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°•༢ 33

Cuando Christopher atravesó el lugar a pasos extremadamente agigantados supo que algo estaba mal, no es que creyera en su intuición, pero sentía una ligera opresión en el pecho como si fueran a lanzarle un balde de agua fría de la cabeza a los pies, saludó al hombre de los menús y se acercó hasta la única mesa que quedaba hasta el otro extremo del lugar.

Pues allí estaba Sunny, la madre de la persona que él había jurado amar, se removió inquieto por unos segundos, tomó el suficiente oxígeno para sus pulmones y se encaminó hacía la mesa.

La mujer estaba vestida de rojo con unas zapatillas finas y caras a la vista, se había pintado el rostro con algunos colores llamativos y comenzó a sonreírle como si nada entre ellos hubiese pasado.

—He estado esperando tu llegada, Christopher —dijo ella restándole importancia al asunto—. Exactamente llegas con quince minutos de retraso, siempre te creí un hombre puntual... pero me equivoqué —explicó ella visiblemente alterada por la presencia del rubio—. Como me equivoqué en muchas cosas.

Él enarcó una ceja.

—Siento la tardanza, pero debía atender un caso y...

Ella se preguntó si había oído bien y, se le quedó mirando fijamente hasta que el rubio se sentó delante.

—¿Serás de esa forma también con mi hijo? —lo que había empezado bien estaba a punto de echarse por la borda—. Porque seamos honestos, Jeongin es inmaduro, incapaz de pensar por sí mismo, conozco a mi hijo más de lo que tú lo harías o crees hacerlo. Yo le cambié los pañales y sé cuándo se encapricha con algo. Lo acepto, no actué bien, pero aún hay tiempo para remediarlo.

Christopher estuvo callado y pensativo durante un rato.

—¿Y cuál es tu solución?

Ella puso los ojos en blanco.

—Quiero que Jeongin conozca a su padre, deseo que conozca sus raíces. Lo llevaré a China por tres meses hasta que regrese para tomar el examen a la universidad de Artes... y tú no te opondrás —dijo Sunny con firmeza—. Porque si tú le llenas la cabeza de tonterías, él te hará caso, si por algún motivo lo haces quiero que sepas que él está abandonando muchas oportunidades por ti, está mandando su vida al carajo por seguirte. ¿Sabías que ya ni siquiera piensa continuar la universidad?

El rubio soltó su propia respiración.

—Jeongin algún día se dará cuenta de sus errores. ¿Crees que no te echará la culpa de sus decisiones? —la mujer suavizó el tono al notar como la mirada de la gente se estaba acumulando alrededor de ellos—. Le estás quitando la vida, eres como un cáncer que consume su juventud.

El señor Bang comenzó a sentirse tenso e inquieto, como si estuviese en busca de algo, solo que no tenía ni la mínima idea de que. Él era una persona centrada, sabía lo que quería y tenía poder e influencias para desbaratar a cualquier otra. Hasta el momento nunca había sopesado sobre el dejar ir a algo que amaba, nunca.

Pero la mirada de aquella mujer que había conocido hace años, la que le había confiado a su hijo y su amistad, era tan influyente en sus pensamientos que el corazón comenzó a latirle con más fuerza dentro del pecho y algo llamado remordimiento tomó forma en su interior, una sensación desagradable y nada familiar.

—¿Estás pidiéndome que lo dejé ir? Mientras yo me quedo viendo cómo se aleja.

Sunny alzó la barbilla, mirando al rubio directamente a los ojos.

—Lo que te estoy pidiendo es que dejes que él piense bien las cosas —le explicó—. Si Jeongin decide volver aquí contigo después de este tiempo yo no podré impedírselo, ya adquirirá su mayoría de edad.

Christopher enarcó las cejas. Estaba empezando a comprender.

—¿Estás hablando en serio?

El rubio cerró los ojos y respiró hondo. Quería dejarla allí e irse. Deseaba delegar la responsabilidad de decisión a otro buen samaritano, pero era imposible. Debía tomar una decisión ahora, en ese preciso instante.

—Yo no intervendré más. Lo juro.

Sunny se mordió el interior de la mejilla para no echarse a llorar al oír sus propias palabras. Era el hombre que ella añoraba para sí misma. Llevaba mucho tiempo soñando con una relación estable con él. Llevaba un buen tiempo esperando porque Christopher aceptara también que estaba enamorado de ella, que se diera cuenta. Pero nada de eso había pasado, el rubio había preferido a su hijo y no podía negar que tenía cierta envidia por ese hecho.

Ella notó como el rubio asentía y se acomodaba la ropa para escapar del lugar, así que se adelantó a hablar.

—¿Puedes cenar conmigo por última vez, como en los viejos tiempos?

Sintió la mirada compasiva de Christopher quien tomó la carta del menú entre sus dedos, ambos pidieron la cena al camarero y esperaron unos minutos más.

Ella nunca se preguntaba por qué les pasaban cosas malas a las personas buenas, porque ella sabía la respuesta: Todos en algún momento debían sufrir por amor. Nadie se iba de este mundo sin haber derramado una lágrima, sin haber sentido dolor o haberse sumido en la tristeza un poco. ¿Por qué debería ser distinta su vida? No se avergonzaba de haberle pedido compañía a Christopher, de lo que se avergonzaba era de haber sido un poco tonta e ingenua.

Sabía que se había dejado llevar por una fantasía y que se había inventado un cuento de hadas sin tener en cuenta al mundo real, al Bang Christopher real.

"Ha llegado el momento dejarlo ir. Se acabaron los cuentos de hadas"

Al llegar a casa, vigiló a su hijo que dormía plácidamente en su habitación. Tiró sus tacones, se puso el pijama de franela más cómodo que pudo y se hizo un ovillo en la cama, después se durmió, exhausta física, mental y emocionalmente.

(...)

La mujer de la computadora llamada Lily estaba comenzando a impacientarse a causa del chiquillo que tenía que soportar cada tarde de dos a cuatro, parecía que el niñito sólo iba allí para fastidiarla.

—Ya te dije que Christopher no está, ¿acaso no entiendes?

El castaño se levantó de hombros.

—Lo esperaré

—Niño, puedo llamar a seguridad para que te saque de aquí con el chasquido de mis dedos. Además... ¿Qué clase de relación tienes con mi jefe?

Jeongin le sonrió con algo parecido a la dulzura de una inocencia bien camuflada.

—Soy su mascota sexual.

Ambos permanecieron en silencio.

Lily la miró con hostilidad hasta que el teléfono de la vitrina comenzó a sonar. Estaba más que segura que ese niño solo iba allí para mortificarla y decir cosas sucias sobre su jefe. Tomó la llamada, anotó la dirección y la dejó pegada sobre su escritorio en una de sus fichas de recordatorio amarilla, se miró en el espejo y acomodó su ropa antes de salir de su cubículo.

—No toques nada, niño.

Dijo la mujer a modo de amenaza antes de salir.

El tiempo comenzó a pasar más lento que de costumbre para Jeongin, quien se quedó dormido por unos momentos hasta que el teléfono volvió a sonar impetuoso e impertinente como siempre. Cuando se despertó, bostezó y se estiró. La mujer recepcionista parecía no regresar así que decidió tomar el teléfono por sí mismo.

—Despacho del señor Bang. ¿Desea dejar algún recado?

Esperaba que su respuesta fuera suficiente para el oyente al otro lado de la línea.

—¿Jeongin? —era la voz de Félix—. ¿No se suponía que debías estar en casa de Jisung? ¿Quién se encargará de terminar el trabajo? Esa era tu responsabilidad. Tú en serio...

El colgó rápidamente.

El castaño escuchó las manecillas del reloj, sorprendido por haber colgado de esa forma, Félix iba a retarlo y, de todas formas, él tenía razón... su responsabilidad era hacer los trabajos.

Quizá debía irse.

—¿Jeongin?

Él soltó un grito poco masculino, se tapó la boca y giró para ver a Christopher parado junto a él.

—¿Dónde se supone que está Lily? —el rubio llamado Christopher soltó la pila de documentos que llevaba en las manos sobre el escritorio de la secretaria, después se arregló la corbata y se quitó los lentes gruesos que solía llevar cuando tenía demasiado trabajo en casos difíciles—. No la contraté para que te deje a cargo.

—Yo podría ser un mejor secretario para ti.

Jeongin notó que las mejillas comenzaban a arderle al imaginarse a sí mismo y de una manera muy vivida en aquella situación.

—No lo dudo, pero el trabajo y el placer siempre van separados.

El señor Bang sonrió con picardía y le besó la punta de la nariz. Le acarició el cuello, la mejilla, la mandíbula, bajó un poco, sólo un poco porque no quería tentar a la suerte y le tocó también las clavículas y sintió la risa de Jeongin calarle hasta los huesos, iba a extrañar tanto eso.

—Yo podría darte placer y obedecerte en todo —le susurró al oído, apoyándole la barbilla en el hombro—. En todo.

Christopher se echó a reír y repitió sus movimientos, acariciándole el cuello con la punta de sus dedos frígidos. Jeongin era tan bonito entre sus manos.

—¿Estás coqueteando conmigo para obtener el puesto?

—La verdad, sí. ¿Funciona?

El rubio le besó con firmeza, rogándole silenciosamente que abriera la boca. Cuando lo hizo, sus lenguas danzaron y se movieron al unísono, lentamente. No había prisas. Estaban solos en aquel lugar y, mientras le besaba, fue haciéndole retroceder hasta el escritorio, donde lo acorraló.

—Entonces... ¿Tengo el puesto, señor Bang?

Christopher rio.

Él le apoyó suavemente contra la madera fría del escritorio, pegándose más a su cuerpo. Cada uno de sus ángulos y caricias eran bien acogidas por Jeongin. Las manos del rubio bajaron, dudando, hasta sus caderas. Y, como respuesta el menor se apretó más a él. Durante ese lapso de tiempo, sus labios y sus lenguas siguieron explorando caminos peligrosos, sin darse nunca por satisfechos. Los dedos fríos y finos del señor Bang regresaron a su espalda y desde allí volvieron a bajar hasta los glúteos de Jeongin para apretarlos y acogerlos en sus manos con cuidado. Sonrió cuando el menor gimió.

—No lo sé, deberías convencerme un poco más —Christopher apretó otra vez y lo besó con ardor renovado, le acarició la cadera, deslizó su mano hasta el muslo y le levantó una pierna. Cuando se la colocó detrás de la cadera, Jeongin se apretó contra él en una erótica entrega sumisa.

Las caderas del rubio se movieron hacía adelante y el menor pudo sentir la dureza. Era una presión placentera y una fricción que prometía mucho más.

Jeongin no podía dejar de besarlo... hasta que escuchó unos carraspeos muy cerca de ellos.

—¡Wow!... —exclamó el abogado Seo al ver lo que había encontrado en la entrada de la oficina de su amigo—. Esto en serio es muy caliente. Pero si esas cintas que graban las cámaras de seguridad llegan ante el juez que estaba atendiendo el caso, seguramente caerías preso, amigo mío.

Christopher echó un vistazo hacía las cámaras de seguridad que resplandecían en el techo del lugar. Oh, sí mierda.

—Esas cintas nunca llegarán a ningún lado, Changbin —dijo con seguridad.

Cuando el rubio miró a Jeongin, notó que él aún seguía con los ojos cerrados, haciendo un mohín con los labios enrojecidos por sus besos. Ahora deseaba besarlo con mucha más intensidad.

Le apartó el pelo del rostro con cuidado.

—¿Te llevo a casa?

Él parpadeó y abrió los ojos.

Miró al intruso con el ceño fruncido de forma infantil y luego enredó aún más sus piernas en las caderas del rubio. Christopher pegó la frente a la suya y aspiró su aroma, dulce y perfumado. Con una última caricia le ayudó a bajar, Jeongin desenredó sus piernas a regañadientes, no fue fácil, pero lograron poner un poco de distancia entre sus cuerpos.

—Yo te conozco —musitó el castaño con tanta calma como pudo—. Tú invitaste a Christopher a una fiesta para que fuera con esa mujer llamada Choa.

—Soy Seo Changbin. Pero puedes llamarme Changbin.

—Por supuesto —asintió él—. Sólo para que lo sepas Christopher es mío.

Su respuesta pareció incomodar al abogado de traje negro que intentó reír con ganas.

—Estoy felizmente casado, pequeño.

Jeongin lo miró sorprendido y Christopher sonrió ligeramente.

—Bueno...

—Amigo, existen las cosas fáciles, pero a ti definitivamente te gusta complicarte un poco la vida —el aire salió de los pulmones de Christopher con una rápida y sonora exhalación. Su compañero de trabajo tenía razón—. No voy a negar que definitivamente eso le da un sabor más especial a la vida. Como sea. No olvides el juicio de mañana.

Dijo eso ultimo y se fue.

—Vamos a casa.

Jeongin, sorprendido por la petición del rubio, sonrió de oreja a oreja y apartó la mirada con timidez.

Salieron del edificio y seguidamente Jeongin se pegó al cuerpo del señor Bang. Había una frescura en el aire que inmediatamente lo despejó de cualquier pensamiento. No podría haber elegido un mejor día para salir en búsqueda del hombre que amaba.

El cielo brillaba de un azul intenso sin una nube que lo estropeara.

—Jeongin —él se puso serio al instante—, hay algo que debemos hablar.

Su mirada seria y llena de determinación hizo que el castaño comenzara a crepitar como si el frio del tiempo se colara en su piel con fuerza.

—¿Qué sucede, Christopher? —el castaño se sobresaltó al oír aquella frase, generalmente aquellas palabras no acarreaban nada bueno. ¿Verdad? Pero ni siquiera entonces apartó la cabeza del hombro del rubio.

—Nada, no pasa nada —el rubio carraspeó para aligerar la tensión que se había creado—. He estado pensando en nosotros. Desde que empezó todo esto. Tú y yo.

—¿Hay algo que no te gusta?

—No es eso.

—¿Y entonces...? —el tono tranquilo de su voz contrastaba con el inexplicable enfado que se reflejaba en sus ojos. Ese enfado sorprendió tanto a Christopher que no respondió al instante—. Siempre sales con esa mierda de la edad, así que si intentas desalentarme con esa excusa barata pierdes tu tiempo. Yo quiero estar contigo. Siempre.

—¿Qué opinas de unas vacaciones? —preguntó, enderezando la espalda.

—¡¿En serio?! ¿A dónde nos vamos? —el menudo cuerpo del castaño se removió inquieto con algo de alegría en cada centímetro de su piel—. Siempre he querido ir a Japón, dicen que es un lugar bonito.

—Tomar las vacaciones... tú solo.

Se quedaron en silencio.

—No. No puedes hacerme esto. No puedes pedirme eso. No eres bueno conmigo.

—Debes pensar un poco más las cosas, cuando entres a la universidad.

—A la mierda la universidad. No la necesito.

—Dijiste que ibas a obedecerme en todo si te daba el empleo, pues bien... obedéceme en esto, escucha a Sunny, ella va a decirte algo —Christopher había adquirido una actitud tan solemne que Jeongin pudo sentir un escalofrió. Lo vio cambiar de peso de pie en pie varias veces, como si buscara las palabras adecuadas—. Debes regresar conmigo dentro de tres meses para que postules a la universidad y empieces a estudiar, si lo haces te nombraré mi secretario personal. Lo juro.

Jeongin no sabía que decir, entonces se preguntó: ¿Hasta dónde debía llegar por amor?

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