Un día junto al lago
Una vez me dijeron que las historias hay que empezarlas por el principio. Me lo dijo un muchacho muy avispado que escribía al lado de un pequeño lago. Así que seguiré su consejo y empezaré esta historia por el principio. Mi nombre es Aura, y soy una ninfa que habita en la brisa. ¿No es maravilloso?
Un día llegué a aquel lugar. En mitad de un pequeño claro de pasto verde mis hermanas las náyades jugaban en un lago. Sentado en la orilla, con unos cuantos papeles amarillentos, pluma y tintero; un joven las miraba absorto. Quise saber qué hacía allí en completo silencio, ¿Por qué no jugaba él también con las náyades? Bajé hasta su lado en un suspiro de viento y le acaricié el pelo. Si me lo proponía podía correr entre los árboles o sobre sus copas, colarme por la gruta más estrecha o surcar el mar sin tocar el agua. Ventajas de vivir en la brisa. Aun así, aquel humano paliducho y escuálido prefería sus garabatos, así que le arranqué el papel de las manos. Lo que yo decía, una compilación de símbolos y garabatos sin sentido. Yo llevaba aquello de un lado para otro y él iba dando saltitos, intentando recuperarlo.Era tan divertido. Después de un rato no parecía que se fuera a dar por vencido y ya estaba cansada de moverme de aquí para allá. El hombre ahora tenía la cara roja como las fresas, la camisa sudorosa y bultos en el cuello y en las sienes. Dejé caer el papel después de darle un último vistazo y lo empujé hacia donde estaba él, resoplando por el esfuerzo. Al poner los pies sobre el pasto verde una sensación maravillosa me recorrió el cuerpo hasta la espina vertebral y me dejé llevar. Aún recuerdo la cara de asombro del muchacho al verme retozando en la hierba. Intentaba hablar pero solo era capaz de pronunciar un tartamudeo tonto y exasperante así que me levanté y puse mis labios sobre los suyos, inflando sus pulmones de aire puro. Cuando nos separamos dijo sus primeras palabras. "¿Qué eres?". Medité la respuesta unos segundos como hacía Claudio. "¿Qué eres tú?" respondí finalmente. No me importaba realmente, pero ese joven era lo más entretenido con lo que me había cruzado ese día. Podía jugar un tiempo con él. Me deslicé más cerca de él para volver a insuflarle una bocanada, pero respondió antes que mis labios pudieran rozar los suyos.
-Euclides.
-Respuesta incorrecta.
-¿A qué te refieres?
-¿Qué es Euclides?
-Yo.
-Tu nombre es Euclides, pero tu no eres Euclides. Mi nombre es Aura, pero no soy Aura.
-No lo entiendo...
-Yo tampoco, ¿No es maravilloso? Tengo la eternidad para entender algo que ya sé.
Me he cansado de hablar de mí. Resumiendo, el joven se tomó muy enserio lo que dije, porque resulta que pasó toda una vida intentando entender como funcionaban aquellos símbolos que ya conocía. Matemáticas los llamaba.
Para mi Euclides, que nunca reconoció mi aportación.
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