Capítulo 4
El repiqueteo de mis uñas contra la mesa era lo único que se escuchaba en la habitación.
Estaba esperando a Milla, que me había llamado con un tono exigente a que viniese urgentemente a las oficinas. Sabía perfectamente el porqué de venir, y es por eso por lo que estaba nerviosa.
El día anterior, cuando llamé a Dani, no me lo cogió, lo llamé muchísimas veces, pero en ninguna se dignó a cogérmelo hasta que caí en cuenta de que seguro estaba en su propio encargo.
Le devolví el móvil a Marcos con una expresión de querer morirme y creo que él pudo leer la expresión perfectamente porque se ofreció a llevarme en coche.
Le pregunté si no tenía que ir a la fiesta de la boda, pero él, con una pequeña sonrisa fingida, dijo que no tenía importancia.
Acepté porque no quería quedarme sola en un lugar desconocido, donde había sucedido la desgracia y tampoco quería seguir caminando para perderme más.
En el camino le intenté sonsacar, sin ser muy obvia, algún detalle sobre la boda o sobre los recién casados. Seguía con la duda del por qué quería el novio detener la boda, pero Marcos no dijo gran cosa, solo que eran la pareja perfecta y que todos envidiaban, y que parecían realmente felices de haberse casado, aunque eso último lo dijo con amargura.
Cuando me dejó en frente de mi portal, le agradecí enormemente e incluso le pedí que me esperase para poder pagarle, pero él se negó y se marchó.
El resto de la tarde y noche la pasé pensando en todo lo que podría ocurrir, en el gran espectáculo que había montado, en mi estúpido despiste, en si Edgar tomaría represarías —aunque Marcos había dicho que había visto a la pareja muy feliz y seguía sin entender nada—, en si la pareja a la que había arruinado la boda por error harían algo contra mí —aunque no sabían quién era, pero habían visto mi cara y quien sabe qué podría ocurrir.
Sacudí la cabeza para espantar todos los pensamientos que tenía y solté un suspiro nervioso.
Milla entró en ese momento con unas carpetas en mano, dejé de repiquetear la mesa de golpe, se sentó detrás del escritorio y me miró intensamente, poniéndome más nerviosa de lo que estaba.
—Halana, Halana, Halana —dijo negando con la cabeza—. ¿Sabes lo que has hecho? —preguntó con una ceja levantada.
Lo único que pude hacer fue asentir con la cabeza. Milla soltó un sonoro suspiro.
—Está mañana recibí una llamada de Edgar gritándome histérico —empezó explicando—, después de tranquilizarlo, me contó todo lo que había sucedido —hizo una pausa para mirarme—. Retrasó todo lo que pudo la boda para ver si llegabas, pero al ver que no recibía ninguna respuesta de tu parte y ver la insistencia de sus padres, tuvo que ir al altar y esperarte ahí, pensando que ibas a entrar en el último momento para detener la boda, pero no lo hiciste. Nos ha exigido una solución a todo esto y nos ha pedido de vuelta lo que ha pagado. ¿Qué pasó, Halana? —preguntó apoyando los codos sobre la mesa—. Nosotros no sabemos el porqué de los encargos y tampoco nos concierne, ¿por qué no detuviste la boda?
Cogí en un puño el vuelo de mi vestido y miré con culpa y nervios a Milla.
—Perdona —dije como pude, me miró esperando una explicación—. Yo... apunté mal el número de la calle y sin querer... —Milla me miró entrecerrando los ojos y yo desvié la mirada apretando el agarre de mi puño— sin querer arruiné la boda incorrecta —susurré con la boca pequeña.
Esperé unos segundos a su regaño, pero al no obtener nada, volví a mirarla. Tenía el ceño fruncido y me miraba esperando a que le dijese que era una broma.
Ojalá lo fuera, pero no lo era.
—¡¿QUÉ?! —gritó, levantándose de golpe de la silla giratoria al ver que no era ninguna broma.
Me encogí en mi asiento, aplanando los labios sin saber qué decir para apaciguar la furia que se iba a desatar.
Incluso prefería que me gritase y me regañase, porque lo que había ocurrido no sólo concernía a Edgar, sino que había llegado a personas inocentes que no tenían nada que ver en todo este desastre.
—Dios mío, Halana, cómo... —se acarició la frente con frustración— ¡como has podido apuntar mal la calle! Te envié todos los datos al correo y Edgar también lo hizo —dijo desplomándose en la silla.
Me miró a la espera de otra explicación.
—Yo... —¿cómo le decía que ni siquiera había revisado el correo? Me iba a matar—. Es que... no sabía cómo iba a arruinar la boda y... y me comí la cabeza pensando en alguna idea buena, así que se me olvidó revisar el correo —dije abochornada, Milla me lanzó una mirada que me hubiese lanzado al otro lado del mundo—. ¡Ay, Milla! Lo siento, lo siento, lo siento. Yo... intentaré resolverlo, hablaré con Edgar y le devolveré el dinero y de ahora a adelante revisaré siempre el correo y...
—Cállate —me cortó Milla. Cerré la boca de golpe y me sentí como una niña pequeña que era regañada cuando hacía un desastre irreparable y los padres tenían que arreglarlo.
El despacho se quedó en silencio, Milla se masajeaba la sien, yo solo la miraba sin saber qué hacer o qué decir, prefería quedarme calladita esperando a que dijese algo y no volver a desatar su furia.
Luego de unos minutos en los que cada una nos sumergimos en nuestros pensamientos, Milla se puso a hacer cosas en el ordenador, tecleó con rapidez y empezamos a debatir sobre la situación en la que estábamos.
Agradecía enormemente que no me dejase plantada y sola en esta desastrosa situación.
Le devolverías el dinero a Edgar, Milla le escribía un correo explicándole toda la situación, yo también hablaría con él e intentaríamos llegar a un acuerdo con Edgar.
Después de hablar durante una hora, me despidió de su despacho ya que tenía otras cosas que hacer.
Volví a casa en autobús, casi pasándome mi parada al quedarme cabeceando sobre el asiento por el sueño que tenía.
Saqué la copia de llaves que le di a Dani, ya que ayer perdí el bolso con todas mis cosas dentro, lo que me llevaba a recordar a que tenía que comprarme un nuevo móvil, llamar a la compañía para desactivar el número, ir al banco y renovar mi DNI.
Solté un suspiro agotador.
La madre que me parió.
Pensé.
No sólo arruiné la boda incorrecta, sino que perdí todas mis cosas.
Me quería dar un buen golpe mental.
—No me jodas —susurré al ver que en el ascensor había un cartelito que ponía "Estropeado".
¿Qué pasa? ¿Se habían alineado todos los astros para joderme la existencia estos días?
Solo esperaba que esto fuera lo último malo que me pasase el día de hoy.
Subí las escaleras sin ganas con la cabeza gacha, muerta de sueño, tenía pensado dormirme una súper siesta una vez entrado en casa.
Pero como siempre, nada salía como quería, porque delante de la puerta de mi piso había un hombre.
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Holaaa, ¿qué tal el capítulo?
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