Entonces, poco antes de que la joven comenzara a lagrimear y volviera a suplicar, él le aseguró:
—No se lo diré.
***
"Papá... Te he extrañado mucho. ¿Cómo estás? ¿Todo bien en casa? ¿Cómo están la señora Caroline y los niños?"
"Oh, Peny, mi Peny, qué bueno que llamas. He estado muy ocupado en el consultorio, la clínica y, además, el hospital; pero me alegra tanto que te acuerdes de mí, hija. Todos estamos bien, gracias. ¿Y tú? ¿Qué me cuentas, pequeña?"
"Estoy bien, papi... Lamento que estés cansado. Qué bueno que están bien, es que yo... Yo solo quería hablar con alguien... Contigo, papá..."
"¿Estás bien? ¿Pasó algo con tu madre? ¿Dónde estás, mi niña?"
"Estoy... Estoy en... Eh, yo... Discúlpame, papá..."
"Oh, Peny, no llores, por favor. ¿Hiciste otra travesura? ¿Tu mamá te castigó o ya le rompiste el corazón a otro muchacho? Vamos, bonita, tú no lloras por cosas así. ¿Qué pasó? Anda, cuéntame".
"Papá... Tú lo has dicho: yo no lloro por eso... Jamás me he entregado a mis enamorados ni nada, ellos no significaban nada para mí una vez que terminábamos... Pero, entonces... Entonces..."
"¿Qué pasó, Peny?"
"¿Entonces por qué siento que me han roto el corazón? Él ni siquiera era algo mío... No era nada para mí y yo no soy nada para él... Y ya nunca podríamos ser algo, somos demasiado diferentes... Él no es bueno..."
"Penélope, hija, ¿me parece o te has enamorado?"
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