29. Ya es Muy Tarde
"Nora y Ana son mejores amigas desde secundaria."
Okay, como si fuera Sago.
"Ana siempre ha sido muy social con las personas de su sexo opuesto y es muy rara la ocasión en la que está soltera. A diferencia de Ana, Nora jamás ha tenido novio, y pasados sus veinte años esto la convierte en una persona nerviosa y desesperada, llevándola a cometer uno de los peores errores de su vida con Alexis, quien resulta ser el novio en turno de Ana."
Maldita Nora urgida.
"La amistad de ambas mujeres se ve pendiendo de un hilo cuando ambas deben decidir si quedarse con el chico o con su mejor amiga."
¿Por qué siquiera está en duda? Si el güey anduvo con dos amigas al mismo tiempo es obvio que las va a engañar con alguien más. Te quedas con la amiga.
Uff, soy buenísima con eso de no juzgar los guiones.
–Noventa y ocho. –llamó una chica con camiseta de staff. La chica a mi lado se levantó y siguió a la de staff escaleras arriba.
Suspiré y me tallé la cara. Cuando Alex me dijo que no era una producción muy grande no me imaginé que fueran a haber tantas chicas audicionando. Por suerte, estaba obsesionada con ser puntual y fui de las primeras en registrarme. Ser la noventa y nueve todavía me dejaba entre las primeras cien.
Ni siquiera sabía de qué iba la audición. Si la obra no es musical no había manera de que nos pusieran a cantar. Seguro que era algo con impro o leer líneas.
La chica detrás de mí me saltaba una cabeza y no dejaba de verse en la cámara selfie de su celular. Si no me hubiera intimidado tanto que sí estuviera guapa, me habría reído de ella.
Detrás de ella, las demás vocalizaban, lo que me ponía más nerviosa. Pude haber hecho lo mismo, pero no quería hacerlo sólo porque las vi a ellas, ¿Qué tan tonto era eso?
La fila llenaba toda la recepción del teatro e incluso llegaba a la calle. Solté aire pensando que de esas doscientas sólo dos iban a quedar, cuatro como máximo. Tenía muy pocas posibilidades.
–Noventa y nueve. –exclamó la chica de staff, ya ni siquiera bajó toda la escalera, sólo se asomó. Y bueno, después de bajar casi cien veces, era comprensible.
Me alarmé. Tardaron menos de lo que tardaron en llamar a la anterior. Y no parecía ser mala.
Abracé los papeles con la escena que Alex me dio y subí siguiéndola. Creí que iba a representarla, pero resultó que eso era sólo si recibía callback. Lo supe sólo porque me animé a preguntarle a una de las pocas mujeres que salió de ahí sin cara de querer matarse.
Arriba estaba la entrada del público, la chica de staff sólo me dijo que me subiera al escenario, me quedara de pie sobre la marca y que me iban a dar instrucciones.
Solté un último suspiro antes de atravesar el pasillo entre las butacas para subir al escenario. Entre las primeras diez filas había una mesa con tres hombres sentados detrás de ella. Siempre son hombres. A veces quisiera que fuera una mujer la que me juzgue, pero creo que podemos ser incluso más duras.
Dejé mi morral y las hojas en los escalones del escenario. Caminé al centro de este y aguanté una risa cuando vi que la "marca" era una hoja de papel con la palabra "Aquí" escrita en ella.
Miré al pequeño grupo de hombres esperando una instrucción. Ellos no habían notado mi presencia, hablaban entre ellos y reían de algo que uno de ellos veía en el celular. Intenté ser paciente, ellos también llevaban cinco horas aquí, debían estar cansados. Pero como no parecían dar señales de querer empezar con mi audición no pude guardar más silencio.
–Buenas tardes. –espeté, más grosera de lo que pretendía, pero llamé su atención. Me aclaré la garganta. –Mayte Esparza.
–Esparza. –repitió uno de ellos, el único pelón, alzando las cejas y abrió un folder sobre la mesa, seguro el currículum que les dejé cuando hice mi registro. Se puso lentes y empezó a leerlo con atención.
Mentiría si dijera que no me invadió el pánico cuando lo hizo. Yo pienso que el currículum sólo debería ser una especie de boleto para audición. Claro que eso lo pienso porque inventé la mitad de lo que está ahí. En mi defensa, todos lo hacemos.
–Vienes recomendada, linda. –murmuró el mismo. –Pero no creas que eso va a afectar en algo nuestra decisión.
Donde Alejandro haya metido las manos en esto, juro que lo mato.
–Ni siquiera sabía que venía recomendada.
–Entonces olvídalo. –sonrió y cerró el folder. El sujeto a su lado lo tomó y lo abrió. –Mayte, queremos que nos platiques algo.
–¿Cómo en La La Land? –lo interrumpí. Y al instante me arrepentí de hacerlo.
–No, no, por favor, no cantes. –dijo, muy serio.
–No iba a hacerlo. –murmuré negando con la cabeza. El tipo que sólo estaba mirando soltó una risita. Fingí que eso no me puso nerviosa. –¿Algo...? ¿Lo que sea?
–Algo que tenga que ver con amor. –volvió a hablar el pelón. –No me cuentes Titanic o algo por el estilo, quiero algo más personal.
–¿Una historia de amor mía? –alcé las cejas, pensando que saldría de ahí buscando otras audiciones.
–No necesariamente tuya. Cuéntanos tu perspectiva del amor. Qué piensas de él, cómo lo ves en la vida diaria, cómo sentiste que amabas por primera vez. –se encogió de hombros. –Te escuchamos.
Me lo pensé por un segundo. Era difícil. Sabía que empezar con un "Había una vez..." no era opción.
Muchas personas pasaron por mi mente, mi mamá, mis hermanos, Alex, Santiago, Ángel, Axel...
Casi sentí ganas de saltar cuando se me ocurrió qué contar.
–Cuando era niña le preguntaba a mi mamá por mi papá, casi diario. Y casi diario eso la hacía llorar. –pasé la lengua por mis labios. –Mis hermanos tampoco conocieron a los suyos y mi mamá nunca hablaba de ninguno. Hace unos años empezó a salir con el hombre que nos dio su apellido y creí que podía ser nuestra oportunidad de tener una familia "normal", pero las cosas no funcionaron y se separaron. Con trabajos se hablan ahora.
Todos me miraron con atención. Decidí no pensar en si podía decir una tontería y sólo seguí con la historia.
–Yo me asusté, porque era lo más cercano a un papá que teníamos y no quería que se alejara como los otros. Pero no lo hizo. Siguió cuidando de los tres, incluso cuando se consiguió su propia familia. –tomé un poco de aire. –Uno pensaría que el amor más puro que existe es el de un romance o una amistad, porque ninguno implica condiciones. Sí, tus papás y tus hermanos te quieren, pero existe cierto sentimiento de culpa y responsabilidad. No lo sabemos, pero nosotros mismos lo aceptamos, "¿Cómo no te voy a querer si eres mi hermano?" Y no lo hace menos válido, no hace que ese amor sea menos real, pero... este hombre, quien me dio su apellido, pudo desentenderse, tenía todo el derecho de hacerlo, no había responsabilidad alguna... Y no lo hizo. Estoy segura de que jamás voy a conocer un amor más puro que el de aquel hombre por mí y mis hermanos, no importa cuántas historias de amor intensas llegue a escuchar o vivir.
Los tres siguieron viéndome con atención, sin inmutarse. Estaba segura de que lo que les conté no era lo que esperaban escuchar, pero yo no podía estar más satisfecha. Hablar de otra cosa jamás habría sido tan real.
Salí de mi recámara hasta la sala. Alonso y Santiago veían algún partido de fútbol repetido en la tele. Y estaba segura de que era repetido porque ninguno le estaba prestando mucha atención.
–¿Qué opinan? –pregunté dando una vuelta sobre mí misma, para que pudieran ver cada detalle del vestido que mi mamá me había prestado.
Alonso volteó distraído a verme, pero ya que le puso atención a la prenda frunció el ceño.
–No. –declaró.
–Eso no es una opinión. –sonreí. Era justo la reacción que esperaba.
–No vas a ir a así vestida. –negó con la cabeza. Sago soltó una risita.
–Déjala, güey. Tiene que verse bien para los strippers que lleven.
–¿Va a haber strippers? –preguntó Alex desde el comedor separando la mirada de su laptop.
Estaba bastante segura de que no los habría. Por mí, mejor.
–¿Qué te preocupa? Seguro que a ti también te traen. –respondí, aproveché que me miró y volví a girar sobre mí misma para que él también me viera.
–Deja de hacer eso. –espetó Alonso enojado.
–Concuerdo con el hada. Tapate, May. –Alex hizo una mueca. Abrí la boca indignada.
–¿Tienen idea de cuántas malteadas sacrifiqué para entrar en este vestido?
–Yo creo que te ves preciosa. –dijo la hermana de Alejandro saliendo de la cocina mientras se colgaba un arete.
–Gracias, Fer. –sonreí.
–Bueno, ¿Y a qué hora te empiezan a festejar, eh? –le preguntó a su hermano, pero la pregunta iba para Santiago quien era encargado de la despedida de soltero de Alex.
–Pues nada más que el señor termine de escribir. –dijo Sago, mirando sobre su hombro a Alex, quien hizo caso omiso de sus palabras y siguió tecleando.
–Me cae que el mero día de tu boda vas a estar escribiendo. –le dijo Fer.
–Nada más estoy mandando un correo. –se quejó él.
–Yo nada más digo que la noche no es tan larga como dicen. –dijo Sago.
–Pues nosotras sí ya nos vamos. –declaró Fernanda y me miró. –¿Lista?
No, no tenía ni poquitas ganas de ir a la despedida de soltera de Mariana. Pero igual asentí. Si no fuera porque Fernanda accedió a ir conmigo, habría pasado la noche con Alonso. Sola no me habría atrevido a ir.
Alonso se puso de pie se acercó a mí.
–¿En serio te vas a ir así? –susurró.
–Vamos a ser puras mujeres. –dije de la forma más dulce que pude, en un intento por tranquilizarlo.
–Tienes toda la espalda descubierta.
–¿Y?
–Pues que se ve que no traes brasier.
–No pasa nada. –reí. –No me va a ver nadie, es el día de Mariana.
–¿No se supone que ese sería el día de la boda? –preguntó Santiago.
–Es igual. –me encogí de hombros. Alonso hizo una mueca. –Hey, sólo voy a hacer acto de presencia y luego te voy a ver, ¿Sí?
Soltó un suspiro, pero asintió.
–Vale, pero si tomas me hablas y te voy a buscar. –asentí y tomé su cara entre mis manos para besarlo.
–Basta, sin muestras de afecto, por favor. –se quejó Sago. Ambos reímos y Alonso dejó un último beso en mi mejilla.
–Un gusto, Fer. –dijo él despidiéndose de la susodicha.
–Igual, Alonso. –Alonso salió del departamento y Fernanda me miró con una sonrisa. –Partidazo, eh. –me reí.
–Partidazo. –la imitó su hermano con voz falsete.
–Pues mejor que la que te fuiste a conseguir, zopenco. –Fernanda se cruzó de brazos. –Mira los sacrificios que hago por ti. Una cosa es ir a la boda, pero esto...
A Fernanda no le agradaba mucho su cuñada. No debería darme gusto, pero no podía evitarlo.
–Estarías mejor con alguien como Mayte.
Cero y van tres.
De repente sentí todo el ambiente incómodo. Hasta Alejandro apartó la mirada de su laptop.
–¿Qué te pasa? –dijo Alex en voz baja mirando mal a Fernanda.
Ella no le respondió. Santiago y yo intercambiamos una mirada nerviosa.
–Mariana es muy bonita. –opiné yo, tratando de eliminar la tensión. Santiago se levantó del sillón y caminó al pasillo.
–Lo bonita se quita May. –dijo Fer rodando los ojos. –Además tú estás más bonita.
Solté una risita. –Ya quisiera tener su cuerpo.
–Ya quisieras tener su marido, que. –musitó Santiago cuando pasó junto a mí.
–Prometido, todavía. –corregí, luego caí en cuenta de lo que dijo. –¡Oye!
–Bueno, vámonos May. –dijo Fernanda recogiendo su bolsa de una de las sillas de la mesa. –Mientras más rápido lleguemos, más rápido nos podremos ir. Sirve que me platicas de tu sobrinito.
Iker Cervantes Esparza había nacido la semana pasada. Al final, todo lo que intentó Paula para inducir el parto (como hacer yoga y comer un sin fin de cosas asquerosas) le funcionó. Y la verdad, se rifó mi hermana. Tenían planeado que fuera parto normal pero no dilató lo suficiente y le tuvieron que hacer cesárea. No sé bien cuánto pesó o midió el ya oficialmente apodado "Ratón", pero no importa porque tiene un papá que se lo aprendió de memoria.
Ni Juan ni yo nos ganamos el título de padrino/madrina, al parecer, pero de todos modos tomamos el primer vuelo desde donde estábamos, él en Mérida y yo en Guadalajara, para llegar a ver al primer nieto de la familia.
Quise echarle la culpa a lo sensible que había estado, pero en cuanto lo tuve en mis brazos empecé a llorar como si no hubiera un mañana, lo que seguro asustó al bebé, porque también empezó a llorar. A mi familia le enterneció que la primera vez que llorara en años fuera por conocer a mi sobrino. No era cierto, pero supongo que hay veces en las que el "Ojos que no ven, corazón que no siente" sí aplica.
Salí muy tarde de la audición. Como yo no había llevado ni mi carro ni dinero suficiente para transporte, además de que no me apetecía ir en metro tan tarde, llamé a Santiago para que fuera a buscarme, él había accedido. Hasta ahí todo normal.
Cuando salí del teatro, el que estaba esperándome era Alex, recargado en la camioneta que heredó de su hermana. Al verme salir se enderezó.
–¿Cómo te fue?
No respondí. Sólo le sonreí y levanté mi nuevo libreto en alto. Su sonrisa al verlo fue gigantesca.
–Lo sabía, ¿De quién?
–Me dieron a escoger, escogí a Nora.
–Eso va a ser interesante de ver. –dijo jalando la tela de mi falda para acercarme a él. Llevó una mano a mi cuello y acercó su cara a la mía para besarme, pero volteé la cara, lo que lo tomó por sorpresa. –¿Por qué no dejas que te dé un beso?
–¿Por qué me recomendaste?
Frunció el ceño, pero sonrió, divertido.
–¿Por eso no me dejas darte un beso?
–Me reservo mi derecho de besar a quien yo quiera. –me burlé. –Contéstame.
–¿Y no me quieres besar a mí? –entrecerró los ojos sin borrar la estúpida sonrisita de su cara.
–Ale, es en serio. –él rodó los ojos, aún algo divertido.
–No te recomendé. –acarició mis brazos. –Sólo le dije a Diego que tenía una amiga que podía ser justo lo que buscaba. Y no me equivoqué.
Hice una mueca, pero la intenté ocultar con una sonrisa.
–¿Ya me puedes dar un beso? –preguntó alzando las cejas. Me puse de puntitas y dejé un beso corto en sus labios. –Eso es trampa.
–Es un beso. –me excusé rodeando la camioneta para ir a la puerta del copiloto, intenté abrirla, pero tenía seguro. –¿Me ab... –antes de que pudiera terminar de hablar, Alex me dio la vuelta dejándome entre la camioneta y él. Unió nuestros labios con fuerza y su lengua se hizo paso en mi boca de inmediato. Incluso a la hora de separarse, lo hizo de forma tan lenta que me hizo desear que ese beso durara eternamente.
–Eso sí es un beso. –murmuró sonriente, abrió la puerta del copiloto. Entré sintiéndome acalorada.
El teatro no estaba precisamente cerca de nuestro edificio y esa noche había mucho tráfico. Después de estar todo el día de pie, esperando a pararme de nuevo, pero sobre un escenario y gustarle al director y productores, fue sólo cuestión de minutos que me quedara dormida.
–May. –susurró Alex mientras movía mi hombro ligeramente. –May.
–Déjame dormir aquí, prometo subir en la mañana. –murmuré sin abrir los ojos, moví mi cabeza.
–No estamos en el departamento, May.
Eso me confundió. Abrí los ojos, estábamos en un estacionamiento, pero no en el de nuestro edificio.
–¿Dónde estamos?
–En el aeropuerto. –me giré, a verlo, sintiéndome despierta de repente.
–¿Por qué?
–Te tengo una pequeña sorpresa. –fruncí el ceño, él abrió el pequeño maletero frente a mí y sacó dos pases de abordar, me lo dio. Cuando leí el destino literalmente se me fue el aire.
–¿Nueva York?
–Son sólo dos días porque sé que tienes que regresar a hacer la maleta para la boda de tu hermano.
–P-pero no tengo cosas para ir a Nueva York.
–Sago y yo te hicimos una maleta. –me pasé las manos por el cabello.
–Pero mi visa y mi pasaporte, los tenía en...–Alex asintió.
–Tu mamá me los dio.
Jadeé y solté una carcajada, no sé si de nervios o emoción. Él me miró sonriente.
–¿Cuánto tiempo llevas planeando esto?
–Un rato. –se encogió de hombros.
–¿Y por qué?
–Te dije que te iba a llevar, ya me estaba tardando.
–Pero ¿y el dinero de dónde...
–Mayte, ¿Por qué no sólo dejas de hacer preguntas y lo disfrutas? –se rio.
Me tapé la boca cuando volví a reírme, llevé mis manos a su rostro para besarlo. Por un momento creí que incluso iba a llorar.
–Gracias, gracias, gracias.
La estaba pasando terrible.
Se suponía que la despedida de Mariana iba a ser en el departamento que compartía con su mejor amiga y que ahí íbamos estar lo que le durara el festejo, pero viviendo en una zona llena de antros y bares, se les hizo fácil irse a buscar un bar. Y para colmo con karaoke.
Mariana la estaba pasando bomba cantando canciones de Amanda Miguel con su mejor amiga y "Gaylinda", como llamaba a su mejor amigo gay, haciendo referencia a la amistad de Glinda y Elphaba de Wicked. Y perdón, eso lo sacaron de una serie. Además, el tipo era un costal de chismes y prejuicios terriblemente desagradable.
Además, ¿Qué no se supone que debíamos ser puras mujeres? De haber sabido me traía a Santiago. Me vale que eso implicara dejar a Alex solo, él tenía más amigos.
–¿Te gusta Yuridia? –preguntó Fernanda dándole un trago a su cerveza. –Aquí tienen la de Cobarde y Ya Es Muy Tarde. –dijo leyendo la carpeta que tenía la lista de canciones del karaoke.
–La odio. –siseé.
–¿A Yuridia? –Fernanda frunció el ceño.
–No, a Mariana. Canta hermoso.
Aun con los aullidos de su amigo, su voz sonaba perfecta.
–¿La odias porque canta hermoso?
–Sí, ¿Sabes cuánto tiempo llevo tratando de cantar así? He tomado muchísimas clases para cantar como canto y ella lo hace mejor sin intentarlo. La detesto.
–No es cierto.
–No. –acepté. –Pero sí quiero cantar como ella.
–Piensa que ella no va a ser Julieta y tú sí.
Ese consuelo me gustaba.
–Hola. –saludó un tipo sentándose junto a mí en la mesa, aguanté las ganas de rodar los ojos.
–Hola. –dije seca, él iba a volver a hablar, pero no lo dejé. –Mira, te voy a ahorrar minutos incómodos, vengo con mi novia. –señalé a Fernanda con la cabeza. Ella medio le sonrió al tipo, no pudo ocultar su desagrado.
El tarado la miró con total descaro.
–Está bien, ahorita nos entendemos todos.
–Piérdete, imbécil. –espeté. El imbécil rodó los ojos y me dijo alguna peladez antes de irse. Miré a Fernanda. –Lo de las novias no está funcionando, ¿Qué hacemos? –Fer lo pensó por unos segundos.
–Yo tengo clamidia y tú dieciséis años. –me reí.
–Es por culpa de las estúpidas camisetas.
–No creo, son tipos estúpidos, pero no tanto como para obedecer a un pedazo de tela.
Apenas llegamos a la fiesta, a todas nos dieron camisetas que decían "Mariana se casa, pero yo no. Háblame". Lo único bueno es que le podía decir a Alonso que nadie vio mi espalda.
–Vamos a cantar Ya Es Muy Tarde. –dijo Fernanda con emoción cuando Mariana acabó su canción.
–Vamos, pues.
La verdad es que, aunque me gustara cantar, cuando más lo disfrutaba era cuando iba en el carro. Y en el teatro también, pero es diferente, ahí le estás dando vida a una historia.
Fernanda puso la canción en la máquina y ella empezó a cantar. Varias personas se unieron como con la mayoría de las canciones anteriores. Hasta eso, el lugar tenía buen ambiente. Intenté disfrutarlo, divertirme, pero puse atención a la letra y me fue imposible.
Acababa de revivir una historia que quería tener tres metros bajo tierra.
–¡Eso fue hermoso! –exclamé cuando Alex salió del teatro. Entramos a ver una versión musical de Romeo y Julieta, pero había tanta gente que lo perdí en la recepción y esperé a encontrarlo afuera.
–La verdad creo que prefiero la versión escrita. Es más difícil recordar que son adolescentes impulsivos cuando los interpretan actores de treinta años.
–Tendrían como veintiséis, máximo. –comenté abrazando su brazo cuando empezamos a caminar.
Tenía cierto miedo de idealizar demasiado a aquella ciudad, que de tanto que deseaba conocerla, en el momento que lo hiciera no cumpliera mis expectativas. Pero hasta ese momento, todo estaba siendo mágico.
–Al menos tú lo disfrutas. –se quejó.
–Perdón, se me olvidaba que eres un Grinch con Nueva York.
–En primera, eso no tiene sentido. Segunda, insisto que no tiene nada de maravilloso.
–¡TAXI! –grité cuando vi venir uno de esos carros amarillos en la avenida. Alex hizo una mueca y se llevó su mano libre a su oreja. –Perdón, siempre quise hacer eso.
Sorprendentemente, el taxi sí se detuvo. Y digo sorprendentemente porque no creí que pudiera parar un taxi al primer intento. Subimos y, sin preguntarle a Alejandro, le pedí al taxista que nos llevara al puente de los candados. Creo que el verdadero puente de los candados estaba en París, pero sabía que ya también usaban al de Brooklyn para eso.
–¿Para qué quieres ir al puente de los candados? No tengo ningún candado.
–Sólo quiero ver los que hay, creo que hasta está prohibido ponerlos. –me recargué en su hombro y él dejó su cabeza sobre la mía.
–¿Te está gustando?
–Estoy considerando seriamente venirme a vivir acá. –él chasqueó la lengua.
–México es mejor.
–Que lo repitas tanto no lo hace cierto.
Llegamos a la ciudad cuando ya era de madrugada, por lo que ambos fuimos directamente a dormir. El primer día estuvimos gran parte de la mañana encerrados porque creo que ninguno iba realmente preparado para el frío, ya que nos animamos a salir lo primero que hicimos fue ir a comprar abrigos.
Almorzamos en un restaurante tipo merendero que estaba padrísimo, los meseros eran actores en preparación y cada que tenían un momento libre se ponían a cantar ahí mismo. Quería convencer a Alex de volver ahí para cenar.
Fuimos al teatro a ver Waitress y en la noche a Times Square. Sabía que podía ser mucha contaminación visual y que gastaba muchísima energía, pero pocas veces he visto cosas así de bonitas.
El segundo día nos levantamos más temprano, compramos café y pan en Starbucks y fuimos a comerlo afuera de Tiffany's, como en la película. Luego fuimos a ver Romeo y Julieta.
La verdad es que Alex me estuvo consintiendo bastante, así que cuando quiso hacer una parada en una tienda de Nintendo no me opuse. Por un momento creí que era pretexto para que se me olvidara lo del puente, pero cuando volvimos a tomar un taxi, él fue el que le pidió que nos llevara al puente de Brooklyn.
Una vez ahí, caminamos un rato por el puente. Yo veía todos esos candados preguntándome cuantas de esas promesas eran verdaderas.
–Oye, mira. –señaló Alex el suelo, donde había un candado tirado. Se agachó y lo recogió.
–Deja eso, ahí. Es de alguien.
–Alguien que no lo colgó bien. Lo podemos usar nosotros.
–Podríamos si hubiera otro. Somos dos. –Alex regresó su mirada a suelo. –¿Neta piensas que va a haber otro por aquí tirado? –me reí.
–No, pero si esta persona dejó caer su promesa de amor, igual y también dejó caer un plumón. –siguió viendo al suelo, pero su mirada cayó en una pareja que ponía sus iniciales en sus propios candaditos. –Ah, mira. Espérame aquí.
Alex caminó hacia la feliz pareja y les pidió su plumón prestado. El hombre se extrañó, pero aceptó. Alex empezó a dibujar sobre el candado que se encontró tirado.
–Parece lindo. –me comentó una mujer mirando a Alex, era mayor que yo, pero no pasaría de los treinta.
–Tiene sus ratos. –me encogí de hombros y ella soltó una risa.
–Ya quisiera yo que mi novio hiciera lo que hace el tuyo. –dijo ladeando la cabeza. Su acento me gustaba, era como británico.
–No es mi novio. –murmuré. Ella se giró a verme con las cejas alzadas, evidentemente sorprendida.
–No puede ser. –exclamó, asentí con una risita. –Bueno, no sé qué esperan.
Cuando Alex caminó de regreso a mí, la mujer se despidió y siguió con su camino.
–¿Quién era?
–Ni idea. A ver. –señalé el candadito, él me lo dio con una sonrisa.
Lo había pintado todo con el plumón, lo único que quedaba en su color dorado original era una M. De ahí en fuera todo era de un negro tirado a violeta.
–¿Por qué sólo una eme?
–Porque la promesa que vamos a hacer es la de no dejar de creer en Mayte Esparza. Yo lo hago sin necesidad de un candado, pero de alguna forma debo convencerte.
Sonreí.
–¿Y cómo piensas abrirlo, genio?
Levantó un dedo en señal de que le diera un momento. Llevó su mano a mi oreja y descolgó mi arete, fruncí el ceño, pero no le dije nada por curiosidad a lo que fuera a hacer.
Metió la agujita del arete al cerrojo del candado y después de un par de movimientos se abrió.
Abrí la boca sorprendida.
–¿Cómo aprendiste a hacer eso?
–Uno tiene que aprender a abrir cerrojos sin llave en la vida, May. –dijo colgando de nuevo el arete en mi oreja. –Ahora... –caminó al barandal del puente, lo seguí. –Con esto, juro solemnemente que siempre voy a apoyar a Mayte en sus proyectos porque algún día vendrá a Broadway y necesito que alguien con renombre recomiende mis libros. –me reí.
–Tan tierno, tú.
Se hincó y en donde encontró espacio colgó el candado. Una vez puesto lo jaló para asegurarse de que no se caería otra vez. Se levantó con una sonrisa.
–Listo. –me ofreció su brazo y lo tomé. –¿Ahora a dónde quieres ir? –empezamos a caminar.
Miré por última vez el candadito con la M y luego lo miré con una pequeña sonrisa, emocionada.
–Al hotel.
Me miró alzando las cejas.
–Apenas son las cinco de la tarde, el vuelo no sale hasta mañana. Podemos ir a Stardust otra vez o a Times Square, hay tiempo.
–Lo que quiero hacer contigo no lo podemos hacer en Times Square. –susurré.
Alex frunció el ceño sin entender, el lento. Una vez que lo hizo se detuvo en seco, lo miré de frente ansiosa por su respuesta.
–Y... Lo que quieres hacer... –preguntó mirando al suelo. –¿Necesita anticonceptivos? Porque no vengo preparado para eso. –susurró.
Me encogí de hombros.
–No necesariamente.
Asintió repetidas veces y se mordió el labio.
–¿Segura? –asentí con una risita.
–¿Me vas a hacer rogarte?
Alzó las cejas y soltó aire.
–Eso sería demasiado pedir, ¿No? –asentí y él me imitó. –Sólo vamos al hotel, vamos.
–Hola. –susurré abriendo la puerta del cuarto de Santiago. Él, que estaba acostado sobre su cama, se quitó los audífonos. –Te traje café y una conchita de vainilla. –levanté la bolsa de papel en mi mano.
–¿Y eso?
–Necesitaba algo para hablar contigo. –entré y cerré la puerta detrás de mí, se enderezó y se sentó como chinito. Me senté frente a él.
–No necesitas traerme pan para hablar conmigo.
–Lo necesito para darme valor.
Frunció el ceño. –¿Qué hiciste?
–Perdóname. –me miró asustado.
–Donde hayas roto mi cámara, hija de la...
–No, no rompí tu cámara. –lo interrumpí antes de que insultara a mi madre. –Es que... hay algo que nunca te he contado y hace poco sentí la necesidad de hacerlo. Y creo que también se lo tengo que decir a Alonso, pero creo que es más justo que te lo cuente a ti primero.
–¿Eres lesbiana?
–¿Qué? ¡No!
–Entonces ve al grano, me asustas.
Tomé un respiro profundo antes de hablar.
–Alex y yo tuvimos algo.
Santiago ni siquiera se inmutó.
–¿Algo de qué?
–Algo entre nosotros. –dije de forma lenta, Sago no salió de su confusión.
–¿Estás hablando de algo sexual?
–No. O bueno, sí también.
Frunció el ceño con una pequeña mueca. Pero no era como de asco o algo parecido, más bien pensando.
–Mayte, yo ya sabía eso.
Esta vez yo fruncí el ceño.
–¿Él te dijo?
–No. O bueno, me contó que una vez te besó, pero fue hace años.
–¿Entonces?
–Soy su mejor amigo, ¿En serio esperaban que nunca me diera cuenta?
–¿Todo el tiempo lo supiste?
–Pues de saber, como que sepa cada cosa que hacen, no. Pero es obvio. Se fueron de viaje juntos varias veces, sé lo que pasa en esas aventuras.
Solté aire y lo miré preocupada.
–¿Supiste que engañó a Mariana conmigo?
Mi amigo quedó boquiabierto.
–¿Cuándo?
Media una hora después, Santiago ya estaba enterado de todo el chisme y ya no había rastros ni del café ni del pan.
Me había escuchado con mucha atención sólo interrumpiéndome para hacer preguntas. En algún momento empecé a llorar y él no hizo nada más que alcanzarme los kleenex que estaban en su buró.
–... Entonces cuando estaba con Fernanda en el karaoke me acordé y me sentí mal, aunque se supone que eso ya no debería afectarme. Y luego pensé en Alonso y en todo lo que él me ha confiado y creo que le debería de decir, pero no me atrevo. Y... –un sollozo no me dejó seguir.
–Ven acá. –dijo abriendo sus brazos. Me acerqué a él y lo abracé, recargando mi cara en su pecho. Él acarició mi espalda.
–¿Qué tan mal esta esto que le estoy haciendo a Alonso? –pregunté en voz baja.
–No le estás haciendo nada. –dijo él, de cierta forma que me resultó paternal. –Alex es tu primer amor, es normal que estés toda conflictuada con todo esto de la boda.
–¿Aun teniendo novio?
–Oye, ¿Te acuerdas de cómo te sentiste cuando viste a Ángel y Fernanda juntos? Es igual, no porque tengas novio se quita ni tampoco es como si lo engañaras.
–¿No?
–¡No! Te conozco, adoras a Alonso. Pero el hecho de que Alex se case cierra una etapa de tu vida. Y por mucho tiempo, los dos estuvieron entrando y saliendo de ella, por eso es tan difícil.
Eso me dejó pensando. Sorbí por la nariz cuando, al parecer, dejé de llorar.
–¿Tú crees?
–¡Claro! Además, estás llorando todo lo que no lloraste en años, es normal. Tranquila.
Claramente eso no me tranquilizó.
–Sago, ¿Y si siguiera enamorada de él?
Él tardó en contestarme, lo que me puso nerviosa.
–Entonces no te habrías enamorado de Alonso. Y lo hiciste.
–¿Estamos seguros de eso? –me enderecé para mirarlo de frente. –¿Y si lo estuviera usando para que lo de Alex no me afectara tanto?
Él negó con la cabeza. –Has puesto a Alonso como prioridad, antes que a Alex. Lo quieres.
Suspiré y me acosté junto a él. No sabía cuál era la realidad del asunto, pero en ese momento me asustaba descubrirla.
–Oye, soy tu mejor amigo. Si viera que estás enamorada de Alex, y en su momento lo vi, no dejaría que estuvieras con Alonso. Nunca te mentiría.
–¿Aunque yo sí lo hice? –él se rio.
–Eso no cuenta, te mentías a ti misma.
Rodé los ojos divertida e intenté limpiarme las lágrimas con otro kleenex.
–Cuando dos personas se quieren, ¿No se supone que estén juntas y ya? –me quejé. –¿Por qué no pudo ser así de simple?
–Porque nunca es así de simple. –se volvió a reír Sago. –De ser así yo seguiría con Ramiro. –hice una mueca.
–Yo sigo pensando que son el uno para el otro, pero se conocieron muy jóvenes y la vida los separó para que cada uno haga sus experiencias por separado.
–Qué profunda.
–Tarde o temprano regresarán. Yo lo sé.
–Bueno, el punto es que a veces no hay que aferrarnos a las cosas, por mucho que las queramos. Ve a Romeo y Julieta, se amaban y terminaron muertos.
–Romeo y Julieta no se amaban. Él quería superar a Rosalina y ella no sabía lo que el amor era. En serio, lean el libro. –se rio.
–El chiste es que las cosas se acaban, chingada madre. Ya vete a dormir, mañana va a ser un día de locos.
–Tienes razón. –me levanté y recogí la basura de la cama de mi amigo. –Gracias. –lo abracé.
Cuando quieras.
Di un par de pasos para salir, pero me detuve en el marco de la puerta.
–¿De verdad no me odias por mentirte tanto tiempo?
Sago suspiró, tomándose un momento antes de contestar.
–Puede que esté algo sentido, pero sé por experiencia que uno prefiere guardarse este tipo de relaciones para uno solo.
–¿Este tipo de relaciones?
–Las que quieres que funcionen, pero sabes que no lo harán. Así cuando no lo hacen, es menos gente a la que tienes que informar. Y aunque no fue como que ustedes la anunciaran, precisamente, sí sé que no fue fácil aceptar con los demás que no se dio.
Asentí dándole la razón y salí de su cuarto sin decir nada más. Fui a la cocina a tirar la basura y aproveché para entrar al baño a lavarme la cara y los dientes. Cuando regresé a mi cuarto noté que la ventana estaba abierta.
Volteé al pasillo, la puerta de Alex estaba abierta. Lo que significaba que él no estaba ahí.
Subí las escaleras de incendios hasta la azotea. Sentado en la cornisa estaba Alex. Dudé si acercarme o no, pero recordé que pronto ya no lo iba a tener cerca y probablemente era la última noche que pasaba en el departamento.
Intenté no hacer ruido, pero él notó mi presencia antes de que llegara a su lado.
–Lloraste. –fue lo primero que me dijo.
–Últimamente lloro por todo. –medio sonreí y me senté a su lado. –¿No puedes dormir?
–Creo que estoy nervioso, es normal, ¿Verdad? –me reí.
–¿Es normal que yo lo esté? –él sonrió conmigo. –Se pasó muy rápido el tiempo desde que lo anunciaron.
–Ni me digas. Yo ya quería que acabara, era molesto ir prácticamente diario a que un hombre me tomara medidas cuando bien pude haber rentado un traje.
–¿Verdad? –exclamé.
–Y Mariana anda estresadísima. Aunque después del día de la despedida de soltera ya estaba más tranquila.
–Naturalmente, ¿Cómo te fue en la tuya?
Se encogió de hombros.
–Fue aburrido. Jugamos Scrabble, hablamos de Mozart y la teoría de la relatividad, cosas de hombres. –solté una carcajada.
–¿Estaba guapa?
–Eran dos. Aunque una era lesbiana y la otra se enamoró de Sago. Fue muy dramático.
–Deberías hacer una historia de eso.
–Quizá lo haga, ¿Sabes? –volví a reír. Él sonrió sin mostrar dientes. –No sé por qué no quería hablar de esto contigo. De la boda y eso.
–Porque ya lo habíamos hecho, pero con diferente novia.
Y eso fue suficiente para que el ambiente se pusiera tenso. Bien Mayte, tienes un don.
Debo admitir que luego de hablar con él mientras estaba en Guadalajara, estaba casi segura de que Alex iba a recapacitar y cancelar la boda. Pero no. Y en lugar de hacer drama, lo mejor que podía hacer (por mi salud mental, más que por Alex o Mariana) era dejar que hicieran lo que quisieran, sin juzgarlos. Me hacía sufrir yo misma al cuestionarme por qué lo hacía.
–No sería tan difícil si no te hubiera involucrado tanto en mi vida. –murmuré, más para mí que para él.
–¿Tú a mí? –alzó las cejas, indignado.
–Claro. Yo fui quien te llevó al viaje familiar cuando no eras parte de mi familia.
–May, qué tierna eres. Pero se te olvida que prácticamente te obligué a comer en mi casa por casi un año solo para no sentirla tan vacía.
–Oye, lo hice por gusto, no me obligaste.
Volvió a sonreír y miró a sus pies que colgaban sobre el vacío. No era la primera vez que nos sentábamos ahí, no se veía tan imponente como realmente era.
–Todo mundo daba por hecho que íbamos a acabar juntos. –dijo en voz baja.
–Lo sé.
–Quizá pudimos, pero...
–Pero no. –terminé por él. –Todo pasa por algo.
–¿En serio crees eso? –me miró. Las luces de los demás edificios y la luna se reflejaban en sus ojos, haciéndolos ver más claros casi verdes.
No sé qué fue lo que sentí cuando me di cuenta de que me hacían extrañar a otro par de ojos, azules.
–Creo que todo pasó por algo, ya te lo he dicho. Por algo será que te encontraste con Mariana cuando pudimos estar juntos, por algo te volviste a enamorar de ella, por algo la escogiste a ella y no a mí.
Alex suspiró.
–Lo haces sonar como si la quisiera más que a ti.
–Creo que nos quieres de diferente manera, pero por un momento pensaste que era la misma. Lo malo es que cuando pensaste que me querías así a mí... yo sí te quería de esa manera.
–No, sí te quería. Sí te quiero. –corrigió. –Pero sí te quería de esa manera, sólo que se me abrió. Y no sé, siempre pasaba algo y no funcionaba...
Me reí sin divertirme de nada.
–Pasaba algo. –me burlé. Alex sonrió con diversión.
–Oye, ya sé que la mayoría de las veces fue mi culpa, pero tú también hiciste lo tuyo.
–¿Yo qué hice? –exclamé.
–¿Te suena un tal Gustavo? –fruncí el ceño y estuve a punto de responder que no, pero después me cayó el veinte.
–Agustín. –corregí.
–Ese pendejo.
–Pero yo en ese momento no sabía que querías intentar algo conmigo, de haber sabido ni lo pelo.
–May, seamos honestos. Todo lo que hacías con él lo podías haber hecho conmigo. Vaya, no ocupabas un free. No querías conmigo, está bien. –se encogió de hombros.
Fruncí el ceño considerando lo que me decía. Era verdad. Tuve muchas oportunidades de estar con Alex en esa época, tan solo nos quedamos solos un buen rato en el hotel de Mérida. Me gustaba la idea de estar con Gus sin compromiso alguno, parecía mucho menos riesgo.
–Es que ya me tenías traumada. –dije con gracia, pero Alex no se rio, solo asintió.
–Eso sí fue mi culpa. –lo miré, él estaba atento a algún punto de la ciudad.
–¿Entonces todavía me quieres? –llamé su atención. Él sonrió sin mostrar dientes.
–Pues claro, tonta. –dijo dándome un pequeño codazo. –Si el amor es de verdad no se quita, por más pendejo y tóxico que sea. –me reí y le di la razón.
–El amor no se crea ni se destruye. –Alex sonrió, divertido.
–Sólo se transforma.
Tenía sentimientos por Alejandro, eso no iba a cambiar. Y no sé si fue por costumbre o conformidad, pero ya había aceptado que nada iba a suceder entre nosotros, incluso aunque él así lo quisiera. Ya había aprendido que por más que nos quisiéramos, no nos hacíamos bien al intentar llevar nuestra relación a ese punto. Y sentía que, por primera vez en años, Alex y yo estábamos en la misma página.
–Yo también creo que todo pasa por algo. –murmuró. –Pero más por el lado de, algo hicimos para que tal cosa pasara.
–También. A veces necesitas que algo pase para poder crecer. –dije separándome de la orilla y dando por terminada la conversación. –Vamos adentro, tienes que dormir bien. –me levanté y lo esperé para que bajáramos juntos.
–¿Va a ir Alonso?
–Sí, pero tiene examen y va a llegar hasta la fiesta. –asintió y me siguió por la azotea.
–¿Crees que, si sí llego a tener un hijo, Alonso le quiera otorgar algún don?
–¡Ya deja de decirle Hada Madrina!
Abrí la puerta del baño y no pude evitar soltar un suspiro de alivio.
–Aquí estás.
–¿Y dónde más iba a estar? –preguntó Alex, su voz sonó algo amortiguada por el agua de la regadera.
–No sé, desperté sola y me sentí en una película de comedia romántica donde abandonan a una después de que ya consiguieron lo que querían.
–Me ofende que pensaras que yo haría eso.
–Pues si me hubieras avisado no me habría hecho historias en la cabeza.
–No te quería despertar.
–Está bien. Voy a empezar con mi maleta, a ver si al rato vamos otra vez a Stardust.
–Ajá. Si entras conmigo nos ahorramos tiempo. –sugirió de forma sutil. Me reí.
–Lo dudo.
Salí del baño y busqué mi maleta para ir metiendo mis cosas, asegurándome de dejar lo que todavía iba a usar a la mano.
El celular de Alex vibró sobre el buró. No quería ser ese tipo de personas que revisan el celular de los demás, me lo habían hecho a mí y no era agradable. Pero cuando vi el nombre de Mariana en la pantalla, mi cuerpo actuó por sí solo.
–¿Bueno? –contesté con el ceño fruncido. Guardaron silencio por el otro lado de la línea. –¿Mariana?
–¿Quién habla?
–Ma-Mayte.
–¡Oh, Mayte! ¡Cuánto tiempo! ¿Cómo estás?
–Bien. –respondí, pero sonó a pregunta.
–Qué bueno, me da gusto. Oye, ¿No está Ale por ahí?
–Se está bañando. –respondí seca.
–Cuando salga, ¿Le puedes preguntar si sí vamos a ir a comer con mis papás mañana?
Tragué con fuerza y llevé mi mano a mi pecho cuando mi corazón empezó a latir con fuerza. Tranquila, todo está bien.
–¿Van a ir con tus papás?
–Sí, no es tan importante, sólo para platicarles que estamos juntos otra vez y ya sabes, ponernos al día.
No pude hacer nada más que quedarme callada.
No solo era una persona dramática, si no que disfrutaba serlo. En el momento no me daba cuenta, pero me gustaba que me pasaran cosas, ya fueran buenas o malas. Era cuando más me sentía viva. Incluso hacía algo ridículo, que era ponerle soundtrack a cada momento de mi vida. Igual y estaba loca pero así me pasaba.
En ese momento no pude sentir lo mismo. No escuchaba más que el agua correr en el baño y los latidos de mi corazón en mi cabeza. No lo podía creer todavía.
–Ay... –dijo Mariana en la línea. –No te había dicho. –adivinó.
–Omitió esa información. –susurré.
–Seguro que quería sorprenderlos a ti y a Sago. Pero sí puedes decirle, ¿Verdad?
Solté un suspiro entrecortado. Ignoré su pregunta.
–Mariana, ¿Dónde piensas que estamos?
Me imaginé que la pregunta le extrañó por lo que tardó en responderla.
–En su departamento, ¿No? Alex me dijo que vivían juntos los tres.
Tomé una gran bocanada de aire y me pasé mi mano libre por el cabello mientras presionaba mis labios. No sabía qué hacer.
–Yo le digo que te hable, Mariana.
–Gracias, May. Eres un am...–colgué antes de que terminara de hablar.
Tomé vuelo con mi brazo para lanzar su celular, pero no me atreví. Luego caminé a la puerta del baño, pero cuando acerqué mi mano al pomo y la vi temblar la bajé. Me tallé la cara y empecé a respirar pesadamente.
No era momento para otro ataque. No podía confrontar a Alex, no así.
Me mojé las manos con la botella de agua que dejaba el hotel en el buró y me volví a tallar la cara. Me tomé el agua restante. No me sentía más tranquila, pero se me ocurrió qué hacer. Dejé el celular de Alejandro en la almohada de la cama destendida junto a un recado donde le decía que su novia intentaba contactarlo. Tomé mi maleta con todas mis pertenencias y salí de ahí.
Apagué mi celular, no quería hablar con absolutamente nadie. Busqué un taxi en la avenida y pedí que me llevara al aeropuerto.
–¿Cuál es el próximo vuelo a la ciudad de México? –pregunté apenas llegué al mostrador de la aerolínea.
El chico se sobresaltó, estaba prácticamente vacío y él estaba distraído viendo el celular. Le repetí mi pregunta y tecleó en su computadora.
–Mañana a las siete. Los de esta noche están llenos.
Mordí mi labio y golpeé el mostrador con mi uña, nerviosa.
–¿Y a Mérida? Yucatán... –él volvió a teclear. Hizo una mueca.
–En una hora.
–Lo quiero. Uno. Un boleto. –corregí nerviosa.
Cuando le dije eso olvidé todo lo que es pasar por el detector de metales y el registro, así que prácticamente estuve corriendo por todo el aeropuerto para alcanzar ese puto vuelo. Pero lo hice, llegué al avión. Mi asiento estaba junto a una señora que iba con su hija.
Me puse mi cinturón y cerré la ventana. No me apetecía ver como mi ciudad favorita se quedaba atrás.
Cuando el avión despegó, me aferré con fuerza al asiento, cerré los ojos con fuerza y eché mi cabeza atrás. Respiraba profundamente tratando de no hacer una escena.
Abrí los ojos con sorpresa cuando una mano se posó sobre la mía. Miré a la mujer alarmada.
–Yo también solía tenerles pánico a los aviones. Estarás bien. –me dijo dedicándome una sonrisa.
Sabía que ella no tenía ni idea por lo que estaba pasando, pero aun así decidí creerle y tomé su mano con fuerza.
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