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Fase veintiséis: palabras y momentos necesarios

— ¡POR LAS PELOTAS DE....!— Llevé mi mano a la boca, callándome, mientras con la otra mano limpiaba el espejo empañado una y otra vez. Uno de mis ojos se contraía, repetitiva y violentamente. Me di un golpe, sin mucho resultado salvo por un quejido. Volví a mirarme al espejo, apoyando ambas manos en el lavamanos.

"Santa mierda y las mil perras que me parieron..."

Me agarré mechones de cabello, incrédulo. Mi mano viajó nuevamente a mis labios, para acallar otro grito.

"¡TEÑIDO DE PORQUERÍA! ¡NI DUCHARME PUEDO TRANQUILO!"

Di una patada en el aire, arrepintiéndome de inmediato: mis dedos terminaron chocando con el cerámico y soltando un pequeño "crack". Comencé a girar dan saltitos en un pie, mordiéndome el labio para no soltar maldiciones. Miré hacia donde estaba el champú y me dirigí aún en un solo pie hacia allá. Lo tomé.

Rubias perfectas. Esta loción dejará tu pelo brillante y de un rubio precioso por al menos una semana tras la primera lavada. ¡Resultados inmediatos! Sino funciona, ¡te devolvemos tu dinero!

— ¡NO QUIERO SER RUBIO!—Chillé, lanzando el champú al interior de la tina— ¡ESTAS COSAS NUNCA FUNCIONAN Y AHORA FUNCIONAN CUANDO NO QUIERO! ¡DEVUÉLVANME MI DIGNIDAD, NO MI DINERO!—. Dejé que mi cuerpo cayera de rodillas, con los brazos al interior de la tina; acto seguido me cubrí el rostro y solté un intento de grito, sin voz— ¿Por qué a mí? ¿Por qué? ¿Por qué? ...

"Porque eres lo suficientemente estúpido para echarte el primer champú que pillaste sin siquiera leer que era champú, en una casa ajena. Así mejor te echas detergente"

— Y si, y si...¿me rapo?—Toqué mi cabeza— ¡...Si me rapo pareceré huevo duro!—; sollocé. Como si no hubiera sido suficiente que la nube naranja hace poco me hubieran teñido azul turquesa. Suspiré. Además...si me rapo probablemente se verá una de mis cicatrices.

Al menos el muy imbécil ya no podría negarme que se teñía el pelo.

"Mentiroso, ¡MENTIROSO! ¡Si lo hubiera admitido no estaría así!...¡Lo voy a...!"

El toque de la puerta me hizo sobresaltarme y salir de mis pensamientos. Me puse de pie y me vestí rápidamente con un beetle negro, un suéter largo de lana y un pantalón de pijama que Eva me había dejado, para finalmente envolverme la toalla en la cabeza. Al parecer todo en esta casa, incluyendo sus habitantes eran enormes, porque el suéter me llegaba bajo las rodillas y las mangas colgaban, mientras que los pantalones, puestos en mí, parecían trapeadores de piso.

Abrí la puerta. Eva me miró de arriba a abajo, pensativa.

— Creo que la ropa del Señorito de pequeño le habría quedado mejor...si tan solo su padre no la hubiera botado.

— La ropa de...— "Santiago de pequeño...". Caí en la cuenta, como si me hubieran tirado un balde de agua con hielo encima, pero ese hielo se empezó a derretir casi de inmediato por el calor de mis mejillas—¡no, no, no!— Hice un gesto de "no es necesario" con ambas manos— N-no es necesario...así estoy más abrigado, ¿ve?—; le mostré las mangas colgantes y alcé la pierna para que pudiera notar que el pantalón cubría mis pies descalzos.

— ¡Válgame Dios!— Soltó horrorizada— ¡Se me ha olvidado traerle calcetines...!

— N-no es...

— ¿Cómo que no? Acompáñeme— Ordenó.—, ¡oh, no me perdonaría si el príncipe de nuestro Señorito se enferma bajo nuestro cuidado!

— ¡Y-y-yo no soy...!— Intenté decir avergonzado.

— ¡U-u-usted SÍ es...!— Imitó mi tartamudeo— ¡Y sino lo es, LO SERÁ!— Volvió a agarrarme de la mano para arrastrarme tras de sí. Exhalé. Ya que caso tenía. Me llevó a una habitación más pequeña que el baño, pero más larga. En los costados tenían muebles y armarios marrones, uno al lado de otro, hasta el final, donde había uno que particularmente llamó mi atención: en cada puerta tenía una cara de osito tallada. Me acerqué tras Eva, para contemplar que las perillas también eran de ositos, pero a cuerpo completo. No sé por qué, pero eso me recogió el corazón. Eva buscaba algo en los estantes de al lado del armario. Toqué la madera y subí una de las mangas, para rozar con la punta de los dedos los ositos. Sonreí.

— Eva...— Casi susurré, llamándola. Me maravillaba el detalle y el cariño con el que parecía estar hecho cada uno, como si más que madera...

— Eso era del Señorito— Dijo ella. "...fuera la esencia de Santiago"

No me alejé. Seguí acariciando los detalles, con una sonrisa. La calidez que parecía tener me tranquilizaba. Quizá era porque a diferencia de Thiago no tuve el cariño de mis padres, aunque ya no importe realmente. Me hace feliz saber, sin embargo, que él sí lo tuvo.

— Puedo...¿preguntar algo?

— ¿Además de lo que ya preguntó? ¡...Ah, aquí están!— Me entregó dos pares de calcetines, uno era delgado y el otro era grueso, tejido— Los delgados van abajo. Quédese ahí que buscaré otra cosa; pregunte lo que quiera.—. Le di las gracias, me senté en el piso y comencé mi labor de abrigarme los pies.

— ¿Por qué...Santiago se fue de aquí?— Ladeé la cabeza, debatiéndome en si abrir o no uno de las puertas, más que nada por curiosidad; la miré de reojo. Ella se detuvo, y miró disimuladamente hacia abajo. Un silencio algo incómodo se formó; podía oír su respiración, así como la mía.

— No...se llevaba bien con sus padres. En especial con el padre— Contestó al cabo de unos minutos, reanudando su tarea. Yo seguí sentado, observando esta vez los cajoncitos bajo las puertas del armario.

— Creo que...nunca me ha hablado de ellos— Concluí. Eva soltó un suspiro que, a mi parecer, era algo doloroso—; la verdad no sé cómo pregun-...

 — ¡No!— Concluyó ella. Di un respingo, algo asustado— ¡No le pregunte! ...Ahora se ve más feliz, tal vez siquiera recuerda—. No dije más. No pude decir más ni reclamar. La voz de Eva me sonó sumamente melancólica, triste, impotente. Pero...

"¿...Recordar qué?"

— Solo me gustaría...

— ¡...Aquí está!— Cortó. Como acto seguido, sentí que me quitaban rápidamente la toalla del pelo, sin darme tiempo siquiera a rechistar. Eva no dijo nada. Me puso algo que al parecer era un gorro— Fuera de ese armario, es una de las pocas cosas que quedan del Señorito. ¿No es adorable?—. Situó un espejito pequeño delante de mí: era un gorrito, efectivamente, pero tenía orejitas y una carita de un oso (al parecer a Thiago le gustaban mucho...aunque es solo una simple suposición), era gris claro, de un tono similar al de las calcetas tejidas. 

— ¡...Gracias!— Clavé mis ojos en los de ella y curvé los labios, imitándola. No tenía intención de preguntar algo aparte de lo ya preguntado, honestamente. Y honestamente mi sonrisa no era del todo sincera. Un deje de preocupación me había quedado, pero entendí que de ella no podría saber más; también, que lo que sea que haya pasado entre Thiago y sus padres le afectó de sobremanera, esto último, cuando noté sus ojos cristalizados. Así que sería cosa mía tener suerte y encontrar algo por ahí que me diera una luz de cómo era Santiago de niño...o qué había sucedido. Me tendió la mano, yo acepté.

— Haga feliz al Señorito— Casi suplicó, ayudando a ponerme de pie.—, él lo merece.

— Lo sé.— Fue lo único que pude responder, sin el corazón ni la energía suficiente para decir otra cosa. Mi respuesta fue lo más dulce y suave que pude, salió casi en un hilito de voz.

— ¡A comer entonces!— Exclamó ella, cambiando de tema.

— ¡A comer!— Asentí, intentando sonar lo más entusiasmado posible. Se dirigió a la puerta y antes de apagar las luces y cerrarla, le di un último vistazo al armario de ositos.

...

...

Las paredes de los pasillos (en las que antes ni había reparado), estaban forradas con un estampado con bonitos diseños que a mi distancia no alcanzaba a ver qué eran, pero parecían de terciopelo rojo. Grandes cuadros colgaban de ellas, con los que parecían ser los padres de Santiago y Laeti; todos en distintos fondos: en algunos tenían árboles de cereza, en otros lo que creo son las Cataratas de Niágara y también la Torre Eiffel; acercándome un poco más por inercia y curiosidad, noté que tenían una plaquita con la fecha y el nombre del lugar.

— En estos momentos deben estar visitando otras de Las Maravillas, creo que fueron a Roma esta vez— La miré, medio boquiabierto. 

"...Taj Mahal, India, La Gran Muralla China..., de...— Achiqué los ojos, la letra era pequeña—"...de China, de dónde más, no será de Estados Unidos"—Blanqueé los ojos, dándome una palmada en la frente—"; el Templo de Artemisa, La Gran Pirámide de Guiza, La Estatua de Zeus...en fin, muchas cosas, mucho mundo"—. Suspiré. Demasiado para mí. Así que en lugar de leer y seguir leyendo, solo continué examinando las fotografías. En algunas montaban elefantes y en otras...hice una mueca de desagrado.

Los cazaban y posaban con ellos, al menos el hombre, que salía en la mayoría sonriendo. Esas, en especial, tenían un marco de marfil, con figuritas de hombres con lanzas. Estaba puesta sobre una mesita, con colmillos de elefantes de distintos tamaños.

"...Viejo de mierda, ojalá le enterraran uno de estos por el culo, o le metieran un fusilazo mejor. A ver si sigue sonriendo" 

Corrí la vista. Ya no me interesaba la galería de fotos.

— Y eso que no ha visto su colección de caza— Agregó ella. "Ni quiero verla."

— La mayoría de las personas con dinero se creen amos y señores de todo lo que respire o no en la Tierra; creen que el agua les pertenece, el aire les pertenece...que las vidas de muchos seres les pertenece— Miré tristemente la colección de colmillos que había quedado atrás y luego a ella—; y si quieren un cuerpo, creen que por solo pagar les pertenece y pueden hacer lo que quieran sobre él—. Bajé la vista y toqué levemente mi estómago, sintiendo un escalofrío, nuevamente la observé a ella. Mis manos se hicieron puño bajo las mangas—; ¿pero sabes qué? ¡Por mucho dinero que tengan, nada más que su propia vida les pertenece! ¡Y con ella pueden hacer lo que se les de la gana, incluso meterse un escopetazo y colgarse en el marco de la puerta! ¡Gente de...!—. Mordí mi labio para no soltar un insulto frente a ella. Estaba llorando, una vez más— ¡N-nosotros deberíamos cuidar todo esto! ¡No acabar con todo, no matarlos y sonreír sobre su cadáver!—. Gimoteé— ¡Y no lo digo solo por los elefantes, las personas, las personas...! ¡...Nadie debería abusar de la condición de nadie! ¡Y si lo veo le partiré...!—. Me callé.

Su mirada volvió a ser triste, aún así, la acompañó con una sonrisa nostálgica que le iluminó el rostro. Frenó el paso y yo con ella. Tocó mi mejilla, limpiando una lagrimita. Sus ojos mostraron ternura y compasión.

— A las criaturitas como tú, suele irles muy mal en este mundo— Temblé. Limpió otra lagrimita—, porque su crueldad los triza y los pisotea, los rompe y los quiebra. Y puedo ver en tus ojos que así fue contigo—. Agaché la mirada, ella volvió a levantarla, tomándome del mentón—. Cuando llores, no te culpes, siéntete orgulloso de ser humano en este mundo de insensibles, y de ser capaz de sufrir por el dolor de otros además del tuyo. A lo largo de tu vida, tendrás dos opciones si eres como eres, muchos dicen que una es endurecerte y volverte como los otros y la otra, que tu sensibilidad te destruya. Pero no es así. Utiliza tu sensibilidad, utiliza lo que te rompió, utiliza todas esas lágrimas, mi niño, para sacar de ahí tus mayores fortalezas (porque es de lo que consideramos debilidad de donde salen realmente nuestras fortalezas y de nuestros miedos, nuestra valentía). Utilízalo todo, todo, absolutamente todo y conviértete en la maravillosa persona que el mundo necesita que seas; porque lo bonito de la tristeza, es que puedes transformarla en algo que te mejore a ti y ayude a los demás.

Limpió una última lágrima. Solté un hipido. Ella siguió avanzando hacia la cercana escalera; toqué mi mejilla, donde ella había posado su palma. Por primera vez, durante mucho tiempo (o en mi vida), me sentí persona, me sentí capaz de ser más que un objeto. Me sentí capaz de ser yo.

Limpié mis lágrimas, raspándome con la textura del suéter, pero no importó. Corrí tras ella, me esperaba en el segundo escalón inferior, con una amplia sonrisa. Le copié el gesto. Ella bajó hasta la sala.

Las personas a veces te dicen cosas que hasta que te las dicen, no sabías que las necesitabas o que toda tu vida esperaste por ellas.

Apuré el paso una vez más y al llegar al segundo (de abajo hacia arriba), di un salto y la abracé. 

 — Gracias— Susurré.—; muchas gracias.

— Gracias a usted— Respondió ella, "¿Gracias por qué?"—; no pensé que el Señorito sonreiría otra vez.

— Yo nunca pensé siquiera sonreír de verdad hasta que lo conocí— Admití, contento.

— ¿A sí?— Dijo una voz conocida. Levanté mi vista, siguiéndola. Y al encontrar al emisor, me sonrojé. Y quise que me tragara la Tierra. Y quise borrar todo lo que dije. Sonreía, también, ampliamente— Eva, no me robes a mi pequeño homofóbico, no sabes todo lo que me ha costado y nunca me ha abrazado así—. Se acercó, luego de hacer un puchero. Me escondí en el hombro de la mujer.

— ¡No es mi culpa, Señorito! ¡Es que soy encantadora!

— Lo sé— Se bajó a mi nivel. Salí de mi escondite y nuestras miradas chocaron—, y tú también eres encantador, mi gatito.

Me oculté otra vez, pero esta vez, lo agarré de la manga y lo tiré hacia nosotros.

— S-s-si t-tanto te quejas, ¡abrázanos entonces, i-idiota!

Rió, junto con Eva, me hundí más en mi escondite.

— Claro, pequeño, tus deseos son órdenes— Nos rodeó a ambos con sus brazos. Mi corazón dio un brinquito.

— ¡Y qué no soy h-homofóbico!— Balbuceé. Sentí que sacó el gorrito.

— Derek...¿te teñiste el pelo?— "A la mierda, se me había olvidado..."

...Tics asesinos parte 2000, próximamente, solo en cines.

...







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