Capítulo 5
La habitación que serviría como tienda de adivinación tenía un punto oscuro y misterioso pero entraba luz natural por el ventanal del fondo. Bellatrix le dio los últimos toques con velas, inciensos y libros muggles sobre ciencias ocultas. Compró un par de barajas de tarot y juzgó que con eso y su imaginación bastaría. A lo que más tiempo dedicó fue a las pociones. Lo de tarotista era una tapadera porque estaba mejor visto, pero su pretensión era que corriera la voz de que su fuerte eran los filtros y además disponía de ingredientes raros.
Por supuesto no podía vender pócimas de amor, de energía o quemagrasas sin adulterar: como algún mago topara con ellas, la descubriría. Así que las modificó. Si en la receta original de la amortentia un frasco contenía treinta mililitros, Bellatrix repartió esa cantidad entre quince frascos. Los rellenó con agua tintada y aromatizada, para que perdieran su color y su olor pero sin alterar sus propiedades. De esa forma las pociones funcionarían pero muy ligeramente: lo justo para que notaran que trabajaba mejor que el resto de charlatanes pero sin llamar la atención de la población mágica.
También vendería ingredientes sueltos, los que se podían conseguir en el mundo muggle: plantas, semillas, escamas y pelos de animales comunes... Quizá así, tarde o temprano, la persona que estaba elaborando el filtro de vida eterna pasaría por su tienda en busca de ingredientes o de consejo. Sabía que era una probabilidad bastante baja, pero no se le ocurría nada mejor. También preguntaría a los clientes a quiénes más compraban pociones y acudiría a los mercados y vendedores ambulantes. Así esperaba que fuesen surgiendo nombres e ideas, porque otra opción no tenía. Y eso la angustiaba.
Poseía una gran fortaleza, pero nunca en su vida se había sentido tan desamparada, tan sola y abandonada; ni siquiera en Azkaban. Quería pensar que aquello era mejor que la cárcel, desde luego el hogar y sus condiciones de vida lo eran. Pero la angustia de no saber si conseguiría algo, estar a un siglo de su familia y de su Señor, no poder usar la magia libremente... Había noches en la que escuchaba llorar a la pastelera en el piso de abajo y había noches en que no la escuchaba porque ella también estaba llorando.
Una noche, tras cerciorarse de que no pasaba nadie por la callejuela a la que daba la entrada de su piso, transfiguró el letrero de la antigua barbería. Ahora, un elegante cartel anunciaba: "Madame Lenoir. Tarot y adivinación".
-Bueno, esto ya está –murmuró colocando un mantel de terciopelo negro sobre la mesa-. Ahora a esperar.
Los dos primeros días nadie subió a su tienda. El local arrastraba la siniestra fama del barbero y la leyenda negra de cómo perdió a su mujer. Y siendo que su negocio era aún más tenebroso que una barbería, era evidente que aquello fracasaría. Así que con infinita rabia, decidió seguir el consejo de la muggle. Por la tarde, cuando la pastelería estaba en plena ebullición, bajó a ver a su casera.
-¡Hola, cielo! ¿To bien? Dame un minuto, ahora vengo –murmuró la pastelera con tres empanadas en cada mano.
A la bruja no le dio tiempo ni a responder, simplemente esperó junto al mostrador. Casi toda la tienda la miraba sin dejar de engullir. No solo por su belleza y su estilo; notaban que era forastera y el hecho de que estuviera sola casi de noche les extrañaba mucho. Si no tenían marido lo normal es que las mujeres salieran con su hermana, su madre o con una dama de compañía. Si no, la posibilidad de sufrir ataques aumentaba todavía más.
-¿Quieres cenar? Siéntate aquí, amor –murmuró Nellie arrastrándola a una mesa junto al mostrador-, ahora te traigo una empanada. ¿Quieres ginebra?
Bellatrix tampoco tuvo oportunidad de contestar a eso, la pastelera ya había desaparecido. Al poco volvió y colocó sobre su mesa la empanada y un vaso rebosante de alcohol. La bruja le dio las gracias. Sacó de su bolsillo un libro sobre alquimia e intentó leer mientras cenaba. Fue incapaz de centrarse. Se sentía tan incómoda, tan fuera de lugar entre aquellos muggles... En su mundo disfrutaría enormemente cruciándolos y extrayendo sus entrañas como alimento para Nagini. Pero ahí no podía. Estaba sola y no debía alterar nada. Le quedaba un año menos una semana: había conseguido un calendario en el que iba tachando los días.
Hubo hombres que intentaron darle conversación o invitarla a una copa. Los rechazó con falsa amabilidad mientras apretaba los puños tanto que los nudillos se le pusieron blancos. Una cosa era dejarse ver para que no corrieran leyendas sobre el monstruo del ático y otra muy diferente ser sociable; no lo era ni con su familia. También la irritaban los clientes que babeaban con el sobresaliente escote de la pastelera o le hacían comentarios poco elegantes. Los muggles eran sin duda repugnantes.
En cuanto se terminó la cena, volvió a su apartamento. Se ovilló en la cama y planeó lamentarse ahí de su suerte durante el resto de sus días. No pudo porque un par de horas después alguien llamó a su puerta. Se levantó y se puso una bata larga sabiendo de sobra quién era.
-¡Ha ido genial, amor! –exclamó Nellie alegremente sentándose en una de las sillas de la tienda- Muchas personas man preguntao... ¡Uy, qué bata más elegante! Nunca había visto...
-¿El qué te han preguntado? –la cortó la bruja intentando conservar la paciencia.
-Ah, por ti, man preguntao por ti. Les he dicho que eres mi prima francesa y que eres la mejor vidente y vendes brebajes y porquerías de esas. Muchos parecían interesaos. No sé si en tu tienda o en ti, ¡pero qué más da, la cosa es desplumarlos!
-Sí, supongo que sí –murmuró la morena abatida sentándose frente a ella
-¿Estás triste por lo de los clientes? No te preocupes, ya llegarán. Yo estuve meses sin un solo visitante, sola con las cucarachas desde que murió Albert. Albert era mi marido, palmó hace seis años, cuando yo tenía treinta. Mi pobre Albert... Nunca quise casarme, porque yo sabía que Benjamin... Benjamin era Sweeney antes de volver a la cárcel... ¡Ay mierda, eso era un secreto! Bah tú no lo vas a contar, ¿verdad?
No, Bellatrix no lo iba a contar. Sobre todo porque había desconectado tras la primera frase. Aquella mujer hablaba demasiado, empezó a entender por qué el barbero se volvió loco. Pensó en pedirle que se marchara porque tenía sueño, pero por alguna razón se sentía menos angustiada con su compañía. Al menos tenía a alguien en aquel siglo con quien compartir ginebra, confidencias y mentiras; ya era mejor que su relación con la mayoría de mortífagos. Así que le permitió desbarrar sobre sus asuntos durante lo que pudieron ser horas. Se acostó firmemente convencida de que había dado con la muggle más trastornada del país.
Pero la trastornada muggle tuvo razón. A la mañana siguiente un joven marinero acudió a su tienda.
-Buenos días, Madame –saludó el chico quitándose la gorra.
-Buenos días, caballero. ¿Qué desea? –le preguntó Bellatrix con una sonrisa.
El visitante empezó a balbucear y a retorcer la gorra con nerviosismo. La morena no recordaba el efecto que causaba en los hombres (no lo recordaba porque el único con quien trataba era Voldemort, completamente inmune a sus encantos). La habían educado para seducir a los varones de sangre pura y aunque nunca necesitó recurrir a ello, no perdió la técnica. Con un gesto de su mano le indicó que se sentara frente a ella.
-Dígame, ¿qué desea saber? –preguntó con voz suave mientras empezaba a barajar las cartas.
"Aparte de mi talla de sujetador" pensó la bruja mientras daba gracias de llevar su alianza. ¡Algo bueno tenía que haber aportado Rodolphus a su vida!
-Eh... Yo.... ¿Me... me casaré algún día? –preguntó con timidez- Siendo marinero es difícil...
La morena asintió como si fuese una sabia pregunta. En su fuero interno pensó que como no fuese con un arenque, aquel tipo no encontraría pareja nunca. Repartió las cartas sobre el tapete de la forma en que le pareció más bonita; porque lo que era idea de usarlas, no tenía ni una pizca.
En el mundo mágico la cartomancia era similar a otras formas de adivinación como los posos del té o la bola de cristal: nadie había demostrado su eficacia y por tanto casi nadie se molestaba en estudiarlo. Aunque hubiese disfrutado mucho inventándose un futuro bizarro para el chaval, Bellatrix necesitaba granjearse una clientela para que se corriera la voz. Así que tenía que tomárselo en serio. Dio gracias de ser una gran legilimente: si como la mayoría hubiese necesitado que el tipo la mirase a los ojos para penetrar en su mente, habría fracasado.
-Veamos... Me dicen las cartas que ha tenido dos relaciones estables pero no han ido muy bien, ¿verdad?
-Eh... Sí, así ha sido –respondió el chico algo sorprendido de que hubiese acertado.
-Y han fracasado porque... Aquí veo algo raro, el tres de bastos me dice que algo falla en el aspecto íntimo.
El hombre estaba en ese punto completamente colorado. La bruja había visto en su mente que le excitaba que sus parejas imitaran a animales de granja durante el coito; obviamente aquello solía suponer el fracaso de la relación. No quería darle tantos datos como para asustarlo, pero tampoco veía cómo abordar el tema sutilmente. Aún así lo intentó:
-Mi consejo es que a veces la imaginación es el estímulo más poderoso. Es mejor emplearla durante los primeros meses de la relación y guardar las sorpresas para más adelante. ¿Lo comprende? –inquirió la bruja intentando aguantar la risa ante el patetismo.
-Perfectamente –respondió él con la mirada fija en el mantel.
-Muy bien. Siendo así, veo aquí que probablemente en un par de años, le ascenderán y hará fortuna. Encontrará a una mujer adecuada para usted y podrán mudarse al campo para vivir tranquilos.
El marinero estaba atónito. Ese sería su mayor sueño: una granja en el campo con una buena mujer y criando todo tipo de animales ruidosos. Nunca se lo había contado a nadie, pero sin duda las cartas se referían a eso. Había acudido a la vidente porque la tarde anterior le fascinó aquella mujer en cuanto pisó la pastelería, pero en absoluto creyó que acertara nada. Se había convertido de golpe. Así que le pagó y dio las gracias efusivamente.
-Muchas gracias, Madame, no sabe lo feliz que me ha hecho –murmuró abriendo la puerta.
-Gracias a usted y vuelva cuando quiera –respondió la bruja guiñándole el ojo.
De la emoción el hombre tropezó por las escaleras, pero Bellatrix no lo oyó porque estaba ocupada riéndose. ¡A ver si al final la videncia iba a ser lo suyo! Con un poco de suerte, hasta disfrutaría de su trabajo. Además estaba segura de que el marinero le hablaría de ella a todos sus conocidos. Guardó las monedas en su bolsillo mientras pensaba que era el primer dinero que había ganado en su vida. Le resultó extrañamente gratificante.
A la media hora acudió una mujer. El perfil era totalmente distinto: una alcahueta que quería curiosear sobre la nueva timadora del barrio. Apenas se molestó en ocultar su desconfianza hacia la francesa. Se sentaron. Bellatrix barajó las cartas y las colocó formando una B porque ella lo valía.
-¿Qué quiere usted saber? –le preguntó.
-Qué tal me va a ir con mi negocio –respondió la mujer sin dar más pistas.
La mortífaga asintió y se metió en su mente. No tenía ningún negocio, la mantenía su marido y a cambio ella le pasaba por alto sus infidelidades. La estaba poniendo a prueba. Empezó a levantar cartas al azar con expresión de concentración y al poco frunció el ceño.
-Lo lamento, las cartas no me dicen nada de ningún negocio. A no ser... ¡ah, espere, sí, sí!
La clienta la miró ocultando su sonrisa de satisfacción por haberla engañado. Ajena a ella, Bellatrix continuó:
-Me hablan de negocios pero no suyos, sino de su marido. Y no necesariamente en el ámbito económico... -murmuró.
La mujer empalideció. La bruja siguió levantando cartas hasta que por fin dio con el arcano que pretendía que saliera. Alzó la vista y comentó:
-Me sale la carta de los amantes. Puede significar muchas cosas, desde luego, pero...
-Sabe qué, ¡no lo quiero saberlo! –la interrumpió la mujer horrorizada- Prefiero que el futuro sea sorpresa.
"Como usted desee, Madame", respondió la morena con una sonrisa. El primer impulso de la vecina fue no pagarle. Pero aquella tarotista, por un motivo u otro, sabía demasiado; mejor no hacerla enfadar. Así que le arrojó unos peniques a toda velocidad y salió despavorida. Le hubiese gustado mirar las pociones que vendía: si eran la mitad de certeras que sus predicciones valdrían la pena. No obstante, el bochorno por ser una cornuda era mayor, así que abandonó el local. De nuevo Bellatrix sonrió satisfecha. Esa mujer cuchichearía sobre sus malas artes entre todas las vecinas y enseguida acudirían para comprobarlo de primera mano.
Así fue durante toda la semana. Tanto hombres que la pretendían pero se retiraban con elegancia al saber que estaba casada como vecinos cotillas que querían curiosear. Dependiendo de la actitud de cada uno, Bellatrix era más o menos mordaz con sus predicciones. Una chica compró una poción amorosa a pesar de quejarse de su precio. La mortífaga no aceptaba regateos porque sus filtros funcionaban de verdad... al menos durante un rato. La persona a quien esa joven le colara el brebaje sentiría una repentina pero moderada atracción hacia ella pero duraría pocos días y seguiría siendo dueño de su voluntad. Así que no afectaría a la Historia.
Al llegar el sábado le había echado el tarot a una veintena de personas y había vendido tres filtros. Estaba bastante satisfecha. Algunos clientes le habían asegurado que volverían y le habían recomendado libros y tiendas para sus investigaciones sobre pociones. Todos los días al terminar su jornada, la pastelera le subía la cena y compartían un vaso de ginebra. A Bellatrix le seguía molestando lo que le gustaba hablar, pero la escuchaba en silencio y asentía de vez en cuando.
Mientras esperaba su cena, se retiró a su cuarto de pociones para apuntar lo que había sonsacado a sus clientes ese día. Ahí llegó otro de los disgustos de la semana. Desde que llegó no había consultado el libro que le entregó Voldemort, en el que se contaba que alguien entre ese año y el siguiente en la zona muggle de Londres descubrió la poción de vida eterna. Había estado demasiado ocupada. Cuando ese día lo abrió para revisarlo...
-¡No me jodas! –exclamó con horror.
Pasó las páginas a toda velocidad con el mismo resultado: en blanco, no había nada escrito. Su cabeza empezó a maquinar a toda velocidad: ¿quizá era una paradoja porque en ese siglo aún no estaba escrito?
-No... -murmuró para sí misma- Porque las bragas de encaje que llevo tampoco se han inventado en este siglo y aquí están...
Dedujo que se trataba del sellado oscuro. Solo ciertas personas podían abrirlo: el autor, gente de su confianza o magos de notable poder. Ella pudo leerlo al principio porque estaba junto a Voldemort, pero sin él, carecía del poder suficiente para que revelara sus secretos. Respiró hondo para no llorar por ese nuevo revés. Bueno, tampoco revelaba mucho y recordaba lo que su maestro le había contado. Decidió centrarse en lo positivo: así tenía otro cuaderno para apuntar lo que iba descubriendo. Como era mágico, resultaba mucho más seguro que los de origen muggle.
Cogió su pluma favorita y empezó a escribir en la primera página lo que recordaba que ponía antes en el libro. Cuando terminó, salió de la habitación y observó que ya era de noche. Aunque los sábados abría hasta más tarde, la pastelería ya debería haber cerrado.
-¿Pero dónde está mi cena? –masculló la bruja.
Poco sabía que su cena se retrasaba por un buen motivo: un piso más abajo, dos agentes de policía entraban a la tienda de Mrs. Lovett en busca de respuestas.
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