Cuidando al papaya
— B'nos dias, señorit's. — El monegasco se inclinó sobre la barra, mano en la cadera y sonrisa coqueta.
Las dos señoras, con canas a la intemperie y olor a cacahuates, sonrieron en grande con un sonrojo exagerado.
— Buenas noches, joven. — La viejita de lentes fue la primera en responder.
— Mi amigo y yo las hemos visto desde hace un rato — Franco tomó la palabra — Nos han robado la atención.
— ¡Oh, Dios! — La misma viejita exclamó, abanicándose con la mano avergonzada. — Pero qué cosas dicen, jóvenes.
— Solo la verdad.— Franco guiñó el ojo derecho.
— ¿Podemos tener el honor de saber sus nombres, caballeros? — La señora de cabello rojo habló por primera vez.
— Franco va de verdad. — Oscar, a su lado, le susurró al oído. El aliento cálido chocando con su ojera le hizo estremecerse.
— ¿Eso no lo hace más divertido? — Volvió a grabar la escena a la distancia. Lance no se iba a perder ningún segundo del espectáculo.
— Chals L'clek — Charles pronunció torpemente.
— Disculpen a mi amigo. — Franco abrazó parcialmente al monegasco — Tuvo que beber para armarse de bolas para hablarles.
— ¿Bolas?
— Calla, Oscar.
— Creo que...— El argentino se inclinó hacia las mujeres, sin perder ni por un segundo su sonrisa coqueta. — Un juego para conocernos sería muy apropiado.
— ¡Billar! — Charles se zafó del brazo argentino.
— Somos extraordinarias en ese. — La pelirroja animó a su amiga, levantándose para ofrecerle un brazo y caminar hacia las mesas de juego desocupadas.
— Vamos, Oscar. — Lance susurró. Agarró del antebrazo al australiano, los dos corriendo entre la gente mientras trataban de no ser vistos por sus amigos.
— Están por allá. — El piloto de McLaren señaló con el dedo índice hacia una de las mesas de billar las alejadas del lugar. Efectivamente, los dos pilotos ebrios se encontraban ordenando los palos y bolas.
Una vez más, Lance sostuvo entre su mano la de el australiano, tomó una gran bocanada de aire antes de seguir corriendo entre la gente. Pararon a unos metros de sus amigos, se sentaron en uno de los grandes sillones de cuero esparcidos por el salón e hicieron su mayor esfuerzo por parecer despreocupados.
—Quiero ir al baño.
— ¿Y? — Lance frunció el ceño, tratando de ignorar deliberadamente la presencia de Oscar.
—¿No te da miedo que me pase algo? — Oscar insistió, intentando llamar su atención otra vez.
— ¿Te vas a caer en el inodoro? — Inquirió, alzando una ceja al despegar su mirada del entretenimiento por primera vez. Oscar se mantenía erguido en su asiento, un brazo estirado en el espaldar y las piernas cruzadas.
¿Era esa la apariencia de un hombre que necesitara protección?
— Quién sabe.
Lance soltó un gran suspiro, mirando por última vez a los pilotos en la mesa de billar junto con sus acompañantes mayores.
— Vamos a que orines, canguro.
— ¡Checo! ¡Checo! — El pequeño japonés corría entre las personas, empujándolas cuando se interponían en su camino, sin importarle pedir disculpas después.
— ¿No podemos estar solos nunca? — Max se quejó, a su lado, muy infantilmente; el trago ya le había empezado a hacer efecto.
Sergio rodó los ojos.
— ¿Pasó algo, Yuki? — Habló una vez el piloto junior estuvo al alcance auditivo.
— ¡Tienes que ver a Charles y Franco! — Yuki mantenía una sonrisa burlona en su rostro cuando estuvo a menos de un metro de ellos. El tono malévolo de su voz nunca era portador de buenas noticias.
Sin esperar algún tipo de respuesta de él, Yuki lo agarró del brazo y lo llevó hacia el fondo del salón.
— ¡Checo!
Sergio no pudo siquiera girar para buscar a Max entre la multitud de clientes cuando una escena en particular llamó su atención.
— ¡¿Charles?! — El grito de Carlos le hizo salir de su estupefacción y cerrar la boca que no sabía en qué momento abrió.
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