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Capítulo 1

—¿Detener una boda? —pregunté por si había escuchado mal.

—Sí, Edgar Miller ha solicitado nuestro servicio para detener su boda —me repitió Milla, la encargada de asignar los trabajos—. Sé que suena raro pero hay gente que nos pide estos encargos. Este hombre nos lo pidió muy urgente y parecía bastante desesperado. La boda será el viernes, a las 17:30 en la calle pija 69 —apunté los datos rápidamente saliendo de mi estupefacción—. Te mandaré también todo por correo, si tienes alguna duda tienes el número del novio y te pones de acuerdo con él ante cualquier duda. Te cuelgo, querida. ¡Destroza esa boda y que empiece el espectáculo! —exclamó como siempre que se despedía y colgó.

Miré el papel donde había apuntado todo.

Vaya locura

Pensé. Aunque ni siquiera sabía por qué me sorprendía tanto. Teniendo un trabajo como el mío no debería de sorprender este tipo de cosas.

Desde que conseguí este trabajo, que consistía en colarme a algún evento y animarlas, mejorarlas o incluso dañarlas, siempre me había tocado un encargo de animarlas. Era un trabajo raro y peculiar, que ni siquiera sabía que existiera.

Me enteré buscando hace un mes trabajo con mi mejor amigo, que navegando por internet nos salió un anuncio llamativo y por curiosidad pinchamos y mandamos solicitud de trabajo. Cual fue la sorpresa que nos llevamos cuando recibimos los dos un correo confirmando el contrato.

Lo bueno: pagaban bastante bien para trabajar unas cuantas horas al día, había incluso días que no se trabajaba.

Lo malo: hubo tres veces en las que tuve que ser el payaso de la fiesta, donde una vez los niños de la fiesta me tomaron como burro y lanzaron tarta. Llegué a casa más cansada y sucia que nunca en mi vida.

Los niños a veces podían ser un asco.

Pensé en el encargo que iba a hacer en dos días, ¿por qué el novio quería que arruinara la boda? Podría simplemente cancelarla o escaparse, además, ¿cómo lo iba a hacer? ¿Entraba, armaba un lío y en medio del caos me llevaba al novio? ¿Secuestraba al novio cuando iba de camino al lugar de la boda? ¿Encerraba a la novia cuando se estuviera preparando y me llevaba al novio de ahí? ¿Secuestraba al sacerdote? Sí, eso era más fácil, sin sacerdote no hay boda, ¿no?

—¡Agh! —exclamé despeinándome el pelo—. ¿Cómo cojones lo voy a hacer? —pregunté a la nada. Dejé caer la cabeza en el escritorio y solté un suspiro.

Algo se me ocurrirá.

Desperté por el ruidoso sonido de la obra que estaban haciendo en el piso de arriba, miré la hora, las 6:30 de la mañana, genial. Ni dormir tranquilamente podía. ¿A quién se le ocurriría hacer obras a estas horas? ¿Acaso no aprovechaban y dormían más?

Me levanté a la fuerza, quitándome la sábana que se me había enredado en el cuerpo al estar dando vueltas en la cama intentando volver a los brazos de Morfeo, pero me fue imposible.

Desayuné algo rápido mientras revisaba los mensajes del móvil y las redes sociales. Terminé de comerme la tostada mientras le enviaba un audio a Daniel para quedar esta tarde, remarcando y exagerando lo urgente que era.

Casi me rompo la nariz tropezándome con una caja que estaba en medio de mi camino. Miré el salón y vi lo desordenado que estaba, no era muy conocida por ser organizada, tiraba cualquier cosa en cualquier parte y dejaba las cosas en el primer sitio que encontraba, así que muchas veces no las encontraba y las daba por perdida.

Ya que me había despertado pronto, decidí limpiar y organizar el piso. Recogí toda la ropa tirada, encontré unas bragas que creí desaparecidas dentro de un jarrón vacío, había envoltorios de chocolate y snacks por todas partes, incuso en la nevera, que la abrí para comprobar si había comida, solo había algunas botellas de agua y latas de refrescos y cerveza. La única comida que sabía hacer era la comida congelada y la precocinada.

Me pasé 3 horas limpiando todo, cuando terminé no pude evitar que una sonrisa se formara en mi rostro y mirase orgullosa como la encimera brillaba. No recordaba cuando fue la última vez que vi así de limpia, despejada y ordenada la casa.

Revisé la hora y fui corriendo a la habitación al ver la hora que era. Me vestí rápidamente, me puse un corrector para las ojeras, metí el móvil en el bolso y salí pitando de casa.

Llegué a las oficinas de <<¡Que empiece el espectáculo!>>, lugar donde trabajaba, aunque solo íbamos para coger las cosas necesarias para el encargo. Esta vez, vine a por el atuendo para la boda, yo no le veía caso vestirse especialmente porque solo iba a ir a arruinarla, cosa que todavía no sabía como hacerlo.

—Hola, Anna, ¿te ha dejado Milla una caja? —pregunté a la recepcionista, a veces Milla se las dejaba para no subir y bajar.

—Buenos días, Halana, ahora voy a ver si hay algo para ti.

Desapareció detrás de la puerta y unos minutos después salió con dos cajas.

—Aquí tienes —dejó las cajas en la superficie y firmé la hoja de recogida.

—Gracias, Anna. Que tengas un buen día —me despedí de ella con una sonrisa.

Cogí como pude las cajas junto con el bolso. No sabía por qué tenían la manía de dejar las cosas en cajas tan grandes, con lo fácil que habría sido meter el vestido y los zapatos en una bolsa.

En la entrada me choqué contra alguien haciéndome perder el equilibrio pero menos mal que la otra persona tenía los reflejos rápidos y me cogió del brazo para que no me cayera de bruces contra el suelo.

—Cuidado, Halana, que te comes el suelo —se burló una voz conocida.

—¡Dani! —exclamé—. ¿Qué haces aquí? Creí que hoy tenías el día libre.

—Vengo a coger una cosa, que ayer no vine —contestó—. Espérame, que tardo unos minutos y nos vamos juntos.

Como dijo, volvió en unos minutos con una pequeña caja y fuimos al parking para subir a su coche. Menos mal que me lo había encontrado, sino tendría que haber ido en metro o autobús con esas cajas en brazos.

—¿Me dirás ahora qué es la cosa urgente que me tienes que contar? —cuestionó con una ceja alzada mientras encendía el coche.

—Te lo cuento cuando lleguemos. ¿Puedes parar en alguna cafetería? —pregunté con una sonrisa.

Me miró con el ceño fruncido, sabiendo que lo que tenía que decirle no era nada importante ni urgente. Le pestañeé varias veces sabiendo que eso le molestaba, apartó la mirada y bufó arrancando el coche sin decir nada. Yo simplemente solté una carcajada.

Llegamos a mi edificio, le tendí la caja de zapatos y rebusqué en mi bolso las llaves. Fruncí el ceño mientras revisaba todos los compartimentos sin encontrarlos.

—¿Qué pasa? —preguntó al ver que me tardaba.

—Emmm —le miré con una mueca y una sonrisa plana—, creo que no guardé las llaves —dije riendo nerviosamente.

—¿Crees? Obviamente no te las guardaste —negó con la cabeza. Me dio las cajas y sacó de su pantalón un manojo de llaves, buscó una llave mientras murmuraba—. ¿Qué voy a hacer contigo? Algún día me vendrás y dirás que perdiste tu coche cuando ni siquiera tienes el carnet de conducir.

Le sonreí con culpa y entramos gracias a que él tenía las copias de mis llaves. Al entrar a mi piso, Daniel miró la casa y salió para mirar encima de la puerta, revisando que había entrado al piso correcto.

—¿Ha pasado una tormenta pero en vez de destruir todo ha limpiado todo? —preguntó con sorpresa y un tinte de burla.

—Calla, me desperté con ganas de limpiar —dije encogiéndome de hombros.

—Sí, claro —dijo sin creerme.

Dejamos las cosas en el salón, abrí la caja de zapatos, que contenía unos tacones bajos negros. En la caja grande había un vestido rosa pálido y encima había una cajita con un collar.

—¿Y esto? —preguntó Daniel sentándose a mi lado con una lata de Coca-Cola.

—Esto tiene que ver con lo que te quería contar —saqué el vestido para verlo al completo y sonreí tocando la tela. Era muy bonito—. Mañana tengo que ir a arruinar una boda y no sé cómo hacerlo —le comenté.

—¿Arruinar una boda? —repitió incrédulo, asentí quitándole la lata y dándole un sorbo—. ¿Por qué?

—Y yo que sé, es lo que me ha dicho Milla. Dime alguna idea porque las que se me vienen no son buenas.

—A ver, cuéntame tus ideas —dijo con tono de burla, conteniendo una risa.

Le fruncí el ceño.

—Ni siquiera te las he dicho y ya te estás riendo —me cruce de brazos enfurruñada.

Le comenté lo que se me había ocurrido y soltó una escandalosa risa.

—No te rías y dime algo, ayúdame —le exigí.

Paró de reírse, tomó un gran sorbo de Coca-Cola y aún con una sonrisa divertida se acarició la barbilla pensando.

—Humm —murmuró pensativo—. La verdad es que este encargo es perfecto para ti —dijo divertido, le di un suave golpe en el brazo—, porque eres experta en hacer desastres —se carcajeó lanzándome una mirada divertida y al final yo también me reí, era verdad—. Pero secuestrar a alguno no es la mejor manera.

—¿Y qué debo hacer? —pregunté ansiosa por saber su idea, a él se le ocurrían mejores.

Me indicó con el dedo índice que me acercara a él y le hice caso.

—Pues mira —me susurró al oído como si fuera un secreto. Me empezó a contar lo que se le había ocurrido y yo asentía de acuerdo con todo lo que decía.

Definitivamente, las ideas de Daniel eran las mejores.



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Espero que os guste, si es así puedes dejarme una estrellita.


¿Qué creéis que va a hacer Halana?

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