Capitulo II
Lysandro, junto al resto de escuderos y escoltas, fue conducido a las barracas del castillo.
Mientras atravesaba las galerías se percató de lo lúgubre que era la edificación. La piedra negra de las paredes lucía fría. No había tapices, ni elaborados cortinajes o pinturas retratando glorias pasadas adornándolas, nada en comparación con el castillo real en Eldverg, donde vivía el rey Daven y su corte. ¿Sería por qué el amo del Laundger era el último de sus hijos? Tal vez era el menos querido de todos. Solo eso explicaría que estuviera gobernando la región que, según se decía, estaba poblada de fantasmas y entes malignos, Illgarorg, tierra del mal. Se condolió del joven príncipe, quien le había parecido un poco desvalido e inexperto al lado de sus otros hermanos.
Era muy joven. ¿Qué edad podría tener? Estaba seguro de que no llegaba a la veintena. Los ojos, entre verdes y ámbar, miraban con asombro, su voz a veces temblaba. Todo él parecía disonante entre los generales, coroneles y sus hermanos forjados al calor de la guerra. El príncipe Karel daba la impresión de estar hecho para habitar un hermoso palacio etéreo como los que decían que dominaban en Augsvert, la tierra de los hechiceros.
Era un joven demasiado atractivo y a todas luces, inocente. Era cruel arrojarlo tan pronto a la guerra.
Su esposa también parecía un primoroso brote en primavera, hacían una linda pareja, jóvenes y hermosos ambos.
De cualquier forma, pronto vería de qué pasta estaba hecho el príncipe hechicero del que tanto hablaban, tanto para bien como para mal.
Su padre siempre le decía que no se debía dejar llevar por el aspecto de las personas, había monstruos con hermosa cubierta y otras veces el valor habitaba en quien menos lo aparentaba.
Las barracas eran un gran salón de piedra oscura con catres alineados en filas. Ya los soldados de la guardia de Laundger descansaban, Lysandro se acomodó en uno que encontró vacío. Se desabrochó el cinturón del cual pendía la espada y la dejó en el suelo junto al zurrón con sus pertenencias. Debía levantarse antes del alba y preparar las cosas del general.
El joven se acostó con el brazo detrás de la cabeza como almohada y se dedicó a fantasear. La batalla por venir era su gran oportunidad de brillar. Su padre no se lo exigía, pero él quería llegar a sobresalir tanto como él, deseaba que el honorable héroe de guerra, el general Elvarh Thorlak se sintiera orgulloso de su hijo. Sonrió al imaginar la sonrisa radiante en el lindo rostro de su hermana Cordelia cuando él volviera a casa cubierto de gloria.
Extrañaba mucho a Cordelia. Hacía dos años que Lysandro había ingresado en el ejército y dejarla sola en la finca familiar le había supuesto mucha tristeza. Desde que la madre de ambos murió hacía diez años, ellos dos se volvieron inseparables. Lysandro era consciente de que en ocasiones la sobreprotegía, pero ¿cómo podría evitarlo cuando su hermana cada vez perdía mas la visión?
Su padre pidió una licencia en el ejército y estuvo con ellos algún tiempo, pero luego de la revuelta de los generales y el cambio de gobierno que llevó al general Daven al trono, volvió a sus funciones en el II Regimiento. Por tanto, Lysandro asumió el papel de cuidar a Cordelia y gastar lo que fuera necesario del dinero que enviaba el general en las costosas medicinas que evitaban que terminara totalmente ciega.
Lysandro cerró los ojos y se vio a sí mismo cruzando las murallas de Eldverg luego de vencer en Vesalia. Le parecía escuchar los aplausos y las ovaciones del pueblo mientras él, un héroe de guerra, entraba triunfante en la capital. Podía ver los rostros sonrientes de las jóvenes embelesadas en su estampa deslumbrante y los ojos anhelantes de los muchachos mientras él avanzaba sobre Atrix, su caballo zaino.
El ruido chirriante de la puerta al abrirse interrumpió sus divagaciones.
—¿Quién es Lysandro Thorlak?
El joven se enderezó en el catre.
—Yo soy —respondió extrañado.
—Sois requerido —contestó el soldado que había ido a buscarlo.
Lysandro suspiró y se puso de pie, preguntándose quien lo solicitaba. Tal vez el general Jensen deseaba darle instrucciones.
De nuevo cruzó galerías lóbregas con poca iluminación detrás de un soldado que no volvió a dirigirle la palabra.
Se detuvieron frente a una puerta, el soldado llamó a ella, entró y luego salió indicándole a Lysandro que podía pasar.
El joven escudero se adentró en la habitación en penumbras. Los braseros encendidos le aportaban calidez. Escudriñó el interior. La amplia cama de madera todavía estaba tendida; en una mesa se hallaba una jarra y dos copas iluminadas por un candelabro, cuyas velas parpadearon debido a la corriente de aire.
El escudero avanzó, tomó la jarra y sirvió el vino en ambas copas. Sin apartar la mirada de la labor dijo:
—Debí suponer que serías tú.
—De entre las sombras de los ventanales emergió una figura alta y atlética. Con paso felino se acercó a él y lo abrazó por detrás, hundió el rostro cubierto por una barba oscura, perfectamente recortada, en su cuello. El hombre aspiró profundo, el aliento sobre su piel le hizo cosquillas y el beso húmedo que le dejó lo hizo estremecer.
—Me vuelves loco —le susurró el coronel Fingbogi entre besos—, ¿cómo podría pasar una noche sin ti?
Lysandro bebió de la copa mientras el otro continuaba besándole el cuello y la nuca.
—No estamos en el campamento, es peligroso.
Fingbogi lo giró y se apoderó de su boca. Lysandro cerró los ojos y dejó la copa sobre la mesa para entregarse al beso. Cuando por fin el coronel lo soltó, el joven dijo entre jadeos:
—Tenemos que dejar de hacer esto.
—¿Por qué dejaríamos de hacer algo tan bueno?
Las manos del coronel habían comenzado a desatar los broches y las correas del uniforme. Lysandro se percató de que él solo usaba un pantalón y una túnica de seda abierta al frente. Fingbogi le quitó el chaleco de cuero, la cota de malla y finalmente la camisa de fino lino blanco. Cuando el pecho de Lysandro quedó expuesto, el coronel se dio a la tarea de besarlo y mordisquearle los pezones. El joven gimió. De nuevo, cerró los ojos y trató de concentrarse en responder.
—Nos exponemos demasiado. Ivar ha comenzado a sospechar, tenemos que parar.
Finbogi le apretó la erección y luego comenzó a masajearlo. Lysandro volvió a gemir. Entonces el coronel lo giró de espaldas y terminó de bajarle el pantalón. Apoyado sobre la mesa, sintió la intrusión de los dedos, luego el aceite y finalmente la punta húmeda del pene de su amante.
Realmente no podían continuar haciendo aquello y menos cuando se había convertido en el escudero del general Jensen. Si los descubrían, los echarían del ejército, los deshonrarían. No podía ni imaginar lo que eso significaría para su padre y su hermana.
—¡Eres delicioso! ¡Eres el primero, el único con el que he hecho esto!
—¡Espera! —pidió Lysandro.
Pero antes de que pudiera girarse, el coronel lo tomó de las caderas y lo embistió con fuerza. El joven quedó sin aliento, se agarró fuerte del borde de la mesa y apretó los dientes.
—Owen. —La voz le salió temblorosa y entrecortada—, hay que parar. —Las embestidas se hicieron más rápidas y algo violentas—. ¡Me estás lastimando!
Pero Fingbogi no disminuyó el ritmo, al contrario, lo jaló del cabello hasta que Lysandro se arqueó hacia atrás, al oído le dijo.
—¿Es por Jensen que quieres dejarme?
—Es el general, se dará cuenta de lo que hacemos.
Fingbogi le mordió la mandíbula, luego le chupó el lóbulo de la oreja, Lysandro se estremeció muy cerca del orgasmo. El coronel lo inclinó con una mano hasta presionarle la cabeza contra la mesa. Con la otra mano lo aferró fuerte de la cadera y aumentó el ritmo, el escudero se removió incómodo.
En ocasiones Fingbogi era violento. Cuando iniciaron la relación, un par de lunaciones atrás, Lysandro no le prestó atención a aquello, tampoco a los incipientes celos. Admiraba al coronel, su fuerza, su destreza con la espada, la manera como lideraba a sus hombres. Se sintió encantado con sus avances románticos, pero a medida que pasaba el tiempo se sentía cada vez más asfixiado.
Fingbogi lo reclamaba en cualquier sitio, lo celaba de sus propios compañeros y, últimamente, perdía el control durante el sexo. En consecuencia, ya no quería seguir con él. Además, Lysandro se había vuelto el escudero del general, era cierto que era riesgoso mantener una relación como la de ellos en el campamento.
—¡Para! —le ordenó el joven—, ¡te dije que me estás lastimando!
Pero Fingbogi hizo oídos sordos a la petición.
—Estás cogiendo con Jensen, ¿no es cierto? ¡Por eso quieres dejarme!
—¡¿Qué?! —Lysandro trató de levantarse, pero el coronel le presionó más la cabeza contra la mesa y siguió con las salvajes embestidas, un instante después Lysandro se corría en medio del dolor, mientras Fingbogi continuaba penetrándolo inclemente.
Cuando por fin el coronel terminó y le soltó la cabeza, Lysandro se sacudió molesto.
—¡¿Qué carajos te pasa?! —lo encaró el joven levantándose, con la mejilla y el trasero adoloridos—. ¡Te dije que me lastimabas! ¡¿Es que no escuchas?!
Lo empujó para apartarlo cuando el coronel intentó abrazarlo.
—¡Es tu culpa! —le respondió Fingbogi también molesto—. No quise hacerte daño, pero escuchar que quieres dejarme me vuelve loco.
Lysandro exhaló, no lo rechazó cuando finalmente lo abrazó y le besó el hombro.
—No sé qué te pasa últimamente —murmuró el escudero.
—Tienes que dejar el drama. No fue tan grave, te gustó. Debiste escucharte cuando te viniste, gemiste en voz alta. Siempre te gusta que te tome con fuerza.
Lysandro lo miró de reojo, luego blanqueó los ojos, enojado.
—¿Estás loco, o qué? No me gusta. ¡Ahora, suéltame! Tengo que volver a las barracas.
—Te las das de difícil, siempre lo haces, pero en el fondo sé que te gusta, gimes como puta cada vez que te la meto.
Lysandro había comenzado a vestirse. Al escucharlo se enfureció, se preguntó como carajos había llegado tan lejos con él, como no se dio cuenta antes el tipo de persona que era Fingbogi. Prefirió no contestar nada, terminó de vestirse y salió de la habitación cojeando. No se despidió, ni siquiera lo miró cuando cerró la puerta.
Nunca más dejaría que el coronel le pusiera un dedo encima.
****Y esta es mi versión de como se hubieran dado las cosas entre Lys y Fingbogi. ¿Qué piensan ustedes?
¿Como se imaginan que sería Lysarel sin traumas de por medio?
El siguiente capitulo está a medias, pero no puedo prometerles cuando lo subiré. Gracias por leer mis locuritas.
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