27. Parte de Eso
Pepe abrió la puerta para mí y bajé del carro, más que distraída con el libreto que llevaba en manos.
–En serio no quiero verme como una diva, pero no se me hace que Julieta dijera esto.
–Díselos la próxima vez que lo leamos. –respondió de forma distraída. –¿El frapuccino es un cappuccino, pero frío, ¿No?
–Ajám. Lo diré como suena en mi mente, a lo Fanny Brice, ¿Tienes idea de si sí vamos a ir a Nueva York? –dije mientras nos subíamos a las escaleras eléctricas del estacionamiento. Sentí la mirada de varias personas sobre nosotros, pero eso era quizás porque hablé más alto de lo normal. Lo hago siempre que hablamos de la obra, creo que inconscientemente me gusta alardear.
–Creo que sí, ¿Por?
–Porque quiero estar aquí para cuando mi sobrino nazca.
–Si sabes que eso no lo vas a poder anticipar, ¿No?
–Por supuesto. Pero Paula anda como loca probando cada cosa que encuentra en Internet para inducir el parto.
Llegamos al centro comercial y Pepe me guio, según íbamos a comer en su restaurante favorito.
–Pues es que ya se tardó, ¿No?
–Sí, debió nacer en febrero.
–Bueno, un mes o dos sigue siendo normal, ¿Qué va a ser?
–Niño. –sonreí. –Le van a poner Iker.
–Eso no es lo que te pregunté.
–Me vale, va a ser mi primer sobrino y voy a presumir todo de él.
Alguien tocó mi hombro y me giré. No sé si desearía no haberlo hecho. Era un muchacho de más o menos mi edad, quizás menor. Medio güerito y tenía poquita barba. Pero lo que me dejó sin habla fueron sus ojos, verdes. Iguales a los míos, iguales a los de aquel hombre que tanto trabajo le costó a mi memoria ignorar.
–Hola, eres Mayte Esparza, ¿No?
Ese era mi nombre, sí. Pero en ese momento no pude responderle, no podía ni siquiera reaccionar. Pepe lo hizo por mí.
–Sí es ella, ¿Por? –preguntó, pero no sonó agresivo como hubiera sido Alonso o Alex, más bien curioso. –¿La conoces?
–He visto sus trabajos, soy admirador. –admitió, pero no le creí. –Me llamo Damián, Damián Novoa.
Ese Novoa resonó en mi cabeza como eco.
–¿En serio? –murmuré. Empecé a respirar por la boca.
Pepe me miró confundido y la mirada amable de Damián se convirtió en una apenada.
–No quiero molestarte ni quitarte tu tiempo, pero... ¿Te puedo invitar un café?
Sentía los latidos de mi corazón en mi cabeza.
–¿Conoces a este tipo? –siseó Pepe de forma discreta cerca de mi oreja.
No sé por qué asentí.
–Pues, yo de todos modos tengo que comprar unas cosas entonces, te veo en un rato, si quieres. –dijo Pepe relajado. Asentí, se despidió y nos dejó solos.
–Eres hijo de Rodrigo. –solté una vez que estábamos solos. Damián medio sonrió.
–¿Me reconociste o fue por el apellido? –negué.
–Tus ojos. –mi voz salía más baja de lo que quería.
–Todos me dicen que son los de él. Tú también los tienes.
Ese comentario me incomodó muchísimo.
–¿Vamos? –movió ligeramente la cabeza y yo asentí, necesitaba moverme.
Empezamos a caminar por la plaza, rumbo a la cafetería.
–Quiero disculparme. –musitó, luego se aclaró la garganta. Lo miré confundida. –Sé que mi papá fue a armarte un alboroto al teatro donde trabajas.
No le supe responder eso. Él siguió hablando.
–Vio un anuncio de que la obra ya iba a acabar y creo que reconoció tu nombre. Nos enteramos hasta que ya lo había hecho.
La idea de más hermanos me invadió.
–¿Quiénes?
–Mi novia y yo.
–Ah... ¿Y tú mamá?
–Falleció cuando tenía once.
–Lo siento mucho. –me detuve cuando llegamos a la cafetería.
–También yo. –abrió la puerta de la cafetería. –Después de ti.
Entré con él siguiéndome. No había fila por lo que ordenamos de inmediato. No sé qué café habrá pedido él, pero yo pedí una botella de agua, más por la creencia de León de que un niño no puede tomar y sacar agua al mismo tiempo. En ese momento decidí creerlo.
–¿Y tu mamá? –preguntó él mientras nos sentábamos en una mesa. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
–¿Qué sabes de ella?
Se encogió de hombros.
–Que se llama Laura. Tiene dos hijos más, un hombre y otra mujer. Tenía dos hermanas. Nunca estudió...–enumeró negando ligeramente con la cabeza. –Mi papá no hablaba mucho de eso.
Alguna vez leí en un libro de la palabra mokita, que significa "La verdad que todos saben y prefieren no mencionar". Si la buscara en un diccionario, probablemente aparecería una foto de nosotros.
El muchacho con el que estaba hablando, el que estaba sentado frente a mí, era mi hermano. Medio hermano, aunque realmente Paula y Juan también eran mis medios hermanos. Éramos hijos del mismo hombre. Él dio por hecho que yo lo sabía, ¿Por qué hizo eso? ¿Lo notó?
Todo era muy extraño y yo sentía que en cualquier momento podía entrar en pánico.
–¿Tú qué sabes? –preguntó él, dándole un trago a su café.
Pensé en lo que me dijo mi mamá, que él llegó a golpear a Juan, pero no me pareció prudente mencionarlo.
–Que se llama Rodrigo. Y que al parecer tiene un hijo.
–Hace un año yo era hijo único. –soltó. Luego guardó silencio durante un segundo, frunció el ceño y presionó los labios, terminó su pausa con un suspiro. –Te entiendo.
No pude evitarlo y solté la pregunta que retumbaba en mi cabeza desde que lo vi en el teatro.
–¿Por qué me buscó? ¿Quiere conocerme?
Damián hizo una mueca y miró su regazo. Guardó silencio por unos segundos en los que aguardé con paciencia pensando que para él tampoco era nada sencillo.
–Mira, Mayte. La verdad es que no sé qué estoy haciendo, te saludé porque te reconocí de las fotos que mi papá encontró en Internet. Te dije del café porque te buscó más de una vez y creí que podía hacerlo por él, pero no sé qué estoy haciendo.
–Créeme que yo tampoco.
Sentía que de alguna manera le estaba siendo infiel a León por interesarme en mi papá biológico.
–Creo que fuera de los problemas que haya tenido con tu mamá, él se arrepentía de no haber mantenido contacto contigo. –dijo de forma lenta. –Se enojó mucho cuando no pudo hablar contigo en el teatro, pero terminó entendiendo que su manera no fue la correcta. –pasó la lengua por sus labios. –Creo que es lo último que quería hacer. Conocerte.
Fruncí el ceño.
–¿Como que...
–Es que falleció, en enero. –soltó.
Se me fue el aire. No pude hablar, ni parpadear.
–Estaba enfermo. –se encogió de hombros, no levantaba la mirada.
Mi respiración se aceleró.
–Lo siento. –musité casi sin aire.
Me fue a ver. Quería hablar conmigo y yo me escondí. Y ahora está muerto.
¿Cómo es posible que me afecte la muerte de alguien a quien no llegué a conocer?
Damián frunció el ceño, aún sin levantar la mirada.
–¿Te molestaría mantener contacto conmigo? Ya sé que, si lo piensas, no somos nada, pero él quería hablar contigo. No sé, si yo lo hago sería casi como cumplir su último deseo.
No podía hablar, pero asentí. Saqué mi celular de mi bolsa con las manos temblorosas, abrí los contactos y se lo extendí para que pusiera sus datos. Una vez que lo hizo, me disculpé y me despedí con el pretexto de que Pepe me buscaba. Pretexto que se me ocurrió cuando lo vi asomarse por la ventana del local con Alonso.
No sabía qué hacía ahí ni cómo había llegado o hace cuánto, pero salí tan apresurada de la cafetería que no me di tiempo de pensarlo.
–May, yo... No me dio confianza y... –balbuceó Pepe cuando me vio salir. Lo ignoré y abracé a Alonso con tanta fuerza como podía, tratando de aferrarme a él.
–Estás temblando. –dijo él de inmediato. Y era cierto, nunca había temblado tanto, ni siquiera podía intentar quedarme quieta. Me separó ligeramente para mirarme a los ojos. –May, ¿Estás llorando? –me miró preocupado y me quitó el cabello de la cara.
No me había dado cuenta. No supe cuándo empecé. Pero mi cara se sentía mojada. No podía ni hablar, estaba hiperventilando. Pepe se acercó a verme, entre sorprendido y alterado.
–¿Qué te hizo? ¿Quién era? –preguntó Alonso de forma rápida.
–¿Te hizo algo? –preguntó Pepe.
Negué, aún sin soltarme de Alonso.
–Su papá se murió. –apenas pude decir. Y mi voz sonaba rarísima.
Alonso frunció el ceño confundido.
–¿Estás llorando porque el papá de ese chavo murió?
Mi frente empezó a doler, era un dolor punzante y realmente molesto. Además de que una vez consciente de ello, sentía que si no cerraba los ojos las lágrimas no iban a parar nunca.
–Es que también era el mío.
Eso no los sacó de su confusión. Entre ellos se hicieron un par de preguntas que mencionaban a mi mamá y a León, pero yo no atiné a nada más que seguir llorando.
Alonso me abrazó con fuerza y los tres bajamos al estacionamiento. No fueron ni cinco minutos, pero se me hizo eterno. Usualmente disfruto las miradas de la gente, en ese momento me sentía demasiado expuesta. Una vez en el carro de Pepe, Alonso se subió conmigo en el asiento trasero y me pegó a él lo más que pudo.
–¿Dónde vive? –preguntó Pepe.
–Tú arráncale, yo te voy diciendo. –le dijo Alonso. Tenía una mano en mi hombro y la otra en mi cabeza, que descansaba sobre su pecho. –May, ¿escuchas mi corazón? –susurró en mi oído. No respondí, no podía. Tenía mis ojos cerrados con fuerza y por más que quería no podía dejar de temblar. –¿Escuchas mis latidos?
No los alcanzaba a escuchar, pero los sentía contra mi rostro. Asentí.
–Concéntrate en eso. Sólo en eso, en mí. Aquí estoy, estoy contigo.
Recargué mi cara en mi mano sin apartar mi mirada de él. Podía pasar horas así. Podía ver cómo aparecían las palabras en la pantalla con rapidez, se reflejaba en el cristal de sus lentes. Estaba prácticamente estático, no despegaba la mirada de la pantalla y golpeaba al borde del teclado con el dedo índice, hacía eso cada vez que entraba en bloqueo. No parpadeaba, apenas y respiraba. Me encantaba ver cómo se perdía en su mundo y cualquier cosa que pasara a su alrededor pasaba a segundo plano. Entonces sonreía y el sonido de las teclas siendo golpeadas regresaba. Me contagiaba esa sonrisa. Aunque no leyera sus historias, disfrutaba ser parte de eso.
Pero cómo me moría por leer algo de esos mundos que se inventaba.
–Deja de verme, me pones de nervios. –dijo en voz baja, sin despegar los ojos de la pantalla. Me incomodó un poco que lo notara, pero no tenía sentido pretender que no era cierto.
Me puse de pie con el libreto en mano y me fui a sentar al sillón.
–¿De qué se trata? –pregunté.
–¿Qué?
–Tu libro, ¿De qué se trata? –aun desde el sillón lo volví a ver, se mordió el labio mientras pensaba.
–De un chavito.
–¿Y qué pasa con el chavito?
Alex se quitó los lentes para tallarse la cara, luego recargó su espalda en el respaldo de la silla. Soltó un suspiro.
–Te distraigo mucho, ¿Verdad?
Negó con una pequeña sonrisa.
–Me recuerdas que tengo que descansar. –reí. –Es de un chavito que quiere ser músico y vemos como sus esfuerzos, fracasos y así. Luego llega una chava que él cree que lo inspira, pero en realidad lo distrae de eso y al final no lo logra.
–¿No lo logra?
–Nop.
–¿Y qué hace?
–Se mata.
Otro suicidio.
–¿Me acabas de spoilear? –alcé las cejas.
–Así ya no vas a querer leerlo a escondidas.
–¿Quién dice que lo leo a escondidas? –pregunté frunciendo el ceño, ofendida. Aunque sí lo había intentado.
Alex se puso de pie y llevó su laptop consigo, se sentó a mi lado y antes de que pudiera leer lo que estaba escribiendo, cerró esa ventana y abrió una carpeta de fotos.
–Tengo una aplicación que toma foto cada que alguien mete una contraseña incorrecta. Saliste bonita, hasta eso.
Puso una de las fotos que me mostraba a mí misma mirando con el ceño fruncido a la pantalla.
–Yo no fui.
–No, fue tu gemela malvada que casualmente quiere lo mismo que tú.
–Es creíble, deberías hacer una historia de eso. –sugerí. Rodó los ojos con diversión. –Volviendo a tu historia, ¿De verdad no lo logra?
–Nop.
–¿Ni siquiera se acerca?
–Nop, nunca.
–¿Tendrá algo que ver con que tú intentaste ser guitarrista? –pregunté bajando un poco la voz.
En el primer año de prepa, Alex llevaba su guitarra todos los viernes a la escuela, nos quedábamos una hora más de lo necesario para escucharlo tocar. Su papá no estaba muy de acuerdo con que perdiera el tiempo con la guitarra en lo que podían ser los mejores años de su vida y lo impulsó a entrar al equipo de fútbol de la escuela. Y no estaba mal, también le gustaba y a mí me gustaba ir a verlo, pero también me habría gustado verlo sobre un escenario. Con el tiempo fue dejando la guitarra de lado, pero él insistía en que no era por su papá, era porque prefería dedicar su tiempo a los libros.
–No intenté, soy guitarrista. –corrigió. –Pero primero soy escritor, cuando tenga tiempo volveré a la guitarra.
–O sea, que nunca más volverás a tocarla. –hice una mueca. –Cuando era chiquita pensaba que yo iba a tener un novio que fuera estrella de rock.
Alex me miró durante unos segundos, luego regresó su vista a la laptop, volvió a abrir el archivo de word y se levantó para regresar al comedor.
–Y yo quería andar con Hermione Granger. La vida es una mierda.
Como empecé a escucharlo teclear de otra vez, guardé silencio durante unos segundos. Cuando volvió a morderse el labio supe que estaba entrando en bloqueo y que podía interrumpir a gusto.
–¿Y quién es la chica que cree que lo inspira, pero en realidad lo distrae?
Soltó una risita que escondía un suspiro.
–¿Por qué siempre crees que todo lo que escribo es real?
–Creo que cada libro que se escribe tiene algo de real. Uno habla de lo que sabe, ¿No?
–¿Y tú crees que la escritora de Crepúsculo tenía experiencia con triángulos amorosos sobrenaturales?
–No, pero creo que tú sí escribes así. Eso de la guitarra es tuyo.
–¿Tú te has metido con el marido de tu mejor amiga para que él la dejara y tú te quedaras con ella porque estás enamorada de ella?
–¡No metas a Yuri en esto!
–No, no lo has hecho. Y aun así tienes que interpretar a un personaje que sí. Y lo haces perfecto, sin necesidad de ser una lesbiana frustrada.
–Pero porque soy una excelente actriz.
–Y yo soy un excelente escritor.
–No lo sé, nunca me has dejado leer nada.
–Touché.
Alex volvió a concentrarse en su libro y yo en mi libreto.
Yo no me consideraba una basura de artista, pero resultó que mi director sí. No sé qué quería que yo no estuviera dando, pero lo tenía que saber para la próxima función.
Usualmente cuando leo un libreto en presencia alguien más, lo hacía en voz baja. Pero a veces se me olvidaba que estaba en compañía y no sólo leía en voz alta, también gesticulaba, mucho. Al punto en que me sentía ridícula frente a quien no supiera lo que hacía, pero nunca me habían dicho nada.
–¿Ya te platiqué de mi amigo Diego? –preguntó Alex.
–No, ¿Quién es? –dejé el libreto de lado y saqué mi celular para ver tantito Twitter.
–Daba clases en mi escuela, ahorita tiene una obra de teatro, o bueno, va a dirigir una. Era un musical y fue en busca de un gran escritor que la pudiera adaptar a diálogos.
–¿Y a quién contrató?
–A mí, por supuesto. –expresó indignado. –El punto es que pronto va a hacer audiciones, por si quieres abandonar el Titanic donde trabajas, te puedo prestar una escena para que hagas la audición.
Fruncí el ceño.
–¿Por qué te refieres a mi obra como el Titanic?
–Porque no tarda en hundirse.
–Lleva seis años en cartelera y hasta la llevaron a otros países. Además, trabajé mucho por el papel, no voy a abandonar el barco sólo porque la compañía me lo ponga difícil.
–Bueno, pero por lo mismo que lleva seis años en cartelera es algo... repetitivo. Y tienen un chingo de actrices para sólo cinco personajes, no pasa nada si renuncias. Y no lo veas como abandonar el barco, velo como buscar una oportunidad mejor.
Eso me dejó pensando.
–No es de Ocesa o del CLAE, ¿Verdad?
–CLAE. Pero digamos que, si el CLAE como el teatro Deftel equivale a un Mufasa, la obra de Diego vendría siendo un Timón.
Reí con su analogía.
–Timón es genial.
–Exactamente. Y la obra en la que estás sería una de las jirafas que aparecen en la ceremonia. Bonita pero igual a las demás.
Sonreí.
–Okay, mándame la escena.
–Sí, señora.
Minutos después, para cuando llegaron Santiago y Ramiro, Alex ya me había pasado la escena por correo.
–¿Y de qué es la obra? –preguntó Ramiro intentando ver mi celular. Me lo pegué a mi pecho.
–De más amigas que practican adulterio. Parece que está de moda.
–Sí, pero no es comedia estúpida como en la que estás. Es una obra seria.
–¿Qué tiene de malo la comedia? –cuestioné.
–Nada, pero prefiero lo realista.
–La vida es una comedia, no hay nada más realista. –expresó Sago saliendo de la cocina con una rebanada de jamón hecha rollito. –Más bien tú eres un amargado que prefiere las tragedias griegas.
Alex hizo una mueca, pero asintió.
–Puede ser.
–¿Qué te dijo tu profesor de tu cortometraje? –me preguntó Ramiro emocionado.
–Exenté. –alcé las cejas con una sonrisa.
–Me imaginaba.
–¿Qué cortometraje? –preguntó Alex.
–Mayte y Ramiro grabaron un cortometraje actuando como pareja. –le respondió Sago, Alex alzó las cejas. –Fue peor de ver, te lo prometo.
–Ay, no fue para tanto. –Ramiro entrecerró los ojos cuando miró a su novio.
–Por lo menos la primera escena sí. Hubieras visto a Mayte, güey. Lo veía con unos pinches ojos de amor.
–¡Ah sí! –Ramiro se levantó para acercarse a Alex y Sago en el comedor. –Ahí también me asusté yo, incluso creí que me pidió a mí que la ayudara porque estaba secretamente enamorada de mí.
–¡Era una escena de amor! Eso se suponía que hiciera. –les dije desde el sillón.
Cuando ninguno me peló, me acosté en el sillón e intenté concentrarme en la escena que estaba en mi celular.
–No, pero después cuando se suponía que nos peleábamos, puso una cara de pinche odio... Temí por mi vida, lo juro.
–Llega un punto en que ya no sabía si estaba actuando o desahogando sus traumas.
–¿Qué traumas? –susurré para mí misma.
–En serio. –insistía Ramiro. –Compadezco al pobre hombre que sea su marido. Le va a decir que no tiene nada y el bato le va a creer. –me reí.
–Pues a nosotros ya cómo nos trae. –murmuró Alex. No lo vi, pero escuché la sonrisa en su voz.
Abrir los ojos me costó más trabajo de lo normal. Mi cabeza dolía y mi nariz ardía.
No lo soñé, de verdad lloré.
Hey. –susurró Alonso. Estaba acostado junto a mí en mi cama. –¿Cómo te sientes?
Me enderecé hasta quedar sentada, por la ventana vi que el cielo ya estaba obscuro.
–¿Quieres comer algo? –volvió a hablar.
–Quiero agua. –musité. Hasta mi voz sonaba rara.
–Ahorita te la traigo. – se bajó de la cama y abrió la puerta de mi cuarto, lo seguí y se quedó parado en el marco de la puerta. –¿Qué haces?
–Estoy triste, no inválida. Puedo ir por agua yo sola.
Pero apenas salí al pasillo unos brazos me rodearon con fuerza.
–Sago, no... –me quejé empujando a Santiago, detrás de él ya iba Alex.
–Alonso nos contó lo que pasó.
Si ni Alonso entendió qué pasó, ¿Cómo les pudo haber contado?
–¿Y qué pasó? –pregunté pretendiendo estar desinteresada. Pero, aunque no me había visto en un espejo, sabía que mi aspecto me delataba.
–¡Que lloraste! –exclamó Santiago siguiéndome. –Después de tanto tiempo.
Llegué a la cocina y pude verme en el reflejo del refrigerador. Definitivamente mi apariencia no era la mejor. Además de tener toda la cara roja y el maquillaje corrido, mi cabello estaba hecho un desmadre.
Aunque los tres entraron conmigo, Alonso se me acercó mientras levantaba el garrafón nuevo.
–Deja eso, te vas a lastimar. –siseó y él mismo lo cargó para recargarlo sobre uno de los bancos y romper el plástico de la tapa para abrirlo.
–¿Quién era el muchacho de la cafetería? –preguntó Alex sentándose en uno de los bancos, Sago se recargó en el refrigerador.
Presioné los labios mientras buscaba un vaso. Agarré una taza de vidrio que seguro compró Santiago, porque tenía dibujado dos personitas hechas con palitos y un corazón. No era algo que Alex o yo compraríamos.
–Se llama Damián. –me limité a decir.
Por unos segundos ninguno insistió con la conversación, me serví la taza de agua y me la tomé en silencio. Me senté en el banco que quedaba frente a Alex.
–¿Por qué no me habías dicho que tenías ataques de ansiedad, May? –preguntó Alonso en voz baja.
Volteé a ver a mis compañeros de piso, molesta.
–No, no, no. Ni empieces con nosotros, eh. –dijo Alex de inmediato. –Nosotros creímos que él ya sabía.
–May. –me llamó Alonso. –lo miré y alzó las cejas, expectante, como teniéndome paciencia. –¿Por qué no me dijiste que tienes ansiedad?
–No tengo ansiedad.
–Mira, desde hace meses sé que tienes algo, no vamos a hacer como que no. Pensé que era ansiedad porque yo tengo y haces cosas que reconozco, pero sea lo que sea, ¿Por qué no me dijiste?
Me encogí de hombros. –No me pareció importante.
–¿Y si te daba un ataque estando conmigo? ¿Esperabas que supiera qué hacer?
–Claro que no, pero también tiene mucho de la última vez que tuve uno.
–En diciembre. – dijo Alex con una risita. –Hace años.
–Cállate, Alejandro.
–May, se supone que yo sepa este tipo de cosas, soy tu novio. –insistió Alonso sin elevar la voz. Seguía tranquilo. Lo cual agradecí.
–Generalmente cuando le da uno nada más la abrazamos hasta que se le pasa. Le decimos cosas que la calmen. –le dijo Alex.
–Y la sacamos a la calle o le hacemos aire. –agregó Sago.
–En sí es simple. Lo difícil es mantenerse tranquilo mientras.
–Pero teníamos la teoría de que cuando llorara iba a dejar de tenerlos. Igual y en una de esas sí.
Miré a mi novio. –Eso es todo lo que necesitas saber.
Alonso rodó los ojos y miró a mis amigos.
–¿Desde cuándo le pasa?
–Desde... No me acuerdo. Creo que fue antes de que empezara a actuar. –dijo Sago volteando a ver a Alex, quien se encogió de hombros.
–La última vez que yo la vi llorar fue... teníamos como diecisiete.
Fruncí el ceño.
–¿Cuándo?
Alex hizo una mueca con incomodidad.
–Una vez que estábamos esperando a tus hermanos en mi casa. Y estábamos viendo vídeos y así...
–Ya. –murmuré desviando la mirada. No sabía que él se había dado cuenta de que lloré ese día.
–Hace como cuatro, cinco años. –concluyó Santiago.
–¿La llegaron a llevar con un psicólogo o algo?
–¿Quieres dejar de hablar como si no me tuvieras en frente? –me quejé.
–¿Quieres contarme tú, entonces? –replicó, bufé.
–No es la gran cosa.
–No, nada más es un ratito en el que sentimos que te mueres, pero meh. Tienes razón, no es la gran cosa. – dijo Alex. Yo sentí ganas de jalarle el cabello hasta hacerlo llorar.
–Ya entendí, sarcástico.
–No, tú nunca entiendes y está bien, pero a ver, ¿Podrías ser tan amable de decirnos quién chingados es Damián? –dijo recargando sus codos sobre la isla.
Tomé aire y lo saqué en un suspiro entrecortado. No sabía cómo decirlo sin que sonara extraño, no había manera.
–Mi hermano. Mi medio hermano.
La expresión sarcástica de Alex cambió automáticamente a una confundida. Sago se cruzó de brazos y se alejó del refrigerador.
–¿Qué?
–Sí. Es hijo de mi papá biológico.
–¿Él te dijo? –preguntó Santiago frunciendo el ceño. Alonso se sentó junto a mí.
–No como tal, o sea sí, pero... Sus ojos...
–Mayte, cualquiera puede tener los ojos verdes.
–Pero no es que los tuviera verdes, es que son iguales a los míos. Y los de su papá también. – dije con la voz temblorosa.
Guardaron silencio por unos segundos. Pensando bien su siguiente pregunta, seguro.
–¿Lo viste a él? –me pregunto Alonso.
Sentí mi nariz arder, como cuando sabes que vas a llorar. Hacía mucho que no sentía eso.
–No hoy. Fue al teatro, me estaba buscando, pero Diego no lo dejó pasar.
–¿Cuándo fue eso? –preguntó Sago. Alex había decidido callarse y se lo agradecía.
–No sé, antes de navidad. Cuando regresamos de Acapulco. – dije viendo a Alonso.
–¿Y por qué no nos dijiste? –insistía mi mejor amigo.
–P-porque no sabía si de verdad era él. Dijo cosas de mí, de cuando nací y me asusté porque Diego dijo que lo pudo ver en Internet, pero seamos honestos, con trabajos y está mi cumpleaños en Internet. Y Damián sabía de mi mamá, y de Juan y Paula. Era él. – solté, más rápido de lo que pretendía. La primera lágrima salió y me la quité tan pronto como pude.
–¿Has hablado con él? –preguntó Sago. –Después de que fue esa vez al teatro.
–¡No, se murió! –casi después de decirlo se me escapó un sollozo, cubrí mi boca, pero eso no los calló, claramente. Alonso me abrazó, acercándome a su pecho. – No debería sentirme mal, ni siquiera lo conocí. Pero pude hacerlo, y quería hacerlo porque nunca tuve un papá real, pero tuve a León y no se vale que quisiera conocer a mi verdadero papá si lo tuve a él. – solté otro sollozo que hizo que mi garganta doliera.
–No te sientas culpable, estoy seguro de que a León no le molestaría. – susurró Alonso, pasando su mano por mi cabello.
–¿Le contaste a alguien? –preguntó Alex. –¿Tú mamá sabe? ¿O tus hermanos?
No hablé, pero negué con la cabeza y cerré los ojos con fuerza. Olvidé lo mucho que odiaba llorar.
–Está bien, no les digas. – dijo Alonso.
–¿Qué les mienta, dices? –exclamó Alex con sorpresa.
–No es mentir. Es suficiente agobio para Mayte como para que tenga que aguantar otro interrogatorio con su familia. No pasa nada si no se enteran.
Dios mío, el interrogatorio que harían. Estoy segura de que Juan hasta buscaría a Damián.
–Ahora resulta que tú sabes lo que es mejor para ella.
–Soy su novio.
–Y yo soy... su amigo. Y la conozco desde mucho antes que tú.
–Para. – le dije a Alex, con mi voz sonando toda rara aún, en una mezcla de gangosa y ahogada.
Alex tensó la mandíbula, pero me hizo caso y ya no dijo nada.
–¿Y qué se supone que le diga a Juan ahora? –preguntó Sago. Fruncí el ceño.
–¿Por qué?
–Porque cuando llegaron le hablé y le dije que lloraste.
–¿Por qué? –preguntó Alonso.
–Porque en serio hace años que no lloraba, a todos nos preocupaba.
–Pues le dices que tú novio te hizo algo y ya. –soltó Alex.
–De tu boca nunca sale nada inteligente, ¿Verdad? –preguntó Alonso, sonriendo con sorna.
–Ya. –me quejé y ambos hombres callaron. –Le digo que estaba ensayando y ya.
–Yo que tú les decía la verdad. –insistió Alex. –Si piensas mantener contacto con este güey eventualmente les vas a tener que decir. No tiene nada de malo.
–Tampoco nada de bueno. –murmuró Sago.
–¿Tú también, güey?
–Es que no hay necesidad. Y ya sabes cómo se pone su mamá cuando hablan de los papás de sus hijos, mejor dejarlo así.
El argumento de Sago pareció convencer a Alex. Pero no por eso cambió su expresión de molestia.
–Ay, no. –me tapé la boca y miré a Paula que presenciaba la escena divertida. –Está jugando, ¿Verdad? –ella negó con una risa.
Cuando mi queridísimo cuñado me dijo que tenía un regalo para mí y que tenía que salir de la casa para verlo, la verdad es que creí que me iban a asustar y grabar para subirme a YouTube y hacerme viral.
No creí que me fuera a regalar su carro.
–¿Es en serio? –pregunté asombrada.
–¡Qué sí! –dijo él divertido.
–¿Que ya no lo vas a usar? ¿O por qué?
–Ya te dije que vamos a comprar una camioneta. –dijo Paula.
–Pero yo creí que apenas lo estaban planeando, no que ya era seguro. –miré el carro, no era el Audi con el que siempre soñé, pero tenía llantas y un motor y eso ya me salvaba del transporte público. –¡Gracias! –salté y abracé a Alfredo.
–Bueno, sí. El Freddy se la rifó, ¿Ya podemos entrar? –preguntó mi hermano. –Acuérdense que yo convoqué esta junta familiar y no fue sólo porque sí.
Juan tenía una noticia para todos. Y con todos me refería en serio a todos, León, mis abuelos y mis tías también estaban. Mi hermano no nos dio ni un pequeño adelanto, quería que estuviéramos todos juntos cuando lo escucháramos.
–¡Mamá! –gritó Juan cuando todos entramos a la casa.
–Mayte, ¿Y el novio? –me preguntó mi tía Ana pellizcando mi pierna cuando me senté junto a ella en el sillón. Casi me reí.
–¿Y mis primos, tía? ¿Pa' cuando?
–No, hombre, yo ya me resigné a ser sólo la tía fabulosa.
Las tías fabulosas no cuestionan tu soltería.
–¡Mamá! –volvió a gritar Juan.
–¡Ahí voy, ahí voy!
–¿Y tú, Paulita? –habló mi tía Elena. –¿Ya pensaron en tener niños?
–Ay, como se nota que ustedes no tienen nada de qué hablar. –se quejó mi abuela.
–¡Mamá! –volvió a gritar Juan.
–Ya, ya vine, ya vine. –exclamó mi madre sentándose a mi otro lado en el sillón.
–¿Qué tanto hacías? –le preguntó León.
–Colgando con un amigo.
–Otro novio. –dijimos Paula y yo al mismo tiempo.
–No, un amigo. –mi mamá alargó, mirándonos mal.
–Bueno, ya. –dijo Juan. –Gracias a todos por venir, me da gusto que se hayan hecho espacio en sus agendas...
–¡Ay, ya! ¿Para eso me apuraste? –se quejó mi mamá. –Dinos y ya.
–Bueno, bueno... Es una gran noticia, así que no quiero que nadie se me vaya a infartar...
Me reí. Paula rodó los ojos, pero también se estaba divirtiendo.
–Quiero que sepan que me hace muy feliz decirles que... Hoy ustedes se enteran de que...
–Ay, ¡Ya, Juan Alberto! –le gritó mi abuela y todos estallamos en risas.
–Me voy a casar.
Estoy segura de que mi hermano no esperaba que la reacción de todos fuera guardar silencio.
–¿Tiene novia? –susurró mi mamá en mi oído.
–Sí, mamá. Dalia. –respondí, ofendida.
–Ya sé, estoy jugando. –se rio.
Yo seguía medio aturdida. Miré a mi hermano que seguía parado en medio de la sala.
–No creí que fueras tan en serio con ella.
–Pues ya llevo dos años con ella.
–Sí, pero con miles de kilómetros entre ambos.
–Y sin ninguna persona de por medio. –admitió con una sonrisa. –Es un récord.
–O sea, ¿Es en serio? –preguntó Paula con el ceño fruncido. –¿No estás jugando? Se ven una vez al año.
–De hecho, algunas veces que según tengo guardia me voy a visitarla. –admitió. –Y ella viene seguido. Este año se quedó cuatro meses por un curso que estaba tomando. Se quedó conmigo.
–¿Y por qué no nos dijiste? Yo ni la conozco. –se quejó León.
–No lo sé. Igual y no me di cuenta de lo en serio que iba con ella hasta ahora.
–¿Cuándo le propusiste matrimonio, hijo? –preguntó mi abuela.
Juan sonrió y vi un brillito en sus ojos que nunca había visto antes. Estoy segura de que he visto a mi hermano ser feliz muchas veces en su vida, pero esa sonrisa no se me va a olvidar nunca, lo iluminaba completamente.
–Ella me lo propuso a mí. La semana pasada, me di una escapada.
–¿¡Cómo?! –preguntó mi abuelo.
–Pues sólo salió, fue bastante espontáneo, de hecho.
–Pero Dalia vive en Mérida, ¿No? –preguntó mi tía Elena.
–Sí, ¿Cómo le van a hacer?
Juan se tomó unos segundos para hablar. –Me voy a ir allá con ella.
–No inventes. –exclamó mi tía Ana.
–Lo platicamos por horas, puedo terminar la residencia allá en lo que ella termina su maestría también. Después ya podríamos regresar a México y conseguir trabajos acá.
–¿Ya lo pensaste bien, Juan? –preguntó León, como con cuidado.
–Siguen muy jovencitos, mi vida. Podrían esperarse otro poquito. –le dijo Ana.
–Oigan, si mi hijo quiere casarse dejen que se case. –dijo mi mamá poniéndose de pie, se acercó a él y lo abrazó con fuerza. –Tienes mi bendición, mi amor. No interesa lo que la gente diga, este tipo de amores no pasan dos veces en la vida. Y si sienten que es momento de dar el paso para el matrimonio, tienen todo nuestro apoyo.
Lo dicho por mi madre dio por terminada la discusión y el resto de la noche trató de felicitaciones y preguntas por la boda. Planeaban hacerla en Mérida.
Pero no dejé de darle vueltas a eso de ese tipo de amores solo pasan una vez en la vida, ¿Como voy a saber cuándo a mí me pase? O peor, ¿Y si nunca me pasa?
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