Chapitre deux
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El reloj marcaba exactamente las ocho de la mañana cuando el chico envió un mensaje a su jefe para avisarle que ya estaba en el hotel. La respuesta fue un simple emoji de pulgar arriba. Bufó, frustrado por la falta de interés.
Se alistó rápidamente, eligiendo uno de sus tantos trajes. Su cabello, ligeramente alborotado, olía a cerezas, un aroma que provenía del jabón que usaba. Su aliento fresco a hierbabuena era el resultado de la pasta de dientes. Al salir del edificio, buscó con la mirada a la persona con la que debía encontrarse. Solo recordaba un detalle: cabello castaño.
Pasaron varios minutos y seguía buscándolo. Para colmo, su jefe nunca le dijo el lugar exacto de la reunión. Resopló con cansancio, pensando que quizás se había alejado demasiado del edificio. Sabía que debía regresar esa misma noche, pues tenía un vuelo programado, pero nada salía como esperaba.
De pronto, se topó con un desfile. Trompetas, bailarinas, tambores y aplausos llenaban el aire. La cantidad de gente lo abrumaba, y el tráfico no ayudaba. El ruido lo aturdía, y su expresión era de pura desesperación. Solo quería salir de ahí.
Entonces, algo inesperado sucedió. Una mano pequeña se entrelazó con la suya, y de inmediato, todo el caos se desvaneció.
Era él. Su cabello castaño corto, un poco desordenado, y su sonrisa iluminaban el momento. En ese instante, el resto del mundo se volvió borroso, como si solo existieran ellos dos.
Sin pensarlo mucho, corrieron juntos, alejándose del bullicio. Sus pasos lo guiaron a una pequeña cafetería. Al llegar, el castaño pidió una mesa bajo el apellido Villalpando. Una vez sentados, el silencio se hizo presente. Era incómodo, denso, roto únicamente por el ruido de los cubiertos chocando contra los platos de otras mesas.
El mesero llegó para tomar la orden.
—Bonjour, qu'est-ce que vous voulez demander?¹ —preguntó mientras sacaba su libreta.
—Je voudrais un cappuccino.²
La voz del castaño era suave, pero su acento francés era perfecto, casi musical. El mesero asintió y dirigió su mirada al chico de cabello oscuro, quien de inmediato se sonrojó al no entender nada.
—Et toi?³ —preguntó el mesero.
El pelinegro no supo qué responder. Su cara estaba roja como un tomate. Por suerte, el castaño intervino con una sonrisa.
—La même chose que moi.⁴
El mesero anotó la orden y se retiró, dejando tras de sí un silencio menos pesado, aunque aún palpable. El pelinegro respiró profundo, tratando de encontrar las palabras adecuadas para iniciar una conversación sin tartamudear.
—Te pedí un capuchino. Espero que te guste —dijo el castaño, sonriendo y achinando sus ojos.
—Sí, gracias —murmuró, evitando mirarlo directamente.
—¿De dónde eres?
—De México.
—Yo también. Aunque por trabajo tuve que mudarme a Francia hace tiempo. Extraño a mi familia, pero el trabajo aquí me tiene atado —confesó con una sonrisa que se desvaneció rápidamente.
El pelinegro sintió un nudo en el pecho al verlo así. Quiso cambiar el tema, pero sus nervios eran más fuertes. Entonces, el castaño rompió el silencio.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Ya la estás haciendo —respondió entre risas.
El castaño bajó la mirada, visiblemente sonrojado.
—Adelante, pregúntame. No muerdo —añadió el pelinegro con una sonrisa tranquilizadora.
—No tienes que responder si te incomoda, pero... ¿tienes novia? —susurró casi inaudiblemente—. Es decir, alguien tan atractivo como tú debería tener, ¿no?
El pelinegro negó rápidamente, encogiéndose de hombros.
—No, no tengo.
—Oh...
El mesero regresó con los pedidos, interrumpiendo la conversación.
—Votre commande.¹
—Merci beaucoup.²
Hubo una breve pausa antes de que el pelinegro se atreviera a preguntar:
—Oye... Tengo una duda.
—Dime.
—¿Cómo supiste que era yo? Ni siquiera nos conocemos.
El castaño sonrió y se recostó un poco en su silla, mirándolo con simpatía.
—Bueno... tu jefe me enseñó una foto tuya antes de que llegaras. Me dijo que tenías el cabello oscuro y una expresión seria. La foto era de una conferencia de trabajo que diste el año pasado. Así que, cuando te vi en medio de todo ese caos, te reconocí de inmediato.
—¿En serio? —preguntó el pelinegro, algo sorprendido.
—Sí, esa es la ventaja de tener buenas fotos en el trabajo. —El castaño rió suavemente, divertido. —Aunque, no te voy a mentir, también me fijé en tu cara confundida entre toda esa multitud.
El pelinegro rodó los ojos, pero una pequeña sonrisa apareció en sus labios.
—Bueno, supongo que tengo que agradecer que me encontraste... aunque no estoy seguro de si el mérito es mío o del caos del desfile.
Ambos rieron, y la conversación fluyó más naturalmente a partir de ahí. Primero de trabajo, luego de sus vidas, sus sueños y sus miedos. El ambiente se llenó de risas, complicidad y chistes malos que el castaño parecía disfrutar más de lo esperado.
Lo que debía ser una reunión de trabajo se convirtió, sin darse cuenta, en una cita improvisada.
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Traducción:
¹ Hola ¿Qué es lo que van a ordenar?
² Me gustaría un capuchino
³ ¿Y tu?
⁴ Lo mismo que yo
¹ Su orden
² Muchas gracias
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