**** 8. Conflicto. ****
Uno de los muchos días que habían transcurrido, Delia me comentó que Daniel la llamaba diariamente para saber sobre mi salud. Saber que aún se preocupaba por mí me llenaba de alegría el corazón. Sin embargo, había decidido mantener la distancia y no escribirle, ya que tenía demasiados problemas con Adrián y no quería darle otro motivo más para que siguieran las peleas. Estaba cansada de mantener esta vida que me desgastaba, por eso le había pedido a Adrián que habláramos sobre nuestra situación.
—Pasa Adrián, por favor. Toma asiento —ofrecí señalando la silla junto a mi cama, a regañadientes lo hizo.
—Está bien, ¿qué sucede?, ¿de qué quieres hablar? —preguntó resignado.
—De nosotros, de nuestra relación.
—Estoy exhausto, Nicol. Ahora no es un buen momento.
—Nunca lo es, no quiero pelear, solo hablemos por favor —pedí, él asintió y yo continué—. Apenas te he visto en estos días, ni siquiera duermes en esta habitación. ¿Ya no eres feliz a mi lado?
— ¿Por qué me preguntas eso de nuevo? ¿Por qué ahora Nicol? —cuestionó entrecerrando los ojos—. ¿Acaso me estás comparando con alguien más? ¿Qué buscas con todo esto?
— ¡Porque quiero entender, Adrián! Necesito entender por qué estamos viviendo así —respondí con calma, tratando de hacerle ver que mis preguntas nacían de mi preocupación y no de una comparación.
— ¿Así cómo, Nicol?
—Esto no está funcionando para ninguno de los dos, desde hace mucho tiempo dejamos de ser una pareja. Nos da igual la presencia del otro, esto no es vida. Adrián, estoy cansada. Seamos sinceros y aceptémoslo —continué con toda la sinceridad que podía—. Me lástima ver cómo cada día las cosas empeoran. No quiero seguir de este modo —hice una pausa esperando que dijera algo, pero se mantuvo callado observándome—. Adrián... Lo siento, pero... las cosas cambian o se acaban...
— ¿Por qué no me dices la verdad? —preguntó con cierta hostilidad—. Lo que quieres cambiar es a quién metes en esta cama, ¿no es cierto?
En su rostro podía ver reflejado mi propio dolor. Aceptar que una relación de tantos años estaba fracturada de esta manera no era fácil. Resultaba mejor culpar a otros de nuestras fallas que asumir nuestros errores.
— ¡Te estás pasando de la raya, Adrián! —le advertí con firmeza. No iba a permitir que me ofendiera—. Esto no tiene que ver con otra persona, tiene que ver con nosotros y con nuestra relación. Ya no somos felices juntos.
Él me dio una mirada de odio o algo más que no supe interpretar, se levantó y salió de la habitación. Una vez más, no logramos resolver nuestros conflictos. ¿Qué debía suceder para que pudiéramos cambiar? No lo sabía, y eso me tenía cansada y frustrada.
Pasé el resto del día muy triste y desanimada. Delia me preguntó si me apetecía dar un paseo por el parque, lo cual agradecí muchísimo, ya que necesitaba respirar aire fresco. Con su cuidado, Delia me ayudó a cambiarme de ropa. Escogí un vestido de verano y unas zapatillas. Aunque no iba a caminar, no podía salir descalza.
La tarde era fresca y agradable. Delia empujaba suavemente la silla de ruedas por los alrededores del parque. Quería ver el mar, así que le pedí que me llevara al malecón. Una vez allí, le pedí que se sentara y descansara, necesitaba un poco de privacidad y ella lo entendió sin problemas.
Observé las olas que iban y venían, algunas con fuerza y otras más débiles, y me di cuenta de que eran el reflejo de mi vida. La diferencia era que ellas viajaban por todo el mundo mientras yo permanecía estancada en una marea que subía y bajaba con los ánimos del día a día. Me quedé mirando el horizonte y me permití derramar las lágrimas contenidas en mi interior, dejando que se mezclaran con el sonido de las olas.
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Días atrás, conversando con Jackson, había decidido alejarme de Nicol. Me di cuenta de que tenía sentimientos por ella, y yo no debía entrometerme en su matrimonio. Por eso no había vuelto a su casa, era mejor así. Aunque cada tarde, llamaba a Delia para saber sobre la salud de Nicol. Su evolución clínica era satisfactoria, pero su estado emocional era otra cosa.
Cuando la llamé esa tarde, no dudó en decirme dónde estaban, con las ganas que tenía de verla, no perdí ni un segundo y fui a su encuentro.
Mi sorpresa fue enorme al encontrar a Nicol en ese estado. Delia me lo había advertido, pero comprobarlo por mí mismo era otra cosa. La observé de lejos por un instante antes de acercarme. Todo en ella transmitía tristeza y dolor. Estaba tan quieta, con la mirada perdida en un punto lejano y lágrimas que bañaban sus mejillas. Estaba sola, llorando sin importarle quién o qué estuviera a su alrededor y pudiera verla. Era como si necesitara expiar algún dolor acumulado. Esperé un momento y luego me acerqué, inclinándome para quedar a su altura.
—Nicol... —la llamé suavemente, y ella dirigió una triste mirada hacia mí. Al reconocerme, me sonrió. Saqué un pañuelo de mi bolsillo y limpié sus lágrimas.
—Hola... ¿Cómo supiste que estaba aquí?
—Delia me lo dijo.
—Ya veo... —hizo una mueca simulando una sonrisa, pero se notaba que estaba luchando contra sus emociones.
—Pensé que me escribirías.
—Lo siento, no quise molestar.
—Nicol, no eres una molestia para mí. Me gustaría saber de ti, cómo te encuentras, conversar contigo.
Pero ella únicamente suspiró y no dijo nada. Se mostraba inquieta, estrujando el pañuelo entre sus manos.
— ¿Quieres que me vaya y te deje sola? —le pregunté y con eso logré llamar su atención, y ella levantó la mirada.
—No, por favor. Quédate. Busquemos una banca para que te sientes. Quiero que me hables de tu maravillosa vida. Invítame a volar a tu mundo con tus historias.
—Nada me gustaría más que tomarte de la mano y mostrarte mi mundo —respondí mientras tomaba su mano y dejaba un beso en el dorso.
—Daniel, yo... —empezó a decir, pero la interrumpí.
—No digas nada, lo sé —le dije con tranquilidad, sintiendo su mano temblar ligeramente en la mía.
Logré hacerla sonreír, aunque era más bien una sonrisa triste y resignada. No sé cuánto tiempo estuvimos hablando de tantas cosas. Pude conocer lo que le gustaba hacer, el amor que sentía por su hija, lo mucho que extrañaba a sus padres. Me habló de sus sueños y los lugares que deseaba conocer. Toda ella era una mujer tan diferente a otras que había conocido. Su única ambición era ver feliz a su hija.
Cuando empezó a caer la tarde, decidimos ir a su casa. Por el camino, compramos helados, de seguro a Annie le gustarían.
Una vez en el departamento, fuimos hasta su habitación. Delia ordenó los cojines en la cama para que Nicol estuviera cómoda.
—Gracias, Delia, yo me encargo —intervine cuando se acercó a Nicol para ayudarla a trasladarse a la cama.
—Está bien, señor. Iré por los medicamentos, ya regreso.
Asentí y la vi salir de la habitación, dejándonos solos.
Observé a Nicol y noté cómo estrujaba sus manos, como si estuviera luchando contra algo. Me acerqué a ella y le tomé la mano suavemente, tratando de transmitirle calma.
— ¿Estás nerviosa? —pregunté mientras me inclinaba y deslizaba mi mano por su pantorrilla. Noté cómo dio un respingo al sentir el roce en su piel.
—Nerviosa... no, para nada —musitó Nicol, aunque le costaba mantener la mirada en mí.
Le ayudé a sostener la pierna buena con una mano y con la otra levanté el posa pié de la silla de ruedas. Luego, con mucho cuidado, tomé su otra pierna del soporte y la deslicé hasta el suelo. Cuando me acerqué más a ella, pude notar cómo se había acelerado su respiración.
—Bien. Apóyate en mí. Voy a ponerte de pie —dije tan cerca de su rostro que pude sentir el calor de su respiración. Ella asintió y desvió la mirada.
Coloqué mis manos en su cintura y la ayudé a ponerse en pie con mucho cuidado. La sostuve muy cerca de mí mientras apoyaba su peso en la pierna buena. Podía sentir su fragilidad, pero también su determinación por mantenerse firme y no caer. Admiré su coraje y fortaleza.
— ¿Te sientes bien?
—Gracias, necesitaba esto —dijo respirando profundamente, luego se apresuró a aclarar—, me refiero... a estar de pie.
—Claro, entiendo... —guardé silencio y observé su rostro por un instante, me di cuenta de que no era indiferente a mi presencia por lo que me atreví a decirle—. Yo sí necesitaba esto Nicol, tenerte así de cerca y saber que te encuentras bien.
—Daniel... No deberíamos...
—Lo sé, Nicol. Concédeme este momento por favor, no pido más.
La abracé y al principio se tensó, pero llevé una mano hasta su nuca y enredé mis dedos en su cabello masajeando suavemente; exhaló con fuerza y se rindió. Me rodeó con sus brazos y recostó la cabeza en mi pecho. La calidez de su cuerpo era como un bálsamo, que calmaba la ansiedad por no haberla visto durante días. Escuché voces que se acercaban y con gran esfuerzo me separé de ella, la mantuve apoyada con un brazo y entró Annie corriendo a la habitación.
La niña saludó a su madre. Luego de recibir un efusivo abrazo, ayudé a Nicol a recostarse en su cama. Me dirigí a la pequeña, tomé su mano y la besé como había hecho antes. Eso parecía encantarle; era igual que su madre en ese aspecto. Le gustaba que la trataran como a una reina.
— ¡Hola, princesa! Te he traído algo, espero que te guste. ¿Quieres ver qué es?
—Sí, por favor. ¿Puedo verlo, mami?
—Claro que sí, mi amor —le respondió ella. Le guiñé un ojo a Nicol antes de salir tomado de la mano de la pequeña.
La llevé a la cocina y Delia me ayudó a servir el helado. Annie quería ponerle todo tipo de golosinas y me dijo cuáles eran las que le gustaban a su mamá.
—Buenas tardes, Doña Ana. ¿Le apetece un poco de helado? —le ofrecí amablemente en cuanto entró a la cocina.
—Buenas tardes, joven. Sí me gustaría, gracias.
Servimos todos los helados y fuimos a llevarle el de Nicol. Era una combinación muy extraña, y esperaba que la niña no se hubiera equivocado al escoger todo eso.
—Espero que te guste. Annie dijo que este era tu favorito, aunque para mí es una combinación muy extraña —le dije a Nicol mientras le entregaba su helado.
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—A ver, déjame probar. ¡Oh, sí! Está perfecto —dije después de meter en mi boca una cucharada grande del helado. Era de mantecado con trozos de chocolate, galleta y dulce de leche. Delia le había rociado un poco de limón, ya que no podía agregarle licor de naranja debido a los medicamentos.
— ¡Uuum! Debes probarlo, está divino —le ofrecí un poco a Daniel, aunque al principio dudó. Luego se acercó y le di un poco. Cuando lo probó, hizo muchas muecas, lo cual fue divertido de ver.
—Tengo que decir que no está nada mal la combinación, un poco extraña, pero deliciosa. A ver, dame otro poco —dijo Daniel mientras metía su cuchara en el helado. Comió un poco y luego empezó a intercambiar helado con Annie, lo cual fue muy divertido de ver.
Era un placer verlos a ambos sonreír mientras comían helado y compartían, pero justo en ese momento entró Adrián y vio toda la escena, inflándose de ira. Daniel no podía hablar porque tenía la boca llena de helado, y yo me quedé muda de la sorpresa.
— ¿Qué significa esto, Nicol? —estalló Adrián en cólera, y yo quería que me tragara la tierra. Él nunca había sido agresivo, pero esta vez creí que había acabado con su paciencia.
—Deberías calmarte, Annie está presente y la estás asustando —advirtió Daniel dirigiéndose a Adrián.
— ¿Quién te crees que eres para decirme cómo comportarme? Lárgate de mi casa ahora mismo —gritó Adrián aún más fuerte, enfurecido por la situación.
—Delia, por favor, llévate a la niña —pidió Daniel con una extraña calma en la voz. Delia se levantó y le extendió la mano a la niña para que la tomara—. Anda, cariño, ve con ella. No te asustes, todo va a estar bien.
Yo asentí y le sonreí de vuelta para que estuviera tranquila. Ella tomó la mano de Delia y salieron de la habitación.
— ¿Cómo te atreves a dar órdenes en mi casa? ¡Pero quién te crees que eres! —gritó de nuevo Adrián una vez que Annie había salido de la habitación—. ¿Crees que por ser un actorcito puedes llegar aquí y mandar a tu antojo?
—Únicamente me preocupo por el bienestar de Annie, cosa que por lo visto a ti no te importa —espetó Daniel colocándose frente a él, sin inmutarse por el tono amenazante de Adrián.
No sabía cómo calmar a Adrián. Nunca lo había visto así en mi vida. Daniel parecía un muro frente a él, como queriendo absorber toda la ira para protegerme, pero a Adrián ni le importó. Estaba cegado por la rabia y los celos, así que seguía gritando, insultando y maldiciendo. En un arrebato, Adrián empujó a Daniel haciéndole retroceder unos pasos.
— ¡Eso es lo que quieres, muy bien! Salgamos, arreglemos esto fuera de aquí —gruñó Daniel, apretando los puños a los costados.
— ¡Nooo! ¡Por favor, basta ya! —exclamé con desesperación, pero ninguno de los dos me miraba.
Si no detenía esto, iba a ponerse peor. Intenté levantarme de la cama para detenerlos, y con eso logré llamar la atención de Daniel.
— ¡Daniel, por favor! Vete. Déjame a solas con Adrián —le dije mirándolo fijamente, pero no se movió de su posición.
Desistió al ver cómo yo hacía otro intento por ponerme de pie. Me miró con frustración y luego se acercó a Adrián.
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— ¡Ten cuidado con lo que haces! —lo amenacé, sintiendo que estaba a punto de explotar. Solo me contuve porque estábamos dentro de su casa—. Me marcho solamente porque ella me lo pide, pero si la tocas, lo vas a lamentar —le advertí con la mirada fija en sus ojos. No permitiría que le hiciera daño a ella o a Annie.
Salí de la habitación, pero fuera los ánimos tampoco estaban muy calmados. Doña Ana caminaba de un lado a otro, hecha un manojo de nervios en la sala. Delia se había llevado a la niña a la cocina y le había colocado los audífonos para que viera unos videos en su teléfono. Yo me sentía furioso y dispuesto a hacer lo que fuera necesario. Cada vez los gritos eran más fuertes. Justo cuando iba a entrar de nuevo en la habitación, llamaron a la puerta. Era Emily.
— ¿Pero qué está pasando aquí? Desde el pasillo se escuchan los gritos —inquirió ella al entrar. Luego al verme exclamó: —. ¡Ah! Estás aquí, ahora entiendo lo que sucede. Daniel será mejor que te marches o esto se pondrá más feo de lo que se ve.
— ¡Has perdido la razón, Emily! Ni pienses que voy a moverme de aquí.
—Daniel, escúchame. Los conozco desde hace muchos años. Esto no es nuevo y sé que no pasará de allí.
— ¿Cómo puede ser? ¿Por qué Nicol lo ha permitido por tanto tiempo? Esto se acaba hoy mismo —dije molesto y traté de avanzar hacia la habitación, pero Emily se interpuso en mi camino para que no pudiera llegar.
— ¡Cálmate, fortachón! Ella estará bien, ¿ok? Recuerda, 'perro que ladra no muerde'. Así que, vete por favor. Prometo llamarte más tarde, ¿vale? Hazme caso, será peor de lo que es si te quedas. Nicol no necesita eso ahora —dijo Emily tratando de tranquilizarme y de persuadirme para que me fuera.
—No estoy muy convencido, pero confiaré en ti. No la dejes sola. Por favor ve a detener esto ahora mismo —le dije a Emily y comencé a caminar hacia la puerta—. Delia, encárgate de Annie por favor. Me llamas si surge algo. Estaré cerca.
—Sí, señor. No se preocupe lo haré.
No me quedó otra opción que hacerle caso a Emily. Tuve que marcharme por respeto a Doña Ana, Annie y Nicol. Estaba a punto de entrar en esa habitación y sacar a ese energúmeno a patadas si era necesario. Al parecer, estas situaciones eran muy normales en esa casa, pero para mí no lo eran. Yo crecí rodeado de amor y afecto, y no entendía por qué Nicol permitía ese trato. ¿Por qué soportaba estas cosas? ¿Acaso lo amaba tanto? No, no podía ser. Me rehusé a creerlo.
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Adrián estaba histérico. Lo que Daniel le había dicho lo tenía más alterado. Cada vez que trataba de hablar con él, gritaba más fuerte. Así que opté por callar y dejar que se desahogara. Estaba rogando que Daniel no entrara de nuevo cuando tocaron a la puerta. Casi me da un infarto, pero por suerte era Emily quien había llegado.
— ¡¿Has visto, Emily?! A tu amiga ya no le da vergüenza traer a su amante a esta casa, y de paso tengo que ver cómo comparten helado en nuestra habitación. Esto ha llegado al límite —gritó Adrián, dirigiéndose a mí con ira.
— ¡Cálmate, Adrián! Mira que se te sube la presión de nuevo. Por favor, vamos a sentarnos y tratar de resolver esto con calma, ¿sí?
Emily sabía cómo calmarlo. Como médico, sabía exactamente qué decir para que Adrián se relajara. Él ya había sufrido un infarto hace poco más de un año, y le aterraba volver al hospital. Por eso, era importante que mantuviéramos la calma y encontráramos una solución pacífica a la situación.
— ¡Acaso esto no es un insulto! ¿Cómo quieres que me calme? ¿Qué más debo aguantar? —se giró para mirarme cuando exigió—. No quiero volver a ver a ese hombre en esta casa, ¿entendido? —gritó una vez más y se marchó azotando la puerta tras de sí.
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