
6. ¡El Madrazo!
[2:05 PM] Paula: Nos vemos en casa de mi mamá, les tenmos algo que decir a los tres y hay que aprovechr que Jaun anda por acá.
[2:05 PM] Mayte: Lo que deberías aprovechar es el auto corrector.
[2:05 PM] Paula: Djame, estoy emocionada
Cerré la conversación con Paula y miré a Santiago a mi lado, que veía una rutina de ejercicio en YouTube.
–¿Vas a salir?
–Nah.
–Bueno, voy a ver a mi mamá. –me levanté y apagué la tele.
–¿Y eso?
–Que Paula quiere decirnos algo.
–¿Se va a divorciar? –me miró y rodé los ojos. Siempre imaginaba lo peor.
–Lo dudo.
Caminé por el pasillo para entrar a mi cuarto y me encontré con Alex saliendo del suyo.
–May, ¿Ya te aprendiste lo de María?
–Nop. –dije entrando a mi cuarto, él entró detrás de mí.
–¿Por qué no?
–Porque no sé si quiero hacer la audición. –dije tomando mi bolsa, saqué la basura que tenía dentro y busqué mis llaves, pero no estaban.
–¿Y por qué? –se sentó en mi cama.
–Porque uno de los directores me cae muy mal. –moví varios libretos sobre mi escritorio, ahí tampoco estaban.
–De pura casualidad, ¿Ese director vive contigo?
–Efectivamente. Quítate. –lo empujé y él se levantó. Moví las sábanas para encontrar las llaves, pero ni siquiera se escuchaban.
–Ya pasaron dos semanas, ¿Hasta cuando vas a seguir enojada conmigo?
–Toda la vida. –abrí el cajón de mi buró, ¿Cómo pude perder mis llaves? Las acababa de usar en la mañana cuando saqué la basura.
–May.
–¿Qué? –pregunté abriendo el segundo cajón.
Alex no respondió, en respuesta se escuchó un sonido de llaves chocando.
Me giré, él sostenía mis llaves en su mano con una sonrisita. Se estaba burlando de mí.
–Alejandro, ¿Me das mis llaves, por favor?
–¿Me perdonas tú a mí?
–Por supuesto que no, te detesto. –intenté tomar mis llaves, pero él era más alto que yo y las levantó. –¿Vamos a jugar a esto? ¿En serio?
–Si me perdonas, no.
–No te voy a perdonar, eres un mentiroso que abusa de mi cariño y respeto. –salté varias veces para alcanzar las llaves, él las levantaba aún más.
–Y tú eres una exagerada y aun así te quiero.
–Ay, tú me dijiste que yo iba a ser la primera en leer algo tuyo.
–No, yo te dije que ibas a leer la primera copia impresa de algún libro mío. Técnicamente no mentí.
–Agh, eres un tramposo.
Seguí saltando y en mis intentos por alcanzar mis llaves fui empujando un poco a Alex, hasta que chocó con mi cama y cayó de espaldas, golpeándose la cabeza con la pared. Cerró los ojos e hizo una mueca con dolor.
–Ou, hasta sonó, ¿Estás bien?
–No, creo que moriré desangrado. –exageró, aproveché su caída y tomé mis llaves subiéndome en la cama.
–Si vuelves a dejar que alguien más antes que yo lea tus trabajos, sí, te prometo que morirás desangrado.
Antes de que pudiera bajarme, él me abrazó por la cintura apegándome a él.
–Estoy herido, necesito apapacho. No salgas.
–Pareces mujer. –me reí.
–¿Por?
–Por dramático.
–¿Y me lo dice quién?
–Ay, cállate. –volví a reír.
Por más que intentara justificarlo, un hombre con su mejor amiga encima y con su cara a centímetros de distancia no era común en amigos. Recargué mi mano en su pecho para enderezarme. Él se quejó un poco por la presión, pero estaba segura de que no le pudo haber dolido.
–Bueno, ya me...
–May. –me interrumpió mientras se sentaba en mi cama. –Yo... –de pronto ya estaba serio. Pasó la lengua por sus labios, viéndose nervioso. –Yo quisiera...
–¿Qué?
Lo miré a los ojos, temblaban.
–Eh... Que lo consideraras, lo de la obra.
Suspiré un poquito y me levanté.
–Sí lo estoy considerando. Pero hay otras obras que también me interesan.
Volví a tomar mi bolsa y metí varios libretos, mi celular, mis llaves y una bolsita de cosméticos.
–¿Más que la mía? –preguntó indignado.
–Sí. –salí de mi cuarto y caminé a la cocina para buscar una botella de agua en el refri, pero no estaban. –¡Sago! ¿Y el agua?
–Acá en el comedor. –exclamó él. Salí de la cocina y ambos estaban sentados en la sala, Alex viendo su celular.
–¿Y por qué te interesan más que mi obra? –preguntó queriendo parecer distraído.
–Porque a ti no... –me callé al sentir las sillas moverse. Mis amigos igual guardaron silencio por un par de segundos.
Los tres miramos al techo y vimos como el foco que colgaba entre el comedor y la sala, se sacudía de forma cada vez más violenta.
–¿Está...–empezó a decir Santiago, pero lo interrumpí.
–Está temblando.
–Péguense a la pared. –ordenó Alex alzando la voz.
Lo primero que hice fue pegarme a la pared junto al comedor, pero Alex corrió al pasillo.
–Acá, May, acá. –corrí junto a él y me pegó a la pared. –Sago, quítate de la ventana, cabrón. –expresó de forma nerviosa.
Sago sólo se había puesto de pie para mirar por el ventanal detrás de la tele. Con el grito de Alex reaccionó y corrió a pegarse a la pared del pasillo contraria a la que estábamos.
–Hay humo, creo que algo explotó, ¿Es el fin del mundo?
–No mames, Santiago. –espetó Alex.
–Debe haber sido una fuga de gas. –murmuré.
El temblor no hacía más que aumentar en su intensidad, solté un pequeño grito cuando un cristal de la ventana se rompió.
–¿No deberíamos evacuar? –preguntó Sago.
–Estamos en el puto piso trece, güey. No chingues.
La tele se cayó, pero no escuché que se estrellara. Estando en un mueble bajo era poco probable que le pasara algo. Se escucharon cosas caer de la cocina y las puertas de nuestros cuartos se sacudían con fuerza. También las botellas de agua se cayeron de la mesa y mis cosas vibraban contra el cristal de esta.
Me intenté aferrar a la pared lo más que pude. Jamás había sentido un temblor así de fuerte.
–Tranquila. –dijo Alex tomando mi mano con fuerza. –Ahorita pasa. –dijo mirando el techo, con su otra mano se sostenía de la pared. Recargué mi frente en su pecho cerrando los ojos con fuerza. –Y tú ni te muevas, cabrón.
–Güey, la tierra entera se está moviendo, me muevo con ella por inercia.
Nos quedamos así durante unos segundos más, hasta que pareció haber cesado.
–¿Se acabó? –susurré levantando mi cabeza, mis amigos revisaron las paredes y el techo antes de moverse.
–No tarda la réplica, vámonos. –ordenó Alex. Sólo caminó al sillón para recoger su celular y de inmediato fue a la puerta.
–¿No que el puto piso trece y que la chingada? –dijo Santiago imitando su anterior acción para recoger su propio celular.
–No sé si el edificio se dañó, no me quiero arriesgar a que se caiga o algo.
Tan sutil como siempre.
Alex nos esperó en la puerta y en cuanto lo alcanzamos tomó mi mano de nuevo y salimos del departamento. Apenas íbamos a bajar por las escaleras cuando escuché una vocecita llamarme.
–¡May!
Paré en seco y miré a Alex.
–Renata. –murmuré y regresé corriendo al pasillo. –¡Renata!
La pequeña de seis años se encontraba de pie en la entrada de su departamento. Ella y su papá vivían al lado nuestro.
–Renata, ¿Estás bien? –pregunté hincándome. Ella negó llorando, la revisé rápidamente de forma superficial y parecía estar bien, sólo estaba asustada. –Está bien, no pasa nada, ¿Y tu papá?
–Fue a la tienda. –lloró.
–¿Estabas sola? –ella asintió.
–May, vámonos. –insistió Alex alcanzándome.
–No la vas a dejar sola.
–No, pero apúrate.
Santiago se acercó y levantó a la niña entre sus brazos. Los cuatro bajamos hasta salir a la calle, donde ya se encontraban la mayoría de los vecinos.
–No salen llamadas. –murmuré viendo mi celular.
–Acaba de temblar, se saturan las líneas. Usa whats. –me respondió Alex viendo el suyo.
–¿Saben si ya fue la réplica? –preguntó Sago que seguía sosteniendo a la niña, que seguía llorando en su pecho.
–No sé. Igual y ya fue y ni la sentimos. –murmuré y me acerqué a Renata. –Tranquila, mi amor. Ya pasó. –dije quitándole el cabello de su carita.
–Quiero a mi papá.
–Ya lo sé, ahorita viene.
–¿No tienes su teléfono? –preguntó Santiago.
–Pues sí pero no salen las llamadas, ya le mandé whats. Reny, ¿Qué estabas haciendo antes de que temblara?
–Estaba viendo caricaturas.
–¿Sí? ¿Y de qué eran?
Le estuve haciendo la plática un rato para distraerla, Santiago de repente le hacía comentarios para hacerla reír. Alex, por su parte, seguía pendiente de su celular.
–¿Mayte? –me giré al escuchar mi nombre. –¡Renata!
–¡Papi!
Un hombre poco mayor a nosotros se abrió paso entre los demás vecinos para llegar hasta nosotros. Tendría como la edad de mi hermana y era papá soltero. Corrió hasta llegar con Santiago, quien le entregó a la niña de inmediato. Este la abrazó con fuerza. Al tener a la niña en sus brazos cerró los ojos pareciendo mucho más aliviado.
–¿Cómo estás? –la niña le respondió algo que nosotros no escuchamos, entonces Chucho nos miró. –Gracias por sacarla, ¿Cómo están?
–Fuera de asustados, nerviosos e histéricos... –respondió Sago señalando a Alex que seguía tecleando de forma desesperada. –Bien.
–¿Tú? –pregunté.
–Bien, estaba más nervioso por Renata que por nada.
–¿Cómo se te ocurrió dejarla sola? Nos pudiste haber avisado. –lo regañé.
–Ya sé, se me fue. Según yo iba rápido y regresaba. Pero ¿Cómo ven el edificio? ¿Se dañó?
–Ya lo están revisando. –respondió Alex uniéndose a la conversación. –Pero yo lo vi bien, dentro de todo.
Pasamos un buen rato afuera, casi dos horas, hasta que la gente de protección civil nos dijo que podíamos volver a entrar.
¿Estás bien?
[1:21 PM] Alonso: Estuvo muy fuerte.
Leí el mensaje con una sonrisa un par de veces antes de responder. Me emocionaba que se preocupara por mí.
–Güey, ve esto. –dijo Santiago a Alex mostrándole un vídeo donde se derrumbaba un edificio entero.
–Quiten eso. –me quejé. –¿Habrá pasado algo en el estacionamiento?
–Dijeron que no, ¿Hablaste con tu familia?
–Les mandé mensaje en el grupo, ya estaban en la casa de mi mamá todos, están bien. ¿Ustedes?
–Mis papás no se meten al puto WhatsApp. Pero sé que están bien porque compartieron en Facebook los números de emergencia.
–¿Tú? –le dije a Alex, él seguía tecleando en el celular. –¿Hablas con Mariana?
–¿Eh? –alzó la mirada frunciendo el ceño, señalé su teléfono. –Ah, no. Con Fernanda. Que todo en orden. ¿Tú con quien hablas? –dijo viendo la pantalla de mi celular.
Inmediatamente lo bloqueé.
–Nadie. Mis hermanos.
Alex frunció el ceño, pero no insistió.
–¿Sí vas a ir a verlos?
–Pues sí, supongo. Espero que no esté muy feo por allá.
–¿Y si mejor te quedas?
–No, quiero verlos. No sé cuándo regresen Juan y Dalia.
–Dalia acaba de llegar.
–Pues sí, pero...–no supe qué argumento usar para insistir. –Quiero ir.
Alex me miró presionando sus labios. Intercambió una mirada con Santiago y luego me volvió a mirar a mí.
–Bueno, pero yo te llevo.
Después le podía pedir a Juan o a Alfredo que me llevaran a la cafetería. Aunque había grandes posibilidades de que no tuviera que trabajar.
–Entonces yo voy con ustedes. –dijo Santiago. –No me voy a quedar solito aquí, ¿Y si tiembla más fuerte?
–Bueno, pero tendríamos que revisar el departamento antes, entonces.
Como era de esperarse, las calles estaban llenas. Había mucho tránsito en todas partes. Esperaba que mis amigos se quejaran, pero ninguno dijo nada. Sago iba en la parte de atrás hablando por teléfono con su madre, discutiendo porque no le contestaba en WhatsApp.
Yo seguía hablando con Alonso en WhatsApp, también. Llevábamos hablando semanas, sin parar, para nada. Le platiqué de mis dos mejores amigos, de mis hermanos, de mi carrera y la obra. Dijo que me iría a ver antes de que acabara la temporada, lo cual me emocionaba y aterraba en cierto modo. Quería que me fuera a ver, por supuesto que quería, pero sabía que había sido un asco en las últimas funciones. Él me había platicado de su trabajo, también. De sus hermanos, que son dos, ambos hombres.
–¿Con quién hablas? –volvió a preguntar Alex. Cuando lo miré, él estaba viendo mi celular. Lo bloqueé.
–Nada. Veía Twitter, hay unos vídeos muy feos.
Me miró mal, no me creyó. Pero no dijo nada, miró al frente y manejó callado por unos minutos. Hasta que llegamos a un alto.
–¿Es que para qué quieres tener un teléfono si no lo vas a estar atendiendo? –se quejó Santiago al teléfono. Reí en voz bajita.
–Trataste muy bien a la hija de Chucho. –comentó Alex.
–Estaba asustada.
–Pues sí, estaba solita.
–No, yo. No sé qué estaba haciendo, sólo me dio miedo que algo le pasara.
Alex me miró con una sonrisa sin mostrar dientes.
–Lo manejaste bien. –le sonreí en respuesta. –Vas a ser buena mamá. –me reí.
–Es un futuro que todavía veo muy lejano.
–Más te vale. –susurró con gracia.
Qué pésima suerte tengo.
Llevaba año y medio rogándole a Santiago para que fuera a visitarme al campus de mi preparatoria y cuando por fin aceptó, tembló y nos evacuaron a todos.
–Yo ni sentí nada. –exclamó Santiago una vez que llegamos al estacionamiento.
–Yo menos.
–Sí estuvo fuerte. –dijo Alex.
En verdad me alegraba que los dos se llevaran tan bien. Santiago era algo celoso conmigo entonces era muy difícil que se llevara bien con mis otros amigos.
–¿Ya les hablaron a sus papás? –preguntó Sago viendo su celular.
–No. –hice una mueca. –Mi celular se quedó en mi mochila.
–Si siempre lo traes en la mano.
–En el escenario no. Y menos ahorita que Ángel me anda buscando.
Eso era una exageración. Ángel me había mandado un mensaje diciendo que era la hora de intentar ser amigos y yo lo ignoré. Pero en mi defensa, yo ya había intentado hablarle para lo mismo y él me había ignorado. No era por ser rencorosa, pero lo intenté y él no quiso. Me tocaba decir que no a mí.
–Ay, ese pendejo no entiende. –siseó Alex.
¡Ah! Y para colmo, el temblor nos agarró a mitad de la obra que estábamos presentando. La primera obra en la que actuaba y se interrumpió por un temblor, ¿Sería algún tipo de señal del destino?
–Y a todo esto, ¿Tus papás no andan por aquí? ¿No vinieron a verte?
–León está trabajando y mi mamá no está de acuerdo con que quiera ser actriz entonces no se dignó a venir.
–Pero si es una obra escolar, no tu debut. –expresó Santiago confundido.
–Pues sí. Pero venir sería apoyarme y mi mami no quiere eso.
–Qué poca madre. –dijo Alex. –Literal.
–El otro día insinuó que si soy actriz ella me va a tener que seguir manteniendo. Sentí súper feo.
–No es necesariamente cierto. –dijo Alex. –Podrías empezar trabajando mientras estudias y aunque sea poco a poquito, vas juntando tu lanita para un depa.
–Estaría vergas. –dijo Sago con una sonrisa. –Un pent-house allá en la Roma.
–¿Sabes cuánto cuesta un departamento en la Roma? –reí.
–Me das asilo y te pago renta. Seríamos roomies y no gastas tanto. –ofreció.
–Oye, no suena nada mal. –dije sonriendo.
–Oye, entre tres sería aún menos la renta. –comentó Alex. –Y así si en algún momento andas desempleada muerta de hambre, te mantenemos entre los dos y quedas libre de tu madre. –solté una carcajada.
–Hogar, dulce hogar. –murmuré con sarcasmo viendo la casa de mi mamá desde la ventana de la camioneta de Alex.
–Cualquier cosa me hablas, eh. –pidió él.
–A mí, mejor. Que este güey ni contesta cuando lo buscan. –dijo Sago.
–Ay, ni digas que tú...
–Está bien, niños. Cualquier cosa les marco. –dije. Me estiré para despedirme de Sago y cuando me giré Alex ya estaba afuera abriéndome la puerta. –Gracias. –murmuré bajándome.
–Es en serio, ten mucho cuidado.
–Ya, tranquilo. Parece que acá no estuvo tan fuerte.
–De todas formas.
–Que sí. –reí.
Me puse de puntitas para abrazarlo, él me respondió con fuerza. Giré mi cara para dejar un beso en su cachete, pero él hizo lo mismo, haciendo que, por accidente, nos diéramos un beso en los labios. Muy chiquito, apenas un piquito, pero que igual logró que mi piel se pusiera chinita y que sintiera maripositas en el estómago, como si volviera a tener quince años.
Lo miré nerviosa y él me miró igual, pero ninguno soltó al otro, ¿Ahora qué? ¿Ignoramos que pasó? ¿Pido disculpas? Porque él fue el que se volteó.
–Eh... –empezó a tartamudear él.
–Entonces yo les marco, ¿No? –dije de forma rápida, atropellando las palabras. Lo empujé ligeramente, separándonos y prácticamente corrí a la entrada de la casa. No quise voltear a la camioneta otra vez, pero estaba segura de que Santiago se había dado cuenta.
Tomé un par de respiraciones profundas para relajarme un poco antes de entrar a la casa de mi mamá, todavía tenía la sensación de sus brazos a mi alrededor cuando llegué a la puerta. Necesitaba ayuda psicológica.
Intenté no hacer mucho ruido, pero de todas formas no habría importado porque todos se encontraban en la sala riendo a carcajadas. Me recargué en la columna detrás de la sala y me crucé de brazos mirando a mi familia.
Paula se encontraba de pie en medio de la sala, miraba a su esposo Alfredo y a mi madre mientras hacía movimientos raros con los brazos y tenía una cara de pocos amigos. Desde siempre ha odiado jugar mímica. Dalia miraba a Paula tratando de adivinar, Juan sólo se reía de ella.
–¿Un artículo? –preguntó mi mamá, Paula asintió. –¿La? –negó. –¿El? –Paula la señaló con emoción. –El, ajá, sigue.
Paula hizo un movimiento rápido con el brazo que me recordó a Fruit Ninja.
–¿El corte? –preguntó Alfredo.
–No, ¡El madrazo! –dijo mi mamá. Paula rodó los ojos y negó. –¿El hacha?
–¡El campeón! –exclamó Alfredo.
–¿Cómo va a ser El campeón? Paula, échale ganas.
–Es que no sé cómo. –se quejó ella.
–¡Hey, hey, hey! –exclamó Juan. –No puedes hablar.
–A ver, ¿Cuántas palabras?
–Tres.
–¡Que no hables! Es trampa.
–A ver, a ver... Los tres cochinitos. –Paula negó.
–Los tres caballeros. –dijo Alfredo.
–¿Eso que tiene que ver?
–Pues que son tres.
–¡Tiempo! –exclamó Dalia.
–¿Cuál era? –preguntó Alfredo.
–El karate kid. –murmuró ella sentándose junto a él.
–Ay, le hubieras hecho así. –mi mamá se levantó e hizo la posición de la grulla, haciendo reír a todos.
Mi hermano se levantó, no sin antes dejar un beso en los labios de su esposa.
–Venga, Dal.
Juan tomó uno de los papelitos que se encontraban revueltos en la mesita de centro. Lo leyó y miró a su esposa. Lanzó un par de besos al aire y luego levantó sus brazos a cada lado de su cuerpo a la altura de sus hombros y cerró los ojos con una sonrisa enamorada.
–¡Titanic! –grité. Juan me señaló presionando sus labios y con una mirada llena de eficiencia.
–¡Mayte! –exclamó mi mamá levantándose y corriendo a abrazarme.
La abracé, saludé a mis hermanos y cuñados y todos nos sentamos en el sillón.
–Para semejante temblor, ustedes están muy tranquilos.
–Pues mi mamá que nos puso a jugar a todos. –dijo Juan.
–Ay, fue para distraerlos. –se defendió ella.
–¿Y no revisaron la casa? Que no estuviera dañada y así.
–Uy, no. –dijo ella abriendo mucho los ojos.
Ahí está otra vez; Irresponsable pero buena.
–No le pasó nada. –dijo Paula encogiéndose de hombros. –De todas formas, nos salimos.
–Nosotros seguíamos en el carro. –dijo Juan. –No pasó nada grave cerca, pero estuvo perro.
–Nosotros estábamos en el piso trece.
–No inventes. –dijo Alfredo alzando las cejas. –No bajaron, ¿Verdad?
–No. Nos esperamos a que acabara.
–¿No te dio miedo? –preguntó Dalia.
–Muchísimo. Pero bueno, tú–señalé a mi hermana. –dijiste que nos ibas a contar algo.
–Sí, eh. –me apoyó Juan. –Ya dinos qué onda.
Paula y Alfredo se miraron. Él alzó las cejas cuestionante y ella asintió, entonces él se levantó y fue a recoger la bolsa de mi hermana al perchero. Todos lo mirábamos con atención. Cuando se volvió a sentar con mi hermana, ella tomó la bolsa y de ahí sacó una bocina y un aparato con forma ovalada.
–¿Qué es eso? –preguntó Dalia.
–Esto... –dijo Paula conectando uno al otro. –Es una clase de estetoscopio moderno. Miren. –colocó el aparato en el pecho de su esposo y la bocina empezó a sonar, sus latidos eran muy rápidos y se escuchaban claramente en la sala.
–¿Que acabas de correr un maratón o qué? –dijo mi madre
–Son los nervios. –dijo él en un susurro.
–¿De qué? –fruncí el ceño.
En ese momento, Paula quitó el aparato del pecho de Alfredo, dejando la sala en silencio. Hasta que lo colocó en su propio cuerpo, pero no en su pecho, en su abdomen. Jadee cuando me cayó el veinte de lo que querían decir.
–¿Es tu corazón? –preguntó Juan en un susurro.
Paula sólo negó con una sonrisa, sus ojos se cristalizaron con emoción y alegría.
–Estás embarazada. –dije con una sonrisa.
–¿Voy a ser abuela? –preguntó mi mamá fingiendo indignarse, pero no pudo evitar sonreír.
–¡Te vas a poner gorda! –exclamé.
Dalia fue la primera en levantarse para abrazarlos. Seguida por Juan y mi madre. Yo me limité a mirarlos, solo para guardar la imagen mental e imaginar cómo sería en un futuro, con un bebito en medio.
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