Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

XVII⠂⠶

Pasaron algunos días sin que pudiese concentrarme en nada en especial. De alguna manera, todas mis inquietudes se habían quedado en aquel refugio de montaña que visité con Marta. Comencé a dar importancia a las dudas que ella había compartido conmigo, y es que no le faltaba razón al pensar que algo no encajaba en la muerte de Lucía. En cualquier caso, me agotaba la simple posibilidad de que el accidente hubiese ocurrido bajo una idea consciente. Ya era suficiente la aceptación de una pérdida inesperada como aquella.

Salí del apartamento en busca de un locutorio con acceso a Internet. Una vez lo encontré, pedí al chico que allí trabajaba que me ayudase a buscar información acerca del accidente. La cantidad de formas y colores que se desplegaban en la pantalla eran suficientes como para distraerme durante horas, por lo que no podía hacer aquello sola. Aunque le sorprendió que no supiera manejarme con el ordenador, fue amable e hizo todo lo que le pedí. Me imprimió varias páginas sacadas de prensa rosa con tamaño de letra grande, así como un par de artículos de diarios nacionales. Con todo ello bajo el brazo, caminé de vuelta a casa para llevar a cabo la ardua tarea de leer aquellas líneas.

Había estado practicando a diario, pero aún me costaba un gran esfuerzo diferenciar algunas letras de otras, como si formaran pastas homogéneas sobre el papel en blanco. Al cabo de unas horas —que me llevaron a la madrugada— logré acabar de leer todos los textos, si bien no encontré en ninguno de ellos información diferente a la que ya conocía. Prácticamente la totalidad de las palabras iban dirigidas a Emilio Escudero, como si la muerte de aquel famoso tertuliano tuviese mayor valor que la de los otros seis que fallecieron junto a él. Había algunas fotos sacadas de diferentes programas de televisión, junto a un selfie que uno de los excursionistas había sacado aquel último día de vida. Detrás, al fondo de la fotografía, se encontraba Lucía. No había visto ninguna foto de ella hasta ese momento, y lamenté que hubiese encontrado su cara por primera vez en junto a un artículo sensacionalista. Era algo que debía ocurrir tarde o temprano, por lo que me dije a mí misma que le pediría a papá una foto en condiciones.

No tardé en distraerme, algo mucho más impactante y revelador había llegado de pronto hasta mis pensamientos. Observé con detenimiento la cara de Emilio Escudero, como si ya la conociese. Me había ocurrido sin cesar desde que podía ver, todo el mundo se parecía a todo el mundo. Un chico moreno a una chica rubia, un perro al dueño de la panadería, el modelo de calzoncillos al recepcionista de mi oficina con el que me había acostado hacía unas semanas... Pero de alguna manera, tuve la certeza de que Emilio Escudero había estado delante de mí no hacía tanto tiempo.

Entonces caí en la cuenta.

Aquel rostro de unos cuarenta años, atractivo según los patrones encontrados en la publicidad de las calles, encajaba con el excursionista que había visto en el tejado del refugio de la Sierra. Aquello, evidentemente, era imposible. Al menos desde una perspectiva realista y racional. ¿Pero qué tenía de racional todo lo que me había estado ocurriendo los últimos meses? Como no tenía ni ordenador, ni teléfono móvil, no tenía manera de buscar otras fotografías de aquel tipo. Aquella noche no pegué ojo.

Ahondar en mis pensamientos tampoco me facilitó alejar mi mente de aquella cabaña. Cada paseo que había dado, cada compra, cada vez que aseaba a Lui en la ducha me recordaba de una manera u otra a las montañas que había visitado con Marta. Era muy posible que mi imaginación estuviese jugando conmigo. No había sido la primera vez, y ni siquiera había sido la más extraordinaria de todas. Pero no podía evitar sentir que allí se encontraban las respuestas a una pregunta que aún no había formulado.

Me levanté temprano, llené el macuto con lo necesario para pasar el día fuera y marché junto a Lui a Plaza de Castilla en busca de un transporte que nos llevara a la Sierra. El arnés y mis gafas de sol nos permitieron —como si aún fuese ciega— tomar asiento en un autobús lleno de gente que trabajaba al norte de Madrid. Este tenía una parada en la misma carretera que llevaba al lugar donde Marta había dejado su coche, por lo que no fue complicado volver hasta el mismo punto de inicio. Había decidido ir sola, en parte por la costumbre de hacer todo sin ayuda de los demás, pero también porque no quería compartir las insinuaciones algo estrafalarias que últimamente corrían por mi mente.

No tardé en encontrar el sendero que había tomado la vez anterior, por lo que solté el arnés de Lui para que correteara con libertad —se había acostumbrado a mis nuevas capacidades— y recorrimos el mismo camino. No dudé, había almacenado con precisión cada recodo del trayecto hasta el refugio. Hacía más frío que la vez anterior, y una espesa niebla se había concentrado en los valles como un manto de humo blanquecino. A pesar de ello, la memoria de las plantas de mis pies me llevó directamente hacia el oscuro y húmedo umbral de la caseta que ya se vislumbraba ante mí. El silencio era total, solo mi respiración se escuchaba al exhalar vaho desde la boca. Miré hacia el tejado, donde me pareció distinguir una figura humana, pero al acercarme comprobé que nadie se encontraba allá arriba.

«Estupendo, he ganado el sentido de la vista a cambio de perder la cabeza», pensé.

Lo primero que hice fue entrar a la caseta para comprobar que el agujero de la chimenea seguía intacto, nadie lo había usado aún. Saludé con timidez a través del orificio un par de veces con la esperanza de que otra voz contestara desde el interior. No hubo respuesta, pero Lui ladró desde el exterior con la intención de llamar mi atención. Salí del refugio e inmediatamente se colocó entre mis piernas. No había nadie por allí, o al menos yo no era capaz de ver a nadie. 

—¿Qué te pasa, chico? —pregunté a Lui, aún bajo mi vientre.

Le di unos segundos para ver cómo reaccionaba, pero no se movió de su posición, había algo que no le gustaba en aquel lugar. Mientras tanto pensé en aquel hombre, en aquella extraña situación. ¿Qué narices hacía subido al tejado?

Acaricié la cabeza peluda de mi amigo y me situé junto a la pared de la caseta. Como estaba hecha a base de bloques de piedra, me resultó sencillo meter los pies donde estos se juntaban y así comenzar a subir. Lui se quejó con un gemido, pero le siseé para tranquilizarle y llevé uno de mis brazos hasta la parte superior de la construcción. La superficie estaba húmeda y resbalaba.

«Lucía habría subido en un segundo», pensé mientras apretaba los dientes en un último esfuerzo por llegar hasta el tejado. Una vez arriba, a no más de tres metros del suelo, jadeé con dificultad y observé a mi alrededor. Desde esa posición se podía ver con claridad quién entraba o salía de aquella zona del bosque. Bajo mis pies, la superficie del refugio se hallaba cubierta de suciedad, musgo y algunas hojas, pero lo más sorprendente que encontré fue una corona de flores que rodeaba la salida de la chimenea. No eran flores corrientes, eran muy carnosas, cubiertas por una pelusa blanca. No habría sabido decir cuánto tiempo debían llevar puestas allí, el frío las podía conservar por más tiempo del habitual. ¿Habrían sido colocadas allí por aquel hombre vestido de azul?

Deslicé la corona a lo largo del tubo para sacarla de él y metí el brazo izquierdo hasta el hombro para sujetarla. Bajé con mucho cuidado de no romperla, aunque también por no caer. Una vez abajo, Lui olisqueó con curiosidad las flores y ladró un par de veces. No supe interpretar qué quería decirme con eso.

Por mucho que pretendí encontrar algo más en aquel lugar, lo único que pude hacer fue volver sobre mis pasos en dirección a la parada del autobús. Lui pareció sentirse aliviado mientras tomábamos el sentido contrario perdíamos altitud. Aunque durante la ida no me había cruzado con nadie, al volver me encontré con un par de parejas vestidas con ropa técnica y un hombre mayor que descansaba en un tocón de madera. Respiraba con dificultad, por lo que le pregunté si se encontraba bien.

—Es por esto —dijo al llevarse un aparato del tamaño de un teléfono hasta el cuello. Sonaba como el programa de ordenador que solía leer los textos para mí—. Me operaron de la garganta hace tiempo, es un laringófono.

—Perdone.

—No es nada.

Retiró el aparato y bajó la mirada hasta encontrarse con la corona de flores que yo sujetaba. Frunció el entrecejo sin apartar la mirada de ellas.

—¿Eres del club de Valleiglesias? 

—¿Cómo dice? ¿Qué club?

—El de la asociación de montaña.

—No, no suelo salir de excursión, solo tiene que ver mi ropa. —Mi broma no hizo cambiar la expresión de su rostro—. ¿Por qué lo pregunta?

Volvió a mirarme a la cara.

—Me había parecido verte antes. —Se puso en pie con dificultad, agarró un palo de gran tamaño que había estado apoyado sobre un árbol cercano y echó a andar—. Se va a hacer tarde.

—¡Espere! —dije antes de que se alejara más—. Tenía una hermana gemela que venía mucho por aquí. Murió hace unos meses en un refugio junto a otras seis personas.

—¿Es de allí de donde vienes ahora? —preguntó sin girarse y sin usar el aparato. Su voz sonaba como un gruñido afónico apenas audible.

—Esta corona estaba en el tejado. He visto cómo se fijaba en ella.

—Hacía muchos años que no veía esas flores, eso es todo —dijo finalmente para continuar con su camino.


Recorrí el resto del trayecto pensando en aquel encuentro. Me pregunté si ese hombre, por casualidad, me habría confundido con mi hermana. Quizá su rostro le sonaba por las noticias del accidente, pero siendo realista, era muy difícil creer que recordara la cara de alguien más a parte de Emilio Escudero. Él era el único famoso del grupo y, por lo tanto, quien tomó pleno protagonismo a la hora de hablar del suceso. Los demás quedaron relegados a una posición casi anecdótica que añadir a su muerte.

Sin embargo, lo que más pareció llamar la atención del hombre fueron aquellas simples flores que hacía tiempo que no veía, como si tuviesen más importancia que todo lo ocurrido en aquel refugio. Y de alguna manera, ellas fueron las responsables de hacerle recordar el nombre un club, de una asociación, de un pueblo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro