EXTRA|| LA MUJER QUE SE PERDIÓ EN EL TIEMPO.
Anne Wolf sabía que ella sería la siguiente, lo sentía en los huesos y por lo fría que se había vuelto su habitación.
Tomó al gato anaranjado entre sus manos, la compañía más amena que ha tenido en los últimos años, también la más duradera, aunque a veces lo perdía de vista durante días. Con el gato en brazos se acercó a la ventana, afuera se encontraba sombrío y desolado, parecía casi como si estuviera sola, pero no lo estaba.
Quizás ella en su habitación lo estaba, pero sabía que habían más personas en uno que otro lugar de la casa que le había sido obsequiada por parte de sus padres, como regalo de matrimonio.
La casa era toda una reliquia familiar, había estado en generación en generación, normalmente usada como casa de vacaciones o lugar de escape; lo que inicialmente estaba haciendo Anne, pero con el tiempo ese lugar se había convertido en su hogar, desde niña amaba pasaba más tiempo ahí que en casa con sus padres en Manhattan.
Aún recuerda con cariño todas esas veces que se perdió intentando encontrar su habitación, las ocasiones en que usó un pasadizo y también como los descubrió gracias a su hermano mayor, quien solía cabalgar con ella al medio día.
No era el mejor hermano, pero lo quería mucho, siempre fue bueno con ella. Charles, su hermano, fue él único que intentó salvarla, evitar ese espantoso matrimonio que no tenía futuro, aún cuando su relación de hermanos no era la mejor en ese momento; siempre intentó protegerla, incluso cuando sabía que era imposible.
El viejo y anaranjado gato maullo en sus brazos, Anne lo bajo de sus brazos, para después suspirar pesadamente: está cansada de todo, de huir, de esconderse, de seguir perdida en el pasado, en los días que nunca volverán, porque el tiempo pasó, pero ella se quedó ahí.
La mujer de cuarenta años se llevó una mano al pecho, sintiendo los latidos de su corazón. Tragó duro al sentir un sensación de deja vu en el ambiente, de pronto otra vez tenía dieciséis años y sus padres llegaron a contarle lo que había sucedido.
«—¿Sabes cómo llegaste aquí? —le preguntó la enfermera, mientras hacía los procedimientos de rutina —¿Recuerdas qué fue lo que pasó?
Anne asintió, sin poder moverse. No sentía el cuerpo, la cabeza le dolía y el simple hecho de parpadear le resultaba demasiado cansado, pero, definitivamente ella lo recordaba todo con demasiado detalle.
Recordaba demasiada sangre en todas partes, los gritos y el fuego... Definitivamente Anne nunca sería capaz de olvidar esa noche.
—¿Gregor... Gregor... Él está en este hospital? —pregunto, haciendo su mayor esfuerzo.
Sus recuerdos iban y venían, no estaba segura si los sucesos de esa noche realmente hayan sucedido, pero, rezaba para que no fuera así, porque ella no se imaginaba en un mundo sin Gregor.
En su familia existía la creencia de que las mujeres Wolf solo se enamoran una vez en la vida, Anne nunca creyó en aquello, hasta que conoció a Gregor quien la conquistó con su brillante sonrisa y todos los chistes que guardaba solo para ella.
—Lo siento mucho, querida, pero, me temo que tú eres la única sobreviviente. —respondió la enfermera con notable tristeza, a la vez en que llegaba el doctor.
Nadie se dió cuenta, pero en ese momento Anne cambió para siempre, no solo por el trauma que tendría de por vida por todo lo que había vivido esa noche, también por Gregor. Él único hombre al que amaría, Anne siempre supo que el día en que Gregor se fuera de su vida se llevaría con él su corazón, los colores y su sonrisa.
—Anne Wolf, sus padres se pondrán muy felices de que haya despertado —comentó, mientras tomaba las notas de la enfermera. —¿Tiene idea de cómo llegó al hospital? ¿Que fue lo que sucedió?
—Recuerdo algunas cosas —se limitó a responder, todo le dolía, pero, no era capaz de llorar o mostrar algún signo de tristeza.
Se sentía vacía, como si la hubieran cortado en pedacitos, para después drenar su cuerpo, y después los hubieran vuelto a unir.
Anne no estaba segura de que lo que pasaba por su mente haya Sido real, todo parecía un mal sueño, una pesadilla de la que ya quería salir.
Gregor, su Gregor no podía estar muerto. Gregor tenía sueños, Gregor quería vivir y viajar, habían hecho muchos planes, habían hablado sobre escapar e irse a cualquier otro lugar sobre la tierra en dónde no pudieran ser encontrados por su familia. A Gregor le gustaba viajar, muchas veces se lo había dicho a Anne, pero, lo cierto era, que amaba más a Anne de lo que podría amar cualquier otra cosa.
Era suyo, su vida le pertenecía desde que sus caminos se habían encontrado. Morir no era nada, si moría por la mujer que amaba.
De pronto, todo vino a su cabeza como si se tratara de una película de terror, todo llegó por partes y de todas las revelaciones que había tenido en ese día, la más triste fue saber que todo había sido en vano porque esa película de terror apenas estaba comenzando.
Así que cuando sus padres entraron, supo que todo aquello en verdad había pasado y que nada había sido producto de su imaginación como deseaba que fuera.
Gregor estaba muerto.
Gregor había dado su vida por la de ella.
Gregor había preferido morir, para que ella viviera.
Anne quiso llorar, sentía que se ahogaba, sin embargo, ni una sola lágrima salió de ella. Sentía tanto dolor en el pecho que estaba segura de que moriría, porque sin Gregor ella no tenía vida; sería solo una persona muerta en vida».
El aire frío y ambiente pesado de la habitación la trasladaron al pasado, pero en realidad, ella nunca había salido de ahí.
«La vida sigue» recordó las palabras que su hermana mayor le dijo, en una de sus muchas vistas después de que se casará con el hombre al que no dejaron escoger.
«La vida sigue —se repitió, —pero no siempre es verdad. A veces, la vida no sigue, a veces solo pasan los días».
Tal vez ella estaba ahí, con una apariencia más madura y ojos más tristes, pero su mente siempre estaría en el pasado; junto a la persona que amaba, no con él hombre con el que la forzaron a casarse.
Una sonrisa triste y cansada se formó en sus labios, cuando se apartó de la ventana, para acercarse al mueble a lado de su cama, el lugar donde guarda sus pertenencias más preciadas.
Del cajón sacó una pequeña caja de madera, adentro tenía lo que ella consideraba lo más importante de su vida: los primeros dientes de sus hijas, un par de fotos donde se encontraba con Eliza y Alyssa de bebés, tenía muchas fotos de sus hijas, le gustaba ver sus fotos cada noche antes de dormir, pero, eso no era lo que buscaba en ese momento.
En el fondo de la caja encontró su anillo de compromiso, no él que usó cuando se casó con el hijo de un terrateniente, si no con el que soñó que usaría algún día, cuando se casará con Gregor Brown.
Lo colocó en el dedo dónde van los anillos de matrimonio, el que tiene la vena que llega al corazón; rezó durante los siguientes diez minutos y le rogó al señor que si había un paraíso o algo más allá de la muerte, que por favor la reuniera con Gregor Brown.
Él hombre que ella amaba, él que siempre amó. Él que entregó su vida por la de ella, él que juró amarla hasta el día de su muerte.
🌒
Anne Wolf siempre tuvo lo que quiso, desde el primer día de su nacimiento. Siempre tuvo las joyas más brillantes al ser la antecesora de su hermana mayor, la mejor ropa y también la educación más estricta que una dama de la aristocracia de Manhattan podría recibir.
La habían criado y educada para ser lo que se esperaba de una Wolf, para convertirse en una esposa capaz de afrontar todas las batallas que pudieran aparecer en su matrimonio. Le habían enseñado a cómo ser una buena madre, una buena esposa, consejera y todo lo que se puede esperar de una ama de casa.
La prepararon para ser una esposa, para seguir la línea de alguien más.
Pero, Anne tenía sus propias ambiciones. Le apasionaba la medicina, la forma en que funcionaba el cuerpo humano y sobre todas las cosas; la frecuencia con la que su corazón latía cuando tenía a Gregor frente a ella. La forma en que sentía que su corazón se saldría de su lugar, era una apasionada nata.
Le gustaba la sensación que Gregor le daba cuando estaban juntos, era como si un millón de mariposas se posaran en ellos, como si fuegos artificiales estallaran en cada contacto de piel.
Gregor Brown era perfecto para ella, no tenía un gran estatus a comparación al de ella, pero a Anne le gustaba y eso era suficiente. Anne no creía que la fortuna del hombre que amaba fuera algo de importancia, pero, para sus padres era todo lo contrario; el matrimonio es un negocio y ellos eran los mejores en ese mercado.
Los Wolf con seguridad es una de las familias importantes en el país, no precisamente por sus negocios que a lo largo de los años les han dado una considerable fortuna. No tenían que casarse por títulos o dinero, pero tenían tradiciones, costumbres que habían estado ahí desde antes de siquiera hacerse una fortuna.
Estaban quienes se casaban por amor y los que lo hacían por algo a cambio más allá de un sentimiento tan básico como lo es el amor, a Anne le gustaba pensar que ella se casaría por amor.
Anne tenía la (estúpida) ilusión de que en algún momento de su vida podría ser algo más que la esposa de alguien, quizás una doctora, o podría tener un laboratorio donde estudiar el cuerpo humano o algo relacionado con la frecuencia con la que late un corazón.
No quería tener hijos, y mucho menos una hija; no quería que ningún ser vivo saliera de ella a menos de que estos fueran a nacer para un propósito más allá de reforzar la sangre, o en todo caso para convertirse en una esposa.
Solo Dios sabía la incertidumbre que tenía cuando sus padres hablaban del tema, tenía solo dieciséis años y sus padres ya se habían sentado a hablar con ella sobre sus futuros bebés (que no sabían si llegarían a nacer) y sobre su futuro esposo (que tampoco tenía), Anne no era estúpida; sabía lo que sus padres pensaban sobre la familia Brown, lo que todos pensaban sobre esa familia.
Tenían sus cualidades, pero los defectos eran más notorios que la cantidad de tierras que habían adquirido.
Era un secreto a voces que la familia Brown solo tenían tierras, pero no la suficiente fortuna para mantenerlas a flote. Algunos de ellos habían buscado fortuna en las inversiones, en negocios en el extranjero, pero ninguno había tenido suerte.
Gregor Brown era con seguridad el mejor de ellos: caballeroso, amable y bondadoso. Tenía todo lo que Anne buscaba en un hombre, en un futuro esposo. El único defecto, evidentemente, era su familia.
Anne sabía que no podía cambiar aquello, la familia en la que naces, es la misma con la que mueres (o algo así le había dicho Cora, su hermana mayor) pero, podía intentar que ya no se vieran tan mal ante la sociedad.
Todos sabían de las adicciones, apuestas en el juego y las deudas con las que cargaba la familia. Ella amaba a Gregor, él no era así, pero también sabía que si se casaba con él y las cosas continuaban de aquel modo: todo el mundo hablaría.
Anne solía pensar sobre eso cuando estaba sola, durante las noches largas de insomnio y durante las aburridas clases de aritmética, eran los únicos momentos que tenía para pensar en algo más que no fuera en seguir el deber.
—¿Sabes que sería increíble? —preguntó Anne, un día de la nada, sentándose en el suelo, frente a Gregor en uno de los muchos pasillos de la biblioteca estudiantil.
—¿No pagar impuestos? —preguntó él, bajando el libro que minutos atrás leía, para centrar toda su atención en la chica que tenía frente a él.
—Aparte —se limitó a responder, para después tomar una bocanada de aire —sería increíble que nuestras familias se conocieran personalmente, ¿No crees?
Por otro lado, Gregor sabía que no había futuro con Anne. Por más que los dos se esforzarán sabía que sus destinos ya estaban escritos, lo habían comprometido con la hija de un terrateniente sureño.
Sus padres eran segundos hijos en una familia en la que no había mucho que heredar, al menos el casado con alguien que tuviera tierras y el suficiente dinero para mantenerlas a flote podría garantizarles un hogar en la vejez a sus padres.
—¿No crees que es muy pronto? —pregunto, intentando borrar ese pensamiento de Anne —Hemos estado saliendo desde hace tres meses, Anne, al menos dejarme que les hable de tí a mis padres.
—¿No lo has hecho?
—Ellos saben que estoy saliendo con alguien —se aproximó a responder, —pero no les he dicho con quién.
Gregor sabía bien el disturbio que podía ocasionar con revelar su relación con Anne Wolf, las personas podrían malinterpretar sus intenciones y su familia querría aprovecharse de la posición económica de la chica.
Anne estaba fuera de su liga, no sabía cómo esa relación se había dado, pero estaba sucediendo.
—¿Por qué? —pregunto, —¿Te avergüenzas de mí?
Era una estúpida que él se avergonzara de ella, la chica tenía casi la belleza de un ángel; demasiado angelical para su propio bien.
—¡Por Dios, Anne! —exclamó con una leve carcajada escapando de sus labios, —¿Quien en el mundo sería capaz de avergonzarse de tí?
Anne no solo era bonita, también era inteligente, cosa que los había llevado a hablar. Gregor no era precisamente bueno en la escuela, al menos no lo suficiente, a diferencia de Anne que en ocasiones podía llegar a ser más lista que algunos de los docentes académicos.
Era conocida especialmente por siempre esforzarse en ser la mejor, en dar siempre lo mejor de sí misma.
A Gregor le gustaba recordar en todo momento el instante en que miró a Anne por primera vez, en la calidez de su sonrisa y en el brillo de sus ojos. Siempre que estaban solos y juntos, se pedía en sus ojos, en su voz, en la forma en que hablaba y se movía por el lugar. A Gregor le gustaba todo de Anne, le gustaba toda ella.
Ante sus ojos, Anne jamás podría tener un defecto y si lo tenía era ser demasiado buena y perfecta.
—Tal vez tú —respondió, casi en un susurro —probablemente has oído todo lo que se dice de mi familia.
—Se dicen muchas cosas sobre tú familia, Anne, no sobre tí —afirmó, sabiendo perfectamente sobre a lo que se refería.
No era ningún secreto que más de la mitad de la familia Wolf padecían de crisis nerviosa, muchos habían perdido la cabeza. A Anne le gustaba bromear con eso, pero en el fondo estaba asustada por tener el mismo destino que muchas de las mujeres de su familia.
Tal vez su destino era perder la cabeza como Anne Boleyn.
🌒
Gregor Brown era con seguridad el menos querido de sus hermanos, el más silencioso y reservado de los tres hermanos.
Amos, él mayor era todo un galán, un imbécil –en palabras de Gregor —no era su hermano de sangre, pero era tratado como uno. Lo apreciaba, era su primo hermano, después de todo y de cierto modo sentía lástima por él.
Sus padres se habían suicidado, estaba solo, no tenía a nadie aparte de ellos y de su hermana. Por lo que Gregor se esforzaba por hacerlo sentir parte de su pequeña familia, jamás sintió que le quitará nada o le robará sus padres, pero en el fondo Amos no le agradaba por razones que nunca fue capaz de explicar.
Amir, el menor era su hermano favorito. Sabía que podía confiar en él, Gregor metería las manos al fuego por su hermano pequeño, pero no estaba seguro de poder confesarle sobre su amorío con la hija de los Wolf.
También tenía una hermana –prima hermana– Sam, no eran los más cercanos, pero Gregor le tenía el suficiente afecto para encubrirla en sus escabullidas nocturnas.
Una familia feliz dentro de lo común, no les hacía falta nada, pero igual se esforzaban por tener más.
Los Brown eran conocidos por ser una familia muy grande, pero llenos de desventajas, no tenían mucho que ofrecer, más que algunas tierras que aún no sabían si eran fértiles. Muchos habían apostado algunas tierras, comenzando a caer aún sin haber estado arriba.
Todo lo contrario a los Wolf, que durante generaciones se habían mantenido en lo más alto.
—¿Cuál es su nombre? —pregunto un día de la nada, Amir, su hermano menor —¿El de la chica que te ha hecho suspirar?
—Se llama Anne —se limito a responder, sirviendo un poco de jugo de naranja para los dos.
—¿La conozco?
—Tal vez, quizás la has visto en los pasillos —respondió, en casi un susurro —Es una chica Wolf.
A Amir se le cortó la respiración por un segundo, sus ojos se iluminaron. Amir sabía lo que aquello significaba, cualquiera de las hermanas Wolf valían oro puro.
—¿Nuestros padres lo saben? —pregunto, cuidando su tono de voz, pues nunca se sabía quién podría estar escuchándolos.
—Claro que no —se aproximó a responder, pues Gregor apreciaba y amaba lo suficiente a Anne para cuidarla de los indecentes de sus padres.
Él los ama, pero sus padres tenían costumbres demasiado cuestionables. Si supieran que la chica con la que se miraba de vez en cuando era Anne harían de todo para asegurar un embarazo adolescente y de esa forma comprometerlos, asegurándose un buen futuro.
En eso Los Brown no eran tan diferentes a los Wolf.
—¿Puedo saber al menos con cuál de las tres estás saliendo? —preguntó Amir, con sumo cuidado de no ser escuchado.
Absolutamente todos conocían a las distinguidas hermanas Brown; Cora, Anne y Jade.
Cora era con seguridad la más lista, siempre iba por lo que quería y obtenía siempre lo que deseaba. Era la favorita de sus padres, de los profesores, de todo el mundo.
Anne era más seria, callada y reservada. Entrar en su círculo era difícil, siempre estaba rodeada de las mismas personas, pocas veces hablaba con alguien fuera de su social.
Jade era el resultado de una mezcla entre sus dos hermanas mayores, podía llegar a ser realmente sociable como callada, era la más accesible de las tres; todo el mundo le tenía a Cora, a su porte elegante y a su aura de control sobre las personas. Por el otro lado, a pocas personas le agradaba Anne, claro, nunca nadie se lo daría a la cara.
Siempre obtenía las mejores calificaciones, siempre estaba bien vestida y peinada; todos la conocían, sin embargo, ella conocía a pocas personas. No era que fuera prejuiciosa por la estigma de clases sociales, solo era tímida, para todo.
Gregor estaba por responder, separó sus labios en una fina sonrisa, pero antes de que pudiera decirle a su hermano, Samantha entró a la cocina.
Sam se miraba tan enferma como el día en que sus padres murieron, ella se rehusaba a creer que su padre pudiera hacer algo tan atros como lo que había hecho. Juraba y perjuraba que era un buen hombre, que jamás había portado un arma, que ni siquiera sabía cómo se usaban, sin embargo, su padre sabía.
—¿Ya tomaste tus medicamentos? —prehunto Gregor, a lo que Sam se limitó a asentir pareciendo estar cansada.
Dormía poco, comía apenas lo suficiente para no desmayarse, y salía demasiado de fiesta. Samantha a diferencia de su hermano, no se había tomado muy bien las cosas, aún le costaba creer como todo había resultado; razón por la que pasaba más tiempo medicada que conciente.
Pasaba más tiempo afuera que en casa, al principio todos lo dejaron pasar por el hecho de la tragedia y que todo había pasado frente a sus ojos en cuestión de minutos, pero de un momia otro, todo comenzaba a ser cansado.
Por otro lado, Amos siempre se demostró con su personalidad de siempre; estaba acostumbrado al abandono, así que el suicidio de su padre fue como algo normal en su vida. Ya había oído acerca de algunos familiares que se habían suicidado, él en más de una ocasión había pensado en la muerte, pero tenía algunas ambiciones que quería llegar a cumplir.
Él sabía la clase de familia que tenía (como todo el mundo), Amos tenía la idea de que él era quien tenía que cambiar las cosas; tenía que levantar a su familia de las cenizas. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de cambiar la historia, que nunca se dió cuenta de que las acciones de ese momento, traerán grandes consecuencias en el futuro.
—¿Ya escucharon los rumores? —preguntó Amos, entrando a la cocina —al parecer Cora Wolf ha quedado embarazada y no precisamente de su prometido; todo el mundo está hablando de eso.
Gregor no dijo nada, sin embargo, en su cabeza pasaron muchos escenarios diferentes; sabía lo que aquello significaba, si Cora Wolf no podía cumplir con el acuerdo que sus padres habían hecho, entonces, Anne tendría que hacerlo.
Anne ya le había hablado de ese tema, la chica había sentido un poco de pena por Gregor por lo desinformado que estaba acerca de cómo algunas familias de la élite neoyorquina, manejan ese tipo de cosas que no le había quedado de otra más que explicarle todo con lujo de detalle.
Anne y Gregor no eran personas que hablarán de sus familia por cuenta propia, solo ellos sabían cómo eran las cosas en sus hogares a puerta cerrada. Claro, a veces comentaban una que otra cosa entre ellos.
Anne sabía la manera en que los Brown se habían hecho una pequeña fortuna, conocía la historia de como Amos y Samantha habían terminado de acogidos en casa de Gregor. Sabía que Amir no gustaba de chicas, eso lo sabía por cuenta propia, por lo que no se animaba a conversarlo con Gregor. Dudaba que él supiera algo relacionado a ese tema, sin embargo, estaba segura de que comenzaba a tener sus sospechas.
Por otro lado, Gregor sabía más de lo que Anne le contaba. Sabía que la familia era demasiado tradicional, acerca de los matrimonios arreglados y algunas tradiciones que habían adoptado en Turquía. Gregor sabía acerca de las enfermedades mentales que abundaban en la familia Wolf, también sabía cómo se han hecho ricos y acerca de las empresas.
Pero, eran más las cosas que sabía por cuenta propia, que por la boca de Anne. Eran cosas insignificantes, pero, que sin duda lo inquietaban, como por ejemplo: la razón por la que uno de los hermanos de Anne estuvo preso, el exilio de uno de sus tíos, y luego estaba el tema de su prometido, del que le hubiera gustado enterarse por la boca de Anne, que por otras personas.
Algunas veces se había planteado sacar el tema a luz, pero, había decidido ser paciente, él más que nadie sabía que Anne hablaba de las cosas a su momento. Tenía que tener paciencia, más vuandyel trataba de ell.
Anne siempre se había considerado una persona libre, pasaba horas leyendo novelas románticas y escuchando música que definitivamente suadre jamás aprobaría.
La cuestión es que Anne no planea casarse con Luka vitole, el hijo de un amigo italiano de su padre; ninguno de los dos quiere aquello, crecieron juntos, eran casi como hermanos por lo que estaban de acuerdo en que las cosas sean raras y en qué tenían que encontrar una solución a ese compromiso que no era deseado por ninguno de los dos.
Luka siempre fue bueno con Anne, después de todo su crianza no había sido tan diferente, por lo que de cierto modo se entendían.
Los dos tenían un deber que cumplir, les gustará o no; a diferencia de Gregor, quien había nacido en una clase inferior a la de ellos, pero con la libertad de escoger de qué forma viviría su vida.
Así que él había escogido a Anne, eran jóvenes, pero no había dudas de que se amaban, así que… no tenía nada que perder presentándose a los padres de Anne como un inicio.
—¿Estás seguro de ésto?
Anne no era alguien que dudará de las personas, pero, dudaba que sus padres tuvieran el más mínimo interés en conocer a Gregor. El pasatiempo favorito de su padre era juzgar y repeler a las personas de clase inferior a la de él, por otro lado, a su madre no podría importarles menos las cosas.
—Antes de entrar debes de saber que mis padres son... Bueno, ellos son... Complicados.
Gregor tenía la intención de hablar con sus papás, llegar a un acuerdo, y prometerles que cuidaría bien de Anne. Aún eran jóvenes, pero, si no hacía las cosas con tiempo, tenía que para cuando el momento llegará fuera demasiado tarde. Conocía las posibilidades, era más probable que se negaran a qué aceptarán, pero, nada perdía con intentarlo así que ahí estaba.
Estaba en casa de Anne, mientras en su casa se llevaba acabo una cenar familiar que apuntaba a terminar en una discusión sin fin, al igual que todas las anteriores.
Así que sucedió, Gregor conoció a los padres de Anne, fue un encuentro demasiado corto para su gusto; apenas un intercambio de palabras y después nada.
Él padre de Anne se fue tan rápido como había aparecido, aparentemente tenía un problema que resolver. Por otro lado, la madre había parecido interesada en conocerlo, le hizo algunas preguntas de rutina para después desaparecer del mismo modo que el padre bajo la excusa de un dolor de cabeza.
Había sido un encuentro rápido y para nada avergonzoso, incómodo tal vez un poco, pero, no había salido tan mal y eso estaba bien para ellos.
En ese momento eran felices, tenían preocupaciones por su futuro, problemas familiares, pero estaban seguros de que podrían resolverlos y encontrar la manera de estar juntos.
Lamentablemente, la vida tenía un plan muy distinto.
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Anne Wolf sabía que las cosas habían llegado muy lejos, no era una intuición, era una realidad, le gustará o no, le correspondía a ella llegar hasta el final y así lo haría; ella descubriría la verdad, encontraría al responsable de que su vida sea un martirio.
Su vida nunca había sido tan infeliz como en ese momento, daría todo olvidar todo, pero, eso no le garantizaba que estaría mejor. Además, su salud mental se deteriodaba con el paso de los días.
Anne no era capaz de recordar la última vez que fue verdaderamente feliz, pero, si se lo preguntan, seguro responderá que fue cuando estuvo junto a Gregor. El único hombre que siempre amaría.
Amaba a sus hijas, en verdad las quería, había intentado mantenerse de pie por ellas, pero le era tan difícil para ella verlas y no recordar la forma en que fueron concerbidas.
Anne cerró con fuerza los ojos al recordar su noche de bodas, los años había pasado, pero los recuerdos eran tan vividos que por las noches se despertaba de golpe dando algunas patadas hasta que caía en cuenta de que eso ya había pasado. Que ahora estaba a salvó, pero sabía que no sería por mucho tiempo por eso había comenzado a planificar todo para cuando el momento llegará.
Todo tenía que estar listo, para cuando diera su último suspiro. Por lo que había convocado una reunión en su habitación, que era lo suficientemente grande para tener una sala de estar ahí adentro.
Sabía que su hija mayor, Eliza estaría en Nueva York y que Alyssa estaría haciendo algo con el hijo del pastor, tal vez no hablaba con ellas, pero, la ama de llaves siempre le contaba hasta el más mínimo detalle sobre sus vidas.
El clima no era el mejor. Anne odiaba las tormentas, en algún momento le gustaron, amaba jugar bajo la lluvia y sentarse a ver cómo la lluvia caí, pero eso era antes de que su vida fuera marcada por una tormenta.
Un trueno cayó, Anne cerró los ojos y por un largo segundo se transportó a aquel momento lleno de gritos y sangre. No importa cuánto tiempo pasará, ella siempre lo recordaría todo bastante bien m
—¿En qué te puedo ayudar, Anne? —le pregunto Matilde, su ex enfermera, la mujer que contrato para que sedujera a su esposo. —Por lo que sé ya todo ha terminado, Amos está muerto.
Matilde le sonrió con calidez, dejando la taza de té sobre la mesa, a la vez en que Anne abría los ojos sintiéndose un poco más segura; no por la mención de la muerte del que solía ser su esposa, si no por la voz de Matilde, era como un arcoiris después de la tormenta,
pero sabía que eso sería momentáneo porque la muerte siempre la estaba asechando.
—Lo sé —respondio, levantándose de su lugar para tomar una caja que durante mucho tiempo estuvo debajo de su cama —solo quería que tuvieras esto, adentro tiene el suficiente dinero para que empieces de nuevo, para que Mare pueda ir a una buena universidad o a dónde sea que quiera ir.
Matilde contuvo el aire, sintiendo un gran peso despejarse de sus hombros.
—Tienen que dejar este lugar, Matilde, por favor toma a tu hija y regresa a Turquía —le pidió Anne, poniéndose de rodillas frente a Matilde para después tomar sus manos —tienes que hacerlo, tienen que irse muy lejos, dónde nadie sepa quiénes son, a dónde nunca puedan ser encontradas.
Matilda sabía que ese momento algún día iba a llegar, pero, se había acostumbrado tanto a ese lugar que ya no quería irse. Matilde soltó el aire, recordando los días en los que vivía en la calle hasta que Anne la encontró y le propuso un trato. Ese día su vida cambio, de no tener nada, ahora lo tenía todo. En ese tiempo no le importaba nada, aceptó aquel plan sin ningún problema; era joven, estaba en la calle y era tonta. No sabía su nombre o si tenía familia, todos siempre la habían llamado por palabras muy poco amables, hasta que Anne llegó y para bien o para mal, la había ayudado.
Fue en sus vacaciones en Turquía cuando la encontró, la joven sin nombre, Matilde estaba volando para Norteamérica; en ese transcurso habían intercambiado correos, habían creado un plan que tenían que seguir al pie de la letra.
Tal vez Matilde había quedado muy mal, pero, ahora tenía una amiga y también una hija, lo demás no le importaba. Además, Anne después de aquello, había arreglado su vida; le consiguió un trabajo en el hospital, le dió el suficiente dinero para que viviera bien por el tiempo necesario y quedaban para tomar té de vez en cuando para ponerse al tanto sobre sus vidas.
Anne jamás había hecho nada para perjudicar a Matilde, y Matilde jamás le había mentido a Anne. Estaban juntas en todo, desde que Matilde acepto seducir a su esposo, Anne supo que podía confiar en ella y desde entonces las cosas nunca habían estado tan bien para ninguna de las dos.
Anne podía quitarse a su asqueroso esposo de encima las veces que quisiera, las peleas y los golpes seguían, pero ya no con la misma frecuencia. Amos se controlaba al tener a una mujer linda durmiendo a un lado de su habitación.
Por otro lado, Matilde tenía un techo, comida y un espacio propio, eso sin contar que podía usar la tarjeta de Anne las veces que quisiera. Anne no tenía ningún problema, mientras le quitará su esposo de encima, ella le daría lo que quisiera con tal de que las cosas siguieran así.
Pero, definitivamente las dos eran más felices caundo Amos no estaba. A veces se sentaban a un lado de la chimenea y hablaban sobre cualquier cosa, Anne le contó todo lo que había pasado, lo que la había llevado a tener esa vida tan infeliz y Matilde escucho todo con detalle, intercambiaron historias de vida hasta que llegó el momento de que Matilde se fuera.
Pero, ella nunca quiso irse. Anne le dió la oportunidad de hacer su vida lejos, pero ella era la única persona que tenía, aparte de su hija, por lo que se negó a cualquier negociación acercarca de marcharse del pueblo.
—¿Tiene que ver con lo que me conteste aquella noche? —pregunto con un nudo en la garganta, Anne asintio.
—Tengo el presentimiento de que Alyssa sabe que algo está pasando, tal vez no lo sabe todo, pero sabe que algo está ocurriendo —informo, sintiendo como un peso se posaba sobre sus hombros. Ella jamás quiso arrastrar a sus hijas eso, pero, había cosas que no podía controlar.
—¿No se supone que en este lugar nadie podría encontrarlas? —pregunto Matilde, levantando a Anne del suelo —tu dijiste que era seguro.
—Y así era, pero, algo ha pasado. Lo sé, estoy segura de que está aquí asechando —comento, —la ama de llaves me ha dicho que algo le ha pasado a Alyssa, que no es la misma de antes; duerme menos, no come y que se comporta como yo días posteriores a...
Anne no fue capaz de terminar la oración, pero Matilde sabía bien de lo que hablaba.
—Pero, ¿Por qué la molestaría a ella? —pregunto Matilde, —es solo una niña.
—Yo también era solo una niña y mira todo lo que me pasó, pero eso no importa, Alyssa debe de saber algo.
—Tranquila, a Alyssa no le pasará nada, la cuidare por tí desde las sombras —afirmo Matilde.
—Solo recuerda que nunca nadie debe de saber la verdad, por lo menos no por ahora —hablo Anne sirviendo más té. —Todos deben de seguir creyendo está farsa, la ama de llaves me ha dicho que Mare ha tenido un accidente aprendiendo a manejar, ¿Se encuentra bien? ¿Hay algo que pueda hacer para ayudar?
—No, ella se encuentra bien. —respondio Matilde, tomando un sorbo de té —siempre ha sido demasiado inquieta, esa niña no le teme a nada.
Matilde tomo su bolso, para después buscar entre sus cosas un par de fotos que siempre llevaba a todos lados.
—Mira, es está —señalo, mostrandosela a Anne.
—Se parece mucho a alguien que solía conocer —comento, recordando al hermano menor de Gregor —tiene un poco de Amos, pero todo lo demás es los mejores integrantes de esa familia.
Matilde no conocía a muchas personas, no conocía a ningún otro Brown que no fuera Amos, por lo que no podía saber a quien se parecía Mare; su hija podría parecerse a alguien de su pasado, a aquella familia que la abandonó o bien podría parecerse a alguien de la familia Brown.
Eliza era toda una réplica de ella, no tenía mucho de los Brown en su sistema más que la sangre y apellido, todo lo demás era de los Wolf. A Anne le gustaba verla sonreír, porque le recordaba a sus hermanas, tenían la misma sonrisa y sus ojos eran como los de su hermano mayor.
Por otro lado, Alyssa era rubia y de tes pálida, a veces le recordaba a su hermanita Jade, tenían casi la misma personalidad y las mismas ganas por comerse el mundo de una mordió.
—Tiene tus ojos —afirmo Anne, devolviéndole la foto a Matilde quien la tomo para entregarle otra.
—Mare la tomo entre las cosas de su amigo, el hijo del comisario —se limitó a decir, sabiendo a ciencia cierta sobre quien hablaba. Algo que había aprendido era que Anne siempre lo sabía todo, estaba muy bien informada sobre todo lo que pasaba en Roskeby. —Alyssa se mira tan feliz en esa foto que pensé que podrías querer tenerla, ella no sonríe mucho.
—Lo sé, la ama de llaves me ha dicho que últimamente ha estado algo triste. —hablo Anne, dejando la foto sobre la mesa —creo que se siente sola, también me ha dicho que pregunta mucho sobre mi familia y la de su padre.
—Mare a veces hace preguntas, muchas preguntas sobre todo, pero tal parece se ha cansado de que nunca respondo a nada. —comento Matilde con una sonrisa seca, —a veces quisiera tener familia, es decir, poder darle nombres de mis padres, de mis hermanos, si es que tenía, no lo sé. No tengo a nadie sobre quien hablarle, a veces le hablo sobre una amiga que tuve y que me cambio la vida.
Anne asintio, mientras se le dibujaba una pequeña sonrisa sobre los labios, al oir que Matilde hablaba de ella como su amiga, porque ella también la considera su amiga.
—La ama de llaves me dijo que se escapó de casa, o algo así antes de tener su accidente.
—Asi es —Matilde, dejo escapar el aire —se ha escapado para salir con alguien mayor, ¿Lo puedes creer? Tiene quince, ¿Cómo puede pensar que alguien que podría ser su papá la puede querer? Bueno, tal vez estoy exagerando, este joven no podría ser su papá, pero tiene la edad considerable para prohibirle a Mare que lo vuelva a ver.
—¿Tan malo es? ¿Mare que te ha dicho?
—Nada importante, se excuso con que la ayudaría a repasar un tema importante sobre la clase.
—Oh, entonces, es su profesor.
Matilde asintio, a la vez en que la puerta de la habitación era abierta por la ama de llaves quien llevaba con ella una bandeja con la cena. La dejo sobre la mesa, a la vez en que se paraba con un eje de preocupación a un lado de Anne.
—Swñora Anne, alguien ha dejado este sobre en el buzón —aviso, extiendole un sobre amarillo con algunas gotas de lluvia.
Anne lo abrío temerosa, pensó que era quizás un papel del banco, sobre cualquier cosa, pero adentro solo había una foto de Eliza en un club de Nueva York.
En ése momento, Anne supo que la pizca de paz que había logrado obtener se esfumaria tan rápido como había llegado.
🌘
Algo que caracterizaba a Anne adulta era que se había vuelto una persona nocturna, la medianoche era su nuevo mediodía así que siempre estaba despierta.
A veces leyendo un buen libro, otras veces solo estaba despierta con la mirada perdida en el techo.
Esa noche no era la excepción, siempre estaba inquieta y con todos sus sentidos despiertos, pues sabía que algo malo estaba pasando.
Algo malo siempre pasaba.
Así que cuando su teléfono sonó, no dudó en levantarlo.
—Mareike a desaparecido.
Anne sabía que algo así pasaría, hace tiempo se lo había advertido a Matilde, pero fue tan terca en no querer irse y quedarse en Roskeby Hill que ahora era parte del juego.
Nadie estaba a salvó en Roskeby Hill, todos serían parte de un juego cruel que muchos años atrás le había arrebatado su vida y felicidad.
Notita.
El capitulo se siente incompleto porque se me borró una buena parte, pero, no importa, son cosas que igual se explican más adelante.
Por cierto, ¿Cuál es tu personaje favorito?
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