3
No era la mayor seguidora de los mapas. Aun siendo algo que venía leyendo desde que dejo Camelot, no terminaba de ubicarse en los caminos. Un detalle que la metía en problemas mas de lo que deseaba, y era de los que menos buscaba.
Por eso la noche que adopto a su familiar, una de las tareas que le encomendó fue el hacerse cargo de las ubicaciones. Y aunque ahora no le hablaba, manteniendo un voto de silencio, seguía confiando en su instinto.
White la guiaba de maravilla, aún sin decirle una palabra.
Alguna vez, en el castillo, no se imagino fuera de este. Al menos no de la manera en la que ahora se encontraba, tan lejos de lujos y la comodidad.
Aún después de tantos años, tantas aventuras vividas, le costaba verse fuera de la comodidad de un palacio o casona. Lo que la llevaba a odiar estar a la intemperie, en lugares pequeños, o perdida en un mundo que cada día se hacía mas grande.
•
Pese a la lluvia de la noche anterior, la tarde estaba hermosa. El sol calentaba con dulzura, la humedad no era sofocante y corría una suave brisa que indicaba que mas tarde seguiría lloviendo, eso y las nubes que se iban formando. El camino humedecido le brindaba uno de sus aromas favoritos, después del perfume de vainilla.
Arabella caminaba con cierta tranquilidad, hacia el próximo pueblo. Esperaba poder encontrar con rapidez a quien le diera una mano con el collar y de paso alojamiento por una noche. Otra más, lejos del frío y el agua.
Cada tanto pensaba en lo mucho que cambió Inglaterra desde el día que se marchó de Camelot. En su madre y antigua mentora, y la mala fama que se gano tras la extraña muerte que tuvo, así también como el destino de varios seres que nunca tuvieron que ver la luz de sol. Y no solo porque el sol era un peligro para ellos, sino porque ellos mismo eran un peligro para el mundo.
Y aunque ella también era cierto peligro para el mundo, se alegraba que no fuera esa clase de peligro. Pues lo último que deseaba era acabar con el lugar en el que tanto amaba vivir.
Imponer miedo si, pero acabarlo no. Había soltado la idea de recorrer el camino de Morgana, y liberar la magia de una manera terrorífica dejo de ser (mas bien nunca fue) una prioridad.
Cada tanto se le cruzaba la idea de los rumores que crecían alrededor de su nombre. Los conocía a todos, o a su gran mayoría. Algunos eran divertidos de oír, pues ni ella se creía capaz de desvalijar a un hombre con tan solo verlo; mientras que otros les causaba vergüenza. Odiaba que el mundo mágico solo se enfocará en todo lo terrible y dejará a un lado las buenas tareas que hizo.
Pese a lo mucho que le gustaba causar terror, ser el motivo por el cual varios huían despavoridos, la que hacia llorar con tan solo dar la sonrisa correcta, también le gustaban ser amada. La admiración le motivaba a mejorar, las alabanzas a su belleza e inteligencia alimentaban ese ego que también era parte de un rumor.
—Oh, esto es demasiado para mí.— se quejó.—Ya he divagado tanto, que ando por las nubes.
Dejo aquello, y comenzó una nueva tarea mental. Hacer listas, de lo que ella y su familiar necesitaban.
Pensaba en donde estaría su gata White. A veces la felina se ausentaba tanto que le deba miedo que estuviera en problemas. Pero estaba segura que pronto está volvería de sus pequeñas vacaciones.
Iba distraída, con la cabeza en las nubes, pensando que quizás necesitaba mas ropa rosa, o debería seguir la lógica de seres mágicos de llevar un estilo mas obscuro.
—No me vendría mal un nuevo vestido, para los bailes en Londres —pensó en voz alta—. O quizás, un acaudalado caballero.
Alguien llamándola a lo lejos la alejos de sus pensamientos, y la puso una vez más en la tierra.
Alzó su vista, y del otro lado del camino la esperaban. Sin importar lo incómodo de correr con su vestido, fue hasta él tan rápido como puedo.
Y él hizo lo mismo.
Al estar cerca, se abrazaron sin importar el impacto de sus cuerpos por la pequeña carrera.
—Arabella— exclamo emocionado Douxie.
—¡Hisirdoux!— grito con emoción.
Entonces la lluvia cayó sobre ellos, como la brisa predijo metros atrás, pero eso no rompió el abrazo que los unía. Le era tan cómodo estar entres sus brazos, y sentir la emoción en los latidos de sus corazones.
La última vez que se vieron ella no lo recordaba. Pero estaba segura que fue por un instante en algún puerto francés. Sus encuentros más esporádicos eran así. En medio de los caminos, de casualidad en el mercado, o seguramente en algún baile de sociedad.
Luego de correr bajo la lluvia como si fueran niños otras vez, llegaron a la pequeña casa del mago. Dentro las risas no se hicieron esperar, la lluvia les había quedado grande. Arabella estrujo su larga cabellera rubia, haciendo que el agua cayera, hasta que solo fueran gotas. Douxie sacudió su cabeza haciendo que el agua salpicara por todos lados, llegando a Archie, que del susto salto a su cara.
—¡AHHH! ¡Arch! —gritó emocionada Arabella, quien corrió para sacarle el gato negro de la cara al pelinegro—. ¿Cómo esta mi minino favorito?
—Mas que bien señorita Pericles —le respondió cortésmente el gato que se zafaba de su abrazo—. ¿No trae consigo esa bestia muda y peluda?
—No, White no esta conmigo. Es más no se donde está. Se ha tomando muy en serio sus vacaciones de mí —respondió despreocupada.
—Que descaro de su parte dejarla sola —dijo Archie—, con Jack suelto por ahí, no debería andar así.
Arabella rodo los ojos ante, lo que ella creía, la exagerada preocupación del familiar de Hisirdoux.
—Bien sabes que eso sucede en las ciudades —dijo la rubia—, y podría desarmarlo con un dedo.
—Como a todos los hombres que se cruzan en su camino —dijo el gato.
—Bueno, no ha todos —dijo ella.
Vio como Hisirdoux se acercaba con algo entre las manos, y no pudo evitar sonreír como una niña por eso. No sé lo diría ni al familiar ni al aprendiz de Merlín, que era él quien lograba desarmarla ella. En un corto período de tiempo, su mente viajo a los últimos encuentros, deseando volver a tener ese tiempo.
Hasta que estando cerca, no hizo más que volver al mundo real de estar a su lado.
—¿Qué te trae por acá?— pregunto Douxie mientras le pasaba una manta para que se secara—, dudo que vengas solo a hablar de Jack el destripador.
—Cierto, esto será largo. Vayamos por partes —dijo, y reprimió una risa.
—Encantadora, con un humor cuestionable cariño, ya dime —insistió el pelinegro.
Arabella se sentó a explicarle desde un principio porque creía que algo malo le sucedía al collar. El mago y su gato le prestaron tanta atención como la velocidad de su discurso se lo permitía.
En medio de una pausa, prepararon té, encendieron la chimenea, y Arabella prosiguió con su largo relato que databa desde hacía "un largo tiempo, en vaya a saber donde". Cómo ella dijo.
—Así que pensé que tal vez Zoe me podía ayudar pero ella me dijo que el collar se veía bien, y que si seguía dudando de esto que viniera a verte antes que te vayas a América —se pauso, tomo aire, un poco de té y sonrió.
—Okey, bueno, veamos esa piedra que una vez me supiste decir que no tomaste —rio el mago y tomo el collar con la brillante y pulida piedra verde.
—Eramos niños, nos creíamos o nos arrancabamos las cabezas —dijo Arabella.
Hisirdoux la examino por todos lados. Hizo un par de encantamiento en una lengua vieja para que se revele algo y nada. El collar parecía funcionar de lo mas bien o que nada perturbaba la paz de aquel pedazo de piedra lleno de magia y poder, cual única función era proteger a la bruja que lo portaba.
—Quizás, realmente estas perdiendo la cabeza, Arabella.— dijo mientras le colocaba el collar.—O no duermes bien de noche y ves cosas.— remato acompañado con una palmada sobre sus hombros.
—Puede ser.
Dio un fuerte bostezo. Estaban cansada, no lo iba a negar. Pese a la juventud con la que se mantenía, unas grande ojeras ocupaban su mirada café.
—Hace mucho que no tengo un lugar estable para estar —se pauso.
Sin querer, se refregó uno de sus ojos, corriendo su maquillaje, dejando descubierta una cicatriz que iba del límite hasta por debajo del pómulo. Resaltaba en su piel pálida del sueño.
—Con mi trabajo es peligroso que me quede quieta —dijo recordando porque no le puede dar un casa a su gata blanca—. Creo que la ultima vez que permanecí en un mismo sitio fue durante le siglo XV.
—Puedes quedarte aquí el tiempo que quieras, es un pueblo chico y tranquilo — se pauso para decir lo próximo—. Y cuando me vaya a América este será tu hogar. O puedes ...
—Deja que lo piense —le interrumpió.
Arabella acepto quedarse un tiempo junto a él. Al día siguiente fue al alojamiento donde pasaba las noches a buscar sus pertenencias y a su familiar.
Ella pensó que le haría bien quedarse en un mismo lugar por mucho tiempo, pero le abrumaba la idea de que el tiempo en ese pueblo pequeño la marchite. Luego de que el mago se marchara de Inglaterra, ella hizo lo mismo. No era muy conveniente para ella permanecer ahí, a pesar de ser un lugar desconocido.
Siguió el camino donde lo había dejado, olvidando que necesitaba respuestas, tratando de sobrevivir sin estás lo más que podía.
Después de todo lo vivido ¿Qué más le podía causar daño?
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