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Cuatro años después.
Arabella creció en un mundo por completo diferente del conoció alguna vez. Dejo de pertenecer al movimiento agitado de la servidumbre, que iban de un lado a otro, siguiendo ordenes. Para estar tranquila, recibiendo los mimos de la realeza.
Muchos aun la veían como la niña que creció entre los panes y platos, le seguían guardando cariño por eso, sin embargo, otros hicieron su distancia, para tratarla como lo que era. La nueva princesa de Camelot. Algo que hasta a la joven tomo por sorpresa, y acepto sin dudar.
La hermana del rey, Morgana, se encargo de que el castillo entero le guardara respeto. Y a Arabella le enseño que era digna de todo lo nuevo que la rodeaba. Desde las enseñanzas, las delicadas coronas de oro, hasta del futuro prometedor.
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Desde el día en el que conoció a Morgana, esta se transformo en una mentora, y en poco tiempo la vio como la madre que no conoció de manera consciente. La hechicera le dio una identidad por la cual luchar y un hogar al podía regresar cada vez que sintiera perdida en un mundo que no hacia más que temerle a la magia.
Era su joven protegida. La alumna más fiel, la hija más bella. Una princesa que gozaba de buenos lujos, de sonrisa humilde, y una risa que podía hacer doler la cabeza como iluminar los pasillos de Camelot.
Cómo alumna, aprendía con rapidez. Leía los escritos de su mentora sin rechistar, y trataba de generar los propios. Poco a poco, fue aprendiendo a como absorber la magia de otros seres mágicos sin matarlos, y como pasar esta magia a frascos que resguardaban ese poder.
Cómo un ser que manipulaba magia, daba que hablar. Bruja de vasija era la clasificación que le habían dado Morgana y Merlín, este último trataba de mantener distancia con la princesa. Aseguraba que una bruja de vasija que no sabia que lo era hasta hace poco podría ser un gran peligro para cualquier ser mágico.
Y como la hija más fiel, o una joven más, el mundo le quedaba grande. Aun le quedaba mucho por aprender. Morgana se encargo de equilibrar su vida entre estudios sobre magia, como ser una mejor princesa, y uno que otro labor domestico, lo que significaba hacer trabajos en secreto. Arabella nunca se negaba a esos pedidos, su naturaleza curiosa le impedía alejarse de lo que le podría traer problemas.
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Una mañana mando a la joven al taller de Merlín en busca de algo muy específico. Era una tarea sencilla, puesto que Arabella era bastante ágil para este tipo de pedidos. Tenía la destreza necesaria para llamar la atención, así como también, pasar desapercibida.
—Entras y sales, nada de andar de curiosa, sabes que él tiene ojos por todos lado, y sabes a que me refiero.—ordeno Morgana.
Arabella sabia de quien hablaba. No era ningún secreto que Merlín tenía un estudiante que mas o menos cumplía una función como ella para con Morgana. Con el que nunca cruzo palabra, sino mas bien miradas muy feas.
—¿Hablas de ese tonto? No se preocupe mí señora, seré tan ágil y silenciosa como un, mmmm, como un gato.— dijo entusiasmada.
—Si, un gato, recuerda que estos no se dispersan.— le recordó un incidente de días atrás.—Un problema más y mí hermano te mandara a clases para princesas lejos de aquí y todo se acabará. Así te mantendrá a raya.
—No, le juro, no volverá a pasar.— dijo nerviosa ante la sutil advertencia.
Morgana le sonrió, sabía que la muchacha siempre hacia bien su trabajo, sin dejar rastro de su presencia. Al menos la mayoría de las veces.
Arabella se infiltró en el taller del viejo hechicero; no había nadie dentro, o al menos es lo que ella creía. Camino rodeando la gran mesa redonda que había en el centro, observando con atención cada elemento que había sobre esta. Entre estos había hojalatería, algunas piedras azules y pergaminos.
Nada que llamara mucho su atención.
Hasta que sus grandes ojos marrones se toparon con el pedazo de piedra verde resplandeciente, era lo que buscaba. Antes de tomarla escucho un ruido, como no vio a nadie la escondió de cualquier ojo humano. Con la primer fase terminada, se dispuso a irse, pero al darse vuelta para marcharse se choco contra la persona que estaba evitando.
—¿Qué haces acá, ladrona?— dijo señalándola con un dedo el joven aprendiz de Merlín.
Aquel niño, de un año menos, quien llegó tiempo después que ella, no traía cara amistosa, pese a lo chiquito que se veía. Al ser un protegido del viejo hechicero, este actuaba casi de la misma manera que él. Si Merlín la veía mal, su aprendiz igual, y si Merlín no confiaba en la niña, él mucho menos.
No existía algún momento en que pudieran hablar sin terminar gruñendo como fieras salvajes.
—Ah, eres tu, pensé que era alguien mas fuerte.— se burlo la chica, escondiendo su risa con la mano.—Douxie.
—Deja de reírte, y dame lo que te estas llevando.— ordeno el joven pelinegro.
—No me llevo nada tontito, estaba perdida, me metí sin querer a la sala, lo juro.— dijo y sonrió inocentemente.
La inspecciono con la vista, tan de cerca que pudo sentir la fragancia que llevaba. Dando por cierto los rumores que corrían detrás de la princesa. Su aroma es tan dulce como su sonrisa, lo cual lo confundía.
—¿De verdad crees que yo tendría la necesidad de robarle algo a tu maestro? — le interrogo— , por lejos, Morgana es mucho mas interesante.
—Mejor guarda silencio —gruño por lo bajo.
Hisirdoux, el aprendiz de Merlín, prefirió creerle, no servía de nada enfrentarse a ella o acusarla con el mago mayor, después de todo los dos venían del mismo lado de la miseria, y no seria conveniente para ella que la exiliaran.
El pelinegro dejo pasar a la chica sin cuestionarla, y muy risueña, la joven que ocultaba la piedra verde en su cabellera rubia peinada dentro de una cofia de un rosa muy pálido, corrió a refugiarse en el cuarto de Morgana. En cuanto se sintió segura, dejo sobre la mesa de noche el pedazo de piedra de Avalon que su maestra le pidió.
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Al día siguiente, Morgana le obsequio a la joven bruja un collar con la piedra verde, el cual tenía un conjuro que la protegería a toda costa de cualquier magia que tome de otro ser en algún futuro. Arabella estaba feliz con su nuevo obsequio y con el tiempo aquel collar se convirtió en lo mas importante y en un dulce recuerdo de una mujer que se transformo en una madre.
Aquella joya mágica no fue lo único que ganó en esos días. Tras un altercado, que casi les cuesta su lugar en el castillo, Hisirdoux dejo de ser un desconocido para ser un gran amigo, un nuevo confidente, alguien mas que la comprendía y no le temía.
Cada día después de las tareas y las clases, pasaba las tarde enteras con aquel muchacho de mirada de ensueño, y sonrisa apacible. Los temas de conversación, las tontas travesuras, las interminables caminatas, nada los cansaba, y solo los volvía mas unidos. A veces recordaban las banales disputas, y como él no sabia que ella era la princesa, y que acusarla no serviría de nada. Eso solo los hacia reír, y eran las mejores risas.
Fue así como Arabella fue pasando sus años dentro de Camelot. Una vida que nunca soñó, pero que ahora vivía sin pena, y sin temor a nada.
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Su amistad con Hisirdoux fue creciendo junto a ellos, hasta que su manera de verse fue cambiando, no eran mas niños. Cada día que pasaban juntos les era difícil de ocultar los nuevos sentimientos, hasta que esto fue inevitable. De algún modo el rumor de que eran novios corrió, y parecía que a nadie le afectaba eso, pese a los rangos.
El joven aprendiz estaba decidido a demostrar como su corazón enloquecía cada vez que la veía. Cómo es que suspiraba atontado al verla sonreír, o simplemente podía pasar días a su lado contemplado cualquier cosa que ella hiciera.
Estaba enamorado, y ella también.
Para el cumpleaños número veinte de la princesa, Hisirdoux le obsequio su primer beso, uno que Arabella esperaba desde hacía mucho tiempo atrás. El bosque salvaje dejo de serlo por un instante cuando la magia de ambos, a causa de la emoción, ilumino su alrededor, y se entrelazo, generando nuevos colores, nuevas sensaciones.
—Esto es asombroso.— murmuro el pelinegro viendo lo que podían logran con algo tan sencillo.
Arabella le sonrió sin que este lo notara, y se abrazo a él. Estaba segura de lo que sentía, lo quería, y deseaba que el destino les siguiera sonriendo de manera dichosa. Ahora que entendía un poco mejor el amor, tanto de su madre, como el de su mejor amigo, sentía que no le hacía falta más nada.
Pero la dulce sensación de que nada mas le faltaba, duro poco. Y a partir de ese momento solo podían haber malas noticias.
La relación entre los hermanos reales, no mejoraba con el paso del tiempo, sino todo lo contrario. Ambos tenían maneras muy diferentes de ver la magia. Mientras que el mayor sentía que era una amenaza, la hechicera buscaba la liberación de la misma. Aquel enfrentamiento creció de manera peligrosa, y esto termino de forma prematura con la vida de uno.
Fue otra joven criada quien le dijo a Arabella lo ocurrido. Ella pudo sentir en el aire mismo que una tragedia había sucedido, pero no lo podía creer, no quería. Morgana falleció, fue lo único que oyó. Poco a poco lo que creció a su alrededor se fue derrumbado. Sin su madre, el próximo blanco era ella, la princesa. La bruja que aún seguía siendo desconocida, y no se sabía que tan leal era al reino.
Arabella no se sentía mas protegida entres esos muros.
Hasta que el rey le hizo tomar una decisión. Batallar junto a él, y demostrar que le era leal, o seguir con el legado de la hechicera. Ambos caminos conducían al dolor, a la tragedia, a traicionar cualquier bando. Arabella quería a Arturo, pero no lo amaba de la manera que lo hacia con Morgana. Después de todo fue ella quien le dio una identidad por la cual sentir orgullo.
Entonces, contra cualquier dolor, decidió que la única opción que le quedaba era marcharse, Camelot no era más su hogar.
No tenia a su madre, pero si al amor de su vida hasta esos días. Sin embargo, así como Arabella tomo una decisión, Hisirdoux también tomo la suya. Ambos eran leales a las personas que los cobijaron, aunque eso les costara los sentimientos ganados.
Se vieron en mitad de la noche, se abrazaron, tratando de darse consuelo, y Arabella hablo.
—Me marcho, y deseo que vengas conmigo.— dijo.—Hagamos una nueva vida, juntos. Sigamos creciendo, como estuvimos haciendo hasta ahora, de la mano, y leales a nosotros.— añadió, conteniendo las lagrimas.
Hisirdoux se aparto y la vio fijo, hablaba en serio. Él no quería irse, menos dejar a su mentor, y nueva compañera. Aunque tenia magia, su lealtad estaba con el rey, solo porque Merlín aun seguía del lado de la corona.
Guardo silencio, uno que le dijo la decisión que tomo. Arabella no podía creerlo, pero si entenderlo. Tomo aire profundo, seco una lagrima que aun no caía, y sonrió con mucha pena. No podía hacerlo de otra manera.
—Lo siento, veo que no sentimos lo mismo, al menos ahora, amado mío.— dijo con voz temblorosa.—Espero que algún día nuestros caminos se vuelvan a juntar, lo deseo.
Le dio un suave beso en la mejilla, sin dejar de sonreírle, aunque por dentro sentía que se rompía. Tomo lo único que traía para huir, y se marcho. No lloro por nada en el mundo, ni agacho la cabeza, solo se digno a hacer, otra vez, su vida desde cero.
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