76 (parte tres)
N.A:
Sólo diré que hola al nuevo 4% de los lectores hombres.
Bienvenidos a mi mundo(?
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JAKE'S POV
—¿Y ahora qué haremos? —le pregunté a mi no tan querido compañero de viaje, Sebastián. Él se limitó a encogerse de hombros y sentarse al lado de la pequeña Full, un comercio en donde venden comida para los que se abastecen por todo el viaje. Suspiré y me moví nervioso por un pequeño y limitado círculo a mi alrededor.
Tenía que haber una alternativa. Algo que hacer.
—¡Ya sé! —gritó Sebastián —. Le pediré monedas a ese señor —señaló a un motociclista con abrigo sin mangas de cuero y tatuajes en los brazos. Oh, vamos, no más problemas.
Pero se ve que él no tuvo sentido común, por lo que se acercó a él. Tocó su brazo, y el motociclista giró su cabeza. Con una sonrisa en el rostro, Sebastián le preguntó si tenía monedas. El motoquero rodó los ojos, pero sacó su teléfono.
—¿A quién quieres llamar? —le preguntó el motociclista a Sebastián.
Bien, debería aprender a dejar de juzgar a las personas por su apariencia.
—Oh, no, ya lo intenté. No hay señal —dije, aún desde mi ángulo seguro. El motociclista me señaló su teléfono, que era un Nokia modelo viejo.
—Vamos, querido, ustedes viven en una nube. En la nube de Apple, para ser específico —dijo el motociclista. Vi mi teléfono, y fruncí los labios. Sebastián mostró orgullosamente su móvil, que era un Samsung, mostrando que no tenía batería —. ¿Por qué no aprenden que la tecnología del pasado era menos ambiciosa, y aún mejor que la del presente? ¡Esta cosa jamás se queda sin batería, y se te puede caer de un séptimo piso y aún sobrevivir! —gritó —. El que tú tienes ahí —me señaló —, se te cae una vez, no importa si son menos de cinco centímetros, y estás jodido.
Y quizá sí tenía razón.
Rebusqué entre mis contactos, y le mostré el contacto de Eloise, junto con su número, al motociclista. Él tecleo unas cosas en su teclado no-táctil y, antes de presionar un botón verde, me dijo algo:
—¿Es tu novia? —abrí los ojos —. Digo, por el corazón...
Sebastián me arrebató el celular de las manos. Levantó las cejas, y medio sonrió. No sé cómo, y no sé de qué manera, pero sonrió. Quizá haya sido con enojo, felicidad, dolor, tristeza, diversión, o Dios sabrá qué.
—Oh, dije algo que no debía decir, ¿no es así? —asentí —. Cuéntame, ¿qué sucedió con esa chica?
¿Y a él qué demonios le importaba?
—Bueno, pues, digamos que esa chica prácticamente era hermosa, ¿no? Digo era, ya que ella ya no me quiere —comenzó a decir Sebastián. Le pegué un codazo suave como diciendo que pare, pero no me hizo caso —. Esa chica, dígamosle Eloise ya que así se llama, rompió mi corazón en más de siete pedazos.
—¡Maldito mentiroso, si hasta tú querías engañarla! —grité. El motociclista retuvo una risa.
—Tú no hables, que realmente la engañaste. ¡Vamos, ella había vuelto a la maldita ciudad y te encontró besándote con otra! ¡Cuando dijiste que la amabas! —me gritó Sebastián. Enmudecí —. Siguiendo con lo mío, ella era perfecta. Y digo el era para no parecer obsesivo. No sacaba lo mejor de mí, sin embargo. Me volvía estúpido, casi engreído. Y bueno, pues, hace poco cortamos por diversas razones que no deben importar demasiado, ya que intento olvidar el diminuto tiempo que estuvimos juntos —sonrió.
El motociclista soltó toda su risa. Frente a nuestra maldita cara.
—¡Vamos, ambos son unos idiotas superficiales! —gritó él, entre risas. Sebastián y yo nos miramos, con completa confusión —. Como me está describiendo la cosa, tú —me señaló — y tú —señaló a Sebastián —, son unos completos imbéciles por dejar ir a esa "estupenda" chica. Además, díganme, ¿qué buena generación se supone que hace eso? ¿O acaso es la generación en la que todo este maldito mundo engaña a todo el maldito mundo? —creí que había terminado, pero no —. Adolescentes, la gran mayoría, son mentirosos en cuanto a lo que sienten. ¡Demonios, es que si a ti te gusta alguien, debes decirlo, gritarlo a todos! Si no te gusta alguien, ¡grítalo! —soltó una risa —. ¿Es que no les enseñan que no deben ser hipócritas en cuanto a sus sentimientos, y en cuanto a ningún aspecto de la vida? Y valga la redundancia, porque repetí más de siete veces la misma palabra en esta frase que dije.
Solté aire. No fue un suspiro, pero fue algo parecido. Como si quisiera que alguien me dijera que era un idiota superficial imbécil que se deja llevar por la hipocresía.
Sebastián bajó la cabeza, seguramente avergonzado de lo que realmente era.
—Ya paren con los "¡ay, demonios, sí, jamás me había dado cuenta!" internos y llamen a su amiga —y así lo hicimos. Agarré el móvil del motociclista, y presioné el botón verde. Uno, dos, tres, en el cuarto tono ella contestó.
Tuvimos una charla un poco extraña, ya que tenía que gritar para que me escuche. Eloise no tenía mucha señal, y no comprendía gran parte de mis palabras. Al cabo de unos cinco minutos, pude decirle todo sobre nuestra ubicación y que probablemente estarían varados unas horas más. Terminó lanzándome un insulto (aunque quizá haya sido para Jamie), y se cortó la comunicación.
—¿Necesitas llamar a alguien más o...? —me preguntó el motociclista, después de mis breves segundos viendo su móvil. Asentí, y agarré mi teléfono, que aún estaba en las manos de Sebastián. Busqué otra vez entre mis contactos, y puse el número del mecánico. Lo marqué en el Nokia del señor, y apreté el botón verde.
El mecánico contestó enseguida. En media hora iría al lugar del coche, ya que se encontraba cercano a esa ubicación. Le devolví el teléfono al motociclista, y sonreí.
—Bien, es nuestro adiós —dijo él, con tono dramático —. Sólo recuerden que ella sólo es una chica, y odiará que ambos —nos señaló — se crean superiores sólo por quererla. Además, deben cambiar de shampoo, su pelo está asqueroso —finalizó. Reímos, y nos despedimos.
Ahora el problema: ¿cómo vamos a llegar a nuestro auto en media hora? Y la respuesta supongo que es: ¡a correr!
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