**** 12. Tristeza. ****
Después de ese corto viaje, volvimos a nuestra rutina habitual. Doña Ana continuaba dedicándose a Annie como siempre, mientras que yo seguía bajo los cuidados de Delia, quien realizaba su trabajo de manera excepcional. A pesar de que intentaba animarme, yo no tenía ganas de nada. Me sentía muy triste al recordar cómo había alejado a Daniel de mi lado. Aunque sabía que era lo correcto, no dejaba de sentir un gran pesar en mi corazón.
Los días seguían pasando y yo me encerré en mi propia tristeza, incapaz de sacudirme de la cabeza el recuerdo de Daniel. Me resultaba difícil entender cómo un completo extraño había logrado hacerme sentir tan especial con sus atenciones. Era como si hubiera llenado un vacío en mí que ni siquiera sabía que existía. Recordaba haber leído alguna vez sobre el llamado de las almas gemelas. La verdad no creía en ello hasta que lo sentí en carne propia.
El teléfono que Daniel me había regalado estaba guardado en un cajón, era una forma de evitar problemas con Adrián. Mi amor por la lectura se había ido y la televisión tampoco lograba captar mi atención. Los días pasaban simples y grises.
Emily venía a verme siempre que su trabajo se lo permitía, estaba muy ocupada con sus clases y las guardias que debía cubrir en el hospital.
A pesar de que Adrián estaba siendo más amable de lo habitual, yo no podía apreciarlo. Me sentía como si estuviera en duelo, con una tristeza y una sensación de pérdida en mi corazón que nada parecía capaz de sacarme de ese estado.
Una tarde, Adrián llegó temprano a casa y le pidió a Delia que se retirara, diciéndole que él se encargaría de cuidarme. Estuve de acuerdo y Delia se marchó, dejándome a solas con él.
—Bajemos a dar un paseo.
—Está bien, vamos —respondí, mientras él acercaba la silla de ruedas, me levantaba con suavidad y me colocaba en ella.
— ¿Necesitas algo para abrigarte? Tal vez, ¿una manta?
—No, solo una chaqueta, por favor —respondí mientras él buscaba en el armario, luego salimos.
Paseamos por el bulevar en silencio, observando el paisaje que nos rodeaba. Después de un rato, nos acercamos a una banca, él posicionó la silla de ruedas a un lado y se sentó junto a mí.
—Nicol, sé que te he descuidado mucho últimamente. Desde que abrimos la empresa de envíos, todo ha sido muy duro.
—Lo sé, Adrián. Yo también he estado trabajando duro, no lo olvides.
—Lo sé, lo sé. No quiero que pienses que esto es una excusa. Lo que quiero decir es que lamento si te he dejado sola, si no te he dedicado suficiente tiempo y afecto. La noche del accidente, me quedé en shock al verte así, y al ver a ese hombre cerca de ti, con tanta confianza, creí que tal vez había algo entre ustedes.
—Pues te equivocas, Adrián. Yo nunca había visto a Daniel antes —pude notar su incomodidad cuando pronuncié su nombre—, bueno... en persona, quiero decir. Él se comportó en extremo amable y atento, pero no fue más que eso.
— ¿Estás segura, Nicol? ¿No ha pasado nada entre ustedes? Dime la verdad, no quiero más mentiras.
—No ha pasado nada —le dije, desviando la mirada hacia el mar. En realidad, entre Daniel y yo no había sucedido nada más que un par de abrazos. El verdadero problema estaba en la conexión que ambos habíamos sentido. Eso iba más allá de cualquier contacto físico.
—Ya veo... Dime una cosa, ¿por qué estás tan triste?
—No lo sé, no es nada importante. Supongo que es la inactividad lo que me hace sentir así. Ya quiero volver al trabajo —respondí, mientras seguía observando el mar.
—Nicol... ¿Aún me amas? —se acercó a mí y me sujetó la barbilla con delicadeza para que lo mirara. Permanecí en silencio, sopesando su pregunta, suspiré cerrando los ojos y me dio un suave beso en los labios—. Espero que seas lo suficientemente valiente como para decirme si has dejado de amarme.
— ¿Me dejarías ir, Adrián? —las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera analizarlas.
— ¿Quieres marcharte? —preguntó mirándome fijamente, permanecí en silencio y él prosiguió—, nunca te obligaría a quedarte a mi lado, pero lo que si te agradecería es que fueras sincera; sobre todo que me des el puesto que me merezco en tu vida.
— ¿Pelearías por mí? —pregunté sin meditar mis palabras. Sabía que si lo pensaba demasiado, nunca tendría el valor de hacer esa pregunta, y necesitaba saber la respuesta.
—No lo sé, Nicol. ¿Tengo que pelear por ti? A estas alturas de nuestro matrimonio, no creí que eso sería necesario. Para ser más sincero, no estoy seguro de si lo haría. Se supone que me has escogido como tu compañero, y no debería tener que pelear con nadie por ti.
Lo observé en silencio, sin saber qué decir ante su afirmación. Sus palabras me dolieron, y sentí como si algo se hubiera roto entre nosotros. Aunque nunca había sido una mujer celosa, no sabía cómo reaccionaría si otra mujer intentara interponerse en nuestra relación. No estaba segura de sí lucharía por él o simplemente lo dejaría ir.
Luego de eso permanecimos en silencio observando el atardecer, cada uno sumergido en sus pensamientos.
Las páginas del calendario seguían pasando y con ellos mis pensamientos se habían vuelto más oscuros y negativos, no sabía cómo salir de ese estado de ánimo. Me sentía atrapada en mi propia tristeza y confusión, sin saber hacia dónde dirigirme.
La conversación que había tenido con Adrián no ayudo mucho, por el contrario me dejó más desconcertada y triste de lo que estaba antes. Darme cuenta de que él no estaba dispuesto a luchar por nuestra relación me molestó a tal grado, que empecé a cuestionarme si realmente era feliz a su lado y si debía seguir con él solo por el bien de nuestra familia. Ni siquiera tenía claro lo que quería en ese momento. Lo único que sabía era que me sentía vacía, me faltaba algo, como la chispa que inicia una hoguera, lo que te motiva a diario y te hace sentir viva, con ganas de comerte el mundo.
¡Exacto! La chispa, ya no la sentía. Los días pasaban y todos parecían iguales: sin sabor, sin pasión. Mi vida se había apagado con la rutina diaria. Estaba tan concentrada en hacer que esta familia funcionara que me había perdido a mí misma en el camino. Había perdido mi esencia y ahora no sabía cómo recuperarla.
Una tarde, mientras Delia ordenaba mi cama, una rosa cayó del libro que tenía guardado como recuerdo de la maravillosa sorpresa que me había dado Daniel. Al verla recordé: su sonrisa fresca y genuina, cómo hizo sonreír a Annie al besar su manito, sus atenciones, sus ojos intensos que despertaban en mí una pasión que creía extinta, su tono de voz varonil y sexy que me hacía vibrar. Recordé el último abrazo que compartimos, donde me confesó sus sentimientos por mí y su triste mirada cuando lo eché de mi vida. Con ese último recuerdo me derrumbé, dejando salir toda la agonía que me había estado consumiendo por días. La tristeza me inundó con tanta fuerza que, sin darme cuenta las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. Sentía que me ahogaba, reprimí un sollozo y Delia, al verme en ese estado, estuvo a mi lado de inmediato.
—Señora, ¿qué pasa? ¿Se siente bien?
—No, no lo estoy. Esta sensación de pérdida no me abandona. Y duele, duele mucho. Siento un vacío enorme aquí en mi pecho, como si mi alma estuviera incompleta. Es algo que nunca antes había experimentado, hasta que lo conocí a él. No puedo apartarlo de mi mente, ¿cómo es posible que pueda extrañar tanto a Daniel? ¿acaso eso tiene algún sentido?
Mis palabras salieron con dificultad, ahogadas por el llanto y la melancolía que me invadía.
Delia se sentó a mi lado, tomó mi mano y la apretó tratando de reconfortarme, me miró con compasión y dijo:
—Señora, no me gusta verla así. ¿Por qué no lo llama?
— ¿Y qué le diría, Delia? ¡Te extraño, pero aún sigo casada! ¡Eso es absurdo, es horrible! —sollocé con más fuerza, necesitaba desahogarme, sentía que me faltaba el aliento, mi voz sonaba extraña como desgarrada por el dolor que me consumía—. Yo lo desterré de mi vida, me confesó que me amaba y aun así lo eché. Además, no tengo ningún derecho a perturbar su tranquila vida con mis problemas, no puedo ser tan egoísta y hacerle eso. Si estuviera a mi lado, solo pasaría vergüenza. Él es una figura pública y yo no puedo darle lo que necesita, no puedo involucrarlo en la realidad que me rodea, y también está Adrián que se ha sacrificado mucho por esta familia y tampoco merece que lo traicione.
— ¿Y usted, señora? ¿Cuándo va a pensar en lo que quiere y necesita? ¿Cuándo se va a colocar en primer lugar? Si usted no es feliz, ¿cómo va a hacer feliz a su niña, a Annie?
—Tienes razón, Delia —llore con más fuerza—, pero no sé cómo hacerlo, ¿cómo puedo ser feliz si sé que alguien saldrá herido por mi culpa?
—Lamento mucho lo que está pasando. Venga recuéstese, iré a buscarle un té para que se tranquilice.
━━━━━━━ ☆ ★ ☆ ━━━━━━━
En Los Ángeles, tuve que hacerme cargo de varios proyectos que tenía en pausa y requerían mi total atención. Era hora de pasar página y continuar con mi vida, así que desde muy temprano iba a los sets de grabación y me ocupaba de que todo estuviera en orden. Por las noches llegaba muy tarde a casa, agotado, y caía rendido de inmediato, lo que me venía muy bien para no pensar demasiado.
Al principio, Taylor me llamaba a diario para pasarme el informe del día, pero como todo marchaba bien, le pedí que dejara de hacerlo. Le dije que se mantuviera atento y que me llamara sólo si se trataba de algo muy importante. No quería seguir torturándome al pensar en ella. Desde mi partida, las cosas habían vuelto a la normalidad, o al menos eso pensaba. Una tarde, recibí un correo de Delia que cambió todo.
De: Delia Alburjas.
Para: Daniel Myers.
Asunto: Información Importante.
Archivo Adjunto: £
Buenas tardes, Señor. Espero no ser inoportuna. Solo quería hacerle llegar un audio que considero de suma importancia. Espero que pueda guardar el secreto y entienda por qué lo he hecho.
Atentamente, Delia...
El correo que recibí de Delia era extraño y no lograba entender lo que quería decir. Descargué el archivo adjunto y me di cuenta de que se trataba de una nota de voz. Me puse los audífonos y le di al botón de reproducir.
No podía creerlo. Escuchar a Nicol en ese audio me hizo darme cuenta de que ella también tenía sentimientos hacia mí, aunque se negaba a aceptarlos. Se le oía muy triste y perturbada, me dolió mucho escucharla hablar así, había tanto dolor en su voz que se me erizaba la piel de solo imaginarla en ese momento. Me sentí mal por no haber estado ahí. Fui un tonto al irme de su lado, debí haber insistido más.
Ahora era el momento de enfrentar la situación, necesitaba verla cuanto antes. Tenía que hablar con Nicol y aclarar las cosas entre nosotros. Esta vez no iba a desistir tan fácilmente, estaba dispuesto a pelear por ella contra viento y marea. Por lo que sin dudarlo llame a Delia.
—Delia, ¿cómo estás?
—Hola, señor. Me alegra escucharlo. Estoy bien, gracias. ¿Y usted?
—Muy bien, gracias. Disculpa que te llame a esta hora, pero acabo de ver tu correo.
—No se preocupe por la hora, señor. Estaba esperando su llamada.
—Quería preguntarte, ¿cuándo sucedió esto? —pregunté, refiriéndome al audio que me había enviado.
—Esta tarde, señor. Permítame decirle que la señora Nicol está muy triste. Pasa los días encerrada en su habitación. Ya no lee, ni escucha música, no sonríe. Siempre está pérdida en sus pensamientos y no habla con nadie. Desde que usted se fue, es como si ella se hubiese marchitado.
Me sentí mal al escuchar eso. No esperaba que mis acciones hubieran tenido tal impacto en Nicol.
—No debería meterme en este asunto, señor —continuó Delia—, pero le he tomado mucho cariño a la señora y no me gusta verla así. Estoy muy preocupada por ella.
—Entiendo... Gracias por contármelo, Delia. Y no te preocupes, tu secreto está bien guardado.
—Se lo agradezco, señor.
—Ahora necesito que me ayudes con algo.
— ¡Claro! Lo que usted diga —respondió Delia con disposición.
—El lunes, quiero que lleves a Nicol al hospital un poco más temprano. Yo me encargaré de todo y te haré llegar las indicaciones necesarias para que todo salga bien.
—Sí, señor. Como usted diga —respondió Delia con entusiasmo.
—De nuevo, muchas gracias por avisarme, Delia. Que pases buenas noches.
—De nada, señor. Que descanse.
Colgué la llamada y exhalé llevándome las manos a la cabeza. Sabía que los próximos días serían difíciles, pero estaba decidido a hacer lo que fuera necesario por Nicol.
Necesitaba hablar con Jackson lo antes posible y pedirle ayuda.
—Hola, Jackson. ¿Cómo estás? —pregunté, tratando de mantener la calma.
—Muy bien, hermano. ¿Y tú? ¿Cómo lo llevas? —respondió Jackson con su tono amistoso y relajado.
—No tan bien, en realidad me acabo de enterar de algo muy importante y necesito tu ayuda.
—No faltaba más, sabes que cuentas conmigo. ¿De qué se trata? —preguntó Jackson, listo para ayudarme en lo que fuera necesario.
Le expliqué lo que había pasado con Nicol. Sabía que podía confiar en Jackson y me ayudaría a idear un plan para verla.
Después llame a Taylor para darle ciertas instrucciones. Esta vez jugaría bien mis cartas, no dejaría nada al azar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro