Finale
Paola ladeó la cabeza inspeccionando cada detalle de mi cara. Cuando sonrió dejé de aguantar la respiración.
–Quedaste. –dijo y se fue a acostar a mi cama. –Si la novia se ve más bonita que tú, me voy a sorprender.
–Es la novia. Tiene que verse más bonita que yo.
–Va a ser difícil, eres mi mejor trabajo.
Me miré en el espejo de la puerta de mi closet. Estaba de acuerdo con ella en eso.
–¿Por qué no dejas la escuela y te dedicas a esto? Eres buena.
–Porque no quiero que me pase algo tipo la chava de Vaselina. –me quité la bata y ella alzó las cejas. –Dios mío, ¿De quién te vas a vengar hoy?
Sonreí y di una vuelta sobre mí misma.
–Oh, ¿Esta cosa vieja? –ella rodó los ojos. –Perdón, siempre quise decir eso. Pero sí es viejo, lo usaba Paula a mi edad.
–Qué bonito se te ve.
–Gracias. –sonreí y me asomé por el pasillo. –Santiago, vámonos.
–¡Voy!
Volví a verme en el espejo, el vestido de Paula me quedaba más ajustado que a ella, pero no se veía mal.
–¿Me dan un aventón a mi casa antes de irse?
–Claro. –respondí y agarré la bolsita que hacía juego con el vestido.
Sago y yo nos íbamos a ir juntos en mi carro, Alonso nos iba a alcanzar en la fiesta y le iba a tener que dejar mi carro a Sago otra vez.
–Nada más entro al baño y nos vamos. –avisó Santiago al pasar por mi puerta.
–Apúrate.
–Como si de verdad tuvieras prisa. –replicó.
No me gustaba tomarme selfies en el espejo, pero me gustaba tanto como había quedado mi aspecto que hice una excepción y le mandé la foto a Alonso.
Respondió de inmediato. Me ofendí con las primeras líneas.
[6:01 PM] Alonso: ¿Por qué me mandas eso sabiendo que me tengo que concentrar? ¿Cómo se supone que piense en música después de ver esa foto?
Sonreí.
Paola agarró el portarretratos que estaba junto a mi cama y lo miró con atención. Era una foto de Sago y yo, justo antes de que me obligara a probar sushi. Ambos sonreíamos a la cámara.
–Santiago es lindo. –comentó. –¿Nunca has pensado en andar con él?
–Nop. –me senté junto a ella y recargué mi espalda en la pared. –Para empezar porque sería como incesto psicológico.
–¿Eso qué? –se rio.
–Y segunda, no tengo lo que busca.
–Mayte, eres su mejor amiga. Algo has de tener que le guste.
–Ah, yo lo sé. Pero no lo primordial.
Me miró con el ceño fruncido, sin entender.
–¿A qué te refieres?
–A que es gay.
–Claro que no. –se volvió a reír.
La miré incrédula. –¿No sabías?
–Santiago no es gay.
Abrí la boca con diversión, pero sorprendida.
–¡Sago! –lo llamé.
–Ya, ya estoy. –respondió. Segundos después se apersonó en mi puerta. –Vámonos.
–¿Verdad que eres gay?
Santiago frunció el ceño por un par de segundos y luego se rio.
–Sí, ¿Por qué?
–No es cierto. –exclamó mirándolo mal, como si le hubiera hecho algo.
–Muy gay. –añadió él.
–Le gusta Glee. –agregué. Sago me miró mal.
–Que me guste Glee no me hace más gay.
–Yo sólo sé que conocí a varios chavos que la empezaron a ver siendo heterosexuales y cuando acabó eran gay. –me encogí de hombros.
–Porque la serie les dio el valor para salir del closet. –argumentó, como si fuera obvio.
–Espera, espera. –interrumpió Paola, incluso se levantó. –¿De verdad eres gay?
Santiago se rio.
–¿Por qué no me crees?
–¡Pero actúas como hombre normal! O sea, no es como que ser homosexual no lo sea, pero sabes a lo que me refiero. No hablas con voz aguda ni te vistes como niña.
–¿Por qué siguen pensando que somos caricaturas? No somos unicornios, existimos. –se quejó él.
Después de un buen rato, Santiago y yo nos encontrábamos afuera de la iglesia donde sería la ceremonia religiosa. Yo nunca en la vida he escuchado a Alejandro hablar de que cree en Dios, pero bueno.
Estaba, como Santiago dijo la noche anterior, conflictuada. Por un lado, quería que ya llegaran los novios y acabara todo de una vez. Por el otro, quería irme de ahí. Y siendo realista, a nadie le afectaría eso.
Pero entonces llegaron. Y ni siquiera llegaron por separado, iban dentro del mismo coche. Antes de que bajaran, nos pidieron a todos que fuéramos tomando nuestros lugares.
Ya que los invitados estaban dentro de la iglesia, entró Alex acompañado de su mamá, seguido de Santiago que acompañaba a la mamá de Mariana. Se suponía que era el papá de Alex quien debía acompañarla, por obvias razones no lo hizo, Alex le pidió de favor a Sago que lo hiciera. Entraron tres parejas después de ellos, que seguramente eran padrinos de algo, pero ni idea de qué.
Cuando Fernanda y su pareja, que eran padrinos de lazo, iban a mitad del pasillo, solté aire y di un paso, dispuesta a seguirlos. No sé si fue porque el organizador era el amigo de Mariana y supo lo que dije de él o si de verdad la madrina de ramo va hasta atrás sola.
–Hey. –gritaron a mí lado. No sé qué sentí cuando vi a Santiago correr hacia mí por un pasillo de la orilla, porque alivio se queda corto. –¿Crees que voy a dejar que camines por ahí tú sola? –dijo llegando a mi lado, extendió su brazo y de inmediato lo tomé.
En otra ocasión, con otra pareja celebrando su unión, lo único que pensaría es que están completamente estúpidos por casarse a esta edad. De verdad. A mí me sorprende haber logrado salir de casa de mi madre ya. Pero siendo Alex el que se estaba casando, su edad era lo último en lo que pensaba.
Caminamos por el pasillo. No me interesó que hubiera cámaras y gente atenta, mi mirada no se despegó del suelo. Porque sabía que, si levantaba la mirada y veía a Alex al final del pasillo, esa sería una imagen que jamás podría sacar de mi cabeza.
Pero una vez que Sago y yo llegamos al final de este, no pude evitarlo y lo volteé a ver. Y cuando me di cuenta de que él ya me estaba viendo, sentí el impulso de salir corriendo.
Él dio un paso hacia a mí, haciendo ademán de querer acercarse, pero no se movió más, por lo que solté a Santiago y prácticamente salté a abrazar a Alex. Él me sostuvo con fuerza.
Rodeé sus hombros y él se aferró a mí lo más que pudo. Aun con los tacones puestos tuve que ponerme de puntitas y él tuvo que agacharse. Nunca nos habíamos dado un abrazo con esa fuerza, con esa emoción.
¿Por qué sentía que lo estaba perdiendo? No sólo la pequeña y culposa esperanza que albergaba de un futuro con él y yo juntos, sentía que lo perdía a él, en cada una de sus versiones.
Empezaron a llegar las damas y fue hasta entonces que me despegué de él. Santiago volvió a ofrecerme su brazo y me acompañó hasta que estuvimos en el lugar que nos correspondía. No nos sentamos porque casi al instante empezó a sonar la marcha nupcial. Todos los presentes nos giramos a ver la entrada de la iglesia, donde Mariana lucía una sonrisa radiante y un vestido despampanante.
Dio un paso, acompañada de su padre y la viva imagen de un Alex de quince años, sudado, jugando fútbol y dedicándome goles invadió mi mente. Dio un paso más y Alex ya tenía dieciséis, estaba al frente del salón exponiendo y su mirada no salía de encima mío porque yo era la única persona que lo distraía de ponerse nervioso. Dio otro paso y Alex me roba un beso en la fila de la pizzería. Otro paso y es Alex llevándome un vaso de chocolate con el nombre de un personaje. Paso, Alex esperándome con una sonrisa tímida recargado en el coche de su hermana. Paso, Alex y yo patinando. Paso, Alex y yo abrazados saltando en bungee. Paso, Alex y yo en el hotel de Nueva York.
Paso. Y Mariana ya había llegado a su lado.
Se dieron la mano y sonrieron. Entonces entendí que cualquier esperanza que todavía resguardara se acababa de convertir en fantasía. Supongo que ya lo sabía, pero hasta ese momento me quedó claro.
Eso fue todo, se acabó.
Me gustaba la alberca del hotel. Estaba pequeña, pero tenía una banca en la que podía sentarme con mis hermanos, sólo nos mojábamos los pies. También me gustaba hablar con ellos. Cada uno por sí solo me había dado buenos consejos, acerca de todo, pero hablar con ambos era lo mejor. Ni siquiera tenía que contarles absolutamente cada detalle de todo. Me conocían tanto, estaban tan presentes en mi vida que no necesitaban que yo hablara.
Eso me hizo más fácil contarles lo que acababa de vivir en Nueva York.
–¿Y estás segura de que volvió con Mariana? –me preguntó Juan en voz baja.
Me sorprendí de que, aunque llegué de madrugada y al día siguiente era el gran día de mi hermano, estuvo dispuesto a pasar su noche conmigo.
La alberca estaba vacía. Pensé que la cubrirían con una lona como en otros hoteles, pero si hubiéramos querido podríamos habernos metido. Y la luz que emanaba de esta iluminaba lo suficiente para no estar a oscuras.
Tan bonito escenario recibía a tres buenos hermanos para que la menor de ellos no pudiera apreciarlo por estar pensando en un personaje fuera de escena.
–Fue literalmente lo que ella dijo.
–¿Y ella sabía que Alex estaba contigo? –preguntó Paula. Negué.
–Ni siquiera sabía que Alex estaba en Nueva York, pensó que estábamos en el departamento.
Entonces les mintió a las dos.
–Creo que de hecho ese es el problema de Alex, no es que mienta, es que nunca sabe decir las cosas y no lo hace. –dijo mi hermano.
–Juan, ya sabemos que adoras a Alex, pero no lo justifiques. –le dijo Paula, muy seria.
–No lo estoy justificando, pero ¿Qué tal si de verdad las quiere a las dos? –sugirió. –Imagínate por lo que ha de estar pasando.
–Eso es justificarlo. –replicó Paula. –Y eso no pasa, debes de querer más a alguien. Aunque sea por poquito.
–Por eso Mariana es su novia. –dije yo. –A mí nunca me sacó de amiga.
Mis hermanos guardaron silencio por unos segundos. Juan pasó su dedo pulgar en una caricia sobre mi mano que estaba sobre la banca, fue un gesto pequeño, pero sentí el apoyo de mi hermano.
Ellos eran la única razón por la que no perdía el control sobre mí misma y mis emociones. Alejandro había jugado conmigo muchas veces antes, hasta ahora esta era la que más dolía y lo único que conseguía distraerme era cuestionarme el cómo otras personas son capaces de atravesar por lo mismo sin un Juan y una Paula, no lo comprendía. Yo jamás habría podido.
–Entonces es un imbécil. –soltó Paula.
–O sólo está muy confundido. –objetó Juan.
Siguieron discutiendo si Alex era culpable o víctima, pero yo no interferí. No quería pensar en eso, tenía dos días enteros para pensar en lo que fuera menos eso.
Pero lo que sí tenía claro es que jamás en la vida volvería a estar con alguien que no me diera mi lugar. Con una vez tuve.
–Nunca tuve una verdadera oportunidad, ¿Verdad? –le pregunté a Santiago mientras veíamos a Alex y Mariana firmar en la ceremonia civil. Él me miró con una pequeña mueca.
–Mayte, vimos The Last Five Years. Una relación entre un escritor y una actriz nunca funciona. –me reí.
–En ese caso también vimos La La Land, ¿Me voy despidiendo de Alonso? –me quejé, mi amigo frunció el ceño pensando, pero ya no respondió.
No volvimos a hablar en lo que quedó de la ceremonia. El juez no les hizo tantas fiestas como el padre en la iglesia y se hizo incluso más larga, eterna.
Igual y era que estaba predispuesta con todo el evento, pero me sentía como niña chiquita, así como Ximena. Desde mi mesa alcanzaba a verla, recargada en el hombro de su abuela, viendo para todos lados buscando con qué distraerse. Sólo que yo tenía un celular y un Pepe aburrido en su departamento para distraerme.
Después de un rato, el maestro de ceremonias llamó a los novios para el primer baile. Todo iba bien, hasta que sonaron las primeras notas del piano.
–Qué cabrón. –exclamé en voz baja.
Ojo, que decidiera no hacer un escándalo de eso no quiere decir que no me sintiera indignada. Lo estaba, pero ya prefería olvidarme de esa canción.
–¿Cuál cabrón? –dijo mi voz favorita a mi espalda.
Cuando me volteé y vi a Alonso arrastrar la silla a mi lado tuve una sensación extraña de alivio. No alivio como cuando Santiago me acompañó en la iglesia, un alivio más general. Un alivio que, al igual que a él, me hizo desear haberlo conocido antes.
–Alex. Es que hace unos años le dije que quería bailar Endless Love cuando me casara. Y el cabrón me copió. –dije con una sonrisa. Me alegró que llegara.
–Ah. –miró a Mariana y Alex bailando en el centro del salón. –No te preocupes, yo conozco a un compositor muy talentoso, seguro que tendrá algo especial para cuando te cases.
–¿Dani? –pregunté alzando las cejas. Alonso me miró mal y me reí.
–Qué graciosa eres, eh. En serio. –tomé su cara entre mis manos para besarlo.
La boda siguió el mismo curso que cualquier otra. La cena estuvo bien. Fui junto con Fernanda a saltar por el ramo, sí, aunque ella estuviera casada. Ninguna lo atrapó. Pero Santiago sí atrapó la liga. Bailé tanto como mis pies me lo permitieron, disfruté la víbora de la mar como en cada boda que había ido. Y entonces, cuando volví a la mesa, permití darme tiempo de pensar lo mismo que había estado pensando toda la semana y llegué a la conclusión de que quería hablarlo con Alonso.
Sabía que iba a ser muy difícil, tanto para mí hablarlo como para él digerirlo, pero no quería pasar más tiempo sintiéndome mal de no contarle. Aunque quizás si debí esperar un poco más.
Alonso miraba al centro de la pista distraído.
–Alonso. –dije llamando su atención. –Quiero decirte algo.
–Dime.
Acerqué mi silla a la suya.
–Tenía que habértelo dicho desde hace mucho tiempo, pero... No sé, me daba miedo.
–¿Qué pasó? –insistió con paciencia.
Tomé aire antes de hablar.
–Alex y yo fuimos... –hice una mueca. –Tuvimos algo.
–Mira, ese cabrón sí se dio varias escapadas. –susurró mi mamá a mi hermana y a mí. Ambas nos reímos.
Durante la comida, porque la boda fue en la tarde para aprovechar el jardín y los bellos atardeceres de Mérida, proyectaron un vídeo con fotos de la relación de mi hermano con Dalia. Eran bastantes y la mayoría, sí, en Mérida.
Mi hermano y Dalia salieron a abrir la pista de baile con alguna canción de los Ángeles Azules y mi mamá se levantó para a buscar a León. Agradecía que intentaran llevarse bien otra vez, no me agradó la idea de sólo contar con uno de ellos cuando ninguno llegó a mi primera presentación de la universidad.
Alfredo movió mi hombro.
–No, por favor. No tengo ánimo para bailar. –dije viéndolo, pero él negó con la cabeza y señaló a la entrada del salón.
Alejandro discutía con la señorita que estaba ahí recibiendo los boletos. Se suponía que él iba a estar ocupado hoy, por eso no fue invitado, pero Juan sí lo había considerado.
–Encárgate de él. –le dijo Paula a su esposo.
–¿Yo por qué?
–Yo voy. –me levanté, Paula jaló mi mano y logró sentarme de nuevo.
–No, tú siéntate. Alfredo, ve.
–¿Yo por qué? –insistió su marido.
–No vino por Alfredo, vino por mí. –espeté soltándome de un jalón. Me volví a levantar. –No me tardo.
Caminé por el jardín intentando ser discreta. No me pasó por desapercibido que la mirada de Alex me recorrió de arriba a abajo una vez que llegue al lado de la señorita. Llegar directo a Mérida había sido un desmadre, tuve que comprar un vestido en una boutique cerca del hotel y se lo terminé debiendo a mi mamá, además de que Dalia y Juan se quedaron sin regalo de mi parte porque estaba en México.
–Mayte...
–¿Qué pasa? –pregunté.
–El joven quiere pasar, pero no tiene boleto.
–Sólo quiero hablar contigo. –dijo él, suplicante. Miré a la señorita.
–Yo lo conozco...
–Sin boleto no pasa. –me interrumpió ella.
Tomé una breve respiración recordándome que era el mejor día de la vida de mi hermano, no sería nada apropiado que su hermanita golpeara a la vieja de la entrada.
–No dije que fuera a pasar. Yo lo conozco, yo me encargo.
La señorita no opuso resistencia y yo prácticamente empujé Alex fuera del edificio. Había varios meseros pasando con carritos donde llevaban bandejas de platos usados.
–¿Qué haces aquí? –espeté.
–¿Qué haces tú aquí? –respondió.
–Es la boda de mi hermano, idiota.
–Okay, estás a la defensiva...
–Por supuesto que estoy a la defensiva, imbécil. ¿Qué esperabas? ¿Qué te recibiera con un beso?
No tenía la fuerza que tuve en Nueva York cuando decidí regresar sola. Cualquier especie de filtro que haya usado en los últimos años ya no estaba.
–¡No! –se encogió de hombros, aturdido. –Sólo... Perdón, perdóname. Me encontré con Mariana hace unos meses y-y las cosas solas se fueron dando. –dijo de forma rápida. Asentí sin inmutarme, él suspiró. –Perdóname. Ya sé que no te he tratado como mereces, en serio lo sé. Pero es que no sé cómo hacerlo, ya no sé cómo tratarte.
–Se nota. –murmuré abrazándome a mí misma.
–Te quiero como a nadie, pero eres mi amiga y... –me reí y se interrumpió.
–¿Amiga? –pregunté mirando mis pies.
–Sí, Mayte. Antes que nada, eres mi amiga. –respondió de forma simple. Negué con una sonrisa, sonrisa que me ayudaba a reprimir el posible ataque de pánico. Mis manos hormigueaban, pero no quería que él se diera cuenta de todo lo que estaba sintiendo. Él ladeó la cabeza, con impaciencia. –Ay, Mayte, madura tantito...
Lo miré furiosa.
–No, ¡Madura tantito tú!, ¿Qué acaso te llevas a todas tus amigas a coger a Nueva York? –espeté.
–¡Te llevé porque era tu puto sueño!
–¡Y te aprovechaste de eso!
–No, yo nunca me aprovecharía de ti. –negó con la cabeza.
–Claro que sí, es lo que vienes haciendo desde que nos conocemos.
Alex se quedó callado y desvió por unos momentos su mirada. Los meseros que pasaban fingían no poner atención a nuestra discusión, pero ambos sabíamos que lo hacían.
–Mayte, yo te quiero. –dijo en voz baja. Me volví a reír.
–¿Sabes? Había un tiempo en que eso significaba algo cuando lo decías.
–Es en serio, May. Pero es que tú no entiendes lo complicado que es.
–¡No!, ¡No es complicado, es malditamente simple! Tienes a dos mujeres que te quieren. Y no se vale que juegues con ellas... Con nosotras.
Me retuvo la mirada sin decir nada.
–Si quieres estar con Mariana quédate con Mariana, pero ya deja de engañarla. –dije cerrando los ojos.
–No pareció molestarte ser la otra.
La mecha ya estaba lo suficientemente corta como para que llegara un niño pirómano.
Me enojé. Quise golpearlo, pero no era algo que fuera a hacer, ni siquiera tenía la fuerza para hacerle daño. Y aunque la tuviera, realmente no quería hacerle daño.
Había un carrito con platos y vasos sucios solo, tomé uno de los vasos y lo lancé contra el suelo, cerca de él. Estrellándolo y asustando a Alex.
Debo admitir que se sintió bien, quería seguir haciéndolo, pero no estaba lo suficientemente mal para olvidarme de que me cobrarían eso.
–¡No me salgas con eso! –lo apunté con mi dedo, sintiendo todo el brazo tenso. –¡Los dos sabemos que la primera vez fue una pendejada y te recuerdo que ahora ni siquiera te molestaste en decirme que habías vuelto con ella!
Noté cómo tragó con fuerza, nervioso. Y creo que dolido, también. Aunque pudo ser producto de mi imaginación.
–¿Nuestra primera vez te parece una pendejada? –murmuró, más que pregunta fue como si estuviera asumiendo la información.
–Sí. –dije de forma obvia, exasperada. –Porque no sé a quién chingados le estabas siendo fiel, pero sé que no fue ni a Mariana ni a mí. Igual y fue a tu afán de coger por coger.
–¡Deja de decir eso! Ya sé que me equivoqué, pero eso no me convierte en algún enfermo que sólo piensa en coger.
–¿¡Y entonces por qué lo hiciste?!
–¡No lo sé! ¡Por lo mismo que tú! –no respondí. –Porque se dio. –dijo, más tranquilo, sin gritar. –Yo nunca he querido aprovecharme de ti, nunca lo haría. Estuve contigo porque quería hacerlo, no tienes ni idea de cuánto tiempo esperaba para volver a estar contigo así...
–¡Entonces quédate conmigo! –rogué, dando un par de pasos acortando la distancia entre ambos. –Pero decídete, Alex. Deja de jugar.
Volvió a quedarse callado. Pero ya no retiraba su mirada de la mía.
Tomé aire antes de hablar.
–Mira, si quieres quedarte con Mariana está bien, pero yo ya me cansé de estar así contigo, yendo a ciegas, sin saber qué somos, esperando a que te dignes a quererme.
–No seas tonta, ese es el problema, que te quiero. Siempre te he querido. Pero es difícil porque eres mi amiga y...
–¿Entonces viniste hasta acá por eso? ¿Porque soy tu amiga?
No sé explicar lo que pasó entonces. No soy adivina y a esas alturas ya no sabía qué esperar del muchacho frente a mí. Pero a lo que me dedico me exige que sepa escuchar y reaccionar a lo que la otra persona haga o diga. Es lo que hago siempre, esperar a ver qué es lo que decide hacer, imaginando mil y una opciones, prepararme para la que sea. En ese momento, sólo podía imaginar una.
Alex ni siquiera tenía palabras, no podía ni explicarse a sí mismo. Él me quiere, lo sabía, lo he sabido siempre. Y también sé que, por muy confundido que llegue a estar, jamás va a poder verme como algo más que una amiga. Ya no era cosa de tiempo o de qué estuviera soltero, ambas cosas pasaron y nada cambió. Ni lo haría.
–No entiendo cómo logras lastimarme aun sin abrir la boca.
Alex ladeó la cabeza, dolido. –No me digas eso.
Presioné mis labios y pasé mi lengua por ellos antes de hablar.
–¿Sabes qué? Nos seguimos comportando como si tuviéramos quince años y la verdad es que ya deberíamos portarnos como adultos. –me miró confundido. –Mariana siempre ha sido buena contigo y tú y yo... –negué tratando de encontrar las palabras. –vivimos literalmente juntos, es normal que te confundas...
No pensaba eso realmente. Era mi modo evasivo hablando por mí.
Él jadeó. –No estoy confundido. No con respecto a eso, es sólo que...
–Alex, por favor. –suspiré. –Tú lo dijiste, soy tu amiga. Y no vas a cambiar tu forma de pensar. Haznos las cosas más sencillas y déjalo así.
Me miró triste. Casi herido.
–¿Y hacer como si nada hubiera pasado? –preguntó, irónico. Me encogí de hombros.
–Ya tengo práctica con eso. Y tú también.
Su ceño se frunció y negó con la cabeza.
–¿Y ya? ¿Eso es todo? –preguntó, sin relajar sus facciones. –¿Se acabó?
Negué y presioné los labios.
–Nada empezó. –murmuré. –Vete a México, no pienso discutir esto otra vez.
No me esperé a que respondiera y regresé a la mesa de la fiesta. Paula y Alfredo ya estaban sentados otra vez. Ambos hablaban de algo, pero se callaron cuando me senté.
–Mi amor, ¿Por qué no sacas a mi mamá a bailar? –sugirió Paula a su marido, de forma sutil.
–¿Porque es más fácil que me dé una patada antes de aceptar? –respondió él de forma irónica. Mi hermana rodó los ojos.
–Ve.
Alfredo se quejó un poco más, pero al final la obedeció.
–Okay, dime que pasó. –dijo pegando su silla a la mía. –Y ni te molestes en mentir.
Me encogí de hombros. Ya no quería hablar.
–Se intentó disculpar, ¿Verdad? –negué con la cabeza. –¿Y por qué tenías mensajes de "perdóname" en el celular?
–¿Prendiste mi teléfono? –le pregunté automáticamente molesta.
–Estoy preocupada por ti, regresaste muy mal de Nueva York.
Presioné los labios. No quería pelearme con mi hermana también.
–No importa.
Paula se quedó callada durante un par de segundos.
–Oye, Alex nunca me ha caído muy bien y lo sabes, pero... Vino hasta acá para pedirte perdón, es difícil no caer...
–Paula, llevo enamorada de él seis años, ya viene siendo momento de que lo controle.
Paula me miró con lástima.
–Uno no controla de quién enamorarse.
–No, pero sí el qué hacer con eso. Ya no quiero ser tan tonta y débil, quiero dejar de estar para cuando a él se le antoje.
–¿Piensas dejar de ser su amiga?
Fue mi momento de guardar silencio.
Me acerqué a la mesa de Alex y Mariana, los dos se levantaron al verme.
–¡Mayte! Fernanda sugirió que pusieran pistas para que canten como en mi despedida, cantaron muy bonito. –dijo ella sonriente.
–De hecho, ya nos vamos. –dije con una sonrisa, disculpándome.
–¿Tan temprano? –preguntó Alex frunciendo el ceño.
–Sí, es que... –hice una pequeña mueca. –Tengo que hablar con Alonso.
Me escuchó con total atención, de principio a fin. No hizo preguntas y su ceño se mantuvo fruncido todo el tiempo. Cuando terminé de hablar sólo dijo "Vámonos". Francamente, no lo quise contradecir.
Ambos miraron al susodicho que se despedía de Sago en nuestra mesa.
–Se ve serio, ¿Se pelearon? –preguntó Mariana.
–No. –fruncí el ceño. –O bueno, no sé.
Alex me tomó del brazo y me alejó un poco de su esposa.
–¿Te hizo algo?
–No.
–¿Segura? Porque no me interesa que todos nos vean, si te hizo algo me lo madreo.
–Que no. Es que... –inflé mis mejillas con aire y lo saqué nerviosa. –Ya le dije.
–¿Ya le dijiste qué?
–Todo.
–No te entiendo, May. ¿Todo qué?
–¡Todo! –grité en un susurro. –Desde lo que pasó en prepa hasta... Hasta lo de Nueva York.
Ambos lanzamos una mirada rápida a Mariana, hablaba con Alonso que ya se había acercado a despedirse.
Alex me miró con pánico.
–P-pero... ¿Por qué?
–Pues porque... No sé, quiero que lo sepa. –murmuré, él me miró como si estuviera loca.
–No hay necesidad de que nadie sepa. –fruncí el ceño, automáticamente molesta.
–Bueno, yo tengo la necesidad de contarle. –se pasó una mano por la cara. –Me gusta esto que tengo con él, quiero ir en serio. –murmuré.
Me miró con el ceño fruncido, pero esta vez no como si estuviera loca, más bien como si le hubiera dado un golpe, uno bajo y con todo el afán de herirlo.
–Ya nos vamos, Alex. Felicidades. –dijo Alonso de forma monótona. Alex lo volteó a ver sin cambiar su semblante aturdido. Me miró una última vez antes de murmurarle algo a Alonso y volver con su esposa.
El camino al departamento estuvo silencioso. No me sentía incómoda, sólo ansiosa. La tensión se podría cortar como a un hilo.
–Por favor, di algo. –murmuré cuando se estacionó frente al edificio.
No respondió. Bajó y cerró la puerta sin emitir sonido alguno. Suspiré.
Aun así, abrió mi puerta.
–Alonso, por favor. –no respondió.
Bajé del carro y entré al edificio con él siguiéndome. Subimos al elevador y él seguía sin decir nada, se limitaba a ver los números de los pisos cambiar.
–Oye, me costó mucho decirte eso. Nunca se lo había contado a nadie. –no dijo nada. –Apenas reuní el valor para decírselo a Santiago.
Llegamos a mi piso y entramos al departamento. Él cerró la puerta detrás de ambos.
–Alonso...
–Mayte, dame chance, ¿Sí? Acabas de decirme que tuviste algo con alguien con quien vives.
Me quité los tacones y me senté en el sillón grande de la sala, él se recargó en el respaldo del lado contrario. Pasaron fácil cinco minutos, sin exagerar, antes de que volviera a hablar. Su voz tembló al hacerlo.
–¿Me has puesto el cuerno con él?
Me giré a verlo de inmediato.
–No. Para nada. Jamás me atrevería a hacerte eso.
Me miró mientras tragaba, como si intentara creerme.
–Te voy a ser completamente sincera porque no quiero darte razones para que desconfíes de mí, ¿Sí? –no asintió, pero se quedó callado mirándome por lo que seguí. –Antes de terminar prepa tuve un novio, Axel, lo conociste en mi cumpleaños. A él sí le puse el cuerno con Alex, y solo fue una vez. Me sentí una basura de persona y nunca lo volví a hacer, no podía con la culpa. Me di cuenta de que yo no podía hacerle eso a alguien otra vez. Ni siquiera a las novias de Alex.
Asintió lentamente presionando los labios.
–Alex ha engañado a Mariana contigo, entonces.
Miré mi pecho por un segundo. Mi corazón latía tan fuerte que mi collar se movía con cada latido que daba.
–Sí. Dos veces. La primera teníamos diecisiete años y creímos que ya no iban a seguir juntos, o por lo menos yo lo creí. La segunda fue hace año y medio y él nunca me dijo que había vuelto a ser su novio.
–Año y medio. –repitió.
–No ha pasado nada desde entonces. Lo juro.
Calló por un par de segundos.
–¿Y por qué?
–¿Qué?
–¿Por qué no ha pasado nada? ¿Por Mariana?
–Bueno, sí. Y yo... No sé, me sentí usada, no quería que me hiciera sentir así otra vez.
–Pero seguiste viviendo con él. –replicó.
–Bueno, no iba a dejar mi departamento. Él se quería ir, pero si se iba yo habría tenido que explicarle a Santiago y no quería. Me fui unos días con mi mamá para calmarme y cuando regresé le inventé a Sago que estaba de vacaciones.
–Le mentiste. –afirmó. Tragué. –Perdón, Mayte, pero de verdad me sorprende tu capacidad para mentirle a las personas que, según tú, más quieres.
Eso se sintió peor que una cachetada.
–Lo estás haciendo sonar peor de lo que es.
–Pues por sí solo no es precisamente bueno, ¿Por qué no contarle a tu mejor amigo de toda la vida?
–¿Qué nunca has escuchado eso del árbol que se cae y nadie lo oye? Entre menos personas supieran era más fácil hacer como que no había pasado.
Y hasta ese momento, hasta que por fin lo verbalicé, me cayó el veinte de lo que Sago me había dicho. Yo supe, todo el tiempo, que esto no iba a funcionar. Me aferré a pensar que Alex necesitaba tiempo y que eventualmente terminaríamos juntos. Incluso cuando ese escenario era improbable, él seguía en mi cabeza y siempre comparaba a todo hombre con el que me cruzara con él. Yo solita me engañé.
–¿Y eso para qué?
–Para estar bien. –me encogí de hombros. –Yo quiero a Alex y llevo mucho tiempo queriéndolo y... No me importó que las cosas no se dieran como quería en un principio, tampoco quise sacarlo de mi vida. Y si quería seguir teniéndolo en ella, lo más fácil para mí era ignorar todo el problema.
–¿Después de todo lo sigues queriendo?
Mi cuerpo tembló.
–¿Cómo se supone que dejas de querer a alguien, precisamente, después de todo eso?
–Ya sabes a que me refiero.
Sentí mi cabeza hacerse pesada. No quería volver a tener un ataque, de verdad que no quería.
Me daba miedo necesitar a Alex.
–Eso no importa.
–No, a mí sí me importa. –respondió alzando la voz.
–No, no importa, porque, aunque lo quiera no pienso estar con él nunca más. –me incliné, para estar más cerca de él.
–¿Cuántas veces te dijiste eso antes?
–Antes no estaba contigo.
Se pasó las manos por el cabello.
–No contarle a Santiago no fue suficiente y aquí llega tu pendejo a distraerte de que el güey te engañó y se casó.
–No, no Alonso. No pienses que te estoy usando porque no es cierto. Yo te quiero, si no, no te estaría diciendo nada de esto...
–¿Y por qué hasta ahorita? ¿Por qué hasta que se casó? ¿Porque ya no está disponible?
–Ni aunque estuviera disponible volvería a estar con él. Si estoy contigo es porque te quiero a ti. –respondí rápido, nerviosa. Intenté tomar su mano, pero la quitó.
–Pero también lo quieres a él. –dio un par de pasos alejándose del sillón.
–Si Carla siguiera viva tú todavía la querrías. –respondí, buscando algo de empatía.
–¡Si Carla siguiera viva yo ni siquiera estaría contigo!
Quedé congelada con eso. Me dejé caer en el respaldo, dándole la espalda otra vez. Sentí lágrimas formarse en mis ojos, pero los cerré con fuerza. En parte me alivió saber que no iba a tener otro ataque.
Guardé silencio esperando que se disculpara, aunque fuera de la forma tan hiriente en la que lo dijo, pero eso no pasó.
Yo sabía que esto no iba a ser fácil, pero eso me dolió. No podía culparlo, pero tampoco iba a fingir que no sentía nada. Me levanté y caminé a mi cuarto para permitirme llorar en silencio acostada en mi cama, ni siquiera me molesté en prender la luz. No me encerré. Consideré la posibilidad de que Alonso decidiera irse, pero quise correr el riesgo. Igual y necesitaría algo de tiempo para procesarlo.
Pero no se fue, lo escuché entrar y cerrar la puerta tras él. Me senté para mirarlo y él se recargó en la puerta.
–Mira, no es el hecho de que hayas estado enamorada de él, el problema es que sigas... –soltó aire. –Lo peor es que de él ya lo sabía, desde que lo conocí, por eso te cela tanto y por eso tú, aun con que él te engañó y te trajo en una relación intermitente por años, lo sigues queriendo y lo dejas vivir contigo y... Es que eso no es normal. –se talló la cara.
–No, yo sé que no es normal. Pero tampoco voy a hacer como que todo lo bueno que hay con él no existe sólo por eso, a fin de cuentas, somos amigos. Y lo fuimos hoy, igual que la semana pasada y el mes anterior, no debería cambiar nada entre tú y yo.
–No me importa que hace un mes fuera igual o no, eres mejor actriz de lo que creí.
–Estás siendo hiriente y por más que te entienda no pienso permitir que seas así conmigo, porque estarías siendo Alex y de nada habrá servido todo lo que viví con él. –prácticamente escupí. Él desvió la mirada–. Alonso, tú me quieres y yo te quiero a ti, tanto que te acabo de decir esto que no le he dicho a nadie en siete años. Muchas veces que tuve ataques de pánico fue por reprimir todo esto.
Suspiró de nuevo. Yo seguí hablando.
–Te amo. Tú me dijiste todo por lo que pasaste, sólo quería hacer lo mismo.
–No es igual. –negó y se acercó para sentarse en la cama, de frente a mí.
–Yo sé que no, pero es por lo mismo; no quiero echar a perder las cosas contigo.
Alonso volvió a negar con la cabeza, dudando.
–Y no es que te quiera condicionar, no estoy en posición de hacer eso, pero lo de Alex está ahí y siempre va a estar ahí. Y eso no impide que yo quiera estar contigo, pero si tú ya no quieres estar conmigo, o no vas a poder seguir conmigo sin echármelo en cara o sin desconfiar de mí, creo que todavía estamos a tiempo de... de no herirnos.
–¿Quieres terminar?
–No, al contrario, pero si tú quieres o necesitas un tiempo...
Alonso no respondió y empecé a imaginarme sola. Sin Alex, sin Alonso. Otra vez conmigo y ya.
Alonso soltó aire y se echó atrás acostándose, se talló la cara una vez más y se quedó mirando al techo.
–Ven acá. –murmuró de forma suave.
Me acerqué y me recosté a su lado, me abrazó. Estaba algo sorprendida hasta que vi el techo, donde seguía pegada la foto del día del planetario.
–No la había visto. –susurró. –¿Desde cuándo la tienes ahí?
–Desde que nos peleamos. Sago quería que la tirara y la tenía que esconder para que no lo hiciera él. –admití y se nos escapó una pequeña risa a ambos.
Volteó a verme y se quedó así un momento. Deseé que entrara un poco más de luz de afuera para ver mejor sus ojos.
–Yo también te amo. –musitó. –Pero tú no puedes decidir a quién quieres o no, si Alejandro en algún momento...
–No, no. –lo corté. –Podré quererlo al punto de fingir que no hizo todo lo que hizo, pero me quiero lo suficiente a mí para no olvidar que lo hizo. Si te cuesta trabajo confiar en que te quiero lo suficiente como para no estar con él, confía en que me quiero a mí, tanto como para no darle ninguna oportunidad como la que ya le di tantas veces.
Alonso se quedó callado de nuevo, pero esta vez tomó mi mano y acarició el dorso de ella con su pulgar.
–No quiero vivir lo de Carla otra vez.
–No lo vas a hacer.
–¿Me lo prometes?
–Te lo prometo.
No me lo quería cruzar. Rezaba porque estuviera fuera del departamento, con Sago, con Fernanda o incluso con Mariana, pero que no estuviera ahí.
De cualquier manera, ya estaba mentalmente preparada para verlo si es que sí estaba en el departamento. O al menos mentalmente preparada para pretenderlo.
Cuando abrí la puerta del departamento lo único que había era silencio. Santiago debía seguir en su estudio y no me interesaba dónde carajo estuviera Alejandro. Fui directo a mi cuarto. Mochila. Ropa. Guardas, te vas. No puedes perder mucho tiempo en eso, quince minutos como máximo. No te distraigas.
Claro que, eso me fue imposible cuando al entrar me encontré con mi cama destendida, Alex sobre ella sentado, recargado en la pared con una libreta en las piernas y todo a su alrededor con un montón de hojas sueltas, algunas hechas bola.
En cuanto me vio se enderezó un poco, pero no se levantó.
–¿Qué es esto? –murmuré tratando de no sonar alterada.
Me preparé mentalmente para verlo, no para verlo en mi cuarto, escribiendo.
–¿Dormiste aquí?
–No pude dormir en mi cuarto.
–Y te pareció buena idea venir y... –me callé al mismo tiempo que cerré los ojos con fuerza. No me quería distraer.
Caminé a mi closet y empecé a sacar la ropa de la maleta. Ignoré el hecho de que mis manos temblaban.
–Por un momento creí que no ibas a regresar. –comentó con algo de gracia, pero la tensión era palpable. –O que me ibas a sacar a patadas.
–No tendría caso.
Mi voz sonó en automático, seca, fría. Casi robótica. Pero a esas alturas, era eso o romperme.
–May, en serio yo no... –lo interrumpí. Mis manos ya no sólo temblaban, las sentía frías.
–Alex, por favor. Cállate.
Me concedió mi deseo por unos minutos. Pero una vez que mi maleta quedó vacía y volví a llenarla con ropa limpia, él habló de nuevo.
–¿Para qué es eso?
–Voy a casa de mi mamá unos días.
Increíble que la razón principal de conseguir el departamento haya sido independizarme de mi mamá y ahora vaya de vuelta a ella.
–¿Por qué? No May, es tuyo el departamento, si quieres yo me voy...
–Ya te dije que no.
–Entonces no te vayas.
–Alex, sólo son unos días. –murmuré y me armé de valor para mirarlo. Él ya estaba levantado.
Estaba algo ansioso, como si quisiera hacer algo, pero ni siquiera supiera qué.
–May...
–Alex. –lo corté. –Puedo hacer como que estoy tranquila, pero no estoy dispuesta a hacer como que lo de Nueva York no pasó, o a hacer como que no te quiero. No todavía.
–Yo no te pido que hagas eso. –dijo triste, me levanté y lo encaré.
–¿Y entonces? ¿A qué quieres que me quede si no es a verte siendo feliz con tu novia?
–No, May. Yo no tenía intención de... No quería que te molestaras.
–No estoy molesta, Alejandro. Eso sería demasiado fácil. Me siento herida, porque no sé qué tengas en la cabeza que no puedes verme como algo más que una amiga, pero claro que eso no te impide tratarme como tal.
Su semblante seguía preocupado. No sé bien el por qué, no sé si por mí, por él, por Santiago, por su novia, o por nosotros. Y probablemente nunca lo sepa, porque él no se atreverá a decirlo.
–No sé qué pasó, no lo supe controlar, pero nunca quise herirte y lo sabes. Te quiero...
–Sí, pero yo te amo.
Él soltó aire. Abrió la boca para hablar, pero sólo negó y nada salió de ella.
–Y ya sé que tú no a mí. Y está bien, tampoco es como que te pueda obligar. –me agaché a terminar la maleta con lo primero que encontré y la cerré.
–Eso no es cierto y te consta. Igual y no te lo digo, pero estoy seguro de que ha quedado claro.
–Lo que ha quedado claro es que ni siquiera tú entiendes lo que sientes. Y no puedes hacer nada hasta que te dignes a aclararte.
Parpadeó un par de veces, nervioso.
–Ya te dije que no sé manejar esto, perdóname.
–¡Es que deja de esperar que todo se solucione con un perdóname! No quiero complicar las cosas para Santiago, y por más que no trague a Mariana lo que le hicimos es algo que tú sabes que está mal.
–Tú no sabías, no es tu culpa.
Solté una risita, sintiendo que si me quedaba más tiempo ahí terminaría llorando de verdad.
Solté aire lentamente.
–Por favor, recoges todos tus papeles cuando salgas y ya no duermas en mi cama, tienes la tuya. –murmuré levantando el aza de la maleta. Caminé a la puerta.
–Mayte, espérate. –dio un par de pasos apresurados y cerró la puerta, quedando pegado a mí espalda.
Por un momento creí quedar sorda. Los latidos de mi corazón se sentían en mi cabeza.
–Lo hago, ¿Sí? Como no te das una idea. Y tienes razón, no lo entiendo y no sé cómo controlarlo, ni siquiera sé cómo expresarlo–dijo con frustración. –Pero lo que menos quería era hacerte algo que te hiciera sentir mal.
Misión fallida.
–Podrías molestarte en intentarlo.
–Créeme que vivo intentándolo.
Miré el suelo. Mi respiración comenzaba a acelerarse, tenía que salir de ahí lo más rápido que pudiera.
–En Mérida te dije que no quería volver a tener esta conversación. Yo ya me cansé de esperar a que te decidas. No quiero ir a ciegas, quiero estar tranquila. –lo miré. Sus ojos se veían ligeramente rojos. –Respeta eso, así como yo respeto tu relación con Mariana.
–May...
–Por favor. Ya que te cuesta tanto trabajo verme como algo más que una amiga, limítate a tratarme como tal.
Tardó unos segundos que me parecieron años, pero finalmente suspiró, pareciendo aún más nervioso.
–¿Eso es lo que quieres?
No. Te quiero a ti, imbécil.
–Te quiero. Pero está claro que no vas a estar conmigo, quiero cosas de ti que no puedes darme. Déjame ir hasta que me haga bien a la idea.
Asintió, aunque su mirada decía que no estaba de acuerdo. Él tampoco tenía una idea mejor. Quitó la mano de la puerta y apenas lo hizo salí de mi cuarto, pasé por el pasillo, salí del departamento y caminé al elevador.
Justo cuando apretaba los botones, él se plantó frente a mí, sin entrar al elevador.
–Perdóname por arruinarlo todo. No voy a justificar todo lo que te he hecho, pero los dos sabemos que no te mereces a alguien como yo.
–No me salgas con eso. –lo miré mal.
–Lo peor es que soy lo suficientemente egoísta para ignorarlo. Y es lo que he estado haciendo.
No respondí.
–Y podría seguir haciéndolo.
No. No sabes estar solo que es diferente.
Si me voy, y cuando regrese sigue así, solo, quizás haya oportunidad. Si está con Mariana, ninguna. A veces las personas se tienen que separar para saber que tanto se necesitan, ¿No?
–Ya no me dejes seguir haciéndolo, May. –susurró.
Me limité a cerrar las puertas.
–Mi amor. –susurré pasando los dedos por su cabello. –Alonso. –insistí, pero no elevé el volumen de mi voz. Se movió un poco. –Voy a ir por cafés, ¿Quieres?
–Mmm... –se giró y rodeó mi cintura con su brazo. –¿Qué hora es?
–Como las siete y algo. –respondí, él hizo un ruido a modo de queja.
–Es muy temprano, duérmete otro rato y yo te llevo después. –susurró.
–No puedo dormir, voy a ir por uno.
Repitió el sonido de queja y se destapó.
–No, no, no. Tú duérmete, voy yo sola. –dije tapándolo de nuevo con una pequeña sonrisa.
–¿Segura? –murmuró quitando un cabello de mi frente. Tomé su mano y dejé un beso rápido en ella. Él volvió a cerrar los ojos.
–Segura, ¿Quieres que te traiga uno? Le voy a traer uno a Sago.
–Sí, estaría bien.
–¿De qué lo quieres?
–Lo mismo que tú.
–Vale. –me incliné para besarlo y salí de mi cama para meterme a bañar.
Tenía cierto miedo de que Alonso dejara de confiar en mí de verdad. No quería tener problemas con él, no por esas razones. Pero incluso aunque eso pasara, no me arrepentía de habérselo dicho. Habría sido algo con lo que cargaría eternamente, estuvo bien que se lo dijera, que lo externara.
Cuando me terminé de bañar regresé a mi cuarto y me vestí tratando de hacer el menor ruido posible. Luego bajé al estacionamiento por mi carro para ir al Oxxo más cercano.
Entré a la tienda de autoservicio a servir los cafés. Mientras lo hacía, en mi mente se recreó la escena de Mariana entrando a la iglesia. Sólo la vi a ella entrar, no me atreví a ver la reacción de Alex al verla, aunque me moría por hacerlo.
¿Habrá estado emocionado? ¿Tanto como para llorar? ¿O eso sólo pasa en las películas y los hombres no se atreven a llorar en público? No pudo haber llorado, se habría notado cuando lo miré. ¿Habrá sentido miedo? ¿O sencillamente estuvo feliz?
¿Por qué no lo miré? No quería que se casara, pero ya había procesado la idea, ¿Él realmente quería? Estuvo dudando hace apenas un par de meses.
Suspiré y me puse a contar los cuadros del techo. Me dolía la cabeza de pensar tantas cosas al mismo tiempo.
Dejé los vasos en una de las canastas de cartón que tenían ahí y los llevé a la caja.
–Buenos días. –saludé.
–Buenos días, ¿De qué son?
–Este... Dos cappuccino vainilla y uno americano. Todos grandes. –tecleó algo en la computadora y me miró.
–Son cincuenta y nueve. –dijo, asentí y busqué el dinero en mi morral. –Perdón, ¿Eres actriz?
Subí mi mirada a él reprimiendo una sonrisa.
–¿Por?
–Porque o eres actriz y vas a salir en Romeo y Julieta o te pareces mucho a ella.
–Soy ella, soy ella. –dije de forma rápida. –Pero ¿cómo supiste?
–Está en el periódico. Hay una foto tuya con otro chavo.
–¿En serio? –exclamé con una sonrisa.
–Sí, lo estaba leyendo ahorita... –levantó los papeles y de inmediato se los arrebaté, viéndome un poquito grosera, pero en ese momento no me di cuenta.
Efectivamente, había una foto de Pepe y yo caracterizados, él con una mano en mi mejilla y yo con la mía en su pecho, anunciaba la obra y su elenco. Era perfecta.
–¿Me lo cobras también? –le pregunté entregándole el periódico.
Volví al departamento con mejor ánimo que con el que me fui. No me interesaba que fuera temprano todavía, pensaba despertar a Alonso y Santiago sólo para enseñarles la nota.
Abrí la puerta del departamento y casi se me caen los cafés al verlo sentado en el sillón. Incluso pensé que era Alonso o Sago y que yo estaba alucinando.
Cuando me miró inexpresivo supe que era real.
–¿Qué haces aquí? –susurré. Alonso y Sago seguirían dormidos.
Se encogió de hombros y medio sonrió. Volví a pensar que estaba soñando.
–¿No deberías estar en tu luna de miel en Cancún?
–Nayarit. –corrigió con una mueca.
–Ah... ¿Y Mariana? –dejé los cafés y mi morral en la mesa y fui a sentarme a su lado.
–Supongo que va llegando a allá. La voy a alcanzar al rato.
–¿Por qué no fuiste con ella?
–Porque... –suspiró.
Quedé boquiabierta.
–¿De verdad? –asintió. –¿Y cómo se lo tomó?
Volvió a hacer una mueca.
–Bien... Considerando que ella también confesó haberme engañado.
–¿Qué? ¿Es en serio? ¿Con quién? –se volvió a encoger de hombros.
–¿Importa?
–Supongo que no. –entrecerré los ojos. –¿No lo veías venir? –me miró mal. –O sea, empezó a coquetearte cuando tenía novio, era obvio de alguna forma. Además, tú también la engañaste.
–Sí, contigo.
–El punto es que lo hiciste.
–Ya sé, pero... No me lo esperaba, ¿Sabes? Y... –miró al suelo. –Como que no me siento en posición de enojarme con ella, pero siento que debería, ¿Debería?
–No lo sé. –susurré. Y honestamente, ¿Qué más podía decirle?
Pasamos unos largos segundos en silencio. No quise decir nada de Mariana porque en cierto punto sí me llegó a agradar. Aunque en algún momento sí esperaba que le fuera infiel a Alex, ahora me decepcionaba.
–Oye... Sí van a publicar mi libro. –comentó él mirándome. Sonreí.
–¿En serio? –asintió aguantando una sonrisa. –Felicidades, escritor, ¿Ya me vas a decir de qué se trata?
–Eh... Es la historia de una pareja, Andrés y Melissa. Se conocen desde los quince y siempre están enamorados. –mi sonrisa se borró, él pasó la lengua por sus labios. –Ella se lo dijo, muchas veces, pero él la rechazó porque... –rodó los ojos antes de seguir. –Porque creyó que aspiraba a algo mejor, el imbécil. Luego se arrepiente. Obviamente.
–¿Y qué hace?
Se encogió de hombros.
–Léelo.
–¿No me vas a decir?
–No, léelo. Me tardé años escribiéndolo. –dijo con una risa.
–Me gustan los spoilers, por favor.
Miró al suelo antes de contestarme.
–Él se suicida.
–¡No! –alcé las cejas.
–Lo sé. –asintió. –Muy dramático, ¿No?
–¿Y Melissa qué? ¿No está muy trágico para ella que le mates a Andrés?
–Buen punto, ¿Qué final te parece bueno?
–Es tu libro. –me encogí de hombros. –¿De verdad te parece ese el mejor final?
–Pues si por mí fuera, Andrés se divorciaría y correría por Melissa, terminarían juntos con tres hijos y un perro llamado Shakespeare. –me reí, pero sentía mis manos sudar. –Pero no se puede, porque ella está con su novio y son felices.
–Es un libro, claro que se puede. Tú lo escribes, lo que pase está en tus manos.
Sabía que él no estaba hablando únicamente de su libro, pero preferí hacer como que sí. Por mi paz mental.
Sonrió y negó.
–Esa historia ya está escrita, May.
Asentí. –Tú eres el experto. Pero creo que deberías hacer más finales felices, la vida ya es lo suficientemente dura para sufrir también en la ficción.
Alex soltó una risa.
–Podría decir lo mismo de tus obras.
–Touché. Y hablando de obras. –su sonrisa se borró. –¿Qué hiciste para que me dieran a Julieta?
–Nada, te la ganaste tú. –aseguró. Ladeé la cabeza, sin creerle.
–Alex, mi primer audición fue un asco. No merecía un callback.
–Fuera de esa primera audición, lo hiciste todo tú. Te lo prometo.
–¿Qué hiciste?
–Digamos que, si no ibas a estar en mi obra tenía que ser únicamente para encarnar a Julieta. –negué ligeramente con la cabeza. –Ni siquiera hice la gran cosa, solo una llamada. Juro que fue la última vez.
–Ya no te creo. Mejor no te vuelvo a hablar de mis audiciones. –él hizo una mueca, pero asintió.
–Es justo, pero volviendo al libro... ¿Crees que a la gente le guste?
–Sin duda quiero comprarlo.
–No lo hagas. Te mando una copia en cuanto estén, te lo prometo. Hasta te lo voy a dedicar.
Sentí mariposas en el estómago. Hacía muchísimo que Alex no me hacía sentir mariposas.
–¿No le molestará a Mariana? –él negó.
–No ha querido leer nada de lo que he escrito, ni se va a enterar.
–Como si dejaras que alguien los leyera. –se rio.
–Por lo menos ustedes lo han intentado. –me reí. –Entonces... ¿Cómo se lo tomó Alonso?
–Mal, naturalmente. Pero creo que vamos a estar bien. –asintió.
–Entonces sí van en serio.
–Eso espero.
Guardó silencio por un par de segundos en los que jugó con sus manos, luego me miró.
–¿Lo quieres?
No tenía que pensar antes de responderle eso, tenía la respuesta clara y presente.
–Sí.
Él asintió y miró de nuevo a su regazo.
–Me da gusto, en serio. Más le vale cuidarte.
Me reí.
–También me puedo cuidar sola, oye.
–Ya sé. –fingió una expresión de terror y solté un golpe en su hombro. Soltó una risa y luego intentó mantenerse serio. –Pero sí sabes a qué me refiero, ¿Verdad?
–Claro que sí. –murmuré. Asintió de nuevo.
–Bueno, May. Ya me voy. A Mariana no le hizo mucha gracia que la dejara irse sola. –se levantó.
–Me imagino. –lo imité.
–Gracias por hablar conmigo. –rodeó mis hombros y me abrazó, rodee su cintura. –Cuídate mucho, ¿Sí?
–No hables como si no fuera a volver a verte. –rio.
–Claro. –besó mi frente.
–Oye. –dije cuando nos separamos. –Andrés no se suicida, ¿Verdad? –Alex volvió a reírse.
–Léelo. –dijo para después caminar a la puerta. –Adiós, May.
–Adiós, Alex.
Alex salió del departamento y efectivamente, esa fue la última vez que lo vi.
Sólo espero que haga una buena historia de esto.
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