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Capítulo 3

¿Sabes ese momento en el que has escuchado perfectamente lo que te han dicho, pero tú cerebro no lo quiere procesar?

Pues en ese momento me había pasado eso.

Giré a mirarle confusa por sus palabras.

—¿Cómo has dicho? —le volví a preguntar. Estaba más que confusa, no entendía nada.

O sí. Sí que entendía, pero no lo quería asimilar.

—Creo que te has confundido de persona y de boda —dijo con sinceridad.

Negué con la cabeza. No. No. No. No. Imposible.

—N-no. Tú solicitaste a alguien para arruinarte la boda, Edgar Miller, en la calle pija 69 —dije convencida.

Edgar—ese hombre tenía que ser Edgar— me miró serio, levantó las cejas y negó con la cabeza.

—No soy Edgar, te has confundido. La boda que arruinaste antes estaba en la calle pija 96, no 69. Pero no pasa nada, yo... —su voz se fue distorsionando a medida que iba hablando mientras la información entraba en mí y lo iba procesando.

Miré a todas direcciones, intentando encontrar el cartelito que había en las paredes con la calle, pero no la veía por ningún lado.

Saqué el móvil torpemente, abrí la aplicación Mapas y efectivamente a unas calles estaba la calle pija, busqué la 69 y quedaba a una media hora.

No puede ser.

Joder. Joder. Joder.

—¡Joder! —exclamé en alto. Tiré el móvil dentro del bolso y eché a correr por donde había venido, ignorando el llamado del hombre al que le había arruinado la boda.

Ahora mismo no tenía cabeza para pensar con él y que les había arruinado la boda a unas personas inocentes.

Ni siquiera di unos pasos cuando caí al suelo al chocar contra alguien. Solté una disculpa rápida, me levanté como pude y corrí como nunca, ignorando el escozor en la pierna derecha y en las palmas de las manos.

Creo que era la primera vez, después de acabar el instituto, que corría tanto. Me dolían las piernas, sentía que me faltaba el aire, me ardían los pulmones y me estaba creciendo un pinchazo constante en mi vientre. Aún así no paré con la esperanza de poder llegar a tiempo al lugar y rezar por todos los dioses que todavía no hubiera acabado la boda.

Apartaba a todo el que se me cruzara, esperaba impaciente los semáforos, tropezaba con algunos baches que había en el camino y pasé algunos pasos de peatones sin mirar, casi muriéndome en el intento.

Al ver que estaba en el 67, le exigí a mis piernas correr un poco más rápido. Ya estaba cerca, solo un poco más. A lo lejos divisé la iglesia y vi como los invitados salían vitoreando y gritado a los nuevos casados.

Miré todo mientras me paraba lentamente, sudando, con la respiración agitada y con una sensación de malestar en el pecho.

—No, no, no. No puede ser —susurré al ver como los novios se metían en un coche y venía hacia mí.

Pasaba justo como en las películas, el coche iba a cámara lenta mientras yo los observaba acercarse, podía sentir sus miradas, como si Edgar supiera que estaba ahí y me estaba lanzando rayos X por los ojos para terminar conmigo. El coche dobló a la izquierda, desapareciendo de mi vista.

Si Edgar no acababa conmigo, seguro que lo hacía Milla. Me llevé las manos a la cabeza. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo he podido equivocarme?

Debí de revisar el correo para confirmar los datos que había apuntado. Maldita dislexia.

No fue hasta ese momento en el que me di cuenta de que no llevaba el bolso conmigo, cuando quería coger el móvil y llamar a Milla para comunicarle lo que había pasado. El desastre que había cometido.

Tampoco fue hasta ese momento en el que me di cuenta que no solo no había cumplido mi encargo, dejando que Edgar se casase, sino que había arruinado la boda incorrecta.

¡Joder! Había montado un espectáculo de lo más ridículo a quienes no debí. Y encima, había perdido mi bolso con todas mis cosas dentro.

Menudo día de mierda

Pensé.

Como no sabía como volver a casa ya que me encontraba perdida y sin dinero, caminé hacia la iglesia; algunos invitados se estaban metiendo en sus coches, supongo que, para ir al lugar de celebración, y otros se habían quedado hablando como si tuviera todo el tiempo del mundo.

Todos hablaban de lo bien que quedaban los recién casados, de la alegría que producía esta boda. Todos estaban felices, entonces ¿por qué el novio había pedido nuestros servicios para que arruináramos la boda? Si no se quería casar, ¿por qué le pidió matrimonio? Y si fuera el caso de que fuera la novia la que le hubiera pedido matrimonio, ¿por qué no rechazarlo?

Sacudí la cabeza espantando aquellas preguntas, solté un suspiro y volví a andar. No importaba cual era la razón de por qué quería que arruinara la boda, no lo había hecho y eso, a lo mejor repercutiría. Pero no podría ir tan mal, ¿no?

—Cuidado —dijo alguien mientras me sujetaba del brazo para que no me cayera de culo al suelo, otra vez.

No miraba por donde iba y casi me volví a caer.

—Perdona —me disculpé sin ánimos.

El chico me soltó el brazo y fue entonces que sentí un pequeño ardor en las palmas de las manos y en la pierna. Tenía unos raspones, de cuando me caí antes.

—Eso debe de escocer —dijo el desconocido al ver mis palmas—. ¿Estás bien? —preguntó al ver que no decía nada. Inspeccionó mis manos, sacó un pañuelo del bolsillo del saco y limpió mis manos delicadamente—. Deberás de limpiártelo una vez llegues a casa y desinfectarlo —dijo con una pequeña sonrisa y guardó su pañuelo al terminar de secarme la poca sangre que había salido de los raspones.

Asentí, haciéndole saber que le había escuchado.

—Gracias.

Me mostró una sonrisa de boca cerrada.

—¿Un mal día?

Volví a asentir.

—Un muy mal día —dije yo, haciendo énfasis en la palabra mal.

Observé que llevaba traje así que supuse que había asistido a la boda y que podría ser algún conocido de Edgar Miller.

—¿Asististe a la boda? ¿Eres algún conocido del novio? ¿Familia? ¿Amigo? ¿Compañero? —le acribillé de preguntas. Me miró dudoso y con un tinte de tristeza, pero asintió.

—Yo... —miró hacia otro lado— solo soy un conocido. No soy nada de él —su voz sonó un poco dolido y rabioso, pero no le di mucha importancia.

Observé mejor su aspecto, parecía decaído, triste, con un semblante vacío, no parecía como los demás invitados que había visto; felices y eufóricos.

—¿Un mal día? —pregunté con una sonrisa amistosa.

—Un muyyy mal día —contestó alargando la y. Solté una pequeña risa y él me siguió—. ¿Conoces a Edgar? —preguntó curioso.

Negué rápidamente con la cabeza.

—No, no —contesté, no le podía contar de qué lo conocía—. Soy Halana, muchas gracias por salvarme de otra caída y por esto —levanté las manos enseñándole las palmas, intentando cambiar de tema.

—No hay de qué —sonrió haciendo caso omiso al cambio de tema—. Soy Marcos, un placer conocerte —cogió delicadamente mi mano derecha y dejó un beso en ella.

Sonreí por el gesto y volví a mirar hacia la dirección por la que se había ido el coche.

—¿Tú...? —dudé en si preguntarlo o no, pero al final lo hice—¿Tú sabes si la pareja se amaba para casarse? —pregunté un poco indecisa.

Marcos me miró frunciendo el ceño, pero vi en su miraba que había sospecha y tristeza.

—Déjalo —dije al ver que no tenía la intención de contestarme. Le mostré una sonrisa plana—. Gracias otra vez por la ayuda, adiós —dije con la intención de irme, pero volví a caer en que no sabía como volver a casa, así que lo volví a mirar—. Una pregunta, ¿me podrías prestar tu móvil? Es que perdí el bolso con todas mis cosas y no sé como volver a casa. Solo quiero hacer una llamada —le aclaré.

—¿Estabas escapando de la poli para que te perdieras? —dijo con tono de broma. Sacó su móvil, puso la contraseña y me lo tendió.

Solté una risa nerviosa.

Si tú supieras.

Pensé.

Marqué el único número que me sabía, rezando a todos los dioses que me lo cogiera porque si no lo hacía era el colmo de los colmos, lo único que me faltaba para terminar el día de mierda que tenía.  


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Nuevo capítulo al fin, espero que os esté gustando y si es así, podéis dejar vuestra estrellita y comentario, estaría muy agradecida por eso. 

¡Nos leemos!

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