12. Qué Vida la Mía
–Mayte, ¿Sabes lo que es un ataque de pánico?
Me encogí en la silla del consultorio, mi mamá se mordía la uña del dedo índice mientras esperaba mi respuesta.
Negué con la cabeza.
–También se les llama crisis de ansiedad. Es cuando de manera repentina se experimenta miedo intenso. Tu reacción a esto fue hiperventilar, por eso te mareaste y perdiste el aliento.
Asentí lentamente. No sé si lo que sentí fue pánico, pero en ese momento me encontraba asustada.
–¿Y eso por qué pasa, doctora? –preguntó mi mamá.
–Señora, cada persona es un mundo. Tiene un origen neurológico, sí, pero hay muchas razones por las que esto puede pasar. Mayte, si nos pudieras decir qué pasó antes de tu ataque...–me miró.
Parpadee un par de veces antes de responder. No tenía una respuesta en concreto.
–Eh... Un amigo cercano me enseñó una foto de cuando estaba bebé y pensé que no sé qué haría sin él. –volteé a ver a mi mamá. Me miraba preocupada. –No pasó nada que lo provocara como tal.
La doctora me miró en silencio durante unos largos segundos.
–¿Hay tratamiento? –preguntó mi mamá.
–Eh... Sí, los hay. Pero considerando que es la primera vez que le pasa a Mayte no creo que sea necesario que lleve uno.
–¿Y si le vuelve a pasar?
–Si le vuelve a pasar... Lo ideal sería llevarla con un psicólogo.
–¿Con un psicólogo? –jadeó mi mamá. –Discúlpeme, mi hija no está trastornada.
–Mamá... –siseé.
–Señora, existe un trastorno de ansiedad. No quiere decir que Mayte lo padezca, pero existe la posibilidad. O no, quizás es a causa de estrés. Es común en la adolescencia. ¿O tiene algún pariente que los padezca?
Mi mamá se tomó unos segundos para pensarlo.
–No... Que yo sepa.
Nuevamente silencio.
–Señora, ¿Le molestaría que le hiciera unas preguntas a Mayte en privado?
Mi mamá me miró dudosa.
–Mientras puedes investigar si es genético. –murmuré.
Ella ladeó la cabeza a la vez que presionaba sus labios. Claro que, si no tenía idea del paradero de mi padre, no podíamos saber a ciencia cierta qué tan probable era que fuera genético. Finalmente, sólo asintió y salió del consultorio.
Miré a la doctora nerviosa.
–No tienes nada de qué preocuparte. Es más común de lo que crees, ¿No conoces a nadie que los padezca? –Negué. –Bien. Dime, ¿Has tenido exámenes últimamente? ¿Finales? ¿De admisión? Acabas de terminar la prepa, ¿No? –asentí.
–Pero no. Ya sólo voy a revisar calificaciones y me ha ido bien. Hice mi examen para la universidad a principios de año y me quedé, así que...
–¿Nada con lo que hayas podido estresarte? ¿Un novio?
Negué. La verdad es que ni siquiera había pensado en Axel.
–¿Cuándo fue la última vez que te enojaste? Que peleaste fuerte con alguien. No que sintieras molestia, hablo de haber peleado a gritos con alguien.
Lo pensé durante unos segundos. La pelea con Alex sobre Axel, quizás.
Más de medio año. –ella alzó las cejas.
–¿De verdad? –asentí. –Y ¿Eso por qué?
–Prefiero evitarme problemas. –me encogí de hombros.
–Y, ¿La última vez que lloraste? Que te sintieras triste, frustrada...
Nuevamente me tomé unos segundos para pensarlo. Fue después de haber tenido mi primera vez con Alex, cuando regresé a la escuela y vi a Paula.
–También, como seis o siete meses. –asintió.
–Creo tener una idea de por qué fue el ataque, pero primero dime bien qué fue lo que pasó antes, ¿Qué te recordó la foto o qué pasó?
Miré la madera de su escritorio mientras soltaba aire.
–Nada. Sólo... me empecé a sentir mal y ya.
Me miró fijamente. –Mayte, ¿Sabes que reprimir tus emociones pudo provocar esto?
Parpadee un par de veces antes de procesar lo que dijo.
–No...
–Te puede afectar mucho. Tanto mental como físicamente. Las lágrimas, por ejemplo, expulsan sustancias, si te quedas con eso dentro te afecta al sistema nervioso, sobre todo durante momentos de estrés.
No respondí. Troné los huesos de mis dedos nerviosamente.
–Mira, si te quieres evitar más ataques así sería bueno que externaras lo que piensas. Si no es con tu familia, con tus amigos. Y si no es con ellos con un doctor, pero extérnalo. Tuve el caso de un niño de nueve años que tuvo una úlcera por aguantarse mucho coraje.
Fruncí el ceño. No creía que eso fuera posible.
–Y si no piensas externarlo... Deberías ir consiguiendo una forma de tranquilizarte cuando pase. Porque que los ataques de pánico sean comunes no quiere decir que no puedan provocar ataques cardiacos, también. Y para eso sí estás muy joven.
–¡Oye, cumpleañera! –medio oí el grito de Santiago a lo lejos. Guardé silencio con la intención de que se rindiera y no volviera a hablarme. –¡Mayte! –se escuchó más claro, estaba en la puerta. Y como era de esperarse, subió a mi cama y empezó a saltar. –¡Ya despierta!
–Ya estoy despierta. –dije aun con los ojos cerrados.
–Entonces levántate.
–No quiero. –dije para después taparme la cara con la cobija.
–May. –alargó.
–Güey, huele como a quemado. –se escuchó la voz de Alejandro a lo lejos.
–Verga, la lumbre. –sentí como Sago bajó de mi cama y se echó a correr a la cocina.
Di la vuelta acostándome boca abajo. Tenía cinco minutos más de sueño.
–¿Mayte?
O menos.
No respondí, me hice la dormida. Pero no importó, casi al instante sentí un peso sobre mi espalda y una respiración en mi oído.
–Mi amor. –dijo en un susurro.
–¿Mmm?
–Ya levántate, ya amaneció.
–Ahorita. –murmuré.
Sentí su cabeza recargarse sobre la mía y deseé siempre amanecer así. Pero no me duró mucho el gusto.
–Maaay. –alargó enterrando la cara en mi cabello. Segundos después lo sentí soplando en mi oreja. Lo aparté con un pequeño golpe.
–Ya, Alex.
–Ya amaneció, tonta. –dijo divertido.
Entonces me volví a girar para quedar boca arriba. Lo miré sonriente.
–Es mi cumpleaños. –reí. Él sonrió y dejó un beso tronado en mi frente.
–Veintidós añotes, mujer. –dijo saliendo de mi cama. –Te traje un regalo. –levantó una bolsa color rosa pastel grande que tenía recargada junto a la pared.
Me senté en la cama y pasé las manos por mi cabello tratando de peinarlo un poco.
–¿Lo puedo abrir?
Él dejó la bolsa sobre mi cama.
–No. Va así, envuelto. –lo miré entrecerrando los ojos. –Claro que puedes abrirlo, tonta.
–¡Espera, espera! –gritó Sago en el pasillo. Cuando entró a mi cuarto traía una bolsa color amarillo, más pequeña que la de Alex. –Primero la mía.
–No, yo llegué primero.
–Claro que no, mentiroso.
–Oigan. –los llamé. –¿Y si primero me dan mi abrazo?
Ninguno de los dos se negó y me rodearon al mismo tiempo con sus brazos.
–Aww, qué bonitos. –exclamó Mariana desde la puerta. Alcé las cejas mirando a Alex, él se encogió de hombros con una sonrisita. –Dejen les tomo una foto.
–La cámara de May está en el librero. –dijo Sago.
Mariana caminó al librero para tomar mi cámara. Yo miré a Alex.
–¿Pasó la noche aquí?
–No, llegó temprano para ayudarnos a organizar la azotea para tu desmadre de la noche.
–Yo les podía ayudar.
–¿Cómo crees que tú vas a organizar tu fiesta?
–A ver, sonrían. –dijo Mariana apuntando con la cámara.
Tanto Sago como yo sonreímos, pero Alex pegó sus labios a mi cachete.
–Cópiame, güey. –le dijo a Sago. Solté una carcajada cuando Sago le obedeció.
Segundos después, una foto con mis dos amigos besando mis mejillas se había impreso. Era perfecta.
–Bueno, ahora sí. Tus regalos. –dijo Sago dejando su bolsa sobre mi regazo.
La abrí emocionada.
–¿Tatuajes? –exclamé cuando salieron las plantillas de tatuajes temporales.
–Y hay más.
Volví a meter la mano en la bolsa y saqué unos calcetines con dibujitos de búho, además estaban calientitos.
–Te amo, Sago. Gracias. –dije rodeando su cuello con un brazo.
–Bueno, ya. Va el mío. –dijo Alex jalando su bolsa. Algo tronó. –Ay... Ya lo rompí. –rio.
–¿Es en serio? –preguntó Mariana.
–Por lo menos la bolsa sí.
Un teléfono sonó y Mariana dio un respingo. Sacó su mega iPhone 23 y miró la pantalla.
–Perdón, es importante. Ahorita regreso.
Salió de mi cuarto, pero se quedó hablando por teléfono en el pasillo.
Me puse de rodillas sobre la cama y con la ayuda de Alex y Sago fui sacando una caja de la bolsa, una vez que estuvo fuera miré a Alex asombrada.
–¿Un espejo? –él asintió, orgulloso de su regalo.
–Mira, tiene foquitos como los de los camerinos. –dijo Sago señalando la foto en la caja.
–Está increíble, gracias.
–Y además... –Alex levantó la bolsa. De ahí sacó un sticker y me lo extendió. –Es para que lo pegues ahí.
Miré el sticker, era grande y en su mayoría transparente, pero tenía letras negras en cursiva que decían Hello, Gorgeous.
–¿Es de Funny Girl? –lo miré sonriente. Él asintió.
–Más vale que te guste, porque tardé años en encontrar esa pinche estampita.
–¡Me encanta! –me levanté a abrazarlo. Él rodeó mi cintura con fuerza y me volvió a plantar otro beso tronado en el cachete.
–Pinche Alex, siempre me haces quedar mal. –siseó Sago y le extendí la mano para que se uniera al abrazo.
–El tuyo también me encantó. Gracias, amigos. Los amo mucho.
–Ya vine. –dijo Mariana. –¿Otro abrazo? Déjenla que termine de despertar bien, pobrecita.
–No me molesta que me abracen, Mariana. –dije, pero igual, ambos se separaron de mí.
–Yo también te tengo un regalo. –exclamó con emoción, levantando una bolsa delgada color dorado.
Alcé las cejas e intenté sonreírle, pero fue demasiado la sorpresa, ¿Por qué me trajo un regalo? ¿No me odiaba?
–Eh... Gracias. No tenías que molestarte.
Me bajé de la cama para recibir mi regalo y ella se acercó para darme un fuerte abrazo. Miré a Sago con el ceño fruncido, él me miró igual de confundido.
–Bueno, voy a servir el desayuno para todos. –dijo Sago mientras salía de mi cuarto.
–Sí, y yo voy a... –Alex caminó a la puerta detrás de Sago, lo miré negando ligeramente con la cabeza para que no me dejara, pero me ignoró. –A hacer del baño.
Salió y me resigné a quedarme sola con Mariana en mi cuarto.
–Anda, ábrelo. –dijo cuando deshizo el abrazo.
Me senté en el pie de la cama para abrir mi regalo. Mariana se quedó de pie y me miró sonriente.
–Un termo. –dije al sacarlo. –Qué lindo, gracias.
–Es para café. Lo vi y pensé en ti. Como Alex siempre te está comprando café, gastan demasiados vasos desechables.
–Es que eso es más como una tradición. Pero está muy padre, gracias. –lo volví a meter en su bolsa y me acerqué al closet a buscar ropa para irme a bañar.
–De nada. –hizo una pequeña pausa antes de volver a hablar. –Oye, el día que les dijimos lo de la boda, las dos nos portamos como medio... Inmaduras.
La miré alzando una ceja, ¿Las dos?
–Y bueno, creo que ahora que Alex y yo estemos casados, estaría bien que tú y yo nos lleváramos mejor. O sea, por él, más que nada. Creo que le gustaría que su novia y su mejor amiga se llevaran bien.
La miré en silencio durante unos segundos preguntándome cómo responderle sin sonar emocionada pero tampoco seca.
–¡Okay! –contesté con una sonrisa.
Ella parpadeó un par de veces, igual y pensó que le costaría más trabajo.
–Ah... Genial. Estaría bien que fuéramos amigas.
Se me cayeron los leggins que estaba sacando del cajón cuando dijo eso.
–Em... No quiero ser grosera, Mariana. Pero tú y yo no éramos amigas antes de que fueras novia de Alex. De hecho, me tratabas bastante mal cuando éramos niñas. –murmuré con una pequeña risita nerviosa.
–Pero de eso ya tiene años, Mayte. –dijo con una risita que decía "No chingues, pendeja".
–Pues sí, pero... Llevo más de diez años sobrellevando ese trauma, no se me va a olvidar de la noche a la mañana.
–Bueno. –frunció el ceño, pero no borró su sonrisa. –Tampoco es como que fuera un trauma.
Desvié mi mirada un segundo antes de volver a verla con el ceño fruncido.
–Por tu culpa no tuve amigos durante seis años, lloraba diario antes de ir a la escuela.
Como era de esperarse, no supo responder a eso. Se tomó un par de segundos.
–Bueno, éramos niñas. Ya somos más maduras, ¿No? –sonrió.
Di un largo suspiro.
–Aprecio tu intención, Mariana. Y no quiero portarme mal contigo ni nada, pero no creo que podamos ser amigas como tal. Vas a ser algo así como mi cuñada... –solté una risita, ni yo me creía eso. –...entonces nos podemos llevar bien de todos modos. –asentí repetidas veces convenciéndome mientras abrazaba mi ropa contra mi pecho.
La sonrisa de Mariana no se borró en ningún momento.
–Bien, respeto eso. Ya te convenceré de ser amigas después.
Eso concluyó la conversación y ella salió de mi cuarto. Solté aire en cuanto lo hizo.
Ya me sentía lo bastante mal por no contarle la verdad a Sago. Si Mariana y yo fuéramos amigas tendría que mentir a dos amigos, ¿Seré tan mala persona? No querer ser amiga de Mariana porque si lo fuera me sentiría culpable de ocultarle lo que pasó entre su novio y yo años atrás, ¿Qué afán tenía de seguir mintiendo y fingiendo que no pasó nada?
Terminé de buscar ropa para bañarme y escuché una parte de Hey Jude mientras lo hacía. Luego salí directo a la cocina, cantándola.
Al final de su clase, Alonso tocó esa canción y todos sus alumnos la cantaron. Claro, su interpretación no fue espectacular, pero ver a Alonso tan feliz tocando el piano y a todos los chicos cantando divertidos... Guau.
–Remember to let her into your skin–canté, no a gritos como acostumbro, pero sí fuerte. Los tres ya estaban en el comedor desayunando. – Then you'll begin to make it...
–¡Better, better, better, better, better! –se unió Alex a gritos. Solté una carcajada al ver la cara arrugada de Santiago.
–¿Qué les he hecho yo? No lo comprendo.
–Invité a Alonso. –avisé mientras me sentaba. Sago se limitó a asentir y a pasarme un plato de waffles mientras que Alex rodó los ojos.
–Ese güey tiene voz de hada. –murmuró.
–Tiene una voz perfecta, envidioso. –defendí.
–Alonso es el chavo con el que estás saliendo, ¿Verdad? –preguntó Mariana. Asentí. –¿Es el que es músico?
Asentí lentamente mientras miraba a Alex con el ceño fruncido, ¿Por qué le contaba a su novia de Alonso?
–¿Qué instrumentos toca?
–Em... –miré al techo tratando de recordar. –Piano, guitarra, bajo, ukulele, poquito de batería y creo que también saxofón.
–¡Guau! –exclamó ella con las cejas alzadas. Asentí emocionada, ella miró a Alex. –Y tú que no puedes ni tocar bien a una.
Sé que ese comentario debió haberme puesto incómoda como el simple hecho de estar desayunando con ella, pero no pude hacer más soltar una carcajada. Una gran carcajada, una real, con ganas. Cerré mis ojos con fuerza y me tapé la boca tratando de no ser tan escandalosa. Fallé, evidentemente.
–¿Qué pedo, May? –preguntó Sago con una risita.
–Ay, es que... Es que... –no podía dejar de reír.
–Al rato vas a estar rogándome porque te toque. –siseó Alex molesto.
Eso también me debió incomodar, pero mi risa no paraba. Al contrario, lo que enfadó más al escritor.
–Ya me decidí. Tú no vuelves a compartir mesa con Mayte. –declaró señalando a su novia. –No me gusta esta vibra que tienen las dos en contra mía. –reí más.
–Puto. –se rio Sago.
Cuando vi la sonrisa de suficiencia de Mariana mi risa cesó por completo.
Mierda, en serio quiere ser mi amiga.
–¡Mayte! ¡Ya llegó Axel!
Fruncí el ceño y corrí a saltitos, con cuidado de no pisar mi vestido, hasta mi cama para revisar la hora en mi celular. Había llegado una hora antes.
–¡Distráelo! Todavía no estoy lista.
–Ya me di cuenta.
Intenté girarme para ver a quien estaba en la puerta de mi cuarto, pero como aún no traía tacones el vestido seguía arrastrándose y caí de espaldas en la cama.
–Ni se te ocurra acercarte. – advertí cuando escuché sus pasos acercarse a la cama. Claramente me ignoró, tomó mi mano y tiró de ella para enderezarme. Una vez que estuve sentada pude detenerme a mirarlo con atención. – Qué guapo.
–No sabes cómo me gustaría poder decir lo mismo de ti, pero... –le solté un golpe en el pecho y él se rio y me dio un beso casto.
–Ayúdame. – me puse de pie para que él se sentara donde yo estaba y me ayudara con el cierre del vestido. –¿Por qué mi hermana dejó que un hombre entrara a mi cuarto sabiendo que me estaba cambiando? –pregunté divertida.
–Pues porque sabe que soy un caballero. –puso sus manos en mi cadera, me jaló para sentarme en su regazo y abrazarme.
–¿Por qué llegaste antes? –pregunté recargando mi cabeza sobre la suya. Soltó aire.
–Por nada, quería platicar contigo.
–¿De algo en especial?
–Sí. –giré mi cara para verlo.
–Dime.
No contestó. Me miró a los ojos, luego a mis labios, para terminar dándome un beso con fuerza.
Es tan extraño como puedes sentir el cariño de alguien transmitido en un beso. En lo personal, creo que eso es lo que los hace tan adictivos, que te dan esa sensación de ser querido. Lo triste del asunto es que eso sólo lo había llegado a sentir con Alex. No sé, eso de "como si fuera el primero y el último" sonaba muy cursi para mí, pero así se sentía.
Axel era buen chavo, buen novio, ¿Por qué jamás sentí eso con él? ¿Por qué no lo llegué a querer?
Una vez que nos separamos, él suspiró.
–Quiero que terminemos. –soltó. Parpadee un par de veces sorprendida.
–¿En serio?
–En serio. –respondió con un asentimiento.
Guardé silencio por un segundo. Mientras, desvié mi mirada al suelo. Mi brazo seguía alrededor de su hombro y los suyos alrededor de mi cintura. Ninguno hacía nada por moverse. No estaba herida ni asustada, estaba genuinamente sorprendida. Llevé mi mano libre a mi mejilla y ladeé la cabeza.
–¿Por qué? –él soltó una risita.
No estoy muy segura del por qué se rio.
–Mayte, te quiero muchísimo, eres preciosa, y hasta eso... le agarraste rápido la onda a.... –solté un pequeño codazo en su abdomen, anticipando su comentario.
No era como el estereotipo de las adolescentes que tienen esa increíble necesidad de meterse en los pantalones de todos, pero... Eh, supongo que las ganas son comunes en nuestra edad.
Afortunadamente, tenía un novio responsable que se dio cuenta de que me presionaba un poco al principio y se empezó a portar mejor dándome la confianza de estar con él. Sentí que estaba traicionando mis principios al meterme con alguien a quien no estaba segura de querer. Pero eso de ser célibe me estaba frustrando.
–Pero... No sé, como que éramos mejores amigos que novios, ¿No?
Lo pensé durante unos segundos. No me dejó responder, de igual manera.
–Además te engañé. –dijo rápidamente, apenas y entendí.
–¿¡Qué?! –exclamé y me levanté de un brinco.
Creo que nunca en mi vida me sentiré más sorprendida.
Él me miró, genuinamente avergonzado.
–Perdóname. –negué ligeramente.
–Yo también lo hice. –susurré. Él se tardó en procesarlo.
–¿Tú también? –asentí lentamente. –Vaya... Creo que es justo, pero me siento mal. –dijo con una risita nerviosa.
–¿Tú con quién?
–Nadia.
Mi boca formó una perfecta O.
Ellos habían sido novios, claro que iba a existir cierta tensión por ahí, pero no lo esperaba.
Me sentí mal al pensar que Fernanda no tendría ninguna oportunidad con Axel. Aunque, después de andar con él durante todo este rato, tampoco era como que se perdiera de mucho. Se merecíar a alguien mejor.
–Oh. –me limité a decir.
–¿Tú?
Debo admitir que en el momento apenas me acordaba de la existencia de Axel, pero después, no podía con la culpa. ¿Cómo podía existir alguien que tuviera varias parejas a la vez? ¿No se sentirán ni tantito mal? ¿Cómo ven a esa persona a los ojos sabiendo que acaban de estar con otra?
Lo peor es que, independientemente de que engañé a Axel, me engañé a mí al creer que en verdad podía quererlo. Y sí lo quiero, sólo que no cómo debería querer a un novio.
–Fue con Alex, ¿Verdad?
Presioné mis labios avergonzada.
–¿Cómo supiste?
Me miró con una pequeña sonrisa, como si fuera algo obvio.
–Desde que conozco al güey anda de nalgas por ti. Y tú... Bueno, por algo lo aguantas.
–Es mi amigo.
–¿Y por eso dejas que te meta la lengua hasta la garganta?
Abrí la boca y sentí mis mejillas calentarse.
–Hasta la garganta no... –él soltó una risa, pero al callarse, pasamos un par de minutos, que parecieron años, en silencio. Uno incómodo.
Quizá era buen momento para reflexionar sobre las estupideces que hicimos, pero lo único que hice fue mirar alrededor de mi cuarto. Nada que no viera todos los días, sólo quería distraerme. Cuando vi mis zapatos de un tacón muy alto para mí, volví a ver a Axel.
–¿Todavía vamos a estar juntos en la graduación?
–Sí. –exclamó con voz alta, más alta de lo necesario. Se aclaró la garganta. –Vamos a seguir siendo amigos, ¿No?
–Sí, claro.
Unos minutos después me encontraba ya completamente arreglada y caminando del brazo de Axel, principalmente porque me costaba mantener el equilibrio en esos zapatos, rumbo al auditorio de nuestra prepa. Fuimos a recoger nuestras togas y birretes que eran prestados y nos separamos para la entrega de diplomas.
Para cuando subí al escenario por el mío, toda mi familia ya se encontraba entre las butacas vitoreándome. Y por alguna razón, no me sentí tan feliz como creí que lo estaría. Pero igual pretendí estarlo, por ellos.
No había una fiesta o un baile como en las películas, sólo una cena. Después de la ceremonia debíamos regresar las togas y los birretes y luego ya podríamos ir a la cena con nuestras familias en el mismo auditorio. Conociendo la organización de mi escuela, iban a tardar más de lo prometido, así que después de que entregué la toga y birrete, fui a una de las maquinitas expendedoras por un Mamut. Estaba apenas sacando el chocolate cuando escuché su voz.
–Odio ese vestido. – me giré a mirarlo, jadeó. – Bueno, ahora lo odio aún más.
Su tono de voz era monótono y su cara no tenía expresión alguna. Salvo su ceño fruncido mientras me miraba.
–Mi mamá también lo odió.
Él dio un par de pasos acercándose a mí. Intenté abrir mi Mamut con las manos temblorosas. Se veía guapísimo de traje.
–Es que... –guardó silencio un par de segundos mientras me miraba de pies a cabeza. – Guau. – repitió sin apartar la vista de mi cuerpo.
–No hagas eso, Alex. – murmuré nerviosa.
–¿Hacer qué? –sonrió.
–Encuerarme con los ojos.
–¿Lo hago con mis manos? –preguntó en un susurro.
Mis rodillas temblaron y sentí calor en toda mi cara.
–Cállate. – él soltó una risita y miró al suelo por unos segundos.
–Perdóname, May. Pero no puedes usar un escote que te llegué hasta la pelvis sin esperar que yo te diga algo así.
–No me llega a la pelvis.
El vestido sí tenía una abertura que llegaba poco arriba del ombligo, pero no era un escote como tal. Había una tela color piel de por medio.
–Te ves... –se aclaró la garganta. – Bien.
–Tú también te ves bien.
Nos miramos a los ojos por un momento, en silencio. A comparación de hace rato con Axel, este no era para nada incómodo. Al contrario, podría pasar horas así. Creo que él no, porque rompió el contacto visual.
–Eh... Te escribí algo.
No pude evitar mostrar mi emoción.
–¿De verdad? –pregunté con una sonrisa y las cejas alzadas.
Como que quiso sonreír, pero sólo hizo una mueca y asintió. Estaba nervioso.
–Sí, pero... –soltó aire y pasó las manos por su pantalón, como limpiándose. – No esperes mucho.
–Llevo tres años esperando leer algo tuyo, por supuesto que será mucho.
Nuevamente rio, pero pareció hacer más bien una mueca.
–¡Alex! –se escuchó desde el pasillo.
Gracias Axel, con esto confirmas que eres la persona más inoportuna que conozco.
–Güey, Gemma te anda buscando. – me miró. –Y a ti ya te están esperando para tomarte fotos.
–León, ¿Verdad? –él asintió con una tierna sonrisa.
–Vamos. – dijo Axel ofreciéndome su brazo. Voltee a ver a Alex, él miraba al suelo. – Gemma estaba en lo de las togas. –avisó. Alex asintió sin ni siquiera mirarlo. – Bueno, vamos May.
–Espera, Alex me iba a dar algo.
Ambos lo miramos expectantes. Él alzó las cejas, como si no se hubiera dado cuenta, palpó su pecho y su regazo y se encogió de hombros con una mueca más, esta era falsa.
–Creo que no lo traigo. Se me ha de haber quedado en la casa.
No le creí. Pero tampoco insistí. Tomé el brazo de Axel ignorando esa molesta sensación de decepción. Caminamos por el pasillo, con el único sonido de mis tacones resonando contra el suelo. Sin dejar de avanzar voltee a ver a Alex, tiraba un papel a un bote de basura entre las maquinitas.
–¡Pero si es mi exnovia favorita!
Me giré con una sonrisa al reconocer la voz.
–¡Axel! –exclamé rodeando sus hombros en un fuerte abrazo. Él rodeó mi cintura y me levantó durante unos segundos.
–Veintidós añotes, doña Esparza. –dijo poniéndome de vuelta en el suelo. –¿Qué se siente?
–Como si tuviera veintitrés. –admití con una pequeña risa. Él se unió.
–No cambias. –la chica a su lado carraspeó y hasta entonces noté su presencia. –Ay, perdón. Mayte, ¿Te acuerdas de Nadia?
–¿Cómo olvidarla? –sonreí en su dirección, ella me dedicó una sonrisa asquerosamente fingida. –¿Cómo estás?
–Bien. –dijo ella acercándose a abrazarme. –Oye, felicidades, eh.
–Gracias. –sonreí.
–Voy al baño. –avisó, le dio un beso a Axel que estuvo un poquito fuera de lugar y caminó a las escaleras de emergencia.
Me gustaba que las reuniones grandes del edificio fueran en la azotea. Había muchos focos colgando para iluminar y pensaba que ahí arriba molestábamos muchísimo menos a los vecinos con el ruido.
–Sigues con ella. –afirmé.
–Sip.
–Ella sigue odiándome. –siseé.
–Sí, ¿Verdad? Aunque ya deberías estar acostumbrada a que las mujeres te odien, o sea, fuiste mi novia. –solté una carcajada.
–Te invitó Alex. –asintió. –Qué bueno, me da gusto que vinieras.
–Ya tenía ganas de verte. La última vez prácticamente me corriste de tu camerino.
–No te corrí, nada más que ya iba a empezar función. –me reí. Él se puso un poquito más serio.
–Oye, ¿Y cómo está eso de que Alex se va a casar con Mariana? –suspiré.
–¿Cómo los ves?
–Bien pendejos, la neta. O sea, tienen veintidós, veintitrés años, ¿Qué necesidad de amarrarse a alguien desde ahorita?
–Lo dice quien sigue con su novia de prepa.
–Nop, tú eres mi novia de prepa, Nadia es con quien te ponía el cuerno. –reí.
–Descarado.
–Pero volviendo al tema, siempre creí que Alex y tú iban a terminar juntos.
Fingí que eso no me afectó.
–Sí, mi hermano dijo lo mismo.
–¿Juan? –asentí. –¿Cómo está?
–¡Bien! Anda viviendo en Mérida...
–¡May, ya llegó Alonso! –alcancé a escuchar la voz de Santiago antes de sentir unos brazos en mi cintura.
–Feliz cumpleaños. –su perfecta voz sonó en mi oído.
Me giré con una sonrisa y él no perdió nada de tiempo en juntar su boca con la mía, con fuerza, su mano fue a mi nuca, apegándome a él lo más posible. Si no fuera por lo mucho que lo estaba disfrutando, me habría sorprendido. Incluso cuando nos separamos, su mano no se despegó de mi cintura.
–Gracias. –murmuré algo mareada. Él sonrió satisfecho y dejó un beso más en mi nariz.
Me giré a ver a Axel, que nos miraba con los ojos como platos, aun con su sonrisita digna de comercial.
–¡Guau! –exclamó con una risa. –Eso no me lo esperaba.
Entonces sí me sorprendí al darme cuenta de que Alonso me besó así sólo porque estaba Axel. Eso sin duda era algo celoso y posesivo y... no me molestaba en lo absoluto.
–Axel, él es Alonso, es mi... –me interrumpió la mano de Alonso, que dio un apretón en mi cintura. Lo miré con el ceño fruncido, pero su rostro ni se inmutó.
Eso ya no me gustó tanto.
–Ya vi. –concluyó Axel divertido.
–Él es Axel, íbamos juntos en prepa.
Axel me miró entrecerrando los ojos, en silencio, como si esperara algo más. Cuando no dije nada soltó una risita.
–No, no, no, no. A ver, no me niegues. Fuimos novios.
Alonso me apegó más a él.
–¿Fueron novios? –preguntó alzando las cejas.
–En prepa. –me apresuré a decir. –Hace... ¿Qué? ¿Cinco años?
–Estoy en tu historial, vive con eso. –reí.
–¿Y qué falló? –preguntó Alonso.
Axel y yo nos miramos.
–Éramos mejores amigos que novios. Somos. –respondí.
En el momento que Axel me había dicho eso lo tomé como un pretexto. Y ahora que lo decía yo, tomaba más sentido. Sí éramos buenos amigos, digo, seguimos hablándonos aun después de años, aun con que su novia me odia y Alex habla con trabajos con él. Nunca lo admitiré en voz alta, porque suena patético, pero él también es mi ex favorito.
No pasó mucho tiempo antes de que Nadia llegara y Axel y ella se fueran a otra parte de la azotea.
Rodee el cuello de Alonso con mis manos, él hizo lo mismo con mi cintura.
–Del uno al diez, ¿Qué tan celoso eres?
–¿Del uno al diez? –preguntó apegándome más a él. –Dos.
–No te creo. –entrecerré los ojos, él se encogió de hombros.
–Pues créeme. –sonrió. –Oye, te traje un regalo.
–¿De verdad? –asintió. –¿Qué es?
–Es sorpresa. Lo dejé escondido en tu cuarto.
–¿Me das una pista?
–Noup. Sólo no esperes mucho, no tuve tiempo de escogerte algo muy bonito.
–Va a ser bonito. –aseguré y me estiré para dejar un par de besos cortos en su boca. Él se encargó de alargarlos.
–¡Este debe ser Alonso! –exclamó la voz de Mariana.
Alonso se giró para mirarla y la maldije en primera, por interrumpirnos. Y en segunda, por vestirse mejor que yo. Es mi cumpleaños, yo soy la que debería lucirse.
–Mariana, mucho gusto. –dijo ella ofreciéndole su mano a Alonso.
–Es la novia de Alex. Prometida. –corregí.
–Hola. –saludó él tomando su mano.
–Oye, estoy ofendido. –se quejó Sago acercándose. –¿Sí le presentas a Mariana, pero a mí no? –me reí.
–Di por hecho que ya lo habías conocido cuando me avisaste que llegó. Alonso, él es Santiago.
–¿Él es el famoso Santiago? –sonrió Alonso en dirección a Sago y le ofreció la mano.
–¿Soy famoso? –entrecerró los ojos con una pequeña sonrisa. Alonso asintió, Sago estrechó su mano y me miró. –Te perdono.
–Me preguntó quién era cuando llegué. –contó Alonso rodeando mis hombros con su brazo. –Ni me dejaba hablar, empezó a adivinar y cuando por fin le dije mi nombre te empezó a gritar. –me reí.
–Es que te me hiciste conocido. –Sago se encogió de hombros.
–Mayte dice que eres músico. –comentó Mariana.
–Parece que también soy medio famoso. –Alonso me miró sonriente. Negué divertida.
–Ni te emociones, que quien le contó fue Alex. –él frunció el ceño, extrañado.
–Sí, pero quien no deja de hablar de Alonso eres tú. –dijo Alex acercándose con su guitarra, que toca cada diez años, en mano. –¿Qué onda, güey? –saludó, neutro. Alonso respondió al saludo con un asentimiento de cabeza.
No había logrado que tuvieran una conversación decente, pero un día que Alonso me llevó al departamento, Alex se disculpó con él por su actitud el día que se conocieron. Era algo. Alonso dijo que no había problema, pero era bastante obvio que no se caían bien.
–¿Y eso? –señalé la guitarra.
–No sé, Mariana me dijo que la subiera.
–Sí, es que... Quería ver si era posible que nos tocaras algo. –dijo ella poniendo una mano en el brazo de Alonso, fruncí el ceño. –O bueno, a Mayte, por su cumpleaños. Estaría padre.
Alonso miró la guitarra, pensando.
–No tienes que. –murmuré.
–No, sí. Sirve que compenso mi regalo todo chafa. –rio. –Nada más estaba pensando si estaba afinada. –miró a Alex, quien soltó aire.
–Mmta, no sé.
–Bueno, la afino yo. –dijo tomando la guitarra. Alex rodó los ojos y Mariana aplaudió alegre.
–Ven, siéntate acá. –lo tomó del brazo y lo llevó al centro de la azotea donde había un par de sillones y columpios. –¡Y tú apaga la música! –le ordenó a Alex. Lo escuché quejarse, pero igual obedeció a su novia.
Me quedé de pie junto a Santiago.
–Me cagas. Está bien guapo. –reí.
–Pero creo que es celoso.
–¿Por qué lo dices?
–Prácticamente me comió la cara en frente de Axel.
–Qué rico. –le solté un golpe en el pecho. –¿Qué? A mí eso no me molestaría.
Alex desconectó su celular de la gran bocina por donde todo el rato se escuchó una de sus listas de reproducción de Spotify e inmediatamente nuestros invitados empezaron a quejarse y a chiflar.
–¿Alonso va a tocar algo? –preguntó Paola sonriente mientras se nos acercaba abrazándose a sí misma.
Santiago abrió su chamarra, ella corrió a abrazarlo por la cintura, por dentro de la chamarra. Solo han hablado dos veces antes, Santiago inspira confianza en la mayoría de la gente que conoce.
–Sí, Mariana se lo pidió.
–¿Mariana? –alzó las cejas y asentí. –Órale.
La voz de Alonso se alzó por sobre los gritos de los demás. De algo le sirve ser maestro.
–Hola.
–¡Hola! –exclamamos Sago y yo con diversión, varios amigos de la escuela y el teatro rieron.
–Me llamo Alonso, soy amigo de Mayte y, pues, le voy a cantar una canción por su cumpleaños. Te quiero, May. Acompáñenme si la conocen.
Me dedicó una sonrisa cuando me dijo te quiero, lo intenté, pero no pude regresársela. Mientras Alonso recibía gritos y aplausos por parte de mis amigos, Paola y Santiago me miraron preocupados. La razón era por cómo se presentó. Como mi amigo.
–Seguro pensó que por aquí anda alguien de mi familia. No estamos listos para eso. –dije negando repetidas veces, no sé si tratando de convencerlos a ellos o a mí.
La canción que Alonso decidió tocar era una de Reik, no tan famosa como para caer en un cliché, pero sí lo suficiente para que la mayoría la conociera y se uniera, como pidió, formando un ambiente bastante agradable.
Me acerqué a Mariana silenciosamente. Me asustaba que de verdad intentara acercarse a mí, pero no podía ignorar esto.
–Oye. –dije acercándome un poco más, para que me escuchara. –Gracias, por esto.
Ella sonrió y me abrazó.
–Feliz cumpleaños.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro