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15. Ashton Kutcher

Entré al salón de teoría del drama con café en mano. Me agradaba que los salones no tuvieran pupitres como en una escuela normal y que tuviera butacas en su lugar. Así me podría acostar a dormir en tres de ellas y nadie se daría cuenta.

Escogí la butaca de hasta atrás, pegada a la pared. Dejé el vaso de café en el reposabrazos y mi morral en la butaca de al lado. Luego sencillamente recargué mi cabeza contra la pared e intenté recuperar el sueño que perdí la noche anterior. Poco me importaba que me vieran, que pudieran tomarme fotos y subirlas a Facebook burlándose. No sería la primera vez.

Odiaba a Alejandro con todo mi ser. Sólo porque él entrara a las nueve de la mañana a clases no le daba derecho de desvelarme a mí con llamadas sin verdadero motivo. Sólo volvía a llamar una y otra vez preguntando que si ya estaba dormida. Pero la tonta era yo por no apagar el maldito aparato. La verdad me divertí un buen rato.

Alguien dio un par de golpes a la pared cerca de mi cabeza con energía, haciéndome despertar con un sobresalto.

–¡Ya salió el sol! –exclamó Pepe levantando mi morral de la butaca y aventándolo a mi regazo.

–De hecho, no. –me quejé enderezándome. Él sonrió divertido y revolvió mi cabello antes de sentarse junto a mí. –Si te fijas el cielo sigue obscuro.

–Me refiero a que ya amaneció. –reprimí una risa.

–Es lo mismo. Amanece cuando sale el sol.

Frunció el ceño alternando su mirada entre la ventana y yo.

–No, no creo. –rodé los ojos, él subió los pies al respaldo de la butaca de adelante. –¿Hiciste el ensayo de la presentación de ayer?

Subí mis pies al asiento y abracé mis piernas recargando mi mentón sobre mis rodillas.

–¿Por qué crees que tengo tanto sueño?

–Tenía otras ideas. –dijo alzando las cejas, abrí la boca indignada y le solté un golpe en el hombro. –¡Ay! Obviamente pensaba que leyendo o algo. No sé qué tendrás en tu mente cochambrosa.

Reí. –Mi mente es más limpia que... –fruncí el ceño, pensando. Él alzó una ceja, expectante. –Más limpia que algo muy limpio.

–Vaya, me impresionas. Menos mal que quieres ser actriz y no escritora.

Escritora. Escritor. Alex. Siempre regresaba a mi cabeza, de una forma u otra.

–Hablando de escritores, vi que la semana pasada te fuiste de pinta con tu amigo, el que estudia literatura.

El universo no ayudaba.

–Sí. Se fue a un curso en Nueva York y no nos habíamos visto, me convenció de acompañarlo, pero te juro que no va a volver a pasar.

¿Por qué le daba explicaciones? A él ni le venía ni le iba lo que hiciera yo con mi tiempo.

–Pero... Son amigos, ¿No?

Asentí lentamente, sin mucho interés.

–¿Ningún tipo de relación romántica-sexual? –preguntó despreocupado, pero no ignoré el hecho de que esperaba ansioso la respuesta.

–Pepe, eres genial, pero no quiero novios ahorita. –murmuré, casi mecánicamente. Él soltó una risita.

–Créeme que yo tampoco. Sólo quiero saber si estás sentimentalmente disponible.

–¿Por?

–Porque... –alargó. –Resulta que llamaste la atención de un chavo de cuarto.

Fruncí el ceño y bajé las rodillas.

–¿Quién?

–Uno guapo.

–Tú ves a todos guapos.

–Yo admiro la belleza donde los demás la ignoran, pero te prometo que es guapo.

Me crucé de brazos.

–¿Quién es y de qué me conoce?

–Se llama Agustín, le dicen Gus y me parece que le pateaste la entrepierna en tu danza de la frustración.

–No. –negué. –Recordaría haber pateado la entrepierna de alguien.

–Bueno, el chiste es que fue de los que te ayudaron.

Negué de nuevo.

–Lo recordaría. Hasta la fecha les lavo la ropa como agradecimiento.

–A él no. Dice que nunca ha hablado directamente contigo. Y según mi informante...

–La recepcionista que te coges cada fin de semana. –aclaré.

Mejor le decimos informante. –ladeó la cabeza. –Ha estado preguntando por ti y tu horario.

Alcé las cejas.

–Órale.

El salón comenzaba a llenarse. Cuando el profesor entró todavía faltaban unos minutos para que la clase empezara, pero igual empecé a sacar mi cuaderno.

–¿Sólo piensas decir eso? –lo miré mal.

–Discúlpame, se me terminaron los diplomas de agradecimiento. –arrugó la cara.

–¿Eso qué?

Se sentó como es debido y también sacó su libreta. El profesor cerró la puerta y encendió el proyector, dando por iniciada la clase.

–Entonces... Si me pregunta si estás disponible, ¿Qué le digo? –susurró.

No me molesté en mirarlo para contestarle.

–Que sea tantito hombre y me lo pregunte él mismo.

Las puertas del elevador se cerraron detrás de mí y no perdí ni un sólo segundo antes de soltar patadas al aire para deshacerme de los estúpidos zapatos de tacón que no me terminaban de gustar, pero igual los debía usar porque no fueron baratos. Suspiré al darme cuenta de que todavía no llegaba al departamento. Me agaché a recoger los tacones antes de que alguien me viera descalza en medio pasillo.

Cuando escuché una puerta abrirse me entró un sentimiento de pánico, lo que logró desequilibrarme y tirarme al suelo.

Unas manitas me intentaron ayudar a levantar. No tuve que pensar mucho antes de adivinar.

–¿Te caíste, May? –preguntó Renata con genuina preocupación.

–No... Bueno, sí. –dije enderezándome, sin embargo, me mantuve en cuclillas. – Pero no le digas a nadie, eh.

–Nop. –negó repetidas veces.

–¿Tú papá? Te va a regañar si ve que te saliste de tu casa.

–No, le pedí permiso.

–Ah, bueno. –me miró en silencio durante unos segundos.

–¿Puedo jugar con Ximena?

Parpadee un par de veces.

–Este... Tendría que preguntarle a su mamá para ver cuando la deja venir, pero yo te aviso, ¿Vale? –me puse de pie.

–Pero la vi hace rato.

–¿La viste?

–Sí, estaba con Alex.

–Ah... –volteé a ver la puerta de mi departamento y luego la volví a ver a ella. –¿Y tu papá te dio permiso para salir a jugar tan tarde? –asintió. –¿Segura? –esta vez se lo pensó. –Corre a pedir permiso, si sí te deja me vas a tocar.

Asintió y corrió a su departamento.

Después de asegurarme de que Renata entrara entré al mío, encontrándome una escena de lo más tierna; Alex estaba acostado boca arriba en el sillón, dormido, con su sobrina de un año entre brazos. Dejé todas mis cosas sobre la mesa y saqué mi celular para tomarle una foto. O diez. La versión de Alex siendo tío era la más adorable que existía de él.

Caminé por el pasillo con cuidado de no hacer mucho ruido, lo cual me permitió escuchar música del cuarto de Santiago. Cuando abrí la puerta me encontré a mi mejor amigo tomándole fotos a la sobrina mayor de Alex con un fondo improvisado de una sábana blanca colgada en la pared.

Cerré la puerta detrás de mí, pero ninguno de los dos dejó de lado su actividad anterior. Aunque la pequeña Ximena me vio y se le iluminaron los ojitos, no perdió su pose.

–Hola Mayte. –siseó entre dientes. Tanto Sago como yo reprimimos una carcajada.

–¿Qué están haciendo? –pregunté caminando hacia la cama para sentarme. Todavía me dolían los pies.

–Le tomaba fotos, pero nos podemos tomar un descanso. –dijo Sago bajando la cámara y poniéndose de pie, pues estaba en cuclillas.

Noté como todo el cuerpo de Ximena se relajó y luego prácticamente corrió a abrazarme. La levanté y la senté a mi lado.

–Mi tío se durmió. –dijo cruzándose de brazos.

–Sí, ya vi.

–Me aburrí de ver tele y Santiago dijo que podíamos jugar a ser modelos.

–¿Santiago fue modelo? –alcé las cejas.

–No, yo... –empezó a decir él, pero Ximena lo interrumpió.

–Sí, pero era la modelo fea que no sale en las fotos. –reí.

–¿A qué hora llegaron? –pregunté mirando a Sago.

–No sé, cuando llegué ya estaban aquí.

–¿Hace cuánto se durmió tu tío? –le pregunté a Ximena.

–Hace uuuuuuy. –alargó haciendo un ademán con la mano. Sonreí, divertida.

–¿Y usted no tiene sueño? Ya es muy noche.

–No-oh. –negó. –Al fin mañana es sábado.

–¿Segura? ¿Y si tu mamá se enoja por tenerte despierta tan tarde?

–No se enoja.

–Bueno, te voy a creer. –me puse de pie. –Deja voy a levantar a Alex. –avisé a Sago.

–¿Para qué?

–Para que se vaya a dormir a su cuarto, va a despertar todo adolorido. Ustedes mientras podrían ir a ver si Renata quiere venir a jugar.

–¡Sí! –exclamó Ximena con emoción.

–¿Crees que Chucho la deje? Ya es muy tarde, ni ha de seguir despierta.

–Me la encontré saliendo del elevador. Está despierta.

–Órale. –alzó las cejas con un puchero. –Es mis tiempos nos mandaban a dormir antes de las nueve.

–Los tiempos han cambiado, querido.

Negó ligeramente y suspiró.

–Vamos a buscar a Renata, Xime.

No necesitó que se lo dijeran dos veces.

Cuando ellos salieron del departamento, yo me acerqué al sillón e intenté cargar a la hija menor de Fernanda, pero el agarre de Alex era tan fuerte sobre ella que no pude sacarla de sus brazos, lejos de eso, solo lo desperté. Se levantó y fue a su cuarto. Le dije que podía cuidar a Sofía durante la noche, él se negó diciendo que dormiría con ella para que no me molestara durante la madrugada, pero que me encargaba a Ximena.

Diez minutos después, Renata y Ximena se encontraban jugando un juego de mesa de Disney en la sala, era de Renata. Estaba padre. Tenía incluido un DVD y dependiendo lo que les saliera en el dado, que no era dado porque tenía doce lados, les hacían preguntas de escenas de películas.

Mientras, Sago y yo nos quedamos en el comedor, viéndolas jugar.

–Alex me dijo que vienen por ellas el domingo en la noche. –comentó. Asentí.

–Ya le hacía falta un ratito a solas con Mario.

La hermana de Alex era directora de un jardín de niños. En general, ella ya iba para su casa desde las dos de la tarde, pero siendo mamá de tiempo completo ya casi no tenía tiempo para estar con su marido a solas.

Las niñas soltaron unas carcajadas llamando nuestra atención. Veían una escena de El Rey León, con Timón bailando sobre Pumba con falda de hula.

–¿Se te antoja una carne bien jugosa a ti? ¡Deberías a mi amigo entero devorar! Y te gustará, tú ya lo verás sólo tienes que probar. –canté alegre. –¡Tienes ganas! –exclamé mirando a Santiago, esperando a que cantara conmigo, pero sólo se me quedó viendo raro. –¿Por qué no cantas?

–No me la sé.

–Es Disney, ¿Quién no se sabe canciones de Disney?

–Yo no me sé canciones de Disney.

–Alex sí se las sabe.

–Alex es puto. –lo miré alzando una ceja. –Cállate. –solté una carcajada y él me miró divertido. –Oye, ¿Cómo le caí a Alonso?

Fruncí el ceño con una sonrisa, sorprendida por su curiosidad.

–Bien.

–¿Bien bien?

–Supongo, no me dijo nada. Pero si le hubieras caído mal se habría quejado o algo. –asintió y se cruzó de brazos sobre la mesa.

–¿Cómo es?

–¿Alonso? –alcé las cejas, él asintió. Hice una mueca, pensando. –Pues es... Tranquilo. Un poquito serio. Perfeccionista, como... Muy. –dije con un pequeño movimiento de manos. –Ya te había dicho que es celoso, también mucho. Ah, y no sé si se dé cuenta, pero tiene una necesidad tremenda de gustarle a los demás, que lo admiren.

–Ah, con razón se gustan. –lo miré mal. –¿Y lo bueno?

–¿Eh?

–Sí. Te pregunté cómo era y básicamente te quejaste de él, ahora dime cosas buenas.

–No me quejé. –dije con una mueca y subí mis pies a la silla de enfrente. –Algo bueno... Es paciente, organizado... ¿Cuenta aspecto físico? –se encogió de hombros. –Su voz es preciosa. Es muy dedicado, si se le ocurre una letra para una canción mientras maneja, se estaciona para anotarla.

–Qué intenso.

–Me gusta que sea así. Además, es muy cariñoso conmigo. –murmuré con una sonrisa. Él sonrió conmigo por un par de segundos.

–¿Y está chido? ¿O está flaco? Se ve flaco. –dijo rápido. Rodé los ojos.

–No lo he visto sin camiseta.

Pero su abdomen se sentía firme. No tan marcado como el de Santiago, pero sí estaba firme. También sus brazos, y se le marcaban las venas de las manos, cosa que me encantaba.

–¿Y qué carro trae?

–Agh, ya vas a empezar. –bajé las piernas de la silla y me puse de pie para ir a la cocina.

–Es sólo curiosidad. –me siguió.

–¿Quieres café? –pregunté sacando dos tazas.

–Por favor. –dijo sentándose sobre la barra. –¿Tiene hermanos?

–Sí. Dos, menores. Pero casi no me platica de ellos. –saqué el sobre de café y la prensa. –Encontré el perfil de uno de ellos en Instagram, de no ser por eso no sabría de su existencia.

–¿Lo stalkeas?

–No. Pero sí me gusta ver sus fotos y así.

–Eso es stalkear.

–Como si tú no lo hicieras. –rio.

Llené la prensa con agua caliente, le eché el café y lo dejé reposar unos minutos antes de servirlo.

–Y... –se aclaró la garganta. –¿Alguna ex?

–No hay rastro de. –murmuré extendiéndole la taza. – No tiene ninguna foto con nadie que no sean sus hermanos o sus amigos.

–Todos tenemos a alguien, nada más hay que saber buscarle. – dijo antes de darle un trago al café. – Ah, te queda bien rico.

–Mi mamá dice que si haces rico el café también haces rico el amor. –él soltó una carcajada.

–No es algo que quiera comprobar.

–No era una invitación, brincos dieras.

–Brincos dieras tú, mensa. –me reí, él le dio otro trago al café antes de volver a hablar. –Oye, ¿Te puedo preguntar algo sin que te me ofendas?

Recargué mi espalda contra el granito al lado de la estufa, preparada para ofenderme.

–Dime.

–¿Qué pasó con Alex? –preguntó, bajando un poco la voz.

No me ofendió. Pero sí me puso nerviosa.

–Pues se quedó dormido, ya se fue a su cuarto.

–No, no me refiero a eso. Me refiero a... ¿Qué pasó entre Alex y tú?

Tragué con fuerza. Me estaba dando la oportunidad de contarle todo, ¿La tomaría?

–¿Qué pasó de qué?

–May, por favor. Acababas de admitir que seguías sintiendo cosas por él y de un día a otro llega Alonso y se te olvida.

–Primero, te dije que era broma. Segundo, no se me olvida. Pero es como te dije, no porque en algún momento haya sentido algo fuerte voy a pasarme toda la vida arrastrándome por él.

–O sea sí, pero a lo que voy no es a que lo hayas sentido en algún momento, es que todavía lo sentías.

–Que no.

–Claro que sí, te conozco.

–Bueno, aunque así fuera, da igual, va a casarse. –me encogí de hombros. Él frunció el ceño confundido.

–¿O sea que estás usando a Alonso para olvidarte de Alex?

–¡Claro que no! –fruncí el ceño. –Para nada, no. No. –negué con la cabeza varias veces mientras él me miraba impasible.

–Dilo una vez más para que te crea.

–No.

–Okay, te creo. Pero entonces, ¿Qué pasó ahí?

Tomé aire mientras pensaba. Una vez que me inventé un diálogo que más o menos era creíble, lo solté.

–Mira, tú más que nadie sabes lo tonta que me puse cuando me gustó, no pienso volver a eso. –expliqué lentamente, él me miraba atento. –Lo quiero, sí, lo amo como no se da una idea y dudo que eso cambie algún día, pero... Todo ese cariño lo he tenido que ir convirtiendo en algo más fraternal, ¿Me explico? –entrecerré los ojos mirándolo, asintió repetidas veces. –Sí, entonces... –negué, con una mueca. –Siempre fue algo platónico, ¿Sabes? Desde que nos conocimos él lo dejó claro. Ahora, tampoco es como que sea mi culpa, ¿Verdad? Esto es algo que nadie controla. –dije de forma rápida, casi trabándome. Él negó.

–No, no. Nadie dice que sea tu culpa.

–Sí, por eso. El punto es que... yo a Alex siempre lo voy a ver como algo inalcanzable. Como un Ashton Kutcher.

–Un Ashton Kutcher que vive contigo.

Presioné los labios. Esa oración en cualquier otro contexto habría sido maravillosa.

–Me entendiste, ¿No?

–Creo. –dijo lentamente.

–Ahora, con Alonso es exactamente lo que les dije el otro día. No lo estoy usando porque para eso yo tendría que pensar que entre Alex y yo puede haber algo, cosa que no pienso.

–¿Por qué no?

–Porque no va a pasar.

–¿Por qué no? –insistió.

–Porque no. Alex no me ve así.

–¿Y si sí?

–No me ve así. –repetí, perdiendo la paciencia.

–¿Y si sí?

–No, Sago. No pasa.

–Bueno, imagínate que sí. Que de la nada Alex se enamora de ti y te pide que pasen el resto de sus días juntos.

Bufé. –Suponiendo que Alex se volviera loco y dijera eso, que no lo haría ni drogado... –me encogí de hombros. –Le diría que lo siento, pero no. Tuvo su oportunidad.

–O sea, dejarías que el orgullo decidiera por ti.

Fruncí el ceño, esta vez verdaderamente ofendida y me despegué del granito para recargar mis brazos en la isla.

–No es orgullo. Es ser inteligente y darse a respetar.

–Ser inteligente y darse a respetar. –repitió, evidentemente divertido mientras se cruzaba de brazos y se recargaba en el pequeño respaldo del banco. –Dime más, por favor.

–Mira, ya dije que lo quiero. Eso nadie me lo quita, ya lo intenté. Pero yo soy la que decide qué hacer con ese sentimiento y yo decido no tener más que una amistad con él.

–Sólo porque no te peló cuando eran chavitos.

–No, porque no me peló cuando estaba emocionalmente disponible.

–¿Y ahora no estás emocionalmente disponible?

–No, estoy con Alonso.

–El que no te reconoce como pareja. –afirmó con cinismo, ladeando la cabeza.

Aspiré aire con fuerza, molesta.

–Creo que ya estuvo bueno con tu interrogatorio, Santiago. –él suspiró. –Y te agradecería mucho si no repitieras las estupideces que dice Alejandro.

–No, tienes razón. Perdóname, no era mi intención. Pero no son estupideces, sólo te cuidamos.

–Están celosos, más bien.

–También, pero no tiene nada que ver. –dijo de forma suave, con gracia.

–¿Sabes qué? Ya estoy cansada, me muero de sueño y mañana tengo algunas cosas qué hacer, entonces yo creo que voy a llevar a Renata a su casa y me regreso a dormir. –dije dándole un trago a mi café.

–Si quieres yo llevo a Renata. –asentí. –Gracias por contarme todo eso, ya sabes que cualquier cosa aquí estoy para que me cuentes.

Asentí, tratando de no demostrar lo culpable que me sentía. La misma rutina de inventarme diálogos para evitar hablar la verdad con él comenzaba a desgastarme. A mí y a nuestra amistad. No sé cómo reaccione el día que se dé cuenta de que le he mentido por tanto tiempo.

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