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°•༢ Epílogo

Hacia un día soleado en la casa Bang.

No había mucho que contar con respecto a las nuevas situaciones que se habían atravesado en las vidas de Christopher y Jeongin, porque Félix aceptó de buena gana que
ellos formalizaran la relación que hacía mucho había iniciado.

Sin embargo, ahora que Jeongin se había convertido en un Bang, las cosas se le habían complicado un poco. Tenía que ordenar la casa y hacerse espacio entre las cosas de Christopher para que pudiesen compartir los muebles, además, tenía que cambiar constantemente las posiciones de las cosas porque a Jeongin no le gustaba que el lugar tuviera un aura tan apagada.

Él quería vida en todo el lugar.

Quería sentirse tan vivo como cuando Christopher se movía dentro de él.

El señor Bang, había prometido comprarle muebles nuevos, algo que no llegó de pronto.

Por eso, Jeongin se había propuesto limpiar la habitación el día de hoy.

Una idea un poco descabellada, al principio sólo encontró polvo por todo lado, se había ensuciado la ropa de forma poco usual, tenía telarañas en los cabellos y había roto un pedazo de su playera al intentar pasar por debajo de la cama de su recientemente esposo, el lugar parecía un pequeño nido.

Tal y como lo recordaba.

Estiró las manos un poco y sintió algo duro rozarle las yemas de los dedos, tanteó un poco más y echó la suerte a andar. Tiró de aquello que parecía una caja de cartón y
logró sacarla de ese lugar tan obscuro.

Primero se ruborizó un poco y luego se echó a reír como un niño que encuentra algo prohibido, recordó su infancia destruida y también su adolescencia, recordó como era
cuando tenía catorce y junto a Félix entraban al cuarto del señor Bang para ver aquellas extrañas imágenes que lograban alterar algo en su sistema.

Abrió la caja y notó que las revistas, los CD's y las fotos aún estaban allí, sanas y salvas, llenas de polvo, como si nadie las hubiese tocado durante ese tiempo. Torció su sonrisa y comenzó a sacar todo el material para esparcirlo en el suelo marmolado.

¿Qué debía hacer con todo aquello?

Se acomodó en el suelo con las piernas cruzadas y como lo hizo la primera vez, comenzó a hojear las revistas. Ahora que ya sabía que aquello no era un hombre raro que metía su "pipi" en la boca del otro sólo por molestarlo, como antes, se rio por lo ingenuo que había sido; abrió los CD's y notó que aún tenían en su interior el disco platinado, pasó sus manos por ellos y notó que alguien lo estaba mirando.

Como era de esperarse, Christopher apareció en la puerta principal con una expresión seria. Al levantar el rostro, Jeongin sonrió inocentemente y el rubio le devolvió el gesto.

Esta vez ya no había un ceño fruncido en el perfecto rostro del señor Bang y Jeongin sabía que él ya no se sentía "sólo". Porque él mismo se había ocupado de consolarlo en su
soledad, se había hecho cargo de calentar las noches de Christopher con su dócil cuerpo y su mente imaginativa. Habían probado muchas cosas nuevas por exigencia de Jeongin y
todo resultó bueno para ambos.

—Hola.

—Hola.

Christopher cerró la puerta detrás de él y se puso en cuclillas para estar cerca de su pequeño nuevo esposo, que llevaba su anillo en el dedo anular y se notaba tan satisfecho y orgulloso. Se acercó un poco más a Jeongin para darle un suave beso en la mejilla.

—Te ves lindo —lo elogió, al notar el cabello de Jeongin completamente empolvado.

—Claro que no, estoy sucio.

—Tienes razón —continuó el mayor, riéndose disimuladamente al ver aquellas viejas revistas esparcidas por el suelo de su habitación, definitivamente debía tirarlas—. Te ves muy sucio agarrando esa clase de cosas, Jeongin.

—Parece que estás de buen humor.

—Supongo.

—Quería hablar contigo —automáticamente los brazos del pequeño castaño se pusieron en jarra y lo miró con un puchero dibujado en los labios. Christopher se puso un poco más serio de lo normal y retrocedió.

—¿Hablar?

—Sí, hablar.

—¿Hablar acerca de... qué? ¿Pasó algo malo?

—Nada de eso —el pequeño castaño sonrió con un aire aparentemente inocente, batió las pestañas con una suavidad tal que el viento que se filtraba por la ventana le dio un golpecito ligero en las mejillas, haciéndolo aún más dulce de lo que era.

—Cuando alguien dice que quiere "hablar" sin duda se trata de algo malo —le reprendió
Christopher suavemente antes se sentarse frente a él, olvidando por completo el polvo que los rodeaba.

Jeongin se preguntó cuánto tiempo había dejado pasar, se dijo a si mismo que aquello que ambos compartían no tenía nada de malo. Comenzó a arrastrarse hasta el regazo
del señor Bang, pasó sus manos por la piel sedosa de Christopher y acomodó sus piernas en cada lado del cuerpo del rubio, dejando imposibles opciones de escapar. Miró dentro de
los ojos del abogado con detenimiento y pudo ver el universo.

Las palabras de su madre resonaron en su mente.

"Pronto volverás a tu forma natural" le había dicho.

Se rio y, súbitamente se tumbó sobre el duro cuerpo de Christopher. Eso era como volver a casa, era como regresar al hogar después de muchos años para estar con alguien que lo entendía a la perfección. Pensó en Sunny y llegó a la conclusión de que muchas personas eran "normales" porque se habían ajustado bien al modo de existencia que impone una sociedad que les ha acallado su voz humana a una edad temprana.

—Te amo —el sonido de la voz profunda de Jeongin tiró toda la lógica por la borda. Christopher no sabía cómo sentirse realmente. Jeongin encarnaba su amor, su deseo, su pasado, su presente y su futuro—. Estoy dispuesto a ceder si me empujas.

La inundación de lujuria que atravesó el cuerpo de Christopher fue acentuada con una brusca inhalación. La lengua caliente de Christopher se apoderó de Jeongin, su cuerpo parecía bullir una lava hirviente de deseo, necesidad, él tenía una urgencia por dominar al pequeño castaño. El señor Bang trató de ir despacio primero. No había prisa.

Quería que aquello durara por siempre, como cuando las olas rompen contra las orillas en un día soleado. Luego ambos se miraron. Una lenta sonrisa se dibujó en el rostro de Jeongin, quien comenzó a desvanecer toda la ropa que tenía. Su cuerpo delgado y suave como la tela de seda, se amoldó a las exigencias del rubio.

Ninguno de los dos escuchaba nada que no fueran sus propias respiraciones y la voz interna de sus necesidades. Jeongin se entregaba sumisamente y Christopher sabía aprovechar aquello al máximo, cuando por fin estuvieron cómodos,

Christopher tomó las piernas lechosas del pequeño castaño para abrirse paso en él, le acarició los tobillos como sólo un amante podría hacerlo y después se cernió sobre el delgado cuerpo del chico de bailes graciosos y trajes extraños con un tubo de lubricante que encontró entre sus cosas.

Christopher le plantó un delicado beso en el mentón mientras sus dedos se deslizaban por el canal interior del menor. Jeongin en cambio estaba bien con ello, sintió la dura y gruesa polla del señor Bang contra su carne caliente que estaba esperando ansiosamente por ser llenada.

Un instante más tarde, dedos resbaladizos comenzaron a entrar contra la apertura de Jeongin, haciendo que este jadeara por el arrebato.

—Estoy listo —insistió.

Y Christopher sonrió para sí mismo. Ahora que conocía completamente a Jeongin, aquello le parecía adorable. Así que, presionó su cuerpo hacia adelante, reclamando el cuerpo de su pequeño esposo en un agonizante lento centímetro a la vez, se enterró por completo en la calidez que se le ofrecía con gusto.

—Sí... —jadeó el castaño y se meció hacía atrás para empuñarse más contra la dureza del señor Bang. Ahora lo tenía todo. Complemente adentro.

El placer era demasiado para que Jeongin lo pudiese soportar. Pero, le gustaba ver a Christopher sobre él, ver su gran cuerpo perlado y su expresión seria que se debatía entre gruñir o respirar con dificultad. Jeongin amaba sentirse llenado y estirado de tantas
formas que sólo atinaba a abrir más sus piernas para recibir a su esposo.

Horas más tarde. El rubio había perdido la noción del tiempo, como tantas otras cosas desde que conoció a Jeongin.

Ahora se encontraba totalmente desnudo sobre su desecha cama y sus cosas estaban abarrotadas por todo el lugar, palpó un poco las sabanas y notó el lugar que el castaño ocupaba estaba frio.

Quiso saber a dónde se había ido por eso apoyándose en su codos levantó la cabeza para estirar su cuerpo.

Empujó las sabanas y se puso los pantalones de algodón que utilizaba para dormir, arremolinó su cabello y estuvo a punto de salir de la habitación.

Hasta que Jeongin entró con un pote lleno de helado en el brazo y palomitas de maíz en el otro.

—Félix salió.

El rubio se sentó, con la cabeza confusa y desconcentrada.

—¿A dónde fue?

—Hyunjin se lo llevó... ya sabes.

Jeongin sonrió y se sentó junto a Christopher sin soltar ninguno de sus alimentos.

—Es increíble —Christopher suspiró y dejó que su voz se tornara autoritaria—. Debería haberme pedido permiso. Él no se maneja sólo.

Al notar aquello, el pequeño castaño dejó sus potes en la mesilla de noche y se dedicó a frotar el cuello de Christopher, se acomodó justo detrás de él y le acarició la sien, le dejó una pequeña mordida húmeda en el cuello y se aferró a su espalda, dejó que sus manos vagaran libremente por el amplio abdomen de su esposo.

—Él estará bien, Christopher —Jeongin presionó sus manos por el bulto creciente del señor Bang para acallarlo. Esa era su técnica para encubrir a Félix. Se lo había prometido—. Ya es un niño grande —deslizó sus pequeñas manos por las caderas de Christopher para encontrar la dureza húmeda del rubio. Le temblaban las manos, así que para darse
valor envolvió su mano en ese lugar, su pulgar acarició la cabeza dura y goteante—. Así como yo.

Jeongin lo había envuelto en una clase de embrujo. Porque, Christopher olvidó su enojo en menos de un minuto.

(...)

Félix estaba dejando sus dedos en la piel de Jeongin a causa de la fuerza que usaba para sostenerlo.

—Nunca he rezado por nada, pero ahora realmente quiero hacerlo —dijo el pequeño pelirrubio torpemente—. ¿Qué pasará si no lo logro?

—Lo intentarás de nuevo, Dah —Minho alzó una ceja con arrogancia—. No
será el fin del mundo. Es decir, todos se equivocan y como dice el viejo dicho: Si te caes vuelves a levantarte.

—Montón de mariquitas, todos ustedes —Jisung empujó a Félix con su hombro para llamar su atención—. La universidad no se irá a ningún lado, si no apruebas este
año puedes intentarlo al siguiente. Además, Jeongin cuidará de tu padre para que no te regañe.

Todos rieron al escuchar aquello. Jisung era el único al que no podían gritar. Porque, mayormente el pequeño chico con labios corazón utilizaba la fuerza de las palabras
para herir a sus contrincantes.

—No digas esas cosas del Daddy de Jeongin —Pinchó Minho lanzando codazos sencillos al aire—. Eso podría ponerlo furioso.

—Que no es mi Daddy —el pequeño castaño formó un puchero con sus labios rosados y se cruzó de brazos como un niño pequeño—. ¿No tienen otra cosa de que hablar?

—Claro que sí —Jisung se dio la vuelta—. Podemos hablar de cosas amigables. Quizá, podemos salir un día para tomar algo.

—No me lo creo —Félix dio un paso adelante y enrolló su brazo en la cintura de Jeongin para apoyarse en él—. Jisung está tramando algo —el pelirrubio afinó la mirada y clavó su vista en su pequeño amigo de labios corazón—. El que tú nos invites a
algún lado de por sí ya es demasiado sospechoso. ¿No lo crees, Jeongin?

—Por supuesto.

—Sunggie solo quiere ser bueno con ustedes, par de malagradecidos —Minho intervino.

— ¿Y tú porque lo defiendes? —Félix lanzó su comentario de inmediato con un tono de desafío—. ¿Son algo más que amigos?

—¡Toma esa! —Jeongin se rio.

Minho permaneció inmóvil.

Y a Jisung no le hizo mucha gracia.

Vaya ridiculez.

Mientras el silencio crecía entre ellos, el hombre encargado de mostrar los resultados se acercó a pegar las listas de los postulantes aceptados. Jeongin y Félix habían postulado a la misma universidad y optado por una facultad diferente. Félix quería
ser artista cinematográfico mientras Jeongin quería ser psicólogo. Cuando se acercaron a ver los resultados, ambos saltaron de alegría llamando la atención de los demás.

—¿Se pueden soltar un poco? Me ponen nervioso —se quejó Jisung.

—Deben respirar un poco —y Minho le siguió la corriente—. Hasta a mí me faltó el aire al verlos, por todos los cielos.

—Par de envidiosos —Félix les sacó la lengua—. Nos envidian porque nosotros no nos vamos a separar.

—Ahora vengo —masculló el chico de labios corazón antes de perderse entre las personas.

Félix aún sentía la euforia dentro de su cuerpo y sin soltar a Jeongin se apoyó sobre él como un niño pequeño, dejándole caer todo su peso.

—¿Pasa algo? —preguntó Jeongin de improviso al notar la seriedad de Minho en el rostro.

—Nada.

—Jisung se irá —esta vez era Félix quien estaba hablando—. Le aceptaron la beca.

—¿No vas a hacer nada? —Jeongin arrugó la nariz—. No pareces desesperado por la forma en que actúas. Se irá. Nadie sabe si él volverá. Debes decirle, Minho —Jeongin puso su mano en el antebrazo del chico alto para sacudirlo un poco—. Cuando amas a alguien...

—Te equivocas, Jeongin —Minho se acercó a él y le acarició la cabeza como a un niño pequeño—. No hay nada que hacer. Han sido buenas épocas, pero todo tiene un final. Sé que antes de que se vaya o cuando esté a punto de cerrarse la puerta y no quede nada
más que decir, entonces, sólo entonces él tomará una decisión, herrada o acertada. Todo depende de cómo suceden las cosas.

Al oír la vulnerabilidad en la voz de su amigo, Félix y Jeongin solo se miraron entre sí. Ninguno sabía que decir, ninguno podía darle un consejo, no por ahora. Así que en
cuanto Jisung regresó todo volvió a la normalidad, Minho se comportó como lo hacía siempre y Félix se fue al encuentro con Hyunjin.

Después de todo.

Algunas veces era así.

Los cuatro quedaron en verse una vez más antes de despedirse de Jisung.

Alrededor de las cuatro de la tarde, Jeongin decidió darle una sorpresa a Christopher en su recinto de trabajo, por eso con una opulencia única pasó de largo junto a los guardias que ya lo conocían, saludó a lo lejos al señor Seo y a su esposo el hombre que tenía un hoyuelo bonito en la mejilla.

Compartió el ascensor con dos mujeres que llevaban mucho perfume en la piel y en cuanto pudo escapó de allí. Se abrió paso por los cubículos de cristal que separaban a
los trabajadores y sin tocar la puerta –porque no encontraba la necesidad de hacerlo– se adentró en la oficina de Christopher.

—Suzy...

Jeongin frunció el ceño un poco al ser confundido, pero le restó importancia al asunto.

—Jeongin. ¿Qué haces aquí?

El pequeño castaño buscó con la mirada una explicación coherente. Miró fijamente a la mujer de falda corta y cabello de seda que coqueteaba con su esposo sin ningún recato, observó también que ella tenía una de sus manos sobre los hombros del rubio.

—Hola —ella sonrió un poco—. ¿Es tu hijo? —le preguntó a Christopher con un desinterés muy poco disimulado.

—No soy su hijo —dijo testarudo.

—Yoona, él es mi esposo, Jeongin —respondió el abogado orgullosamente antes de quitarse los lentes y dejarlos sobre su escritorio.

Ella los miró sin comprender.

—Sin duda —la mujer se relamió los labios y aprovechó la cercanía que tenía con el rubio para dejarle pequeñas palmaditas una vez más en la espalda—. Regresando a
nuestro asunto. Vas a ayudarme, ¿verdad? —ella se atusó el pelo y se arregló la falda, bajándola un poco más para parecer decente—. Te necesito.

—Tengo mucho trabajo por ahora, no sé si sea correcto que tome esa responsabilidad —él utilizó su tono frio.

—Tonterías, no conozco a otro que sea más intrépido que tú. Y te quiero a ti —la mujer se adelantó un poco y por puro impulso se regodeó contra el cuerpo del abogado. Quien,
con demasiada cortesía se hizo a un lado.

—Buscaré a Suzy, regreso de inmediato —dijo antes de escabullirse de su propia oficina.

A Jeongin nunca se le había ocurrido sentir aquella presión en el cuello, como algo que quería salir de cualquier forma, un sinsentido, algo peligroso e imparable. Se acercó a la
mujer y se paseó por su lado con una ceja enarcada.

—Deja de tocar a mi esposo —murmuró, con una extraña sonrisa.

—Jeongin, ¿no? —la mujer le regresó la sonrisa a sabiendas de que no debía hacerlo—. No confundas las cosas, Christopher y yo nos conocemos hace años. Quizá mucho antes de
que se casara contigo, niño.

—Soy un Bang ahora y estoy seguro de que él no trabajará contigo, así que vete de una vez.

Ella hizo una mueca extraña y con una indignación única, tomó sus cosas y se fue.

Incapaz de sentirse incómodo con lo que había hecho, Jeongin se removió los dedos y salió en busca de Christopher, pero no lo encontró, así esperó pacientemente en la puerta de
la oficina hasta que el rubio hizo acto de presencia.

—¿Dónde está Yoona? —preguntó de repente, Christopher—. ¿Quieres irte a casa?

—No, sólo quería verte.

—¿Necesitas algo? ¿Pasa algo?

—Sólo quería estar junto a ti —las palabras flotaron en el aire, luego añadió—. Si quieres regreso a casa.

El abogado se quedó quieto, dejó los archivadores que tenía sobre la mesa y simplemente se mantuvo allí, mirando a Jeongin.

—¿Te imaginas lo contento que estoy de que hayas venido?

Un arrebato de algo maravilloso como un éxtasis comenzó a apoderarse de Jeongin, algo inesperado pareció ocurrir entre ambos, por un segundo parecía no haber diferencia de edad. Christopher se acercó hasta su pequeño esposo para dejarle un sutil beso en la receptiva boca, no había tiempo o espacio, no había reglas, no había muerte allí, sólo había dos hombres disfrutando de su amor, incluso eso pasó a segundo plano, porque dejaron de ser personas y se convirtieron en seres, una igualdad que hizo a Christopher más
joven de lo que era y a Jeongin más experto. No había ni un secreto en el mundo, Jeongin se dijo a sí mismo que era precioso sentir las manos del abogado en su piel, se sentía
como alguien que llega tarde y camina entre el frio, mientras el mundo se encuentra acurrucado en su sofá, hasta que brazos fuertes lo rodean para darle calor.

¿Qué era la vida, si no era esto? "Me matarás si me dejas" "Me matarás si me dejas" repitió en su mente con un eco que nadie podía escuchar. El pequeño castaño, se encontraba en la cúspide de las nubes y quería que durase por siempre.

—Suzy pidió su baja —le anunció con la voz ronca y Jeongin supo que estaba sonriendo demasiado por el dolor que sentía en sus mejillas—. Ya sabes lo que significa. ¿Aceptas?

—¡Claro que acepto! Prometo hacerlo muy bien —el pequeño castaño pestañeó reiteradas veces, como sólo él sabía hacerlo, sus manos se agarraron de los hombros de
Christopher mientras sus labios se hicieron voluptuosos, en forma de invitación.

—Prometo que seré un buen niño.

—Siempre has sido un buen niño, Jeongin —dijo, Christopher.

—Pero ahora seré solo tu niño —repitió, mirándole directo a los ojos.

El abogado le pasó los dedos por las mejillas. Sus ojos lo miraban con tanto amor que creyó que podía ahogarse en ellos.

La vida ahora era mejor, oh, claro que sí.

Oficialmente, finalizada.
Gracias por leer. 🫶

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