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XVIII: ¡Qué no me llamo Osvaldo!

Las manos me sudan, siento taquicardia y la ansiedad, ¡Dios! Ni hablar de ese tema. No es la primera vez que quedo con alguien de Internet para una cita; aunque nunca acaba bien. No obstante, Deshojo es la primera persona con la cual he sentido algún tipo de conexión real y eso que ni siquiera nos hemos visto por foto... temo arruinarlo, como siempre.

Es viernes y el ambiente del bar está increíble: divertido, musical; las risas y voces inundan el lugar. A pesar de todo, me cuesta mantener la calma en público, hay demasiadas personas alrededor, quizás debí pedirle apoyo moral a Felipe para no sentirme tan ansioso y aterrado. Cuando le propuse vernos aquí, lo tomé como zona segura, quiero decir, nadie en su sano juicio cometería un disparate en medio de tantas personas. Gotas de sudor comienzan a formarse en mi frente y paso un puño para eliminarlas.

«Espero que aparezca», me digo, asustado.

Deshojo es genial, anhelo conocerla al fin; por ella decidí insistir y arriesgarme una vez en la vida. Aunque no sé si lo habría hecho sin el reto de ese pendejo. Luego de tragarme una jarra de cerveza, voy al baño para intentar calmarme. Lavo mi cara con agua fría y mientras me seco, fijo la vista en el espejo; suspiro al ver mis ojos verdes temblorosos, cual gelatina, y esa expresión de pánico y bochorno que ni siquiera el tono oscuro de mi piel consigue ocultar. Observo la estampa de rosa como un parche en la manga izquierda de mi camisa gris y, por un momento, siento deseos de arrancarla, sin ella, podría escapar.

«Incluso podrías escapar al ver al tonto de la rosa», recuerdo mis tontas palabras, quizás fue mala idea decirlas. «¿Y si ya estuvo aquí y decidió huir?», debo tratar de relajarme, necesito dejar de pensar en escenarios terribles.

—Ella vendrá, ella vendrá —murmuro como un mantra. Suspiro.

«Hazlo o yo mismo expongo a DarkSoul», las palabras de Felipe retornan y un pesaroso suspiro se me escapa. Aunque la ansiedad carcome cada nervio, tampoco puedo retractarme, solo queda esperar.

Salgo del sanitario igual que una bala para continuar la espera, repleto de nervios. El tum tum fuerte y constante de la música parece un eco de mis propios latidos, multiplicado por mil. Deshojo, dijo que vendría de verde y con margaritas, e irónicamente, tomaría un margarita. Para mi desgracia, veo a alguien con dicha descripción de pie frente a la barra, mientras bebe su copa. Se me seca la garganta.

Usa un jean ceñido que realza sus glúteos, también una sudadera verde militar bastante ancha y un gorro invernal del mismo tono, repleto de margaritas. Desde esta posición, sigo sin saber si se trata de una chica o un chico. Trago saliva.

Torpemente, casi a tropezones, me dirijo cauteloso hacia el lugar, aunque trato de rodear un poco la zona para estudiarle. Veo que habla y ríe con el cantinero, quien luce fascinado ante su actitud, «parece que no muere de nervios, como yo», es el veloz pensamiento que cruza. A pesar del aire viciado por el humo de cigarrillo y olor a alcohol, inhalo hondo en un intento por obtener algo de valor y calma. Sin embargo, detengo mis pasos después de detallar un poco mejor su perfil y descubrir algo demasiado familiar.

Aprieto los puños con impotencia y frustración. Lo que menos esperé encontrarme al salir del baño fue justo esto... «DeshojoLaMargarita... ¡Hijo de puta!», pienso y siento deseos de gritarlo, volverme Hulk y comenzar a patearle el trasero por esta maldita humillación. Vuelvo a observar el parche de rosa en mi manga y enseguida intento tirar de él para arrancarlo, salir de este sitio, plantarlo y apenas llegue al hotel, enviarle un mensaje para mandarlo a la mierda.

Sin embargo, en un arrebato de valor, me detengo y decido regresar. «No voy a huir». Iré a decirle sus verdades en la cara porque esta humillación no pienso aguantarla y mucho menos a él.

Inhalo aire en profundidad, llenándome del aroma del vicio, pero también del de la traición. Empuño las manos antes de retomar la marcha, recuerdo en el camino su misterio y esa exigencia de conservar el anonimato que me pareció incluso tierna hasta que, de estúpido, le propuse este encuentro. Siento rabia, ¿cuántas veces se habrá reído de mí? "Me burlo del perdedor porque no sabe que soy yo". Mi respiración se acelera mientras me acerco con la vista puesta en el perfil de Felipe y esa sonrisa ladeada a la cual le falta un premolar superior.

—Así que, Deshojo, ¿eh? —espeto, molesto, en cuanto me paro tras él y estoy seguro de que ha reconocido mi voz porque le toma más tiempo del debido girarse.

—Flo —contesta el desgraciado con un dejo de duda en la voz y por eso le aplaudo, hasta actor salió.

—Claro, ahora te haces el desentendido. ¿No te has reído suficiente? ¡He recibido toda clase de humillaciones, pero esta no la voy a aguantar y menos de ti!

El desgraciado niega con desespero e intenta decir algo. Le doy la espalda y luego de conseguir arrancar el estúpido parche de rosa, me alejo del sitio a paso veloz, intentando recoger los pedazos de mi dignidad maltrecha y pisoteada por ese maldito a quien consideré mi mejor amigo.

—¡Bro! —escucho su voz a las afueras del bar y acelero el paso porque no tengo ánimos de oírlo— ¡Osvaldo, espera!

—¡¡¡Qué no me llamo Osvaldo!!! —le grito, furioso, en un intento por contener mi estúpido llanto de niñita— ¡Mi nombre es Florisvaldo! Y bien que lo sabías cuando decidiste burlarte de mí por Internet.

Felipe niega con la cabeza en silencio, un movimiento desesperado que no pienso creer.

—Flo, escúchame...

—¡Listo, demostraste tu punto! Soy patético, tanto como para enamorarme de alguien que no existe. Ahora, ¡aléjate de mí, estúpido intento de mejor amigo!

—¡Flo, regresa y escúchame!

Abordo el primer taxi que se detiene y me dirijo al hotel a buscar mis cosas, necesito largarme de este sitio y recluirme bajo una roca, de ser posible. «¿Para esto acepté acompañarlo al estúpido viaje?», pienso con la vista en las luces del exterior que pasan veloces, mezclándose entre ellas y perdiendo toda forma; intento con todas mis fuerzas no derramar ni una lágrima. Resulta demasiado difícil.

Realmente deseaba encontrarme con Deshojo, esa chica temeraria y tímida a la vez que sin siquiera proponérselo, me robó el corazón. Recuerdo nuestras largas pláticas, su misterio, sus consejos y el dolor en mi pecho se intensifica por ser consciente de que siempre se trató de él, de ese supuesto mejor amigo que solo se burló de mí.

«No llores, no te atrevas a llorar, Florisvaldo», me digo con rabia durante el trayecto hasta el hotel y luego, de camino a la habitación. Es tal mi dolor, rabia y decepción que ni siquiera me afectó la cantidad de personas apostadas en la entrada.

Ingreso de golpe a mi recámara y me encierro enseguida. Las lágrimas contenidas resbalan por mis mejillas mientras mi cuerpo se desliza sin fuerzas hasta el suelo, apoyado contra la puerta. «Eres tan patético», la voz dentro de mí no para de recriminarme. «Mírate, llorando como nenita».

—Osvaldo, ábreme, por favor... —Felipe suena suplicante a través de la puerta mientras golpea con desespero.

No tengo idea del momento en que llegó, pero tampoco pienso ceder. «¡Mándalo a la mierda, lo merece por traidor!», limpio mis ojos con un puño. Me levanto. A paso veloz, busco mi maleta para empacar y volver a casa, así deba pagar el triple por un cambio de boleto en el aeropuerto.

—Bro, te juro que no mentí, ¡en ningún momento lo hice!

—¡Felipe, lárgate! —le grito— No quiero hablar contigo...

—Pero yo sí, necesito que me escuches.

Lo ignoro. Una vez tengo listo mi equipaje, agarro el celular y pido un Uber, mientras hago todo lo posible por no llorar. «¿Por qué tengo que portarme como un bebé?», me pregunto.

—¡Flo, te juro que no lo sabía! —Le escucho gritar, también golpea la puerta sin cesar.

Este espectáculo es horrible y de seguro, ha captado la atención de todo mundo. Decido levantarme de la cama, furioso, e ir hacia la entrada a exigirle largarse porque no quiero problemas con la administración del lugar.

—¡Basta, Felipe! ¿No fue suficiente humilla...?

Apenas he abierto la puerta para reclamarle, cuando Felipe se mete a la fuerza y me estampa de espaldas contra la pared. Su mirada brillante y nerviosa busca encontrarse con la mía por más que lo evado.

—No sabía que eras tú.

—No me vengas con mamadas, ahora —espeto, molesto.

—Osvaldo...

—Tú no eres gay, ni bi, ni nada parecido... ¡Eso siempre lo dejaste claro! Desde el día en que te conocí.

—Pero hay algo de mí que jamás te he contado... —Hace una pausa, nervioso—. Por miedo.

Felipe me libera y se voltea. Durante largo rato permanece en silencio, yo tampoco digo alguna palabra hasta hartarme de ver su espalda. Decido ir por mi maleta que reposa sobre la cama y así, al disponerme a salir, mi rostro vuelve a encontrarse con el suyo. Luce consternado, parece debatir consigo mismo. Su mano se aferra a un costado de ese gorro como si se tratase del mechón que indica nerviosismo, eso capta mi atención. No comprendo ese gesto.

Menos de un segundo más tarde, tira con fuerza y este cede hasta acabar en el suelo. Siento el corazón a punto de salirse del pecho. Suelto la maleta de la impresión.

Abundante cabello de un tono azulado y fucsia cae como una cascada hasta sus hombros, robándome un suspiro. «Así, parece más bien una chica», el pensamiento me sacude y por inercia, me cubro la boca con una mano.

—Fe-Feli, Felicia...

No dice nada, solo tiembla. Su mano derecha no deja de trepidar conforme la lleva hasta la cremallera de la sudadera e intenta tirar hacia abajo.

—A-ayúdame, O-Osvaldo —suplica con una voz titilante que me aprieta el pecho, sus ojos permanecen cerrados.

Estoy nervioso y confundido, aun así, le doy alcance y, temblando, ubico mi mano sobre la suya, pero no hago nada más hasta que asiente despacio con la cabeza. Trago saliva con dificultad. Lentamente, la prenda se abre, lo mismo que mis ojos ante la sorpresa.

—Este es mi mayor secreto. —Su voz suena distinta ahora.

La suya jamás había sido muy profunda que digamos, pero ahora es suave y melodiosa, con ese tinte grave y distintivo que le escuché a Felicia en el ascensor aquel día. Un escalofrío me estremece.

Debajo de la ropa enorme oculta un delgado cuerpo de cintura estrecha y con senos, poco prominentes, pero allí están, cubiertos por aquel top blanco que compró hace algunos meses, cuando estuvo de visita por el pueblo. «¿Felipe es Felicia? ¡Felicia es Deshojo!», el pensamiento cruza veloz.

En el vientre tiene ese hermoso tatuaje que divisé en las fotos: el delicado ramillete de nomeolvides junto al ombligo como una especie de media luna, pero ahora logro detallar que los tallos en la parte inferior forman el nombre "Alí", «un pequeño que siempre estará conmigo», recuerdo sus palabras y devuelvo la mirada a su nervioso rostro. Le contemplo, sorprendido, no sé cómo reaccionar a todo esto.

—No es fácil mostrarme...

Estoy perplejo, no puedo decir una sola palabra, apenas consigo escucharle.

—Tampoco lo es para el mundo aceptar o respetar mi búsqueda hacia quién soy en realidad.

—Fe-Feli...

—Eres mi mejor amigo y te quiero demasiado, por eso, siempre me debatí cómo contarte esto. Mi mayor temor es perderte.

—Feli...

—Felicia —me interrumpe y una nerviosa sonrisa se le escapa—. No puedo creer que te lo dije en voz alta. Ese es el nombre que prefiero.

—Felicia...

—Nunca te mentí, lo juro. En línea puedo ser yo, mi yo real, libre de máscaras y disfraces. Lo creas o no, jamás me burlé de ti, pero cuando supe que tú eras él, ese galán con quien podía abrirme... Entré en pánico.

—¿Po-por qué?

—¡Me asusta perderte! —aunque grita, su tono tiembla, yo sigo sin saber cómo responder a todo esto— ¿No lo entiendes?

—Fel...

—Osvaldo, yo no te busqué en esa app; ¡tú me encontraste!, ese perfil es secreto, lo uso para expresarme como quién soy en realidad, lo que no puedo hacer en el día a día.

—Fe-Feli... E-esos, ¿son de ve-verdad? —pregunto, temblando mientras señalo sus pechos.

—Por supuesto que sí... ¿Solo eso quieres saber?

—Yo-yo... no-no, no sé ni qué de-decir...

—¡Entonces, no digas nada! —responde en tono fuerte. Trago saliva con dificultad—. Sé que esperabas a alguien más en ese bar, lamento ser solo yo y mis miedos.

Feli limpia las lágrimas de su rostro, vuelve a acomodar y cerrar la cremallera de su sudadera, se cubre la cabeza con la capucha, recoge el gorro y se dirige hacia la puerta. Hace todo en cuestión de segundos, pero una vez allí es que emite otra palabra.

—Regresa a casa, Flo, necesitas tiempo y espacio para procesar esto. Lo mismo que yo.

Abandona la habitación y yo sigo perplejo, incluso después de escuchar el fuerte sonido que realizó la puerta al cerrarse. 



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Hola, mis dulces corazones multicolor, 💛 💚 💙 💜 💖 un placer volver a saludarnos espero que hayan disfrutado el capítulo y la revelación. Y sí, Felipe es trans, ¿lo esperaban?

Les voy a contar algo, cuando recién iniciaba la novela, una lectora lanzó una teoría bien fumada donde decía que Feli era trans. Y yo de: 😦 ah, caray! Cómo supo tan pronto? 😅 Así que, supongo que dará brincos en una pata cuando llegue hasta aquí. 😂

Y pos bueno, cada vez falta menos pal final, de hecho, actualmente estoy escribiendo el último capítulo, mis corazones y ¡Aaaaaaah! Sigo asombrada por ello. Nos leemos la siguiente semana. Los loviu so mucho. 💖

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