Capítulo 13
Cristales rotos de una tortura compartida
"Cada día estoy menos segura y, al mismo tiempo, más segura del porqué me gusta tanto Riley. Él es cuatro años mayor que yo y aun así nunca antes había sentido que alguien me comprendiera tanto, como si supiera todo lo que he vivido con solo verme a los ojos, como si descubriera hasta mi más mínimo defecto cuando bajo la mirada, y viera en mí la mejor de mis virtudes con mi risa. Es como si en este corto tiempo ya se hubiera enterado de mis flaquezas y las aceptara pese a todo. Casi puedo oír su 'No importa, Jude, yo te quiero así, pequeña.'
Me pregunto si les dirá 'pequeña' a todas. Me pregunto cuántas amigas tendrá. Me pregunto cuánto piensa en mí en el día. ¿Qué fruta le gustará más? ¿Orará todas las noches antes de dormir? ¿Pedirá por mí? ¿Sus padres le preguntarán cuándo volveré a ir a cenar? Quisiera que sí.
Lo que sí sé es que me gustan las arrugas de sus ojos cuando ríe, cómo se ilumina su semblante cuando trata con las personas, su forma de limpiar los cubiertos con un pañuelo que siempre está en su bolsillo derecho, la ternura con la que mira los dibujos de los niños, sus sonrisas al saludarme, el que siempre me vea a los ojos cuando hablamos, sus horribles galletas mal preparadas, la atención que me da, su amabilidad con todos, ¿cómo alguien puede ser tan perfecto?
Solo existen dos hechos que me aterran. El primero es que todo sea una alucinación mía y no halla más brillo en él cuando está conmigo que el que tiene cuando está con otros. El segundo es que si algún día se entera qué es lo que significan en Jude Lessin el exceso de maquillaje y las pulseras que nunca se quita, no vuelva a dirigirme la palabra.
Por el momento obviaré toda consecuencia negativa que pueda surgir en el futuro, y procuraré seguir a su lado todo el tiempo que pueda. Hasta que mi respiración se corte.
Riley, no me importaría morir entre tus brazos...
Riley, te quiero... Me gustas, te quiero, pequeño..."
—¡Jude! —Desgarró su garganta al gritar—. ¡Jude, despierta! ¡Abre los ojos! ¡Jude, quédate conmigo! ¡Mierda!
Las lágrimas en los ojos de Riley no podían expresar tristeza ante una posible muerte, eran producto de su desesperación y de la ira que lo consumía. Incluso Harley, de pie a un lado, con la mirada perdida en la nieve manchada de sangre y los rojizos labios entreabiertos, notaba, con serenidad, la agitada respiración del otro muchacho y oía sus gemidos, casi sus fuertes latidos.
—¡Wood, llama a la ambulancia, carajo! —gritó Riley mientras seguía palmando el rostro herido de la muchacha.
Harley alzó el rostro hacia el lugar del que había caído J. No eran tantos unos cinco metros, aquellos no hubieran bastado para matarlo a él, ¿cómo era que no lo había notado? ¿Por qué ella no daba señales de seguir con vida? ¡No podía estar muerta, él iría a la cárcel!
De pronto se dio cuenta de que la mayor de sus preocupaciones en realidad era una insignificancia. No le importaba lo que sucediera con él en adelante, y no le importaba que no le importara, pero sí le dolía en el pecho que tampoco le importara la vida de otra persona, la de una flacucha e insoportable pelirroja que poco o nada conocía, pero era un ser humano a fin de cuentas.
La imagen de Riley, todavía gritando con su desgarrada garganta y sus mejillas coloradas, zarandeando a Jude para que parpadeara e inflara por lo menos el vientre para saber que seguía viva, aceleró tanto sus pulsaciones que si al quitarse la camiseta hubiera visto un moretón en el lugar en el que debía de hallarse su corazón, no se hubiera sorprendido.
***
Las sirenas de la ambulancia permanecerían en su memoria por más tiempo del que hubiera deseado, mas ya nada podía hacer para remediar aquel hecho. Pese a que su dedo meñique se había estancado en un incómodo tic, el aire que llegaba a sus pulmones no era el suficiente, su garganta se había anudado y la bajísima temperatura en su cuerpo le provocaba escalofríos, no lloraba. No podía llorar. Harley se sentía condenado, miserable, maldito. Ni las lágrimas de Riley mientras murmuraba una oración en honor de J, o la misma muchacha inconsciente en la habitación del hospital, a la cual todavía no podían ingresar, conseguían que su corazón se ablandase. Estaba preocupado por él mismo y sus carencias. ¡Mísero de él que no lloraba ante las desgracias!
La pierna izquierda de Thompson zapateaba contra el suelo una y otra vez denotando su ansiedad. Ni los rasguños en su mentón o el moretón en su mejilla conseguían darle una apariencia tan decaída y demacrada, semejante a la de un hombre de cincuenta años que lo perdió todo después de una guerra. Harley seguía sin compadecerse, solo lo observaba a la distancia, desde el rincón junto a la puerta de la habitación de J en el que había decidido sentarse y abrazar sus rodillas.
Las enfermeras corrían de un lado hacia otro, siempre con instrumentos, medicamentos o libretas en mano; los doctores llevaban sus largas batas y las manos en los bolsillos, los hombres más idos que las mujeres; pocos pacientes atravesaron el pasillo en el que el par de estudiantes de Emory se hallaba, no interesaba; lo único que Harley Wood percibía era la putrefacción de su alma y un fuerte olor a alcohol. No había lugar más pestilente que el hospital.
Cuando Riley terminó de rezar llevó su mirada al piso, luego conectó sus ojos con los de Harley y de inmediato detuvo su inquieta pierna. Thompson entrecerró sus rojos e hinchados ojos de tanto haber llorado, y mordió su labio inferior. Harley siguió observándolo, inmutable.
—No hay nada en ti, Wood —dijo Thompson, ya sin desgarros ni vacilaciones en su voz. Incluso había sonado escalofriante.
Harley curvó sus labios hacia abajo y se encogió de hombros.
Ya con su hartazgo al límite, Thompson chasqueó la lengua, se puso de pie y se acercó a Wood en un segundo, para estrellar su puño contra el rostro de su compañero.
—¿¡Qué mierda te pasa, maldita sea!? —gritó el muchacho de pie—. ¡No te importa nada! ¡Ni siquiera pestañeas ante la posible muerte de Jude! ¡Si quieres matarte, hazlo pero no le hagas daño a alguien que sin conocerte bien te tenía aprecio! ¡Solo por eso corrió hacia ti! —Su voz se quebró y comenzó a sollozar con la ira casi palpable en su semblante—. ¡Estábamos paseando! Íbamos a esquiar... Conversábamos y luego te vio... y corrió hacia ti, asustada... Maldito, ella solo quería ayudarte...
Harley se incorporó del suelo, inalterable, con un hilo de sangre deslizándose de su labio y con su mirada gris fija en el chico que lo había agredido. No pensó en devolverle el golpe, estaba agitado por algún motivo.
—Jamás pedí la ayuda de nadie... —pronunció Wood, encogiéndose de hombros.
Riley gritó y le asestó otro golpe en el rostro, el cual lo regresó al suelo. Acto seguido le lanzó dos patadas en las costillas, las cuales provocaron que Harley gimiera.
De inmediato se acercaron dos oficiales, seguro, guardias de seguridad, y contuvieron al agresor sosteniéndolo de los brazos.
Harley fue testigo de cómo alejaron por la fuerza a su compañero de la universidad. El chico pataleaba, trataba de zafarse, gritaba que lo soltaran, que a quien debían llevarse era a otro, que debía de saber si Jude estaba bien; pero hicieron caso omiso de sus palabras y para cuando desapareció detrás de un muro, ya varios pacientes, enfermeras y doctores se hallaban cerca prestando una curiosa atención a la escena.
Riley se dejaba llevar por sus sentimientos sin medir las consecuencias de sus actos, era impulsivo y hasta agresivo si él sentía que debía de serlo. Era muy diferente de Harley. Este se dejaba llevar por un leve instinto que le susurraba al oído que podía llegar a hacer lo correcto y se esforzaba por llevarlo a cabo. Solo entonces sacaba su navaja. Alguna vez creyó que defendía la justicia; sin embargo, con el transcurrir de los años se percató de que no le importaban los demás, en realidad trataba de compensar sus propias carencias, de que el valor que su persona poseía se incrementara. Por desgracia, nunca había dado resultado.
***
Enjuagó su rostro por vigésima vez y se contempló ante el espejo. Se veía mutilado, cansado, derrotado y aburrido de la vida. Lamentó que solo contara con veintiún años y medio sonrió ante aquel pensamiento. ¿Qué más podía hacer?
Harley se alejó del lavabo y recostó su espalda en una columna que dividía un par de casetas de baño. Dio un hondo suspiro y deslizó sus dedos por su sudorosa cabellera antes de bajar la mirada hacia sus botas.
"¡Hey, chico tatuajes!", resonaba la voz de J en su cabeza, constante, inolvidable, tormentosa. "Ahora deberías saludarme" "¿Qué porquería estás comiendo? Te traeré algún vegetal. Espérame, ¿ya?" "No sé por qué... pero me caes bien. ¡Sí, aunque me llames masoquista, idiota!" "No soy tan débil como crees, Harley. Puedo ser más fuerte que tú". "Oye, Harley, ¿por qué no somos amigos, eh? Dicen que tener de tu lado a un matón es bueno. ¿Qué dices? ¿Serías mi matón?"
Jamás lograría comprender la voluble actitud de aquella muchacha pecosa. A veces gritaba muy fuerte y muy segura, en otras ocasiones se denotaba tímida y miedosa; reía enérgica y pese a que sus ojos se tornaban vidriosos cada vez que él le gritaba, ella volvía a su lado, con la sonrisa más amplia y una de sus cejas más alzada que la otra. Era como si no tuviera alternativa, como si la soledad la obligara a buscar compañía en quien no debía, como si ella pudiera ver en él más que cualquier otro. ¿Quién era Jude Lessin? O mejor dicho, ¿por qué era Jude Lessin?
En ese momento, como una planta brota de la tierra, nació en Harley el deseo por desaparecer aquella duda, y solo por eso quiso que J sobreviviera. Era demasiado pronto para decirle adiós a esa molestia, después de todo, ya se había acostumbrado a convivir con ellas.
Salió de los servicios higiénicos con fuerza en sus pasos y se dirigió, raudo, a la habitación de la pecosa. Al llegar a ella, vio a una enfermera saliendo del dichoso lugar y decidió hablar con ella.
En pocos términos, la mujer de blanco le dijo a Harley que J había sobrevivido, lo cual lucía como un milagro pues la chica era bastante frágil, pero había conseguido dos costillas rotas, la fractura de su pierna derecha y una contusión menor en el cráneo. La nieve había logrado que no se rompiera el cuello.
"Puedes entrar si deseas, pero no tardes. Todavía debemos localizar a su familia. Qué suerte que tuviera seguro", expresó la enfermera y siguió con su ágil paso dejando a un asustado Harley en medio del pasillo. "Su familia", había salido con naturalidad de la boca de una mujer cualquiera mas él sabía que una simple llamaba dictaminaría su sentencia.
Iría a la cárcel.
No quiso seguir reflexionándolo, por lo que se limitó a ingresar al cuarto en el que se hallaba la pelirroja. La luz era mínima, las cortinas estaban cerradas y apenas un hilo blanco desbordaba de ellas. El electrocardiograma aceleraba sus latidos y erizaba su piel, su constante sonido lo inquietaba. No había mucho por ver además de una televisión colgada de un ruc, una mesa de noche vacía, un sofá para una persona ubicado en una esquina, los aparatos que mantenían viva a la muchacha —a los cuales no les prestó más atención que un rápido vistazo— y, desde luego, la chica, inconsciente, en la camilla.
Harley se acercó a ella con parsimonia, tratando de no provocar ruido alguno y la contempló con mayor facilidad. Una mueca de dolor se había congelado en su faz, su pierna derecha llevaba una férula y era sostenida en alto por varios cables, su cabeza estaba vendada al igual que todo su tórax. Era fácil notar algunos rasguños en la piel que no estaba cubierta por el blusón con el que la habían vestido y la sábana que cubría casi todo su cuerpo.
Harley solo alcanzaba a pensar en la palabra "fragilidad" al verla. Nunca antes había lucido más delgada, al punto de verse aterradora pues era un esqueleto vestido y herido; una criatura que luchaba por no desaparecer del mundo.
El muchacho no supo qué sentir, no había culpa ni remordimiento, ¿entonces qué? Vacío. En cuanto ella abriera los labios, él sería condenado.
Cerró sus ojos por un largo instante, para meditar, para imaginarse en cualquier otro lugar, y cuando volvió a la oscura habitación J estaba allí, observándolo con las lágrimas rodando por sus pálidas mejillas.
Si en algún momento había tratado de apiadarse de esa niña, cuando conectó su mirada con la de ella, halló tanta miseria que enfureció de repente. No existía más compuesto en su ser que la misma hiel.
—Eres una imbécil... —susurró negando con la cabeza—. ¡Cómo pudiste arruinarnos de esta forma, estúpida! ¿¡Qué es lo que tienes en la cabeza!? —vociferó incrementando las lágrimas de la joven—. ¡Es que no lo entiendo! ¿¡Quién mierda te pidió tu ayuda!? ¿¡Acaso no te dije que te haría daño!? ¡Pues ahí lo tienes! —Pateó la mesa de noche y J se sobresaltó—. Pero no me vas a arruinar a mí, ni lo creas, de ninguna forma. ¡Yo mismo acabaré con esta porquería!
—Harley... —sollozó ella llevando una de sus manos a su rostro.
—¡Deja de llamarme así! ¡No soy Harley para nadie, porque nadie es cercano a mí! ¡Soy Wood para ti y para el resto del mundo!
Dicho esto lanzó la puerta al salir. No había rastro del deseo que había tenido, solo existía su furia y nada más. Debía reconocerlo: nunca antes había lamentado menos no sentir. Su remedio para todo siempre había sido gritar, gruñir, maldecir, romper, golpear y herir al desafortunado que se hallara cerca; no lo lamentaba.
Harley salió del hospital con su pulso que incrementaba cada vez más su velocidad. Se sentía más cansado que antes, muy enfadado y no quiso preguntarse si era con J o consigo mismo, quizá, con la vida que había llevado hasta ese momento, o, tal vez, con todos aquellos que lo rodeaban.
Siguiendo letreros, su memoria y su instinto a ciegas, llegó al hotel en el que se alojaba junto a los chicos y chicas de Emory. En medio de otros huéspedes, tan agitados como lo habían estado los universitarios en un principio, se hallaban los muchachos de las casacas rojas, reunidos en una esquina de la recepción. Harley notó su preocupación en sus rostros, parecían susurrarse, discutiendo la opinión de otro, y tratando de asimilar algún problema. "Ya saben lo de la pecosa e iré a la cárcel", pensó Harley, por lo que resopló y agradeció en su mente que no le hubieran prestado atención.
El tic en su dedo meñique volvió; trató en vano de detenerlo, debía aceptarlo: tenía miedo. A esas alturas se trataba de un engaño el que se dijera que no le importaba lo que sucediera con él a partir de ese momento. Claro, debía suicidarse, esa era la solución, ¡tan sencillo como eso! Sin embargo, contrario a lo que había creído horas atrás, mientras buscaba un asiento libre en la cafetería, en ese instante se volvió tan cobarde que ni siquiera era capaz de llevar a cabo la decisión de los cobardes.
Se sentó en una pequeña mesa solitaria y el temblor en su meñique se esparció por el resto de su cuerpo. Algunos se giraban a verlo y lo contemplaban por escasos segundos antes de volver a sus vidas respectivas; a Harley no le importaba llamar la atención. Solo deseaba un par de brazos tan protectores que lograran detener sus escalofríos. No, no, él no podía pensar así, no debía depender de los demás; lo que debía de hacer era fijar su mirada en el abismo y dar un paso hacia...
—¡Vaya! —Una cálida y fina mano blanca se posó sobre la suya, que tiritaba—. Si tienes tanto frío, ¿por qué no te arropas en tu dormitorio o tienes fiebre?
Una muchacha que pese a la temperatura actual llevaba descubierto el ombligo —con un abrigo abierto de polar encima, claro, pero demasiado descubierta para el clima— se acercó a él con una sonrisa y posó su mano en la frente de Harley. Ella estaba tibia, él, helado.
—¡Wow! ¡Estás súper frío! —Rió—. ¿Te pediste un café?
Harley dudó sobre responderle o no. Apretó sus labios y escrutó a la muchacha: alta, delgada, rubia, con el cabello desordenado, mal vestida para la fecha, además llevaba un vaso de café en sus manos y he ahí la razón de su calidez corporal. Pese a que no demostraba con su aspecto ser la dueña del coeficiente intelectual femenino más alto del que hubiera sido testigo, sus ojos verdes eran los más bellos que alguna vez había visto. Era demasiado atractiva como para no tentarlo y su prominente busto lo confirmaba.
—Oh, soy de Emory igual que tú —añadió ella ante el silencio de Harley—, así que no me temas. No violo, robo, mato o secuestro. ¿Puedo sentarme aquí?
Ella tomó la silla frente al chico y este encogió uno de sus hombros. La muchacha volvió a sonreír y tomó asiento.
—Por cierto, ¿hablas? —preguntó ella.
Luego de unos segundos, él se decidió por mascullar:
—Sí... Pero no mucho.
—¿Tienes prohibido hablar con extraños?
—Me choca hablar con los que vivo, así que... —Rodó sus ojos y negó, leve, con la cabeza, a lo que la joven volvió a reír.
Era la milésima vez que hallaba algo divertido en el comportamiento indiferente de Harley, por lo que este sabía que ella solo podía estar fingiendo para agradarle, estaba nerviosa o sí era así de hueca. Vaya lástima, de nada le servía su cuerpo de muñeca, pues era igual de despreciable que todas las otras chicas que había conocido.
—Entonces somos muy diferentes, compañero. Interesante. —Sonrió, insinuante—. Por cierto, mi nombre es Camile Mawson. ¿Tú eres?
—Wood.
—¿Nombre?
—En mi acta de nacimiento.
Camile medio sonrió ante tal respuesta, bajó su mirada a su vaso de café y negó. Cuando volvió a levantar el rostro Harley parecía desafiarla con su gesto, un reto que ella había aceptado al acentuar la curva en sus labios.
—Bien, Wood. ¿Acaso eres de esos chicos malos?
—¿Chico malo? —Alzó una ceja.
"Qué manera tan idiota de referirse a los imbéciles", pensó.
—Sí, ya sabes: motocicletas, chaquetas de cuero, tatuajes, putas por todos lados, cigarros, supuesta invulnerabilidad al romance hasta que se enamoran de una boba.
—Ah... No motocicletas, cigarros, ni putas —Bueno, tal vez, solo una— y tengo una única chaqueta de cuero. Pero si te refieres a ropa oscura, sí tengo bastante. Aunque a nuestra edad, ¿quién no?
—Ya veo... No hay putas. —Bebió unos sorbos de su café sin quitar la mirada del muchacho frente a ella—. Eres de 'ese' tipo de chicos.
—¿De ese tipo?
—Del que me gustan —pronunció con frescura imitando el gesto de Harley de encogerse de un solo hombro.
El joven medio sonrió ante una aparente invitación y contempló a Camile hasta que ella se hubo terminado su bebida. Jugaron y se dijeron mil y un posibles piropos con no más que miradas fijas, cual duelo verde grisáceo. Ella asentía de forma casi imperceptible y él, aun cuando se esforzaba por ignorarla, no consiguió dejar de traer a su presente la imagen de sus grandes pechos, los cuales había visto hacía unos minutos pero el recuerdo parecía tan lejano. Harley deseaba a Camile, no podía negarlo, así como deseaba a Aylin y a varias otras chicas pero nunca tuvo la energía ni ánimos suficientes como para acercarse a ellas y de pronto, como enviada por una fuerza superior, cuando más necesitaba alejarse del mundo y deshacerse de su fuerza e ira, había aparecido la rubia hueca de Camile. No era decente, pero qué más daba.
—Parece que tu temperatura ya se ha regulado, Wood —dijo ella, grave, seductora.
—Quizás... —mintió.
Se sonrieron una vez más. Harley ya casi podía sentirla debajo de él, solo bastaba con un paso más, solo un roce, estaba seguro que eso era lo que ella quería.
—¡Camile, ven acá! ¡Apúrate! —llamaron desde la entrada de la cafetería del hotel.
Tanto Harley como Camile se giró hacia aquel que la había llamado y se toparon con dos muchachas, un chico alto de casaca roja y un escuálido joven más, a varios metros de ellos.
La densa atmósfera que la pareja de aquellos casi adolescentes había formado terminó de romperse con la risa de Camile.
—Bueno, Wood, espero verte de nuevo. —Se puso de pie y le sonrió, amable—. Adiós.
Ella se marchó antes de que él pudiera comprender lo que estaba sucediendo y no le quitó su atención de encima incluso cuando la vio pegar el grito en forma de saludo a sus amigos, y treparse como un mono a la espalda del chico más alto. No tardó en marcharse en medio de risas junto a sus amigos.
Harley se quedó solo, observando el vacío con la mente en blanco y una temperatura elevada. Ya no tenía frío pero estaba más frustrado que antes. Se sentía estafado. No tardó en levantarse de golpe de su silla y alejarse del hotel, a pie. Qué importaba a dónde iba, solo quería marcharse, perderse, maldecir, lamentar su existencia y su destino, ¡necesitaba suicidarse porque no podía ir a la cárcel! La calentura lo había abandonado, la única imagen que veía era la de la sonrisa de J rompiéndose igual que un cristal.
Se sabía maldito y cruel bajo la nieve que caía, lo era desde que aprendió el significado de la maldad en la Tierra, pero ese era el detalle: ¿qué pudo haber hecho un infante para soportar la cólera de 'Dios' contra el mundo? Apenas había aprendido a leer y a restar cuando lo arrebataron de los brazos de sus padres. ¡Sí, él había sido infeliz desde entonces! Ni siquiera fue lo suficiente joven como para perder tales memorias, no, en ese entonces ya era grande como para que todo aquello que viviera lo marcara para siempre. Fue cuando tomó una decisión.
No, se equivocaba, la decisión la tomó un tiempo después, luego de la muerte... no, del homicidio de la niña más dulce e inocente del planeta. Una daga perforó su espíritu aquel día y nunca pudo volver a creer que si alguien se le acercaba, podía ser dueño de buenas intenciones. ¿Por qué arriesgarlo todo por alguien que no le garantizaba una ganancia? Sonaba ilógico para muchos, ya lo habían rechazado por ello, pero así había pensado desde los nueve años. ¿Por qué cambiar? Ya no podía.
Trastabillando, sintiendo cómo su cabeza explotaba y la visión se le tornaba borrosa, Wood logró llegar de nuevo al hospital. Ni siquiera el hambre ni la sed lo habían vencido a esa hora de la tarde, pues no había lugar en su mente para nadie más que para la pecosa delatándolo. ¿Qué haría? ¿Dónde se escondería? ¿Cómo se arrebataría la vida? No tenía idea, ¡quería llorar!, mas le era imposible.
Y no supo Harley Wood cómo funcionaba el mundo, porque tal vez el hombre se había equivocado y su planeta no giraba en torno al sol, sino, en torno a una ilusión palpable, una esperanza que desaparecía algún día. Nada estaba dicho, el presente y el futuro podían alterarse si solo cambiaban una mera decisión, un pensamiento o una conclusión porque podían errar, claro que sí. El éxito de muchos se construye a base de errores, es que a veces nos hallamos en el lugar menos apropiado en el momento menos indicado y ni el universo mismo sabe qué sucedió ni por qué.
A las cinco de la tarde con catorce minutos, en un hospital de Colorado, Harley Wood se halló a cinco pasos de la habitación de Jude Lessin, frente a la cual Penélope Marks contemplaba su puerta con lágrimas en los ojos.
No era un buen momento y el Universo no iba a remediarlo. Harley quiso huir de allí pero sus piernas no le respondieron y cuando menos lo deseó, la joven de pálida faz se giró hacia él. Creyó que ella le gritaría, tal y como lo había hecho Thompson, pensó que lo insultaría, lo llamaría 'miserable' e intentaría golpearlo con toda su ira; mas la joven se limitó a observarlo, llena de lástima.
Permanecieron inmóviles el tiempo que él concibió como una eternidad.
Las enfermeras y doctores transitaban ignorándolos, se oían algunos llantos a lo lejos y el segundero del reloj en la pared seguía avanzando sin importar el incómodo sonido que emitía. Un silencio sepulcral se interpuso entre ellos y, solo tal vez, ella no sabía qué decirle o cómo hacerlo. Quizá, tenía miedo. No obstante, cuando Harley comenzaba a sentir que su pecho explotaría de los fuertes golpes internos que lo aquejaban, fue testigo de cómo Marks entreabrió sus labios para emitir palabra:
—¿Sabes? La semana pasada, cuando ayudaste al nerd Parker, de verdad creí que eras bueno... —confesó, tranquila, pasiva, con la mirada triste—. No sé qué me pasó... Uno de mis arranques de estupidez sin causa, supongo. —Sonrió—. Hemos estudiado juntos por tanto tiempo y yo soy tan torpe que en serio creí que me había equivocado contigo. Tal vez, todos habíamos estado equivocados al ignorarte. En verdad me preocupé por eso... Me preocupé por ti. Pensé que eras bueno a tu manera... Jamás hubiera imaginado que... —Miró hacia la puerta de la pecosa y su voz se quebró al reanudar su llanto—. Nunca hubiera imaginado que eras este tipo de persona.
Marks lloró, sin dar a nadie la opción de consolarla y cubrió su rostro con una de sus manos. Cualquiera podía notar que ella no quería estar allí, se encontraba en el lugar inadecuado en un momento incorrecto... igual que Harley.
—¡Harley, dime algo! —gritó en forma de susurro—. ¡Dime que me he vuelto a equivocar! ¡Dime que fue un error, que no quisiste matarla! ¡Por lo menos dime que lo hiciste porque has sufrido demasiado! Oh, por favor... —Bajó el rostro y siguió sollozando, tratando de esconderse con sus manos.
—Qué tonterías estás diciendo —intervino con el gesto contraído de incredulidad—. Reflexiona, piensa un poco, ¿quieres? Nuestro pasado no determina lo mucho o poco que podamos amar en el presente. No te suceden 'cosas' que te hacen una mala persona, eres una mala persona por lo que decides hacer. No hay excusa. Hace mucho yo tomé la decisión de ser así. —La joven se silenció de pronto y conectó su mirada con la de él—. Sé lo que hago, no soy un enfermo ni nada...
—¡Alguien sano no piensa así!
La muchacha trotó, cabizbaja, en dirección hacia Harley, este se sobresaltó al creer que trataría de ejercer contacto con él, pero Marks siguió de largo por el pasillo. Rauda, se perdió al introducirse en un corredor contiguo. Hasta donde Wood pudo verla, seguía llorando.
Quizás, algún día comprendería la razón de aquellas lágrimas, no podía ser solo la decepción. ¿Desde cuándo una desilusión había matado a alguien? Precisamente por ello, él no sembraba esperanzas en nadie. Ya sabía lo que era esperar en vano; Marks algún día lo entendería, tarde o temprano dejaría de ser ingenua y maduraría... o moriría de pena en el intento.
Por simple curiosidad, sin remordimiento ni culpa, Harley ingresó a la habitación de J: nada había cambiado, el cuarto seguía oscuro, el electrocardiograma, tranquilo, y la joven parecía dormida.
Era cuestión de horas para que los padres de la niña pelirroja o Thompson aparecieran, por eso decidió aprovechar el silencio y la soledad acercándose a ella para contemplarla. Si hubiera estado en el hotel, se estaría preguntando que podría estar haciendo ella, si ya lo había acusado con las autoridades o no, si ya había muerto o no. Por eso pensó que era mejor estar a su lado, vigilándola, tal vez viéndola por última vez.
"¡Hey, chico tatuajes!", resonó en su cabeza.
Harley se arrodilló junto a la camilla, depositó su mentón sobre las sábanas y llevó una de sus manos sobre una de las de la muchacha. Estaba helada pero viva. Su rostro mostraba sus lágrimas secas, esa niña se estaba deteriorando, pero sus pecas y lunares no desaparecían y aquello le hizo algo de gracia al chico. Estaba tan cansado de pensar, de hablar, de gritar, de reflexionar, de ser él, que podía dormirse en esa misma posición.
Su bolsillo vibró de repente y recordó que llevaba allí su celular. Extrajo el aparato de su sitio antes de darse cuenta de que tenía un mensaje en el correo de voz. Soltando un gemido y con mucha pesadez, decidió oírlo y lo activó pero apenas hubo comenzado cuando se quedó dormido. De cualquier modo, solo le bastaba saber de quién era para imaginar cada palabra que escucharía a continuación, y aunque el teléfono se pasó la mayor parte del tiempo hablando solo, Harley pudo reconocer la voz de Jennifer.
"Hola, Harley, muchachito, cariño, disculpa si te interrumpo algo importante pero necesito saber si estás bien. No te pido que me llames, solo mándanos un mensaje, cualquier cosa, por favor. Anoche tuve un sueño horrible: soñé que te caías al vacío... Podía oír tu llanto, Harley, ¡estabas llorando! ¿Estás bien? Por favor, contesta. Yo... nunca te había visto así... Estabas tan solo, todo a tu alrededor se derrumbaba y tú te encerrabas en un lugar oscuro y vacío, no me dejabas entrar... No podía hacer nada por ti, Harley, por favor... Por favor, dime que estás bien... Sabes que puedes contarme lo que sea... Te estamos esperando Ned y yo, ¿sí?... Te amo, Harley, te amo... Vuelve, ¿sí?"
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