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21. Cobarde

Me estiré para agarrar la sal, pero no la alcancé, por lo que me levanté para rodear la mesa y tomarla. Santiago me miró mal ladeando la cabeza.

-Pudiste pedírmela.

Lo miré un segundo antes de echarle sal al pescado empanizado en mi plato e ignorarlo.

-No puedes estar enojada conmigo para siempre.

Partí un pedazo y lo llevé a mi boca.

-Mayte, por favor, tampoco fue como que te obligara a tomar.

-Me pude haber puesto hasta la madre y no tendría nada de malo, pero dejaste que le marcara a Alonso y hasta me grabaste. -me quejé mirándolo.

Alex comía en silencio.

-Igual y ni te contestó.

-¡Mi teléfono registró una llamada de veinte minutos!

-Bueno, ¿Y no crees que ya te habría hablado o algo?

-Quizá ahorita ya no quiere saber nada de mí. -sugerí partiendo mi pescado con más fuerza de la necesaria.

-¿Y no era eso lo que querías? -preguntó Alex.

No le contesté. Igual y sí, pero no quería humillarme para conseguirlo. No, mentira. No quería sacar a Alonso de mi vida, quería que él lo creyera para que me convenciera de lo contrario. No me salió.

-¿Sabes? He intentado no meterme porque ya sé que tú no quieres contarme, pero con lo que pasó anoche... Yo creo que no tendría nada de malo que nos contaras qué te hizo el cabrón.

-Ya saben qué hizo. -musité.

-Tengo ideas. Muchas, mi imaginación vuela, mucho, muy fácil...

Solté aire y levanté la mirada del plato.

-Pues lo mismo de siempre, primero le dijo que no era su novia a una alumna suya que claramente está enamorada de él.

-¿Y cómo sabes que está enamorada de él? -preguntó Sago, divertido.

-Tiene catorce años, fue obvia. -me encogí de hombros quitándole importancia. -Luego volvió a hacerlo en mi cumpleaños, pero bien que se puso celoso con Axel. Y luego con sus amigos otra vez.

-Ahí está, te hice un favor dejando que le dijeras todo eso por teléfono. -rodé los ojos.

-Y se puso celoso otra vez el día de mi audición.

-¿Por mí? -preguntó Alex.

-No, por un muchacho que pidió mi número en Coyoacán.

-Ah. -soltó y se mordió el labio. -Pues entonces estuvo bien lo que pasó, ¿No?

-¿Ves? -dijo Sago.

-Tú no quieres estar con alguien celoso. No es sano.

Lo miré entrecerrando los ojos.

-¿Y quién lo dice?

-Justamente porque yo lo digo deberías tomarlo en serio. Yo sé de esto.

-¿Mariana es celosa? -preguntó Sago.

-Él es el celoso. -respondí yo.

-Mira, muchas personas idealizan a una pareja celosa porque dicen que así demuestran interés, pero es más bien algo posesivo, y tonto, a la larga se vuelve asfixiante. En este caso con Alonso, ¿Cómo se atreve a celarte si después va a estar negando estar contigo?

Fue como si me leyera la mente. Pero ignoró todo lo que sentía, o no se dio cuenta.

-¿Y si de verdad íbamos muy rápido?

-No debió celarte. -respondió simple con un encogimiento de hombros.

-Que sí iban un poquito rápido, la verdad. -murmuró Sago.

-Güey, tú no puedes decir eso, te coges a tus ligues a la primera salida. -exclamó Alex con una risita que me contagió.

-Claro que no. Nada más con los que no veo futuro, si me gustan sí me espero.

Solté una risa con más fuerza, hasta dejé caer los cubiertos haciendo un molesto ruido.

-Ora, tú eres bipolar, me cae. -se quejó Sago.

Guardé silencio, pero no borré mi sonrisa. Lo seguía queriendo, aunque fuera un imbécil que me dejara hacer el ridículo estando ebria por teléfono.

Pepe se pasó las manos por su cabello rizado con fastidio. Una parte de mí, la razonable, quería reírse y dejarlo tranquilo, pero la otra, la que quería ser aceptada por absolutamente todos, no podía quedarse callada.

-¿En serio no estarías conmigo?

-¿Qué? ¿Te ofende?

-Me ofende muchísimo.

-Pues qué pena. -fruncí el ceño y recargué mi cabeza sobre mis brazos cruzados arriba de la mesa.

Estaban entregando las calificaciones de los proyectos del semestre, lo que era sinónimo del profesor poniendo atención a un alumno a la vez y el resto echando desmadre. Mi mejor amigo teatrero era igual de tranquilo que yo. Al menos en el salón de clases, el detalle era que le gustaba hablar de sus hazañas sexuales, pero cuando le propuse el caso hipotético de que se metiera conmigo, lo rechazó.

No era como que yo quisiera, si me rechazara en la vida real lo entendería, pero me rechazó en casos hipotéticos. Mi ego no podía con eso.

-Claro que estarías conmigo.

-Que no.

-Entonces eres gay.

-O sea que, si alguien no te quiere coger, eso lo convierte automáticamente en homosexual.

-A ti sí. Te coges a medio mundo.

-¡Eso no es cierto!

-Esparza Gutiérrez. -me llamaron al frente del salón.

Me giré frunciendo el ceño porque yo ya estaba reprobada en esta materia. Pero no era mi profesor quien me llamaba si no otro, de cuarto año.

-Soy yo. -dije dudosa. La clase ahora estaba en silencio, al pendiente de ambos.

-Acompáñame, por favor.

Miré a Pepe, quien estaba igual de confundido que yo. Luego a mi profesor, como pidiéndole permiso.

-Pero anda, niña, que no tenemos todo el día. -exclamó haciendo que me levantara de un brinco y prácticamente corriera con torpeza para seguir al profe que me esperaba en la puerta.

No dijo absolutamente nada mientras lo seguía y yo, por alguna razón tenía la idea de que estaba en problemas, por lo que no me atreví a preguntar nada. Se detuvo en uno de los salones de cuarto año. Me abrió la puerta y yo entré con pequeños pasos dudosos, él entró después de mí, fue directo a su escritorio. Lo seguí observando su grupo. Si mi salón era un desmadre, ese estaba peor. Todos hablaban, unos incluso estaban sentados sobre las mesas, algunos con sobres con cartas en mano. Noté que Gus estaba sentado en un rincón con sus audífonos puestos y las manos vacías.

-Esparza Gutiérrez. -repitió el profesor sentándose al mismo tiempo que se ponía sus anteojos. Soltó un suspiro.

-¿Hice algo malo? -murmuré, pero supongo que no me escuchó. Y si lo hizo, decidió ignorarme.

Movió algunos papeles en su escritorio para después darme un sobre blanco.

-¿Qué es esto? -lo tomé con las manos temblando.

-De parte de Javier Matamoros. -lo miré con el ceño fruncido y él rodó los ojos. -Un director.

Mi boca literalmente formó una o.

-¿Para mí?

-Sólo que haya otra Mayte Esparza Gutiérrez. -no hablé por unos segundos, tratando de procesar la nueva información.

-No entiendo.

-Se supone que dejamos que los directores y productores vean las presentaciones de los de último año para que les den oportunidades a los que tienen más preparación.

-Pero yo no soy de último año.

-Entonces supongo que te has de sentir muy especial, ¿No?

Solté un suspiro en forma de risita, nerviosa.

-¿Me están dando una audición?

-Según tengo entendido, te están dando el papel. -inhalé con fuerza, sorprendida y me apresuré a abrir el sobre, que ya estaba roto. -Sí, me tomé la libertad de abrirlo puesto que me dio curiosidad su destinatario. -confesó con una pequeña sonrisa.

La carta era, como dijo el profesor, de un director, pero uno profesional. Me proponía participar en una obra con seis semanas de ensayos y una tentativa temporada de quince semanas. Lo que es... Bastante.

Miré al profesor maravillada.

-Felicitaciones.

-Y si entonces temblaras por mí. Y lloraras al verme sufrir. -canté en voz baja mientras me aferraba con piernas y brazos a mi almohada. -Ay, sin dudar... tu vida entera dar
como yo la doy... por ti.

-No la dejes llegar al coro, ve. -gritó Sago desde el pasillo fracasando completamente en ser discreto.

Me senté en mi cama, aún con la almohada entre brazos. Segundos después, Alex se apersonó en mi puerta con su cara teñida de incomodidad.

-No voy a llorar. -aclaré. Él rodó los ojos, pero se relajó.

-Ya lo sé. Pero entonces deja de estar de ridícula.

-Déjame ser ridícula si quiero. -solté y pasé a su lado para ir a la cocina, Sago fingía contar sus dedos en el pasillo. -Y tú deja de ser chismoso.

Él no tardó nada en seguirme.

-Tú deja la almohada en su lugar.

-¡Dejen de decirme qué hacer!

Dejé la almohada sobre la isla para después sacar una pizza del congelador y meterla al microondas.

-¿Pizza? Qué rico. -dijo Alex recargándose en la isla. -¿A qué hora empiezas a atascarte con helado y alcohol? -lo miré mal.

-Cabrón. -siseé.

-May, ya pasaron tres semanas. -dijo Sago.

-¿Y? No he dejado de comer, ni de bañarme, sigo haciendo la comida y dando funciones cuando me toca, no sé de qué se quejan.

-Pues tampoco es bonito verte tirada en la cama escuchando la misma nota de voz, toda corta venas.

-Me gusta esa canción, no es corta venas.

-Pues ponla en YouTube, no con la voz del hada. -dijo Alex sacando un jugo del refrigerador.

-¿Saben qué? Ya estuvo bueno. Una cosa es que se preocupen por mí y otra que se pongan mamones con todo lo que hago y dejo de hacer. -espeté, lo más seria que pude. -Me gusta Alonso y naturalmente lo extraño y me entristece que no hayan salido las cosas con él. Déjenme tristear a gusto, no me voy a morir.

Sacar eso me hizo sentir mucho mejor. Apreciaba que se preocuparan por mí y me cuidaran, pero estaban cruzando un límite. Caché a Alex intentando borrar el número de Alonso de mi celular y a Santiago tratando de llevarse el mameluco que me regaló en mi cumpleaños y la foto que le tomé con mi cámara el día del planetario. Ese día logré rescatar ambas cosas, pero Sago lo volvió a intentar y mi escondite para el mameluco debajo de mi cama no funcionó, se lo llevó y no sé qué le hizo. Por suerte, mi escondite para la foto resultó ser más efectivo. No era un escondite en realidad, sólo decidí pegarla en el techo arriba de mi cama, era lindo verlo ahí al irme a dormir y al despertar, aunque fuera.

Dios mío, ya entiendo a mis amigos, soy patética.

Ambos dejaron cara de regañados y por un instante me sentí un poquito mejor. Luego sonó el timbre.

-¡Yo voy! -exclamaron ambos y corrieron a la puerta.

Los detesto, par de cobardes patéticos.

-Ay, abre tú. -dijo Sago y pronto estuvo de vuelta en la cocina conmigo.

Saqué la pizza del microondas cuando vi que el plástico donde venía empezó a deformarse.

-¡Hola, mi amor! -se escuchó la voz chillona de Mariana desde la entrada.

-Creo que sí quiero helado. -declaré al instante. -¿Tenemos?

-No de vainilla. Había uno de oreo, creo. -respondió Sago sentándose donde yo estaba. -¿Me das de tu pizza?

-Por supuesto que no. Es mía. -le contesté y sonreí al ver el helado.

Cuando volteé a ver el fregadero estaba completamente lleno de trastes sucios. En el cajón de los cubiertos sólo había un par de cuchillos y, aunque estuviera triste, no pensaba comer helado con ellos. En el mismo cajón había también unas pinzas que usamos para hielos. Volteé a ver tantito a Sago, como buscando aprobación, pero estaba viendo algo en su celular. Agarré las pinzas.

-Ay, hola. -saludó Mariana entrando a la cocina, al mismo tiempo que dejó caer un montón de bolsas al suelo. -Qué bueno que están los dos, quería hablar con ustedes.

-¿A quién asaltaste? -le pregunté sentándome junto a Sago, con helado y pinzas en manos.

Mariana se rio por compromiso.

-A nadie, son cosas de la boda. De hecho, de eso quiero platicar con ustedes. -jaló un banco y se sentó frente a nosotros.

-¿Qué pasó con el largo compromiso? -pregunté.

-Era solo un pretexto en lo que escogíamos la fecha. Ahora, Santiago. -el susodicho levantó la mirada y las cejas, medio distraído. -Quería saber si podrías encargarte de la fotografía y vídeo de la boda.

-Claro. -respondió y regresó la mirada al celular. Le di una mirada a la pantalla, estaba descargando Badoo.

-Perfecto. -susurró Mariana y sacó una libreta. Pasó un par de páginas y miró a Santiago nuevamente. -A ver... La boda va a ser el veinticinco de mayo, ¿Sí vas a estar disponible?

-Tiene que. -dijo Alex entrando a la cocina con una de mis sudaderas en mano.

-¿Un día antes de tu cumpleaños? -lo miré frunciendo el ceño. -¿Por qué tan pronto?

Él ignoró mi pregunta y me dio la sudadera para después tomar un pedazo de mi pizza y sentarse junto a su novia. Me puse la sudadera cuestionándome mentalmente el por qué.

-Es que el salón donde vamos a hacer la fiesta sólo está disponible ese día. -respondió Mariana.

Sentí impulso de soltar un comentario sarcástico, pero caí en cuenta de que me valía madre. Si Alex quería pasar su cumpleaños solo con su mujer, allá él.

-¿Por qué a él sí le das pizza? -murmuró Sago.

-¿Quieres? -le ofrecí helado con las pinzas y él frunció el ceño, confundido.

-¿Cuál sería el costo? -le preguntó Mariana sacando una pluma de su bolsa.

-Tómenlo como regalo de bodas. -Sago le dedicó una sonrisa y tomó las pinzas, yo le di una mordida a la pizza. Mariana me miró con asco.

-No te preocupes, no es carne real. -me adelanté a decir con la boca llena. Ella arrugó la nariz.

-¿Sabes el daño que te puede hacer eso?

No más que un músico indeciso.

-Me vale. -le respondí y Alex soltó una risita.

-Perdónala, todavía está triste por el hada. Además, sí está buena, pruébala. -Alex le acercó su rebanada a la boca y ella volteó la cara.

-Luego, gracias. -dijo con una mueca. -Okay Sago, ¿Cuántas horas puedes cubrir?

-Las que me digan. Si quieren podemos grabar desde que se arreglan.

La pareja respondió a la vez.

-¡Ay, sí! -exclamó ella emocionada.

-Ni hablar. -respondió él con una mueca.

-Grábala a ella y ya. -le dije a Sago intercambiando el bote de helado con el platito de plástico de la pizza. Él asintió tomando la penúltima rebanada.

-Bueno. -dijo ella y volvió a revisar su libreta. -¿Con cuánto dinero se puede apartar la fecha?

Tanto Sago como yo la miramos con el ceño fruncido.

-Dijo que lo va a hacer gratis, amor. -le explicó Alex. -Como regalo.

-Ah, sí. Perdón. -ella negó ligeramente con la cabeza. -¿En cuánto tiempo nos entregarías las fotos?

-Pues depende cuantas quieran, pero digamos que un mes, como mucho.

-¿Y serían en físico y digital?

-Si ustedes quieren, sí.

Mariana miró a Alex y él se encogió de hombros.

-Escoge tú.

Mariana miró a Sago con una mueca, indecisa.

-Mira, ¿Te parece si se las mando en digital y escogen un, no sé, treinta por ciento, y con esas hacemos un álbum? -propuso Santiago.

-Ay, sí. Me encanta.

-Va.

-Okay, eso deja cubierto foto y vídeo. -dijo pasando páginas. -Ah, los padrinos. May.

-¿Eh?

-¿Podrías ser madrina de ramo, plis?

La miré alzando las cejas, sorprendida.

-¿Quieres que sea madrina?

-Eso dije, sí. -dijo sin borrar su estúpida y blanca sonrisa.

-Bueno, ¿Quiere decir que yo lo voy a escoger?

-Yo lo escojo y tú lo pagas. Y de hecho van a ser dos. -hice una pequeña mueca.

-Ta bien. Pero no voy a usar un vestido igual a las demás madrinas.

-No, por eso ni te preocupes. Eso es de las damas de honor.

Tomé el último pedazo de pizza del platito, metí la punta en el helado y lo llevé a mi boca. No supo tan bien como imaginaba.

-Fotos, ya. Padrinos, ya. Ah, hay que pagar las invitaciones para ya empezar a mandarlas, amor. -le dijo a Alex.

-Vale. -dijo y agarró mi almohada para recostarse sobre ella ¿Para qué la saqué?

-Oye, Mayte. -me llamó Mariana medio apenada. -Pedí dos boletos para ti, porque consideré a Alonso, pero creo que ya no ¿Verdad? -los tres la miramos mal. -¿Sabes qué? Te voy a dejar el segundo boleto, por si se reconcilian o encuentras a alguien más.

-No, a ver, espérate. ¿Cómo que dos boletos? -dije intercambiando mi mirada entre ella y el idiota a su lado.

-Sí, te digo que consideré a Alonso y...

-No, no lo digo por Alonso. -la interrumpí y miré a Alex. -Mis hermanos te invitaron a sus bodas, ¿Ya consideraste sus lugares?

Alex abrió la boca para contestar, pero su novia lo hizo por él.

-Es que están contados los boletos, May. Mi familia es muy grande.

Ah, claro. Y el descaro de Alejandro también.

-Y ella es mi nieta menor, Mayte. Es actriz. -me presentó mi abuela con una comadre suya, me levanté de la mesa con una sonrisa a pesar de que ya me dolían los pies por los tacones. -Ahorita va a salir en La Bella y la Bestia.

-En Peter Pan, abue.

-Ah, sí. Peter Pan, va a ser la princesa india. Está yendo a ensayar diario, le gusta mucho.

-Se nota. -comentó la comadre con una sonrisa. -Bailaron muy padre, medio pornográfico, pero muy padre. -abrí los ojos con sorpresa y escuché la risita de Alex a mis espaldas.

-¿Cuál pornográfico, Irma? -se burló mi abuela. -Así está de moda con los chavos, no es igual que con nosotras. Mira, allá anda Juan. -señaló a mi hermano que estaba por la entrada del salón con el celular en la oreja, como ya era costumbre. -Ahorita vengo, hija.

-Sí, abue. Hasta luego. -me despedí de la comadre y cuando ambas se fueron me volví a sentar junto a Alex.

-Somos estrellas porno. -soltó con una risita.

-Cállate, tarado. Te dije que esos pasitos que te inventaste estaban feos.

-Mayte, son buenísimos. Fuimos la sensación de la fiesta. Paula nos va a odiar por opacarla.

-Pues yo la veo bastante contenta. -comenté viéndola en la mesa principal junto a Alfredo, ambos platicaban sonrientes. Sonreí por inercia, me gustaban ellos juntos.

-¿Te ves casada? -me preguntó Alex recargando su brazo en mi respaldo.

-¿Eh? -lo volteé a ver sin entender.

-Sí, que si te imaginas casada.

-Ah... No sé, yo creo que sí. -medio sonreí, tratando de imaginarlo.

-¿Sí? -preguntó pegando su silla a la mía.

-Sí. Me imagino una fiesta sencilla, tranquila. Un pastel riquísimo de chocolate blanco.

-Qué raro. -sonrió con sarcasmo.

-El primer baile con Endless Love, acá, súper romántico.

-¿La Lionel Richie? -su sonrisa se ensanchó. -Me gusta.

-La demás música la escogería mi novio, porque seguro tendría mejor gusto que yo.

-¿Así tipo yo?

-Así tipo Justin Timberlake, más bien. Pero sigue participando. -le sonreí y él arrugó tantito la nariz con una risita adorable.

-¿Hijos?

-Tres. -respondí sin dudar.

-Son muchos. -abrió los ojos como platos. -Yo preferiría uno.

-Pero me imagino que sería divertidos fabricarlos. -dije alzando las cejas de forma sugestiva.

-Ah, eso sí. Si mi esposa quiere tres hijos, se los doy con gusto.

-Y un perrito llamado Shakespeare. -él se rio.

-También. -dijo sin borrar su sonrisa, pasando su mirada de mis ojos a mi boca.

Cuando sentí que nos estábamos acercando, llegó mi madre acompañada de mi hermano y los novios.

-¡Hey, hey, hey! Chiflando y aplaudiendo, Alejandro. Posen para la foto.

Alex se alejó rodando los ojos, pero volteó a la cámara que contrataron con los del salón y sonrió. Yo no pude apartar la vista de él.

Era cuestión de darle un poco más de tiempo. Sólo otro poquito.

-¿Cómo te fue? -preguntó Sago cuando subí a mi carro, donde él me estuvo esperando.

Hice una sonrisa que terminó pareciendo mueca.

-Pues... ellos me llaman.

Él también hizo una mueca.

-¿Eso es bueno?

-Sí... o no, no sé. -dejé caer mi cabeza contra el volante. -Somos muchas las que queremos ser Julieta. Y todas parecen querer matar a la que salga de la audición feliz, tuve que poner cara de amargada para que no me interrogaran. -él se rio.

-Si los perros ladran...

-No me salgas con Don Quijote ahorita, payaso. -dije y prendí el carro. -Voy a ver cómo quedó la cafetería, de ahí me voy con Paola al teatro y luego vas por mí, ¿Va?

-Sí, señora. -afirmó poniéndose el cinturón. -¿Ya vas a volver a meserear?

-Baristear. -corregí. -Y no, hasta la próxima semana, en teoría. Y si me quedo en la obra pienso renunciar así que hay que rezar pa' que me quede.

-Soy ateo, no rezo.

-Pues cree en algo y reza por mí.

No tardamos mucho en llegar al centro comercial. Me dejó en la entrada y se llevó mi carro a su oficina de godínez. Porque como buen fanático del ejercicio Sago no tenía carro y usaba las eco-bicis, pero cada que hacía frío en la ciudad me lo pedía prestado.

Cuando entré a la cafetería vi que ya estaba lista y hasta operando. Todo se veía nuevo, pero en esencia era lo mismo. Yo esperaba verla diferente. Me acerqué a Paola que estaba sentada tranquilamente en una de las mesas del local, leía una revista y tomaba algo en un nuevo vaso. Bueno, nuevo color, el diseño era el mismo.

-Paola, a que no adivinas de dónde vengo.

Ella me miró y bajó la revista y el café con urgencia.

-No, pero tengo que decirte algo.

-Si es algo de la remodelación no me interesa, yo esperaba... -cerré la boca de forma abrupta cuando detrás de ella, del otro lado de la barra, salió Alonso con un delantal del local.

Parpadeé un par de veces sin creer lo que veía.

-Ve a que te atiendan. -dijo Paola divertida.

La miré confundida, pero no se me ocurría nada qué decirle. Caminé hacia la barra, curiosa por saber qué chingados hacía este güey ahí.

-Hola. -saludó él alegre. -Bienvenida, ¿Qué te ofrezco?

Yo no salía de mi sorpresa. Lo miré con el ceño fruncido unos largos segundos en los que él sólo se limitaba a verme paciente con una sonrisa.

¿Mi registro telefónico se equivocó y le marqué a alguien más y él nunca se enteró de mis insultos?

-¿Qué haces aquí? -mi voz salió más baja de lo que pretendía.

-Te pienso invitar un café. Mi recomendación es un capuchino vainilla, algo me dice que te va a encantar.

-Alonso...

-¿Grande?

-Ya, en serio, Alonso, ¿Qué haces?

-Mediano, entonces. ¿A nombre de quién?

-¿Si te sigo el cuento vamos a hablar en serio?

-Mayte, qué bonito nombre. En unos minutos te lo entregamos al final de la barra.

Me dio la espalda y se fue a preparar el café. Me asomé para verificarlo, y sí, en serio lo estaba haciendo. Paola se acercó a la barra a hacerme compañía.

-¿Qué se supone que hace? -pregunté sin dejar de mirarlo. Cuando no respondió la volteé a ver, ella se encogió de hombros.

-Cuando yo llegué ya estaba aquí. Se veía medio nervioso, no, más bien cansado, ¿Cuándo volvieron a hablar?

-Ahorita. -dije atontada.

-Me pidió que le enseñara a preparar el café que te gusta. Fue bastante insistente, si me lo preguntas. Dijo algo de que la estaba cagando contigo.

Sentí mi corazón encogerse en el momento que inhalé aire.

-¿Así dijo?

-No con esas palabras, pero básicamente, sí.

-Creo que necesito alcohol.

-Ah, no. -dijo Paola de inmediato la miré mal. -Sago ya me contó, no te dejaré al alcance de alcohol. Dijo que andabas sensible.

-¡No es cierto!

-¡Mayte!

Miré una última vez a Paola, ella se encogió de hombros y se regresó a la mesa donde la encontré. Me acerqué al final de la barra con lentitud, tomándome cada segundo para observar a Alonso.

Paola tenía razón, se veía medio cansado. Pálido y un poco ojeroso.

Sentí el impulso de pedirle disculpas por la llamada de aquel día, pero de mi boca no salió nada.

-Mayte. -repitió colocando el vaso en el cuarzo de la barra, sin apartar la mano de él.

Coloqué mi mano sobre la de él para agarrar el vaso y al sentir su piel caliente contra la mía, una serie de corrientes eléctricas fueron desde mis dedos de la mano hasta los de los pies. Confirmé algo. No me arrepentía, de nada. Me estaba enamorando de ese imbécil y él lo sabía. No puedes simplemente ver cómo el amor de alguien por ti crece e ignorarlo. No está bien. Especialmente no está bien que me lo haga a mí, cuando ya lo había vivido con el imbécil que vivía en mi casa.

Agarré el vaso por la parte de abajo, sintiéndome nuevamente molesta. Pero no pensaba volver a montarle un teatrito.

-Me gusta tu nombre. -murmuró, mirándome como si se hubiera dado cuenta de lo que pasó por mi cabeza, entre triste y tímido. -¿Me lo prestas cuando me pregunten quién es mi novia?

Jadeé sorprendida, con tanta fuerza que creí que me había lastimado la garganta. Ladeé la cabeza sin saber que decirle.

Acababa de decir lo que yo quería escuchar, ¿Por qué no me parecía suficiente?

-Mira, Alonso...

-Oye. -me interrumpió. -Ya sé que metí la pata, ¿Sí? Y no me quiero justificar, ya sabes que se me hace una estupidez hacer eso, pero... Necesito que me escuches.

-¿Ahorita? -asintió.

-Ya hablé con Paola, yo te llevo al teatro.

Me volteé para buscar a Paola y abrí la boca al notar que la desgraciada ya ni estaba en local. Volví a ver a Alonso que esperaba atento a que dijera algo.

-Alonso. -suspiré, él me miró suplicante. -Yo ese día estaba muy mal, nunca te debí haber marcado.

-Estuvo bien. Si no te hubieras puesto así yo nunca habría sabido lo mucho que te afecta que no usara la palabra novia contigo, nunca dices nada.

-¡Porque no quería que peleáramos!

-Sí, bueno eso ahorita ya no importa mucho.

Lo miré tensando la mandíbula, sintiendo mis dientes rechinar. Suspiró.

-Si ya no quieres nada conmigo lo voy a entender, en serio. Ya estoy acostumbrado a que eso pase. -esperé a que soltara una risita con ese comentario, no lo hizo. -Pero no estoy muy dispuesto a que me pase contigo sin que ni siquiera me des chance de intentarlo.

No respondí, me quedé mirándolo mientras pensaba.

-Lo estás haciendo.

-¿Eh?

-No decirme lo que piensas, siempre lo haces.

-Ah, ¿Entonces se supone que es mi culpa?

-No. -gruñó pasando las manos por su cara con fastidio. -May, por favor. Sólo te pido quince minutos de tu día, vamos a hablar.

Inhalé y exhalé con fuerza. Pasé la lengua por mis labios antes de hablar. -Diez.

-Veinte. -dijo con una sonrisita y lo odié cuando me di cuenta de que me la contagió.

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