18. Irremediablemente Fiel a Ti
Tomé un trago de mi botella de agua y me alarmé cuando la chica de la diadema de flores pidió un trago.
–Pero estoy enfermo. –dijo el hombre de lentes y me tranquilicé, seguía siendo invisible. Pero si soy actriz eso no es bueno, ¿Verdad?
–No importa. –sonrió la chica.
–Muy enfermo. –insistió él.
–Ay, ya. Si me enfermo una semana valdrá la pena.
–Bueno.
Fingí que estaba muy concentrada con mi libreta donde tenía anotado todo lo que me hacía falta pagar, donde lo único que estaba bien era mi letra, y seguí escuchando atentamente.
–¿Pero ya estás mejor? –le preguntó dándole un gran trago a su botella.
–Ya, listo para cantar.
–¿A qué hora te citaron?
–A las cinco, ¿A ti?
–Uy, se suponía que a las cuatro y media.
Miré el reloj de mi celular, faltaban minutos para que dieran las cinco. A mí también me citaron cuatro y media.
No puse atención a lo que siguió en su conversación. Volví a mirar mi libreta y confirmé dos cosas; definitivamente estaba hecha para ser actriz y necesitaba que Sago me ayudara a entender eso.
Pasaron otros minutos en los que me puse algo nerviosa. Todos estaban vocalizando, unos más silenciosamente que otros. Y a mí que me dolía la garganta. No solía exagerar respecto al cuidado de mi voz, pero cuando Sago me dio ese vaso de leche en la mañana dudé si tomarlo o no. Se supone que produce flemas. Igualmente, estaba tan dormida que pude haber tomado vinagre y no me habría dado cuenta.
–Atención. –dijo una chica del staff del teatro acercándose a la sala de espera. –Voy a leer los nombres y si escuchan el suyo se acercan a mí, por favor.
La mayoría se puso de pie, y aunque estuve atenta a lo que decía aquella chica, no quité mi mirada de la libreta.
–Mayte Esparza.
Solté aire y cerré el cuaderno con fuerza, me puse el doble de nerviosa. Lo cual me tranquilizó, irónicamente.
Creí que me pondría nerviosa al ensayar, después creí que al subir al carro de Alex para ir y tampoco. Creí que lo estaría al ver el museo que está justo al lado del teatro, y no. No sé por qué, no lo sentí normal, el no ponerme nerviosa. Así que cuando pronunciaron mi nombre y mi estómago se encogió, una parte de mí se calmó. Seguía teniendo emociones.
Tomé mi mochila y seguí a los demás escaleras abajo, mientras que detrás de mí una chica le decía a un muchacho que lo había visto en algunos proyectos, y de nuevo me sentí nerviosa. ¿A mí nadie me reconocía? "Comprendo" no era la mejor producción teatral que existía, pero le estaba yendo bien.
Una vez abajo, la chica del staff nos dijo que nos iría llamando y entró a un cuarto. Dejé caer mi mochila lentamente en uno de los sillones que ahí estaban y me senté a un lado ignorando el fuerte olor a palomitas que había en esa zona.
Una de las cosas que se debe tener cuando se audiciona es paciencia. Y tiempo, mucho. Porque, aunque citen a una hora, estas cosas tienden a alargarse.
Un chico salió de la puerta de aquel cuarto con una sonrisa que demostraba toda la seguridad que él tenía en sí mismo. Lo habían tardado más que a los demás.
–Él se tardó en salir. –dijo la chica de diadema de flores al tipo de lentes. –Hey, amigo. –llamó su atención. El chico se acercó tranquilo. –¿Qué te dijeron?
–Me dieron callback. –sonrió él.
–¡Ah! Felicidades. – alzó las cejas sin mostrar una pizca de admiración o alegría.
–Gracias, suerte. –nos miró a los tres y se fue por donde llegamos.
¡Eso es de mala suerte! Nos tuvo que haber dicho mucha mierda o rómpete una pierna, pero no desear suerte.
Después de otro rato me llamaron a mí.
Mientras les daba las partituras de la canción con la que iba a audicionar, alcancé a escuchar a la chica de la diadema de flores cantando la canción de uno de mis musicales favoritos pero los nervios que había sentido hace un rato no volvieron a hacer acto de presencia.
Cuando fue mi turno de pasar simplemente me coloqué en donde me indicaron y me quedé de pie esperando una instrucción. Frente a mí había una mesa con tres hombres, a un lado un piano con otro hombre detrás y a su lado otro más con una consola.
–Hola Mayte. –dijo uno de los que estaban en la mesa del frente.
–Hola. –saludé alegre. Demasiado.
–¿Qué vas a cantar?
–Maybe this time, de Cabaret.
–Vale.
El pianista empezó a tocar y empecé a cantar. La primera oración salió terrible. Me tembló la voz y el volumen fue pésimo. Poco a poco fui entrando en calor y fui mejorando tanto el volumen como la entonación, pero no sirvió de mucho, porque no llegué ni a la mitad de la canción.
–Muchas gracias.
Asentí, sin saber que más decir y caminé fuera, donde la chica del staff me devolvió mis papeles y me dio las gracias. Una chica muy blanca y pelirroja estaba repasando sus partituras cuando yo salí. Al verme con mis papeles en mano me lanzó una mirada llena de lástima. Me encogí de hombros, le dije "mucha mierda" y no esperé más para irme.
Estaba algo shokeada, no terminaba de procesar lo que había pasado, fue demasiado rápido para mí, ¿Realmente había echado a perder mi gran oportunidad? ¿Ahí se fue la obra de mis sueños? ¿Sólo ese mísero intento?
Subí las escaleras eléctricas sin prisa alguna, buscando algún pretexto para decirle a Alex que me iba a ir sola. Y entonces escuché ese grito.
–¡Esparza! –me giré, la chica que hablaba bajito estaba al pie de las escaleras. – Me pidieron que te trajera de vuelta.
–¿En serio?
–Sí, regresa.
Una vez abajo, entré de nuevo al cuarto donde hacían las audiciones.
–Aquí está Esparza. – anunció la chica de staff, los hombres que estaban hablando me miraron. – En la marca, por favor.
Me paré en la misma marca. Los nervios ya no se dieron a desear, para nada.
–Mayte, ¿Cuántas veces has visto Cabaret?
Madres.
–Nunca he visto la obra como tal, pero sé de qué va la historia y me sé el soundtrack. –dije bastante apenada.
–¿Dirías que es de tus musicales favoritos?
No me esperaba esa pregunta.
–No, creo que no.
–Dime un musical que sí sea de tus favoritos.
No pensé mucho en la respuesta, estaba segura de ella.
–Billy Elliot.
–¿Puedes cantar Electricidad? –asentí sin pensarlo.
Debí pensarlo mejor.
–Cuando estés lista.
Iba a tomar un buen rato.
–¿Crees que estén cogiendo ahorita? –me preguntó Alex, separándose de mí.
–¿En serio dejaste de besarme para preguntarme eso? –me reí, contagiándolo a él también. Pero sí volvió a besarme.
Eran las diez de la noche, Juan le dijo a mi mamá que fuéramos a bailar, a lo cual ella se negó de inmediato. Claro que nadie fue a bailar. No tenía ni la menor idea de dónde estuviera mi hermano, pero sí sabía que estaba con Dalia.
Alex y yo nos quedamos en el hotel con mi madre. Estuvimos en la alberca, fuimos por comida a un snack bar y jugamos ajedrez con un tablero gigante. Ahí perdimos el interés de mi madre. Me dijo que me esperaba en el cuarto, pero me fui a meter con Alex al que compartía con mi hermano y llevábamos fácil dos horas ahí, con la tele prendida en alguna película que no conocía, pero salía Logan Lerman.
–¿Y si la dejara embarazada? Imagínate el desmadre.
–¡Deja de pensar en mi hermano teniendo sexo! –dije con una carcajada.
–Yo no estoy pensando en tu hermano teniendo sexo. Estoy pensando en algo que sería una gran historia.
–¿Una gran historia?
–Sí, piénsalo. –dijo sentándose a horcajadas. – Él se va, ella se queda y ninguno sabe que hay un bebé de por medio. Cuando ella se entera, él ya tiene otra relación y no se hace cargo...
–¡Mi hermano no es así!
–¡No es tu hermano! Me estoy inventando todo.
–Entonces es muy cliché.
–¿Y? Yo amo los clichés, son muy subestimados. –dijo recostando la cabeza en mi pecho, sus manos rodearon mi espalda con firmeza. –La vida entera es un cliché, no sé por qué la gente los detesta.
–Bueno, tampoco es como que los detesten... –murmuré, acariciando su cabello.
Era extraño estar con él así, pero a la vez se sentía muy bien, nada forzado, sólo poco común. Efímero.
–Claro que sí. Cada vez que revisan mis historias dicen que "Son muy cliché", como si el que lo fueran sea algo malo.
–Si me los dieras a leer a mí te diría otra cosa. –sentí como soltó una risa.
–No estás preparada. –exhalé indignada.
–¿Necesito preparación para leer un libro?
–Poquita, sí. –se estiró y dejó un par de besos cortos en mis labios. Quité la cara y lo miré divertida.
–¿Y cómo acabaría la historia de la chava embarazada?
–Pues... Él sí la quiere, de alguna forma que tendría que desarrollar porque ahorita no tiene sentido, entonces cuando se da cuenta de todo lo que perdió... Se mata.
–Qué cliché. –me burlé. Él abrió la boca con exagerada indignación y después enterró el rostro en mi cuello, haciéndome cosquillas. –¡Perdón, perdón! Es muy original.
–Oye, es mi huella en cada historia. Así como John Green que todas te hacen llorar.
–No me gusta que los protagonistas se mueran. Haces que el lector se encariñe con ellos por nada. –volvió a recargarse en mi pecho.
–Pues así es en la vida, a veces. –murmuró, más serio que antes. Fruncí el ceño.
–¿Por qué lo dices?
Tardó más en responder de lo que me habría esperado.
–Nomás.
No sabía cómo sentirme. En serio que no.
No sé qué hice allá adentro, sólo sé que entré con mi currículum y salí sin él, sólo con una cita para callback.
Tenía callback. Me dieron callback. Estaba un paso más cerca. Y no me lo merecía.
Mientras subía las escaleras seguía procesándolo e imaginando la reacción de Alex. Aunque el que tuviera un callback significaba que la probabilidad de actuar en Acoso Para Principiantes era menor, estaba segura de que se alegraría por mí.
Una vez que llegué arriba mi sonrisa se borró poco a poco. Y nuevamente no supe cómo reaccionar. Cerca de la taquilla, donde había un montón de mesas que funcionaban como vestíbulo del teatro, estaba Alex. Con su novia. Y con el mío, o bueno, con Alonso. Los tres estaban sentados platicando como si fuera algo normal. La conversación al parecer iba más entre Mariana y Alonso, Alex estaba muy concentrado escribiendo en su celular.
Me acerqué tratando de no mostrarme muy sorprendida.
–Ya vine. –avisé. De inmediato, Alonso se levantó, tomó mi cara entre sus manos y me dio un beso. Medio le sonreí.
–¿Cómo te fue?
–Bien.
–¿Te dieron backcall? –preguntó Mariana con una sonrisa.
–Callback. –murmuré. –Este... Sí.
–¿En serio? –preguntó Alex, levantando la mirada del celular.
–Sí, pero oigan, qué sorpresa. –fingí una sonrisa. –No me esperaba verlos aquí.
–Yo tuve que venir a checar algo de mi teléfono acá a la plaza. –contestó Mariana. –Y me encontré a Alonso.
Miré a Alonso esperando su respuesta.
–Yo también, aproveché para ir a pagar. Traje a un amigo a que también hiciera su audición, me acordé que tú estabas acá y te vine a esperar.
–¿Cuándo es tu callback? –preguntó Alex.
–Este... Dentro de quince días, más o menos. No, menos. Espera. –fruncí el ceño sacando el citatorio.
–Bueno, ¿Y si vamos por un café y seguimos platicando? –sugirió Mariana.
–No, yo tengo un trabajo para mañana y es medio urgente. –se negó Alex de inmediato.
–¿Quieres ir a algún lado? –me preguntó Alonso.
–¿Tú no tuviste clases? –fruncí el ceño.
–Pues sí, pero salí antes.
–¿Y mañana?
–Sí, pero hasta las once.
–Traigo antojo de malteada, ¿Vamos a Coyoacán?
Otro buen consejo que me han dado para las audiciones es darme un premio al terminarla. Sí, es sólo un callback y no sabemos qué vaya a pasar, pero mi ser padeció mucho estrés la semana anterior preparándome mentalmente y preparando también la canción (que al final no funcionó). Darme una malteada de premio para relajarme estaba excelente.
Malditos nervios. De haberlos identificado antes hubiera encontrado la forma de trabajar con ellos, que no me hicieran mierda.
–Claro.
–Entonces te veo en el departamento, May. –dijo Alex levantándose, Mariana lo imitó sin mucho ánimo.
Alex se acercó y me abrazó con fuerza. Incluso dejó un discreto beso en mi cabeza.
–Felicidades, loca.
–Sólo es un callback.
–Julieta es tuya, créeme. –me sonrió y pellizco mi cachete de forma cariñosa.
Fruncí el ceño relacionando su comentario con el milagroso evento anterior, pero antes de que pudiera cuestionarlo, Mariana se acercó a despedirse.
Una hora después ya me encontraba en la plaza de Coyoacán con una malteada en mano, igual que Alonso.
Me gustaba ir a ver gente. Suena medio acosador, pero estaba padre si lo veía como que iba a aprender. Había muchas personalidades diferentes. Por ejemplo, vi a unas chavitas de secundaria con su uniforme y chicharrones en mano, riéndose de algo. Vi a un muchacho hablando con varias chavas y siendo seguido por una cámara, seguro era youtuber o algo así. También había un señor gritándole a su celular porque no habían mandado su Uber.
–De niña me gustaba mucho venir aquí. –le comenté a Alonso, él también estaba medio distraído viendo a la gente, los dos sentados en una banca. –Mi mamá nos llevaba a comer hot cakes con figuritas.
Sonrió con ternura.
–¿De qué los pedías?
–De Donald o Goofy, me encantaban. No están tan ricos, pero con que tuvieran los dibujos yo era feliz. Y ya más grande me gustaba venir con Sago a los recorridos de leyendas y así.
–Acá he visto tranvías que hacen eso en todos lados y en mi casa no hay.
Alonso creció en Guadalajara, hasta que empezó la universidad (hace dos o tres años) se vino al departamento que compartía con sus amigos. Pero su familia seguía allá.
–¿No extrañas tu casa?
Alonso medio sonrió antes de responder.
–A veces. A mi familia, más que nada. – bajó la mirada y revolvió la malteada con su popote.
–¿Cada cuando hablas con ellos?
–Con mi mamá los domingos, a veces está con mi papá, pero no siempre puedo hablar con él. A David no lo aguanto, a cada rato me anda mandando memes pendejos. –me reí. –A Benji sí lo extraño mucho.
–¿Cuántos años tiene?
–Once. Estoy seguro de que me extraña, pero yo soy el que le habla siempre. – me reí.
–Supongo que vas a ir hasta Navidad.
–Sí. –suspiró. –No estoy seguro de si quiero. –fruncí el ceño.
–¿Por?
–Pues no sé, ¿Qué tal si mi mamá ya no me deja regresar? –dijo divertido. –Desde que soy el mayor se volvió más aprensiva conmigo de lo normal.
–¿Eh? –arrugué la cara.
–¿Qué?
–¿Cómo que desde que eres el mayor?
–¿Eh? –alzó las cejas, como si no hubiera escuchado.
Conocía ese gesto. Yo misma lo usaba para hacerme mensa con algo.
–¿Cuántos hermanos tienes?
–Dos.
–Ah.
No le creí mucho, pero ¿Por qué mentiría?
Después de otro buen rato, caminábamos de la mano rumbo al estacionamiento donde dejamos el coche de Alonso. El chavo que vi hace rato grabando en la plaza empezó a caminar frente a nosotros, solo, lo cual me hizo prestarle atención.
Una chica pasó frente a nosotros y le dio una nalgada antes de irse corriendo. No entendí nada hasta que el chico se giró y me miró con la cara de indignación más falsa que he visto en mi vida. No pude evitar soltar una carcajada, de nervios, quizás.
–Oye, ¿Qué te pasa? –se cruzó de brazos.
Sentí el agarre de Alonso hacerse más fuerte.
–Yo no fui.
–Pero si tú eres la única que está aquí atrás de mí, ¿O fue él? –señaló a Alonso.
–No, fue ella. – señalé a la chica que seguía corriendo, lo cual me hizo reír más.
–Si ella está hasta allá. Ya, admítelo, no tiene nada de malo... O bueno, sí. Vienes con tu novio, por dios. – se rio y yo volví a soltar una carcajada.
–Güey, ya te dijo que ella no fue, déjanos en paz. – dijo Alonso empujándolo ligeramente para que pudiéramos seguir avanzando. Por su tono de voz, supe que a él no le hacía la menor gracia y dejé de reírme.
–Pues es tu novia, mi hermano. No dejes que vaya manoseando hombres por la vida. – se burló. Alonso lo ignoró y opté por hacer lo mismo. – Aunque sea pídeme mi whats, preciosa.
–¡Oye... –Alonso se giró, dispuesto a no sé qué porque lo jalé para que no se le acercara al chavo, que dio un par de pasos atrás cuando Alonso se giró.
–Déjalo. –murmuré. –Están grabando, trae un micrófono en la sudadera.
–Pues eso es peor.
–Déjalo, vámonos.
Me hizo caso. Soltó mi mano para rodear mis hombros con su brazo y seguimos caminando. Sentí como Alonso siguió volteando atrás pero ya no le dije nada. Su reacción no me encantó, pero estoy segura de que ni mi hermano ni mis amigos habrían reaccionado mejor.
Ninguno habló. Empecé a pensar en muchas cosas de forma tan rápida que casi no me entendía. Alonso no aceptó ser mi novio en su secundaria, lo cual justifiqué porque, aunque fuera el nieto del director tenía que ser tantito profesional. Tampoco lo aceptó en mi cumpleaños cuando tocó guitarra, ahí lo perdoné porque era mucha gente ¿Y qué necesidad de anunciarlo? Pero luego no lo aceptó frente a sus amigos, sus mejores amigos, con los que vivía. Ya no le supe encontrar una justificación así que intenté ignorarlo. Pero entonces, ¿Por qué ahora no intentó negarlo? Vaya, no es como que quisiera que me siguiera negando, pero si lo iba a hacer prefería que fuera frente a desconocidos y no amigos, personas que se supone que son importantes para él.
¿Y si sí tenía otra novia? ¿Qué tan mal tino debo de tener para que me hicieran lo mismo dos veces?
Paramos en una esquina, antes de cruzar él puso su mano en mi cuello y me besó con fuerza. Entonces sí me solté de su agarre, no tan sutil como quería. Me miró confundido y no supe qué decir, o si debía hablar.
Afortunadamente, el muchacho del micrófono, la chica que le dio la nalgada y otro muchacho con una cámara se acercaron a pedirnos disculpas y permiso para subirlo a YouTube porque venían de no sé qué canal. No les respondí, dejé que Alonso lo hiciera.
–¡Mira May! –exclamó Paula antes de que saliera de la cocina.
Me acerqué y en la laptop me mostró fotos de un vestido de novia.
Miré a Alfredo divertida, él se mordía el labio, devolviendo la mirada con emoción.
–¿En qué te metiste? –me reí.
–Lo vale. –dijo asintiendo repetidas veces.
–No lo digas como si trataras de convencerte. –le dijo Paula frunciendo el ceño. Solté una carcajada.
–Voy a estar en mi cuarto. –avisé y caminé al pasillo.
–¡Puerta abierta! –advirtió mi hermana mayor.
–Sí, mamá.
Estaba muy segura de que, regresando de Mérida, Paula iba a estar mucho mejor, pero jamás me imaginé que estaría comprometida. Si dijera que no me emocionaba que Paula se casara estaría mintiendo, estaba dispuesta a ayudarle con todo lo que me pidiera. Solo que no en ese momento, porque tenía a un Alex en mi cuarto que inevitablemente acaparaba mi atención.
–¿Cómo ves a Paula que... –me callé cuando vi a Alex sentado en mi cama, con la atención en mi celular. –¿Qué haces?
Levantó la mirada. No lo sé describir, pero su expresión, sus ojos reflejaban un dolor que nunca había visto ni en él ni en nadie. Ni siquiera podía explicar por qué sentí que el aire se me iba y mi estómago se encogía.
–¿Quién es Gus?
Sentí como un cuchillazo. Yo lo sentí, ¿Qué estaría sintiendo él en ese momento para transmitirlo solo con su expresión?
–¿Por qué revisas mis mensajes? –mi voz salió en un susurro.
–¿Es el imbécil que te sigue siempre cuando sales de clases? –presionó los labios, ignorando lo que yo dije. –Es él, ¿Verdad?
–¿Por qué revisas mi celular?
–No reviso tu celular, nada más que no dejaba de sonar porque Gus no puede esperar a ensayar de nuevo la escena del tranvía porque le encanta "sentirte". –dijo leyendo la pantalla con cierto tono que quería ser burla, pero se sentía su molestia.
–Deja eso, Alex. No es importante. –me acerqué y estiré mi brazo con la intención de recuperar mi celular, pero él lo alejó de mi alcance.
–¿Qué estás haciendo con este güey? –entrecerró los ojos.
–Le estoy ayudando para su presentación de fin de semestre. –murmuré.
–¿Nada más con eso? Porque por lo que dice aquí pareciera que le ayudas a más cosas.
–Mira, da igual...
–No, a mí no me da igual. Te gusta este cabrón. –se puso de pie sacudiendo el celular.
–No es algo... –aspiré aire buscando las palabras. –Es... es meramente físico.
Exhaló mirándome atónito.
–¿Físico? O sea, tú y él... –se calló y negó con la cabeza. Aventó el celular contra la cama con tanta fuerza que creí que rebotaría al suelo.
–¿Por qué te importa tanto? No es relevante.
–Para mí es relevante que te estés metiendo con quién sabe quién mientras estás conmigo.
–Alex, tú y yo ni siquiera estamos juntos. –murmuré sorprendida por lo que estaba pasando.
¿Él pensaba que estábamos juntos? Desde que regresamos de Mérida seguimos actuando como si estuviéramos en una relación, pero sin estarlo. Di por hecho que era como cuando estábamos en prepa, que no había un compromiso de por medio. Y lo de Gus no era algo importante en lo más mínimo, sólo... Era divertido.
Dios, me sentía como una puta.
–Tú estabas saliendo con esta niña, Dulce, di por hecho que... –empecé a decir nerviosa.
–¡Era para un puto proyecto de la carrera!
Que no grite, por favor.
–¿Y yo que iba a saber que tenía que serte fiel si ni sabía que tenía algo contigo?
–¿Cómo chingados no ibas a saber? ¡Nos la vivimos juntos! Hacemos todo juntos, no dejamos de hablar por chat, ¿Necesitas un letrero?
–¡Pues sería bastante útil puesto que nunca hemos hablado de ser novios o algo!
–Ah, ¿Entonces sí necesitas un pinche guion para que sepas qué hacer y qué no? Qué bueno que me avisas.
–Deja de portarte como imbécil, no puedes echarme la culpa de que tú no quisieras un compromiso en primer lugar.
–¿Quién te dijo que...
–¡Hey! –gritó mi hermano desde la puerta. Nos miró molesto con teléfono en mano. –¿Por qué tanto grito?
No supe qué decir. Miré a Alex, respiraba de forma pesada y tenía la mandíbula tensa. Me miró una última vez antes de responderle a mi hermano.
–Por nada, perdón. Ya me voy.
–No, Alex. Espérate.
–No, Mayte. Está bien. Quédate con ese cabrón. –dijo sin siquiera voltearse, pero sentí como si me hubiera dado un golpe en la cara.
Escuché como se cerró la puerta de la entrada y mi hermano me miró cuestionante. Lo único que pude hacer fue abrazarlo. Él le dijo "Te hablo al rato" a la persona con la que estaba hablando por teléfono y me abrazó de vuelta con fuerza.
–Tranquila. Lo van a arreglar, vas a ver.
–May. –escuché su voz en mi oído.
–¿Mm? –no me molesté en abrir los ojos.
–Te quedaste dormida, bebé.
–Pues déjame dormir, entonces. –me retorcí, pero me dolía el cuello.
–No te voy a dejar en la sala. Ve a tu cuarto.
–No puedo. –musité, ni siquiera podía abrir los ojos.
Lo escuché suspirar.
–A ver, May. –susurró y sentí sus manos en mi cintura y piernas. Me reí. –Agárrate.
Estiré mis manos y busqué su cuello para sostenerme, él me levantó y caminó conmigo en brazos.
–Tienes granos en el cuello.
–No son granos, tonta, es varicela.
–¿Qué hora es? –pregunté recargando mi cara en su pecho. Estaba calientito.
–Las tres de la madrugada.
–Me dormí en el sillón.
–Sí, me di cuenta.
–Estaba soñando contigo.
–Ah, ¿sí?
–Sí, de cuando me dijiste puta.
–Yo jamás te he dicho así.
–Pero lo has pensado.
–Tal vez.
Sonreí por su sinceridad.
Sentí como me dejaba en mi cama y de inmediato me hice bolita, hacía mucho frío.
–A ver, May. Enderézate.
Me senté y aún sin abrir los ojos dejé que me quitara la ropa para ponerme la pijama.
–Te estás aprovechando para verme encuerada.
–Yo jamás haría eso. –dijo y casi abrí los ojos para confirmar que estaba sonriendo. Pero no necesitaba hacerlo.
–¿Cómo te fue con Mariana? –dije en medio de un bostezo.
–Eh... Mal.
–¿Qué te hizo?
–Qué le hice yo a ella, más bien.
–Tengo frío.
–Voy. Levanta los brazos. –lo obedecí y él me puso una sudadera, que estaba súper calientita, me abracé a mí misma como si eso fuera a calentarme más. –¿A ti cómo te fue con el hada?
Me dejé caer sobre mi espalda permitiéndome burlar del apodo que le puso a Alonso. Mi sonrisa fue cayendo poco a poco mientras recordaba lo mucho que me gustaba verlo tocar, escuchar su voz, cómo me emocioné cuando lo vi entrar a la cafetería y me encantaba presumirlo con Santiago y Alex. Y él ni siquiera aceptaba que éramos novios.
¿No lo éramos? Igual y yo era la lanzada exagerada, pero entonces ¿Por qué se ponía tan celoso? Vaya, podía comprender por qué lo hizo en la tarde, ¿Pero en mi cumpleaños, con Axel? ¿Qué necesidad? Y ese mismo día, ¿Cómo se atrevió a decir que era sólo un amigo después de besarme así?
Ahora va a resultar que Alex tenía razón y me estaba yendo a ciegas con Alonso.
De pronto me sentí más despierta, pero más que despierta, apanicada. Me senté de golpe, lo cual empeoró mi situación porque además de no poder respirar, me sentí mareada. Me agarré del hombro de Alex como si me fuera la vida en ello. Él pronto se dio cuenta de lo que me pasaba y corrió a abrir la ventana. Regresó y me volvió a cargar para sacarme a la escalera de incendios.
–Ni se te ocurra ver abajo. –advirtió mientras se sentaba poco a poco, sin soltarme. Una vez que estuvo sentado sólo quitó el cabello de mi cara y empezó a abanicarme un poco, aunque estando fuera eso ya no era necesario. –Vas bien. Vas increíble, May. Estás conmigo, no pasa nada. –dijo, y lo repitió varias veces hasta que mi respiración se normalizó.
Pero incluso ahí no solté mi agarre de su brazo ni él dejó de abrazarme. Sólo se soltaba para quitarme el cabello de la cara.
–Estás sudando. –murmuró. No respondí, todavía no me sentía completamente bien, seguía temblando, incluso. –Voy a dar por hecho que te fue mal, ¿Quieres hablarlo?
Negué ligeramente con la cabeza y él ya no insistió.
Dejó un beso casto en mi cabeza y me abrazó con fuerza, no sé hasta qué hora nos fuimos a dormir, pero ya ninguno de los dos salió de mi recámara.
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