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Capítulo 12

Más allá de la densa tormenta

"A mí me gusta tu sonrisa. A mamá le gusta, a papá le gusta y hasta a la señorita Dorothy le gusta. Por eso, quisiera que nunca dejaras de sonreír. Solo sonríe todos los días, cada vez más amplio y bonito. Por favor, Harley, ¿sí?"

El eco de su infantil risa resonó en sus oídos alrededor de las tres de la mañana, cuando solo debía oír las ramas de los árboles golpeando su ventana y la respiración de su compañero de la cama de al lado. Harley se incorporó como un resorte y al enredar sus dedos en sus cabellos se percató del sudor que lo bañaba. Había sido una de 'esas' noches y aquello no podía incomodarlo más ni llenar un solo espacio vacío de su subconsciente. En ese momento más que nunca, deseaba vaciarse por completo.

Resopló sintiendo el cansancio en cada músculo y no tardó en acercarse a la ventana para recostar su frente de altas temperaturas en el vidrio. El muchacho cerró sus ojos e intentó dormir de pie, mas le fue imposible: las reminiscencias ya habían empezado a consumirlo.

En la oscuridad de sus párpados veía con una inquietante nitidez la sedosa cabellera oscura de la mujer más delicada que alguna vez habrían de ver sus ojos. Contrajo su rostro ante la imagen, como si hubiera sentido una punzada de agudo dolor en alguna parte de su cuerpo. La mujer de sus alucinaciones reía, lo invitaba a acercarse, extendía sus brazos y le señalaba su falda para que se sentara en ella. Su aguda voz susurrante era el recuerdo más nefasto que todavía conservaba y se negaba a eliminar de su mente.

No transcurría mucho tiempo antes de que aquella mujer fuera reemplazada por una niña de casi la misma delicadeza y belleza. Una niña que aún lo perseguía como la sombra de un ineludible pasado al que estaba encadenado. Una niña menuda de frágiles piernas y risa sin par, una risa que en algún momento de su infancia lo había tranquilizado pero ahora no lograba más que erizarle la piel y congelarle los nervios.

"Harley", lo llamaban, "Harley", cantaban, "Harley, vuelve", continuaban, "Quédate conmigo, Harley... Quédate, quédate, quédate, quédate,... ¡Harley!"
Sostuvo su cabeza entre sus manos y justo cuando se disponía a gritar para deshacerse en parte de aquella migraña, los balbuceos de su acompañante lo detuvieron:

—Sí pero, ¿a dónde me llevo las camas?... Ah, espera que le digo al payaso... Blah.

Un fuerte ronquido interrumpió sus palabras antes de seguir durmiendo con la misma pasividad de hacía unos segundos. Harley contempló al muchacho desde su posición, torció el gesto y suspiró, resignado. Había olvidado que su afortunado compañero de habitación era Riley.

En aquellos días de gélido invierno en Atlanta, Harley no había conseguido hallar más que la monotonía de siempre, la soledad que lo contentaba más que las ruidosas compañías y un dolor físico que lo asaltaba cuando no ingería sus medicinas recetadas o no se untaba las pomadas debidas. Pese a que los detalles únicos del día se escapaban a la rutina, Harley Wood no podía evitar sentir que vivía preso en una repetición infinita de una cinta de película. Las mismas molestas personas a su alrededor, los mismos problemas embargándolo, las mismas amarguras y prohibiciones, y a eso debía añadir el hecho de que Ailyn le había prohibido tener sexo con ella hasta que se recuperara del todo: jamás se había sentido más agotado... de respirar.

Las hojas crujían, la lluvia caía, las chicas reían, los muchachos eructaban, el sol se ocultaba, los adultos con quienes vivía trabajaban, el país se podría y la gente moría, pero él permanecía inalterable, con un ánimo congelado en el tiempo mientras su piel seguía avejentándose. ¿Qué era peor que estar marchitándose de adentro hacia afuera con tanta lentitud silenciosa? Su cuerpo no estaba más deshecho que su interior, los minutos seguían corriendo y él seguía muriendo...

En algún momento de su vida lo había echado todo por la borda, mas aquella resolución no era reciente, bien sabía que se había dejado de lado hacía varios años y desde entonces se movía, actuaba y hablaba para el presente, igual que un animal. Ya no soportaba aquel estilo de vida, su límite había llegado.

Por ello, movido por impulsos, como acostumbraba, pidió dinero a Jennifer y a Ned para pagar el viaje a Colorado que los estudiantes de último ciclo en su universidad habían organizado, y se fue con ellos. "Estoy haciendo amigos... Era lo que querían, ¿no?", les había dicho a sus apoderados para conseguir el efectivo y ellos, no muy convencidos, decidieron confiar en él.
Para su mala fortuna, la habitación que le habían reservado al azar en el hotel era la misma a la que había sido enviado Riley.

—Parece que nos vamos a divertir. ¿Te gustan las pijamadas? —había dicho Riley al verlo sobre una de las camas cuando ingresaba a la habitación.

Harley tuvo un tic nervioso en una de sus mejillas, a lo que Riley esbozó una sonrisa burlona mientras dejaba su maleta sobre la cama más cercana a la puerta.

—Estás más feo que yo... —comentó Wood sin ánimos de iniciar una pelea.

—Ah, sí, pero no te preocupes. En una semana volveré a estar mejor que tú.

Harley resopló y se tumbó boca arriba sobre las almohadas con los ojos cerrados.

—Cámbiate de cuarto, Thompson, duermo solo...

—Wood, no hice un berrinche con mis compañeros para verte roncar toda la noche. Fue al azar y ya me anotaron aquí. Irme significaría fastidiar a alguien para que venga para acá, así que deja comportarte como quinceañera y aguanta un rato.

—No te quejes si amaneces con una navaja en el cuello... —farfulló.

—Encantador como siempre. Gracias por avisar. —Harley lo miró de forma despectiva—. Se supone que vinimos para relajarnos. Deja de tenerte lástima y por lo menos duérmete.

Dicho aquello, Riley apagó las luces del dormitorio y se marchó. Harley permaneció en silencio por un par de horas antes de quedarse dormido con un leve dolor de cabeza que iba intensificándose. Para cuando hubo despertado su compañero de habitación ya se había acostado.

Ahora no se trataba de nadie más que de él y un silencio que le daba demasiada libertad a sus pensamientos de madrugada más incongruentes. Sabía que le hacía daño no conversar con otras personas, pues obtenía mayor tiempo para pensar sobre su vida, su pasado, los fantasmas de penas. Aun así, no se movía para evitar caer en el mismo círculo oscuro de su propia mente.

Con la atención perdida en la oscuridad de las calles y el rastro de algún auto todavía en carretera Harley dejó de negarse el sinsentido de su vida. No hallaba nada más allá de los recuerdos, la soledad que él atraía, el frío que lo asediaba, la lluvia que lo inundaba desde adentro, la noche que lo cubría y la nieve que caía. ¿Qué hay más allá de la densa tormenta? Hacía mucho tiempo que no hallaba una respuesta, ya se había cansado. No valía la pena. Se había aburrido. Por lo tanto, con los ojos vidriosos se sintió ingrávido y con la decisión tomada de moverse por descargas del momento al amanecer, o apenas despertara, volvió a su cama para deshacerse de una emoción que había deseado por mucho, fuera pasajera. Pero el mal no se iba, la melancolía y el vacío no se marchaban con pedírselo a las estrellas.

Volvió a visualizar imágenes nítidas en un espacio lúgubre contra las sábanas. Allí estaba la niña de la amplia sonrisa y la mujer de dulce mirada, las voces susurrantes llamándolo, el eco de una caricia labial, la seguridad de unos delgados brazos, el terciopelo de un largo vestido y la comezón que le producían las largas trenzas de la pequeña. Otra vez volvía la migraña y la textura de un ácido sabor en la boca. No lloraba porque no podía, estaba atrapado entre la miseria, la impotencia y la resignación de aceptar el presente que lo encasillaba en el ayer. Y de nuevo el pulso en sus sienes, el ardor en los cortes y la nostalgia. Siempre era la nostalgia la que lo atormentaba con pesadillas hasta que en algún momento de la noche o la mañana podía decir que había descansado de la monótona vida que él mismo había elegido.

"Ojalá pudieras siempre sonreír, Harley... Ojalá te quedaras conmigo para siempre".

***

Al despertar del alba, una joven de espesa negrura sobre la cabeza ya se hallaba saliendo del edificio con su típica ropa deportiva y una alta coleta. Procuró tomar una ruta cercana para comenzar con su trajín diario que era correr durante una hora antes de inyectarse la insulina.

Las ventiscas erizaban cada vello en sus brazos y espalda, el frío se colaba entre su camiseta disminuyendo la velocidad que ella se esforzaba por mantener, pero no se detuvo. A medida que Regina sentía las primeras gotas de sudor recorrer su rostro su mente viajaba cada vez más lejos, hasta Atlanta con su padre, con su madre, quienes no debían sentirse más dichosos que ella en ese momento. ¿Qué se había hecho la familia perfecta de los Berry?

A las nueve y media de la mañana las calles de Aspen ya se llenaban del barullo de sus habitantes, las bocinas de los autos y las quejas de algunos mercaderes. Aun así, Rey sentía un poco de paz en medio de aquel pequeño caos. Ingresó a una juguería con cierta torpeza en sus piernas tembleques y pidió un batido especial para ella. Ante el problema que tuvo con el muchacho que la atendió al no saber cumplir con sus especificaciones, la joven resolvió que tenía que ir más tarde a comprar sus alimentos especiales o no podría sobrevivir. Vaya lata.

Mientras revolvía su vaso pensó en su teléfono celular, el cual había dejado en la habitación con sus amigas. Green no había dejado de mensajearla toda la noche.

Reclinó la cabeza en la ventana junto a ella y se perdió en el perro que alzaba la pata ante un hidrante.

En el hotel de los chicos de Emory el jaleo solo se incrementaba con chicos y chicas saliendo y entrando, preguntando por direcciones y por tiendas en las que vendieran abrigos o tablas para esquiar, así como trineos y patines. El portero, las señoras de recepción y demás personal frotaban sus entrecejos con fastidio, no era una discoteca, ¿que no sabían comportarse?

Camile se unió a Josua y a su grupo de amigos ruidosos. No hablaban, gritaban entre ellos, se carcajeaban y creían que cualquier instante era perfecto para soltar una broma con poco sentido. Con la energía hasta el tope y menos prendas encima de las que les garantizaban abrigo y calidez, Camile, Josua y tres chicos más salieron del edificio dispuestos a divertirse en el primer lugar que llamara su atención. Qué importaba, tenían todo el ciclo para estudiar.

Por otro lado, Penélope se perdió del desenfreno al levantarse más tarde que la mayoría de sus compañeros. Su ensortijado cabello era una maraña enredada que llegaba a cubrir sus ojos. Soltando un profundo bostezo la muchacha se levantó con pesadez y se metió a la ducha.

Ya no pensaba en Harley, mucho menos en James, por lo que, más tranquila, se vistió para salir y perderse en cualquier zona en la que la nieve fuera la única testigo de sus acciones.

En uno de los corredores, alcanzó a ver a Jude saliendo de una habitación, para que acto seguido se topara con un Riley somnoliento y despeinado. La pelirroja lo vio y su incómodo semblante se iluminó de repente demostrando un ánimo totalmente diferente.

—Jude —saludó el chico con ambas cejas alzadas.

—¿Qué hay, Riley? —balbuceó ella buscando la perilla de la puerta para sujetarse.

Penélope rió. Pensó que algunas niñas no podían evidenciar más sus sentimientos. Qué vergüenza.
De pronto, los ojos de Thompson llegaron hasta ella y no tardó en sonreírle también.

—Hola, Peny —dijo él, amable, y quien le clavó una fulminante mirada fue la muchacha de las pecas.

Aquel gesto la hizo vacilar con una sonrisa nerviosa.

—Hola, chicos —pronunció agitando una mano en alto y se marchó corriendo del lugar.

Salió del hotel con parsimonia, apenas se topó con algún compañero más de Emory.
Esa mañana no tenía deseos de desayunar o reír demasiado, sus energías no habían llegado del todo aún, solo quería caminar un poco, sin compañía, en silencio, respirar y perderse fascinada en la nieve. Necesitaba vaciar su mente y deshacerse del bochorno del viaje.

Cuáles habrían sido las circunstancias y probabilidades que fueron llevando a Penélope Marks más y más lejos de sus compañeros y su bullicio. Ni siquiera pensaba los pasos que daba, las direcciones que tomaba, solo se dedicó a internarse en bosques que nunca antes había visto porque la atraía la paz que en ellos se percibía. Nada era más nocivo para su vida que sus propios despistes.

Lo cierto es que en cierto momento la joven llegó a una no muy inclinada colina, que en alguna época del año habría sido verde cual pradera, pero que en ese momento solo la cubría la nieve. El sendero que se avistaba desde la cima, remarcado por pinos en los costados, la hizo sonreír como una niña a la que se le había antojado realizar una travesura. Se cercioró de que no hubiera nadie cerca a varias cuadras de distancia y comenzó a descender por la alfombra blanca colocando una pierna delante de la otra como si estuviera modelando. Imaginó que los árboles a su alrededor eran personas con cámaras que morían por acercarse a ella, y mandó varios besos al aire. "Le agradezco a la academia", exclamó para sí antes de reír a carcajadas de sí misma.

De repente, decidió colgarse del árbol más flacucho para alucinar que era un tubo y ella, una vedette.

"A que no conocían este lado mío", bromeó antes de hundirse en la nieve. Gritó agudísimo al verse con la cara hundida junto al árbol, al igual que la mitad superior de su cuerpo. Trató de levantarse pero fue inútil, la nieve la había atascado en forma horizontal y con todo el peso de ella sobre sus brazos, por más que luchara no podía levantarse. El aire no le duraría por siempre, no llegaba a su teléfono en su bolsillo, la voz no salía de su garganta, ¿cuánto tiempo tendría antes de ahogarse?

No sabía si reír o llorar ante la vergonzosa y mortal situación en la que se había metido por jugar un poco. Debía de ya haberse acostumbrado, pues le sucedía a menudo pero no fue más que sus gimoteos lo que se oyó a lo largo y ancho de aquel desolado lugar.

***

Cuando decidió levantarse llevaba más de una hora contemplando el techo, con los ojos cansados de no haber parpadeado en un largo rato. Apenas se duchó con un hilo de agua helada y rozando su cuerpo con la esponja jabonada. Fijaba la mirada en un punto al azar en el suelo y no la quitaba hasta varios segundos después. No pensaba en nada, o nada más importante que el color de las losetas.

Se vistió, desganado, con sus típicos pantalones apretados de un agujero en algún lugar; su camiseta raída con manchas oscuras de sangre seca; y su chaqueta de polar tan desgastada como sus botas. Al salir del baño, recién se fijó si Riley seguía durmiendo o no, ¿lo estaba antes de que se bañara? No lo sabía pero lo cierto era que ya no había rastro de él en su cama ni en otra parte de la habitación.

Harley resopló al hallarse solo y volvió a perderse en el vacío de sus meditaciones sin sentido ni importancia. No decidió moverse de inmediato, dejó la navaja que siempre cargaba en los pantalones sobre la mesa de noche, al alcance de cualquiera, y salió de la habitación para perderse en los pasillos pensando en que no tenía idea de cómo llegaría a la noche de ese mismo día. Lo que era peor: ni siquiera le importaba.

Sus pasos se hicieron pesados y las imágenes que llegaban a él no eran más que ecos de un fondo difuminado. Transitaba en los pasillos mas se sentía parte de un universo muy diferente, demasiado lejano a las personas que lo rodeaban: todos riendo en grupo, comiendo, platicando, en familia, con amigos, divirtiéndose. Sabía que nada era más distinto de él... y cómo lo lamentó.

Antes de que se diera cuenta ya estaba fuera del hotel. Algunas chicas coqueteaban con un taxista para que las llevara a quién sabe dónde, un grupo de muchachos se alejaba con gran algarabía, un padre de familia conversaba con un viejo amigo mientras su esposa y su hija esperaban a un lado en la acera, ancianas de largos abrigos cuchicheaban en una esquina, y varios niños se lanzaban a la pista a jugar con la nieve; de alguna forma supo que no pertenecía a aquel paisaje, como la mancha en una pintura que debe ser removida. Pero tampoco pertenecía al lado de los chicos y chicas frescos de Emory, ni al de los aplicados; su lugar no estaba con los delincuentes ni mucho menos con la gente fina y educada. No había espacio para un parásito como él en su ciudad ni en ninguna otra parte del mundo. Estaba cansado y aburrido de llegar a la misma conclusión cada vez que reflexionaba un poco de su existencia. Maldición, siempre hallaba la misma solución.

Sabía que muchos pensaban como él sobre su propia vida, ¿pero a cuántos les daba igual hacerlo o no?
"Eres una criatura lamentable, Harley", se dijo en un suspiro.

El viento siguió helando sus huesos durante todo el trayecto que decidió seguir al azar, guiado por sus pies perezosos, tan perdidos en el mundo como él. Desalojó de su mente todo pensamiento inservible y se quedó vacío, solo moviéndose por impulsos eléctricos, semejante a una máquina.

En determinado momento oyó la risa de una niña y no pudo evitar voltearse hacia ella de inmediato, como un acto reflejo. Una jovencita de piel opaca que brincaba sobre charcos en la acera de la mano de su madre lo turbó por completo. La amargura llegó a su paladar y no fue cuando ambas mujeres hubieron desaparecido en la lejanía de las calles que Harley pudo seguir caminando... hacia ningún lugar.

Podía pronunciar mil y un veces el nombre de los fantasmas que más de una década después seguían acechándolo con susurros en el aire, pero cómo le dolía el pecho cuando lo hacía. Ni el de la más hermosa ni el de la más inocente, casi le quemaba la lengua cual maldición de Satán pronunciada. Sus memorias debían ser enterradas y él era consciente de ello, pero le gustaba no sufrir, sino saber que habían existido, que alguna vez alguien lo había amado de verdad. Y cuando su mente se cerraba y el oxígeno se ausentaba la huella de un leve roce de esa dama sobre su mejilla lo regresaba al pasado, a los días de cantos en la habitación y caricias en la sala. Cuánto amor, cuánta felicidad... Cuánta melancolía en el ayer, cuánta...

—¿Hay alguien ahí?

Un agudo sollozo provocó que Harley frunciera el ceño y se volviera hacia aquella voz femenina. No reconocía el lugar en el que se hallaba, veía una calle de tiendas clausuradas y al frente, el inicio de un bosque interrumpido por colinas cubiertas de nieve. De entre los árboles que lo rodeaban alcanzó a ver un par de robustas piernas que brotaban como raíces inquietas. Ladeó su cabeza entrecerrando sus ojos, incrédulo, y esperó antes de acercarse.

—¿¡Hola!? —gritó aquel par de piernas sacudiéndose.

En ese momento el muchacho supo reconocerla y después de soltar un suspiro, se aproximó arrastrando los pies.
Miró el trasero de la muchacha y trató de pensar que se trataba de otra chica para hallarlo atractivo, pero una sola imagen aparecía en su mente y esta era desagradable.

Pateó la planta del zapato de la muchacha y esta se desesperó.

—¡Hola! ¿¡Me ayudas!? ¡Date prisa! —exclamó ella, con un notorio cansancio en su voz.

Harley resopló.

—Marks,... ahí te puedes morir.

—¡Ya me di cuenta! Se me acaba el aire... ¿Harley? —declaró con un hilo de voz—. Harley, ¿eres tú?

—No sé cómo haces para meterte en problemas. Los alrededores de todos estos árboles son pura nieve de unos dos metros, creo. Si te acercas, te hundes y no se puede salir por uno mismo debido a la presión —informó Harley, sereno—. Me parece que esta zona se llama "punto mortal" o una vaina así... Sonsa...

Penélope permaneció en silencio unos instantes, lamentando su situación.

Harley colocó sus manos en los bolsillos y fijó su mirada en el cielo.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Seis minutos...

—Te queda un mínimo de cuatro... Suerte.

—¡Oye, ayúdame! —Pataleó.

—¿Crees que es fácil? ¡Que venga un helicóptero a rescatarte, a mí no me jodas!

—Harley, sé que puedes, no me abandones, por favor... —lloriqueó.

Las hojas de los árboles aletearon en las alturas y algún animalillo se llevó una nuez, raudo, pero tanto ella como él se callaron y paralizaron cualquier movimiento. Él la observaba y ella sollozaba. Vaya desgracia.

—Tu trasero no es sexy —confesó Harley.

—¡No importa, ayúdame! —chilló.

—Por Dios, qué fastidiosa eres.

El muchacho cuidó su ubicación para no caer en la misma trampa que su compañera; plantó sus pies separados en la nieve e inclinó sus rodillas lo suficiente como para tomarla de los muslos y tirar de ellos con toda la fuerza que contenía su flacucho y maltrecho cuerpo.

Penélope no le dio importancia a los toques que recibía, no percibió mala intención, más bien, le interesaba poner fuerza en sus entumecidos brazos.

Así, en un trajín de empujar y jalar, resbalando, resoplando y maldiciendo, con más fuerza de la que poseía y sin conseguir explicarse cómo o por qué, Harley consiguió retirar a Penélope del hoyo más hondo de modo que ya con su propia fuerza la joven pudo terminar de salir y cayó sobre una superficie más densa y segura. Harley se alejó unos pasos, con una respiración agitada, y se limitó a observar cómo ella se iba incorporando con delicadeza sobre sus piernas.

Tiritaba, llevaba la mirada baja y se abrazaba a sí misma cuando decidió girarse y alzar el rostro hacia el chico con su pequeña nariz bañada en una capa blanca y gélida. Él la observó como a un ser inferior, con lástima en su interior e inexplicable tranquilidad.

—Gracias... —masculló Penélope con un asentimiento de cabeza e ignorando el lenguaje corporal de Wood.

Harley torció la nariz y sin pronunciar palabra alguna se giró para marcharse; no obstante, no había dado ni tres pasos cuando ella lo llamó y sin reflexionarlo, él se detuvo. Luego habría de preguntarse por qué lo había hecho.

—No te vayas... —pidió entrecortando los sonidos debido a su tiritar—. Harley, vámonos juntos... No conozco esta zona... Por favor...

El ruego en su mirada era fácil de percibirse una vez que él ya la veía a los ojos. Quizás, cualquiera hubiera cedido, cualquiera se hubiera apiadado al oír su voz de niña y al verla tan frágil y desamparada. Pero Harley no sentía ni lo más mínimo... y aquello apenas alcanzaba a incomodarlo.

—Solo ve de frente en la dirección opuesta a la que yo tomaré.

Dicho esto, volvió a dar media vuelta.

—¿A dónde vas? —Alzó la voz—. Harley, puede ser peligroso, vámonos juntos... Eh, podemos hablar por mientras. ¡Cuéntame algo!

—¡Marks! —vociferó sin mover más que sus dedos contra su palma—. No somos amigos, quiero que te quede muy claro. Si te ayudé, fue para que no arruinaras el paisaje con tu horrible trasero. No me importas, no te importo. ¡Déjame en paz!

Aun cuando él ya había reanudado su marcha, Penélope, en medio de los escalofríos que la embargaban, toda la decepción y el rechazo que estaba saboreando, quiso abrir la boca una vez más:

—Tú sí me importas... —afirmó quebrándose de frío.

Harley se detuvo en la acera, la observó de reojo: tan sucia, tan desaliñada, con el cabello revuelto y mal atado, y aquella vidriosa mirada de lástima que solo conseguía llenarlo de odio. Negó con la cabeza y siguió caminando.

No sabía qué era o por qué lo sentía, pero Penélope era consciente de que sus escalofríos no se debían solo al clima y a la nieve. Lo veía en su piel, el mal presentimiento. No conseguía evitar que al ver a Harley una gran tristeza la acongojaba, porque algo iba a suceder y ojalá hubiera creído que se trataba de un bien. Mientras él refunfuñaba por la insistencia de la chica, ella oraba a Dios pidiendo porque nada le sucediese a Harley. Sus pupilas lo habían delatado, ¡jamás había visto a un hombre más vacío que aquel muchacho!

El viento, las distracciones, el fastidio y un leve dolor en la cabeza, llevaron a Wood hasta el borde de una montaña poco empinada pero usada de forma comercial por los esquiadores que en ese momento, gracias a quien fuese, no se hallaban cerca. Sin pensarlo, rodeó los bordes de la cima hasta dar con aquel que poseía tantas irregularidades empinadas que, tal vez, podrían acabarlo.

Avanzó unos cortos pasos más, alzó el rostro hacia el cielo y cerró los ojos. Estaba seguro de que mientras menos pensara, recordara y sintiera, más rápido pasaría, más rápido dejaría de sufrir... No pensaba, ya no, eso solo había conseguido perjudicarlo.

Entonces dio un hondo suspiro y resolvió dejarse caer, ligero, lento, sencillo, pero...

—¿¡Estás loco!?

Unos delgadísimos brazos lo sujetaron con fuerza de una de sus manos y trataron de contenerlo. Maldición. ¡Nunca nadie había dado un centavo por él! ¡Nunca nadie se había preocupado! Si a nadie le importaba, ¿por qué se empeñaban en no permitirle irse?

Apenas sintió el toque, reaccionó, furioso, cansado, harto, sin asimilar lo que sucedía. Luego, sin haber desviado los ojos del cielo, empujó a la persona que trataba de inmovilizarlo. De inmediato, sintió una mano sobre su hombro, esta lo apartó a un lado adentrándolo en la montaña al mismo tiempo que la voz dueña gritaba desesperada: "¡Jude!"

No habían transcurrido dos segundos desde que él la había empujado y ya caía al vacío, perdiéndose en la nieve y la oscuridad. Riley se lanzó al borde y estiró su mano para sujetarla pero era demasiado tarde.

Harley permaneció inmóvil, sin comprender lo que sucedía, sin hallar motivos para lo que había acontecido, tratando de ignorar los gritos de Riley y, sobre todo, los de Jude, tan agudos, tan fuertes que rompían el cristal del que estaba hecho su corazón si es que poseía uno.

Mil sensaciones se respiraba en el ambiente pero Harley solo podía repetirse: "No quise hacerlo".
¿Qué había más allá de la densa tormenta? Hasta el momento no había hallado más que dolor, miedo, ira, recuerdos, muerte...


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