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11. Ayer

–Estoy muy emocionada. –dije con una sonrisa enorme mientras servía leche en un vaso para preparar una malteada.

Yo era de esas personas que amaban su cumpleaños y que adoraban festejarlo. Lo intentaba. Me gustaba hacer fiestas. Lo cual era un poco raro, porque no era una persona muy social.

De niña nunca tuve una por dos razones. La primera; mi mamá no tenía dinero para hacernos fiestas grandes y segunda; aunque lo hubiera tenido, no lo habría hecho porque las odia.

–Se nota. –dijo Paola con una risita. –¿Va a ser en tu casa? –asentí y ella se giró para recargarse en la barra y mirarme.

El día iba bastante tranquilo. Además, íbamos a salir temprano porque la dueña iba a remodelar e iba a llevar a unas personas para que vieran el local.

–¿Van a ir tus hermanos?

–Noup. Juan regresó a Mérida y Paula va a tener una reunión con su suegra para darle la noticia del bebé.

Paola frunció el ceño.

–¿Apenas? –asentí.

–La mamá de Alfredo es más difícil que su papá.

–Qué desmadre. –asentí nuevamente. –Ya vas a tener veintidós, por fin después de tanto mentir va a ser cierto.

Sonreí, pero no le respondí. Tenía razón, todo el año me la pasé diciendo que ya tenía veintidós, y en realidad tenía veintiuno. Y probablemente ahora que cumpla veintidós diré que tengo veintitrés, ya es una manía que tengo.

–¿Y tú mamá?

–Ya sabes que detesta a Alex.

–¿Y por eso no va a ir a tu cumpleaños?

–Por mí mejor. –caminé a la barra. –¡Claudio! –grité y pronto un muchacho se acercó a recoger su bebida. –Que la disfrutes. –volví a girarme con Paola. –Los amo a los dos, pero Alex siempre encuentra la manera de ser educadamente grosero con ella. Y ella le tiene cada vez menos paciencia.

–¿Educadamente grosero?

–Es que... No le falta al respeto como tal, pero la cuestiona y es un poco sarcástico con ella. Y luego yo soy la que la tiene que aguantar cuando se queje de él.

–Ella te aguantó a ti en su momento, ¿No?

Hice una pausa procesando su pregunta y si estaba insinuando algo con ella. Ella sólo sabía que a mí me llegó a gustar Alex y que él era el novio de la chava que me bulleó de niña.

–No... De hecho, no.

Todo el asunto de Alex había sido secreto. Los únicos que estuvieron enterados eran mis hermanos, solo porque nunca me atreví a decirle a Santiago y si me quedaba sin decirle a nadie me iba a volver loca. Por mucho tiempo estuve en un estado de desesperación, sintiéndome tremendamente sola e impotente porque no podía contarle a mi mejor amigo cómo me sentía. Si no puedes hablar con tu mejor amigo, ¿Entonces con quién? Bien pude haber inventado un nombre o sencillamente no mencionar a Alex. Pero Santiago nos conocía muy bien a los dos. Y yo prefería que no se enterara en mucho tiempo. O nunca, para ser sincera. Sabía que, si algo pasaba entre Alex y yo, Santiago estaría de mi lado. No era como que quisiera que entre él y Alex también hubiera problemas.

–El punto es que el domingo voy a ir a desayunar con mi mamá y mi hermana.

–Bueno... ¿Y Alonso?

–¿Alonso qué?

–¿Va a ir? ¿Lo invitaste?

–No, pero voy a verlo al rato. Le voy a decir. –ella asintió sonriente.

–¿Y Alex cómo se tomó todo ese asunto?

–Pues... No le agrada mucho Alonso, pero... No le agrada. –resumí.

Asintió lentamente.

–¿Y cómo va lo de su boda? –suspiré.

–¿De Alonso y mía?

–De Alex, tonta. –dijo con una risa.

–Mariana dice que van a disfrutar del largo compromiso. –arrugó la cara, pero al instante la relajó.

–Eso es bueno, ¿No? Le da tiempo a Alex de arrepentirse.

Ya no sentía mis pies.

Cuando estuvieron repartiendo puestos, yo escogí el de mesera porque sonaba como lo más sencillo. No lo era.

Como parte de evaluación continua de Administración, Contabilidad y Comportamiento Organizacional, a final de año se armaba una kermesse dentro del campus y todos los alumnos de último semestre teníamos que atender un puesto de comida.

–Ya me harté. No dejan de llegar. –suspiré cuando llegué a la parte de atrás de la carpa, donde era nuestra "cocina", mientras esperaba a que me dieran la siguiente orden.

Fernanda me miró imitando mi acción.

–Piensa que mientras más gente llegue, más dinero tenemos. Va para tus ahorros.

–Buena motivación.

–¡Dos gringas con todo!

–¡Son mías! –corrí a recoger mi orden para llevársela al cliente.

Fernanda estaba siendo encargada de cocina. Básicamente lo único que hacía era dar órdenes. De repente también tenía que preparar una que otra cosa o ayudar en la caja. Lo estaba haciendo bien, era buena líder.

A pesar de no haber tenido éxito en conseguir amigas, Fernanda era la única a la que podía llamar así. Y la adoraba. Era la mejor confidente en todo lo respecto a Alex. Después de que empecé a ser novia de Ángel, no volví a tocar el tema de Alex con Santiago, sobre todo porque se volvieron amigos y podía ser incómodo.

Fernanda me aconsejaba muy bien siempre, cada vez que le contaba algo de Alex siendo coqueto me decía cómo alejarlo sin ser tan pasiva-agresiva como solía ser. Y Alex se había dado cuenta, por lo cual, automáticamente empezó a odiarla.

Además, ella tenía un pequeño crush con Axel. No lo había admitido frente a mí, pero me daba cuenta por la sonrisa que le salía cuando lo veía entrar al salón. Era algo raro, porque Axel se portaba algo cariñoso conmigo en público, en especial en la escuela, donde Alex podía vernos. Y bueno, Fernanda también. No sabía si hacerle saber que yo ya era consciente de que ella quería con mi novio o pretender que no sabía nada. Me encontraba pensando eso continuamente.

Di un pequeño respingo cuando sentí la mano de alguien en la bolsa de atrás de mi pantalón. No tuve que voltearme para reconocer el aroma de Alejandro.

–Oye. –me quejé mirándolo molesta. Él sacudió el trapo que anteriormente estaba en mi pantalón con una sonrisa inocente.

–Yo no tenía, ahorita te lo devuelvo.

Lo seguí con la mirada hasta que desapareció por el pequeño pasillo que lo llevaba a la carpa. Pasillo por donde acababa de entrar Axel y nos miraba con una expresión poco amigable.

–Agarró el trapo. –casi grité. No sé porque tuve la necesidad de aclararlo.

–Sí vi. –se limitó a responder.

No había razón para que se molestara, lo vio todo y no pasó nada. Pero me había hecho sentir mal su tono al hablar.

El resto del día pasó muy lento. Por más que trabajaba y trabajaba, el tiempo no avanzaba. Lo peor es que entre los demás meseros me ganaban los pedidos. Me tenía que conformar con limpiar mesas. Y de estar entre tantos tacos, ya no iba a querer probarlos de nuevo jamás.

–Oye, descansa tantito. –dijo Axel cuando entré a la cocina por la escoba, él estaba tranquilamente sentado en una silla.

–Un niño tiró sus palomitas que, por cierto, compró en otro puesto. –él tomó mi mano y me sentó en su regazo.

–Deja que Nadia lo haga. Tú no te has estado quieta desde las nueve.

–¿Y yo por qué? –preguntó Nadia alzando una ceja, estaba sentada frente a él.

–Porque tú llevas media hora ahí sentada.

Nadia miró a Fernanda en busca de apoyo, pero obviamente, Fernanda estuvo del lado de Axel.

–Tiene razón. Haz relevo con Mayte.

Nadia bufó, pero obedeció y se levantó, me arrebató la escoba y se fue.

–¿No tienes hambre? Ni siquiera desayunaste. –dijo Axel pasando una mano por mi pierna. –Le puedo pedir a Alex que te traiga unos campechanos.

Alex, que estaba cerca pidiendo una orden, se limitó a mirarnos con disimulo, sin decir nada. No le decía nada a Axel, ni siquiera en clases en las que estuvieran solos los dos. Ya no se hablaban.

–No estoy para tacos ahorita. –murmuré.

–Podemos ir al Oxxo aunque sea por un sándwich o un hot dog.

–¿Vamos a McDonald's? –pregunté con una sonrisa. –Se me antojaron unas nuggets.

–Pero ese está más lejos, vamos saliendo.

–¿Cuánto falta para eso?

–Dos horas. –dijo Fernanda. Estaba en todo.

Hice un puchero, que Axel besó.

–Come un taco, anda. –negué. –O vamos a la cafetería.

–Menos. Hoy está prohibido poner un pie ahí. –él rodó los ojos.

–Algo de la maquinita, aunque sea.

–No. –me levanté de su regazo. –Si me pongo a trabajar se me pasa más rápido.

–¿Segura? –preguntó tomando mi mano y entrelazando nuestros dedos. Asentí. –Si tienes hambre me avisas.

Levanté la mirada ligeramente y mi mirada se cruzó con la de Alex, él la bajó y se pasó la lengua por los labios de forma nerviosa, luego volvió a mirarme con los ojos entrecerrados. Como si de verdad le preocupara lo que hiciera con mi novio.

Le di un beso largo a Axel.

–Te quiero. –susurré al separarme.

No pretendía mentir, pero al decirlo sentí como si lo hubiera hecho.

–Yo a ti.

Cuando volví a ver a donde estaba Alex, él ya no estaba ahí.

–¡Buenos días! –exclamé alegre cuando Alonso salió de la escuela. Sonrió con el ceño algo fruncido por el sol que le daba en la cara.

Amaba que este hombre me recibiera con una sonrisa siempre.

–¿Qué haces aquí? –preguntó llevando sus manos a mi cintura para después darme un largo beso en los labios.

Podría besar a dos muchachos diferentes en seis funciones por semana, pero el cariño que me transmiten esos de Alonso, no lo encontraba en otros. No recordaba claramente si lo hacía con los de Alex y, la verdad, no quería molestarme en intentarlo.

–Te traje... –metí mi mano por la ventana de mi carro y saqué el vaso. –Un café de adulto. –reí y él sonrió a tomarlo.

–No tienes idea de cómo lo necesitaba. Te adoro. –dijo dándole un trago, su otra mano seguía en mi cintura.

–¿Estabas en clase? –negó.

–Están en receso, ¿Tú? ¿Saliste temprano?

–Ajá, van a remodelar y están revisando que el espacio sea apto y todo eso. –asintió. –Oye, el próximo viernes es...

–Tu cumpleaños. –me interrumpió y fruncí el ceño.

–Te lo aprendiste.

–Me lo has recordado casi diario desde que empezó el mes. –se burló.

–Claro que no.

–Te juro que sí.

–Bueno, da igual. El punto es que Alex y Sago me van a hacer una reunión en el departamento y me gustaría que fueras.

–Claro. Pero llegaría tantito tarde porque voy a estar con los chavos antes. –asentí.

–Está bien. Igual va a ser después de que salga del teatro.

Alonso se juntaba por lo menos una vez a la semana con unos amigos a intentar ponerse de acuerdo para componer algo, a pesar de ser con sus roomies, a quiénes veía diario, esas juntas eran sagradas. Según lo que él me había contado, era bastante difícil por los gustos de cada uno; a Alonso le gustaban las baladas románticas mientras que sus amigos preferían de un estilo más urbano.

–¿Quieres que yo pase por ti al teatro? –negué.

–Alex lo va a hacer.

Me arrepentí de decir eso cuando Alonso alzó las cejas, casi rodando los ojos, ante la mención de Alex. Pero bueno, mejor eso a mentirle.

El timbre sonó, indicando el final del receso de los chavos de la secundaria y mi visita a Alonso.

–Te dejo. –caminé para rodear el carro y subirme de nuevo, pero Alonso tomó mi mano y me atrajo a él.

–¿Y si mejor te quedas?

–¿Cómo crees? Tienes clase.

–Ya sólo es una hora. No tienes nada que hacer después, ¿Verdad? –negué.

–¿Pero se supone que te espere aquí afuera y ya?

–No, ven a ver mi clase. –reí.

–¿Se supone que puedes meter a cualquiera a tu clase? –pregunté irónica.

–No eres cualquiera. –dijo con un guiño. Me reí y dejé un beso en su mandíbula.

No estaba tan alto como Alex, pero igual tenía que levantar la cara para verlo.

–¿Eso te funciona con todos tus ligues?

–Sí, por lo general. –rio y bajó el rostro para darme otro beso cortito. –Vamos. –tiró de mi mano con dirección a la secundaria.

–¿Qué? ¿Es en serio?

–Sí.

–¿Te dejan hacer eso?

–Oye, algún privilegio he de tener.

¿Cómo un muchacho de apenas veintiún años podía ser profesor de música? Sencillo. Con un abuelo como director de la escuela.

Cerré bien las ventanas de mi coche y lo acompañé a la recepción. Una vez dentro soltó mi mano, pues de inmediato la mirada de una mujer ahí cayó sobre nosotros.

–¿Alonso? –preguntó la mujer, pasando la mirada entre él y yo.

Obviamente no lo dijo tal cual, pero el cómo lo preguntó sonó más bien como un "¿Y esta qué?"

–Sandra, ella es Mayte. Es actriz y cantante, me va a ayudar con mi clase.

Ah, caray. Soy cantante.

–¿Ya le avisaste al señor Víctor?

–Claro. –dijo sin titubear.

Por la cara que dejó la mujer, no le creyó.

–¿Le hablo?

–Para cuando te pueda contestar ya habrá terminado mi clase, Sandy.

Alonso no esperó a que Sandra respondiera y me abrió la puerta de cristal que daba al patio. Todos los chavos se dirigían a los salones. Me giré con Alonso.

–Yo no soy cantante.

–Y yo no soy maestro y aquí estoy. –se burló. Lo miré mal. –Ay, sí sabes cantar.

–De saber cantar a ser cantante hay mucha diferencia.

–Pero... –dijo alargando la primera vocal. –Eres una gran actriz, puedes actuar como si lo fueras.

–¿Por qué todos piensan que diciendo eso voy a fingir lo que quieran? –dije arrastrando las palabras.

Seguí a Alonso hasta uno de los salones, que era muchísimo más grande que cualquiera en el que haya estado. No todos los estudiantes estaban sentados, la mayoría estaba hablando, jugando con sus celulares y un par de chicos saltando sillas en fila. Sólo uno de ellos estaba sentado frente al teclado de Alonso, tocando. No podía escuchar que tocaba porque traía audífonos puestos, pero de entre todos los chavitos ahí, que hacían ruido y no se estaban quietos, fue el que llamó más mi atención. El que estaba tranquilo frente al teclado.

Alonso cerró la puerta detrás de nosotros e inmediatamente una niña de quizá unos catorce años se le acercó sonriente.

–Profe, traigo una lista de canciones que me quiero aprender.

–¿En piano? –preguntó Alonso pasando una mano por mi espalda para empezar a caminar al frente del salón donde estaba su teclado.

Noté como la niña no pasó por desapercibida esa acción.

–Algunas. Hay una de Elvis que quiero sacar en ukelele.

Apostaría lo que fuera a que era Can't Help Falling in Love. Básica.

–Tendrías que tomar clases de ukelele aparte, Fátima.

–Pero tú sabes tocar ukelele, ¿No? Puedes darme clases particulares.

Miré a Alonso para ver su reacción. Ni se inmutó.

–Lo vemos luego, ¿Sí? Vete a sentar.

Sin embargo, la niña no obedeció. Se quedó ahí de pie viéndome mientras Alonso sacaba un cuaderno lleno de partituras de su mochila. Le dediqué una pequeña sonrisa a la niña, que seguro se vio falsa, y ella no la respondió. Se le quedó viendo a Alonso con semblante serio.

–¿Es tu novia, profe?

Alcé ambas cejas con una pequeña sonrisa. La niña era directa.

Alonso no le prestó mucha atención, sacó un par de sillas de una pila de atrás y las dejó a un lado del escritorio, donde estaba su teclado. El chico seguía tocando, absorto del ruido de sus compañeros y la presencia de Alonso.

–Ahorita la presento. Por favor, siéntate.

–¿Entonces sí?

Alonso suspiró.

–No, Fátima. No es mi novia, ¿Ya te puedes ir a sentar?

Intenté no darle importancia a su respuesta, no era como que pudiera decirle a su alumna que sí era su novia y nada más por eso estaba ahí.

La niña sonrió satisfecha y no se molestó en volver a mirarme para regresar a su asiento. Alonso me miró presionando los labios.

–Ella es muy buena, muy dedicada... Pero a veces me llega a hartar un poquito. –murmuró. Sonreí divertida.

–Le gustas. –frunció el ceño.

–Tiene catorce años.

–Y tú veintiuno, no es tanta diferencia. Si yo fuera ella pensaría que tengo chance contigo. –él sólo negó divertido.

Le quitó uno de los audífonos al chico y se lo puso él. El chico ni se inmutó, probablemente eso ya era algo común.

–Esa no es la que te dejé de tarea. –dijo Alonso mirándolo.

–No, pero me gusta más que la que me dejaste. –dijo sin dejar de tocar.

Aunque tuviera un profesor tan joven, jamás le hablaría de tú.

–Siéntate, ahorita la checamos.

El chico obedeció sin decir nada. Me miró, pero se limitó a sonreír de forma amistosa, a lo que respondí con otra.

–¿Sabes? Estaba esperando que dijeras algo como "No, ella no tiene ninguna oportunidad conmigo porque resulta que estoy algo, muy, clavado con una actriz que conocí en una cafetería" pero bueno, entiendo las indirectas. –siseé.

Él soltó una carcajada que hizo que varios alumnos lo miraran, sólo para que después ellos también rieran. Cuando lo hicieron, Alonso intentó ponerse más serio, sin tener mucho éxito.

–A ver, el que no esté en su lugar callado y sentado a la de tres, pasa primero a cantar. Una...

De inmediato, todos corrieron a sus asientos con urgencia. Como si en lugar de cantar, fueran a ser obligados a saltar desde la azotea.

–Dos, tres.

Un chico, que se quedó de pie con la pierna atorada en una correa de mochila y no llegó a su lugar, se le quedó viendo a Alonso con la cabeza ladeada.

–No se vale.

–Alan, ¿Qué canción te dejé? –preguntó mientras revisaba una libreta donde tenía las listas, de asistencia, supongo.

El chico se quitó la correa de la mochila y caminó a uno de los asientos y levantó una guitarra.

–Yesterday.

–Okay. Acá, al lado, por favor. –el chico caminó hasta al frente del salón con su guitarra en mano. –Mientras, les presento a Mayte. –levanté una mano en forma de saludo. –Mayte es actriz y cantante, y hoy vino a ver nuestro trabajo.

–¿Eres famosa? –preguntó una niña, que casualmente estaba sentaba junto a Fátima.

–Pues... No, no soy famosa como tal.

–¿En qué has salido?

–Casi puras obras de teatro.

Y cortometrajes también, pero no es momento de presumir.

–¿Y sí cantas? –preguntó Fátima.

–Claro.

–Que cante entonces.

–A ver, no. Yo les dije que viene a ver nuestro trabajo y ya. –dijo Alonso.

–No me molesta. –murmuré mirándolo.

–¿Quién te entiende? –nos reímos. –Bueno, eh...

–¿Te sabes la de Yesterday? –preguntó el tal Alan a nuestro lado. Ya estaba sentado con la guitarra preparada. –Es de los Beatles.

–Por supuesto.

–Alan, esa es tu tarea.

Como me habría gustado que me dejaran tarea de The Beatles cuando llevaba música.

–Pero yo ni sé cantar. Puedo tocar, que ella cante.

Miré a Alonso esperando su autorización. Él me miró por un par de segundos para terminar asintiendo.

–Cárgame, por favor. –supliqué a Juan cuando estacionó el carro frente a casa.

–No, ya estás grande.

–Pofavooooo.

–Que hables como bebé no te quita los kilos de encima, hermana. –abrí la boca indignada y le di un golpe en el brazo. –Ay.

–Grosero, ¿Qué vamos a comer? –pregunté mientras bajábamos del carro y caminábamos a la casa.

Generalmente Paula era quien hacía de comer y hoy se había quedado en la escuela con Alfredo. Con ella fuera y mi mamá trabajando hasta tarde, Juan y yo teníamos la casa para nosotros solos toda la tarde, lo más seguro era que los dos nos quedáramos encerrados en nuestros respectivos cuartos leyendo y jugando.

–A ver, quítate. –exclamé empujándolo cuando se distrajo con algo en su celular y ni siquiera le atinó a la cerradura con la llave. Le arrebaté la llave y abrí yo. –¿Qué tanto ves que andas todo distraído?

–Nada, sólo que... ¿La conoces?

Me enseñó la pantalla de su celular. Estaba en Instagram, en el perfil de una chica que seguía, una tal "DalPic".

–Sago me enseñó su perfil, tiene fotos padres. –me encogí de hombros y entré a la casa. Juan entró detrás de mí y cerró la puerta.

–Entonces no la conoces.

–No, sólo sé que es de Yucatán. Creo.

–Está hermosa.

–Háblale. –me asomé por la puerta de la sala. –¿Jugamos Play?

–De hecho, tengo tarea. Nada más como algo rápido y regreso al campus. –caminó a la cocina.

–¿Me haces un hot dog?

–No mames, háztelo... Guau. –exclamó en un susurro cuando estuvo de pie frente a la puerta cerrada de la cocina. Sus ojos se abrieron a más no poder y se tapó la boca con ambas manos, sorprendido.

–¿Qué? ¿Qué pasó? –pregunté divertida con su reacción.

–Ahí está mamá.

–Se suponía que estaba trabajando, ¿No?

–¿Entonces quién se está besando con León?

–¿León? ¿QUE? –prácticamente corrí a la puerta a asomarme.

La puerta de la cocina era de madera, pero tenía una ventana en ella con forma de cuchara, por la que podía ver perfectamente. Mi mamá estaba de pie frente a la estufa riéndose de algo que decía León, que estaba sentado sobre la mesa. De vez en cuando se le acercaba para dejar uno que otro beso en su boca. Besos cortos, cariñosos, parecían un matrimonio de años.

No sabía que era más grande, si mi sonrisa o mi emoción.

León era esa persona que había apoyado en absolutamente todo a mi mamá. Se conocían desde la primaria, eran tan cercanos que la había hecho de nuestro papá gran parte de nuestra infancia. No iba a los eventos de Navidad o del día del padre, porque para eso estaba mi abuelito, pero León era quien nos recogía de la escuela, cuando nuestra familia no podía cuidarnos él lo hacía, nos consentía mucho.

Conocíamos a León de toda la vida y nunca se me ocurrió que estuviera enamorado de mi mamá. Incluso pensaba que su relación era parecida a la mía con Santiago. Con todo y la homosexualidad incluida, nunca le conocimos una novia a León. Ahora veo por qué.

Sonreí cuando volví a ver a Juan, que seguía shockeado.

–¿Crees que sean novios?

–No lo sé. –se pasó las manos por el cabello y entró a la sala. Lo seguí.

–¿Llevaran mucho tiempo así?

–No sé.

–¿Y si se casaran? ¿Te imaginas, Juan? Seríamos como una familia de verdad.

Mi hermano se giró a verme con el ceño fruncido. Me extrañó ver esa reacción, por lo que mi sonrisa se borró y esperé a que dijera algo.

–Somos una familia de verdad.

–Ya sé, pero me refiero a mamá y papá y eso.

–Mayte, esto no es algo bueno. –dijo lentamente, como si fuera tonta y no fuera a entender. –¿Cuándo fue la última vez que mi mamá tuvo un novio de verdad? ¿Algo serio? –no respondí. –Nunca. Hombre que besa, hombre que desaparece de nuestras vidas. Y ahora va y se mete con lo más parecido a un padre que he tenido.

Me quedé callada. Vaya diferencia de impresiones.

–Pero... A lo mejor ahora sí va en serio. –murmuré.

–Mi mamá nunca va en serio con nadie.

–Pero a León sí lo quiere.

–Por eso mismo quisiera saber qué chingados está haciendo. –siseó. –Mayte, no quiero que te vayas a ilusionar con esto, eh. Lo más seguro es que no sea diferente de los prospectos anteriores. –fruncí el ceño viendo a mi hermano.

–Okay. –susurré. Él asintió y sin esperar más caminó fuera de la sala y fue a su cuarto.

Cuando salí al pasillo con la intención de ir al mío, me encontré con León, alegre.

–Hola May. –intenté sonreírle. –A que no adivinas lo que encontré el otro día. –dijo sacando su celular, segundos después me lo extendió.

Era una foto de mis hermanos y yo, estábamos muy pequeños. Probablemente Paula tendría ocho años, Juan cinco y yo uno. Estábamos disfrazados de los hermanos Darling de Peter Pan, Paula era Wendy, Juan era John, lo que no fue coincidencia, y yo era Michael, siendo una bebé era fácil hacerme pasar por niño.

Miré a León que observaba la foto maravillado y las palabras de mi hermano resonaron en mi cabeza.

Quizá no había lazos de sangre con él, pero si mi mamá hacía lo mismo que hacía con sus novios con León, iba a romper todos los lazos que hemos ido formando con él a base de momentos auténticos. Mi cuerpo tembló ante la idea, un nudo se formó en mi garganta. No quería llorar, llevaba bastante tiempo evitando hacerlo, no me gustaba ni siquiera pensar en eso.

Respiré hondo repetidas veces para tranquilizarme y que el nudo desapareciera, pero mientras más lo hacía, sentía menos aire entrando a mis pulmones. Lo cual, obviamente, me asustó. Empecé a hiperventilar, tomé grandes bocanadas de aire y de todas formas sentía que me asfixiaba. Mis manos me empezaron a hormiguear, tanto que ni siquiera sentí la tela de la camisa de León cuando la tomé entre mis dedos. Me aferré ella con fuerza cuando sentí mareos, sin comprender lo que me estaba pasando.

Mis rodillas comenzaron a fallar, León me miró asustado y trató de sostenerme por los antebrazos, pero fue inútil, parecía que una fuerza más allá de la gravedad me atrajera al suelo.

–Mayte, ¿Qué pasa? ¿Qué tienes? –su voz sonó distante, teñida de pánico.

¿Qué tengo? ¿Por qué pasa esto? ¿Me estoy muriendo?

–¡LAURA!

Sentí que pasó una eternidad antes de que mi hermano y mi mamá se acercaran. Mi mamá se arrodilló a mi lado y me gritaba cosas mientras con sus manos sostenía mi rostro, lo sé porque la veía aun con la vista nublada, pero no sentí nada. Juan seguía de pie, caminando de un lado a otro con el teléfono pegado a la oreja, mirándome de reojo.

Podía verlos, pero no los escuchaba, en su lugar sólo un molesto pitido. ¿Por qué no puedo caer inconsciente y ya? ¿Qué es esto?

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