
Capítulo 1: Muerte de un ser querido.
Se había ido todo a la mierda.
Había salvado al mundo, había invitado a mi mejor amiga a una cita, había emparejado a mi mejor amigo y a una chica muy antipática...
Y luego, después de todo lo bueno y lo bonito, mi teléfono sonó.
Descolgé al ver el número de mi madre, pero... una voz desconocida para mi apareció en su lugar.
Y lo peor de todo, me dijo que mi madre había sido asesinada.
Me quedé paralizado, los nervios de las manos se me crisparon y el teléfono se estrelló contra el suelo.
Lillie me miró preocupada.
-¿Sam? -preguntó con esa voz tan tierna.
No dije nada. Simplemente me dejé caer al suelo y me quedé ahí, atascado en el hombro de Lillie mientras sollozaba y lloraba.
Y me dormí, ya no podía más, ya no soportaba más dolor.
Ni físico ni mental.
Y, justo antes de dormirme, recordé lo último que me había dicho mi madre.
"Ten cuidado".
***
No me desperté sobresaltado, no hablé ni hice el menor ruido cuando desperté. Simplemente me quedé mirando el techo.
Me levanté de la cama y miré por la ventana. Estábamos de nuevo en el colegio Saint Francisc, y estaba lloviendo.
Estuve un rato mirando por la ventana. ¿Reflexionaba?, no, simplemente estaba ahí, admirando la belleza de una tormenta normal y corriente. Llevaba un pijama azul, con un estampado de rayas azul claro.
Entonces recordé algo. Mi padre. El espectro de mi padre me había dicho que fuese al hospital. ¿Sería que...?
-¡Papá! -grité al aire.
No sabía siquiera si era real, si no era producto de mi imaginación, si...
¿Podía ser que estuviera loco?
-¡Papá! -grité escupiendo.
No sucedió nada.
Gruñí y agarré la mesita de noche con la intención de tirarla a cualquier lado, pero al ver un papel encima de ésta, me detuve.
Era... una nota.
Sam -decía la nota-, no sé qué te ha pasado para que te pongas así, pero al ver tu reacción... supe que algo iba mal. Te hemos traído de vuelta al colegio, a tu habitación, para poder investigar qué es lo que te había pasado.
Estoy en la cafetería, desayunando.
PD: Tu teléfono se ha roto.
Firmado: Lillie.
Me peiné el pelo hacia atrás y suspiré.
Me tranquilizé y me puse la ropa, que estaba doblada y planchada en un lado de la cama.
Cuando ya la tuve puesta, salí de mi habitación y empecé a deambular por todo el recinto.
Antes de la "excursion" había pasado la mayoría del tiempo en mi habitación o en la pista, por lo que no sabía donde estaba la cafetería.
Y, claramente, me perdí.
Iba deambulando por una especie de pasillo tapizado desde el suelo hasta el techo cuando una niña con pelo castaño y gafas se acercó a mí.
-¿Necesitas ayuda?, pareces desorientado -me preguntó con total naturalidad.
Parpadeé varias veces y le pregunté donde estaba la cafetería, a lo que ella me contestó con unas indicaciones un tanto confusas que estaba en el primer piso, al lado de los baños.
Yo si que sabía donde estaban los baños.
Le agradecí su ayuda y me despedí mientras bajaba por las escaleras.
Recordaba ese sitio, ahí era donde nos habíamos conocido Daito y yo.
Bajé con grandes zancadas las escaleras y me dirigí hacia los baños.
***
Me detuve frente a una puerta de madera de abedul, con remaches de hierro para reforzarla. Encima de ella había un cartel en el que ponía "Cafeteria", así que no me quedaron dudas.
Abrí la puerta y me encontré con decenas de niños de todas las razas y de diversas edades sentados en bancos mientras comían sus... ¿almuerzos?
Todos me miraban a mi.
Tragué saliva. No me gustaba nada ser el centro de atención.
Cerré la puerta y me dirigí a una mesa vacia, donde me quedé ahí.
A una mesa a mi derecha, un niño empezó a susurrar mientras me miraba furtivamente.
Le correspondí frunciendo el ceño.
-Hey, que bien que te has levantado bello durmiente.
Miré hacia mi izquierda y ví a...
Daito.
-Hola -le dije mientras le invitaba con un gesto a sentarse.
Daito se sentó, dejando salir un pequeño "uf".
-Lillie te estaba buscando. Por cierto tío, ¿qué te pasó cuando vinimos de cenar?, ¿te sentó mal la hamburguesa?
-Que gracioso Daito. Mi madre ha muerto.
La expresión de Daito pasó de una cómica a una entristecida rápidamente.
-Sam, mi intención no era...
-Ya lo sé, ya lo sé... no pasa nada -dije agarrando un vaso de papel parafinado-. ¿Cómo vas con Beatrice?
-Pues... bien, creo -dijo rascándose la cabeza-. No lo sé, su padre es el director y tal...
Reí.
-¿Qué pasa, Daito-el-zorro-escupe-fuego tiene miedo de un hombre mayor? -dije en tono de broma.
Daito abrió los ojos de par en par.
-¿Qué sucede? -pregunté al ver la reacción de mi amigo.
-Sucede que ese hombre mayor puede leer las mentes de quienes hablan mal de él -oí detrás mía.
Me giré hacia atrás y ví a Charles con los brazos cruzados.
-Hola -dije sin inmutarme.
-Me alegro de que estés...
Charles se interrumpió y me miró.
Conocía esa mirada.
Había vuelto a urgar en mi mente.
-¿Qué ha visto ahora? -pregunté.
-Sam, yo... lo siento mucho -dijo Charles sentandose-, no sabia que tu madre...
Hice un movimiento vago con la mano.
-No... pasa nada.
Charles me miró estupefacto.
-Sam, ¿no pasa nada?, ¿cómo puedes decir eso?, ¡tu madre acaba de morir!
Fruncí el ceño.
Y me esforcé en visualizar mentalmente una idea. Para que Charles dejara de gritarme.
Al rato, Charles me observó de arriba a abajo.
-Ésto es horrible... ésto es horrible -dijo mientras sacaba un cuaderno de su bata blanca y anotaba algo.
Había visualizado una idea, y me había concentrado intensamente en ella. Tenía que haberla visto sí o sí.
-¿Horrible? -dije mascullando-, ¿es horrible saber que tu madre ha muerto, que la vida sigue y que tienes que aceptarlo?
-No Sam -dijo Charles suspirando-, no es eso lo que es horrible. Lo horrible es que... has acortado tu periodo de madurez, y voluntariamente. Sam, tienes la mentalidad de un adulto de treinta años a tus quince años de edad.
Gruñí. Podía aceptar que existiesen los Neo Sapiens, incluso que tuvieran superpoderes que parecían sacados de un cómic, pero...
¿En serio?, ¿que había madurado ya?, ¿a los quince años?
-Eso es una patraña -dije.
-No Sam, es verdad. Créeme.
-Eso es biológicamente... -empezó Daito.
-¿Imposible?, en un Homo Sapiens sí -dijo Charles-, pero en un Neo Sapiens...
Sam.
Charles y yo miramos a la puerta de la cafetería, había oído mi nombre claramente...
Sam.
Miré a Charles y el asintió. Al instante salí corriendo hacia la puerta.
No había nadie.
Sam.
Esta vez venía de la entrada. ¿De la entrada?
Salí corriendo hacia la entrada.
Vi a Lillie, medio inconsciente, siendo obligada a entrar a un coche por un hombre de negro.
Los hombres del logotipo dorado.
Salí corriendo mientras gritaba y le asesté un puñetazo al hombre en la caja torácica.
Estaba seguro de que le había roto algún hueso.
Lillie cayó al suelo, claramente drogada y aturdida.
La cogí y la llevé junto a Charles, después volví al coche y arranqué la puerta del piloto.
Estaba furioso a más no poder.
Cogí al piloto y lo llevé a la azotea... un momento. ¿A la azotea?, si yo nunca había subido allí... ¿cómo...?
Sacudí la cabeza y sostuve al chico por la camisa. Debajo de él, el suelo esperaba con los brazos abiertos a su víctima.
-Quién eres -dije con una voz ronca que era propicia para el momento.
-Yo... -dijo el chico tembloroso.
Me fijé un poco más en su ropa, y no vi ese maldito logotipo dorado, en cambio vi una pegatina que ponia: "¡Hey!, soy: Billy, y soy un chófer novato!"
Puse una mueca de compasión. Ese chico... no tenía nada que ver con Robert. Seguramente le habían contratado para ser el chófer... no tendría más de... no sé, ¿diecisiete años?
-Lo siento -dije al devolverlo al coche-, lo siento muchísimo, me he equivocado de... persona.
-Tu -dijo aún temblando-, tu estabas... y luego estabas...
-¿Quieres saber mi secreto Billy?, he tomado muchas latas de bebida energética. Ahora vete a casa y descansa, y sobre todo no hables con nadie que tenga una chaqueta negra con un logo dorado en un lado.
Billy se relajó un poco y se puso el cinturón.
-Entonces... ¿no me vas a matar, como a mi cliente? -dijo Billy.
-Primero, no lo he matado, y segundo, no sabías qué estaba haciendo con esa chica, ¿verdad? -dije un poco enfadado.
Billy alzó una ceja interrogante. No sabía nada de lo que estaba hablando.
-¿Chica?, ¿qué ha pasado?
-Tu cliente -dije vocalizando- ha intentado raptar a una alumna drogándola.
El chico abrió los ojos de par en par.
-¿Llamamos a la policía? -dijo el chico revolviendo la guantera en busca de su teléfono.
Una lluvia de tarjetas de su empresa cayeron al suelo.
-No hace falta, aquí ya hay varios agentes de seguridad que lo tendrán a buen recaudo hasta que venga la policía -mentí.
El chico asintió y se quedó estupefacto al intentar cerrar su puerta y no notar nada.
-Demasiado gimnasio -dije fingiendo que sacaba musculo-. Toma, lo siento otra vez por... haberte puesto a unos cuantos metros de altura.
El chico abrió los ojos aún más al ver los cien dolares que le tendía.
-Ésto... ¿es para reparar la puerta?
-Éso es tu propina. Y esto... -dije entregándole quinientos dolares-, es para la puerta.
El chico empezó a balbucear.
Sonreí.
-No pasa nada, un error es un error, y tu no has tenido la culpa -dije dándole una palmada en la espalda.
El chico asintió levemente, encendió el coche y se perdió entre los caminos de tierra que se iban del colegio.
Aún me sobraban cuatrocientos dólares de lo que ese anciano me dió como soborno. Recordaba esa escena...
***
Volvía de comprar las hamburguesas, empecé a subir las escaleras de hotelucho y el anciano me sorprendió tendiéndome un sobre abultado.
-Para que no llames a... sanidad -dijo rascándose una costra que tenía en su calvicie.
Lo recojí aún conmocionado (antes había visto a... Robert hablando con esos hombres de matarme), y subí por las escaleras.
Yo soy un hombre de palabra. No llamé a Sanidad... Llamé a la policía.
Ese anciano debería haber especificado más.
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