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Se creia en One Piece

— ¿Sabés que no lo dije a posta, no? — Miró sus manos, tratando de encontrar las mejores palabras para expresarse — Re banco a Vestappen, es un pilotazo, amigo. Yo solo tenía hambre. Vos sabes que con hambre, uno piensa como el orto.

Fernando lo volteó a ver, no parando su caminata en ningún momento.

El garaje no era el mejor, algo muy difícil de imaginar teniendo en cuenta el nivel de exclusividad del hotel. Las paredes eran apenas iluminadas por unos pequeños focos amarillos, formando sombras sin forma.

— Mira, chaval — Fernando soltó un suspiro, deteniéndolo con una mano en el hombro — Vosotros estabais con los ánimos alterados, no hay nada por lo que preocuparse. Checo no está enojado contigo.

Franco lo miró con detenimiento, esperando ver alguna mentira en sus ojos. No lo hizo.

— Eso espero, igual y si me tengo que disculpar, boludo. — Tratando de dejar de lado los sentimientos pesados, movió de un lado a otro su cabeza antes de sonreír.— Toto se regresó a Austria, amigo. No aparece hace una banda.

Fernando no contestó. Caminaron en círculos durante varios minutos, entrecerrando los ojos para ver las placas de los carros, rezando para encontrar el indicado.

— Che — Llamó la atención del español— ¿Yuki no tenía que estar con nosotros?

Fernando giró la cabeza para verlo mejor. No parecía haber pensamiento alguno detrás de esos ojos.

— Bue, igual y ya lo publiqué en twitter — Franco aceleró el paso para alcanzar al piloto de Aston Martin — En cualquier momento aparece.

El ruido de un motor hizo que dejara de hablar, moviendo sus ojos por toda el lugar para identificar de dónde venía el sonido. El eco del sótano hacía casi imposible distinguir los ruidos.

— ¡Cuidado!

Fernando agarró a Franco bruscamente, jalándolo hacia él. El argentino, desconcertado, recibió el abrazo inesperado. Abrió la boca para hablar, pero, la brisa de un carro a toda velocidad chocó contra su espalda.

— ¿Qué cojones? — El susurro de Fernando le hizo salir de su estupor.

Se separó lentamente del español, girando en sus talones para ver qué había pasado.

El director Wolff manejaba un Mercedes Benz negro. Se había estacionado a unos metros adelante de ellos, y, de copiloto, Yuki les sacaba la lengua.

— ¡Yuki, no lo sueltes así!

Después de casi atropellar al argentino, se estacionaron a las afueras del hotel, justo en frente del piloto de Red Bull caído.

El grupo de medicinas ya había partido, dejando a Horner y George cuidando del neerlandés.

— ¡Yuki! ¡Tampoco lo levantes de esa manera! — bramó Horner

Soltó un suspiro exasperado, conteniendo las ganas de dejar todo atrás y meterse al carro de una vez.

— Mejor que lo haga, el niño de Williams — Wolff intervino, recibiendo un asentimiento del director de Red Bull.

Le lanzó una mirada amenazante al Argentino que había abierto la boca para protestar. 

— ¡¿Pueden apurarse?! — Desde dentro del Mercedes, George gritó, haciendo señas para que aceleraran.

— ¡Si quieres irte, ayuda, idiota!

— No hubiera esperado que George se ofrecería para eso.— Franco susurró a su lado

— Siempre supe que su relación era rara.

No había asientos suficientes para todos ellos. Lo cual debieron de haber advertido antes de hacerlos escoger los grupos.

Horner había discutido con Wolff por unos buenos minutos, después de meter a Max, por decidir quien iba a conducir, y con ello, ganarse un sitio para si solo.

La pelea se acabó cuando George alegremente comunicó que no le importaba tener que sentarse en las piernas del director de Mercedes durante el trayecto.

Franco y él, aún desconcertados por disposición del británico, empezaron a pelear por no querer compartir un mismo asiento.

Fernando ya se había instalado en el asiento de copiloto y nadie tenía las bolas para sacarlo de allí.

Tras otros minutos de discusiones con los mayores, los dos decidieron aventar a Max al maletero, liberando un espacio para ir cómodos.

— ¡Espera, espera! — gritó — ¡¿Por qué estás volteando?!

Yuki veía por la ventana como poco a poco, Horner los iba alejando de la carrera principal, por donde debían conducir para llegar al restaurante italiano que buscó en google maps.

— Vamos a demorar demasiado si vamos hasta allá— Horner puso las direccionales, hablándole tranquilamente — Y aún más, hasta esperar a que nos atiendan. Vamos a ir a un McDonals.

— ¡¿Qué?! — El grito indignado de George se mezcló con el suyo.

— ¡¿Me demoré quince minutos en que todos estén de acuerdo en algo, para nada?! — El británico movía las manos, enojado por la desviación.

Yuki pudo ver por el retrovisor como Horner rodaba los ojos, ignorándolos descaradamente.

— Es comida — Se dignó a justificarse — El punto es que vamos a conseguir algo para llenar el estómago.

— ¿Cuánto vamos a pedir? — Franco se removió a su lado, mirando con ojos hambrientos las luces fosforescentes del logo a lo lejos.

— ¿Dos cada uno? — Wolff afianzó su agarre en George, evitando que se caiga cuando el carro dio una vuelta brusca en U.

— Yo quiero tres — Franco bramó— No he comido nada en siglos.

Ninguno habló por unos minutos, cada uno en sus propios pensamientos.

Las luces cada vez se hacían más fuertes, abriendo paso a varios comercios, turistas y muchas trabajadores.

— Entonces — Horner volvió a hablar — Veintiséis más uno... treinta para redondear.

De pronto, un fuerte ruido se escuchó por todo el auto, haciendo a Yuki voltear hacia la cajuela.

—¡Ay!

Max lanzaba improperios a diestra y siniestra que se escuchaban bastante ahogados dentro del compartimento en el que se encontraba.

— ¡¿Dónde mierda estoy?! — el neerlandés gritó — ¡¿Por qué carajos me metieron acá, hijos de puta?! ¡Sé quiénes son! ¡Escuché tu irritante risa Russell!

— ¡Páseme para adelante!

Ignoraron a Max en favor de ver como poco a poco la fila de carros del se iba reduciendo.

— ¿Si nos van a dar las treinta hamburguesas y al menos 15 refrescos? — Preguntó, un poco preocupado.

No quería quedarse sin comida.

— Seguro que si — El director Wolff trató de calmarlo.

— ¡Sáquenme de acá!

Franco realmente aún no había acabado con la noche. Ese día acababa cuando la noche acabará con él.

Lo cual aún no pasaba.

— Director Christian — miró por el retrovisor, esperando poder hacer contacto visual con él británico mayor — ¿Puedo bajar a una de las tiendas de al lado? Quiero comprar algo.

El director de Red Bull alzó una ceja, observándolo por unos segundos.

— ¿Para qué?

— ¿Comprar?

Franco vio como el mayor entrecerraba los ojos, juzgando la situación.

— ¡Yo también voy! — Yuki exclamó — No voy a soportar ver como el pan con rata es preparado.

— Se llevan a Max. — El director dio el visto bueno.

— ¡¿Yo porqué?!

La fila avanzaba bastante rápido, haciendo que pararan cada unos metros.

— Buenas noches, ¿que desea pedir?

— Treinta Big Macs con papas y quince refrescos. — El director Horner respondió con tranquilidad.

— Disculpa, ¿dijo treinta? — La señorita al otro lado del micrófono preguntó confundida.

— Exactamente.

Hubo interferencia desde el otro lado, murmullo de los trabajadores y gritos de la cocina. — Muy pronto les traeremos su pedido.

El director Horner avanzó en la fila, estacionándose a en lado para no impedir el paso a los carros de atrás.

— Muy bien — Yuki cortó el silencio, deshaciéndose del cinturón de seguridad y dándole unos golpecitos a la cajuela desde su sitio. — Nos vamos, cuyeyo.

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