10. A tu Lado
–No puedo creer que sigas castigada.
–Me fui sin su permiso, es normal que esté enojada.
–Ya pasó más de un mes, que por lo menos te deje revisar los resultados.
Un mes sin salir más que para la escuela, sin celular, sin computadora o televisión. Sin poder ver a Santiago más que cuando iba a visitarnos a la escuela.
–Vamos a las computadoras, ahí podemos ver tu resultado. –propuso Alex girándose por completo en su asiento.
–Mi mamá habló con el coordinador del laboratorio de cómputo. Sólo me deja pasar para hacer tareas y está pendiente de lo que hago. El otro día abrí YouTube para escuchar música mientras la hacía y me acusó con mi madre.
–¿Por eso viene por ti en la salida?
–Exacto.
–¡Alejandro! –exclamó la profesora, Alex se giró poco a poco para ver al frente del salón.
–Hola. –saludó, provocando las risas de nuestros compañeros.
–¿Qué dije?
–Alejandro. –respondió él, simple. Los demás volvieron a reír.
–Deja de hacerte chistosito, a la próxima te pongo falta. –espetó ella molesta. –Y siéntate bien. La clase está en frente, no en la banca de Esparza.
Intenté ignorar el comentario de la profesora y todos los ruiditos que hicieron mis compañeros mientras me concentraba en volver a copiar lo que estaba en el pizarrón. Alex y yo salimos juntos del salón cuando la clase acabó. Pasamos al lado de Mariana, pero ni Alex ni ella se miraron.
–¿Todo bien con Mariana? –pregunté. Él me miró con el ceño fruncido.
–¿No te conté? Terminamos, hace como dos semanas.
–¿Y eso? –se encogió de hombros.
–Pensó que le ponía el cuerno.
Lo miré entrecerrando los ojos.
–¿Y no?
–No. –dijo con una risita. –No con quien ella piensa.
–¿Entonces?
–Piensa que con Gemma.
–¿Gemma? ¿Con la que tienes química?
–Oh, vaya que sí. –dijo divertido, le di un codazo.
–Me refería a la clase, tarado. –soltó una carcajada, lo cual me molestó más.
–También yo.
Bajamos las escaleras de recepción y justo en frente de la escuela ya estaba mi madre.
–Bueno... Me voy.
–Te acompaño.
–Pero mi mamá ya está allá.
–Te acompaño a tu carro.
Y me acompañó a cruzar la calle hasta llegar al carro de mi mamá. Su cara estaba serena hasta que nos vio acercarnos.
–¿Pensaban irse de pinta otra vez? –preguntó alzando una ceja. Alex sonrió educado.
–Qué gusto verla otra vez.
–Sigo enojada contigo, Alejandro. No empieces.
Alex se recargó en la puerta del copiloto y se asomó por la ventana para hablar con mi mamá.
–Señora, mi intención no es decirle como ser madre porque claramente no es algo que yo sepa hacer...
–Claramente. –concordó ella.
–Pero subieron los resultados de la audición de Mayte a Internet la semana pasada, estaría padre que la dejara por lo menos ver si se quedó en la escuela.
–¿Estaría padre? –dijo alzando las cejas con sarcasmo. Alex sonrió, escondiendo que perdía la paciencia.
–Mire, entiendo que esté enojada con nosotros, nos saltamos una clase y estuvo mal, pero por lo menos yo, no me arrepiento. –mi mamá estuvo a punto de hablar, pero no la dejó. –Si no la hubiera llevado yo, ella se habría ido sola y eso era muchísimo más peligroso.
–Tanto como que se fueran los dos, regresaron casi en la madrugada.
–Porque la audición se alargó. –me quejé. Alex me miró negando ligeramente con la cabeza y decidí callarme.
–Con todo respeto, señora, si usted la hubiera visto actuar en la presentación que hizo el año pasado también la habría llevado. Sólo quise darle el apoyo que ella no recibió en lo que le gusta.
–¿Insinúas que no la apoyo? –dijo mi mamá frunciendo el ceño. Alex la imitó.
–¿Lo hace?
Mi mamá no respondió, por lo que decidí despedirme de él y subir al carro. Mi mamá arrancó y la mitad del camino estuvo en silencio. Hasta que ella lo rompió.
–Creo que odio a ese niño. –no respondí. –¿Quién se cree?
Ni siquiera me molesté en apartar la mirada de la ventana. Era como cuando se quejaba de algún novio suyo, sólo tenía que dejarla desahogarse.
–Me gustaría prohibirte que lo vieras. –esta vez sí la miré, frunciendo el ceño. –Pero sé que eso no va a pasar. –no respondí. –Se ve que te quiere.
–Somos amigos.
–Yo no dije otra cosa. –sentí mi cara caliente, así que volví a ver por la ventana. –Lo que más odio de él es que tuvo razón.
Nuevamente me giré a verla, sorprendida.
–¿Eh?
–Tiene razón. Si no te hubiera llevado él, habría sido muchísimo más peligroso. Pero de todos modos, los dos solos en la calle fue un riesgo. Y tú no deberías irte sola por ahí como si nada.
–Ya no somos niños. –murmuré. –Y a él también lo castigaron, ya no lo dejan usar el carro de su hermana.
–Está bien. –dijo asintiendo. –Mira, te voy a levantar el castigo...
–¿En serio?
–Sí, pero hasta el fin de semana. Espero que entiendas lo mal que estuviste. –asentí. –Y yo ya entendí lo mal que estuvo no apoyarte, yo fui la que te debió llevar.
No pensaba contradecirla.
–Y te pido perdón. –dijo mirándome de reojo.
Alcé las cejas. Mi mamá pedía perdón a alguien cada mil años. Asentí con una sonrisa.
–Y te prometo que, si te quedas en esa escuela, te voy a apoyar. –mi sonrisa creció aún más. –Claro que si cambias de opinión y prefieres estudiar otra cosa, como para abogada o...
–Mamá. –la interrumpí. –Gracias.
La tarde transcurrió normal. Paula y Juan pasaron la tarde en la universidad y mi mamá la pasó preparando su clase del día siguiente. Llevaba toda la vida viéndola y aun no me convencía de que daba clases a niños de kinder. Cuando terminó ambas hicimos la comida y después jugamos Uno. Creo que nunca había pasado una tarde tan tranquila con ella.
Cuando llegó la hora de irme a dormir, sólo me puse mi pijama y me puse a releer uno de mis libros favoritos. Estuve leyendo tranquila acostada un rato hasta que un ruido en mí ventana se hizo presente. Dejé el libro de lado para prestar más atención y confirmar que no era mi imaginación. Volvió a sonar, alguien la estaba tocando, no estaba loca. Me levanté para acercarme a ella, con algo de miedo, lo admito. ¿Quién va a estar tocando mi ventana a las diez de la noche?
Al mover las cortinas, la feliz cara de Alex se hizo presente.
–¿Qué haces aquí? –pregunté sin abrirla.
No respondió, pero de la bolsa de atrás de su pantalón sacó un periódico hecho rollo.
–No te castigaron leer, ¿Verdad?
Abrí la ventana y él no tardó nada en entrar. Mi casa era de solo un piso, por lo que no le supuso ningún problema.
–¿Qué es eso?
–Esto, mi hermosísima Mayte, se llama periódico. En la antigüedad se usaba para enterarse de lo que pasaba en el mundo.
–Tarado. –rodé los ojos divertida. –Reformulo mi pregunta, ¿Por qué traes un periódico a mi casa a las diez de la noche?
Me miró frunciendo el ceño, pero la sonrisa no abandonaba su rostro.
–¿En serio no sabes?
–¿No sé qué?
Él abrió el periódico en una página que no tenía ninguna imagen, puras palabras.
–Aquí también puedes saber el nombre de los alumnos que entraron a escuelas como el politécnico nacional, la UNAM, la escuela nacional de artes dramáticas...
–No inventes. –exclamé tapándome la boca con ambas manos.
Creo que ni siquiera el día de la audición sentí tantos nervios.
–No invento. –rio. –Te habría dejado que tú misma te buscaras, pero mi mamá fue la que lo leyó primero y se tomó la libertad de remarcarlo. Está emocionada por ti. –dijo extendiéndome el periódico.
Lo tomé con mis manos temblorosas y al verlo, lo confirmé. Entre tantas palabras resaltaban tres que estaban bajo un marcatextos naranja: Mayte Esparza Gutiérrez.
–¿Me quedé? –mi voz salió en un susurro.
–Si no lo hubieras hecho tu nombre no estaría ahí.
–Me quedé. –lo miré, él asintió sonriendo. –¡Me quedé!
Salté a abrazarlo con brazos y piernas, él me sostuvo con un poco de torpeza, pero después giró sobre sí mismo, haciéndome reír. O quizá reí por la emoción, no lo sé.
–¿¡Qué está pasando aquí?! –exclamó mi madre abriendo la puerta. Detrás de ella se asomaron mis hermanos.
De inmediato me solté de Alex, dejando mis pies en el suelo de nuevo. Miré a mi mamá asustada.
–No es lo que parece, señora. –se adelantó a decir él. Juan soltó una risita.
Ella sólo suspiró y lo miró molesta cruzándose de brazos.
–Tú necesitas límites, escuincle.
–No mames. –dijo Santiago tapándose la boca, sorprendido. Sonreí asintiendo.
–Su voz es hermosa. –dije recargando mi cabeza en el respaldo del sillón de la sala. Sago estaba acostado en mis piernas.
–No mames. –repitió y se destapó la boca. –Te mandó una nota de voz cantándote, lo traes de nalgas. –solté una carcajada.
No hombre, bueno fuera.
–El correo ya llegó...–se escuchó la voz de Alex cantar desde el pasillo fuera de nuestro departamento. –Anunciando su canción. Y gritó con emoción...–abrió la puerta, lo que nos permitió ver su expresión de diversión. –¡Correo! –alargó.
Cuando amanecía de buenas era más escandaloso que yo.
–¿Alguna vez yo les he hecho algo? –preguntó Santiago en un susurro, a nadie en especial. –¿O por qué me castigan así? Sólo quiero una mañana en paz sin que nadie cante. –me reí.
–¿Y esa canción? –pregunté a Alex.
–Es de Las Pistas de Blue; ventajas de ser tío de dos bebés. –sonrió. –Traje cafés. –dijo levantando la charola de cartón en su mano, procedió a servirnos. –Vainilla para Sago.
Este se enderezó para recibir su vaso. –Gracias, me lo merezco.
–Chocolate para May.
–Gracias. –murmuré, aunque se me había antojado el de vainilla de Santiago.
–Ah, y aprovechando, te llegó esto. –dijo sacando un sobre color azul cielo de su chamarra. Me lo extendió.
–Ah, ¿Era neta lo del correo? –preguntó Sago mientras le daba un sorbo a su café.
–Sí, aproveché para ver si había algo. –dijo sentándose en la mesa a tomar su propio café.
–Y también aprovechaste para abrirlo, aunque tenía mi nombre. –dije cuando vi que el sobre ya estaba roto. Alex no dijo nada. –Esto es ilegal, ¿Sabes?
–No, es ilegal robarlo, yo te lo acabo de entregar. –decidí ignorarlo y procedí a ver su contenido. –Oye, ¿Y cuánto lleva Paula de embarazo?
El sobre contenía nada más y nada menos que una impresión de un ultrasonido.
–¿Paula está embarazada? –preguntó Sago alzando las cejas. Asentí emocionada.
–Y aquí está la primera foto de mi sobrino, mira. –dije mostrándole la impresión. Él arrugó la cara.
–Eso parece una rata.
–¡No seas grosero con mi sobrino! –exclamé dándole un golpe. Alex soltó una risita. –Y tú eres un metiche, viste a mi sobrino primero que yo.
–Tenía curiosidad. –se defendió. –Dile que nos invite al baby shower.
–Claro, mi hermana te va a querer en su baby shower. –expresé con sarcasmo.
–Francamente, jamás he comprendido por qué me odia.
Estaba haciendo algo terrible.
Primero, él tenía novia. Aunque me detestara, igual que la novia anterior, seguía siendo la novia. Segundo, yo tenía novio. Tercero, se supone que yo no iba a volver a besarlo, éramos amigos. Cuarto, no nos iba a dar tiempo de llegar a nuestra foto de generación como no saliéramos del baño.
–Hey, cuidado con la toga. Es rentada–me quejé en su boca.
–Es que estorba. –murmuró Alex separándose un poco, lo suficiente como para bajar el cierre de la toga con tanta fuerza que creí que se iba a romper, para después quitarla de encima mío. –Carajo, uno espera que, al quitar la ropa de encima, debajo no haya nada. –solté una carcajada.
–¿Esperabas que estuviera desnuda debajo de la toga?
–Ciertamente no, pero ahora que lo dices...
Volvió a besarme y yo me encargué de quitarle su toga de forma menos violenta. Una vez que la toga tocó el suelo, él me tomó por las piernas para subirme a un lado del lavamanos. Una vez teniéndome ahí, abrió mis piernas para quedar entre ellas, esta vez fue directo a mi cuello.
–No vayas a dejar marcado...–murmuré cuando lo sentí succionar. Él hizo un ruido a modo de queja. Luego de separó de golpe, pero sólo por unos centímetros.
–Ya no aguanto. –exclamó para después desabrochar su cinturón.
–Hey, hey, hey. –dije un poco asustada, tomando sus manos para detenerlo. –¿Traes condón? –susurré, aunque no había nadie y habíamos atorado la puerta.
–La vez pasada no usamos. –me dijo echando la cabeza atrás, suplicante.
–Y nos vimos mensos. –suspiró.
–Tienes suerte de ser bonita. –me tomó de la nuca y me plantó un beso rápido en la boca, luego se miró en el espejo. –Maldita sea.
Tenía toda la boca manchada de mi lápiz labial. Rojo, para variar.
Me bajé del lavamanos, tomé una toalla de papel y la mojé un poco.
–A ver, voltea. –ordené. Él se quedó frente a mí, tomé su cara y empecé a limpiarle los labios.
Mentiría si dijera que tenerlo así, viéndome sin descaro alguno, no era una tentación.
–Esto no se repite. –declaré. Él hizo una mueca divertida.
–Ta bien.
–Es en serio.
–Sí, te creo. –rio. –Lo que no creo es que aguantes.
Di un paso atrás.
–¿Cómo?
–Nada, olvídalo. –se miró en el espejo, ya no había rastro de mi labial en su cara. –Traes tu labial en la mochila, ¿No? –asentí, él tomó otra toallita de papel para hacer exactamente lo mismo que yo con él.
–¿Piensas que no tengo control sobre mí misma en lo que a ti respecta?
–Yo no dije eso, pero si el saco te queda...
–Aguanto más que tú.
–¡No te muevas! –rio. Me quedé callada.
Yo estaba segura de tener razón, sobre todo porque venía aguantando casi tres años.
Lo miré con atención, ¿Qué tenía él que no tuviera cualquier otro? ¿Por qué no lo podía superar? Porque, no sé qué pasara por su cabeza cuando me besaba, pero yo sí sentía estarme enamorando cada vez más de él. Como si sus besos tuvieran algo de adictivo que me hiciera querer cada vez más y más. Cual droga, igual de destructivo. Era una tremenda locura, considerando que tenía un novio que me quería y me había tenido muchísima paciencia. ¿Por qué me complicaba tanto, dios mío? ¿Sería que me tenía que alejar de él para dejar de sentir eso?
–Quedaste. –dijo.
No esperé ni dije nada más. Apenas terminó de hablar salí del baño no sin antes recoger mi toga, que ya tenía el cierre roto.
Al salir del teatro lo primero que vi fue el carro de Alonso estacionado del otro lado de la calle. Él estaba fuera, recargado en él mientras escuchaba algo en sus audífonos y miraba al cielo concentrado. Probablemente escuchaba alguna canción, o quizás la música de alguna mientras pensaba en la letra.
Me tomé un par de minutos para admirarlo antes de que notara mi presencia. En algún otro momento de mi vida me habría sentido la mujer con más suerte del mundo porque un muchacho como él gustara de mí. Pero me sentía diferente. Igual y salíamos durante unas semanas y luego todo terminaría. Igual y nos llegábamos a casar. Igual y seríamos sólo amigos. Sea lo que sea que pasara, en serio, me sentía feliz, muy optimista por el simple hecho de haberlo conocido. Incluso el hecho de que fuera guapo pasaba a un segundo plano. Él, como persona, resultaba algo, no sé, intrigante. Nunca había escuchado una canción enteramente suya, las que había escuchado completas las había hecho con unos amigos suyos. Sólo había llegado a escuchar alguna parte de un par de canciones que había empezado con el piano virtual de su celular. Yo en esas aplicaciones sólo podía sacar la de El Rey León y ya, a él le faltaban teclas para lo que hacía. Y era algo impresionante verlo tan concentrado mientras lo iba intentando.
Lo que me intrigaba era lo que pasara por su cabeza, ¿Qué pensaría? ¿Con que se inspiraría? ¿Algún día haría alguna para mí? Era raro que me preguntara eso cuando no tenía tanto tiempo de conocerlo, pero se sentía como una eternidad desde que entró a la cafetería.
A estas alturas de mi vida todavía no sabía si eso de las chispas, los fuegos artificiales y la magia entre la gente era algo que de verdad pasaba. Pero si lo era, probablemente me pasó con Alonso y ni siquiera me había dado cuenta. Porque tener la química que teníamos no era algo que me pasara con muchas personas. No me pasó ni con Alex. Eso querrá decir algo, ¿No? Curiosamente, aun con esa conexión que sentía con él, de alguna manera él seguía siendo algo serio. No hablaba mucho de su familia o de relaciones pasadas, tampoco es como que yo tuviera mucha curiosidad por eso, pero... Sí tenía.
No pasó mucho tiempo antes de que él bajara la mirada del cielo y me viera, al hacerlo sonrió.
Crucé la calle casi sin fijarme, estaba acostumbrada a que no fuera transitada. Llegué a su lado y él guardó su celular para después darme algunos besos cortos en los labios.
–Honestamente, habría preferido que me conocieras estando en el escenario. Así no te habrías hecho muchas expectativas cuando te dije que era actriz. –él rio y me dio dos besitos más. –Es que ni siquiera lo entiendo, ¿Por qué te lo dije?
–No lo hiciste tan mal. –dijo abriéndome la puerta del copiloto.
–¿Tan? –arrugué la cara al entrar.
–Me gustó. Mucho. –dijo él al entrar. –Me caíste mal, incluso. Mi mamá siempre ha dicho que si un personaje me cae mal es porque es bueno el actor.
–¿Por qué te caí mal?
–Por necia. –arrancó el carro y miré por la ventana como nos íbamos alejando del teatro.
Sabía que no iba a trabajar ahí para siempre, pero el día que lo dejara me iba a doler. Ese teatro ya era como una casa para mí.
–Sí, Ana es necia. –murmuré.
–Habría estado padre verte como Nora.
Todavía estaba algo resentida con Diego por quitarme a Nora, pero ya no le quería hacer más berrinches.
–Como Nora me salía mejor.
–Ana te sale bien. Sólo al final...
–¿Al final cuándo? ¿En la disculpa? –me giré a verlo de inmediato.
Podría cometer muchísimos errores, pero apenas los identifico hago todo por deshacerme de ellos. Ni siquiera me molestaba que alguien más me los hiciera notar.
–No, al final final. En los agradecimientos. No te veías muy contenta. –me volteó a ver cuando llegamos a un semáforo rojo. –¿Por qué?
–No sé.
No podía recordar lo que pasaba por mi cabeza al momento de dar las gracias. Nos quedamos en silencio por un par de segundos.
–¿Por qué te gusta actuar? –preguntó.
–Porque puedo vivir mil vidas en una.
La verdad esa respuesta ya estaba un poquito ensayada. Después de una pequeña crisis, me esforcé por no volver a olvidarlo. Pero al parecer lo hice.
–Ten eso en mente cuando subas a ese escenario.
Al día siguiente, lo primero que hice llegando al teatro fue escribir con un plumón, que Héctor nos había dado a todos para los espejos de los camerinos, la pregunta de Alonso y abajo mi respuesta. Con guioncitos y todo. Sí, muy cursi, pero no quería olvidarlo de nuevo.
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