22. Te Equivocaste
-No vas a bajar en serio, ¿O sí? -preguntó Sago, básicamente rogándome para que no lo hiciera.
-Por supuesto que sí. -abrí la puerta, él se estiró y alcanzó a cerrarla. Ladeé la cabeza y lo miré con toda la paciencia que tenía. -¿Qué?
-No sabes por qué no pudo ir, ¿Y si tuvo un problema con su papá?
-Por eso venimos a verlo. -respondí obvia.
-Pero vas a bajar tú sola.
-Puedes acompañarme si quieres.
-Se me hace que es muy temprano para venir a molestar a una casa ajena, yo paso.
-Suerte que a mí no me da vergüenza.
Me bajé del carro y caminé a la casa. No estaba el carro de su mamá por lo que di por hecho que o no estaba ella, o no había nadie en casa.
Mi suposición se fue directo a la basura cuando después de tocar la puerta se escucharon voces dentro. Segundos después Alex se asomó entreabriendo la puerta.
-Ah, eres tú. -murmuró alzando las cejas, pero en su cara se dibujó una sonrisa. -Qué milagro.
-¿Esperas a alguien más?
-No esperaba a nadie, de hecho.
Alguien pasó detrás de él e intenté asomarme por encima de su hombro, pero él se movió de forma que no me permitió ver nada. Lo miré con el ceño fruncido, pero él seguía sonriendo.
-¿Me dejas pasar o vamos a hablar aquí afuera en el frío?
-¡Ah, claro! Entra.
Entré detrás de él y alcancé a escuchar a alguien cerrar una puerta desde el pasillo.
-¿Está tu mamá?
-No, se quedó a cuidar a Ximena, Fernanda está teniendo problemas con Julio.
Hice una pequeña mueca. Por una vez en la vida me gustaría escuchar de un matrimonio sano y duradero.
-Y... ¿Tú cómo estás?
-Bien. -asintió de forma exagerada. -¿Y tú?
-Algo decepcionada, la verdad. Resulta que ayer fue mi debut en teatro y a uno de mis mejores amigos-dije señalándolo sutilmente, su sonrisa se borró. -se le ocurrió faltar. Pero de ahí en fuera, no me quejo.
-¿Fue ayer?
-¿De verdad se te olvidó?
-May, no es mi culpa. Con trabajos y te he visto los últimos meses.
-¿Entonces se supone que es mi culpa?
-No, no digo eso. Sólo que...
-¿Sabes lo importante que fue para mí el día de ayer?
-Sí, ya lo sé.
-Hasta Axel fue.
Él tensó la mandíbula.
-¿Me vas a echar eso en cara? ¿En serio?
-No te estoy echando en cara nada, sólo me estoy dando cuenta de para quien soy importante y para quien no.
-Ah, o sea que para demostrar que me importas tengo que ir a una obra de teatro. -dijo sarcástico.
-¡Sí! Porque era mi primer obra de teatro, era algo grande.
-Primera. -corrigió. Lo miré incrédula, pero antes de poder decir algo, él habló. -Mayte, por favor. Todavía fuera una obra buena, no voy a gastar en eso para verte haciéndola de árbol tres.
Di un paso atrás cuando dijo eso. Mi personaje no era uno de los principales, tenía muy poquitos diálogos, pero era algo. A mi edad todavía no me veía en una obra, actuando, era algo bueno para mí. Y al parecer Alex no lo era tanto.
Cuando se dio cuenta de lo que dijo soltó un suspiro y se talló la cara.
-Sabes a que me refiero.
-Sí, es bueno saberlo. -siseé y caminé a la puerta. Aunque decidí ignorar a Alex llamándome, una segunda voz me hizo voltear.
-Ay, Ale. Creí que era tu mamá.
Una chica. Una chica que era claramente mayor que ambos, pero no pasaría de unos veinticinco años.
Empecé a pensar en muchas cosas de forma bastante rápida. Que tenía unos ojos preciosos, que sus piernas y nalgas parecían operados, así como sus bubis. Pero lo único en lo que me podía concentrar era que traía una camiseta de Alex puesta. Y nada más.
-Tú debes ser Fernanda. -me dijo señalándome con movimientos alegres, casi de niña. Pero no podía reaccionar. -No te imaginaba tan joven.
-Ella no es Fernanda, es Mayte. Somos... amigos.
-Oh. -la chica no borró su sonrisa, pero sí se puso incómoda. Yo no salía de mi sorpresa.
-Mayte... Te presento a Fanny.
-Estás temblando.
-Hace frío.
No lo volteé a ver cuando habló. Me intenté distraer jugando con mis uñas.
-¿Quieres que regresemos adentro?
Quería que hablara.
-No, aquí estoy bien.
Todavía tenía tiempo para llegar al teatro, entonces fuimos a mi departamento. Pero hacía mucho frío en todos lados y subimos a la azotea para calentarnos con el sol. Nos quedamos sentados en el sillón viejo, uno a extremo contrario del otro.
-¿Cuándo fue la última vez que tuviste novio? -preguntó.
-¿Uno real? -vi como aguantó las ganas de soltar algún comentario sarcástico.
-Sí, uno real.
-Creo que cuando tenía diecisiete. O dieciocho.
Alonso casi sonrió.
-También yo.
-La diferencia es que tiene más desde que yo tuve dieciocho a cuando tú los tuviste.
Esta vez sí sonrió.
-Cálmate, abuela. Me llevas menos de un año.
-Sigo siendo mayor que tú. -sonreí igual.
Pasaron un par de segundos largos antes de que volviera a hablar.
-¿Y por qué terminaron?
Porque le puse el cuerno, me puso el cuerno.
-¿Por qué terminaste tú con tu novia?
Nuevamente se tardó en contestar.
-Porque me puso el cuerno.
Lo volteé a ver ligeramente sorprendida.
¿Y si Alonso la terminó odiando por eso? ¿Qué pensaría de mí si le digo que yo le hice lo mismo a Axel?
Antes de que pudiera decidir si contarle o no, él volvió a hablar.
-Tenía quince años cuando empecé a andar con esta niña, Carla. Duramos tres años, lo cual es mucho, considerando que tenía quince. Y digamos que todo iba bien, según yo. Nos llevábamos bien, era muy linda y buena onda con todos. -pasó la lengua por sus labios y tomó aire antes de soltar lo siguiente de golpe. -Un día la encontré en mi casa, besándose con mi hermano.
Fruncí el ceño.
-¿David?
-Marco. Mi hermano mayor.
Yo sólo sabía de la existencia de David y Benji.
-No me habías dicho que tienes un hermano mayor.
-Tenía. -respondió al instante, casi interrumpiéndome.
No supe cómo reaccionar, ni qué decir. Alonso ni siquiera me estaba viendo mientras hablaba.
-Mira, ahora sé que no puedo culparlos por... hacerme eso, porque sé que sí se querían, yo ya me había dado cuenta, pero, no sé, nunca quise creerlo. Y en el momento en que los vi... pues, me enojé. Hice berrinche, agarré las llaves del carro y me salí. Ni siquiera fui a algún lugar, sólo... me fui. Ellos me intentaron alcanzar, pero en algún punto los perdí. Regresé a mi casa hasta en la noche, no estaban mis papás. David y Benji estaban llorando porque Marco tuvo un accidente.
-¿Con Carla? -pregunté con la voz hecha hilo. Asintió.
-No lo logró. Ninguno de los dos.
Me tapé la boca. Qué horror.
No me había pasado algo parecido, ni por asomo. Pero intenté ponerme en su lugar pensando en qué habría hecho yo si hubiera encontrado a Paula con Axel en una situación así. O con Alex.
Vaya, no reaccioné de la mejor manera cuando vi a Fernanda con Ángel, aun cuando a él ni siquiera lo llegué a querer realmente. No podía ni imaginar por lo que pasó cuando los vio. Y lo que pasó después, Dios mío.
Alonso ladeó la cabeza y presionó los labios, le estaba costando trabajo seguir. Cuando vi que sus manos temblaban en su regazo, di por hecho que no era por frío y tomé una de ellas. Alonso volvió a intentar una sonrisa, pero no le salió.
-No soy filofóbico ni nada por el estilo, pero no he vuelto a tener una novia desde Carla. Cada vez que empiezo a tener algo parecido me entra como... pánico, no puedo controlarlo, sólo pasa. Me da miedo presentarle una mujer a mi familia o a mis amigos, ¿Sabes lo que es eso? Es patético.
-No es patético.
-Sí, es estúpido. Y no eres la primera chava con la que tengo algo y se molesta porque... -se calló por un momento y volvió a soltar aire. -Porque piensan que no las tomo en serio por no llamarlas mis novias.
No estaba muy segura, pero creía que esa era una de las cosas que le reproché por teléfono el otro día.
-Perdón. -musité. Él apretó mi mano, aun con el frío que hacía, su piel tibia le dio calor a la mía, que seguro estaba helada.
-Se supone que el que la regó fui yo. -dijo con un poco de gracia. Me senté más cerca de él.
-Siento mucho lo de Marco y Carla. No sabía.
-No había manera de que lo supieras.
-No, pero ahora me siento mal por decirte lo que te dije.
Se volteó a verme divertido.
-¿Te acuerdas siquiera?
-De repente tengo flashazos. -él se rio.
-El punto es, no eres la primera que me dice todo eso, sí la primera que lo hace borracha, pero no la primera. -medio sonrió. -Y no quiero que tú también me mandes a la mierda, lo entendería, pero no quiero.
Me estaba viendo tan fijamente que me dio miedo decir alguna pendejada. No era orgullosa, pero tampoco quería perdonarlo tan fácil.
-Yo tampoco quiero. -murmuré. -Pero tampoco me gusta que te me pongas celoso y luego niegues que estás conmigo.
-No soy tan celoso. -solté su mano como si fuera radioactiva y lo miré indignada.
-Eres el hombre más celoso que conozco.
-Claro que no. -arrugó la cara.
-En primera, te ibas a madrear al chavo de Coyoacán, el que hacía vídeos en YouTube.
-Tienes que admitir que lo que hizo fue de muy mal gusto.
-¿Por qué crees que estaba en YouTube, Alonso?
Se quedó callado con el ceño fruncido y un puchero apenas visible.
-¿Segunda? -murmuró.
-En tu casa, Miguel hizo una broma de estar conmigo y lo tomaste muy mal.
-¡No era broma! Tú no lo conoces, May, él ese día estaba deprimido y quería coger con alguien.
-¡Es tu amigo! ¿De verdad crees que... -a medida que las palabras salieron de mi boca me fue cayendo el veinte. -Ah.
Alonso suspiró y dejó caer su cabeza contra el respaldo del sillón.
-Te dije que era patético.
-Y yo te dije que no. Menos después de lo que viviste. -me levanté y me abracé a mí misma, a pesar de que el sol ya me había quitado el frío. Me giré a verlo. -Mira, quiero estar contigo, pero te voy a ser completamente honesta; no quiero intentar algo si al final voy a perder tiempo, tiempo que bien puedo invertir en mi trabajo o en alguien que sí sepa valorarme.
-Yo puedo hacer eso. -dijo levantándose para acercarse a mí. Sonó seguro, lo que hizo que mis rodillas temblaran.
-¿Y por qué no pudiste? -me crucé de brazos, más que nada para poner algo entre nosotros.
-Porque soy inseguro, May. Pero lo quiero intentar. -de pronto, dio un paso atrás. -O sólo que ya estés con alguien.
-¿En un mes? No, no soy tan rápida como tú.
-¿Lo dices por la foto de Instagram? -ladeó la cabeza. -Fue culpa de Dani, ni siquiera era reciente. Además, no es el punto, Mayte. Sólo déjame intentarlo una vez más y ya.
Lo miré dudosa.
-No me gusta ir a ciegas, Alonso.
-No tienes que, si tú quieres... -lo interrumpí.
-No, es que si haces algo solo porque yo quiero tampoco es justo para ti.
-Yo lo que quiero es estar contigo, si le quieres poner una etiqueta está bien por mí, sólo no me hagas rogarte de rodillas. -lo miré sin saber qué responder. -O sí, si eso quieres también puedo...-empezó a decir poniéndose de rodillas. Me reí y tomé sus manos para levantarlo. -¿Entonces?
-¿Vas a admitir que eres mi novio?
-Lo voy a presumir.
-¿Me vas a seguir celando? -él hizo una mueca.
-Lo necesario. -me reí. -¿Sí?
Lo miré durante un par de segundos. Levanté mi mano para quitar el cabello de su frente y la dejé en su nuca.
-Vas a tener que confiar en mí.
-Lo voy a hacer. -asintió.
-Y en tus amigos. -ladeó la cabeza con una sonrisita.
-Es que tú no los conoces...
-Por eso el que tiene que confiar en ellos eres tú.
Él tomó un par de respiraciones profundas y asintió.
-Entonces sí.
-¿Sí?
-Sí. -asentí repetidas veces.
Sus manos abandonaron mi cintura para acunar mi cara y me plantó un beso con fuerza, seguido de muchos más cortos por toda la cara.
-¿Y qué tal la luna de miel? -preguntó Juan alzando las cejas sugestivamente.
-¿Qué te importa? -le respondió Paula divertida al mismo tiempo que le lanzó un totopo, que me terminó cayendo a mí.
-Puntería, Katniss. -me quejé.
-Uy. -se burló.
-Listo. Americanos pa' mis niñas y capuchino para Mayte. -dijo León llegando a nuestra mesa, dejando nuestros respectivos cafés frente a cada uno.
La única que se rio fue Paula. Años con una hermana amargada y de un día a otro ya era feliz y escupía arcoíris. Con ella sí aplicó el famoso dicho de mi madre que dice "Ya cásate".
-Mayte, no hagas tarea ahorita. -dijo León tomando mis guiones, para cuando intenté quitárselos ya los había aventado a la silla del otro lado de la mesa.
-Tengo que estudiar.
-¿Más? -preguntó Juan estirándose para agarrar un pan del centro de la mesa.
-Entre los ensayos de la obra y que la escuela está del otro lado del país, no he podido preparar una escena para este fin de semestre. -exageré.
-¿Y en el metro de regreso? -preguntó Paula.
-Lo he intentado, pero me quedo dormida.
-Es que sí sales muy noche. -dijo León. -¿Alejandro ya no va por ti?
-Uy, ni toques ese tema, León. -le dijo Paula. León me miró confundido.
-Desde que se consiguió novia no me pela.
-Ni siquiera fue al estreno de la obra. -comentó Paula negando con la cabeza.
-Pero se le olvidó. -lo defendió Juan.
-Ay, eso no se le tenía que olvidar.
-¿Podemos cambiar de tema? -pedí y me pasé la mano por el cabello.
Maldito sea Alejandro y maldita sea Estefanía que sube absolutamente todo su día a Instagram presumiendo como su novio le lleva el desayuno a su casa. Los detesto.
-¿Y Juan no puede ir por ti? -preguntó León volteando a ver a mi hermano.
-¿Es neta? Tengo turnos de hasta cuarenta y ocho horas.
-Soy cirujano, soy cirujano. -me burlé.
-Es mejor que ser una india.
-No me digas india, tarado. A veces también soy Wendy.
-Oye, ¿Y si te fueras a vivir más cerca del teatro y la escuela?
Volteé a ver a León y me aguanté las ganas de reírme.
-¿Con qué dinero? No junto ni para rentar el primer mes.
Ahorrar desde muy joven sirvió, claro que sí. Sólo que en mi maravilloso plan de vida jamás se me ocurrió considerar que durante la carrera gastaría muchísimo en transporte, utilería, vestuario, maquillaje, comida y kilos de copias. Así que la idea de conseguirme un departamento pronto quedó descartada.
Porque como mi mamá se había relajado bastante, tampoco me suponía un problema quedarme con ella. Especialmente porque yo era la única de sus hijos que aún vivía con ella.
-Júntate con unos amigos, así como Juan.
Casi empezando su residencia, Juan se había ido a vivir con unos amigos a una casa. Todos eran residentes. Yo no tenía amigos actores. Sólo Pepe y él ya vivía solo. En un cuarto en una colonia olvidada por Dios, pero ya vivía solo.
-No lo sé. -hice una mueca y me rasqué la cabeza.
-Te propongo algo. Te ayudo a rentar un departamento durante el primer año en lo que te adaptas y consigues con quien compartirlo, ¿Te parece?
-¿De verdad?
-De verdad.
-Eso sería genial, pero ¿Y mi mamá? Se quedaría sola.
-No es como que pases mucho tiempo con ella. -Paula se encogió de hombros.
Miré a León sin saber muy bien qué decidir.
-Lo platicamos, ¿Sale? Ahorita les quiero contar otra cosa.
-¿Vas a ser papá? -preguntó Juan distraídamente, entonces sí me reí.
-No, pero más o menos.
Eso llamó la atención de los tres. Lo miramos esperando su anuncio.
-Rocío y yo vamos a casarnos.
No sonrió al decirlo. No parecía emocionado de contárnoslo y probablemente eso era nuestra culpa. Sabía que no era una noticia que nos fuera a alegrar, incluso cuando a él sí.
Rocío no era mala persona, pero ninguno de los tres había querido pasar más tiempo con ella. En lo personal, albergaba la esperanza de que León volviera con mi mamá.
-¿Por qué? -se me salió preguntar.
-May... -como que me quiso regañar Paula.
-No, yo también tengo curiosidad. -dice Juan. -La conociste este año.
-Bueno, pero a mi edad ya no necesitamos tanto tiempo para saber si es lo que buscamos.
Espero que cuando llegue a esa edad ya no tenga que buscar nada.
-¿Y cuándo te casarías? -preguntó Paula.
-Todavía no tenemos bien la fecha, pero queremos que sea pronto. Algo sencillo.
-¿Y qué dijeron los hijos de ella? -murmuró Juan al mismo tiempo que rompía la envoltura del popote.
-Nada, se alegraron.
No sé si eso fue una indirecta, pero creo que los tres lo tomamos como tal.
Paula fue la única que se levantó para abrazarlo.
-Es tu karma. -dijo Alex poniéndome una cobija sobre los hombros. Luego me rodeó con los brazos para levantarme, Sago puso mis pantuflas en el suelo y luego Alex me dejó sobre ellas.
-¿Cuál karma? Es que no se cuida.
-Déjenme. -murmuré, aunque no sonó bien por lo mormada que estaba.
-Alex, hay que aplicar el acapulcazo en pleno diciembre, para que nuestro cuerpo no entienda qué pedo con la temperatura.
-¡Qué gran idea, Sago!
-Ya. -alargué, pero no pude evitar reírme.
Me dejé caer en el sillón y me tapé como pude con la cobija que me dejó Alex.
-Es que estás bien tonta. -se rio Sago sentándose en el suelo junto a mí. -Vamos, entiendo que quisieras estar con Alonso porque se habían peleado y todo eso, pero ¿No se te ocurrió ponerte un puto suéter regresando?
-¿Por qué a Acapulco, para empezar? -expresó Alex. -Pudieron ir al cine o a donde sea que les guste ir.
-Me gusta Acapulco. -sonreí y cerré los ojos.
-¿Por lo menos cogieron? -preguntó Sago divertido, hasta bajó la voz.
-¿Qué te importa? -exclamé dándole un golpe con mi mano.
-¡Eso quiere decir que sí! -solté una carcajada. -¿Y qué tal estuvo?
-Güey, no quiero saber cómo profanan a nuestra amiga. -dijo Alex, no lo podía ver, pero seguro estaba arrugando la cara.
-¿Y si yo fui la profanadora? -apenas y se oyó mi voz, pero igual Santiago se volvió a reír.
-No lo dudo.
Cuando escuché que tocaron la puerta me enderecé tan rápido que me mareé.
-¿Quién? -gritó Sago. Alex se asomó por la mirilla.
-Alonso. -respondieron del otro lado.
-Oh, yo voy. -dije y saqué mis pies del sillón. Sago los regresó.
-No, tú quédate aquí y ve tele. -agarró el control de la mesita y me lo dio. -Que vaya Alex.
-¿Y yo por qué? -se quejó el joven.
-Pues porque estás literalmente al lado.
-¿Y?
Sago soltó un suspiro seguido de varias maldiciones y se levantó a abrir la puerta.
-Hola.
-¿Qué onda, güey? Mayte está en el sillón, está medio muerta.
-¡Estoy bien! -exclamé. Alonso se acercó con una bolsa de plástico en mano.
-Hola Rodolfo. -dijo con una sonrisita y dejó un beso en mi nariz.
-No está tan roja. -hice bizcos para mirarla, pero me fue imposible.
-Te traje Next y té para la gripa. -se sentó y puse mis piernas sobre su regazo.
-Gracias.
-¿No tienes fiebre? -puso una mano en mi frente.
-Tenía poquita en la mañana, se le quitó después de que se bañara. -le respondió Sago.
-No vas a ir al teatro así.
-Tengo que.
-No puedes salir así.
-Que estoy bien, no sean necios. He estado peor.
De por sí me daba pena no haber hecho audición para la próxima obra de Diego, me habría dado más pena faltar a las últimas funciones de esta.
-¿Cuándo es la última función? -preguntó Sago.
-El 30, creo. -volteé a ver a la mesa y la encontré vacía. -¿Y Alex?
-Ya se fue. Iba a ver a Mariana, creo.
Y ni siquiera se despidió, grosero.
-¿Qué hora es?
-Como tres y media.
-Ya se me hizo tarde. -bajé las piernas de encima de Alonso y me levanté, casi corrí a mi cuarto.
-¿Es en serio?
Ignoré los comentarios de ambos hombres y me cambié de ropa, me amarré el cabello como pude y me puse una chamarra lo suficientemente gruesa.
Cuando salí a la sala Sago se puso contra la puerta, para que no saliera.
-Hay una salida por mi cuarto de cualquier forma. -dije y saqué una botella agua de la caja que Sago siempre dejaba cerca de la puerta. -Pásame un next y un té, me lo voy a hacer en el teatro.
Alonso me pasó la bolsa y se levantó.
-Pues te llevo.
-¿Cuándo tienes callback? -preguntó Sago.
Hice una mueca. La última audición fue de danza, según yo era mi fuerte, pero la cara del coreógrafo me dijo lo contrario.
-No sé, no me han vuelto a hablar. -abrí la caja de medicinas y me tomé una pastilla con el agua.
-Eso es bueno, ¿No?
-A estas alturas ya no sé.
-Preocúpate por una cosa a la vez. -dijo Alonso.
A pesar de que ambos insistieron en que le hablara a Diego para decirle que iba a faltar y preparara a una suplente, me mantuve firme. De verdad que no quería, no me gustaba faltar, ni en la escuela lo hacía.
Sago se quedó en el departamento y Alonso me fue a dejar al teatro. Me dijo que si lo necesitaba le llamara, pero dudaba que fuera necesario.
Algo que no le dije a ninguno de los tres es que la familia de Diego tenía una receta casi mágica para la gripa. No era la primera vez que me enfermaba en temporada, le avisé a Diego desde que desperté y prometió esperarme con ese té en el teatro.
Alonso no se estacionó puesto que había un poco de tránsito, sólo me bajé y caminé al teatro. Quise subir corriendo las escaleras de la entrada, pero el tacón de las botas que escogí y el cansancio me lo prohibieron.
-¿Señorita Mayte? -me giré y en el pie de estas las escaleras había un hombre, trajeado, se acercó a mí de inmediato.
-Buenas tardes. -murmuré.
-Hola, buenas tardes. Me gustaría hablar contigo, con usted, de algo.
Por alguna razón su actitud me recordó a León.
-Mi nombre es Rodrigo Novoa... -lo interrumpí.
-¿Puede ser en otro momento? Es que ya se me está haciendo tarde. -subí un par de escalones dispuesta a entrar, pero él tomó mi brazo.
-Es importante.
-Terminando función, quizá...
-La obra empieza en una hora, por favor.
-Pero tengo que entrar ahorita, perdón.
Intenté caminar, pero él me jaló del brazo. Advertí que los de seguridad de la entrada se dieron cuenta y se estaban acercando.
-De verdad es importante. Por favor.
-Señor, lo siento, pero...
-¿Todo en orden, señorita Esparza? -preguntó uno de los de seguridad.
-Sí. No se preocupen. -me volteé con el señor y susurré. -Puede pedir que lo dejen entrar a mi camerino al final de la obra.
-No puedo quedarme de nuevo, tengo asuntos importantes también.
Fruncí el ceño y dejé de compararlo con León.
-Por favor, tengo que hablar contigo ahora.
Negué con la cabeza y seguí subiendo. Él volvió a jalarme el brazo.
-¡Por favor!
-Señor, le voy a tener que pedir que se retire. -le dijo el otro guardia y lo obligó a soltarme.
-¡Es urgente!
Terminé de subir los escalones y vi que Diego se dirigía a la entrada.
-¿Qué está pasando? -frunció el ceño.
-No tengo idea.
El hombre seguía gritando e intentando entrar al teatro, pero ambos guardias lo estaban deteniendo.
-Vámonos, Diego. -le dije después de ver como miraba al hombre y tiré de su brazo para que me acompañara.
-¿Quién se cree este señor? -arrugó la cara.
-¡Su papá, soy su papá!
Me giré sintiendo escalofríos por sus palabras. Cuando él supo que tenía mi atención dejó de pelear con los guardias y se me quedó viendo, tenía los ojos llorosos y estaba sonrojado.
-Sí, yo soy tu papá.
No pude responderle, sólo me aferré al brazo de Diego y hasta le enterré las uñas. Podía sentir los latidos de mi corazón en mi cabeza.
-Sí, tu mamá es Laura Gutiérrez, fuimos novios. -expresó de forma ansiosa. -Tienes dos hermanos, Juan y Paula.
-Eso está en Internet. -dijo Diego restándole importancia y rodeó mis hombros para llevarme con él. Di un par de pasos sin girarme.
-¡No! ¡Espera! -él intentó avanzar, pero seguían deteniéndolo, yo no me moví.
A esas alturas, el personal de taquilla y cafetería ya estaban presenciando el show.
-Naciste el trece de octubre del noventa y cinco. A mediodía. Era viernes.
Di un par de pasos hacia él, pero Diego me detuvo.
-Eso también está en Internet, Mayte. No puedes creerle.
-Ay, ¿También la hora, Diego? -siseé y me solté de él.
Volteé a ver al hombre, seguían sin dejarlo pasar, pero él ya no lo intentaba.
-Mediste cincuenta centímetros y pesaste casi cuatro kilos. Te bautizamos el veinte de diciembre de ese año.
-¿En dónde? -pregunté con la voz temblorosa.
-En la casa de tus abuelos.
Eso era cierto. Todo lo que había dicho era cierto.
-Vámonos, Mayte. -insistió Diego. -No estás en condiciones.
-Tengo gripa, no estoy inválida, Diego. -respondí.
Me acerqué un poco más al hombre. Lo vi a los ojos, estaba al borde del llanto y por alguna razón yo me sentía igual.
Casi sentí que se me paró el corazón cuando vi que eran verdes. Sus ojos eran verdes. No cualquier verde, mi verde. Ese que tanto me costaba encontrar.
No quería un ataque de pánico, así que lo que hice no es lo que me habría gustado hacer.
-Perdón, señor. El nombre de mi papá es León Esparza. Me debe estar confundiendo con alguien.
Me giré y dejé que Diego me llevara hasta el backstage. Creo que el señor volvió a gritar y a insistir en entrar, pero un zumbido en mi oído canceló cualquier otro sonido. No habían pasado más de cinco minutos cuando Diego le marcó a Alejandro para pedirle ayuda porque me estaba dando un ataque de pánico y no sabía qué hacer.
Finalmente, no di funciones ese día. Alex me recogió en el teatro y me llevó de regreso al departamento. Santiago ya no estaba ahí y no me molesté en llamar a Alonso. Me metí en la cama y él me llevó un té hecho con la receta de Diego. Lo dejó en mi buró y se sentó junto a mí en la cama, yo estaba dándole la espalda.
¿Qué fue, May? -preguntó en voz baja. No le respondí. -¿Otra vez fue algo con Alonso? -me limité a negar con la cabeza. Alex pasó su mano por mi brazo con cariño. -Dime algo, May. Por favor.
Me giré quedando boca arriba para poder mirarlo, él se veía genuinamente preocupado.
-Perdón.
Alex frunció el ceño.
-¿Por qué?
-Porque siempre eres tú el que termina cuidándome cuando pasa esto. No se vale.
A ver, May, ven acá. -tomó mi mano y tiró de ella para ayudarme a enderezar y sentarme. -¿Te acuerdas de lo que te dije cuando regresaste de Mérida? -fruncí el ceño, con un poco de pánico. Alex soltó una risita, nervioso. -No, tranquila. Sola la parte en la que soy un pendejo que te ama como no te das una idea, pero como soy pendejo tengo formas muy pendejas de demostrarlo. -me reí.
-Has mejorado mucho en eso.
-Sí, bueno... Resulta que ir a terapia sí sirve a veces. -dejé de sonreír y alcé las cejas.
-¿Estás yendo a terapia?
-El punto es...-dijo con una risita, retomando. -Que era en serio. Y, después de tantas pendejadas que hice...-me volví a reír. -Lo menos que puedo hacer es cuidarte. De todo y todos.
-Hasta de ti. -murmuré. Él asintió.
-Hasta de mí. -pasó la lengua por sus labios, con nervios muy bien disimulados. -Entonces no vuelvas a decir que no se vale, porque dudo mucho algún día volver a estar a mano contigo.
Rodeé su cuello en un fuerte abrazo, él pronto respondió envolviendo mi espalda.
-Gracias, Alex. -susurré en su oído, él dejó un corto beso en mi hombro. -¿Te puedo pedir algo? -Alex se separó, apenas lo suficiente para mirarme.
-¿Qué necesitas?
-No le preguntes nada a Diego, por favor. -él frunció el ceño. -Por favor.
-Sí, está bien.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro