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CAPITULO 33

Cuando Yeon Jun atravesó el lugar a pasos extremadamente agigantados supo que algo estaba mal, no es que creyera en su intuición, pero sentía una ligera opresión en el pecho como si fueran a lanzarle un balde de agua fría de la cabeza a los pies, saludó al hombre de los menús y se acercó hasta la única mesa que quedaba hasta  el  otro extremo del lugar.

Pues allí estaba Hye Sun, la madre de la persona que él había jurado amar, se removió inquieto por unos segundos más, tomó el suficiente oxígeno para sus pulmones y se encaminó hacía la mesa.

La mujer estaba vestida de rojo con unas zapatillas finas y caras a la vista, se había pintado el rostro con algunos colores llamativos y comenzó a sonreírle como si nada entre ellos hubiese pasado.

—He estado esperando tu llegada, Yeon Jun—Dijo ella restándole importancia al asunto— Exactamente llegas con quince minutos de retraso, siempre te creí un hombre puntual… pero me equivoqué—Explicó ella visiblemente alterada por la presencia del pelinegro—Como me equivoqué en muchas cosas.

Él enarcó una ceja.

—Siento la tardanza pero debía atender un caso y…

Ella se preguntó si había oído bien y, se le quedó mirando fijamente hasta que el rubio se sentó delante.

— ¿Serás de esa forma también con mi hijo? —Lo que había empezado bien estaba a punto de echarse por la borda—Porque seamos honestos, Soo Bin es inmaduro, incapaz de pensar por sí mismo, conozco a mi hijo más de lo que tú lo harías o crees hacerlo. Yo le cambié los pañales y se cuándo  se encapricha con algo. Lo acepto, no  actué bien, pero aún hay tiempo para remediarlo.

Yeon Jun estuvo callado y pensativo durante un rato.

— ¿Y cuál es tu solución?

Ella puso los ojos en blanco.

—Quiero que Soo Bin conozca a su padre, deseo que conozca sus raíces. Lo llevaré a China por tres meses hasta que regrese para tomar el examen a la universidad de Artes… y tú no te opondrás—Dijo Hye Sun con firmeza—Porque si tú le llenas la cabeza de tonterías, él te hará caso, si por algún motivo lo haces quiero que sepas que él está abandonando muchas oportunidades por ti, está mandando su vida al carajo por seguirte. ¿Sabías que ya ni siquiera piensa continuar la universidad?

Yeon Jun soltó su propia respiración.

—Soo Bin algún día se dará cuenta de sus errores. ¿Crees qué no te echará la culpa de sus decisiones? —La mujer suavizó el tono al notar como la mirada de  la gente  se estaba acumulando alrededor de ellos—Le estás quitando la vida, eres como un cáncer que consume su juventud.

El señor Choi comenzó a sentirse tenso e inquieto, como si  estuviese en busca de algo, solo que no tenía ni la mínima idea de que. Él era una persona centrada, sabía lo que quería y tenía poder e influencias para desbaratar a cualquier otra. Hasta el momento nunca había sopesado sobre el dejar ir a algo que amaba, nunca.

Pero la mirada de aquella mujer que había conocido hace años, la que le había confiado a su hijo y su amistad era tan influyente en sus pensamientos que el corazón comenzó a latirle con más fuerza dentro del pecho y algo llamado remordimiento tomó forma en su interior, una sensación desagradable y nada familiar.

— ¿Estás pidiéndome que lo dejé ir? Mientras yo me quedó viendo cómo se aleja.

Hye Sun alzó la barbilla, mirando al rubio directamente a los ojos.

—Lo que te estoy pidiendo es que dejes que él piense bien las cosas—Le explicó—Si Binnie decide volver aquí contigo después de este tiempo yo no podré impedírselo, ya adquirirá su mayoría de edad.

Yeon Jun enarcó las cejas. Estaba empezando a comprender.

— ¿Estás hablando en serio?

Yeon Jun cerró los ojos y respiró hondo. Quería dejarla allí e irse. Deseaba delegar la responsabilidad de decisión a otro buen samaritano, pero era imposible. Debía tomar una decisión ahora, en ese preciso instante.

—Yo no intervendré más. Lo juro.

Hye Sun se mordió el interior de la mejilla para no echarse a llorar al oír sus propias palabras. Era el hombre que ella añoraba para sí misma. Llevaba mucho tiempo soñando con una relación estable con él. Llevaba un buen tiempo esperando que Yeon Jun aceptara también que estaba enamorado de ella, que se diera cuenta. Pero nada de eso había pasado, Yeon Jun había preferido a su hijo y no podía negar que tenía cierta envidia por ese hecho.

Ella notó como Yeon Jun asentía y se acomodaba la ropa para escapar del lugar, así que se adelantó a hablar.

— ¿Puedes cenar conmigo por última vez, como en los viejos tiempos?

Sintió la mirada compasiva de Yeon Jun quien tomó la carta del menú entre sus dedos, ambos pidieron la cena al camarero y esperaron unos minutos más.

Ella nunca se preguntaba por qué le pasaban cosas malas a las personas buenas, porque ella sabía la respuesta: Todos en algún momento debían sufrir por amor. Nadie se iba de este mundo sin haber derramado una lágrima, sin haber sentido dolor o haberse sumido en la tristeza un poco. ¿Por qué debería ser distinta su vida? No se avergonzaba de haberle pedido compañía a Yeon Jun, de lo que se avergonzaba era de haber sido un poco  tonta e ingenua.

Sabía que se había dejado llevar por una fantasía y que se había inventado un cuento de hadas sin tener en cuenta al mundo real, al Choi Yeon Jun real.

“Ha llegado el momento dejarlo ir. Se acabaron los cuentos de hadas”

Al llegar a casa, vigiló a su hijo que dormía plácidamente en su habitación. Tiró sus tacones, se puso el pijama de franela más cómodo que pudo y se hizo un ovillo en la cama, después se durmió, exhausta física, mental y emocionalmente.

La mujer de la computadora llamada Yun Jin estaba comenzando a impacientarse a causa del chiquillo que tenía que soportar cada tarde de  dos a cuatro, parecía que el niñito sólo iba allí para fastidiarla.

—Ya te dije que Yeon Jun no está, ¿Acaso no entiendes?

El castaño se levantó de hombros.

—Lo esperaré.

—Niño puedo llamar a seguridad para que te saque de aquí con el chasquido de mis dedos. Además… ¿Qué clase de relación tienes con mi jefe?

Soo Bin le sonrió con algo parecido a la dulzura de una inocencia bien camuflada.

—Soy su mascota sexual.

Ambos permanecieron en silencio.

Yun Jin la miró con hostilidad hasta que el teléfono de la vitrina comenzó a sonar. Estaba segura que ese niño solo iba allí para mortificarla y decir cosas  sucias sobre su jefe. Tomó la llamada, anotó la dirección y la dejó pegada sobre su escritorio en una de sus fichas de  recordatorio amarilla, se miró en el espejo y acomodó su ropa antes de  salir de su cubículo.

—No toques nada, niño.

Dijo la mujer a modo de amenaza antes de salir.

El tiempo comenzó a pasar más lento que de costumbre para Soo Bin, quien se quedó dormido por unos momentos hasta que el teléfono volvió a sonar impetuoso e impertinente como siempre. Cuando se despertó, bostezó y se estiró. La mujer recepcionista parecía no regresar así que decidió tomar el teléfono por sí mismo.

—Despacho del señor Choi, ¿Desea dejar algún recado?

Esperaba que su respuesta fuera suficiente para el oyente al otro lado de la línea.

— ¿Soo Bin?—Era la voz de Beom Gyu— ¿No se suponía que debías estar en casa de Jung Woo? ¿Quién se encargará de terminar el trabajo? Esa era tu responsabilidad. Tú en serio…

El colgó rápidamente.

El castaño escuchó las manecillas del reloj, sorprendido por haber colgado  de esa forma, Beom Gyu iba a retarlo y, de todas formas él tenía razón… su responsabilidad era hacer los trabajos.

Quizá debía irse.

— ¿Soo Bin?

Él soltó un grito poco masculino, se tapó la boca y giró para ver a Yeon Jun parado junto a él.

— ¿Dónde se supone que está Yun Jin? —El pelinegro llamado Yeon Jun soltó la pila de documentos que llevaba en las manos sobre el escritorio de la secretaria, después se arregló la corbata y se quitó los lentes gruesos que solía llevar cuando tenía demasiado trabajo en casos difíciles—No la contrate para que te deje a cargo.

—Yo podría ser un mejor secretario para ti.

Soo Bin notó que las mejillas comenzaban a arderle al imaginarse a sí mismo y de una manera muy vivida aquella situación.

—No lo dudo, pero el trabajo y el placer siempre van separados.

El señor Choi sonrió con picardía y le besó la punta de la nariz. Le acarició el cuello, la mejilla, la mandíbula bajó un poco, sólo un poco porque no quería tentar a la suerte y le tocó también las clavículas y sintió la risa de Soo Bin calarle hasta los huesos, iba a extrañar tanto eso.

—Yo podría darte placer y obedecerte en todo —Le susurró al oído, apoyándole la barbilla en el hombro —En todo.

Yeon Jun se echó a reír y repitió sus movimientos, acariciándole el cuello con la punta de sus dedos frígidos. Soo Bin era tan bonito entre sus manos.

— ¿Estás coqueteando conmigo para obtener el puesto?

—La verdad, sí. ¿Funciona?

Yeon Jun le besó con firmeza, rogándole silenciosamente que abriera la boca. Cuando lo hizo, sus lenguas danzaron y se movieron al unísono, lentamente. No había prisas. Estaban solos en aquel lugar y, mientras le besaba, fue haciéndole retroceder hasta el escritorio, donde lo acorraló.

—Entonces… ¿Tengo el puesto?

Yeon Jun rió.

Él le apoyó suavemente contra la madera fría del escritorio, pegándose  más a su cuerpo. Cada uno de sus  ángulos y caricias eran bien acogidas por Soo Bin. Las manos de Yeon Jun bajaron, dudando, hasta sus caderas. Y, como respuesta el menor se  apretó más a él. Durante ese lapso de tiempo, sus labios y sus lenguas siguieron explorando caminos peligrosos, sin darse nunca por satisfechos. Los dedos fríos y finos del señor Choi regresaron a su espalda y desde allí volvieron a bajar hasta los glúteos de Soo Bin para apretarlos y acogerlos en sus manos con cuidado. Sonrió cuando el menor gimió.

—No lo sé, deberías convencerme un poco más —Yeon Jun apretó otra vez y  lo besó con ardor renovado, le acarició la cadera, deslizó su mano hasta el muslo y le levantó una pierna. Cuando se la colocó detrás de la cadera, Soo Bin se apretó contra él en una erótica entrega sumisa.

Las caderas del rubio se movieron hacia adelante y el menor pudo sentir la dureza. Era una presión placentera y una fricción que  prometía mucho más.

Soo Bin no podía dejar de  besarlo…hasta que escuchó unos carraspeos muy cerca de ellos.

— ¡Wow!... —Exclamó el abogado Min al ver lo que había encontrado en la entrada de la oficina de su amigo—Esto, en serio es muy caliente. Pero si esas cintas que graban las cámaras de seguridad llegan ante el juez que estaba atendiendo el caso, seguramente caerías preso, amigo mío.

Yeon Jun echó un vistazo hacía las cámaras de seguridad que resplandecían en el techo del lugar. Oh, sí mierda.

—Esas cintas nunca llegarán a ningún lado, Yoon Gi —Dijo con seguridad.

Cuando Yeon Jun miró a Soo Bin, notó que él aún seguía con los ojos  cerrados, haciendo un mohín con los labios enrojecidos por sus besos. Ahora deseaba besarlo con mucha más intensidad.

Le apartó el pelo del rostro con cuidado.

— ¿Te llevo a casa?

Él parpadeó y abrió los ojos.

Miró al intruso con el ceño fruncido de forma infantil y luego enredó aún más sus piernas en las caderas del pelinegro. Yeon Jun pegó la frente a la suya y aspiró su aroma, dulce y perfumado. Con una última caricia le ayudó a bajar, Soo Bin desenredó sus piernas a regañadientes, no fue fácil pero lograron poner un poco de distancia entre sus cuerpos.

—Yo te conozco—Musitó el castaño con tanta calma como pudo—Tú invitaste a Yeon Jun a una fiesta para que fuera con esa mujer llamada Ye Ji.

—Soy Min Yoon Gi. Pero puedes llamarme Yoon Gi.

—Por supuesto —Asintió él —Sólo para que lo sepas Yeon Jun es mío.

Su respuesta pareció incomodar al abogado de traje negro que intentó reír con ganas.

—Estoy felizmente casado, pequeño.

Soo Bin lo miró sorprendido y Yeon Jun sonrió ligeramente.

—Bueno…

—Amigo, existen las cosas fáciles pero a ti definitivamente te gusta complicarte un poco la vida —El aire salió de los pulmones de Yeon Jun con una rápida y sonora exhalación. Su compañero de trabajo tenía razón —No voy a negar que definitivamente eso le da un sabor más especial a la vida. Como sea. No olvides el juicio de mañana.

Dijo eso ultimo y se fue.

—Vamos a casa.

Soo Bin, sorprendido por la petición de Yeon Jun, sonrió de oreja a oreja y apartó la mirada con timidez.

Salieron del edificio y seguidamente Soo Bin se pegó al cuerpo del señor Choi. Había una frescura en el aire que inmediatamente lo despejó de cualquier pensamiento. No podría haber elegido un mejor día para salir en búsqueda del hombre que amaba.

El cielo brillaba de un azul intenso sin una nube que lo estropeara.

—Soo Bin—Él se puso serio al instante—Hay algo que debemos hablar.

Su mirada seria y llena de  determinación hizo que el castaño  comenzara a crepitar como si el frio del tiempo se colara en su piel con fuerza.

— ¿Qué sucede, Yeon Jun? —El castaño se sobresaltó al oír aquella frase, generalmente aquellas palabras no acarreaban nada bueno. ¿Verdad? Pero ni siquiera entonces apartó la cabeza del hombro del pelinegro.

—Nada, no pasa nada —Yeon Jun carraspeó para aligerar la tensión que se había creado —He estado pensando en nosotros. Desde que empezó todo esto. Tú y yo.

— ¿Hay algo que no te gusta?

—No es eso.

— ¿Y entonces…? —El tono tranquilo de su voz contrastaba con el inexplicable enfado que se reflejaba en sus ojos. Ese enfado sorprendió tanto a Yeon Jun que no respondió al instante —Siempre sales con esa mierda de la edad, así que si intentas desalentarme con esa excusa barata pierdes tu tiempo. Yo quiero estar contigo. Siempre.

— ¿Qué opinas de unas vacaciones? —Preguntó, enderezando la espalda.

— ¡¿En serio?! ¿A dónde nos vamos? —El menudo cuerpo del castaño se  removió inquieto con algo de alegría en cada centímetro de su piel — Siempre he querido ir a Japón, dicen que es un lugar bonito.

—Tomar las vacaciones… tú solo.

Ambos se quedaron en silencio.

—No. No puedes hacerme esto. No puedes pedirme eso. No eres bueno conmigo.

—Debes pensar un poco más las cosas, cuando entres a la universidad.

—A la mierda la universidad. No la necesito.

—Dijiste que ibas a obedecerme en todo si te daba el empleo, pues bien…obedéceme en esto, escucha a Hye Sun, ella va a decirte algo —Yeon Jun había adquirido una actitud tan solemne que  Soo Bin pudo sentir un escalofrió. Lo vio cambiar de peso de pie en pie varias veces, como si buscara las palabras adecuadas —Debes regresar conmigo dentro de cuatro meses para que postules a la universidad y empieces a estudiar, si lo haces te nombraré mi secretario personal.

Soo Bin no sabía que decir, entonces se preguntó: ¿Hasta dónde debía llegar  una persona por amor?

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