Capítulo 18
Todos teníamos derecho a ser felices, y esta probablemente era mi oportunidad.
-Creo que mereces saber algo- mencioné temerosa, pues era la primera vez que contaba a alguien mi historia.
-Soy todo oídos- respondió mirándome.
-Todo comenzó cuando tenía 16 años- empecé –Conocí a un chico, del cual me enamoré en cuanto lo vi. Su nombre era Dylan Waters. Nos hicimos grandes amigos, y tiempo después me hice su novia. Al principio todo era color rosa. Yo confiaba plenamente en él y creía que todo era mutuo- lagrimas comenzaron a salir.
-No tienes que seguir si no quieres- dijo Alexander acercándose a mí.
-Quiero que lo sepas- dije, y continúe con la historia –Compartí un año de mi vida con él, compartí mis sueños, mis ilusiones, mis metas, y al final no recibí nada. Había pasado un año con él y esas últimas semanas habían sido malas. Discusiones por cualquier cosa, gritos y sobretodo: mentiras. Creí que salir de fiesta esa noche, nos relajaría, y era una gran oportunidad para arreglar las cosas. En la fiesta estuvimos juntos, bailando, riendo, jugando, y por un momento pensé que podíamos ser felices otra vez. Que tonta fui. Se levantó para ir al baño. Se tardó demasiado y creí que lo mejor era ir a buscarlo, pues me preocupaba por él. Lo busqué por todos lados, y era imposible encontrarlo, al parecer la tierra se lo había tragado. Algunos minutos después de buscarlo, lo encontré. Estaba en una de las habitaciones de aquella casa. Me alegré tanto cuando lo vi, pero todo se esfumo cuando divisé a aquella mujer. Ella lo besaba y él parecía disfrutarlo. No notaban que yo estaba ahí atrás con un corazón roto, mi mundo se estaba cayendo, pero aun no llegaba lo peor. Ni siquiera llamé su atención, pues no lo creí necesario-
Alexander me miraba con tanta atención. Parecía que quería saber más.
-Salí corriendo de la fiesta, no me importó nada. Era un mar de lágrimas y lo peor era que él no sabía cómo me estaba lastimando. Llegué a un callejón triste y obscuro, y harta de todo, me eche a llorar ahí. Gritaba de dolor, pues mi corazón estaba hecho trizas. Perdí la noción del tiempo, y más tranquila, me levanté y quise salir de ahí. Dos hombres se interpusieron en mi camino, evitando mi paso. Te haré el cuento corto y sin complicaciones: Aquellos hombres abusaron de mí, se aprovecharon de mi debilidad y mi despecho. Grité para pedir ayuda, pero nadie me oyó-
-Desgraciados- susurró Alexander. Una risa rota salió de mí.
-¿Sabes qué me dolió más? Lo que pasó después de todo eso- comenté –Mi familia es una familia tradicional, cerrada de mente y un poco egoísta. Cuando les conté todo, me culparon, dijeron que había sido mi culpa, que yo era la responsable de mi dolor. Admito que mis hermanos me ayudaron a sobrellevar la situación, pero eso no era suficiente. Cuando cumplí 18 años, decidí estudiar una carrera universitaria, pero ellos no lo permitieron. Decían que yo ya no servía, que mi deber era quedarme en casa para atender a mi familia si es que llegaba a tener una. No acepté, entonces ellos dijeron que no me pagarían nada, si quería irme que me fuera. No quería dejar a mi familia, pero ellos me obligaron. Si yo quería salir de aquel hoyo, tenía que decidir, y lo hice-
-Te fuiste de tu casa- mencionó.
-Me corrieron de mi casa- corregí –No aceptaron que yo quería ser feliz, entonces me sacaron y me dejaron a mi suerte-
-¿Y qué paso con Dylan?- preguntó Alexander.
-Me hizo a un lado, como la mayoría de personas lo hizo- dije con una sonrisa triste.
Se quedó en silencio. Entonces un temor inexplicable me invadió.
Él se alejaría como todos los demás.
-Lo siento tanto- mencionó tomándome de las mejillas y limpiando aquellas tristes lágrimas.
-No fue tu culpa- respondí.
-Pero tampoco tuya- comentó.
Esas palabras me transmitieron una inmensa paz. Nadie jamás me lo había dicho en 5 años, y él venía y me lo hacía creer.
No hubo más palabras, el silencio se apoderó de aquel solitario apartamento. Creí todo esto había sido ridículo, pero la idea se borró en cuanto sentí a Alexander abrazándome. Su cuerpo transmitía aquel calor que tanto me gustaba, me daba paz y seguridad.
-Será mejor que descanses- dijo separándose de mí. Me aterraba quedarme sola, pues no quería que los fantasmas regresaran.
-Quédate conmigo- pedí.
-¿Qué?- preguntó sorprendido.
-No te vayas, no me dejes sola por favor-
-Está bien- aceptó.
Caminamos a mi habitación. Nos acostamos juntos, y por primera vez en años: Volví a sentirme protegida.
Mis ojos a pesar de estar cerrados, se sentían hinchados. El cuerpo me pesaba. Me sentía desgastada emocionalmente.
Entonces recordé todo lo que había pasado anoche. Había abierto mi corazón a Alexander y él me había hecho sentir bien. Abrí los ojos rápidamente y busqué a Alexander en mi habitación.
No estaba ahí.
Me levanté y comencé a revisar mi departamento, tal vez andaría por ahí dando vueltas, pero no era así.
Se había ido.
La tristeza me invadió, pues no había dejado ni dicho nada, sólo se fue. Una papel en la mesa llamó mi atención. Era una nota con la letra de Alexander.
Buenos días preciosa: Tuve que ir temprano a la empresa a arreglar unas cosas. Toma el día libre, total, ¡Es viernes!
Una risa salió. Esa nota me tranquilizaba, pues no había sido tan cínico para irse así nada más.
No tomaría el día libre. El hecho de ser la prometida del jefe no me hacía diferente a las demás, ¿o sí? El punto era que no me quedaría aquí lamentándome, saldría adelante, como siempre lo había hecho.
Ya era un poco tarde, pero me presentaría en esa empresa con la frente en alto.
Esa puerta de madera siempre me ponía nerviosa, pues del otro lado se encontraba el hombre que me ponía los pelos de punta. Tomé aire y toqué dos veces.
-Adelante- respondieron.
-Hola jefe- saludé asomando la cabeza. Me sentía tan alegre, pues había soltado un gran peso.
-¿Qué diablos haces aquí?- preguntó con una sonrisa en la cara.
-No quería estar sola- dije encogiéndome de hombros.
Esa sonrisa era lo más hermoso que alguna vez había visto. Tan brillante que podía guiarte en la oscura noche.
-Toma asiento- pidió. Tomé asiento frente a aquel escritorio inmenso.
-¿Qué pasa?- pregunté.
-¿Sabes que podrías dejar de trabajar? Pronto serás mi esposa, y no tendrás esa necesidad- preguntó mirándome.
-Eso lo sé, y no lo voy a hacer. Seré tu esposa, pero no tu mantenida- aclaré. Tanto me había costado mantenerme económicamente para que el llegara y echara a perder todo.
-Eres increíble- comentó mirándome.
-Dime algo que no sepa-
Una carcajada sonó en la oficina. Automáticamente yo también sonreí. Jamás lo había visto tan relajado, y sabía que mi historia había influido.
-Casi es hora del almuerzo, ¿quieres ir conmigo?- preguntó Alexander.
-Claro que si- respondí. El silencio se hizo presente, pero nadie le prestó atención, pues nuestras miradas estaban unidas, había una conexión increíble. Sentía que si despegaba la mirada, el suelo desaparecería.
-¡A trabajar señorita independiente!-
La carcajada ahora fue emitida por mí.
-Como usted diga Jefe- mencioné levantándome para trabajar.
Estaba estresada.
Esos malditos informes se habían complicado. En estos momentos la propuesta de Alexander no sanaba tan descabellada. Me dolía la cabeza y sentía que en cualquier momento colapsaría del estrés.
-Hora del almuerzo- habló Alexander, y sin dudarlo me puse de pie.
-Gracias Dios mío- comenté.
-¿Ahora quieres que te mantenga?- preguntó burlón.
-Quizás- fue toda mi respuesta.
Pasamos por recepción, donde Claudia merendaba su alimento traído de casa. Me sonrió sinceramente, pues le había contado lo que había pasado en el callejón. Pidió perdón y perdón, pero le expliqué que no había sido su culpa, sino de aquel infeliz. Había omitido los detalles de mi departamento, pues era un momento íntimo que quería guardar para mí.
Cuando nos encontrábamos en el primer piso, caminamos a la entrada del edificio y no al estacionamiento. ¿Qué planeaba Alexander?
-¿No iremos en auto?- pregunté mirándolo.
-Esta vez haremos las cosas diferentes- dijo tomando mi mano. Su toqué me estremeció, pues se sentía tan bien que me aterraba.
Las miradas de los empleados no eran disimuladas, pues tenía poco tiempo trabajando aquí y en dos meses me casaría con el jefe.
Típico
Caminamos sobre la acera, en busca de un buen restaurant.
Platicamos, reímos, disfrutamos, y comprendí que Dylan no había sido un imbécil, pues sin él, jamás hubiera conocido a Alexander.
Dylan no había sido el correcto, pero, ¿Alexander lo era?...
Nota de la autora:
Hola gente bonita. Este capítulo me ha gustado mucho y siento que te hace conectar con Elena.
Estas semanas no es seguro un capítulo, pues ya casi acabo mi semestre y voy a andar algo ocupada. Escribiré lo mas que pueda, para subir capítulo lo más pronto.
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