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°•༢ 15

A la mañana siguiente Christopher despertó con el seductor aroma de Jeongin entre sus sábanas y tuvo la sensación de que algo faltaba allí.

Se tumbó de espaldas, tratando de ocultar su erección mañanera, además, no quería pensar en el dolor que le retumbaba los sesos a causa de los tragos que se había tomado con Changbin y su esposo Seungmin.

Se tapó la cara con un almohadón para tranquilizar al sonido que le martillaba la sien. Pero cada vez que pensaba en su comportamiento del día anterior se sentía como un bastardo.

No sabía cómo catalogar a su forma de actuar. Nunca había sentido así, era una persona que tenía sus ligues fuera de casa, pero desde Jeongin todo había cambiado.

Se apartó la almohada del rostro, pero siguió con el mismo dolor penetrante en su cabeza.

Decidió darse una ducha rápida y, media hora después empezó a despotricar mientras enrollaba una toalla blanca alrededor de su cintura, miró con rabia el reloj, estaba cabreado.

—Christopher, ¿estás?

La voz femenina lo cogió por sorpresa y se quedó inmóvil en medio de su habitación. El corazón empezó a latirle a gran velocidad cuando ella intentó girar la perilla.

Volvió su mirada hacia la entrada y se ajustó la toalla.

—¿Qué haces aquí?

Él trató de mover sus pies para dar media vuelta y regresar al baño. Pero Choa ya se había adentrado en su habitación.

—Bueno, Félix me abrió la puerta.

—¿Félix? ¡¿Félix está en casa?!

—Por Dios, no puedo creer que ni siquiera sepas que tu hijo está en casa... ¿Qué clase de padre eres?

Al llegar a su altura, Choa tiró su bolso a un lado y Christopher tragó saliva.

—Yo me preguntaba... —la tenía tan cerca que podía oler su aroma—. Seungmin y Changbin nos invitaron a su fiesta y bueno, ¿quieres ir conmigo?

Christopher se había imaginado todo tipo de reacciones... menos esta. ¿Choa invitándolo? Era algo que no se veía todos los días.

—Tengo que terminar los casos que tengo pendientes, ya sabes la señora Hwang quiere que se agilice todo el proceso y...

—¿Es por ese niñito? —preguntó ella con torpeza—. ¿Tienes idea de cuánto podría dolerle a tu hijo que tú y su mejor amigo se follen en su casa?

—No sé de qué estás hablando.

—¿No? —preguntó Choa con dulzura al percibir la intranquilidad y la rigidez de su cuerpo. Le acarició los hombros desnudos y el abdomen empapado con la yema de sus dedos—. La forma en que lo miras, es aterrante... ¿Crees que Félix no se da cuenta?

—Choa...

Christopher le acarició el cabello y enterró sus manos en la suave melena pelirroja, que se desparramó formando suaves ondas sobre sus manos. Respiró hondo cuando ella se acercó más, entonces le invadió un intenso deseo de poseerla y le rodeo la cintura.

Estaba a punto de concretar un beso con la pelirroja cuando la puerta de su habitación se abrió bruscamente. Christopher reprimió un amargo respiro al ver al intruso y Choa simplemente se dedicó a arreglarse el cabello con los dedos.

Luego la puerta se cerró de golpe, otra vez.

Al otro lado de la puerta Jeongin se apoyó en ella y suspiró al borde la completa desesperación. Había llegado hacia menos de quince minutos a la casa de los Bang por la llamada desesperada de Félix, pero también se había escapado un momento para saludar al rubio.

Más al presenciar aquella escena el aire comenzó a faltarle en los pulmones, tanto que estaba a punto de gritar como un niño pequeño pero la delicada mano de Félix le rodeó la muñeca con sorpresa.

—¿Qué haces aquí? —preguntó—. Se supone que tenías que estar en el baño, tonto.

Jeongin lo miró con una sonrisa apenadamente fingida.

Después ambos caminaron hasta la cocina, Jeongin se había sentado en una de las sillas intentando aparentar tranquilidad, pero era como si las paredes lo estuviesen aplastando de a poco, justo en su pecho.

Félix movía su tazón de cereal con leche y hablaba sin parar... Jeongin intentó prestarle atención, pero la sensación de ser aplastado se hizo más grande aún.

—Ni siquiera me estás escuchando.

Se quejó el peli-rosa.

—Ya, perdón... ¿Entonces?

—Ni siquiera sé que te estaba contando —se quejó con un tono de voz opaco.

—Me estabas diciendo que tu suegra parece una rata.

— ¡Sí! Es una rata —ambos se rieron—. Me recuerda a nuestra profesora de escuela. ¿Te acuerdas?

—Hmm...

—Ven, vamos a mi habitación —Félix le lanzó una mirada aireada y sin consideración comenzó a tirar de Jeongin,

Caminaron escaleras arriba y Jeongin escuchó una pequeña discusión que provenía de la habitación de Christopher, apretó los ojos con fuerza intentando contener la agridulce avalancha de emociones, luego se dio la vuelta y entró a la habitación de su mejor amigo.

—¿Quieres fumar?

—¿Eh?

Aquel disparate le hizo sonreír.

Sólo Félix Bang podía conseguir eso: hacer que sonriera aun cuando estaba tan jodido.

Asintió y tiró sus cosas a la cama del peli-rosa. En un segundo sopesó sus opciones, no disponía de ningún derecho de reclamarle algo a Christopher y tampoco tenía la oportunidad de contarle a su amigo sobre el tema.

Estaba jodido.

Sintiéndose acalorado y achispado, Jeongin se tiró también en la cama de su amigo, su cuerpo cayó de a poco y se fue hundiendo con su peso casi vano. A su lado Félix tarareaba una canción con los pies descalzos.

Bloqueó todos sus pensamientos y luego sintió el peso de un cuerpo delgado sobre el suyo.

Aprisionándole el cuerpo con las piernas.

—¿Qué haces?

Félix rio de oreja a oreja.

—Shh... —el peli-rosa comenzó a mover un pitillo blanco entre sus dedos—. Un amigo llamado Matthew consiguió esto.

Jeongin jamás había fumado otra cosa que no fueran cigarros y, si lo hacía después tenía la costumbre de sentirse a menudo mal.

—¡¿Droga?!

—Shh... Mariguana —le tapó la boca—. Él dice que esto es más ligero que el cigarro, además, no le veo lo malo, sólo será una vez.

—¿En serio?

Jeongin admiró silenciosamente la envoltura blanca y con cuidado extendió el brazo para tomarlo, pero Félix fue más rápido y salió rodando por la cama hasta llegar al extremo, tomó un pequeño encendedor de su mesilla de noche y procedió a encenderla como si fuera un experto en el tema.

—¿No vas a seguirme hablando de tu suegra? —Jeongin se sentó a su lado—. ¿Por qué regresaste tan pronto?

Félix suspiró pesadamente, luego se mordió el labio inferior con fuerza, sintió que le daba vueltas la cabeza, pero no se movió ni dijo nada por dos minutos.

Y cuando Jeongin le acarició el hombro por fin se volvió hacia él para verle a la cara con una expresión resignada, que Jeongin devolvió con otra compasiva.

—Hyunjin me mintió.

Jeongin lo miró de nuevo. En los ojos de Félix, grandes y brillantes, vio indicios de tristeza y de lágrimas irreparables.

—¿De qué hablas?

Quería hacer más preguntas, pero no se atrevía. Quería preguntarle a que se refería, pero ver a Félix tan desprotegido activó la alarma de su cuerpo y, además, estaba un poco asustado.

—El papá de Hyunjin es militar —Félix se ruborizó y ocultó su mirada bajo su fleco rosa—. Él cree que nosotros sólo somos amigos.

—¿Por qué?

Jeongin tardó unos segundos en responder, buscando la manera menos brusca de preguntarle.

—¿No es obvio? Hyunjin jamás les habló de mí, por eso me presentó como a un amigo...

Jeongin se le acercó rápidamente y lo abrazó para consolarlo, entonces el peli-rosa comenzó a hipar en pequeños respiros.

—Dijo que hoy en la noche iba a hablar con ellos, pero lo dudo, ¿sabes? —Jeongin le acarició la coronilla y le acomodó el flequillo detrás de las orejas—. Su padre me amenazó.

Jeongin le besó la punta de la nariz roja, un acto que ellos compartían desde pequeños, la primera vez que lo había hecho ha sido cuando Félix se cayó de la bicicleta, ese día el castaño le había besado la herida.

Haciendo una mueca de tristeza Félix aspiró el aroma del pitillo y se llenó los pulmones con el blanco humo.

Con una mirada de tristeza Jeongin acomodó a Félix entre sus piernas y lo abrazó con fuerza mientras este continuaba hipando en pausas.

(...)

Hubo un largo silencio y luego Jeongin suspiró.

Félix había caído dormido, el castaño continuó acariciándole el sedoso cabello rosa que se desparramaba en su tacto, definitivamente regañaría a ese gigante de orejas extrañas en cuanto tuviese oportunidad.

Minutos después camino de puntillas hasta la entrada de la habitación, giró la perilla y cerró la puerta de madera con sumo cuidado para no despertar a su amigo.

Pero entonces, se quedó allí, en la puerta mirando fijamente a Christopher. No estaba seguro de cómo había aparentado al principio, pero ahora se le hacía muy difícil seguir viéndole.

Abrió la boca para decirle que ya se iba, pero pensó que no era una buena idea... quizá solo debía irse sin decir nada.

—¿Podemos hablar? —le preguntó—. Debo ir de viaje con Choa y...

Jeongin negó con la cabeza.

—No.

—¿Puedo acompañarte a tu casa? Tengo algo que decirte.

Algo tan primitivo se apoderó de Jeongin, lo que le hizo sentirse extremadamente valiente, pero la sensación a su vez era pecaminosamente sublime, lo que le provocó un escalofrió.

—No, prefiero irme sólo.

Si Jeongin no actuaba firme ni se mantenía en sus cabales, no tendría ninguna posibilidad de enfrentar al hombre que tenía delante, él no iba a comportarse como un niñato llorón.

—Escucha, Choa vino de sorpresa y... reflexioné sobre nosotros, esto... está mal.

El castaño arrugó la nariz y comenzó a caminar, más se detuvo a mitad del camino y observó frívolamente a Christopher.

—¿Ha habido algo que no he estado haciendo bien? —preguntó—. Dime en qué me he equivocado.

—Tú no te has equivocado en nada, Jeongin.

—¿Entonces por qué haces que ella siempre aparezca? ¿En qué he fallado?

—Quizá la que está fallada es la situación —tomó una respiración profunda antes de continuar—. Ayer... como te comportaste ayer dice mucho sobre ti y la forma en que ves la vida.

—Aburrido.

—¿Lo ves? Tú y yo somos diferentes, no tenemos nada en común, tu comportamiento es peor que el de un niño de siete años y siempre estás haciendo muecas cuando te hablo.

—Felicidades, Christopher, eres un hijo de puta.

Antes de darse cuenta, Jeongin ya había llegado a la puerta principal de la casa Bang.

Sus cripticas advertencias aumentaban en número dentro de su cabeza.

(...)

—Ah, aquí estas. ¿Dónde te habías metido? Un amigo vino a visitarnos —la voz de su madre impactó en cada uno de sus sentidos, se preguntó si sería buena idea contarle. Pero pronto descartó esa idea—. Quiero que lo conozcas... me invitó a salir en la noche.

—Perdona, mamá, me duele demasiado la cabeza...

Dijo antes de correr hacia su habitación, donde cerró la puerta y se echó en su cama. Tomó una de sus almohadas favoritas y comenzó a llorar.

Por fin estaba sacando el dolor de su sistema.

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