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Capítulo 4

Los días siguientes, Eleanor no vio a su inquilina. No bajó a ninguna comida pero tampoco le importó. Supuso que estaría ocupada adecuando el apartamento, aunque en ningún momento vio a nadie entregarle su equipaje. Claro que bastante trabajo tenía ahora que se había quedado sin Toby como para estar pendiente de si subía alguien... Había olvidado casi por completo su duelo por Sweeney. Pasaba el día pensando en la misteriosa francesa que tanto ansiaba vivir ahí. De vez en cuando se paraba a escuchar sus pasos, eran más silenciosos y ágiles que los del barbero, pero también parecía andar de un lado a otro hasta altas horas de la madrugada.

¿Sería cierta su historia? ¿Le pagaría tantísimo dinero todos los meses por un alquiler que ambas sabían que no valía ni la mitad? ¿Realmente abriría un negocio de tarotista? Todo preguntas y ninguna respuesta.

Como siempre, decidió centrarse en la parte positiva: si había conseguido una inquilina tan rápido era porque inspiraba confianza. La policía sospecharía menos si todo funcionaba como siempre. Otra ventaja era que ahora compraba la carne en la carnicería, así que ya no habría dudas sobre su origen. Claro que le inquietaba la procedencia de aquella mujer y que viviera sola sin ser viuda, poco tardarían los vecinos en chismorrear... Pero cada problema a su tiempo, ya se inventaría algo cuando le preguntaran. De momento nadie había detectado que encima de ella vivía alguien. Además, fantaseaba con que si Sweeney seguía en Londres, se enterase de que había ocupado su apartamento y con alguien que le pagaba, ¡no resultaba tan irremplazable en su vida!

-Ya, solo que a él le importa una mierda lo que yo haga –murmuró mientras cocinaba sin prestar atención a los alimentos o a las cucarachas que correteaban entre ellos.

Esa tarde su curiosidad no pudo más. Con la excusa que la francesa llevaba días sin comer, le subiría la cena. Quería asegurarse de que lo que sucedió tres noches atrás no había sido una broma y de que esa mujer no hubiese montado una secta en su casa.

-Con la suerte que tengo no me extrañaría... –murmuró Nellie mientras observaba marcharse a los últimos clientes.

Efectivamente Bellatrix llevaba todos esos días centrada en arreglar el piso. Empezó por los hechizos protectores. Eliminó su rastro mágico: solo los aurores y magos expertos eran capaz de detectarlo y en ese siglo, todavía no sabían que se podía borrar. Principalmente porque fue Dumbledore quien décadas después descubriría cómo hacerlo. Así que nadie notaría que era bruja. Después hechizó la casa para que solo ella pudiese aparecerse y añadió varios maleficios protectores que en su familia se aprendían a los seis años. Cuando quedó satisfecha, pasó al siguiente punto.

No le gustaba la decoración, nunca había decorado nada, pero Transformaciones fue una de sus asignaturas favoritas y se le daba muy bien. Pudo modificar los muebles a su gusto, hechizar el calentador de la ducha para que el agua saliera caliente y utilizar conjuros de fondo infinito para que sus posesiones cupieran en los armarios. Organizó con esmero la habitación de pociones y utilizó un encantamiento para que nadie más pudiese acceder a esa sala (no se fiaba nada de su casera). Por último, adecentó el cuarto principal para montar ahí su negocio.

Cuando Nellie subió la escalera lo primero que le sorprendió fue que los cristales que permitían ver el interior de la tienda estaban cubiertos por elegantes cortinas púrpuras. Supuso que era para darle más aire esotérico, al fin y al cabo en esas tiendas el ambiente era lo único real...

-¿Madame Lenoir? –preguntó llamando a la puerta- Le traigo la cena.

Con reticencia y lentitud, la puerta se abrió. A Bellatrix no le dio tiempo ni a responder: la castaña ya estaba dentro.

-¡Joer! –exclamó la pastelera contemplando la sala.

Apenas reconocía la antigua barbería, solo el ventanal del fondo permanecía inalterado (aunque más limpio). El resto estaba decorado en tonos grises y morados, sofisticado pero con un punto misterioso, y muebles sencillos pero elegantes. En el centro había una mesa de madera de ébano con una silla a cada lado y al fondo, varias estanterías con frascos con líquidos de colores protegidos tras un cristal.

-¿De dónde ha sacao los muebles? ¿Qué ha hecho con los de Mr. T? ¿Cuándo le ha dao tiempo a pintar esto? ¿Qué son esos...?

-Contraté a un par de obreros para que me ayudaran –mintió la bruja- y como ya le comenté, me trajeron mi equipaje y encargué lo que faltaba. Quiero abrir la tienda cuanto antes.

-Vaya... -murmuró Eleanor fascinada- Ha quedao muy bonito.

-¿Usted cree? –preguntó la mortífaga.

Era la primera vez que decoraba algo y su hermana siempre le decía que no tenía ningún sentido del gusto. Y solo porque una vez tuvo la idea de disecar el cadáver de una víctima y exponerlo en el recibidor...

-Sí, sí, es como en las revistas caras de decoración –murmuró la muggle.

-Gracias –respondió Bellatrix decidiendo que esa mujer tenía mejor criterio estético que su hermana- y por la cena también, he estado tan ocupada con esto que se me pasaron las comidas.

-De na, si prefiere que se las suba en lugar de bajar, no me...

La castaña se interrumpió al contemplar lo único que le faltaba por examinar de la habitación: su inquilina. Estaba sentada junto al enorme ventanal por el que aún entraba la última luz del día mientras picoteaba la cena. La vez anterior Eleanor apenas había podido fijarse en ella, estaba oscuro y la capa la ocultaba casi por completo. Ahora se resarció.

Isabelle era como una princesa gótica que había decidido asesinar al príncipe y huir del castillo. Su piel pálida denotaba su origen noble pero se distinguían ligeros rastros de años de malvivir. Sus ojos se asemejaban a esmeraldas malditas y en ellos danzaban la pasión, la angustia y el odio. La muggle sintió un escalofrío, era como si aquellos orbes oscuros pudieran penetrar en su alma y arrasarla. No obstante, lo que más envidiaba era su larga melena negro azabache que, en comparación con sus caóticos rizos caoba, aún resultaba más brillante y sedosa. La figura que marcaba su vestido de terciopelo negro era perfecta, como si...

-¡Mrs. Lovett! –la llamó la bruja para sacarla de su ensoñación- ¿Se encuentra usted bien?

-Ah... Sí, sí, perdón, me he distraído. Oye, tutéame. Puedes llamarme Eleanor... o Nellie.

La morena asintió nada convencida de tanta familiaridad. Le estaba costando crucios internos ser amable y no incendiarlo todo para calmar su ansiedad por lo ridículo de la situación. Pero debía comportarse para que esa maldita muggle la dejase en paz. Lo importante era el éxito de la misión, el resto era secundario. Mientras seguía con la cena, decidió suavizar a su casera con un cumplido para comentarle luego otro acuerdo que necesitaba establecer.

-Esto está muy bueno, no me extraña que seas pastelera, se te da muy bien.

La muggle la observó frunciendo el ceño creyendo que le estaba tomando el pelo. Pero no, parecía sincera. No se le daba bien cocinar, si tenía buenos ingredientes se defendía, pero nada digno de alabanza. Claro que se había esforzado cuando cocinaba para Mr. Todd, pero él ni una vez se lo agradeció. Así que sonrió con calidez por el cumplido. Seguidamente, con aspecto distraído, Bellatrix comentó:

-He pensado que podemos decir que somos primas y he venido a pasar unos meses porque mi marido está muy ocupado con sus negocios en Francia. Creo que físicamente nos... nos parecemos un poco –murmuró la morena con fastidio por compararse con una muggle-, así que la gente se lo creerá. Eso será más cómodo que explicar la situación real, que además a nadie debería importarle, ¿no te parece?

De entrada la pastelera no supo qué responder, no esperaba aquello y no se fiaba de esa mujer. No le gustaba la idea de añadir otra mentira a la enorme cadena que ya arrastraba... Pero por otra parte, la morena tenía razón. Sería más fácil y menos sospechoso. Y en relación a sus crímenes con Mr. Todd...

-Podemos decir –añadió Bellatrix- que como venía a visitarte yo, que soy familia, le pediste al barbero que se marchara para acogerme.

Eso sería perfecto. Nadie creería que Sweeney huyó por ser un criminal, sino que fue una cosa planeada de antemano y con todo el sentido del mundo. Era demasiado perfecto. ¿Qué ganaba la francesa con ello? Supuso que ocultarse de su marido un tiempo más y le pareció bien. Con lo que le había pagado, como si quería decir que era su nieta.

-Vale, me parece buena idea.

Bellatrix asintió con una sonrisa impostada. Así no habría murmullos sobre su identidad, no llamaría la atención y tenía una razón de peso para estar ahí. Mientras terminaba de cenar, miró a su casera esperando a ver si tenía a bien marcharse de una puñetera vez. Nada apuntaba a ello, era demasiado cotilla y sin duda tenía ganas de hablar.

-¿El resto de las habitaciones también las has dejao así de bonitas?

-Oh, no, no he tenido tiempo –mintió la bruja-. Quería que esto estuviera cuanto antes, quiero abrir esta semana porque supongo que tardaré en tener clientes.

"Tardarás eternamente" pensó Nellie con sorna. Pero como su alquiler iba en ello, decidió darle un consejo:

-Al principio siempre cuesta, así que es importante que te vean.

-¿Qué me vean? –repitió Bellatrix confusa.

-Sí... -murmuró la castaña echando los hombros hacia atrás para enfatizar su escote- Los clientes son muy... visuales. Yo no soy una gran pastelera, Mrs. Mooney cocina mejor, pero es más desagradable de mirar. ¿Lo entiendes, amor?

-Pero eso es... -empezó la morena con repulsión.

-Es ganarse la vida en un mundo mu difícil. Tenemos que emplear todos los medios que tengamos, querida. Igual la gente no tiene interés en que te inventes su futuro, pero muchos necesitan hablar. Y les saldrá más barato y será más agradable pagarte a ti que a un loquero.

Bellatrix no recordaba la última vez que alguien le había hablado con tan poco respeto. ¿¡Cómo que inventarse el futuro!? ¿¡Por qué diablos ponía en duda su profesión inventada!? ¿Y qué era eso de compararla con un loquero? ¿Y cómo que...? La muggle, que seguía fascinada con sus ojos, descubrió la inquina que se apoderaba de ellos y comentó:

-Bueeeno, se ma hecho tarde. Tengo que acostarme pronto porque madrugo mucho. Buenas noches, cielo, si necesitas algo ya sabes ande estoy.

Sin añadir más, salió con premura del local. Bellatrix la observó alejarse y se quedó un rato pensando en ella. Nunca había conocido a nadie tan extraño. Sabía que no se fiaba de ella y aún así se colaba en su apartamento sin esperar invitación. Le subía la cena y charlaba con ella porque realmente deseaba conocerla mejor, no por chismorrear. Y, sobre todo, lo que más la desconcertaba: nunca había conocido a nadie que la mirase a los ojos. 

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