—¿Y te acuerdas de él?
—Todos los días —respondí.
—¿Porqué?

—Él, estaba en todas mis rutinas, desde mi despertar, con esa luz preciosa que se instalaba en sus ojos de madrugada. Estaba en el espejo cuando me arreglaba, más por gustarle a él, que a mí. Estaba en los atardeceres que alargaban las sombras al paso. Estaba ahí, incluso, con su nombre en el calendario, con su voz dándoles forma a mis palabras. Estaba en forma de luz, de recuerdo, de imágenes fantasmales que me acompañaban y que a veces se confundían con la gente de la calle, con los libros que abría, y que entorpecían mi intento de escribir poemas idealizando un mundo en el que no cupiera la nostalgia, en el que fuera posible quitarse el dolor de encima.

—¿Qué es lo que más te gustaba de el?
—Tal vez esa es una de las preguntas para las que no suelo tener una respuesta. Y digo bien: una respuesta, porque tengo varias, ya que nunca me ha gustado limitar su encanto. Me gustaba su sonrisa capaz de hipnotizarme, su silencio y su modo de callar mis monstruos.Me gustaba la manera en que me amaba, así como si no existiera nadie más en el mundo, me gustaba, solo porque sí. Con él embelleciendo mis noches me daba cuenta de que, mejor que tener a alguien en tus manos, es saber que le perteneces a la persona correcta, siempre fue el correcto, pero yo tuve miedo y termine siendo la persona incorrecta para el.

—¿Y estas segura que era el correcto para ti?
—Me gusta pensar que sí, aunque ahora esté lejos.
—¿Qué tan lejos está ahora mismo?
—No tengo idea. ¿Cuánta distancia hay entre un sentimiento ajeno y un recuerdo?
—¿Qué piensas que está haciendo?
—Siendo feliz, por supuesto. Si es cierto que fue mi persona ideal, no necesariamente esta condición se cumple a la inversa. No me recuerda, no me echa de menos, talvez odia el tiempo que desperdició conmigo. Pero eso no quita el hecho de que le quise como a nadie y cuando llegue alguien más, sé que no va a quererlo ni en once meses lo que yo alcanzaba a quererlo en un solo día. Puedo sonar egoísta y no me importa. Del amor siempre pensé que sólo una vez se quiere hasta el punto de entregar tu vida por alguien, y a él ya le entregué lo que yo nunca podría entregarle a nadie, que es igual a decir que le di aquello que nadie le había dado.

—¿Lo sigues queriendo?
—Con toda mi alma.
—¿Por qué se fue?
—Llevo horas haciéndome esa misma pregunta, y la única respuesta que encuentro, es que se marchó por mi culpa, porque le hice mucho daño sin darme cuenta, y el dolor al final pudo más que el amor.

—¿Lo extrañas?
—¿Cuál fue la primera respuesta que te di?
—Todos los días.
—Pues eso. Todos los días. Lo extraño todos las malditas horas, de cada día.