Capítulo 7
Desde Azkaban, Bellatrix dormía poco. Y desde que vivía en un siglo que no era el suyo y se replanteaba cada noche su relación con el amor de su vida, menos aún. Así que el domingo se levantó temprano. Decidió lavar su ropa y organizar todo lo que el resto de la semana había ido dejando tirado por su apartamento. El dormitorio era pequeño pero con los cambios que había hecho resultaba bastante acogedor: en tono verde oscuro con muebles de madera de ébano y una cama no muy grande pero sí muy agradable con mantas de pelo y varios almohadones.
Sacó su varita y empezó la limpieza. Era una de las cosas que más la avergonzaban de sí misma: se le daban muy bien los hechizos de limpieza. Era propio de amas de casa o esposas devotas como sus hermanas, no de una guerrera. Pero su madre las obligó a aprender a las tres. Mientras el resto de niños jugaban, ellas aprendían a realizar las labores domésticas con magia. Bellatrix siempre protestó: eso era tarea de elfos. Pero sus progenitores aseguraban que todo sumaba puntos para buscar marido.
-Menos mal que están muertos –suspiró la mortífaga pensando en sus padres.
En media hora había terminado. Se tumbó en la cama a leer uno de los estudios de Flamel que había recopilado antes del viaje. Cogió el libro que utilizaba de cuaderno y lo hechizó para dictarle a vuelapluma las ideas que le interesaban. No llevaba ni diez minutos cuando alguien llamó a la puerta de su tienda. Cesó toda actividad con la esperanza de que la visitante se marchara. No sucedió.
-Ni en domingo me va a dejar en paz -masculló la bruja-. Da más trabajo que mi Señor.
En cuanto abrió la puerta, Nellie entró alegremente. Le sorprendió que iba incluso más elegante de lo habitual, con un tocado y uno de sus elegantes vestidos. Bellatrix tenía que reconocer que al menos la muggle vestía bien. La castaña la saludó, colocó una rebanada de bizcocho y un café sobre su mesa y apuntó:
-Desayuna deprisa que hay que ir a misa.
Bellatrix la miró como si le hubiese sugerido copular con un centauro. Había leído sobre el concepto de Dios, la religión y su importancia en la sociedad muggle. Pero no tenía ninguna intención de vivirlo en primera persona. Lo de adorar a un hombre todopoderoso como si fuera un ser superior, acudir a su llamada y sacrificarse para agradarle no... Su razonamiento se detuvo ahí. "No es lo mismo", se justificó, "No es lo mismo porque mi Maestro es...". Sacudió la cabeza y apartó la idea.
-Te lo agradezco pero esos rituales no van conmigo.
-Da igual, hay que ir para salvar nuestras almas –sentenció la muggle con un ligero tono irónico.
-La mía ya está condenada.
-Pos en el infierno nos veremos, querida –aseguró Nellie recibiendo una sonrisa de la bruja-, pero debemos ir. Ya has visto cómo es la gente del barrio, hay que intentar que no hablen de ti o estás jodida. A mí me acusan de ser bruja y tú trabajas de bruja, así que o estamos ahí sonriendo en primera fila o nos encierran en Bedlam.
Ante la mención del manicomio, Bellatrix la miró sorprendida. Hubo de aceptar que tenía razón, debía mimetizarse con la gente y no llamar la atención. Si todo el barrio iba a la iglesia, a la iglesia tendría que ir. "Ojalá me hubiese matado el idiota de mi primo y me habría ahorrado esto" pensó con rabia. Así que desayunó y murmuró: "Me cambio y vamos". La pastelera frunció el ceño.
-¿No estás cambiada ya?
-No, este es mi vestido de estar por casa.
-¿En qué se diferencia de los de salir?
-En que es un diez por ciento más barato.
Nellie asintió sonriente y le preguntó si le importaba que usara el baño. Bellatrix sabía que quería cotillear cómo tenía el resto de habitaciones, pero no se le ocurrió forma de negarse. Así que asintió con desgana. Fue a su habitación y eligió un vestido verde oscuro. Estaba atándose los cordones de las botas cuando se dio cuenta de que no había cerrado la puerta del todo. La muggle no necesitó más invitación.
-¡Oye, has arreglao las baldosas del baño! ¡Y has cambiao la ducha, está mucho más bonita y moderna! –exclamó- ¡Eh, y esta habitación parece de revista! ¿¡Cómo has podido cambiar todo y que quede así de elegante con...?
-Sí, hice algunos cambios –la cortó la morena intentando aguantar las ganas de cruciarla-. Contraté a un par de obreros, ya sabes, y lo hicieron todo.
No se atrevió a dar datos más precisos porque tampoco sabía cómo se llamaban los muggles que se dedicaban a esas cosas.
-Sí, claro... Creo que cuando te vayas me mudaré aquí. Me alegra que estés tan a gusto, me daba miedo que no... ¿No llevas medias, enaguas, ni na de eso? –inquirió.
Bellatrix se había subido el vestido para calzarse y no se dio cuenta de que le veía el muslo. Pues nada, ¡otro secreto menos! Al menos así olvidaba lo de la decoración. Cogió aire para serenarse y comentó:
-En Francia tenemos otro sentido de la moda, todo eso da mucho calor y es muy incómodo. Así que no. Solo la ropa interior y el vestido.
La muggle la miró extrañada pero se lo creyó. La bruja vio en sus ojos las ganas que tenía de interrogarla sobre su ropa interior. Por suerte el pequeño filtro que pudiera tener la pastelera le impidió preguntar. Se levantó y se colocó el corsé en la cintura porque hacía juego, no porque lo necesitara; estaba tan delgada que tenía que usarlos de cuerdas porque los de presillas le quedaban sueltos.
-Trae, te ayudo.
La pastelera le ajustó la prenda con destreza y se la ató bien, incluso mejor de lo que lo hacía su hermana. En ese aspecto Bellatrix por fin había encontrado su siglo idóneo. Al tenerla tan cerca notó que la pastelera olía a violetas, era agradable. "Ya estás, amor" murmuró la muggle. La bruja asintió incómoda por la proximidad. Cogió su bolso y salieron de casa.
El paseo hacia la iglesia fue agradable. Bellatrix odiaba el sol, pero últimamente estaba tan deprimida que hasta eso agradecía. Hacía días que no salía de casa, solo para recopilar libros o visitar tiendas esotéricas. Procuraba hacerlo cuando empezaba a oscurecer y la gente se fijaba menos en los transeúntes. En cuanto entraron a la iglesia, la mortífaga notó sobre ella el escrutinio popular. Mantuvo su gesto altivo y lamentó con todo su ser no poder organizar una masacre. Se sentaron en un lateral y Nellie le susurró:
-Tranquila, lo hacen siempre que hay alguien nuevo. A mí y a Mr. T siempre nos miraban mal. A él también le obligaba a venir... Les extrañará no verme con él.
-Como sigan mirando lo último que verán será cómo les saco los ojos –masculló la bruja.
La muggle la miró enarcando una ceja. Bellatrix cada vez se esforzaba menos en ocultar su desprecio y su agresividad hacia el mundo. Nellie decidió que tenía un sentido del humor un tanto peculiar, pero se identificaba con su odio a los vecinos. Por suerte el sacerdote salió al púlpito y con él cesaron las miradas y los cuchicheos. Empezó a predicar y Bellatrix lo escuchó con desinterés. Si creyendo en aquellas historias la gente era más feliz, adelante, pero a ella que la dejasen en paz.
-Y si cedemos ante el maligno –proclamaba el cura- será el propio Satán quien nos reciba en el infierno.
-En cuanto me reciba a mí, hará las maletas y me cederá el trono –murmuró Bellatrix.
A Nellie le hizo gracia y le costó disimular la carcajada. Por alguna extraña razón, la bruja se sintió orgullosa de haberla hecho reír. Le recordó a cuando Dumbledore daba sus discursos antes de las cenas y ella hacía comentarios irónicos para hacer reír a Narcissa. Así que continuó con sus mordaces observaciones. Llegó a sugerirle a Nellie que exclamara: "¡He roto aguas!" para poder largarse de ahí. La pastelera le suplicó que se callara porque no aguantaba más la risa y las iban a echar.
Cuando por fin el cura les despidió con un "Podéis ir en paz", Bellatrix le preguntó a su compañera: "¿Me arranco con un aplauso para asegurarnos de que termina o...?". La muggle soltó una sonora carcajada y la detuvo.
-Estás pirada –murmuró la castaña-, pero hacía siglos que no me reía tanto... Bueno, hacía siglos que no me reía.
De nuevo, la bruja se sintió violenta por la intimidad. Y también sorprendida: ella nunca hacía reír a la gente, prefería hacerlos chillar y suplicar. Pero tenía que reconocer que eso tampoco estaba mal. Mientras intentaban salir, un hombre detuvo a Bellatrix. Su primer instinto fue retorcerle el brazo, pero se contuvo. Se giró y vio que era un anciano al que había atendido esa semana. Le espetó que qué quería. Algo acobardado por su brusquedad, el hombre se disculpó por abordarla y comentó:
-Solo darle las gracias, Madame. El filtro vigorizante que me vendió me hizo tener más energía y gracias a eso esta semana he podido cuidar a mis nietos mientras sus padres trabajan. Así que muchas gracias.
-Ah, vale... -respondió la morena intentando ser amable porque le quedaban más de once meses viviendo con esa gente.
Además no lo entendió. El hombre ya le pagó, ¿para qué le daba las gracias? Qué raros eran los muggles. "Hablando de muggles...", pensó, "¿Dónde está la mía?".
Nellie no se dio cuenta de que se detenía para charlar y se había adelantado. La bruja la distinguió junto a la puerta con dos matrimonios del barrio que sonreían ampliamente. Si algo odiaba Bellatrix eran las sonrisas falsas. Ya era un gesto desagradable de normal como para encima forzarlo... Recorrió la distancia que las separaba pero se quedó a unos metros. No quería intervenir ni tenía deseo alguno de que le presentara a esa gente. Decidió que como Eleanor estaba acompañada, ella podía volver a casa sola, disfrutando del silencio.
A ello se disponía cuando escuchó frases sueltas de la conversación. Le estaban contando que Sweeney se había mudado a un barrio mucho más pobre con una mujer a la que cuidaba con devoción.
La pastelera, incapaz de responder, simplemente asentía con un nudo en la garganta. No se debía al miedo de que interrogaran al barbero y sus versiones no coincidieran, sino a que prefiriese vivir en un lugar peor con tal de no verla. Y sobre todo a que quisiera a una vagabunda esquizofrénica como nunca la quiso a ella. Intentó no llorar mientras las dos parejas le preguntaban si ella se veía con alguien. Sabía que el único propósito de la conversación era hacerla sentir mal, así que no les dio el gusto. Se encogió de hombros y aseguró que solo fue su inquilino y ella era una viuda devota.
-¡Oh, pero se la veía a usted muy encaprichada con él! ¿No, querida? –preguntó una de las mujeres.
A Bellatrix esa voz le resultó familiar. Analizó el rostro al que pertenecía y vio que se trataba de la clienta cotilla a la que su marido le ponía los cuernos. La mortífaga sonrió. Ya que no podía ejercer la tortura física, bien podía disfrutar la psicológica. Se aseguró que el motivo de inmiscuirse era ese y no defender a la muggle.
-¡Te había perdido, prima! –exclamó pasándole a Nellie un brazo por la cintura- ¿Me presentas a...? Ça alors! A usted la recuerdo.
En el momento en que la vecina reconoció a la infame vidente, su rostro se demudó.
-Se marchó muy deprisa –se lamentó la bruja-, no pudimos comentar lo de...
-¡Es que estos días está mi hermana en casa y estamos muy ocupados! –la cortó la mujer en lo que fue casi un chillido.
-Pero lo que usted trata con sus clientes es secreto de confesión, ¿no? –preguntó el marido intentando sonar jovial sin lograr ocultar su angustia- Como los sacerdotes...
Bellatrix rió y preguntó contoneándose provocativamente:
-¿Me ve usted pinta de sacerdote? Además, ¡poco importa! Soy solo una timadora que se inventa las cosas, non?
La bruja lo comentó con ligereza y una sonrisa, también como pretendiendo que sonase a broma. Pero todos sabían que no lo era. El angustiado matrimonio alegó que, como habían comentado, estaban muy ocupados y debían marcharse. Los otros vecinos los imitaron al punto.
-Un placer verles, que tengan buen día –se despidió la mortífaga.
En cuanto se quedaron solas, la bruja retiró el brazo de la cintura de la muggle. Pero Nellie, con ojos brillantes, la abrazó y la besó en la mejilla. "¡Eres mi heroína!" exclamó con alegría. Bellatrix pensó que ojalá su maestro fuese tan efusivo.
-Ven, vamos al mercao que ponen al aire libre en el parque. Es bonito, te gustará. Y de camino me cuentas todo lo que sepas de esas arpías.
La morena protestó pero fue ignorada. La muggle ya la había agarrado del brazo y planificado la ruta. Se dio cuenta de que la pastelera intentaba distraerse para no pensar en lo que le habían contado de Mr. Todd. Pensó que igual necesitaba hablar de ello... "Pues que se busque a otra, yo solo soy su inquilina" decidió la bruja. Ya había hecho demasiadas concesiones a la bondad por un mes.
El mercado estaba bastante concurrido, pero pese a eso era agradable. Pequeños puestos con diferentes productos se distribuían a lo largo del parque. Olía a flores y especias y los coloridos productos rompían la monotonía cromática del Londres industrial. La morena se dejó guiar por la muggle, a la que le apasionaban los puestos de telas y los de flores.
-Me encantan estas batas tan suaves –murmuró acariciando una-, pero son mu caras...
-Te pago diez libras al mes –comentó la bruja con sorna.
El rostro de la pastelera se ruborizó ligeramente ante lo que ambas sabían que era una estafa. Dejó la bata y no replicó. Tampoco hizo falta porque la bruja se distrajo. Un par de vendedores ambulantes les ofrecieron filtros amorosos y de belleza pero los rechazaron con prontitud: a Bellatrix no le hizo falta ni meterse en sus mentes para saber que eran simples estafadores. Muggles, nada podía esperar de ellos... No obstante, una mujer que decía leer la buenaventura en un pequeño puesto un poco más allá captó su interés. Se separó de la pastelera que había encontrado un nuevo puesto de flores y se acercó.
Se trataba de una señora de avanzada edad, de rostro marchito pero afable. Observó que también vendía diversos filtros y plantas medicinales. No era bruja, pero tampoco parecía tener ánimo de estafar.
-Buenos días, hija, ¿qué necesitas? –le preguntó con una sonrisa.
Bellatrix no supo qué responder, no podía ir por ahí comentando que necesitaba encontrar la fórmula de la vida eterna. Así que se encogió de hombros. "Los jóvenes de hoy en día no sabéis lo que queréis" murmuró la mujer. La mortífaga no pudo evitar reír ante la idea de que la considerara joven; esa fase de su vida se la saltó, vivirla en Azkaban no fue vivir. La vendedora le preguntó si le permitía analizar su mano. Bellatrix tuvo el insulto en la punta de la lengua. Pero se lo tragó, tenía que adaptarse si quería lograr su objetivo. Extendió con recelo la palma de la mano y la mujer empezó a recorrer las líneas con su índice. Para intentar calmar su ansiedad y su incomodidad, la mortífaga preguntó:
-¿De qué son las pociones que vende?
-Oh, lo habitual –murmuró la mujer que parecía fascinada con su mano-. Filtros para adelgazar, belleza, juventud...
-¿Me quiere decir que si me bebo uno de esos frascos transparentes seré joven para siempre?
-Muy pocas cosas son para siempre, hija mía –respondió la mujer sonriente-. Serás joven un poquito más.
-¿Le importaría si...?
"Por favor" la invitó la mujer tendiéndole uno de los frascos. Bellatrix lo destapó con la mano que le quedaba libre y lo olió. Reconoció el aroma a romero, jengibre y granada mezclados con otros que le eran menos familiares. Lo entendió: esas hierbas tenían propiedades para conservar la salud y la juventud. Sus filtros constituían un hábito para cuidarse, como una crema hidratante, nada mágico. Pero al menos la mujer no mentía.
-Has tenido una vida dura... -murmuró la mujer.
-No lo jure –respondió Bellatrix distraída-. Esto lleva jugo de granada, ¿cómo consigue que la mezcla final sea transparente?
-Con productos químicos inofensivos –reconoció la mujer-. No altera el resultado final, pero le da un aire más real.
-¿Por qué más real? –preguntó la morena con interés.
-Verás, de joven estudié a los chamanes y su utilización de las hierbas para prolongar la vida. En sus culturas ancestrales aseguraban que cualquier brebaje que garantice vida eterna debía ser transparente, pues es el color del alma, lo único que perdura del ser humano tras su muerte.
Bellatrix lo meditó. Al principio le pareció una soberana estupidez, pero coincidía con alguna de las notas que había leído de las investigaciones de renombrados alquimistas. Además, muchos chamanes habían sido brujos. Era un buen punto de partida: podía descartar varios ingredientes que jamás darían como resultado una poción incolora. Iba a darle las gracias a la mujer y a marcharse cuando ella continuó con su mano:
-Aquello que en su día no atendiste y dejaste marchar, volverá a ti. Pero si lo afrontas con honestidad y abres tu corazón, hallarás el camino.
-Claaaro... -murmuró la bruja con evidente desconfianza- Bueno, si no le importa, tengo que...
-Y quizá si no vivieras con tanta prisa te darías cuenta de que lo que buscas está justo en...
"¡Cielo, no te encontraba!" exclamó Nellie apareciendo junto a ella. La mortífaga le preguntó a la tendera cuánto le debía y ella dijo que la voluntad. Sacó de su bolsillo dos chelines y se los tendió. La mujer le dio las gracias y le deseó buena suerte.
-Habría sobrao con dos peniques –le reprochó la muggle cogiéndola del brazo.
La mortífaga sacudió la cabeza ante la idea de que esa mujer le diera lecciones sobre estafar a la gente. "Mira, ¡te he comprao esto!" exclamó la pastelera tendiéndole un pequeño ramo de lirios morados. Bellatrix lo aceptó confundida.
-Es para que lo pongas en tu tienda, así estará aún más bonita, tendrá más luz. Y para darte las gracias por librarme de los cotillas esos... Y de la pasma el otro día...
Recibió un rápido gesto de aquiescencia de la bruja. No estaba acostumbrada a que le hicieran regalos. Sabía que esas flores eran caras y por lo que había visto, su casera prefería las margaritas y los claveles por lo económico. Pero aún así había elegido esas porque quedarían mejor con los tonos oscuros de su tienda. Su maestro nunca le había regalado nada. Su marido sí, pero jamás teniendo en cuenta sus gustos o preferencias, más bien por cumplir.
-Ha sido una buena mañana, ¡me lo he pasao bien hasta en la iglesia! –comentó la muggle satisfecha mientras volvían a casa.
Pese a la sensación de estar fuera de lugar y de ligera incomodidad que ahora acompañaba a la bruja, estuvo de acuerdo.
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